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Con la Ayuda de Neville

Noviembre 1, 1997

El joven mago saltó al suelo de madera y volvió la vista para ver como el retrato de la niña rubia se cerraba detrás de él. La sala estaba oscura y pudo esquivar las destartaladas sillas gracias a la luz de las farolas de la silenciosa calle iluminando a través de las ventanas.

Abrió la puerta con cuidado de no hacer ruido. El largo pasillo estaba vacío y en total oscuridad, salvo por un débil haz de luz que se escapaba por el resquicio de una puerta al fondo. Afinando el oído pudo escuchar el leve tintineo del agua saliendo de un grifo.

El joven entornó sus ojos azules, intentando adaptarlos a la oscuridad. Suspiró hondo, el aire frío del otoño se colaba en la vieja pensión y traía consigo aquél melancólico olor a hojas podridas que ayudaba a ventilar el olor a cerveza rancia y a humo. Pero había algo más. Pudo percibir un sutil aroma acre que le hacía picar la nariz. Miró hacia las escaleras y no tardó en seguir el olor a acónito fermentado. Era claro que provenía del ático.

Subió por las estrechas escaleras y se detuvo al llegar a una pequeña puerta entreabierta. Al empujarla, sintió toda la fuerza del olor: una potente mezcla de hierbas, humedad y el característico aroma acre que le hizo estornudar de inmediato. Sus ojos buscaron una ventana, pero tan sólo había un pequeño ventanuco en lo alto por el cual no entraba suficiente aire fresco. Moviendo su varita con un amplio movimiento, hizo desvanecer los peligrosos vapores que se habían acumulado.

La habitación de Laurel estaba abarrotada de libros, frascos de ingredientes y pergaminos esparcidos sobre una gran mesa de madera. Las paredes estaban cubiertas de recortes de periódico y panfletos y en un rincón se hallaba una vieja cama.

El joven se aproximó a la mesa, mirando con curiosidad los elementos de laboratorio y los distintos matraces de poción Lupinaria centelleando entre las sombras de la habitación. Comenzó a revisar las notas, rozando con los dedos el áspero pergamino. La letra de Laurel era apresurada y caótica, llena de diagramas y anotaciones. Tomó un fajo de aspecto particularmente denso y hojeó las páginas, examinando con la mirada las distintas tesis para la aplicación de la poción y las complejas modificaciones que había estado realizando.

A medida que leía, se enorgullecía más y más de Laurel. Era claramente brillante, sus ideas se mezclaban con conocimiento muggle y no escatimaba en realizar pociones experimentales. Un pergamino le llamó la atención: una larga lista de provisiones y dinero enviados a distintos miembros de la Orden. Estaba claro que había estado ayudando a la causa en más formas de las que él se había dado cuenta.

Perdido en aquel mar de tinta y papel, el joven no escuchó los suaves pasos que se acercaban. Se giró justo a tiempo para ver a Laurel parada en la puerta, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.

-¿Neville? ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó con un dejo de preocupación en su voz.

-Lo... lo siento -tartamudeó él, sintiendo una intensa oleada de calor en sus mejillas.

La mujer en frente suyo llevaba puesto un camisón de algodón ligero, casi transparente, que se pegaba a su piel húmeda y cuya delicada tela dejaba entrever las curvas que había debajo. Su pelo corto, se le pegaba al rostro en mechones oscuros y brillaba con la tenue luz de las velas.

Laurel arrugó el ceño, sintiéndose observada y se envolvió con sus brazos, sintiendo el aire fresco contra la tela húmeda de su camisón. Vaciló por un momento antes de dar un paso adelante y dándole la espalda al joven se puso rápidamente su bata, aún sintiendo la intensa mirada de Neville sobre ella.

-Neville, es de madrugada -dijo la mujer, volviéndose finalmente hacia él. -Pensé que habíamos acordado que debías mantener un perfil bajo. ¿Ha sucedido algo?

El muchacho apartó la mirada y se concentró en un punto de la mesa desordenada.

-Te estaba buscando -admitió, su voz apenas por encima de un susurro-. Siento haber entrado a tu habitación sin permiso. Solo... quería que supieras que Snape sabe exactamente quienes participaron en los disturbios. Ya ha impuesto castigos...

-¿Están todos bien? Ginny, Luna... ¿las ha torturado?

Neville arrugó el entrecejo y sacudió la cabeza.

-Nos ha enviado con Hagrid. Debíamos limpiar el patio y deshacernos por completo de los escregutos. Pensé que sería mucho peor.

Laurel suspiró aliviada. Severus había mantenido su promesa.

-Me sorprende que los Carrows no protestaran -comentó ella.

-Tengo la impresión de que aún no saben quien está detrás del jaleo. Snape no confía en ellos, ¿y quien lo haría? Tienen la inteligencia de un trol.

La mujer sonrió levemente y se acercó hasta él, dándose cuenta de que el cabello rubio del joven parecía haber sido rasurado recientemente.

-¿Siguiendo la tendencia, Neville? -bromeó la mujer y mientras se sentaba a la mesa un repentino ataque de tos la sacudió.

El joven mago no le respondió. En cambio, se quedó mirando el laboratorio durante un largo momento y luego, sus ojos quedaron fijos en el rostro ajado de la mujer.

-Estás siendo descuidada, Laurel -dijo, con la voz repentinamente severa. -Sin duda sabes la cantidad de gases tóxicos que emite esta poción. No tienes magia para deshacerte de ellos, ni el equipo adecuado para trabajar. Estás sacrificando tu salud. ¡Tu vida!

Laurel se quedó boquiabierta y sus cejas se alzaron en estado de shock ante el duro discurso de Neville. Por un momento, se quedó congelada, con las manos suspendidas sobre los pergaminos. Sus ojos recorrieron el laboratorio y, por primera vez, notó la claridad del aire, la ausencia de la habitual niebla opresiva de humos que flotaba en la habitación. Su mirada regresó a Neville y su expresión se suavizó al darse cuenta de lo que había hecho.

Soy consciente de mis defectos y te agradezco tu hechizo de desaparición. Normalmente le pido a Aberforth que lo haga por mí -dijo con un dejo de irritación-. En cuanto a los instrumentos, no hay mucho que pueda hacer. Tengo que estar agradecida con lo que tengo.

-Y lo estás haciendo muy bien con lo que tienes. Pero puede ser aún mejor. -Neville respondió. Luego, señalando una de las buretas, preguntó: -¿Puedo?

Los ojos de Laurel brillaron con curiosidad mientras estudiaba a Neville. Sus palabras le habían picado, sí, pero también contenían cierta verdad innegable. La carcomían, haciéndola sentir extrañamente expuesta, como si Neville hubiera visto a través de ella, como si supiera cada una de sus capacidades. Le recordaban extrañamente a cierto Maestro de Pociones.

-Nunca supe que te gustara hacer pociones. Pero, claro, adelante.

Neville dejó escapar un suspiro antes de dar un paso adelante, sus dedos regordetes se movían con precisión, ajustando la válvula de la bureta, afinando el flujo de líquido hacia el matraz de abajo.

-He tenido algo de práctica -dijo, con un dejo de modestia en su tono. -Slughorn no es un mal profesor.

Se inclinó hacia adelante, agarró un vaso de destilado de piedra lunar y usó una pipeta para transferir el líquido perlado a la bureta con elegante facilidad.

-La clave está en los detalles -murmuró, mirando a Laurel-. Incluso con equipos tan viejos, puedes lograr precisión si eres cuidadosa.

Laurel lo observó atentamente, con curiosidad. Había algo en la forma en que manejaba los instrumentos, una tranquila confianza que desmentía su juventud. Era muy diferente del chico torpe e inseguro que había conocido al principio.

Neville miró el matraz debajo de la bureta, esperando que el líquido del interior cambiara lentamente de un marrón grumoso a un blanco acuoso. Cerró la válvula con un movimiento rápido y movió el matraz hacia uno de los quemadores.

Laurel se inclinó aún más hacia él, atraída por el cuidado meticuloso que ponía en cada acción que realizaba. Era casi como ver a un avezado experto trabajando, y sintió una punzada de admiración por él que no había esperado. Era cierto, le recordaba a alguien. Aquel pensamiento le apreó el pecho, una mezcla de nostalgia y algo más que no podía identificar.

-Sabes -dijo ella, con voz suave-, tu forma de trabajar... me recuerda a Snape.

Las manos de Neville se detuvieron por un breve momento y la miró con una expresión indescifrable.

-Supongo que me enseñó más de lo que creía -dijo en voz baja.

Ambos se quedaron mirando el matraz mientras la poción comenzaba a burbujear de manera constante, el líquido lechoso se tornó de un color plateado vibrante y ganó consistencia. Los ojos de Laurel se abrieron ligeramente ante la transformación, una pequeña chispa de emoción se encendió dentro de ella.

-Lo admito, Neville, tienes buen ojo para esto. Mejor de lo que creía.

Neville se encogió de hombros modestamente y una leve sonrisa se dibujó en su rostro redondo:

-Estoy más que feliz de ofrecerte ayuda si la necesitas.


Noviembre 12, 1997

Trabajaron toda la noche. Laurel dejó escapar un largo suspiro y se reclinó en su silla, mirando a Neville. El sonido burbujeante de los brebajes y el silbido de las pociones llenaron la habitación y el aire, ahora claro y respirable, les permitió trabajar sin el peligroso peso de los vapores y, por primera vez en mucho tiempo, ella sintió que podía pensar con claridad.

Laurel no pudo evitar sentirse hipnotizada por el chico que trabajaba con una eficiencia silenciosa que rayaba en la maestría. Parecía tener un instinto natural para el espacio, sabía exactamente dónde colocar cada pieza del equipo, cómo ajustar los quemadores en su justa medida y cuándo agregar el siguiente ingrediente a sus pociones. Era como ver a un maestro de pociones experimentado en acción, y esa constatación la dejó a la vez impresionada y perturbada.

-No hay que mirar fijamente a la gente, Laurel - Neville susurró de repente, permitiendo que una sonrisa iluminara su rostro.

-Oh... no estaba... -murmuró la Akardos, con las mejillas enrojecidas. -Se está haciendo tarde. Mañana hay clases.

-Tienes razón -respondió él, dando un sorbo a su termo-. Ya se me acabó el café y tú necesitas descansar.

Neville se levantó con parsimonia, estirando su cuerpo, cuando algo llamó su atención. Entrecerró los ojos al ver los sobres. Las cartas estaban medio enterradas bajo un grueso tomo a un extremo de la mesa de trabajo, casi como si las hubieran ocultado deliberadamente.

Dudó un momento, sin saber si debía mencionarlas, pero ver aquel manojo de cartas lo atormentaba y apartaba sus pensamientos del trabajo que acababan de completar. Sabía muy bien quién las había escrito.

Laurel notó que su mirada se desviaba y la siguió hasta la pila de sobres. Su expresión vaciló solo por una fracción de segundo, un destello de algo (quizás disgusto) cruzó su rostro antes de enmascararlo rápidamente con una sonrisa despreocupada.

-Son de Lupin -dijo ella simplemente.

Neville sintió un nudo en el pecho. Sabía que no debía sacar conclusiones apresuradas, que probablemente no eran más que cartas relacionadas con el trabajo, pero la forma en que ella las había escondido, ocultas a su vista, hizo que su mente se llenara de indeseable pensamientos. Su imaginación evocaba imágenes de conversaciones secretas, de confidencias compartidas que deberían haber sido solo suyas.

-Bien -dijo Neville, forzando una sonrisa que no alcanzó a llegar a sus ojos. - ¿Él... te escribe a menudo?

Laurel levantó una ceja y miró fijamente a Neville.

-¿De qué otra manera puedo saber si mi trabajo está dando resultados?

-Cierto -dijo mecánicamente-. Debo... debo irme.


Noviembre 26, 1997

La puerta se abrió con un leve crujido y Neville abrió los ojos como platos.

Laurel yacía inconsciente en el suelo, su piel estaba extremadamente pálida y respiraba con dificultad. Había varios frascos de sangre, más de los que cualquier persona debería haber extraído a la vez, esparcidos a su alrededor.

-¡Laurel! -gritó, cayendo de rodillas a su lado.

La sacudió suavemente, pero no hubo respuesta. Sin perder un segundo más, salió corriendo de la habitación y bajó las escaleras, buscando desesperadamente al posadero. No le importaba en lo más mínimo la posibilidad de que los clientes lo estuvieran observando.

Afortunadamente, el salón estaba completamente vacío, la única presencia era la del viejo barman detrás de la barra. La actitud brusca de Aberforth se desvaneció al instante cuando vio el miedo en los ojos de Neville.

-¿Qué demonios estás haciendo aquí?

-¡Aberforth! ¡Aberforth, ayuda! ¡Sube! ¡Se ha desmayado!

-¡Por las barbas de Merlín, por qué no puedo tener ni una sola noche tranquila? ¡Trae esas, muchacho! -soltó Aberforth, señalando unas cuantas botellas de cerveza de mantequilla.

Subió corriendo las escaleras con Neville pisándole los talones, con las botellas tintineando en las manos, y juntos llevaron a Laurel a su cama, acostándola con cuidado. Aberforth murmuró algo entre dientes mientras agarraba una manta y la cubría. Luego tomó una botella de cerveza de mantequilla, la calentó ligeramente con su varita y la inclinó suavemente hacia sus labios, animándola a beber mientras recuperaba lentamente la conciencia.

Los párpados de Laurel se agitaron y gimió débilmente mientras intentaba sentarse, pero Aberforth le puso una mano firme en el hombro para mantenerla acostada.

-Tranquila -dijo en voz baja y tranquilizadora-. Te has excedido demasiado, muchacha. Tienes suerte de que Neville te haya encontrado.

Parpadeó, su mirada se desenfocó mientras observaba la habitación y finalmente se fijó en Neville, que estaba de pie al lado de su cama, con el rostro lleno de preocupación.

-Neville...

-No hables -dijo el joven mago suavemente-. Solo descansa. Me asustaste, Laurel.

Aberforth dejó escapar un suspiro de fastidio, su expresión severa mientras se giraba hacia Neville.

-Se ha estado esforzando demasiado y eso es lo que se ha ganado-dijo, reprendiéndolos a ambos-. Ahora, tienes que irte, muchacho.

-¿Qué? No, no la voy a dejar así -protestó Neville, dando un paso más cerca de la cama-. Necesita que alguien se quede con ella, que se asegure de que está bien.

-¿Y quién soy yo? ¿Un maldito duende? -Aberforth sacudió la cabeza, suavizando su discurso-. Ella estará bien. Necesita descanso y tranquilidad, no más estrés. Y que tú estés aquí, preocupándote por ella, le hará más daño que bien. Ahora, fuera.

Neville abrió la boca para discutir, pero la expresión del rostro de Aberforth le dijo que era inútil. El posadero estaba decidido y no estaba dispuesto a dar marcha atrás. De mala gana, Neville miró a Laurel, que se estaba quedando dormida de nuevo, con la respiración entrecortada pero constante.


Diciembre 10, 1997

El viento helado y cortante hizo que las dos figuras se envolvieran aún más en sus abrigos. Su respiración dejaba un visible vaho que se disipaba rápidamente bajo la luz platinada de un sol de invierno.

El pequeño establo estaba construido de piedra tosca y madera, el techo estaba cubierto de paja, parchado en ciertos lugares tras años de constantes cambios de estación. Estaba justo al lado de la posada, protegido del mundo exterior por una alta cerca de madera gris.

-¿Y como va la vida en Hogwarts ahora? -mencionó Laurel, mientras tomaba el cubo de alimento que el muchacho le estaba pasando.

Silencio. Tan sólo los suaves balidos de las cabras podían escucharse en la calma de la mañana.

Laurel lo miró y notó que fruncía ligeramente el ceño y apretaba los labios hasta formar una fina línea. Había sentido curiosidad por Hogwarts, por cómo era para él ahora, pero cada vez que intentaba sacar el tema, él lo evadía y respondía de forma brusca y evasiva.

-Neville -insistió ella. - Sé que los Carrow son nefastos, pero Snape... ¿ha abusado de su poder? ¿Qué dicen los profesores acerca de él?

Neville se puso rígido ante la pregunta, su mano se detuvo a mitad del movimiento mientras arrojaba heno al comedero de las cabras. No la miró, en cambio concentró toda su atención en el verde pálido del heno que sostenía en su mano.

-Ninguno de los profesores le habla - dijo finalmente, con la voz tensa, como si las palabras le estuvieran saliendo a la fuerza. -Casi nunca sale de su oficina.

Laurel asintió levemente, sintiendo que había algo más que él no estaba diciendo, pero no lo presionó. En cambio, desvió la conversación hacia otro tema:

-¿Extrañas a tu abuela, Neville? ¿Preferirías estar lejos de Hogwarts?

El joven buscó entre el bolsillo del abrigo su termo de té, evitando a toda costa mirarla a los ojos. Tomó un largo trago, dudando antes de responderle.

-A veces -admitió con cautela-. Pero aquí es donde necesito estar. ¿Y tú? ¿Extrañas tu hogar?

Laurel suspiró, apoyándose en la puerta del establo mientras pensaba en su pregunta.

-Mucho. Pero no creo que pueda volver a vivir como una muggle. No después de todo lo que he vivido. ¿Cómo podría volver a mi vida normal sabiendo que existe todo esto? Además... -Su voz se acalló y miró al cielo, sus ojos abrillantándose con lágrimas. - He creado vínculos con personas maravillosas. No puedo dejarlos atrás.

El viento se levantó con más fuerza, alborotando su cabello y el joven por fin volvió su vista a Laurel. Se acercó más a ella, como si su presencia pudiera ofrecerle algún consuelo.

-Es abrumador. Estar atrapada aquí, siempre alerta, siempre esperando que algo malo suceda. -continuó hablando ella con voz quebradiza. -Desearía que no tuviéramos que tener tanto miedo todo el tiempo. Los mortífagos, las redadas en la posada... y, sobre todo, las noches de luna llena.

Ante la mención de la luna llena, el rostro de Neville se endureció.

-Greyback -dijo, y el nombre salió de sus labios como una maldición-. Si se atreve a acercarse a este lugar...

-No es solo él -le interrumpió Laurel. - Es la sensación de que nos están persiguiendo, de que nunca estamos realmente a salvo. Intento ser fuerte, pero a veces es demasiado.

Laurel se estremeció y se ajustó más el abrigo. Neville extendió la mano y la apoyó en su brazo.

-No tienes que ser fuerte todo el tiempo -dijo con suavidad-. Mostrar un poco de debilidad de vez en cuando no es el fin del mundo. Y si Greyback o alguno de esos mortífagos aparecen, te juro que te protegeré hasta la muerte.

Laurel se quedó sin aliento al asimilar las palabras de Neville y una ola de recuerdos la invadió.

Mostrar un poco de debilidad de vez en cuando no es el fin del mundo.

Había pasado mucho tiempo desde que había escuchado aquel mismo consejo y había salido de sus propios labios. Ya había dirigido aquellas palabras a alguien a quien apreciaba profundamente.

Por un momento, se quedó en silencio, perdida en los recuerdos que afloraban. Perdida en aquellos túneles negros, en su olor a hierbas medicinales y colonia. Pero esos recuerdos eran ahora sueños lejanos, desdibujados por la dura realidad de la guerra, por la brutal maldad de las acciones de Severus.

-Me recuerdas a alguien que creía conocer -murmuró ella-. Alguien que habría dicho exactamente lo mismo.

Los ojos de Neville se abrillantaron. El viento volvió, trayendo consigo algunos copos helados, y las cabras balaron con fuerza, ahogando la voz del joven:

-Lo sé.


Diciembre 24, 1997

Se había formado una densa capa de escarcha sobre el cristal del ventanuco, pero adentro del ático, la luz de unas mágicas llamas danzantes rebotaba contra las paredes, resguardando del frío invierno.

Laurel y Neville estaban sentados juntos en el suelo, rodeados de los restos de su pequeña celebración. Había botellas vacías de cerveza de mantequilla y envoltorios arrugados de ranas de chocolate esparcidos por el suelo.

La voz de Laurel llenaba la habitación mientras contaba anécdotas sin importancia, su habitual actitud cautelosa había sido suavizada por las celebraciones navideñas, pero sobre todo por aquella carta que aun siendo la más corta que jamás había recibido, tenía un valor incalculable.

Funcionó.

Estaremos eternamente agradecidos.

-Tonks

Laurel releyó una vez más el trozo de pergamino y su risa resonó en la estancia, ligera y genuina, mientras ella se dejaba caer de espaldas al suelo, abrazando la carta que había recibido aquella mañana, sintiendo una rara sensación de tranquilidad.

-No puedo esperar por saber los detalles. -dijo ella, volviendo sus ojos hacia Neville. -Quiero saberlo todo. Me pregunto que habrá sentido Lunático al mirar directamente a luna llena sin transformarse. ¿Habrá dejado de temerle? Tal vez algún día empiece a apreciar su belleza como lo hago yo...

Neville, que había estado bebiendo tranquilamente su cerveza de mantequilla, no pudo evitar reírse entre dientes ante su entusiasmo.

-Ese tipo de preguntas no ayudan en absoluto a la investigación científica. Signos y síntomas, información objetiva. Recuérdalo, Laurel -refunfuñó, aunque había un dejo burlón en su voz-. Y no, no creo que Lupin sea del tipo que supera fácilmente sus miedos.

-¿No era tu profesor en tercer año? Pensé que te caía bien Remus -dijo con curiosidad, levantando una ceja.

Neville asintió y dejó la botella a un lado.

-Era un buen maestro. Justo, supongo. Paciente... Pero el miedo no es algo que simplemente desaparezca, especialmente después de todo lo que ha tenido que pasar. Te preocupaste por él, encontraste su cura; él tiene suerte de tenerte.

Laurel inclinó la cabeza ligeramente, sopesando sus palabras.

-Él y todos los hombres lobo, Neville. Quiero asegurarme de que todas y cada una de las personas infectadas tengan una oportunidad -dijo con firmeza. -Ese era el plan original de Dumbledore, de todos modos.

-Estás haciendo algo increíble, Laurel. No sé si podría ser tan fuerte para seguir adelante como tú lo haces.

Laurel sonrió levemente y sus ojos se posaron nuevamente en la carta de Tonks.

-No se trata de fuerza. Se trata de responsabilidad. Si puedo hacer algo para ayudar, para marcar una pequeña diferencia, entonces debo intentarlo.

El mago sintió que el pecho se hinchaba, una sensación cálida que le hacía cosquillas y le hacía sonreír con orgullo y adoración. No podía evitarlo. Tenía que saberlo.

-Laurel... ¿piensas alguna vez en... en él? ¿En Snape?

La sonrisa de Laurel vaciló un poco, pero no rehuyó la pregunta. En cambio, se rió suavemente, aunque había un dejo de tristeza en sus ojos.

-Si me quedara algo de dignidad, te mentiría y diría que ya superé mi historia con él. Pero la verdad es que... todavía tengo fuertes sentimientos por Severus. A pesar de todo, una parte de mí no puede dejarlo ir.

Notó la preocupación en el rostro de Neville y una oleada de vergüenza tiñó sus mejillas de rojo. Pero continuó, a pesar del dolor que crecía en su pecho:

-Sí, es un asesino. Me ha hecho daño y ha hecho daño a otros. Me ha herido de una forma que no tiene perdón. Lo que sea que yo sienta por él, no cambia en nada las atrocidades que él ha cometido. Y tengo que vivir con ese dolor. Debo vivir con el conocimiento de que fui lo suficientemente estúpida como para darle mi corazón, para permitir que ese bastardo me lo destrozara y, de alguna manera aún así, sigo amándolo.

No pudo contener más las lágrimas. Escondió la cabeza entre las rodillas y un sollozo triste y amargo le ardió en la garganta.

Neville observó impotente cómo Laurel se desmoronaba, con todo el cuerpo temblando. La cálida sensación que había invadido su pecho hacía unos momentos se vio reemplazada por un profundo dolor, culpa y vergüenza.

-Perdóname, Laurel -la rodeó con sus brazos-. Nunca quise hacerte daño.

Laurel no respondió de inmediato, sus sollozos se amortiguaron contra sus rodillas, pero tampoco se apartó del abrazo de Neville. La abrazó con fuerza, deseando poder quitarle el dolor, aunque fuera un poco. La culpa lo carcomía. Se sentía como una completa desgracia.

Después de lo que pareció una eternidad, los sollozos de Laurel comenzaron a calmarse y respiró temblorosamente, todavía apoyada en su reconfortante abrazo. No habló, pero el agarre en su brazo se apretó ligeramente, un reconocimiento silencioso de que no lo culpaba, de que sabía que no había tenido la intención de lastimarla.

Laurel finalmente levantó la cabeza, su rostro surcado de lágrimas miró a Neville con vergüenza.

-Lo siento... eso fue... innecesario -dijo, mientras se secaba las mejillas. -Pero gracias, necesitaba desahogarme.

El joven mago dudó, sin saber qué decir a continuación. Pero antes de poder encontrar las palabras, metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña caja envuelta en papel de regalo.

-Sé que acordamos que los regalos no eran necesarios, pero te traje algo -dijo, con voz suave, casi vacilante-. Feliz Navidad, Laurie.

Laurel aceptó el regalo con una sonrisa de sorpresa.

-¡Oh, Neville, no deberías! -susurró, desenvolviéndolo con manos temblorosas.

Un hermoso vial de cristal tallado que contenía un líquido más rojo que el carmín descansaba a dentro una caja aterciopelada.

Los ojos de Laurel se abrieron de par en par, sabiendo inmediatamente de qué se trataba. Lo había visto aquel primer día en la Mansión Malfoy.

Sus dedos temblaban incontrolablemente, pero aún así, logró sostener en su mano aquel ingrediente tan valioso. Podía escuchar claramente en su cabeza la voz profunda y sedosa de Severus:

Es sangre de dragón subterráneo de Tarso. Es extremadamente rara e increíblemente valiosa.

Sintió que estaba a punto de desmayarse.

-¿De dónde...?

La voz de Laurel se quedó atrapada en su garganta, la pregunta murió en sus labios cuando Neville se inclinó de repente, cerrando el espacio entre ellos. Sus labios se encontraron con los de ella, sus manos se enredaron en su cabello corto, atrayéndola hacia él, profundizando el beso. Su lengua saboreó sus labios con torturado anhelo y por un breve momento, el mago pensó que había llegado al cielo.

Pero entonces ella se apartó, con el rostro desencajado por la ira.

-¿Qué crees que estás haciendo? -espetó, empujándolo y poniéndose de pie. -¡Sal de aquí!

-Laurel... -empezó a decir Neville, murmurando disculpas mientras retrocedía hacia la puerta.

-¡Que te largues, te digo! -estaba tan enojada que arrojó la caja hacia él, rompiendo el vial.

El preciado líquido se esparció por el suelo, brillando como rubíes derramados.

-Laurel, lo siento, no quise... -tartamudeó Neville, su voz suplicante, pero la furia en los ojos de Laurel lo silenció.

Su pecho se agitaba de ira, sus manos temblaban a sus costados mientras lo miraba fijamente.

- ¿Cómo te atreves?¡No tienes ningún derecho!

Neville dio otro paso atrás, el peso de su error se hizo evidente. Había cruzado una línea, y las consecuencias lo estaban mirando a la cara, crudas e implacables.

-Me iré -dijo, su voz apenas por encima de un susurro.

Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación. El sonido de la puerta al cerrarse detrás de él fue como una bofetada en la cara de Laurel.

La habitación se sentía más fría ahora, más oscura, el calor de las llamas mágicas se desvaneció tan pronto como Neville salió del ático. Ella se quedó allí, respirando con dificultad, con los ojos fijos en el frasco roto y el líquido carmesí que manchaba el suelo. Entonces notó la pequeña nota escondida dentro de la caja, algo que no había visto antes.

Tomó la nota y la desdobló. El corazón le dio un vuelco al reconocer la letra: pequeña, apretada e inconfundiblemente familiar.

Era la letra de Severus.

Para la pocionista más talentosa que he conocido.

Feliz Navidad, Laurie


Octubre 31, 1997

Filch había dejado en claro que ese castigo era leve comparado con el desastre de la semana anterior. Neville hizo una mueca al recordar el caos, los hechizos, los gritos, el pánico. Habían tenido buenas intenciones, pero las cosas se habían salido de control. Y ahora, allí estaba él, pagando el precio.

La puerta se abrió con un chirrido y Filch volvió a entrar en su oficina, esta vez con una brillante afeitadora plateada en la mano. El corazón de Neville se hundió aún más. Los ojos del conserje brillaron con retorcida satisfacción.

-Eres un Gryffindor, Longbottom. Actúa como corresponde.

Neville apretó los puños, tratando de reunir algo de valor. Filch se acercó a él y, sin decir una palabra más, comenzó a afeitarle la cabeza. El zumbido de la afeitadora llenó la habitación, un sonido que parecía hacer eco en las paredes, amplificando la humillación de Neville. Sintió el frío metal contra su cuero cabelludo, el cabello cayendo en mechones a su alrededor.

-No muevas la cabeza -dijo Filch con voz ronca-. Podrías arriesgarte a que te corte una oreja.

Neville permaneció sentado en silencio, con los ojos clavados en el grueso expediente que había sobre el escritorio, del que sobresalía un pergamino arrugado y familiar. El joven mago lo leyó una vez, dos veces... Lo volvió a leer.

El EJÉRCITO DE DUMBLEDORE

Hermione Granger

Ron Weasley

Ginny Weasley

Neville Longbottom

Luna Lovegood

Parvati Patil

Lavender Brown

Seamus Finnigan

Colin Creevey

...

Snape sabía quiénes eran. Sabía que habían causado estragos en la escuela. Cada nombre de esa lista pertenecía a alguien que le importaba, alguien que se había enfrentado a Snape en Hogwarts. Su propio nombre, grabado junto a los de sus amigos, lo marcaba como objetivo.

El director no los había acusado formalmente de conspirar contra Voldemort, pero seguramente sabía que eran disidentes. ¿Por qué no había tomado medidas más duras contra ellos? Snape estaba esperando, conspirando, como la serpiente que era.

-¿Por qué está pasando esto? -Neville se atrevió finalmente a preguntar, su voz apenas por encima de un susurro.

Filch hizo una pausa, su expresión ilegible en la penumbra.

-Órdenes -Filch respondió secamente, reanudando su tarea sin más explicaciones.


Diciembre 25, 1997

"Laurel"

Seguía susurrando Severus, dando vueltas en la cama. Aquel dulce nombre le quitaba el sabor amargo de la poción Multi-jugos que había estado tomando por semanas.

Cerró sus ojos, pero fue en vano.

Seguía sintiendo sus labios ardientes en su boca.

Seguía sintiendo el dolor cortante de la traición y saboreando las lágrimas que él le había arrancado.

Soñó con ella aquella noche. Soñó despierto, temblando de fiebre durante las interminables horas de la madrugada, escuchando el suspiro del viento atrapado en los pasadizos de las mazmorras y el implacable paso del tiempo del reloj de péndulo.

No la volvería a ver hasta el final.

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