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*6*

Aunque Cid era estricto, muy en el fondo deseaba cumplir todos los deseos de Sísifo.

Sísifo era un hombre humilde, que solo quería una vida tranquila. Trataba de no meterse con nadie, ni de enterarse del chisme de la gente, pero la gente parecía estar encantada con él. Tenía un aura tranquila, un rostro noble, su voz era suave y cálida, siempre trataba a todos con respeto, aunque no quisiera relacionarse tanto, y cuando una sonrisa se formaba en su atractivo rostro derretía corazones.

Sísifo no solo sabía domar caballos, también encantaba a las personas sin la necesidad de las habilidades sobrenaturales de Cid, quien tampoco era inmune a sus encantos; varias veces lo hizo flaquear, pero por su propio bien debía mantenerse firme con él.

Sísifo era un hombre sencillo y Cid podía darle cualquier lujo que él quisiera. Aunque fuera un vampiro, comprendía que en el mundo gobernado por el hombre se manejaba con dinero y bienes y en su muy larga vida había acumulado una fortuna la cual apenas y gastaba, pero podía conseguir lo que quisiera. Si Sísifo le pedía que le comprara una linda casa en el centro de Atenas podía hacerlo, pero al rubio no le importaban los lujos.

Lo único que quería era su compañía y su afecto, poniendo en aprietos al vampiro de vez en cuando.

Era un atrevido.

Cid llegó a preguntarse si la pasión vigorosa del rubio era tan grande que nublaba su juicio y lo hacía olvidar la diferencia entre ambos, las cuales no desaparecían del todo incluso cuando estaba recién alimentado y su cuerpo tomaba ciertas características humanas, pero ni bebiendo toda la sangre del mundo sería un humano verdadero, por lo cual Sísifo nunca estaría enteramente seguro con él.

Sus mordidas ya le habían hecho daño y sus visitas nocturnas le quitaban el descanso, aunque durante estas Sísifo daba todo de si para disfrutarlas con el vampiro. La confianza con la que lo trataba, sin miedo, la forma en la que le hacía el amor y como convivían le daba un poco de normalidad a la vida de Cid.

Así es como Sísifo lo hacía sentir, como un hombre, un humano común y afortunado y le estaba tan agradecido con él por hacerlo sentir de esa forma que le permitía hacerlo suyo.

Cid no necesitaba del sexo para sentir placer, eso lo conseguía al beber la sangre caliente de un humano, sea quien sea. Cuando bebía sangre se perdía en ese cálido momento, sus sentidos se desbordaban, desorientándolo y sofocándolo entre corrientes de placer, sintiendo como sus cuerpos se conectaban y sus corazones se volvían uno hasta que el de su víctima llegaba a su límite y decaía al perder todas sus fuerzas.

Sin embargo, Sísifo era otro cantar. Era un hombre joven, fuerte, vigoroso y sus necesidades eran las de una persona normal, al igual que sus deseos, los cuales a veces le partían el corazón a Cid, pues, aunque quisiera darle el cielo y las estrellas tampoco podía darle todos los placeres de los humanos, y comenzó a sentirse peor cuando tuvo que negarse a seguir dándole los placeres que disfrutó de su especie por su seguridad.

Sísifo había llegado a disfrutar de sus mordidas, se estremecía cuando sus colmillos perforaban su carne y cuando sentía como si tiraran de su corazón y de su vida cuando bebía de él, hasta perderse en el calor de su cuerpo entre sus brazos donde sentía que flotaba. Pero después de enfermar Cid le negó el dulce beso de su mordida, no quería que Sísifo perdiera sus fuerzas, mucho menos hasta quitarle su luz, sin importar cuanto lo demandara ni los trucos que utilizara; ya ni siquiera al besarlo normal podía ceder el control pues Sísifo buscaba rasgar su lengua con sus colmillos.

Y sobre volver a darle de beber de su sangre... Eso era algo que Cid juraba jamás volvería a permitir.

Pero ahora no solo tenía que lidiar con sus ojos de cachorro necesitado, sino que también tenía que resistirse a los de cachorro castigado.

—¿Cid?

—Dime...

El rubio se sentó a su lado después de haber estado recostado sobre su regazo. Se encontraban a las orillas del rio Cephisus donde armaron una pequeña fogata aprovechando que el día había estado despejado y que aparentemente no llovería en la noche. —Puedo entender porque temes darme tu mordida, pero ¿puedo saber porque no quieres darme de beber tu sangre?

Cid se removió en su sitio, incómodo, bajando la mirada para huir de los curiosos ojos azules.

—Se sintió muy bien... —Siguió presionando con su mirada azulada. —¿Es eso lo que sientes al morderme?

—Si.

El rubio sonrió, aunque hubiera conseguido una respuesta seca y corta. —Entonces... ¿a qué le temes? ¿Temes que me sienta tan bien que no me pueda controlar y ponga tu vida en riesgo? ¿O temes que...? —Desvió la mirada de un lado al otro mientras pensaba rápidamente. —¿... temes que quiera ser como tú? ¡¿Qué me vuelva como tú?! —Se percató del horror en su mirada ante esa idea por lo que miró a Cid perplejo. —¡Me puedes convertir en alguien como tú! ¡¿Es así como sucede?! —Estaba tan emocionado que no le dio oportunidad de responder las primeras preguntas.

Cid frunció el ceño, le incomodaba lo emocionado que estaba el rubio. —Ni siquiera lo pienses...

—Cid, respóndeme por favor. —Pero el aludido seguía resistiéndose en sus silencios. —Me dijiste que habría tiempo para conocer más de ti, pero sigues sin querer compartir nada conmigo. —Apretó sus puños pues realmente quería saber más de él, pero se había convencido a esperar a que se sincerada, sin embargo, seguía sin suceder. —¡Si tú no cumples tu promesa yo romperé la mía y seguiré buscando en todos los libros a mi alcance!

Cid pasó su mano desnuda por sus por su cabello, frustrado por la insistencia del rubio. —De acuerdo, te responderé 3 preguntas que se puedan responder con un "si" o "no" sobre vampirismo, así que formúlalas con cuidado, no pienso entrar en detalles.

Sísifo chasqueó la lengua insatisfecho, pero tendría que conformarse. —¿Es así como nace un vampiro? ¿Bebiendo de la sangre de uno?

—No y no. Te queda una pregunta.

—¡Pero si solo he hecho una!

—No es cierto, preguntaste dos... Te dije que las formularas con cuidado.

—¡Cid!

El aludido sonrió de lado al ver su expresión de reproche. —Está bien, te daré otra oportunidad.

—Comencemos de nuevo con las tres preguntas. —Antes que Cid pudiera reclamarle que solo debían ser dos cubrió su boca con su mano para evitarlo, al rubio parecía que se le olvidaba que Cid se trataba de un asesino sobrenatural.

—¿Entonces si fuiste humano? —Las cejas del pelinegro se arquearon, sinceramente se sorprendió que desperdiciara una pregunta pues pensó que eso era obvio. —Creo recordar que me dijiste que te recordara como era ser uno la primera vez que te hice mío, pero quiero que me confirmes si es que escuché bien esa vez o si solo eran ideas mías en mis delirios de placer.

—Escuchaste bien, la respuesta es "si", fui humano. —No supo como interpretar la expresión de Sísifo, había una pequeña sonrisa en su rostro, pero su mirada agachada denotaba tristeza, ¿acaso le tenía lástima?

Pero después sus ojos brillaron de nuevo con cierta ilusión en ellos. —¿Puedes transformar humanos?

Cid tragó duro, no le gustaba en lo más mínimo el interés particular que se notaba tras esa pregunta, pero debía cumplir su palabra y responderla con sinceridad. —Si, si puedo transformar humanos.

De nuevo volvió a resplandecer el brillo que había en los ojos de Sísifo, acentuándose más la ilusión en ellos. —¿Planeas transformarme?

Cid respiró hondo y cerró los ojos, sintiendo como su corazón se le estrujaba al dejar salir el aire. Cuando los abrió pudo ver en sus ojos azules que lo quería, el muy ingenuo quería lo que él consideraba una maldición.

La expresión de Sísifo cambió ante su silencio que se llevó sus ilusiones y lo intercambió con tristeza y decepción, bajando la mirada, apenado, resistiéndose a alzarla cuando Cid se arrodilló frente a él para acunar sus mejillas.

—Sísifo, yo te puedo dar todo lo que este mundo puede ofrecer, riquezas, conocimiento, experiencias exóticas e inigualables... Te puedo llevar a vivir a donde te plazca en tu propia mansión, podemos recorrer el mundo entero y disfrutar de él. —Dijo acariciando sus mejillas. —Podrías dejar esta ciudad y vivir cómodamente conmigo.

Sin embargo, a pesar de sus palabras la expresión de Sísifo se fue ensombreciendo más y más hasta que se cansó y atajó las manos pálidas de Cid para obligarlo a soltar su rostro. —¿Me estas menospreciando, Cid? No me molesta ser un hombre inculto que nunca ha salido de su país. Amo mi trabajo, me gusta mi vida sencilla en mi casa humilde junto al establo y también me gusta vivir en Atenas... ¡Estoy orgulloso de ser ateniense! Solo odio a los turcos y sus injusticias. —Frunció las cejas al recordar algunas de las atrocidades que le había tocado presenciar en su vida además de la que sufrió en carne propia.

—Entonces podemos quedarnos aquí si tu lo quieres. —Dijo tomándolo de los brazos. Le daría lo que fuera para hacerlo tan feliz como él lo hacía, incluso cuando hacía esos desplantes de humano. Lo comprendía pues era parte de la tragedia de la vida, nacer para desear y tener sueños que serían truncados por la condena inevitable de la muerte. Cid realmente quería hacerlo feliz, podía hacer todo menos sumirlo en su maldición, aunque al no encontrar sentido alguno en la manera en la que el domador pensaba lo confundió. —Sísifo, si no quieres dejar Atenas y tu vida humilde, ¿entonces por qué quieres ser vampiro?

"Porque quiero estar contigo para siempre." Eso fue lo que quiso decir, pero las palabras no se atrevieron a salir de su boca, guardando esa confesión en su interior con recelo. —Primero respóndeme esto... ¿Qué fue eso cuando dijiste que no creías que la muerte sea peor que estar sin mí?

—Delirios de borracho. —Respondió con seriedad.

—¿Y cuando me dijiste que era tuyo, que sería tuyo y seríamos uno para siempre? Eso me lo decías antes de beber mi sangre.

—Delirios de enamorado.

Los ojos de Sísifo recuperaron un poco de su brillo y lentamente entrelazó sus dedos con los del pelinegro. —¿Me amas?

—Mucho... —Dijo con honestidad mirándolo a los ojos con una tierna sonrisa. —Sísifo, no sé si exista el cielo, y si lo hace no creo que yo pueda entrar en él, pero cada vez que te veo pienso que existe y que los ángeles se deben ver como tú, tienen tu belleza celestial y a la cálida sencillez de tu alma. Pero si te convierto ya no te podría decir "humano", Sísifo, y me gusta llamarte así, me gusta recordar que lo eres, tan lleno de vida, tan frágil, tan lleno de sueños e ilusiones. Convertirte sería egoísta de mi parte pues te estaría condenando a esta maldición y temo que tú te arrepientas y en tu arrepentimiento me odies y te odies a ti mismo.

—¡Pero yo quiero estar contigo para siempre! —La sincera preocupación de Cid poco le importó, revelando sus verdaderos deseos. —¡Y si lo estamos no me arrepentiré de nada!

Cid volvió a respirar profundo y de nuevo, al dejar salir el aire, sintió como su corazón se oprimía, cerrando los ojos para tranquilizarse un poco. Eso era precisamente lo que temía... —Puedo quedarme aquí contigo por el resto de tu vida si así lo quieres, Sísifo.

Pero eso no era lo Sísifo deseaba y Cid lo sabía en el fondo, desesperándolo con sus evasivas que intentaban tergiversar sus pensamientos. —No, Cid. —Se levantó del suelo de golpe, desesperado. —Lo que yo quiero es estar contigo para siempre y sabes bien a que me refiero.

—Sísifo... —Cid se puso de pie para estar a la altura del ingenuo rubio que desconocía una de las verdades de la vida. —El amor eterno no existe. —Un conocimiento que adquirió de manera empírica y como resultado  obtuvo su corazón roto en el pasado. —Ustedes, los humanos son dichosos porque pueden amar hasta que sus cortas vidas se extinguen, pero para un ser que vive más de cien años con facilidad no existe el amor eterno. —Dio unos pasos hacia Sísifo para acortar la distancia entre ellos, volviendo a sujetarlo de los hombros, quien tembló con el ligero contacto. —Siempre es así de hermoso al inicio, en la etapa del enamoramiento, de la admiración y la fascinación cuando todo es novedoso y excitante, pero el amor no es eterno, se pierde con la monotonía, con lo predecible y es desplazado cuando aparece una persona nueva que trae consigo esa sensación de frescura y aventuras nuevas.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque yo también pensaba igual que tú, Sísifo. Me enamoré y pensé que podríamos compartir juntos la eternidad, pero hasta que me rompieron el corazón por las razones que comenté fue que lo comprendí. El amor eterno no existe. —Repitió con tristeza al recordar lo que sintió en aquella ocasión, su amado sueco de belleza inigualable enloqueció al comprender la condena que había aceptado, la maldición eterna que dejó de ser soportable cuando la compañía de Cid dejó de emocionarle después de más de 200 años juntos.

Cid había tenido que impedir infinidad de veces que se inmolara bajo el sol para acabar con su vida, no quería perderlo, mucho menos que se matara por arrepentirse de aceptar el beso que le dio la inmortalidad y porque fuera infeliz a su lado. Con ese motivo se fueron a vivir a Italia para reavivar el fuego de su amor, pero nunca imaginó que sería ahí donde su hermoso sueco conocería a un joven impertinente y arrogante que renovó sus deseos de vivir, un hombre por el cual dejó a Cid para comenzar una nueva vida.

—No sabes lo que me pides Sísifo. —Apretó los puños mientras bajaba la mirada, no quería que viera sus ojos teñidos por las lágrimas de sangre que se negaba a derramar. —Vivir eternamente a costa de la vida de otros, aunque se traten de maleantes, es una maldición y tu eres demasiado bueno para soportarlo... —Volvió a acunar sus mejillas y depositó un pequeño beso en los labios de Sísifo que también tenía los ojos cristalizados en ese momento. Si su compañero sueco que había sido un luchador sin benevolencia cuando era un humano se rompió con el transcurso del tiempo estaba seguro que la bondad de Sísifo lo torturaría de una forma tan dolorosa que olvidaría rápidamente el amor que decía sentir.

Sísifo gimió al profundizar el beso y  cuando fue correspondido un par de lágrimas bajaron por sus mejillas mientras sus manos se deslizaban por el sedoso cabello negro de Cid; un beso que demostraba el amor de ambos, pero que al mismo tiempo les supo amargo, su amor sincero había topado contra una pared la cual el rubio deseaba derrumbar, pero el vampiro deseaba mantener; ambos deseaban futuros diferentes.

El vampiro estrechó fuertemente al rubio después de romper ese beso, sufriendo en silencio mientras este sollozaba quedamente entre sus brazos, aferrándose a su espalda, clavando sus dedos en la piel dura de Cid. Se odiaba en ese momento, odiaba hacerlo sufrir, romperle sus sueños y sus ilusiones que estaban motivados por la pureza de su corazón y la ingenuidad de su mente, pero, aunque le dolía era su obligación cuidar y proteger a su hermoso y noble humano, uno tan puro que le devolvió su fe en el cielo, uno al cual no debía mancillar con su egoísmo, uno al cual debía dejar antes de corromper y condenar su alma.

—No quiero perderte, Sísifo. —Susurró con sinceridad, enjugando sus lágrimas para después bajar sus manos por su rostro y su cuello, deteniéndose en sus hombros anchos que temblaban.  —Por favor, piensa mi propuesta, puedo acompañarte el resto de tu vida, estaría encantado si me concedes ese honor, incluso si quisieras formar tu propia familia permaneceré a tu lado.

Sísifo pasó saliva al contemplar la sinceridad en sus palabras que se reflejaban en sus ojos junto al amor que sentía por él, uno que no comprendía del todo pues no deseaban lo mismo. —¿Realmente crees que me estas salvando de una maldición, Cid?

El aludido asintió en silencio sin despegar la mirada de sus ojos azules, pensando que por fin el domador lo estaba comprendiendo.

—¡No te creo!

Mas sus ojos se abrieron de golpe ante la actitud necia del rubio, ocasionando que la expresión de dolor y miedo por perderlo volvió a su semblante.

—Si realmente crees que tu vida como vampiro es una maldición entonces, ¿por qué sigues viviendo?

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