*3*
Sísifo no podía dejar de pensar en él, en sus palabras.
No podía dejar de pensar en esa extraña criatura que se autodenominó "vampiro".
No podía dejar de pensar en su peculiar pedido.
"Humano, recuérdame como es ser uno"
Y no podía dejar de pensar en su extraño motivo para dejarlo con vida.
No tenía sentido alguno, pues había dicho que se trataba de una criatura inmortal, la muerte no significaba nada para él, aunque para cualquier otro significaba un final, ¿por qué eso sería peor que estar sin él?
Sus noches recuperaron su tranquilidad después de haber saciado sus deseos carnales que no lo habían dejado dormir ,y ya no volvió a sentirse observado por aquellos ojos violetas, ni se había sentido tocado por esas manos delgadas y pálidas que poseían uñas parecidas al cristal, tampoco se sentía besado, mucho menos mordido.
Sus noches habían recuperado la paz, sin embargo, extrañaba la presencia enigmática de aquella criatura, el caos que representaba, el peligro, la emoción que había traído a su vida que siempre había estado dedicada a los animales del establo.
Cada que lo extrañaba pensaba en él, pensaba en sus hermosos y sedosos cabellos lacios, negros como la misma noche, recordaba su suave piel de porcelana que estaba libre de cualquier imperfección, revivía sus movimientos sensuales, como lo había grabado en su memoria al tenerlo arriba o debajo de se cuerpo, estremeciéndose, rememoraba su voz profunda jadeando y gimiendo y pensaba en ese bello rostro masculino contrayéndose de placer.
¿Acaso estaba loco?
Cid era un vampiro, un demonio, y lo único en lo que podía pensar era en ese encuentro íntimo que había tenido con él, dejando de lado su raciocinio que le gritaba que se trataba de un asesino y que estaba jugando con fuego al tentar la muerte con él.
Porque Cid era sinónimo de muerte.
Ya había estado cerca de perecer en sus manos, ya lo había visto asesinar a una mujer.
Cid era la muerte y Sísifo no quería morir, aunque definitivamente había disfrutado de danzar con ella.
Se preguntaba qué era lo que Cid pensaba de él.
Sísifo, aunque era un hombre joven, alto, fuerte y bien parecido, seguía siendo un hombre más, de los que había muchos por doquier. El no era interesante, su mundo era pequeño y limitado como un corral, toda su vida la había dedicado a los establos, todo lo que sabía era referente a la crianza y al adiestramiento de animales.
Se preguntaba si Cid lo extrañaba de la misma forma que él, si lo extrañaba como hombre después de aquel arrebato de pasión desenfrenada, o si solo extrañaba su cuerpo como alimento, como el dulce apetecible que le había dicho que era ante sus ojos.
Todos los días al caer la tarde, cuando había terminado otra jornada de trabajo duro, llevaba inconscientemente una de sus manos hacia su cuello, donde aun podía sentir sus labios delgados presionando alrededor de su piel, donde aún conservaba la memoria de la placentera penetración de sus colmillos, sin embargo, lo único que Sísifo tenía era eso, simples recuerdos, pues cualquier marca que Cid podría dejarle las hacia desaparecer al instante.
Todo lo que tenía era un puñado de recuerdos que se habían instalado en lo más profundo de su corazón.
Cada que caía la tarde se emocionaba, pensando en que iría de visita lo esperaba despierto, más siempre caía rendido ante el sueño después de esperar inútilmente, y cada que abría los ojos y miraba la luz del sol salir por el horizonte se decepcionaba.
¿Acaso no lo extrañaba de la misma forma que él?
¿O simplemente se había esfumado después de haber obtenido lo que quería?
Pensar en eso lo asqueaba, lo hacía sentir usado, ensuciado y desechado, y como toda persona despechada comenzó a odiarlo.
Ya no lo buscaría por las noches en la ciudad, ya no lo esperaría despierto en su habitación, ya no soñaría despierto ni dormido con él. ¡Que se fuera por el infierno del que había salido!
Y pensar que había extrañado la seriedad de su expresión, la cual lo exasperaba incluso cuando bromeaba, que también había extrañado ver sus odiosas sonrisas ladinas cuando jugaba con él, con las cuales exclamaban victoria cada que lo hacía ruborizar.
Casi había transcurrido un mes desde su último encuentro cuando a mitad de la noche escuchó un ruido, era el pestillo de su puerta que se había retirado. Abrió los ojos y en medio de la oscuridad, observó como una suave briza comenzó a empujar lentamente la puerta hasta abrirla por completo, revelando a la figura que se encontraba del otro lado.
Sísifo pasó saliva al ver nuevamente los ojos violetas que brillaban de forma sobrenatural en la noche, enderezándose de golpe sobre su catre. —Demonio.
—Humano... —Cid extendió su mano hacia él en una cortés invitación para que la tomara, sin imaginar que el rubio la respondería aventándole una de sus pesadas botas a la cara, la cual atajó con facilidad antes que lo golpeara.
—¡Que te jodan! —Exclamó molesto el domador tomando su otra bota para lanzársela, la cual también fue atrapada con facilidad.
—En todo caso prefiero que lo hagas tú, pero no he venido a eso, Sísifo.
El rubio frunció las cejas gruesas antes de murmurar molesto. —Degenerado.
De nuevo apareció aquella pequeña y odiosa sonrisa de lado que tanto exasperaba al domador. —Te recuerdo que fuiste tú el que se acostó con una criatura sobrenatural. —Cid observó en la claridad de sus ojos como Sísifo se disponía a lanzarle un tercer objeto y suspiró ligeramente fastidiado. —Necesitas más que un libro para matarme, Sísifo.
—Tienes razón. —Saltó con la agilidad de un gato fuera de su cama y de entre las cosas de su habitación tomó un arco, el cual preparó con una flecha lista para ser disparada.
Los ojos de Cid brillaron a fuera de la habitación, sorprendido por la forma en la que Sísifo sujetaba el arco, tensando todos los músculos de su cuerpo mientras lo amenazaba, en especial los de sus brazos, su pecho y su espalda desnuda, haciendo que se viera aun más fuerte, más varonil, más seductor. —Sabes que es inútil.
—No, no lo sabré hasta que dispare.
—Es inútil porque no deseas matarme, recuerda que puedo leer tus pensamientos.
—¡Pues no lo hagas! —Siguió apuntando con su arco y su flecha al centro del pecho de Cid, sin importar lo que este hubiera dicho, con tal de demostrarle lo contrario soltaría la flecha. —Odio que lo hagas.
—De acuerdo... —Respondió con su voz fría y seria. —No lo volveré a hacer solo porque tú me lo pides. ¿Feliz?
Sísifo pasó saliva, quitando la flecha del arco y negó con la cabeza. —No... —Hubo un silencio, cuando por fin alzó la vista encontró la mano de Cid, extendiéndose nuevamente en una invitación para salir, la cual apenas tomó se cerró fuertemente y lo jaló con fuerza hacia al exterior para por fin ser abrazado.
—Estuviste muy callado... —Susurró Cid con su rostro oculto en el cuello del rubio. —Me tenías preocupado.
—¿De qué hablas?
—Te la pasaste días enteros suspirando por mí, llamándome pecaminosamente "Ahhh... ¡Cid! ¡Por favor! ¡Cid!" —Sísifo desvió la mirada cuando el pelinegro alzó la suya para verlo, sonriendo al notar su vergüenza, acariciando sus mejillas sonrojadas. —Descuida, ya te he dicho que me halaga.
—Odio que entres en mi mente...
—No lo volveré a hacer, pero no puedo evitar escucharte si me llamas, mucho menos al hacerlo con tanta vehemencia, no me lo perdería por nada.
El capataz trató de ignorar su expresión divertida, se notaba a leguas que amaba hacerlo sonrojar. Pasó las manos por sus hombros, bajó por su pecho, deteniéndose sobre su corazón que latía vigorosamente bajo sus fuertes músculos, sintiendo su calor abrazador, la suavidad de sus pectorales, frunciendo sus cejas antes de pasar saliva, incómodo. —Atacaste a alguien esta noche.
—Por supuesto. —Cid tragó duro al observar la incomodidad de sus ojos ante aquel hecho. —Quería verme lindo para ti.
—Entonces tu apariencia, ¿Es un truco? ¿No es real?
—Todo es real, Sísifo. Cada que me alimento recupero mi forma humana, a excepción del brillo de mis ojos y mis gruesas y peculiares uñas. —Informó al domador curioso. —Cada que no me alimento mi cuerpo se demacra y se pone duro y tieso, como haría cualquier humano al morir por hambre u otra cosa. Ambas imágenes son reales y soy yo.
Sísifo pasó las manos por sus propios brazos desnudos para abrazarse, era una noche fresca y el había salida con el torso descubierto, por lo que volvió a entrar a su habitación. Encendió una vela para observar mejor y tomó su abrigo para ponérselo, más notó la forma despectiva en la que Cid permanecía afuera, delineando el marco de la puerta con la vista, con desprecio. —¿Qué haces ahí esperando?
—Ya te lo había dicho Sísifo, no puedo entrar a tu habitación sin que me invites verbalmente.
Pero Sísifo no le creía, encontraba ridículo que ese demonio fuera detenido por algo tan simple como una puerta, por lo que tomó a Cid del brazo para jalarlo hacia dentro, sin resultado alguno pues no logró moverlo ni un milímetro. —No juegues conmigo, Cid.
—No lo hago.
—¿Entonces qué estas esperando? —Preguntó con los brazos extendidos mientras lo miraba desafiante y con impaciencia.
Cid suspiró con resignación. Dio un paso lentamente y con desidia, otro más y estuvo dentro de la habitación.
Era la primera vez que Sísifo lo veía incomodo y tenso, aunque le agradaba la situación para variar un poco los papeles.
Los ojos de Cid estaban fijos en los azules del domador, clavados como dagas fieras, pero con las cuales el rubio no se dejaría intimidar, Sísifo no planeaba dejarse asustar por nada, pero todo cambió cuando los ojos violetas del pelinegro se empañaron de rojo, sangre comenzó a derramarse por sus lagrimales y por todos los poros de su cuerpo, comenzando a correr entre sus cabellos oscuros para bajar por su rostro, manchando la blancura de su camisa que también se tiñó de rojo, cubriendo cada centímetro de su piel.
—Basta... —Sísifo observó con horror como Cid temblaba en su sitio por el dolor, permaneciendo quieto desangrándose mientras su piel se tornaba pálida y los rasgos de su rostro se endurecían, acentuando las cuencas de sus ojos y sus pómulos. —¡Cid, basta!
Pero este no se detuvo, no podía detener el sangrado mientras permaneciera ahí sin ser invitado, por lo que hizo acopio de todo su esfuerzo para no salir del cuarto y terminar con esa tortura, mirando fijamente con sus ojos manchados de rojo al rubio, esperando que comprendiera la lección.
—¡Está bien! ¡Pasa! ¡Puedes entrar! ¡Eres bienvenido! —Lo gritó de diferentes formas, pensando que fue inútil cuando Cid cayó de rodillas sobre el piso, aproximándose a él para auxiliarlo, acariciando su mejilla, ensuciándose las manos. Solo se tranquilizó cuando los ojos de Cid se limpiaron y volvieron a ser blancos con sus irises violetas y aunque el resto de su piel, su cabello y su ropa estuvieran empapados lo estrechó entre sus brazos con desesperación. —¿Qué demonios fue eso?
—No lo sé, yo no hice las reglas. —Cid tragó duro entre sus brazos, mirando ansiosamente hacia el cuello de Sísifo, se sentía débil y sabía que su aspecto era el de un monstruo horrible, necesitaba morderlo y beber de él, aunque fuera un poco, por lo que sin previo aviso saltó sobre el rubio, acorralándolo contra el piso y mordió su cuello de manera desesperada.
Al principio Sísifo se asustó, incluso un pequeño grito escapó de su garganta, mas no se resistió por mucho tiempo, y tampoco fue necesario. Cid lo soltó después de unos cuantos sorbos, aún no recuperaba su aspecto humano, seguía viéndose blanco como papel y su piel estaba dura como marfil, pero al menos ya no era delgado y demacrado como un cadáver andante.
El domador tuvo que salir a llenar un par de cubetas con el agua del pozo que se encontraba cerca y con ayuda de un par de paños húmedos, bajó la luz de varias velas, aseó el cuerpo Cid, desde sus cabellos hasta las puntas de sus pies, era lo menos que podía hacer por él, después de todo el había causado ese incidente.
Cid solo se dedicó a mirarlo con su expresión seria mientras se dejaba acicalar por el rubio, sabía que su apariencia no era la más agradable, pero le sorprendía la forma tan atenta con la que lo trataba, lo hacía sentir normal y hacía mucho que no se sentía de esa forma, no desde que su última pareja se marchó de su vida hace más de 150 años. No deseaba pensar en él, no tenía caso, así que solo suspiró cansado, llamando la atención de Sísifo.
—¿Ocurre algo?
—No... —Movió los dedos de sus pies que estaban relucientes. —Gracias por limpiarme.
—No hay porqué. —Sísifo se enderezó con un quejido pues sus piernas se cansaron por estar arrodillado para asearlo y después buscó algo de ropa para que se vistiera.
—Espero no haberte asustado.
Sísifo quedó pasmado al haber percibido algo de preocupación y arrepentimiento en su voz. —Des-Descuida... —Le entregó un par de prendas, las más finas que tenía las cuales no se comparaban con el atuendo con el que había llegado Cid, pero Sísifo era un hombre humilde con escasas posesiones, como lo era la gran mayoría del pueblo ateniense en ese momento. —¿A dónde crees que vas?
Después de vestirse, Cid se disponía a marcharse, tenía que hacerlo, la noche estaba por terminar. —Tengo que irme. —Sin embargo, no imaginó que el rubio le tomaría de la mano para intentar detenerlo, aunque no tuviera la fuerza para ello.
—No te vayas...
—Tengo que hacerlo, soy una criatura de la noche y la noche está por culminar.
—Entonces quédate conmigo hasta el último momento. —El brillo de emoción en sus ojos violetas no pasó desapercibido para él, su idea le interesaba, quizás solo necesitaba darle un último empujoncito para convencerlo, tentarlo con algo a lo que no se podía resistir. —Te dejaré beber de nuevo de mí.
Las pupilas de Cid se dilataron con solo imaginarlo, solo que esta vez en lugar de saltar encima del domador como si se tratara de un salvaje lo depositó con cuidado en aquel pequeño catre, colocándose con cuidado sobre su cuerpo, repartiendo besos sin escatimar en sus mejillas, su cuello y sus hombros desnudos; solo hasta que Sísifo comenzó a temblar de deseo ante la anticipación clavó sus colmillos lo mas suavemente posible en la curvatura de su cuello, y ambos gimieron del maravilloso placer que los embargaba aquel inusual e íntimo contacto.
Cid bebió un poco más, su carne se volvió un poco más suave y maleable, aunque el color blanco de su piel solo desaparecía hasta que se saciara completamente, cosa que no haría, no deseaba dejar inconsciente a Sísifo.
Ambos se acostaron de lado sobre el catre, solo así podrían compartirlo, frente a frente, abrazados y con sus piernas entrelazadas.
Sísifo fue el primero en quedarse dormido, estaba débil y era humano, necesitaba descansar para realizar el trabajo duro de otro día más.
A Cid no le molestó, al contrario, si había molestado al rubio diciéndole que sus pensamientos pecaminosos eran halagadores todavía lo era más que bajara toda la guardia a milímetros de distancia de una criatura como él, rozando sus labios ante la cercanía mientras contemplaba la paz y la tranquilidad que había en el rostro sereno de aquel hombre.
Cid no necesitaba dormir, lo haría después, solo quería aprovechar ese momento para soñar despierto, imaginando lo maravilloso que sería haber sido humano en ese instante, junto al hermoso rubio, sin que las cadenas sobrenaturales lo tuvieran que separar, sin que el sol lo obligara a abandonarlo, mas no podía. El astro rey estaba por salir y si quería existir un día más tendría que ponerle un fin a ese bello momento, pero no lo haría hasta el último instante, no desaprovecharía ni un segundo a su lado hasta que no tuviera más opción. Simplemente permanecería a su lado para contemplarlo y para soñar con una vida que jamás sucedería.
"Descansaré en tus labios,
soñar que estoy despierto,
sentir que este momento
pueda seguir sin fin"
*+*+*
Hay una película que se llama "Déjame entrar" (Låt den rätte komma in), recomiendo mucho que vean la versión sueca, la americana no, se queda corta.
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