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*5*

La temporada de lluvias había llegado antes a Atenas, tomando por sorpresa a los pobladores.

Los cielos se oscurecieron con pesadas nubes cargadas de agua y fueron surcados por relámpagos que rugían monstruosamente al tocar tierra, alterando los nervios de los más sensibles.

La lluvia torrencial cayó sobre Sísifo y sus ayudantes justamente cuando los caballos estaban pastando. Rápidamente los jinetes fueron guiándolos de manera ordenada de regreso al establo cuando un rayo ocasionó un estruendo terrible, provocando que los caballos se alteraran y comenzaran a relinchar histéricos al estar en campo abierto, su instinto les ordenaba buscar refugio así que salieron corriendo despavoridamente.

Los jinetes reaccionaron rápidamente bajo las instrucciones que Sísifo les dictaba, pero uno de sus ayudantes, el más joven e inexperimentado, no pudo contener a dos caballos, los cuales salieron corriendo en dirección contraria. Sísifo dejó al mando a su mano derecha, Kardia, para que guiara al resto de los caballos mientras él y otro de sus hombres más capaces fueron tras los faltantes.

Cabalgaron bajo la lluvia, no dejarían de hacerlo hasta capturarlos y regresarlos sano y salvo, ya con la reprimenda pública que sufrió Sísifo todos conocían lo que les esperaría si perdían a uno de los hermosos ejemplares del gobernador, maldiciendo su suerte pues se trataban de otros de los caballos provenientes de Arkhal.

Afortunadamente, lograron lazarlos antes que llegaran al río Cephisus que había aumentado peligrosamente su caudal en cuestión de minutos, impidiendo que los animales se pusieran en un riesgo mayor.

A pesar de las dificultades todos los caballos regresaron al establo donde estarían seguros durante la tormenta, y Sísifo descansaría tranquilo sin ninguna preocupación, no tendría que pagar ninguna deuda con el gobernador, aunque no imaginó que su cuerpo le cobraría caro el cabalgar durante un par de horas bajo la lluvia.

A la mañana siguiente amaneció con la garganta reseca y una temperatura elevada que lo hacía sentir débil y mareado, no paraba de jadear por el dolor que penetraba en todos sus huesos.

Sus ayudantes llamaron a algunas mujeres para que lo cuidaran, las cuales prepararon comidas nutritivas y tés para fortalecerlo, pero el rubio se encontraba tan débil que apenas probaba bocado y tomaba líquidos.

Pasó otro día y su cuerpo no mostraba mejorías, por lo que ahora sus ayudantes recurrieron a la asesoría de un médico.

Era el tercer día en el seguía padeciendo en cama. 

Nunca lo dejaron solo, en especial porque una jovencita se negó a apartarse de su lado, la cual se encargó de cambiar el paño húmedo de su frente, de limpiar su sudor cada que lo necesitara y se aseguraba que tomara la medicina correspondiente y se mantuviera hidratado.

El domador estaba agradecido con ella. No la conocía mucho, pero formaba parte de la servidumbre del gobernante y de vez en cuando sus caminos se encontraban en los cuales intercambiaban unas cuantas palabras. Sin embargo, estaba oscureciendo y ese era el día en que debía verse con Cid, sabía que no estaba en condiciones para hacerlo, pero prefería su compañía.

Observó por su ventana y el cielo ya estaba completamente oscuro mientras una pesada lluvia caía. Desconocía que hora era, pero debía ser muy tarde y la joven seguía ahí a su lado. Trató de dormir un poco, solo unos cuantos minutos. Cuando volvió a abrirlos la lluvia se había aligerado, era el momento adecuado. Aclaró su garganta, llamando la atención de la joven pues  se había quedado dormida en la silla.

—¿Sasha? —Trató de sonreír cuando sus ojos se encontraron, intentando poner su mejor semblante y contener los temblores de su cuerpo por la fiebre. —Es muy tarde, deberías ir a tu casa a descansar.

—¡Pero, Joven Sísifo! —Replicó angustiada. —Usted no puede quedarse solo en estas condiciones. Su fiebre sigue siendo muy alta.

—No es cierto. —Mintió con una linda sonrisa, esforzándose por ser convincente. —Gracias a ti ha disminuido, me siento... mucho mejor, Sasha. —La chica intentó llevar su mano a la frente de Sísifo para verificarlo, pero cuando este frunció sus cejas gruesas y se hundió en la almohada para alejarse se contuvo, percibiendo su molestia, la cual la consternó. —Perdón, discúlpame... Has sido tan dulce conmigo, Sasha. —Volvió a sonreír en aquella habitación que apenas era iluminada con una vela. —Pero tú también tienes que descansar. Me ayudarás mucho mejor mañana si hoy duermes bien en tu casa. Te prometo que estaré bien.

Resignada y confundida se marchó, dejando al domador enfermo en solitario, quien aprovechó ese momento a solas para taparse, pues, aunque su cuerpo estuviera empapado de sudor por la fiebre, tenía muchísimo frío.

Sísifo trató de dormir un poco para tratar de desconectarse del dolor de su cuerpo, pero este era tanto que arruinaba sus posibilidades de descansar mientras esperaba impacientemente por su habitual visitante, el cual se estaba tomando mucho más tiempo de lo normal.

—Cid... —Lo llamó entre sus agónicos jadeos con su voz débil. Sabía que el vampiro podría escucharlo si lo llamaba. —Cid... por favor. —Pasó saliva por su adolorida garganta, observando con insistencia la puerta, la cual seguía sin abrirse, provocando que sus ojos se cristalizaran ante la desilusión. No lo había llamado en las noches anteriores porque quiso respetar sus citas programadas, pero justo cuando el día llegó, este no aparecía. —Por favor...

De una de las sombras en el rincón de su habitación destellaron unos ojos violetas, sobresaltando en un inicio al domador, pero en seguida una sonrisa genuina se formó en su rostro.

—Viniste. —Sus ojos escocían por la fiebre, mas se alegró de verlo cuando el pelinegro salió de las sombras, entrando al campo de iluminación de la vela, estaba empapado y su cabello estaba estirado hacia atrás por el agua que lo humedecía.

Cid guardó silencio, no había llegado tarde a su encuentro con Sísifo, pero quiso mantenerse lejos incluso cuando la joven de cabellos lilas se marchó, de la cual pudo percibir sus intenciones con Sísifo, estaba profundamente prendada de la belleza y el carisma del capataz del establo. Bajó la mirada y frunció sus cejas delgadas con pesar, borrando la sonrisa del rubio.

—¿Cid? —Se forzó de nuevo a hablar con su garganta irritada mientras temblaba bajo la cobija, sin comprender porque se estaba haciendo tanto del rogar en ese momento en el que apenas podía hablar y no podía ir hasta él. No entendía porque se lo ponía más difícil. En ese momento deseó no haberle dicho que dejara de leer su mente, al menos así podría percibir sus reclamos. Trató de hacer un último esfuerzo para insistirle, pero la mirada evasiva de Cid lo decía todo sin necesidad de palabras. —Vete.

Los ojos de Cid se abrieron de golpe y alzó la mirada, tragando duro ante su pedido. Apretó los puños enguantados mientras decidía que hacer, su razón le decía que se marchara, que no tendría voluntad para contenerse si se quedaba, pero ignorando todo pensamiento de su cerebro se sentó a su lado, en la misma silla que había ocupado la joven. —Tienes que quitarte ese cobertor, Sísifo.

El aludido frunció los labios cuando Cid lo destapó de la pesada y abrigadora tela. —Todos me... me quieren matar de frío. —Dijo tiritando, si tuviera las fuerzas para levantar sus brazos se abrazaría a sí mismo para calentarse.

—Te estás muriendo de fiebre, Sísifo —Respondió con tristeza, volviendo a mojar el paño húmedo con el agua limpia que había en una cubeta para colocarlo sobre su frente. Nadie esperaría que alguien como Sísifo enfermara de esa forma, era un hombre fuerte, bien alimentado, y Cid sabía que si la enfermedad de Sísifo había evolucionado de esa manera tan peligrosa fue por sus mordidas que lo debilitaron constantemente. —Te he hecho daño.

Sísifo tembló y se quejó ante el contacto que sintió helado, pero aguantó quieto, comprendía que lo hacía por su bien, sonriendo débilmente, complacido pues por fin contaba con la compañía que realmente había deseado.

Cid suspiró al ver la sonrisa en su rostro. —No me creas cruel por no querer estar aquí a tu lado, Sísifo, desde que oscureció estuve fuera de tu pequeña morada, la lluvia poco me importó... —Comenzó a limpiar el sudor de su rostro con delicadeza, bajando por su cuello y parte de su pecho, mientras el rubio jadeaba pues la frialdad del paño se sentía como pequeñas cuchillas en su cuerpo sobre sus huesos adoloridos. —... pero no me atrevía a entrar porque temía que mis ojos comprobaran lo que mi olfato había percibido, y temía que tu apariencia frágil y debilitada estrujara mi antiguo corazón.

Los ojos irritados de Sísifo se cristalizaron al observar con la poca luz que ofrecía la vela la angustia en los ojos del vampiro, esa no era una buena señal, preocupándolo y ahora tembló por otra razón aparte de la calentura.

—Y me temo que mi voluntad no es tan fuerte como me gustaría para presenciarlo.

—¿Voy a... morir?

Cid achicó la mirada, pero negó lentamente con la cabeza. —Sinceramente no lo sé. El cuerpo humano aún es un enigma, incluso para alguien como yo. Puedes estar sintiéndote mal ahora, pero quizás mañana estés mejor. —Acarició su cabello rubio, peinándolo hacia atrás mientras el domador continuaba temblando, haciendo que sus dientes castañearan.

Cid quería tener fe, ser positivo, pensar en que Sísifo se recuperaría, pero la dura imagen de la realidad no lo dejaba engañarse, su fuerte domador estaba abatido a causa de una fiebre mortal, una que podría mandarlo a dormir para nunca volver a despertar, arrebatándole su belleza y su pasión.

—Sísifo... —Cid comenzó a quitarse uno de sus guantes mojados, descubriendo su diestra. —No quería entrar, no quería verte porque sabía que no lo podría soportar, no podría verte sufrir y quedarme de brazos cruzados. Créeme cuando digo que nunca deseé alterar tu destino, sea cual sea, mi bello domador, pero si este es que mueras de esta forma me niego a aceptarlo.

Sísifo observó como Cid llevó su índice a su boca y lo rasgaba con uno de sus colmillos, haciendo que un hilo grueso de sangre comenzara a derramarse, el cual llevó temeroso a los labios del rubio.

—Bebe...

Los ojos azules de Sísifo lo miraron con incertidumbre, pero los cerró al mismo tiempo que cerró sus labios alrededor de la herida, probando ese líquido cálido y espeso que a pesar de tener un sabor metálico le pareció dulce y mientras se deslizaba por el interior de su cuerpo una corriente cálida de placer hizo lo mismo, abriendo los ojos de golpe ante la sorpresa, los cuales se humedecieron por la emoción que lo alborotaba. 

Sísifo succionó de la herida de su piel como si su vida dependiera de ello, recibiendo la sangre sanadora que Cid le ofrecía, su dulce sangre de inmortal que había curado sus males mortales, la cual se volvió una con su cuerpo. 

Podía sentirla, las corrientes de su cuerpo que desbordaban sus sentidos eran el producto de su sangre. Los latidos de su corazón se aceleraron e increíblemente, aunque no estaba contra el pecho de Cid para asegurarlo, podía sentir como ambos se sincronizaban como si fueran uno, conectándose, siendo uno de una manera que nunca creyó experimentar.

Se preguntó si esa sensación que lo azoraba, que lo hacía sentirse perdido en el manantial que ahora le parecía el cuerpo del pelinegro, era la misma que sentía Cid al beber de él, una sensación tan agradable y placentera, pero al mismo tiempo ambiciosa y demandante, egoísta. No tenía intenciones de dejar de beber pronto.

"Tu sangre es mi sangre,

Mi casa es tu piel,

Tu lívido mi aire,

Mi ser está en tu ser.

Déjame ver cómo es que tu sientes..."

Cid frunció las cejas cuando Sísifo metió todo su dedo dentro de la boca en un arrebato, succionándolo con vehemencia, introduciéndolo una y otra vez para jugar con él y con su herida, delineándola con su lengua, presionando para que la sangre siguiera brotando, haciendo que las mejillas del pelinegro se encendieran cuando los ojos azules se clavaron en sus ojos violetas.

—Es suficiente, Sísifo.

Pero el aludido se aferró con sus nuevas y revitalizadas fuerzas a la muñeca de Cid, sentándose en la cama sobre sus talones cuando Cid trató de retirar el dedo de su boca, quien no se veía muy cómodo, pero sus mejillas rojas demostraban la excitación ante el sugerente espectáculo que el rubio le estaba dando.

—¡Basta! —Retiró su dedo de golpe. Nunca planeó permitir que bebiera tanta sangre, solo quería darle la suficiente para que sanara, pero cuando Sísifo comenzó mostrarle semejante imagen su voluntad volvió a flaquear, perdiéndose en las sensaciones que el domador extasiado provocaba, quien no había tenido suficiente y llevó sus manos desesperadas hacia su faja para deshacer el nudo y tener acceso a su entrepierna. —¡He dicho que basta!

Sísifo fue sujetado de ambas manos, alzando la vista cuando escuchó un rugido, encontrándose con los colmillos nocivos y peligrosos de Cid que lo hicieron recuperar un poco de razón a base de miedo después de perderse en el efecto afrodisiaco que lo avasalló al beber la sangre del vampiro, pero no se rendiría. —¡Sé que tú también lo quieres! Estas duro, quieres esto tanto como yo. —Del domador convaleciente ya no quedaba nada, solo el sudor que empapaba su pequeño catre y su ropa y el olor de herbolaria medicinal.

—No, sabes que no me gusta.

—Te limitas solo porque tu cuerpo funciona diferente al mío aunque disfrutamos lo mismo, pero no me molestan tus orgasmos secos o que gotees un poco de sangre. —Suplicó en silencio con su linda expresión de cachorro necesitado.

Cid no pudo resistir a la mirada de sus ojos azules, así que lo soltó de las muñecas para acariciar tiernamente su mejilla que aun brillaba por el sudor, pero no cambiaría de parecer precisamente porque su cuerpo funcionaba diferente al de Sísifo y si apenas pudo tener la voluntad para quitarle su dedo no quería imaginar lo que sucedería si fuera otra cosa lo que se perdiera en su boca. —No lo permitiré Sísifo, así que desiste.

—¿Y si tu lo haces para mi? —Sísifo llevó su mano hacia la boca de Cid e intentó introducir uno de sus dedos en su calidez, pero Cid atajó su extremidad imprudente. 

—¿Realmente crees que es buena idea llevar tu hombría inyectada de sangre a mi boca con colmillos afilados? —Hizo una pausa y después besó el dorso de su mano. — No te confíes de mi voluntad, Sísifo, hoy te he demostrado que llega a quebrarse. —Llevó su otra mano a su frente, despejándola del flequillo que se había pegado a su piel, y sonrió de lado, complacido porque ya no había rastro de la fiebre del domador. —Estás mucho mejor, pero aún así debes descansar. Cámbiate de ropa, no puedes dormir con esta empapada.

Sísifo comenzó a desvestirse a regañadientes, Cid le había arruinado la diversión. —Puedo dormir desnudo. —Señaló con una sonrisa pícara, esperando que su desnudez hiciera el truco en el pelinegro.

—El efecto de mi sangre no es eterno, Sísifo. —Se alejó para buscar una muda limpia entre sus pertenencias. —Te volverás a enfermar si andas de imprudente. —Le pasó el cambio, ayudando a vestirlo, sonriendo un poco al ver su expresión de frustración. Después de todo lo entendía, Sísifo era un hombre en el apogeo de su vida, nunca tendría tanta vitalidad como la que tenía a esa edad y simplemente quería descargarla con él. —Por ahora tienes que descansar. Quédate otro día en cama, guarda las apariencias y haz todo lo que los tuyos te digan para que te recuperes, aunque ya no lo necesites.

—¿No te quedarás conmigo? —Preguntó después de ponerse una playera limpia y seca.

—No. —Respondió a secas. —Ya he sido bastante mala influencia para ti esta noche, es suficiente.

Pero Sísifo lo tomó de una mano para impedirle que se marchara. —Quédate conmigo por favor. Te prometo que me comportaré, haré lo que me pidas si me permites dormir en tus brazos, me es más fácil conciliar el sueño a tu lado.

Cid lo meditó unos instantes, tratando de no mirarle pues sabía que Sísifo usaría sus hermosos ojos azules de cachorro para convencerlo.

—Por favor... —Suplicó con un suave susurro y llevó la mano desnuda de Cid hacia su rostro para restregarla contra su mejilla, buscando, aunque sea una migaja de su afecto, el cual deseaba intensamente.

—Estoy empapado, Sísifo.

Su patética excusa tenía una solución tan sencilla y obvia. —Entonces duerme desnudo, tú no te enfermaras por hacerlo.

Cid volvió a meditarlo en silencio, su insistencia por mantenerlo consigo siempre le enternecía. —Está bien.

Sísifo rápidamente se acomodó en su pequeño lecho, pegándose a la pared para darle espacio, emocionado por volver a dormir con él.

Una vez que Cid estuvo desnudo se recostó frente a él, ambos de costado y dejó que Sísifo escondiera el rostro en su pecho, lo que le daba acceso a disfrutar del dulce aroma de sus cabellos dorados y sedosos, llenando su espalda de caricias para relajarlo mientras el domador delineaba tímidamente su pecho. —Te advierto que si te pones impertinente te dormiré a la fuerza y me marcharé.

Sísifo rio divertido ante su amenaza la cual no era necesaria, cumpliría su palabra.

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