
¿Confías en mí?
Su mano apretó la varita con fuerza, sus ojos escanearon rápidamente los aposentos en penumbras y un sudor frío le recorrió la espalda al percatarse de los rastros de sangre que manchaban el suelo e iban a parar hasta el sillón en donde Laurel acostumbraba a pasar la mayor parte del tiempo sentada, mirando por el ventanal.
Allí, alumbrada por la leve luz de la luna llena, yacía la figura de la mujer. Severus cruzó la sala, dando grandes zancadas, navegando por entre el mar de objetos rotos: Candelabros, lámparas, libros con las páginas arrancadas; trozos de madera fue todo lo que quedó de una de las sillas de la mesa de trabajo, todos destrozados al ser arrojados contra las puertas. Al hombre poco le importaba el absoluto estado de caos en el que se encontraba la estancia, su única preocupación era alcanzar aquel cuerpo inerte.
—Laurel ¿puedes oírme? —La voz de Severus se había transformado en un susurro suplicante, al tiempo que tomaba el extrañamente pálido rostro entre sus manos. —Por favor, despierta.
Comprobó su pulso, su respiración. Todo estaba en orden. Encendió las luces de la lámpara de araña que colgaba del techo y fue entonces cuando notó la botella casi vacía sobre su regazo. Si no estuviera tan aliviado de verla aún con vida, Severus estaba seguro de que empezaría a maldecir en ese mismo momento. Agitó sus hombros vigorosamente.
—¡Laurel, despierta ya!
Ella abrió los ojos espantada. El recuerdo de la salvaje mirada de Greyback, aún fresco en su memoria, hizo que ahogara un grito al pensar que el hombre lobo había conseguido finalmente colarse en la habitación. Aterrada, se agitó y pataleó, intentando tomar distancia del hombre que la llamaba por su nombre.
—Cálmate. Soy yo, Severus.
El mago se quedó sin aliento al sentir de repente el fuerte abrazo de la mujer, que hundió su rostro en su cuello, dejando salir un profundo suspiro de alivio.
—¡Gracias a Dios! ¡Oh, te extrañé tanto! —La voz de Laurel, amortiguada contra su cuello, alimentó la llama que había estado creciendo lenta pero segura en su pecho durante las últimas semanas. Severus pudo sentir también como su estómago parecía llenarse de insectos revoloteantes, una sensación que lo había abandonado desde que su adorada Lily había decidido casarse con el malcriado bravucón de James Potter.
Lily
El recuerdo de la preciosa pelirroja irrumpió como un cataclismo en la mente del mago. No podía evitar sentirse culpable por sentirse tan atraído hacia Laurel, sabiendo muy bien, que el profundo amor que sentía por Lily Evans se había implantado por completo en su corazón, dejándolo petrificado y frío; porque sólo Lily había demostrado cariño y se había preocupado por él sin esperar nada a cambio, sólo Lily conocía de su tormentosa infancia y no le había juzgado por ello, pero Laurel... Laurel estaba haciendo todas esas mismas cosas, ¿no era cierto? Severus podía sentir con pavor cómo el iceberg de su corazón comenzaba a derretirse por ella.
La inmensa oleada de alegría al ver a Severus nuevamente junto a ella, después de ese horroroso día, perdió su intensidad al notar como el cuerpo del hombre se había quedado totalmente rígido bajo su abrazo, sus tiesos brazos pegados al cuerpo, incluso su respiración se había detenido. Azorada, se desprendió de él y se dejó caer nuevamente en el sillón.
—Perdóname —se disculpó, mientras evitaba mirarle, las mejillas ardiendo de vergüenza, su voz afectada por el alcohol. —He tenido un día de perros. Realmente te echaba mucho de menos.
—¿Greyback? ¿Intentó entrar nuevamente?
—¿Cómo lo sabes?"
—Es luna llena... —empezó a decir, pero se cortó a mitad de frase cuando vio como Laurel se llevaba nuevamente la botella a los labios.
—Es suficiente alcohol por hoy, Laurel —dijo mientras le quitaba la botella. —¡¿Pero qué demonios te ha pasado en el brazo?!
—Tuve un pequeño accidente con una de las agujas. —contestó arrastrando las palabras e intentando ocultar su herido brazo, manchado con sangre seca. —No es nada grave...
—La habitación totalmente destrozada y tú tan ebria que no te importa estar desangrándote... por supuesto que es grave. ¿Qué te ha hecho Greyback?
—Nada serio en realidad. ¿Qué podría hacerme desde el otro lado de la puerta? Los detalles, quisiera guardármelos, si no te importa.
—No estoy de humor para discutir contigo, Laurel —dijo, sacando del bolsillo interno de su levita una pequeña botella de poción desinfectante y materializando unas cuentas gasas con su varita. —Al terminar, espero que me digas exactamente qué es lo que ha pasado aquí hoy.
Laurel se quedó mirándole mientras él le limpiaba la herida: su entrecejo fruncido, sus ojos negros fijos en su brazo y la casual forma en la que se mordió los labios al aplicarle más desinfectante.
Le gustaba, le gustaba muchísimo y sabía muy bien que sufriría por ello. La relación más seria que había tenido no había durado más de dos años y había terminado con ella sumida en un mar de lágrimas y con una enorme deuda que el hijo de puta de su novio había tomado en su nombre para irse con otra de vacaciones a Ibiza.
Había jurado no volver a enamorarse jamás. Su personalidad generosa y dócil hacía que se entregara por completo, anteponiendo la felicidad del amante de turno a la suya y por supuesto, al final, los hombres siempre terminaban aprovechándose de ella. Pero Severus era diferente, por supuesto, era un mago; pero también era mucho mayor que ella, mucho más serio, más maduro que los otros chicos con los que había salido. ¿Y qué hay de la mujer que había muerto? ¿Su novia? ¿Su esposa? ¿Tendría Severus algún un hijo? No, definitivamente no parecía que tuviera alguna familia inmediata, no con todo el tiempo que le dedicaba a Hogwarts, todo el tiempo que le dedicaba a ella.
"A ti no, idiota, se lo dedica a su investigación" —rezongó su conciencia. — "Tú sólo eres un sujeto de estudio".
—¿Laurel, me estás escuchando?
La mente de la mujer se frenó en seco. No se había dado cuenta que Severus había terminado de limpiarle la sangre y la miraba fijamente.
—Disculpa, ¿qué has dicho?
Él frunció los labios en un gesto de desaprobación e hizo aparecer un gran cáliz con agua que empujó entre las manos de la mujer.
—Espabílate.
—No, no estoy tan mal, sólo estaba pensando en...
—Sólo bebe toda el agua ¿sí? Te has tomado casi una botella entera de brandy, no hay forma que me digas que no estás borracha.
—No estaba totalmente llena cuando la empecé —susurró Laurel avergonzada, antes de empezar a tomarse toda el agua del cáliz sin respirar.
—¿Ahora, estás lista para decirme lo que ha sucedido aquí? ¿Porque has destrozado la habitación?
—Estoy cansada, Severus —dijo ella después de dejar escapar un profundo suspiro. —¡Llevo meses encerrada! Extraño a mi familia, mi vida. ¡Incluso me he perdido el nacimiento de mi sobrino! Después de que Greyback apareció ya no pude controlarme. Tuve un colapso nervioso. Lo siento.
Severus mantenía su vista fija en los ojos de Laurel, el aguijonazo en el pecho, mortificándolo nuevamente. Siempre había intentado mantenerse alejado de los demás, pero ahora tuvo el irresistible impulso de acercarse a ella, de secar cualquier lágrima que surgiera de aquellos ojos brillantes.
—No tienes por qué disculparte por eso —le contestó aproximándose y sentándose en el reposabrazos junto a ella. —Soy perfectamente consciente de que todo este espectáculo de mierda no es justo para ti. Te prometo que te sacaré. Pronto, espero.
—Sé que lo harás —respondió ella, dirigiéndole una frágil sonrisa. —Sólo espero que sea más pronto que tarde, Sev.
El mago se quedó de piedra, sus ojos como platos, sus cejas levantadas. Tan sólo una persona lo había llamado así. Su amada lo había llamado siempre con ese cariñoso apodo. La dulce voz de Lily resonó en su mente: "Sev".
—No me llames así.
—¿Cómo? ¿Sev?
—No vuelvas a llamarme así, Laurel.
—¿Por qué? —preguntó ella perpleja al verlo reaccionar de aquella manera tan extraña.
—Porque te lo estoy diciendo y eso es todo —respondió él, poniéndose de pie y sacando su varita, susurrando hechizos que hicieron que los objetos se repararan y volvieran cada uno a su respectivo sitio.
Laurel, quien normalmente se hubiera quedado extasiada mirando a los objetos volar mágicamente por el aire, mantuvo su mirada fija en Severus. Apretaba los dientes con resentimiento. Los engranajes de su cerebro, lubricados por el alcohol, empezaron a trabajar a toda máquina. Era obvio por qué había reaccionado así, cómo tan bien era obvio que los celos se habían apoderado del poco control que le quedaba.
—Ella te llamaba así ¿no? Sev.
Él se volvió hacia ella, sorprendido de que fuera capaz de tal atrevimiento.
—¿Ella te amaba tanto como tú la amabas? ¿Cómo era su nombre?
—Silencio...
—Era también una mortífaga? ¿Murió combatiendo?
—Cállate Laurel. No hables de lo que no entiendes.
—¡Y cómo se supone que entienda si nunca me dices nada!
—¡Intento protegerte, tonta! Mi trabajo es muy arriesgado. ¿Crees que un espía va a andar por ahí hablando de su vida con cualquiera? No voy a ponerte en riesgo al contarte mis secretos. No quiero tener que cargar con tu muerte en mi consciencia.
—¿Cómo estás cargando ahora con la muerte de esa mujer en tu consciencia?
—¡Es suficiente! —siseó. —No me quedaré aquí para escuchar las estupideces de una borracha. ¡Eres insufrible! No sé cómo pude pensar que podrías compararte con ella...
—¿Qué?
Severus se mordió la lengua, ofuscado, al darse cuenta de que había dejado escapar tal comentario.
—Nada — dijo, mientras se dirigía a la mesa de trabajo y comenzaba a hurgar en sus anotaciones, sin buscar realmente algo, simplemente poniendo distancia entre ellos. —Ya me voy, no quiero estar más en este sitio.
Laurel estaba segura de que su sistema nervioso no aguantaría tantas descargas de emociones en un solo día, porque a los sentimientos de celos, vergüenza, resentimiento y frustración se les acababa de unir también la rabia contenida.
—Fácil para ti decirlo —dijo en una vocecilla sarcástica. —"No quiero estar más en este sitio". Claro, vete, sal volando Severus y déjame aquí. Ah sí, soy una simple Muggle, una despreciable Desalmada. Greyback ha dicho que soy igual que él, escoria para los magos. Por supuesto que no soy merecedora de saber acerca de tu vida, Sev.
—¿Que Greyback te ha dicho qué? Maldita sea, Laurel. ¿Cómo puedes dirigirle la palabra a una bestia como esa?
—Pero si soy igual que él... Incluso mi estatus es mucho peor, al menos él es libre de hacer lo que quiera.
—No te compares con él —. Ahora era el turno de Severus de sentir cómo los celos le rumiaban en el estómago. —Ese monstruo ha perdido toda su humanidad. ¡Un hombre lobo, por el amor de Dios! ¡¿Te has pasado todos los días conversando con ese enfermo?!
—¡¿Y qué quieres que haga si Greyback se ha dedicado a joderme a diario?! ¡Tú no estabas aquí cuando empezó a decirme porquerías a través de la puerta! ¡Cuando empezó a masturbarse diciendo que iba a mutilar mi cuerpo! ¡Tú no sabes lo que se siente ser considerada apenas como un pedazo de carne, como un desperdicio para el mundo!
Severus no le contestó. Le tomó unos cuantos segundos analizar lo que había escuchado. Poco a poco, su rostro se iba transformando: sus pobladas cejas tan juntas que la usual arruga de su entrecejo parecía atravesarle toda la frente, sus ojos adquirieron un brillo asesino, su boca, entreabierta en una mueca de total odio, dejaba ver sus desiguales y amarillentos dientes. Era como si un demonio hubiera tomado posesión de su cuerpo. Sus entrañas ardieron, la sangre le hirvió de rabia al imaginar por lo que Laurel había tenido que pasar. Ese grandísimo mal nacido iba a pagar por lo que había hecho.
Severus jamás había sentido un odio tan violento y concentrado en su vida, ni siquiera contra James Potter, a quien había detestado siempre, pero con el que había aprendido a vivir como si fuera una enfermedad crónica. En ese preciso instante, estaba decidido a matar. Mataría a esa basura. Le importaba un carajo lo que Dumbledore o el Señor Tenebroso pensaran de sus acciones. Se dirigió hasta las puertas de forma automática, recitando en su mente como una letanía, los hechizos que usaría para rastrear, torturar y matar a la bestia. Pero antes de que sus manos pudieran alcanzar las manijas algo le detuvo.
—¿En serio te largas así sin más?
Era Laurel, que le había alcanzado y se agarraba de su capa, impidiéndole continuar. Severus apenas registró su infantil rostro, crispado de indignación, a través de la espesa neblina de odio que mermaba su visión. De un tirón se desprendió de ella y abrió la puerta, pero ella lo tomó del brazo, halando de él con fuerza y cerró la puerta de una patada.
—¡Déjame!
—¿A dónde diablos crees que vas?
—¡No es de tu incumbencia!
—Espero que no pienses ir detrás de Greyback.
Severus sintió como sus mejillas enrojecían y los celos se le acumulaban tanto en el estómago que sintió deseos de vomitar.
—¡¿Y qué si lo hago?! ¡¿Te importa tanto el destino de ese monstruo?! ¡¿Te importa tanto Greyback?!
—Me importa una mierda lo que pase con Greyback. El único que me importa eres tú, Severus —respondió ella, mirándole fijamente a los ojos, su mano aun agarrando la manga de su túnica. —Ya has dicho que es luna llena. ¿Cómo crees que me sentiría si te llegara a morder? ¿Si te lastimara?
Aquellas palabras se sintieron casi cómo una caricia, calmando por un momento la intensa rabia que sentía. Se preocupaba por él, Laurel realmente se preocupaba por él.
—Merece morir —susurró.
—No voy a permitir que te ensucies las manos. No eres un asesino, Sev... Severus —se corrigió a tiempo. —Ya sé que te fastidié un montón, entiendo que quieras irte. Sólo prométeme que no vas a hacer una estupidez.
—¿Parezco acaso el tipo de hombre que comete estupideces? —preguntó él, arqueando una de sus cejas.
—Todos hemos cometido una estupidez alguna vez. Yo acabo de comportarme como una estúpida, pero tú, tú eres la persona más inteligente que he conocido nunca. Estoy segura de que no harás nada imprudente por darle un escarmiento a Greyback. No valgo tanto la pena.
Él sintió un pinchazo de dolor al escuchar aquello. Claro que valía la pena, cualquier castigo, cualquier condena que pudiera recibir como resultado de deshacerse de la bestia que la había lastimado, valía la pena.
Se acercó más Laurel y acarició su rostro con su mano libre. Nunca había estado tan cerca de ella, no de ese modo. Todo su cuerpo se entumeció. Sus ojos se posaron de inmediato sobre sus labios. Él la deseaba. Él la necesitaba. Él... Él realmente no podría atreverse a besarla.
—No digas eso —dijo, tragándose el impulso de devorar sus labios. —A mí... A mí me importas demasiado.
—Sí, lo sé —dijo mientras enterraba su rostro en su pecho y abrazaba su torso. — Soy un espécimen muy útil.
Severus la tomó de los hombros y la forzó a mirarle directamente a los ojos.
—No eres una desalmada, Laurel. No eres una muestra de laboratorio, ni un desperdicio. No escuches nada de lo que te digan los Mortífagos.
—¿Eres mi amigo, Severus?
Él sintió un nudo en la garganta. La guío nuevamente hasta el sillón y luego se dirigió hasta la mesa de trabajo, rebuscando entre los cajones, sacó la cajetilla de cigarrillos que había traído hacía una semana. Tomó dos de ellos y poniéndolos en su boca, los encendió al tiempo, con la llamita que conjuró de la punta de su varita. Le pasó uno de ellos a Laurel, quien lo tomó agradecida y lo puso entre sus labios, ansiando sentir el sabor de la boca de Severus. La calidez del humo de tabaco llenando sus pulmones y el cosquilleo de la nicotina sobre su lengua calmaron sus nervios por un segundo.
—¿Confías en mí? ¿Realmente confías en mí? —preguntó Severus después de dar la primera calada al humo. El sabor a alquitrán, trayendo recuerdos de su adolescencia.
—Sí —respondió ella, mordiéndose los labios, expectante por las próximas palabras del mago.
—Ya veremos —respondió, mientras sacudía las cenizas de su cigarrillo, aclarándose la garganta y reuniendo el valor suficiente para continuar.
—La mujer a quien quería. A quien aún quiero, fue mi mejor amiga. Mi única amiga, desde mi niñez en Cokeworth. Fuimos a Hogwarts, juntos. Ella era una Gryffindor. Yo un Slytherin. Ella era una nacida de Muggles y yo un idiota que se dejó influenciar por sus compañeros, aspirantes a Mortífagos y por el odio que sentía hacia mi padre Muggle. A los 16 años, la llamé con un nombre horrible. Un insulto repugnante que nunca volveré a repetir. Le supliqué perdón, pero ella decidió cortar toda relación conmigo desde ese momento y con razón, porque consigo destruir todo lo que toco. No merezco el perdón. Fui marcado como Mortífago cuando solo tenía 19 años. Un niño estúpido, fascinado por el poder, buscando venganza contra sus matones. He hecho cosas horribles. He ayudado al Señor Oscuro en sus planes más miserables. Aunque no he matado a nadie, he participado en algunas muertes. ¿De verdad quieres ser amiga de alguien tan despreciable como yo?
Laurel se quedó mirando el sombrío rostro del mago por un momento, imaginando como el lánguido niño de las fotografías se había transformado en aquella amalgama de contrariedades.
—No voy a preguntar detalles, pero sólo quiero que quede claro que no eres despreciable, Severus —. Laurel soltó un suspiro. — Dieciséis años... ¡Sólo dieciséis! A esa edad no se es consiente de los errores, de las idioteces que podemos cometer. No deberías juzgarte tan duro.
La mujer tomó otra calada a su cigarrillo, inclinándose hacia Severus.
—A veces creemos que hacemos lo correcto, a veces tomamos decisiones sin pensar demasiado... Lo que quiero decir es que eras demasiado joven cuando te involucraste en todo esto. Estabas solo... Tu familia no era la mejor... Yo lo sé y lo entiendo. No significa que lo apruebe, pero realmente puedo entenderlo. Te venden un sueño y una vez que te quedas atrapado dentro, realmente no es posible huir. No eres malvado, solo cometiste errores. Te diste cuenta de que estabas mal y ahora intentas reparar el daño.
Laurel se levantó y fue a donde estaba sentado Severus, acercándose tanto a él, que sus narices casi se tocaron. Ella lo miró directamente a los ojos, examinando la brillante oscuridad durante un largo momento. Se quedó paralizado, devolviendo la mirada al ardiente marrón, recordando ese sueño que tuvo:
Ut Luceant en Tenebris.
"Ambos brillamos en la oscuridad". — Pensó.
—Mirándote mejor ahora, realmente pareces un hombre que comete muchas estupideces – susurró Laurel, sonriéndole dulcemente. —Aun así, sigo confiándote la vida, Severus. Siempre lo haré.
—Tú... —la voz baja de Severus se quebró por un momento. —Después de que todo esto termine... ¿Todavía querrías...?
—Nunca le doy la espalda a un amigo, si eso es lo que te estás preguntando. Sobre todo, a uno que me ha salvado la vida.
—Especialmente a uno que aguanta tus pataletas.
Laurel agachó la cabeza, riendo con vergüenza, apagando lo que quedaba de cigarrillo en el fino cenicero de cristal.
—¿Aún quieres marcharte?
—No —contestó Severus simplemente.
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La suave luz de las velas iluminaba los rostros de Laurel y Severus, ambos recostados sobre las poltronas, mirando hacia afuera, al agreste paisaje iluminado por la intensidad de la luna de medianoche. En medio de ellos una cajita con los restos de una tarta de melaza bastante aplastada, que habían estado comiendo sin preocuparse por usar cubiertos. Al lado, una botella de vino tinto de Elfo, su favorito.
—Me preguntaba... Esa oscuridad que de repente aparece en tus ojos...
—Mis ojos son muy negros, fríos, como dicen algunas personas.
—No, puedo ver el brillo en ellos la mayor parte del tiempo, pero a veces se vuelven... como túneles oscuros... tan negros y vacíos.
—Se llama Oclumancia. Mantengo mi mente escondida todo el tiempo, para que los demás no puedan ver mis pensamientos.
—Entonces, ¿los magos pueden meterse en tu cabeza? ¿Algo así como leer la mente?
—La mente no es un libro que se pueda abrir y leer simplemente. Es mucho más complejo que eso; pero sí, un muggle lo entendería así...
—Okay. ¿Qué estoy pensando ahora?
Severus sabía que esa pregunta surgiría, pero aun así no pudo evitar sentir una punzada de irritación, no solo porque era estúpido e infantil, sino principalmente, porque era un recordatorio que no era posible para él penetrar en los pensamientos y recuerdos de Laurel. Realmente, deseaba ver dentro de su mente. Quería encontrar una respuesta a una pregunta que lo había atormentado durante un par de semanas. ¿Se estaba enamorando ella de la misma manera en que él se estaba enamorando?
—No puedo entrar en tu cabeza —le contestó. —La Legeremancia es una forma de magia, desafortunadamente, eres totalmente resistente a ella.
Se quedó callada, reflexionando sobre la idea de tener el poder de adentrarse en los pensamientos de otra persona.
—¿Qué más le estás ocultando a tu Señor Oscuro?
Severus se volvió para mirarla. Dumbledore tenía razón. Laurel no tenía un pelo de tonta.
—Mientras menos sepas...
—Mientras menos sepa mejor —le cortó Laurel. —Ya conozco el discurso, pero ahora estoy empezando a darme cuenta de que probablemente estás metido en algo muy peligroso, Sev... Severus.
Él se dio cuenta de su trastabillo, sintiéndose un poco culpable por la reacción que había tenido antes, decidió que podía tolerar aquel nombre siendo pronunciado por la voz de Laurel. Ya se adaptaría con el tiempo.
—Puedes decirme Sev, si quieres —susurró con su voz sedosa.
—Preferiría no hacerlo —respondió ella con voz tranquila. —Los recuerdos son tesoros. Sev te recuerda a ella, a Lily. Ella es importante para ti. Nunca pierdas eso. Además, me gusta mucho Severus. Tu padre lo eligió. Me trae recuerdos de él cada vez que lo pronuncio. Es algo especial.
—¿Tobías Snape eligió mi nombre?
—¿Te sorprende?
—Siempre pensé que mi madre... Severus no es un nombre muggle común...
—Ella quería llamarte Vespertilius, según recuerdo.
—Como mi abuelo. Gracias a Merlín, no lo hizo.
—¿Por qué?
Severus se río entre dientes y tomó un sorbo de la copa de vino.
—Es el latín para murciélago. El animal volador nocturno.
—Tiene sentido para mí —. Laurel también se río. —pero probablemente prefieres el nombre de un Emperador, supongo.
—Ciertamente.
Laurel bostezó al tiempo que sus ojos comenzaron a cerrarse.
—Gracias por quedarte esta noche, Severus.
—Buenas noches —susurró él.
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Había transcurrido alrededor de una hora desde que Laurel se había dormido. Severus miraba hacia la oscuridad, afinando el oído. Tan sólo los leves sonidos del fuego crepitando en la chimenea rompían el completo silencio de la mansión. Pero entonces alcanzó a escuchar el pavoroso aullido en la lejanía. Greyback.
Se puso de pie silenciosamente, sus zapatos negros insonorizados por un hechizo caminaron hasta la puerta de la suite. Abriéndola con cuidado, evitó mirar hacia el fajo de mantas con las que había arropado el cuerpo de la Akardos. Si lo hubiera hecho, se habría dado cuenta cómo un par de ojos se abrían de golpe al escuchar también, el aullido sobrenatural del hombre lobo.
Antes de que ella pudiera reaccionar, el mago ya había cerrado la puerta detrás de sí.
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