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*8*

Cid recorrió el mundo durante siglos y las ciudades grandes eran su destino favorito pues el bullicio y la alta concentración de personas lo hacían pasar desapercibido durante las noches mientras cazaba a los rufianes como el asesino justo que era.

Pero cuando no cazaba se dedicaba a disfrutar de la compañía de los demás.

Cid nunca fue una persona sociable, pero era inevitable que a veces la soledad no le pesara, así que hacía uso de todo lo aprendido mientras creció como la compañía de un príncipe, un rey, y sabía perfectamente como codearse con la alta sociedad cuando buscaba compañía. Era más fácil con ellos, los de clase social inferior eran más desconfiados con los desconocidos, en cambio los ricos siempre se emocionaban con él, era el recién llegado proveniente de tierras lejanas que había recorrido el mundo, suponían que tenía cientos de historias maravillosas e interesantes que contar y una gran riqueza para darse esos lujos.

Y suponían bien, durante más de 800 años había acumulado una gran fortuna y tenía propiedades por doquier, siempre compraba una cuando decidía quedarse en el mismo lugar durante algunos años, entre 5 y 10, no podían ser más pues la gente que llegaba a frecuentar sospecharía de su eterna juventud.

Durante todos esos años también había visto a los países cambiar, las fronteras, las religiones, las formas de gobernar, el pensamiento de los individuos, pero lo que no cambiaba era la ambición de cada país por volverse más poderoso. Siempre era lo mismo, invasiones, guerras, traiciones y aunque podía alimentarse de la sangre de los moribundos que resultaban de los combates no lo hacía. Jamás se atrevía a irrumpir en ningún conflicto.

Cid se dedicaba únicamente a realizar su misión, limpiar a las ciudades de los rufianes sin intervenir en la historia del hombre. No tenía que hacerlo, no quería ni lo consideraba prudente. La historia era de los humanos, ellos debían trazarla y el jamás interferiría en ella y esa regla, ese principio, se la impuso en consideración a lo sucedido con Rekhiario. Cid nunca lo vería de otra forma, estaba convencido que si Oneiros no lo hubiera apartado de su rey la historia habría sido diferente y, aunque fuera muy tarde para seguir lamentándose, era algo que sencillamente jamás olvidaría.

Aun así, los años seguían pasando y a pesar de volverse más fuerte con ellos cada vez se sentía más cansado de existir. No quería ser desagradecido con su Dios por haberle dado una tarea con la cual salvaría su alma, pero necesitaba unas vacaciones y como nadie se lo impedía se autorizó descansar unos años.

Fue así como llegó a Gotland, una isla de Suecia localizada en el mar Báltico, en el año de 1393. La isla era tranquila, fresca, llena de ovejas, perfecta para realizar su cometido que era desconectarse de todo. 

Cid no podía morir, pero podía dormir largamente. Al haber vivido casi un milenio descubrió que podía aguantar durante largos periodos sin consumir sangre, aunque esto siempre repercutía en su apariencia, pero eso no le molestaba para lo que tenía planeado hacer, solo quería desconectarse de todo así que se enterró bajo tierra y durmió tranquilamente.

Sin embargo, su tranquilidad fue interrumpida el siguiente año.

Aunque estaba inconsciente, un día sus oídos captaron los gritos repentinos y desesperados de las personas, el crujir de los edificios que se consumían con el fuego y el salpicar de sangre derramada. Cid conocía perfectamente esos sonidos, fueron los mismos que escuchó cuando tenía seis años y el rey Rékhila llegó a su ciudad natal, y eran los mismos que sucedían cuando Rekhiario, su rey, buscaba poder... Una invasión.

Trató de ignorarlo lo más que pudo, pero terminó por desenterrarse en la noche al considerar que ese lugar ya no era seguro ni tranquilo para seguir dormido. Se acercó hacia la costa, donde varias embarcaciones piratas estaban ancladas y un grupo de hombres se encargaban de cuidar de los tesoros que habían conseguido durante el atraco. Sus ojos violetas destellaron ante la idea de comerlos, pero sus sentidos sobrenaturales captaron los latidos de un corazón, uno que latía fuerte aferrándose a la vida, bombeando sangre desesperado para no morir, y en ese momento era cuando el líquido vital sabía mejor así que buscó el dueño de ese órgano palpitante, saboreándolo. Se adentró entre los árboles hasta que encontró a un joven en el suelo, con largos cabellos celestes ensuciados por tierra y sangre que cubrían su rostro, y la razón por la que su corazón peleaba era debido a la herida ocasionada por el hacha que tenía clavada a la altura de su pectoral izquierdo.

Miró con lástima a aquel joven que jadeaba y se arrodilló a su lado. Al descubrir su rostro una belleza sin igual lo deslumbró, los rasgos del herido eran demasiado finos, afeminados, se trataba de un hombre precioso, uno que abrió los ojos coronados con unas largas y rizadas pestañas, los cuales miraron al vampiro con unos ojos azules claros suplicantes, robándole el aliento a su espectador que le miraba embelesado.

—Si eres el ángel de la muerte, no me lleves por favor.

Al salir de su ensimismamiento, Cid achicó la mirada ante su pedido y después vio su herida que se veía muy dolorosa, por la cual miró al hombre con una profunda lástima. —No soy el ángel de la muerte.

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro del herido mientras temblaba en agonía por la lesión. —Entonces ayúdame, te lo suplico.

¿Acaso ese hombre no veía su aspecto de demonio? Cid no se había alimentado en un año, estaba pálido y su carne era dura como una estatua, incluso sentía que sus movimientos eran tan lentos como los de una. —¿No me temes?

El joven tragó duro ante su pregunta, la apariencia de aquel humanoide le resultaba desagradable de la misma forma en la que lo hacía su propia belleza que siempre había sido un impedimento como soldado protector de su isla. —Si decides ayudarme no lo haré.

Cid lo pensó en silencio mientras lo veía a los ojos y después pasó una mano por la herida del joven, quien se quejó y se retorció de dolor, pero no le importó, llevó un poco de la sangre que recolectó a su boca, la cual no le supo a maldad alguna pues solo se trataba de un guerrero que había peleado por defender su tierra contra la invasión de los piratas, contra los que perdieron.

Debía matarlo, así terminaría su agonía y eliminaría a ese testigo que sabía de su existencia sobrenatural, pero la forma en la que le miraba suplicante por ayudarlo a pesar de su apariencia removió su interior. Durante años Cid había aceptado la misión que le encomendó Cristo para salvar su alma y quizás ayudar a un inocente inclinaría aún más la balanza a su favor.

Fue así que salvo la vida de aquel joven sueco, cuyo nombre era Albafica, quien sería el primer humano con el que pudo ser genuino, sin la necesidad de ocultar su naturaleza de asesino de la noche, y lo llevó consigo para alejarlo de la invasión de la isla en la que no iba a intervenir.

Para Cid la compañía de aquel hombre se volvió el descanso tranquilizador que tanto necesitaba, el joven lo trataba como si se tratara de otra persona más a pesar de ser una criatura casi milenaria, una que había vivido sin afecto durante tanto tiempo. Había pasado tantos años desde la última vez que alguien lo acariciaba con cariño y estaba tan necesitado que unas cuantas caricias eran suficientes para derretirlo, y fue entonces que comprendió, que su viejo corazón, aunque fuera el de un vampiro, podía amar.

La controversial pareja fue recibida con los brazos abiertos en la ciudad de Munich, Alemania, en el año de 1394. Con la fortuna del vampiro, Albafica tuvo una vida acomodada, su única preocupación era la de elegir con que flores decoraría la casa de su amante cada semana y Cid disfrutaba pasear a su lado por la ciudad durante las noches. 

Albafica era un hombre sencillo, callado y sensible, que no necesitaba hacer nada para robarse las miradas de todos, su belleza era inigualable, tanto que incluso las mujeres más hermosas lo envidiaban. Aun así él no era alguien vanidoso; al contrario, siempre se vestía de forma sencilla y nunca decoraba su persona con accesorios ni fragancias, no porque no las necesitara, sino porque no deseaba llamar la atención.

Cid jamás se había sentido así en toda su larga vida. Su primer amor, Rekhiario, fue un amor imposible que tuvo que guardar por siempre como un preciado secreto, y su único amante había sido Oneiros, alguien a quien no deseaba y durante los años que compartieron juntos fue solo un cascarón vacío que lo único que tenía en mente era llevar a cabo su venganza. Pero con Albafica era distinto, ambos se querían, ambos se deseaban, y ambos se entregaron a los órdenes de sus corazones al igual que a las pasiones de sus cuerpos. Cid jamás creyó que podía volver a sentirse como un hombre, tan vigoroso, tan normal, pero nunca lo sería por mucho que lo deseara, aunque a Albafica eso no le molestaba en lo absoluto, al contrario, lo encontraba incluso fascinante.

—¿Qué estás haciendo? —De un brinco Cid se apartó de Albafica que acababa de realizarse un pequeño corte en la palma de su mano, observando con consternación como aquel bello hombre desnudo ofrecía el dulce líquido rojo que bajaba por su antebrazo, acercándose al pelinegro peligrosamente.

—Quiero que bebas de mí, Cid.

Pero el aludido negó con firmeza. —No la necesito, Albafica, ya estoy alimentado. —Como hacía cada que tenía deseos de retozar a su lado, recuperando su aspecto humano, uno con el que podía complacer las pasiones de ambos.

—Lo sé, pero quiero que bebas de mí.

—¡Basta! —Retrocedió un poco más hasta que su espalda terminó pegada en una de las paredes de la habitación que compartían. —Sabes bien que solo bebo la sangre de los pecadores que lastiman y abusan de su prójimo. —Razón por la que nunca había bebido de él, sin importar cuanto deseara clavar sus dientes en su delgado y estilizado cuello de cisne que siempre se le antojaba inconmensurablemente.

—Todos somos pecadores, Cid. —Albafica llegó hasta donde el pelinegro estaba resistiéndose por no huir ni aventarse al sueco, quizás para probarse a sí mismo que no era un animal y podía controlar sus impulsos. —No estoy libre de pecado, pero quizás tu puedas salvar mi alma.

A Cid se le hacía agua la boca, sus colmillos punzaban de la emoción por penetrar la carne, sin embargo, frunció sus cejas mientras se contenía tensando su quijada al igual que el resto de su cuerpo, pero cuando Albafica lamió seductoramente la herida en su mano, manchando con su propia sangre a su lengua, el autocontrol del vampiro fue destrozado por aquella imagen que le resultó increíblemente erótica, rindiéndose ante sus instintos de bestia y de hombre al mismo tiempo por primera vez.

Siempre que bebía la sangre de otros lo encontraba placentero, pero al ser la sangre del dueño de su corazón, el tener no solo su cuerpo, si no su vida a su merced fue demasiado para Cid, jamás creyó que podía combinar sus dos placeres al mismo tiempo para crear una experiencia todavía más maravillosa con la que también podía deleitar a su compañero humano.

Fue una época maravillosa para ambos amantes, tanto para el vampiro como para el humano, pero con el paso de los años, Albafica comenzó a preocuparse por perder algo que nunca quiso, algo que siempre había hecho que lo subestimaran en su tierra natal, pero que ahora, al compartir el lecho con un ser inmortal que no envejecía, se negaba a soltar. Todavía era un hombre bastante apuesto y Cid le hacía sentir maravilloso y amado, pero ya no era el jovencito del que Cid se había prendado, su piel comenzó a mostrar el paso de los años.

Y después de 5 años en compañía hizo una petición que Cid jamás esperó.

—Conviérteme... —Ordenó mediante un susurro contra sus labios antes de besarlo apasionadamente, rasgando su lengua con los colmillos del pelinegro para que fuera aún más placentero y más fácil de convencerlo.

Pero Cid no lograba comprender porque alguien querría ser un monstruo como lo era él, por lo que rodó con Albafica en la cama para posicionarse sobre este y retomar el control. —¿Por qué quieres algo así, esta maldición?

—¿Realmente crees que es una maldición compartir la eternidad con la persona que amas? ¿O es que no me amas lo suficiente como para desear caminar juntos de la mano hasta el fin de los tiempos?

Cid negó con la cabeza, agitando sus delgados cabellos negros. —Te amo demasiado Albafica, pero no estoy seguro de esto, ni de cuáles serán las consecuencias que conllevará transformarte si es que pudiera hacerlo. —Acarició una de las suaves mejillas del sueco y después uno de los mechones de su largo cabello celeste. —Llevo siglos tratando de salvar mi alma cumpliendo la misión que me encomendó Dios a través de su hijo, no me atrevo a condenarte de la misma forma.

—No será una condena si logramos disfrutarlo juntos, mi amado Cid. Quiero disfrutar la vida contigo, como tú lo haces. Estoy cansado de pasear solo durante el día y esperarte hasta las noches, será mejor si hacemos todo juntos.

El aludido cerró los ojos disfrutando de las suaves caricias que el sueco proporcionaba con sus delicadas manos. Pensó la petición de su amado y sin quererlo recordó a Oneiros, el motivo por el cual lo separó de Rekhiario para convertirlo en su compañero inmortal, cosa que no había funcionado como su creador esperaba pues Cid terminó cortándole la cabeza y prendiéndole fuego a su cuerpo que se seguía retorciendo para recuperarla y como incluso después de realizar su venganza y ser libre no encontró la paz; pero en las manos de ese hermoso hombre volvió a disfrutar los placeres de la vida e incluso se alegró por haber vivido tantos años para que pudieran coincidir. —Te amo demasiado, Albafica.

—Y yo te amo a ti, Cid.

Esas fueron las últimas palabras que dijo como mortal.

Cid bebió de su sangre hasta acercarlo peligrosamente a las manos de la muerte antes de darle de beber de la suya, realizando el ritual, tal como recordaba que Oneiros había realizado consigo, nervioso porque no sabía su funcionaria y al verlo retorcerse en agonía mientras su cuerpo moría para darle vida a una nuevo le dolió en lo más profundo de su ser, pero nunca lo soltó, sin importar cuanto pataleó o lo arañó el sueco, lo mantuvo entre sus brazos hasta que la metamorfosis culminó. La piel de Albafica se volvió todavía más blanca, su cabello más sedoso y su color más intenso, sus ojos azules capturaron el celeste de sus pestañas, dándole eso nuevo matiz, y sus colmillos se alargaron. Albafica fue un hombre hermoso, pero como vampiro era increíblemente majestuoso.

Era la adoración de Cid y este hacía todo lo que Albafica deseara. Lo llevó a pasear por el mundo y el sueco tuvo razón, todo era mejor a su lado, admirar la arquitectura de noche, las obras, las culturas del hombre, las cacerías de los desdichados, todo era mejor en su compañía y el mundo tenía tanto que ofrecer para los eternos espectadores.

Pero nunca cruzó por su mente que después de doscientos años su amado sueco comenzaría a apagarse. Albafica dejó de emocionarse con facilidad, pasaba semanas enteras durmiendo y en ayuno a pesar que todavía no tenía la resistencia de Cid para vivir sin alimento por tanto tiempo y Cid lo sabía; el hispano llegó a obligarlo a comer para salvarlo de esa muerte lenta y sin sentido, pero eso solo empeoro la situación, Albafica comenzó a tomar medidas más drásticas para terminar con su vida.

—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! —Preguntó antes de lanzar el cuerpo delgado y maltrecho del vampiro de cabellos celestes dentro de una catacumba, ambos presentaban quemaduras ocasionadas por los primeros rayos del sol que se asomaron por el horizonte, rabiando porque su compañero no se dignaba a responderle, ni siquiera a mirarlo. —¡No lo entiendo, Albafica! —Se acercó a él para encararlo, sujetándolo de sus antebrazos que humeaban, arrancándole un quejido de dolor al más joven, pero no le importó. —Te he dado todo lo que has querido... ¡¿Por qué querrías inmolarte?!

Hubo un silencio entre ellos que a Cid le resultó tortuoso, pero cuando el vampiro de cabellos celestes comenzó a temblar, sollozando entre sus brazos mientras líneas rojas se dibujaban en sus mejillas por el recorrido de sus lágrimas sanguinolentas, se sintió mucho peor, por lo que moderó el tono de su voz.

—¿Qué es lo que quieres ahora? Haré lo que sea para que seas feliz, te daré nuevas aventuras, te concederé cualquier cosa con tal de que vuelvas a sonreír, pero no me dejes, amor mío.

Pero por más que Cid lo intentaba nada funcionaba.

El vampiro sueco se fue volviendo más callado, más melancólico y más sensible. Se irritaba con facilidad cada que Cid trataba de acercarse a él, era un infierno para ambos.

Se estuvieron mudando con frecuencia, buscando un destino que los ayudara a resolver su situación, un nuevo hogar con aire fresco para volver a amarse, y parecía que Venecia sería el lugar indicado.

Aunque Albafica seguía distante con Cid, el hispano lo notaba cada vez más alegre y eso le daba un respiro, pensó que lo que fuera que le regresó la sonrisa al sueco era también su felicidad, pero resultó ser lo contrario, lo que lo hacía feliz sería la razón por la cual su corazón se rompería días después.

Al principio creyó que el aroma impregnado en la piel inmortal del precioso sueco era la de una víctima, pero esta comenzó a hacerse presente con frecuencia. Cid no quiso molestarse, si su amado tenía un juguete nuevo lo dejaría distraerse con tal que este dejara sus ideas suicidas, pero todo empeoró cuando su amado llegó a la casa que compartían oliendo a sexo. Cid no dijo nada, solo se preguntaba en silencio si Albafica lo creía muy estúpido para no darse cuenta de aquel infame detalle con sus sensibles y sobre desarrollados sentidos, pero cuando sus ojos violetas se encontraron con los celestes lo comprendió, el sueco quería que Cid supiera que había retozado en brazos de alguien más, que alguien había tocado y hecho suya a su pareja eterna, alguien que debía pagarlo bastante caro.

Una noche en la que Albafica salió, esperó pacientemente por un momento antes de seguir la estela de su aroma por la ciudad, movilizándose como una sombra hasta que dio con un edificio descuidado, en donde se encontraban dos amantes entregándose al deseo, un italiano y un vampiro, mientras el creador del último escuchaba los gemidos que se arrancaban entre ellos del otro lado de la puerta, la cual se abrió lentamente, ocasionando un estrepitoso chirrido que alertó a los amantes.

El italiano, un joven moreno de cabellos y ojos azules se sobresaltó al ver la mirada encendida de unos ojos violetas en la oscuridad, pero Albafica colocó una mano en su pecho para que se tranquilizara, mientras estuviera en esa habitación estarían a salvo.

—¿Ahora salimos con otras personas, Albafica? —El aludido estaba nervioso y guardaba su distancia, manteniendo al italiano detrás de su cuerpo para protegerlo de ser necesario, aunque lo dudaba, pero jamás había visto la mirada de Cid tan molesta y decepcionada con él, la cual era tan fría que le tuvo miedo. —¿Es esta tu forma de decírmelo?

—No... —Tragó duro, aunque estaba nervioso y asustado, jamás desvió la mirada de los ojos violetas que lo escudriñaban. —Esta es mi forma de hacerte saber que soy feliz en compañía de alguien más.

Cid frunció el ceño cuando esas palabras se clavaron en su pecho y soltó sus manos que habían estado entrelazadas a sus espaldas, poniendo todavía más nervioso al sueco. —Ya veo... —Cid miró con repudio al marco de la puerta, delineándolo con su mirada antes de clavar sus ojos sobre los del vampiro más joven, elevando una de las comisuras de sus labios, dibujando una pequeña sonrisa en su rostro. —Con que es así...

Para sorpresa del sueco a Cid poco le importó desangrarse pues el pelinegro entró a esa habitación sin ser invitado, tan rápido como una bala, y en una fracción de segundo estuvo frente a ellos, empujando fuertemente a Albafica a un lado y tomando al italiano del cuello para sacarlo de esa habitación, golpeando fuertemente su espalda contra la pared del pasillo fuera del cuarto, deteniendo la sangre que había salido por todos los poros de Cid, dándole un aspecto todavía más siniestro que horrorizó al italiano entre sus manos.

—¡Espera, no lo mates, por favor!

Cid escuchó la súplica del sueco a sus espaldas, pero sus ojos estaban clavados en los del italiano que le miraban con terror pues temía por su vida. —¿Que no lo mate? —Miró de arriba abajo al italiano desnudo y sonrió de lado con asco al oler la esencia del de cabellos celestes en su piel, en su hombría. —¿Qué tal si solo le arranco su miembro y termino con tu diversión?

—¡Yo lo amo! —Gritó con desesperación antes de arrodillarse en el piso y pedir misericordia a su creador.

Cid volteó a verlo, consternado ante aquella confesión de amor, observando a su pareja con incredulidad. —¿Lo amas? —Cuando las lágrimas sanguinolentas comenzaron a bajar por el hermoso rostro del vampiro más joven comprendió que lo decía en serio. —Lo amas... —El agarre de su mano al cuello del italiano perdió fuerza, pero aun así lo mantuvo a su lado, tragando duro ante lo que implicaba el amor que tenía su creación hacia el moreno. —Tu dijiste que seriamos una pareja por siempre, que caminaríamos juntos hacia la eternidad.

—¿Qué iba a saber yo en aquel entonces?

—¡Me pediste que te transformara, que ensuciara tu alma y la condenara con ese propósito! ¡Me hiciste beber de tu sangre inocente!

—Cid... —Albafica ahogó un grito al ver como estrellaba de nuevo el cuerpo del italiano contra la pared, acercándose al hispano de rodillas, humillándose para suplicar por su amante que había perdido el conocimiento con el último golpe. —Entrégame a Manigoldo, por favor, él también es un inocente, no lo lastimes más...

Pero Cid usó una de sus afiladas uñas para cortar su mejilla, llevando la sangre que emergió hacia su boca para conocer más del italiano por medio del líquido carmesí. —¡Este tipo es un rufián! —Lo lanzó con desdén hacia el interior de la habitación, donde Albafica lo atrapó para que no se lastimara más. —Roba y asesina para no dejar testigos... No deberías protegerlo, Albafica, mucho menos acostarte con él... ¡Tu deberías haberlo matado!

—¡¿Por qué?! —Exclamó aun en el piso abrazando el cuerpo de su amante. —¿Porque tú y tu moral así lo exigen? El roba para sobrevivir... ¡Así como nosotros matamos para comer, como lo hacen todos los humanos, consumen a seres inocentes más débiles para conservar sus vidas!

—¡No me compares con esa escoria! —Exclamó Cid, sosteniéndose del marco de la puerta para evitarse a si mismo entrar de nuevo, aunque ahora sabía que podía hacerlo y resistir la maldición por más tiempo, posiblemente otro de los dones que obtuvo por su edad milenaria.

—¡Has matado a más gente que este pobre hombre! ¿Con qué derecho te crees mejor que él? —Miró la cruz que siempre había colgado sobre el pecho del pelinegro y bufó. —¿Solo porque te crees un soldado de Dios? ¿De un Dios que permite las invasiones y las masacres de civilizaciones enteras? ¿De un Dios que permitió que asesinaran a su propio hijo? ¿Un Dios que a diario se lleva la vida de cientos de niños inocentes mientras te permite a ti vivir eternamente? —Albafica sonrió al ver como sus palabras consternaban a Cid. —¡Si eres sirviente de un Dios injusto eso te vuelve a ti un injusto!

—¡Cállate! —Las uñas de Cid se encajaron en el marco de la puerta con tanta fuerza que perforaron la pared, destruyéndola. —¡Cállate y deja de decir esas blasfemias!

—¿Blasfemias? —Albafica por fin se puso de pie, con su amado aun inconsciente en brazos. —Para mi no son blasfemias, he vivido más de 200 años y no he visto a Dios, ni siquiera a uno de sus ángeles para creer que su cielo existe. ¡Tú has vivido más de mil años, Cid! ¿Acaso lo has visto? ¿Tienes pruebas de que existe el paraíso, la salvación por la cual estas dispuesto a matar por la eternidad?

Cid respiraba hondo, tratando de mantener el control de sus impulsos, los cuales le pedían silenciar a su creación blasfema y matar a ese rufián que tenía como amante, pero al mismo tiempo su pecho, a la altura donde colgaba la cruz que le obsequió Rekhiario como despedida, le dolía profundamente porque en el fondo las palabras de Afrodita comenzaban a tener sentido.

—Por nuestra apariencia y nuestra naturaleza deberíamos ser sirvientes del diablo, pero a él tampoco lo hemos visto quizás porque no existe, y si el diablo no existe su contraparte tampoco... ¡Solo somos otro depredador más de la cadena alimenticia! —Exclamó agitado, retrocediendo unos cuantos pasos, temiendo la ira que se reflejaba en los ojos violetas del hispano. —Yo no sirvo a nadie, ni a Dios ni a un demente como tú, Cid.

Una lagrima carmesí bajó por la mejilla del pelinegro al observar el desprecio en la mirada que le dirigía el sueco, una que alguna vez estuvo llena de puro amor. —Yo nunca quise que me sirvieras, Albafica. —Su corazón se encogió dolorosamente dentro de su pecho. —Si te transformé fue porque me lo pediste, porque dijiste que me amarías eternamente, en cambio aquí estas, rompiéndome el corazón con ayuda de ese delincuente.

—Fue un error. —El de cabellos celestes frunció sus labios y desvió la mirada, apenado. —Creí que podía amarte hasta el fin de los tiempos, pero ya no te soporto, Cid... ¡Ya no despiertas nada en mí! —Sollozó mientras luchaba por deshacer el nudo de su garganta, un nudo con el que había guardado un doloroso secreto que ya no podía seguir ocultando. —Por eso quería morir... ¡No soportaba la idea de vivir otro lustro, ni siquiera otra década más contigo! Pero este bello hombre... —Acarició la mejilla del italiano inconsciente. —Me regresó mis anhelos, mis deseos, mis ganas de seguir viviendo, el redibujo la sonrisa que tu borraste con tu marchita presencia.

Otra lagrima bajó por sus mejillas que ya estaban sucias por la sangre seca, retrocediendo un par de pasos hasta topar con pared, dejándose caer por ella hasta el suelo, sintiéndose abatido por el dolor de su corazón que se rompía un poco más con cada palabra que pronunciaba el dueño de este. —Eres cruel, Albafica...

—¡No! —El sueco dejó a su nuevo amante para ir con Cid, aprovechando que estaba tan devastado que dejó de representar una amenaza, por lo que acunó sus mejillas con sus delgadas y delicadas manos, sosteniendo su rostro con ternura antes de besar sus labios para consolarlo. —No soy cruel, Cid, solo soy realista.

Cid comprendió la realidad que Albafica le mostró. Ese amor eterno que dijo sentiría por él solo fue una mentira, por lo que lo dejó en Venecia para que hiciera lo que su voluntad quisiera en compañía de su amante y para distraer su corazón roto volvió a recorrer el mundo durante casi 5 décadas, en las cuales solo observó el caos de la humanidad, los celos, sus ambiciones egoístas y la poca empatía que había entre las criaturas que supuestamente estaban hechas a semejanza de su Dios, un dios al que nunca había visto, ni siquiera había sido testigo de uno de sus milagros, uno en el que quizás quiso creer y servir como medida desesperada para justificar su vida vampírica que de nuevo carecía de sentido y de salvación.

Tomó la cruz que colgaba en su pecho y tiró de ella para romper la cadena. Ya no serviría a fuerzas invisibles ni a ideas inexistentes, pero guardó la cruz en el bolsillo izquierdo de su pantalón, donde también se encontraba una moneda con el nombre y el rostro grabado de su primer amor, y de nuevo se dispuso a dormir para descansar de la humanidad que encontraba cada vez más cruel y despiadada.

Cien años después abriría los ojos al no soportar más el hambre. Miró sus manos, estaban más blancas que nunca, su cuerpo parecía ser uno cincelado por un gran artista en mármol, pero el ayuno lo había adelgazado, dándole un aspecto aterrador.

Había olvidado que esta vez se había enterrado en tierras griegas, aproximándose a la ciudad ateniense con calma, aunque tenía hambre no tenía prisa. Fue entonces cuando lo vio, un hombre heleno, rubio, que lloraba desesperanzado por los caballos que había espantado inconscientemente con su aterradora presencia sobrenatural, y en sus ojos azules pudo observar la nobleza que creía perdida en las personas, una que le daba a su rostro un aspecto todavía más encantador y apetitoso.

Saltó sobre él para saciar su hambre después de haber dormido por tanto tiempo solo, sin esperanzas y con el corazón roto. Ya alimentado, después de recuperar su belleza a costa de exponer la vida que aún se aferraba débilmente entre sus brazos, se dio cuenta que había bebido la sangre de un inocente tan puro, uno que odiaba tanto las injusticias de sus congéneres que prefería vivir aislado entre animales para ignorarlas, uno de belleza angelical, como se vería cualquiera de los querubines pintados en las obras religiosas más prestigiadas de haber crecido y alcanzado la madurez, arrepintiéndose al instante por haberlo profanado con sus dientes. —Oh no...






*+*+*

Con este pequeño paréntesis terminamos la vida de Cid, una con la que espero se entienda un poco más el personaje, la razón por la que solo se alimenta de malhechores y el motivo por el cual no quiere transformar a Sísifo.

De nuevo me desvié de la canción, upsi <3

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