*4*
—Eres mío. Serás mío. Tú y yo seremos uno para siempre.
Susurraba Cid contra su oído cada que iba a clavar sus colmillos en la suave carne de Sísifo para beber su sangre.
Atenas era un caos. Mientras el tiempo pasaba, todos los días aumentaba el número de muertos que perecían por causas que ningún médico podía explicar. Con la aparición de los primeros cuerpos pensaron que eran casos aislados de muerte súbita, pues aparentemente los occisos estaban sanos antes de su muerte, pero conforme los números aumentaron la situación comenzó a ser más y más alarmante. Algunos llegaron a considerar que era el inicio de una plaga, pues escaló entre los niveles sociales de uno en uno y actualmente no discriminaba entre la población, cualquiera podría ser el siguiente en "enfermar", o al menos eso era lo que los atenienses y los turcos pensaban.
Sísifo no estaba preocupado en lo absoluto, ya reconocía el trabajo de Cid y, aunque repudiaba lo que hacía justificado con que se trataban de malhechores de la sociedad, el domador comprendió que su repudio no era debido a que Cid matara humanos, no, su repudio era por causas menos morales y éticas, y se debían exclusivamente a celos, celos que lo invadían cada que Cid realizaba ese intercambio de sangre por muerte con sus víctimas, los cuales creía que solo debía realizar con él, aunque las cláusulas del intercambio cambiaban en su caso, era sangre por placer.
Porque cada que Sísifo ofrecía su sangre lo encontraba increíblemente placentero y no podía evitar sentirse amado. ¿Quién no lo haría con las semejantes palabras que Cid siempre dedicaba en un suave susurro contra su oído mientras lo acariciaba con sus hábiles y frías manos, arrancándole suspiros?
—Eres mío. Serás mío. Tú y yo seremos uno para siempre.
Por su parte, Cid adoraba la pasión y la entrega del humano con la cual resultaba contagiado. Sí Sísifo era apasionado al pelear, el era apasionado para disuadirlo con seducción. Sí Sísifo era apasionado para discutir, él era apasionado para callarlo a besos. Sí Sísifo era apasionado al momento de entregarse, él era apasionado en satisfacerlo. La fuerza y el calor ardiente de su humanidad eran muy contagiosas y agradecía que fuera de esa forma.
Hacía mucho tiempo que no se sentía así, tan vivo, tan humano, como lo hacía con el humilde supervisor del establo.
Su duro corazón, aquel viejo órgano cansado que llevaba latiendo por centenares de años, se enternecía con la desesperada urgencia de Sísifo por verlo con frecuencia. Incluso, el rubio emocionado había propuesto que se vieran a diario y si lo hacían lo recompensaría con un poco de su deliciosa sangre, una ofrenda muy tentadora para Cid que amaba beber de él, sin embargo, no la aceptó. Sísifo era un humano, uno que trabajaba muy duro para tener en orden a los caballos de un gobernante tirano, necesitaba las noches para descansar, y no podía exigirle tanto a su organismo para que se repusiera de sus acalorados encuentros que podían matarlo de realizarlos con tanta frecuencia. Sísifo era un hombre fuerte, pero seguía siendo un humano frágil y como todos, se sujetaba a la vida de un hilo demasiado delgado. Tendría que conformarse con verlo la noche antes de su día de descanso.
No podía ser egoísta con él, no ignoraría sus necesidades básicas.
Cada semana Sísifo trabajaba duro, desde la mañana hasta el atardecer. Siempre fue muy dedicado en lo que hacía, amaba trabajar con los animales, eran nobles criaturas y mientras estuvieran bien, sanos y Cid no se los estuviera comiendo, él estaría contento.
Ignoraba la angustia en la que el pueblo ateniense estaba sumergida, ahora no solo estaban aterrorizados bajo la tiranía del pasha, que estaba violando las reglas del gobierno turco otomano a su conveniencia, sino que también había una "enfermedad" extraña que les estaba quitando la vida, que mientras más victimas se llevaba, más gente comenzaba a vociferar rumores entre los cuales llegó a destacar que era obra del mismísimo diablo, rumores que llegaron hasta los oídos de Sísifo.
El domador calló sobre la existencia de Cid, no lo comentó ni lo comentaría con nadie. Quería creer que si el vampiro llegó a revelarle algunos secretos era porque confiaba en él y no porque lo subestimara. Sin embargo, su curiosidad por él crecía a pasos agigantados, quería conocer más de aquella criatura fascinante, pero esta regularmente se mantenía en silencio, hecho que al principio no le molestaba, pues las palabras sobraban al momento de besarse y entregarse con vehemencia el uno al otro, aunque en lo único en lo que no escatimaba era en dedicarle esas cortas oraciones que ya estaban grabadas profundamente en la mente y en el corazón de rubio.
—Eres mío. Serás mío. Tú y yo seremos uno para siempre.
Pero aún así deseaba saber más de él, así que aprovechando el poco tiempo libre que tenía entre cada encuentro comenzó a ir a la biblioteca de Atenas para investigar por su cuenta, buscando libros de fantasía donde describieran criaturas sorprendentes, encontrándose con un antiguo bestiario el cual no podía leer al ser parte de la literatura turca, sin embargo, llegó a hojearlo con frecuencia, mirando con atención bestia por bestia, preguntándose si realmente existían todas las que mostraba ese libro, buscando una que se pareciera a Cid, pero no encontraba nada que lo hiciera.
—Es un libro muy interesante el que tiene entre manos.
Sísifo apartó la vista del libro y alzó el rostro hacia la voz profunda, perteneciente a un hombre alto, extremadamente alto, de cabello azul oscuro bastante largo, que estaba detrás de su hombro. Había estado tan sumido en su búsqueda que ignoró la presencia de los demás en la biblioteca.
—Me gustaría decir lo mismo, sin embargo, no puedo leerlo.
—¿Puedo saber que es lo que busca?
Sísifo desvió la mirada rápidamente, volviendo a observar el libro sobre la mesa y suspiró abatido. —No es nada en especial, solo curioseaba.
El hombre apartó la silla a su lado para sentarse, molestando al rubio pues deseaba estar solo. —Disculpa mi atrevimiento y mis malos modales, mi nombre es Aspros. —Extendió su mano hacia él, la cual Sísifo estrechó por pura cortesía mientras le revelaba su nombre. —Este libro parece estar lleno de criaturas extrañas y si es tanta tu curiosidad, podría leerlo para ti.
El domador lo meditó en silencio, había hojeado de un lado al otro, encontrándose majestuosas criaturas desde hombres mitad pez, lobos gigantes que podían andar en sus patas traseras, monstruosas gárgolas vivientes, hasta cosas más inusuales como cabezas flotantes aladas de las que colgaban sus intestinos, todas bastantes alejadas de la belleza que poseía Cid. —¿Usted cree que un monstruo pueda ser hermoso?
—Claro... —Aspros tomó el libro para comenzar a hojearlo. —Hay algunas criaturas que emplean la belleza como señuelo para cazar a sus víctimas, como las sirenas que cantan para enamorar a los marineros, quienes terminan tan hechizados que ignoran sus grotescas apariencias y se lanzan a sus brazos pensando que se tratan jóvenes hermosas. Otros como este... —Señaló a la página en la que se detuvo, donde había una criatura blanca y delgada, calva, con una pequeña nariz pues carecía de cartílago, orejas largas y puntiagudas, ojos completamente negros y colmillos alargados. —Toman una forma humana muy hermosa, la cual utilizan para jugar a seducir a sus víctimas, con la cual los atraen como polillas al fuego para después alimentarse de su sangre.
Sísifo abrió sus ojos ante la sorpresa que generaron sus palabras y miró a la criatura con atención. Ya la había visto antes, pero la ignoró por su desagradable apariencia, no se parecía en nada a Cid, mucho menos por las alas de murciélago que salían de su espalda conectándola a sus brazos, lo único que tenían en común eran los colmillos y las uñas peligrosas.
—A estos se les conoce como vampiros. —Aspros observó atento la reacción del rubio, quien tragó duro al escuchar sus palabras y miraba al dibujo con un particular brillo en sus ojos, consternado, pero al mismo tiempo una curiosidad fascinante. —¿Quieres que te lea lo que dice?
Sísifo apretó sus puños por debajo de la mesa. No creía que esa fea criatura estuviese relacionada con Cid, pero quizás podía aprender algo de él con su ayuda, por lo que aceptó la información que Aspros le ofrecía, anotando todo lo que le parecía interesante en un papel para no olvidarlo.
—¿Quieres que te lea de otra criatura?
—No gracias, señor. —Sísifo miró a su alrededor, estaba por oscurecer y la biblioteca por cerrar. —Agradezco su ayuda, pero tengo que marcharme.
Sin embargo, antes de que Sísifo se apartara lo tomó rápidamente del brazo, tirando en el proceso de su camisa, descubriendo parte de su cuello el cual Aspros observó con atención, cediendo en el agarre de su mano al percatarse que no había marcas en él. —Usted es un hombre muy hermoso. —Declaró ante la mirada estupefacta de Sísifo, quien no comprendía el motivo de su osado atrevimiento. —Le sugiero que no ande fuera por las noches, como sabrá dicen que el diablo anda suelto en Atenas y una belleza como la suya no querrá desaprovecharla.
Simplemente lo ignoró, no necesitaba de las sugerencias de aquel hombre que se había pasado de confianzudo con él y se marchó a toda prisa.
Sísifo no tenía nada de que preocuparse, y a diferencia de todos los demás, él siempre ansiaba la llegada de la noche.
[...]
—Cid...
—Dime.
Sísifo permanecía a una distancia prudente mientras paseaban por las ruinas antiguas de la civilización vieja, las que habían tenido la suerte de aún no ser profanadas con el irrespeto de los turcos, cada quien con una antorcha en mano por consideración hacia la limitada vista del rubio. —¿Te reflejas en espejos?
Cid, quien se había adelantado un par de metro, se detuvo en seco al escuchar la pregunta. Cuando volteó a ver a Sísifo notó su nerviosismo. —Si, me gusta observarme en ellos cada tanto. —Hubo un breve silencio así que volvió en su lento caminar.
—Cid...
—Dime....
—¿El ajo te repele?
De nuevo volvió a detenerse en seco, pero ahora al voltear con su mirada fría y dura Sísifo sufrió de un escalofrío, aun más nervioso que antes. —No... De hecho, aunque no puedo comerlo, me gusta mucho su aroma cuando está cocinado.
Hubo otro breve silencio en el que se miraron fijamente, pero cuando Sísifo bajó la mirada, regresó en su andar.
—Cid...
—¿Ahora qué? —Esta vez volteó apenas escuchó su voz, haciendo que Sísifo se sobresaltara, el humano lo estaba exasperando.
—¿La plata lastima tu piel?
—¿De donde sacaste todas esas suposiciones?
—Respóndeme tu primero.
Cid achicó la mirada, y mientras estaba irritado llegó a pensar que Sísifo podía ser muy insolente, curioso y demandante, aunque la mirada de cachorro con la que le exigía respuestas lo ablandó, suspirando con resignación. —No, me gusta usarla.
—¿Y las cruces?
—No respondiste mi pregunta, Sísifo.
—Lo hare cuando tu termines con las mías.
De repente ambas antorchas se apagaron, la oscuridad los rodeó por completo y el cuerpo de Sísifo chocó contra la columna a sus espaldas, quien soltó un quejido, acorralado entre esta y el cuerpo de Cid, que lo sujetaba fuertemente del cuello con una de sus manos enguantadas.
—Creo que es tu turno de responder, Sísifo.
El domador miró con miedo los ojos violetas de Cid que brillaron en la oscuridad, era lo único que podía ver, estaban a centímetros de su rostro. —Las saqué de un libro.
—¿Un libro?
—Si, tenía muchas criaturas extrañas, todas muy feas. —Aunque la intención del vampiro solo era acorralarlo y asustarlo, inconscientemente lo estaba asfixiando. —¡Me lastimas!
Cid lo soltó de golpe y Sísifo inhaló profundo, llevando las manos a su cuello para masajearlo.
—¿Qué más decía ese libro?
—Con el susto se me olvidó, pero lo anoté en una hoja. Si hubiera luz podría leerlas.
Y como arte de magia las antorchas volvieron a encenderse, ambas sujetadas en la diestra de Cid, volviendo a sobresaltar a Sísifo al contemplar la expresión fría y dura en su rostro, haciendo que llevara una mano a su pecho de donde creyó que su corazón se saldría; en ese momento llegó a extrañar su odiosa sonrisita de lado.
Sísifo sacó una hoja de su pantalón, donde había anotado lo que le leyeron en la biblioteca, revisándola. —Decía lo que te pregunté antes, que las cruces te lastiman y que si entras a una iglesia tu cuerpo haría combustión espontanea.
Cid suspiró y su expresión se relajó. —Me gusta entrar a las iglesias, incluso, siendo lo que soy, una vez entré a rezar, hasta me arrodillé frente a la figura de Cristo ensangrentado.
—¿Entonces no eres una criatura del diablo? ¿Un demonio a su servicio?
Cid rio levemente en un susurro con un tono de burla e incredulidad. —Sinceramente no sé si soy la criatura de alguien, pero te puedo asegurar que no estoy al servicio de nadie.
Sísifo bufó molesto antes de rodar los ojos. —Entonces todo esto es basura. —Hizo bolita el papel con sus anotaciones y la tiró de lado.
Las cejas de Cid se arquearon al percibir lo desilusionado y abatido que se sentía el domador.
—Sísifo...
—Dime.
—¿Por qué estabas leyendo sobre mí?
Las mejillas del aludido se tiñeron de rojo, pasó saliva, avergonzado, pero la mirada afilada de Cid no lo dejaría de molestar hasta que le diera una respuesta decente. —Simplemente quería saber más de ti, eso es todo. Pero no me sirvió de nada, simplemente descubrí un montón de mentiras.
—No es del todo cierto... —Acarició suavemente su mejilla para que dejara de ser tan duro consigo mismo. —Gracias a tu interés descubriste que me puedo ver en espejos, que me gusta el olor de ajo cocido, que me gusta la plata, y que puedo entrar a las iglesias. Tú sabes muchísimo más que el iluso que escribió ese libro.
—Es cierto... —Sísifo alzó la vista, encontrándose que la pequeña sonrisa de Cid la cual lo hizo sentir mejor. —Aún hay mucho que me gustaría saber de ti, como por qué un vampiro se pondría a rezar.
Cid suspiró al darse cuenta que no podría escapar de la curiosidad del domador. —Ya habrá mucho tiempo para contarlo.
—¿Qué tal ahora?
Cid apretó tiernamente su mejilla, como si fuera la de un adorable niño travieso. —No colmes mi paciencia, Sísifo. —Y antes que el rubio pudiera replicar selló sus labios con un beso, el cual no tardó en volverse apasionado. Deshizo el nudo en la camisa de Sísifo para descubrir la curvatura de su cuello, en donde comenzó a depositar besos húmedos, haciéndolo estremecer, y cuando el rubio comenzó a gemir ansioso por la anticipación de su mordida se acercó a su oído para susurrar. —Eres mío. Serás mío. Tú y yo seremos uno para siempre.
*+*+*
Hago un paréntesis en la canción para hacer referencia a Carmilla, creada por Joseph Sheridan Le Fanu, con su frase "Eres mía, serás mía, tu yo yo seremos una para siempre". Otra frase que me gusta mucho de ella es "Si tu querido corazón está herido, mi corazón turbulento sangra junto el tuyo", la jovencita era super coqueta.
Si mal no recuerdo, su obra fue una de las primeras de vampiros, incluso llegó a ser influencia para Bram Stoker al momento de escribir Drácula.
También hice referencia a otro libro que tristemente no recuerdo su nombre ni su autor, era como una enciclopedia de vampiros, donde mencionaban el Penanggalan malayo que es una cabeza que vuela con sus intestinos colgando. Quería adjuntar una imagen de él, pq recuerdo que era muy chistosa pero no lo encontré :(
Y la última referencia aquí, es que Cid está más basado en los vampiros de Anne Rice, autora de las crónicas vampíricas, que lo único que puede matarlos es el sol, el fuego, beber sangre de un muerto y creo que esas eran todas.
Espero que les esté gustando esta historia!
Saludos!
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