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*10*

Para ser alguien que se mantenía normalmente apartado de todos, la soledad nunca le había molestado como hasta ese momento.

El brillo de sus ojos azules se había apagado, sus sonrisas eran diminutas, apáticas, y su actitud estaba decaída, sin embargo, tenía que seguir trabajando y ayudando en la planeación de la rebelión con el corazón roto.

El tiempo no se detenía. Cada segundo que pasaba era otro segundo sin Cid y su corazón oprimido lo sabía, contaba el tiempo separados con cada doloroso latido, pero no podía hacer nada para aminorar el dolor más que superarlo.

Sísifo debía superarlo, debía sobreponerse a la ausencia del dueño de los hermosos ojos violetas, pero estaba tan enamorado que a solo cuatro días de su partida aun le resultaba imposible. Sería más fácil si lo olvidara, pero esa no era una opción, no quería olvidar las pequeñas sonrisas de lado que le dedicaba Cid y a veces lo exasperaban, su extraño sentido del humor, su voz seria y profunda, sus manos frías recorriendo su piel, ni su rostro resignado antes de cumplirle algún capricho. Sería más fácil, pero no quería olvidarlo, no quería arrancarlo de su mente, de su corazón, aunque superarlo parecía ser una tarea titánica.

Tenía el corazón deshecho desde que lo dejó partir antes de la salida del sol. Todavía recordaba el cuerpo de Cid removiéndose a su lado con sumo cuidado para no despertarlo, pero fue inútil, Sísifo sabía que ese momento llegaría y se despertó a cada rato ante el más leve movimiento, sin embargo, nunca se atrevió a abrir los ojos, y cuando el momento definitivo llegó tampoco lo hizo pues verlo partir, dejarlo, era una imagen muy cruel que no quería almacenar en su memoria.

Y aunque despedirse dolió hubiese sido peor nunca haberlo hecho. Al menos ahora podía dar por concluida esa etapa de su vida, que, aunque fue corta se convirtió en el tesoro más grande de su alma. Haber conocido a Cid fue lo más maravilloso que le había sucedido, y aunque su amor fue algo fugaz fue verdaderamente genuino, algo mágico que brotó en ambos y los uniría para siempre.

Porque serían uno para siempre, lo habían prometido y habían sellado ese pacto con un tierno beso. Serían uno para siempre a pesar de las barreras del tiempo y la distancia, e incluso la de la muerte que era inevitable para el mortal.

Sísifo solo tenía que superarlo y cumplir su promesa. Era relativamente sencilla, su participación en la rebelión consistiría en dejar a los soldados del pasha sin sus medios de transporte, sus caballos, para que los miembros que estuviera en descanso no pudieran auxiliarle cuando iniciara la revuelta. Llevaría a los caballos a un prado alejado mientras Atenas ardería ante el coraje de las injusticias que ya no serían permitidas, y si se movilizaba a tiempo con la mejor de las discreciones, la desaparición de los caballos sería descubierta muy tarde y no tendría que pelear con los guardias, los cuales al final de cuenta tampoco serían culpables pues solo seguían órdenes.

Le producía una ligera ansiedad saber que el momento estaba próximo, sólo tenía que esperar a que los organizadores de la rebelión dieran la orden y cada quien se movilizaría de acuerdo al plan. Solo era cuestión de tiempo, algunos cuantos días más en los que debía realizar su rutina de manera normal para no levantar sospechas.

Pero su rutina fue rota esa  fría mañana gracias a una visita muy peculiar en el establo.

Sísifo observó a lo lejos como se acercaba la joven Sasha acompañada de un hombre muy alto de larga cabellera azulada, abriendo sus ojos de golpe cuando lo reconoció como aquel sujeto que lo ayudó en la biblioteca.

Tomó un paño limpio para limpiarse las manos mientras se acercaban juntos hacia él. Respiró profundo, tratando de desaparecer la tensión que endureció su cuerpo por los nervios, dibujando la mejor sonrisa en su rostro para recibirlos cuando se detuvieron frente a él.

—¡Buenos días, Sísifo! —Saludó animadamente Sasha. —El señor Aspros preguntó por ti, así que lo traje para que pudieras atenderle.

El domador, que estaba observando fijamente a los ojos a aquel hombre alto, preguntándose internamente porque se encontraba ahí, sonrió al observar a la joven que le miraba con adoración. —Muchas gracias, Sasha. Si me disculpas lo atenderé en privado.

La joven asintió al entender su pedido y sonrió tímidamente para despedirse con una pequeña reverencia antes de marcharse.

—Es una linda muchacha. —Mencionó Aspros cuando la joven en cuestión se había alejado lo suficiente para regresar a sus tareas.

—Lo es... —Sísifo miró a su alrededor, contando mentalmente a los empleados presente, considerando que ahí no tendría la privacidad que creía necesaria. —Es soltera, por si quisieras desposarla.

Aspros rio ligeramente, en un murmullo para después negar con la cabeza, no estaba interesado en ella. —No gracias.

—Acompáñeme por favor.

Aspros siguió a Sísifo hacia a la zona arbolada detrás del establo donde estarían lo suficientemente lejos de los demás para que no los escucharan y lo suficientemente cerca en caso de que el rubio necesitara ayuda. Había algo en Aspros que le causaba mala espina y la pequeña sonrisa inocente en su rostro sereno no hacía más que incrementar sus sospechas.

—¿En qué puedo ayudarte?

La tensión en el cuerpo de Sísifo, con sus brazos cruzados sobre su pecho, no pasó desapercibida para el hombre de cabellera azulada, quien le miraba con total atención hasta en el más mínimo detalle. —No he podido dejar de pensar en ti desde que te vi en la biblioteca.

Sísifo pasó saliva, incómodo se rascó un poco su cuero cabelludo, lo había tomado por sorpresa. —Me sorprende que me hayas encontrado entre todos los habitantes de Atenas.

—Me tomó unos días... —Caminó un par de pasos hacia él, los mismos que el rubio retrocedió. —Fue difícil, solo tenía tu nombre y Atenas es una ciudad muy grande. —Sísifo se sobresaltó cuando su espalda topó con el tronco de un árbol que le impidió seguir retrocediendo. —Pero rastrear con la más mínima pista no es algo imposible para alguien con mi profesión.

—¿Tu profesión?

—Si... —Sonrió complacido ante el vano intento del domador por alejarse, como si tratara de hundirse en el árbol. —Verás, Sísifo, soy un cazador.

Sísifo sonrió nervioso después de bufar divertido. —¿Me estabas cazando, Aspros?

—No... —El aludido recorrió el cuerpo del rubio con calma, pendiente de sus movimientos y sus reacciones, y de un movimiento rápido rasgó su camisa para descubrir parte de su piel, sujetando las manos de Sísifo que intentaron impedírselo y defenderse, sosteniéndolas encima de sus cabellos rubios. —Estoy cazando a la criatura que hizo esto. —Observó con satisfacción las marcas de los colmillos en su cuello y el arañazo a la altura de su pectoral. —La vez anterior no tenías marcas, pero sospechaba por tu interés con la criatura.

Guardó silencio ante el estupor que causaron sus palabras, mientras el viento seco despeinaba el cabello de ambos, pero debía reaccionar rápido antes de levantar más sospechas. —No sé de qué me hablas. —Sísifo frunció las cejas después de intentar liberarse sin éxito. —Y la vez anterior yo debí golpearte por tu atrevimiento. —Forcejeó nuevamente con él, pero Aspros era mucho más alto, por ende, mucho más pesado y poseedor de una mayor fuerza bruta.

—No te hagas el ingenuo conmigo, por favor. Las marcas en tu cuello son inconfundibles, Sísifo. —El aludido solo entrecerró los ojos, en ese momento se arrepentía de haberle pedido a Cid que le dejara esas marcas que atesoraba como parte de su recuerdo. —Eso es obra de un vampiro, la criatura que ya ha asesinado a más de un centenar de personas en Atenas y si sigues callando para protegerlo me temo que tendré que considerarte cómplice de ese acto de maldad.

Pero no era un acto de maldad, al menos no ante los ojos de Sísifo quien sabía que en el mundo había tanta gente podrida que dañaba a los demás al punto que ni la muerte sería suficiente castigo para enmendar sus actos. Solamente tensó sus labios, respirando profundo sin despegar la mirada de los ojos de Aspros, quien exhaló decepcionado.

—Entonces has decidido que te de el trato de un cómplice, Sísifo. —Acarició la cortada cicatrizada en su pecho, presionando su piel con la yema de su índice. —Pero creo que eras más que eso, más que un cómplice porque los vampiros no muerden a sus víctimas para dejarlos vivir por ahí, dejando testigos del ataque. No... —Acarició su mejilla con suavidad antes de sujetarlo fuertemente de la barbilla, encajando sus dedos en su piel. —Tú te tratas de su amante...

Sísifo emitió un quejido y sacudió el rostro para liberarse de su mano que le estaba haciendo daño, sufriendo un escalofrío ante la sonrisa retorcida de Aspros que no anunciaba nada bueno.

—Y tú me servirás para sacarlo de su escondite.

[...]

El cuerpo de Sísifo cayó abruptamente sobre una alfombra enorme y colorida del más fino material que cubría al frío mármol de la habitación, acomodándose sobre sus talones para alzar la vista, frunciendo el ceño al encontrarse frente al pasha, Sari Muselimi sentado sobre su trono con su consejero y un par de escoltas armados a sus costados.

—¿Qué pretende con esta desagradable intromisión? —Preguntó el consejero a Aspros al observar el rubio en el suelo que tenía unos grilletes sujetando sus manos a sus espaldas.

—Mi nombre es Aspros Gemini, y vengo a ofrendar mis servicios como cazador del Vaticano al gobernante de Atenas para terminar con la amenaza nocturna que atormenta a los ciudadanos en su territorio y que ya ha arrebatado la vida de tantos.

Iblís... —Susurró con miedo el nombre del diablo el gobernante turco con su marcado acento. —Yo te conozco... —Pronunció después de observar con detenimiento al rubio. —Tú trabajas para mí... ¡Eres el capataz de mi establo más grande!

Sísifo frunció el ceño ante el dedo acusador del gobernante que tanto odiaba, cuyo abuso era tan grande que ya era insoportable para la población, el motivo de la futura rebelión que había obligado a Cid a marcharse.

—¿Es este hombre el diablo?

—No, mi señor... —Jaló a Sísifo de su rubia cabellera para que alzara el rostro y expusiera su cuello donde estaban grabados los colmillos del vampiro. —Es su amante, tiene la marca del demonio, y será la carnada para sacarlo de su madriguera y matarlo para liberarlo a usted y a su ciudad de la maldad que tanto los ha atormentado.

Sísifo emitió otro quejido cuando lo soltó con brusquedad, haciendo que volviera a golpear su rostro contra la alfombra pues sus brazos seguían inmóviles a sus espaldas. Volvió a acomodarse sobre sus rodillas, sentándose sobre sus talones desde donde observó como el gobernante y su consejero cuchicheaban en su idioma natal, el cual no entendía, pero al voltear a ver el rostro de Aspros, quien comenzó a sonreír complacido ante esos murmullos que él si lograba comprender, temió lo peor.

Llevaron a Sísifo a una oscura celda en la cárcel municipal, donde permaneció varias horas con la incertidumbre de lo que estaba sucediendo, sintiéndose ahogado por sus preocupaciones, pero sobre todo temiendo por la seguridad de Cid. No comprendía cual era el plan de Aspros que se había aliado con el gobernante para darle caza, pero temía que fuera a funcionar, que Cid se expusiera por su culpa, todo por no haber sido más discreto en la biblioteca cuando conoció al que ignoraba era un cazador, el cual recién ingresaba por el pabellón, deteniéndose frente a su celda.

Sísifo alzó el rostro para encontrarse con los ojos verdes que le escudriñaban acosadoramente. 

—No tiene que ser de esta forma, Sísifo, si ayudaras voluntariamente a atraparlo tu alma se descontaminaría de todo el pecado con el que ese monstruo te ha infectado. —Sonrió para inspirarle confianza, pero el rubio apartó la mirada. —Me gustaría saber más del vampiro,  saber sobre con que estoy tratando. ¿Podrías darme información sobre este? ¿Su nombre? ¿Edad? ¿Cuáles son sus habilidades? —Guardó silencio para darle tiempo a responder, más Sísifo cerró los ojos con cansancio.

Sísifo no diría nada, no revelaría nada que expusiera a Cid, ya bastante temía por su bienestar con lo que había causado por su imprudencia como para empeorar las cosas, suspirando largamente.

—Debes de quererle mucho... Tus silencios otorgan mis suposiciones, pero también sé que buscas proteger al vampiro con ellos. —Miró con lástima al joven en la celda a través de los barrotes. Durante su investigación había escuchado mucho de él, a todos los que entrevistó lo consideraban un gran sujeto que adoraba su trabajo en el establo. —Estás contaminado, Sísifo, pero yo puedo ayudarte a que te limpies de pecado.

"Contaminado"

El domador sonrió ligeramente al escuchar esa palabra, ese mismo pensamiento había tenido Cid, quien su miedo era contaminar a Sísifo hasta condenarlo a una maldición eterna, una de la cual lo había salvado a cambio de los corazones rotos de ambos amantes, encontrando curioso ese estado, pues él no se consideraba contaminado en lo absoluto, sin importar cuanto llorara su corazón en silencio por su ausencia; lo que estaba dispuesto a hacer y a soportar por Cid no era algo que lo contaminara, no  podía serlo pues se trataba del amor más puro que jamás hubiera experimentado.

Aspros suspiró resignado al comprender que no obtendría su ayuda. —Hubiese apreciado tener tu apoyo, pero esta cacería se realizará con o sin ella después de caer la tarde, Sísifo. —Los ojos del aludido se abrieron de golpe, los cuales miraron a su interlocutor con incredulidad desesperada. —Y tus nos ayudarás, quieras o no... 

—No funcionará...

Aspros detuvo su andar después de darse la vuelta para marcharse, sorprendiéndose pues hace varias horas que no escuchaba su voz.

—No funcionará porque no vendrá. Él ya se marchó de Atenas, así que la trampa que tengas planeada no funcionará.

La expresión de Aspros se tornó dura y sería ante sus comentarios, pero su sonrisa volvió después de un par de segundos. —Ya lo veremos.

Sísifo golpeó el suelo con sus puños una vez que se encontró completamente solo. Estaba totalmente frustrado y no podía hacer nada, solo podía temblar ante su desesperación. Su corazón latía acelerado en su pecho, a pesar de haber mantenido la calma frente a Aspros estaba totalmente angustiado, y aunque parte de él sabía que todo lo que estaban haciendo para atrapar a su amado Cid sería inútil, pues este ya se había marchado de la ciudad, definitivamente tenía miedo a lo que sea que enfrentarían separados.

[...]

Volvieron a colocar sus grilletes y cuando lo sacaron al exterior de la cárcel observó que el sol ya se estaba poniendo en el horizonte, la llegada de la noche se estaba acercando, más respiró profundo para darse fuerzas y mantener la frente en alto, era lo único que podía hacer, los grilletes en sus manos no le permitían pelear, los de sus pies no le permitían huir y los guardias a su lado lo dirigían a su antojo.

Subieron a un carruaje, donde Aspros le esperaba sentado frente al que sería su asiento, frunciendo sus cejas gruesas doradas al estar de nuevo ante su presencia.

El cazador percibió el odio en los ojos azules de Sísifo, no le importaba en lo absoluto si ese era el pequeño precio que tendría que pagar por liberar a la gran ciudad de Atenas sobre la maldición con la que el vampiro los había cubierto, aunque no negaría que la actitud de Sísifo en ese asunto despertaba su curiosidad. —Me gustaría entenderte, Sísifo. —Pronunció en cuanto el carruaje comenzó a ser tirado por los caballos. —Me gustaría entender porque un hombre como tú, que dicen se mantiene apartado para alejarse de los problemas, está enamorado de un vampiro y, por otra parte, odia al hombre que los salvará a todos.

—En el corazón no se manda.

Aspros sonrió de lado, riendo divertido ante su respuesta, corta pero concisa. —Sé que tienes miedo, por mucho que intentes disimularlo frente a mi, sé que estás aterrado, pero no tienes que hacerlo.

Esta vez fue Sísifo quien rio con ironía ante su respuesta. —¿Por qué no?

Aspros estaba complacido con el cambio de actitud en el rubio, que por fin estaba más conversador, quizás porque su ansiedad ya era demasiada y esa era la única forma de expulsarla poco a poco. —Porque el día de hoy serás purificado de todo mal.

Sísifo bufó con ironía. —Con el orgullo con el que lo dices me atrevo a pensar que crees que eso será gracias a ti. Comienzo a creer que eres un cazador bastante engreído.

—Solo cumplo mis obligaciones, Sísifo, hago lo que es mejor. —Respondió con una amplia sonrisa.

—Todos lo hacen, Aspros, cualquier persona con consciencia hace lo que cree que es mejor, incluso sacrificios, pero solo un narcisista se vanagloria con ellos, y tú, Aspros, sé que no puedes purificar porque tú tampoco estás limpio, puedo sentirlo.

—Estamos a minutos de comprobarlo.

El carruaje se detuvo. El domador observó hacia el exterior, tragando duro al comprobar que la mitad del sol ya se había metido, pero sus ojos se abrieron con terror cuando lo bajaron del carruaje en la plaza principal de la ciudad, donde había una hoguera montada, rodeada de varios hombres con antorchas en mano. Sus pies se resistieron en seguir caminando hacia ella, trató de evitarlo, más los guardias que lo acompañaron lo tomaron de los brazos para arrastrarlo el resto del camino, subiéndolo al patíbulo en medio de la madera y el heno seco, donde ataron sus manos a un poste detrás de su espalda.

—¡Eres un demente, Aspros! —Exclamó al cazador que se estaba poniendo sobre sus ropas una túnica negra que tenía aires religiosos, como una sotana, y después persignó el aire frente a Sísifo, dándole la última unción.

—Esto es por tu bien, Sísifo, por el bien de Atenas, por el bien del mundo.

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