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*2*

Sísifo continuó con su trabajo con normalidad dentro de lo que se podía considerar normal.

Al día siguiente de su lamentable enfrentamiento contra su atacante nocturno a la mitad del bosque, los animales extraviados aparecieron dentro de sus respectivos corrales, tanto el pura sangre de su señor como su fiel mestizo. Al menos con su regreso consiguió el perdón del pasha hacia él y hacia todo el personal del establo, los cuales ya podían respirar más tranquilos al quitarse el peso de los maltratos del superior.

Durante el día todo era normal.

Gracias a que sus heridas habían desaparecido podía trabajar libremente bajo el sol seco de Grecia entrenando a los caballos, a los cuales recompensaba con trozos de zanahoria cuando hacían lo que les pedía pues confiaba en que el entrenamiento con estímulos era más efectivo que con castigos.

Sin embargo, ahora recibía a las noches con cierta inquietud.

Después de asegurarse que todos los animales estuvieran debidamente encerrados en sus corrales se resguardaba en su cuarto, comprobando también que las ventanas y las puertas  estuvieran perfectamente cerradas, pues durante la noche ya no encontraba paz, juraba que unos ojos violetas lo observaban seriamente.

Podía sentir manos recorriendo su cuerpo, labios besándolo, dientes y uñas que rasgaban su piel, una lengua jugueteando con sus puntos erógenos, despertando su cuerpo, humedeciéndolo, ahogándolo en el calor que lo abochornaba y lo desesperaba por desear regresar el favor al que era sometido. 

Sísifo también quería tocar, besar, morder y lamer; someter enteramente al dueño de esos ojos violetas hasta verter su ardor dentro de su cuerpo para apaciguarse. Quería hacerlo suyo de formas en las que nunca había pensado, más todo quedaba en sus sueños subidos de tono que se esfumaban cada que abría los ojos, buscando al dueño de sus sueños desesperadamente entre la oscuridad mientras jadeaba para recuperarse de su calentura, pero siempre se encontraba solo.

En las noches ya no encontraba paz y no sabía qué hacer para recuperarla.

Pero sabía quién era el responsable y estaba dispuesto a encararlo nuevamente para exigirle que lo dejara tranquilo de una vez por todas.

Con una antorcha en mano cabalgó bajo la oscuridad del cielo nocturno en Atenas, buscando a aquel demonio que se hacía llamar "Cid". Lo buscó de un extremo al otro de la ciudad, en todo lugar en el que vislumbrara un poco de movimiento nocturno, más sus cabalgatas eran de lo más tranquilas al no dar con él.

Al cuarto día de sus búsquedas nocturnas aventurándose por los rincones peligrosos de la ciudad, su caballo se puso tenso y se negó a seguir hacia donde su amo le indicaba, por lo que lo ató afuera de una casa antes de seguir su camino a pie, deteniéndose en seco al encontrarse con la figura alta de cabellos negros que abrazaba a lo que parecía ser una muñeca grande de trapo mientras ocultaba el rostro entre su cuello.

—Demonio...

Cid alzó el rostro, sonriendo al escuchar nuevamente su voz, soltando sin cuidado alguno el cuerpo que cayó pesadamente sobre el suelo. Sísifo tragó duro al percatarse que se trataba de una mujer y temió lo peor, sin embargo eso no sería lo más asombroso que verían sus ojos esa noche, cuando Cid volteó para encararlo pudo observar como cambiaba, su piel blanca y dura como el mármol se volvió ligeramente rosa pálido y parecía ser suave como si estuviera hecha de seda, sus ojos grises comenzaron a captar los tonos alrededor de su piel coloreada y sus pestañas oscuras, otorgándole ese bello color violeta que encontraba fascinante, y su cabello negro se volvió más oscuro y lustroso.

—Humano...

Sísifo achicó la mirada y apretó las manos alrededor de la base de la antorcha, dispuesto a defenderse con ella si era necesaria, colocándola entre su cuerpo y el de Cid. —¿Por qué no paras de molestarme?

—No sé de qué estás hablando.

La pequeña sonrisa que se formó en sus delgados labios comenzaba a fastidiarlo. —¡No te hagas el inocente conmigo! Te he visto, entras a mi habitación y... ¡Y juegas conmigo! —Exclamó avergonzado mientras sus mejillas se tenía de rojo.

De nuevo aquella pequeña sonrisa exasperó al capataz. —No sé de qué hablas, Sísifo. No pude haber sido yo...

—¡Claro que sí! —Retrocedió un paso cuando el hombre comenzó a caminar hacia él, sin miedo alguno, no le importaba el fuego con el que intentaba mantenerlo alejado. Estaba asustado pero volvió a perderse en los bellos ojos violetas, dejando que lo hipnotizara con estos y antes de que se diera cuenta Cid le había arrebatado la antorcha para lanzarla de lado a un par de metros. —¡Tú y tus malditos ojos! Los he visto noche tras noche en mi alcoba.

—Eso es imposible, Sísifo. —Cid rodeó su cintura con sus manos cubiertas por sus guantes, acercándose a él para inhalar el aroma de su cuello y susurrar contra su oído, seguro que Sísifo no haría nada para resistirse a su encanto. —Si no me has invitado a tu habitación yo no puedo entrar en ella por mucho que lo quieras.

Frunció sus cejas gruesas ante su insinuación. —Pero... —El domador alejó su rostro para poder verlo mejor. —¡Pero te he visto! Has sido tu... todas estas noches tu y yo... —Sus mejillas se tornaron más rojas que nunca, apretando los puños cuando el pelinegro comenzó a reír suave y profundamente, de manera genuina.

—Me halaga saber que sueñas conmigo de esa forma, Sísifo. —De nuevo acercó su rostro a él, a su delicioso cuello que le hacía agua la boca, pero los ojos azules del domador se desviaron hacia la mujer sobre el suelo y su razón le gritó, no, le exigió que se alejara de él para ir con ella.

Cid frunció sus delgadas cejas, más dejó que Sísifo escapara de sus brazos, observando la desesperación con la cual revisaba a la mujer e intentaba reanimarla. —Es inútil,  Sísifo. —Informó con seriedad y una expresión fría que dejó helado al rubio.  —Está muerta.

El domador jadeó con tristeza al comprobar que no podía hacer nada, apartándose de ella, mirándola con una profunda pena  que no pasó desapercibida para el pelinegro.

—Si te hace sentir mejor, ella era una mala mujer. —Sísifo arrugó su frente mientras le miraba consternado, por lo que continuó. —Mataba a los inquilinos de su hostal, aprovechando que se trataban de viajeros que nadie extrañaría. —Cid se acercó hasta arrodillarse frente a él, acariciando suavemente su mejilla la cual deseaba sentir con sus propias manos desnudas. —Nunca ataco inocentes.

El rubio negó abruptamente y golpeó su mano para que lo soltara. —¿Qué hay de mí? ¡Yo nunca le he hecho daño a nadie y me atacaste!

Cid sonrió de lado y asintió de acuerdo ante su falta. —Me equivoqué, nunca mato a ningún inocente, es por eso que te permití vivir, además que no quería que una belleza como la tuya se desperdiciara.

Sísifo volvió a ruborizarse y bajó la mirada para huir de esos ojos violetas que le desesperaban por las razones menos esperadas. —¿Entonces por qué...?

Cid se encogió de hombros... —¿Nunca has visto un dulce al cual no te puedes resistir a comer? 

Sísifo volvió a intentar alejarse, pero Cid se colocó encima de su cuerpo, sentándose a horcajadas sobre su cadera, tomando las manos del castaño para dejarlas sobre sus propios hombros, las cuales por voluntad propia comenzaron a masajearlos, bajando por su pecho pálido el cual comenzó a descubrir al deshacer el moño de su camisa y desfajarla para colar sus manos dentro de ella, comprobando que en efecto su piel era suave y no como la estatua de mármol que creyó que era la primera vez, observando como las mejillas de Cid tomaban un poco de color al pellizcar suavemente sus pezones, quien comenzó a moverse sobre su cuerpo, ondeando provocativamente su cadera.

Sísifo miró hacia los lados, percatándose que no había nadie, estaban rodeado de casas, pero,  aunque estuviera bastante excitado, no deseaba dar esa clase de espectáculos a los ciudadanos.

—Descuida, nadie nos verá...

Sísifo abrió los ojos como platos ante aquel enunciado, mirándolo con asombro. —¿Puedes leer mi mente?

Cid asintió. —Puedo hacer muchas cosas, Sísifo. Puedo invadir pensamientos, puedo hacer que todos permanezcan alejados de esta área, así como podría atraerlos como un imán a mi santa voluntad. —Sonrió burlonamente por el adjetivo que usó y se inclinó sobre él para besar su cuello. —También puedo hacer que todos se entreguen a mí, que me ofrenden deseosos sus gargantas, sus cuerpos. —Sintió como el domador se puso tenso y se removió bajo su cuerpo al pensar que hacía eso con él, pero lo tranquilizó besando sus labios con suavidad. —Pero no necesito hacer nada de eso contigo, Sísifo. —Lamió su cuello y tiró de su camisa para abrirla y desnudar su pecho antes de alzar la mirada para verlo a los ojos. —No necesito atraerte porque tu me sigues buscando desesperadamente, no necesito hacer que te entregues a mi porque me deseas, y no necesito invadir tu mente para saberlo, con sentir y oler tu excitación bajo mi cuerpo me basta y me sobra para confirmarlo.

Sísifo se estremeció al sentir sus manos sobre su pecho pero frunció el ceño al corroborar que seguían cubiertas por los guantes, por lo que los tomó de ambas orillas para jalarlos y removerlos, desnudando sus manos, la cuales también era pálidas como el resto de la piel de Cid, sin embargo sus uñas largas brillaban, eran gruesas y parecían hechas de cristal, y cuando fue arañado con el índice de su diestra sobre su pectoral se dio cuenta que también cortaban como cristal, pero nada le importaba, no después que Cid bajó el rostro hacia su pecho y lamió la sangre, delineando la herida con ahínco y lujuria, provocando un ardor sobre su pecho que fácilmente se perdió en la calentura que lo invadía. En su estado actual si aquel demonio lo despedazaba poco le importaba.

Recordó sus sueños, recordó sus deseos mas bajos y profundos, sus ganas por tocarlo, por besarlo, por poseerlo, así que se giró con él, dejando a Cid sobre el suelo, quien parecía asombrado, pero al mismo tiempo emocionado por su atrevimiento, el cual no había terminado aún. De un rápido movimiento lo desvistió de sus pantalones y desabrochó los suyos para exponer ambas intimidades, sonrojándose al ver la hombría ajena que goteaba una sustancia que lo asustó un poco, pues no era transparente como la suya, sino que tenía un ligero tono carmín.

—Es normal, no te distraigas. —Mordió su propio labio inferior, pinchándolo con uno de sus colmillos, mientras rogaba que Sísifo no se asustara y saliera corriendo, no ahora que él también lo deseaba tanto. —De una vez te advierto que tampoco lloro lágrimas.

Sísifo tomó aire para llenarse de oxígeno y de paso de valor, colocándose entre sus piernas, las cuales sujetó por sus muslos. Su miembro le rogaba, le exigía, suplicaba por entrar en él, más su razón le advirtió que era pertinente explorar terreno y asegurarse que no perdería algo preciado al hacer esa osadía, por lo que cuidadosamente introdujo en dedo dentro de él, observando como Cid arqueaba la espalda y su rostro se contraía de dolor mientras sus ojos se cristalizaban con un ligero matiz rojizo, mas no se detuvo. Introdujo otro dedo y comenzó a moverlo en su interior hasta que Cid comenzó a gemir quedamente, comprobando lo que necesitaba:

En efecto, Cid no derramaba lágrimas salinas y transparentes.

Cid lo deseaba, por lo cual no debía preocuparse porque le cortara la garganta con sus uñas al realizar esa osadía.

Aparentemente a su miembro no le sucedería nada malo si entraba en aquel demonio.

Así que se introdujo cuidadosamente en él, poco a poco con un poco de nervios,  los cuales no dejó que arruinaran esa extraña experiencia, disfrutando de como se abría paso en la cálida carne que lo estrujaba placenteramente, arrancándole un gemido ronco y profundo al llegar al fondo. Mordió su labio inferior al encontrarse con aquellos ojos violetas que le fascinaban tanto, los que le miraban suplicantes porque moviera sus caderas dentro de él.

—No te contengas... —Susurró Cid en aquella tenue oscuridad gracias a la luz de la antorcha que aún no se extinguía, mientras acariciaba el pecho fornido y bronceado del domador. —Quiero verte, escucharte... —Gimió deseoso y sus ojos brillaron con ansias cuando Sísifo salió para entrar de una estocada. —Déjame ver como es que tu sientes, humano. ¡Ahh! —Comenzó a gemir al ritmo de las embestidas de Sísifo y una sonrisa se formaba en sus labios al ver el hermoso placer que distorsionaba el rostro del rubio. —Recuérdame como es ser uno.

Sísifo pasó saliva pues había estado atento a todas las expresiones dichas y hechas por el pelinegro, encontrando bastante peculiar la última, pero no se detuvo, nada lo haría desistir, tenía una misión y como hombre trabajador daría hasta su último esfuerzo para conseguirlo, continuando con aquel vaivén apasionado hasta que vertió su ardor en lo más profundo de su cuerpo, justo como había soñado, siendo tan glorioso como había esperado, perdiéndose en el placer por completo, sin percatarse que Cid lo tomaba de una mano para morder su muñeca y beber de ella, gimiendo y temblando de pies a cabeza mientras lo hacía, apretando a las caderas de Sísifo contra sus muslos, quien se dejó caer sobre su pecho, rendido ante el cansancio, ante su vida succionada por su muñeca hasta que Cid alcanzó el climax de su satisfacción y lo soltó de golpe antes de llegar a matarlo.

Agitado y preocupado, el pelinegro se aseguró que el domador se encontrara bien, sonriendo complacido al comprobar que solo estaba débil e inconsciente. —Lo siento Sísifo... —Comenzó a acomodar su ropa y después hizo lo mismo con las del rubio. —Pero te agradezco que me recordaras lo que es hacer el amor. —Besó tiernamente su mano antes de dejarla sobre su pecho. —Realmente lo extrañaba.

Estuvo por marcharse y volver a esconderse entre las sombras cuando escuchó un murmullo a sus espaldas.

—Cid... —El aludido detuvo su andar más no volteó. —¿Qué eres?

Cid suspiró resignado y alzó la mirada para ver a las estrellas y a la luna, sus únicas compañeras eternas en la oscuridad. —Soy una criatura de la noche, un cazador que se puede alimentar de lo que sea mientras posea sangre, un asesino inmortal que mata con sus besos mortales. Algunos me llaman vampiro, Sísifo...

El rubio pasó saliva mientras sus ojos lo miraban con asombro, pronunciando lentamente dentro de su mente ese sustantivo que no se atrevía a mencionar aún. —¿Por qué no me matas, Cid? —Susurró débilmente pues aún no recuperaba sus fuerzas para hacerlo, pero las pocas que tenía las usaría para obtener respuestas. —Me dices tu nombre, me dices que eres, me cuentas tus secretos... Soy una amenaza para ti y sigues dejándome vivir. ¿Por qué?

Cid giró el rostro para mirarlo por encima de su hombro, observándolo en silencio unos segundos, enterneciéndose al ver su sincera confusión. —Porque no creo que la muerte sea peor que estar sin ti.

—¿Eh?

Rio suavemente, como un susurro pequeño, ante su duda. —No es algo que cambie en nada tu vida, Sísifo, así que no te preocupes.

"Déjame ver cómo es que tu sientes,

No creo que la muerte sea peor que estar sin ti"

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