*1*
Atenas, Grecia
Siglo XVIII
Año 1753
Otro día normal finalizaba su curso.
Otro día en el que se había dedicado enteramente a los animales del establo, el cual había crecido en número gracias a la decena de nuevos ejemplares de caballos que el gobernante de esas tierras había adquirido desde las tierras lejanas de Arkhal, unos preciosos caballos turcomanos, los cuales tenían un pelaje tan brillante que parecían ser enormes piezas talladas de oro cuando el sol los bañaba con su luz.
Sísifo estaba agotado después de otra jornada llena de trabajo en el establo, pero llegada la noche deseó descansar en la poca comodidad que su catre ofrecía, deseaba relajar sus manos adoloridas por herrar a las nuevos animales y sus piernas después de caminar de un lado al otro para domarlos, lo cual era fácil para él debido a su simpática y noble personalidad que no era desapercibida para los sensibles y perspicaces animales, pero sobre todo, deseaba descansar sus ojos azules después de estar supervisando que sus hombres estuvieran realizando todo como era debido.
Todo lo que quería era dormir tranquilamente, era un pequeño gesto que se merecía, había finalizado exitosamente otro día, o al menos eso creyó hasta que escuchó unos relinches seguidos de los cascos de unas pezuñas apresurados en una carrera.
Rápidamente se calzó con sus botas y se puso un abrigo para averiguar que sucedía. Cuando abrió la puerta para salir uno de sus ayudantes le notificó que uno de los caballos recién llegados había escapado en dirección al norte hacia la ciudad de Atenas.
Apresurado, tomó a su caballo personal, un mestizo fiel y manso de color café oscuro con flequillo y cola negra, al cual no tuvo tiempo de ponerle la silla, más no era necesaria pues Sísifo era un excelente jinete y no necesitaba de la montura para no caer del animal, lo único que llevó consigo fue una soga.
Siguió al caballo fugitivo cabalgando a toda velocidad a la mitad de la noche mientras el viento despeinaba sus cabellos rubios, debía recuperarlo, de lo contrario su amo estaría molesto con todos los trabajadores del establo por perder a uno de sus hermosos y costosos ejemplares y conocía sus métodos para disciplinar las faltas en el trabajo, eran ruines y ningún animal u hombre debía ser tratado de esa forma, por lo que debía recobrar al hermoso caballo por el bien suyo y el de los demás.
Aguzó la mirada de sus ojos azules. Gracias a las antorchas que iluminaban a la ciudad de noche observó a lo lejos que el caballo prófugo se había detenido en uno de los bebederos de las afueras de Atenas para tomar un poco de agua. El animal dorado permaneció calmo cuando Sísifo entró en su campo de visión, confiaba en él, después de todo aquel hombre lo había tratado con respeto durante su primer día en el establo.
Bajó del mestizo y confiado en lo calmado que estaban ambos animales, les permitió beber agua tranquilamente mientras hacia un nudo en ambos extremos para armar dos correas con las que los llevaría de regreso al establo, ignorando que desde las sombras era observado por una fría y dura mirada, una mirada que había sido capturada por su belleza, una belleza que había despertado los más bajos instintos del observador a los cuales deseaba satisfacer a costa suya.
Cuando Sísifo estuvo listo para pasar la soga alrededor del cuello del caballo pura sangre, este y el mestizo comenzaron a relinchar histéricos, alzándose en sus patas traseras para defenderse con las delanteras, por lo cual Sísifo retrocedió y puso las manos frente a su cuerpo para protegerse de alguna dolorosa patada.
—¡Esperen! —Exclamó apresuradamente mientras los caballos huían despavoridos como si hubiesen visto al mismo demonio. Estaban demasiado lejos y a pie jamás los alcanzaría, simplemente cayó de rodillas, mirando con desilusión como aquellos animales se volvían más pequeños al aumentar la distancia entre ellos. —Por favor esperen... —Susurró en una súplica resignada pues ya se hacía a la idea que sufrirían la ira y el castigo de su señor, a quien todos los habitantes en aquella ciudad tanto temían.
Sísifo estaba tan sumido en su pesar que ignoró por completo la presencia del ente que lo había estado observando, quien se acercaba cada vez más a él, aquel causante del susto que hizo que los animales huyeran despavoridos por su demacrado y tétrico aspecto. Era pálido como una estatua de mármol, su delgadez era tal que le daba a sus extremidades una apariencia bastante alargada, y tenía unos ojos grises sin brillo alguno que resaltaban gracias a sus cejas delgadas y negras, que junto a su cabello oscuro, opaco y lacio enmarcaban su rostro endureciendo sus rasgos.
La ateradora criatura tomó rápidamente al joven rubio y lo desapareció del campo de luz irradiado por las antorchas.
Sísifo no tuvo oportunidad de gritar pues una mano cubierta de cuero grueso cubrió sus labios. Intentó defenderse mientras era llevado al rincón oscuro de un callejón por aquella bestia, golpeó, pataleó, mordió, sin embargo, todo era inútil contra aquella carne que estaba tan dura como piedra.
—Eres tan hermoso...
Fue lo último que escuchó antes de ser perforado por dos agujas que se abrieron paso dentro de los músculos de su cuello, arrancándole un jadeo por el dolor, que inesperadamente resultó tornarse placentero. Sus rodillas flaquearon y en el último atisbo de razón se reclamó por derretirse en los brazos de aquella bestia mientras se aferraba a sus hombros, sintiendo como bajos sus dedos los músculos de la criatura crecían tonificados mientras la carne se blandecía, ya no era duro como una piedra y ya no era tan frío y delgado como un muerto, al contrario, el calor de su pecho musculoso llegó a sofocarlo, y los latidos de su corazón retumbaron fuertes contra el suyo que cada vez se volvía más débil y cansado por bombear inútilmente sangre para su cuerpo, la cual era extraída por medio de los colmillos en su yugular.
Sísifo perdió toda fuerza para dejar que la vida se fuera a través de las heridas en su cuello, que era masajeado suavemente por los labios de quien sería su verdugo. Estaba tan en paz con el placer que le infundía aquella mordida que se dejó ir, dejó de luchar, sus brazos cayeron rendidos a sus costados, si así de placentera era la muerte se dejaría llevar por ella, sin embargo, cuando estuvo listo para despedirse del mundo la bestia lo soltó.
—No... —Gruñó para si mismo antes de depositar con cuidado sobre el suelo al domador de caballos.
Sísifo recuperó momentáneamente el sentido cuando una caricia recorrió su rostro. Abrió lentamente sus ojos, luchando con el peso de sus parpados, y entre la oscuridad vio como su atacante salía de las penumbras de aquel callejón, pero cuando este se detuvo bajo la luz de las antorchas no era la cadavérica estatua blanca que había imaginado, era un atractivo hombre alto y fuerte de expresión serena, con cabellos negros, largos, suaves y brillantes, y unos ojos violetas a los que juró que nunca olvidaría.
[...]
Quince...
Dieciséis azotes...
La sangre no dejaba de brotar de su espalda lacerada.
Sísifo hacia acopio de toda su fuerza de voluntad para soportar el castigo que su amo, el nuevo pasha, Sari Muselimi había ordenado que recibiera el responsable de perder a uno de sus hermosos caballos.
Todos sabían que para los turcos los caballos eran animales divinos y mágicos, y perder uno de los ejemplares del actual gobernante de Atenas se pagaría con sangre.
Aunque Sísifo no fue el responsable de dejar abierto el corral del animal, no permitiría que el castigo fuese repartido entre todos los trabajadores del establo, habían niños como sus ayudantes, por lo que aceptó toda la responsabilidad, siendo disciplinado con los golpes inmisericordiosos del látigo que abrían su piel maltrecha en cada golpe, pagando la falta en frente de los demás que observaban con horror como el noble capataza se sacrificaba por ellos, siendo disciplinados con aquel cruel espectáculo.
Diecisiete...
Dieciocho...
Y sobre el ataque de la bestia no mencionó nada. Nadie le creería y se le acusaría de mentir a su señor en un vano intento por justificar el escape del animal; no tenía pruebas pues al despertar y observarse en un espejo increíblemente la piel en su cuello estaba tersa y sin herida alguna, pero estaba seguro que había sucedido pues se aferraba a la imagen de los bellos y penetrantes ojos violetas como recuerdo de aquella extraña criatura que intentó robarle la vida.
Diecinueve...
Veinte...
Un quejido lastimero y profundo escapó de sus labios y cayó de rodillas al ya no soportar más el dolor. Su cuerpo herido se encorvó como un ovillo sobre la tierra y se permitió llorar para descansar un poco su cuerpo y su alma que ya no podían aguantar más aquella cruel reprimenda, tomando bocanadas de aire desesperadamente entre sollozos en aquel breve descanso que se le permitía cada decena de azotes para que recuperara un poco de fuerzas y pudiera soportar la siguiente tanda.
[...]
Herido y adolorido, Sísifo no podía dejar de lado sus responsabilidades, era el encargado del establo y sus hombres hicieron todo lo posible para que se tomara un descanso, cosa a la cual se negó.
Las noches siguientes antes de tirarse boca abajo sobre su catre se aseguraba que todos los animales estuvieran debidamente encerrados para evitar otra fuga, no deseaba que nadie más sufriera su mismo castigo, mucho menos ahora que no podía adjudicarse la responsabilidad pues su señor le advirtió que en la próxima lo pagaría con una de sus manos.
Miró a los lejos hacia el palacio de su señor, donde todas las noches se juntaban los lideres turcos y lo representantes de la población griega, era el lugar en el que la gente de elite de la sociedad se reunía para disfrutar como solo ellos podían acosta de los helenos gobernados, e ignorando su fiebre y el dolor caminó hacia allá al vislumbrar como entraba por la puerta principal un hombre alto y pálido de cabello oscuro como la noche, atractivo, bien vestido, siendo recibido con los brazos abiertos por los demás.
Sísifo apenas y tenía fuerzas, pero se convenció a sí mismo que debía ver mejor a ese hombre, al cual comenzó a espiar a través de las ventanas por las que su imagen pasaba mientras andaba al interior del palacio, moviéndose con él hasta que aquel hombre volteó en su dirección, encontrándose con la mirada impactada de Sísifo, quien quedó inmóvil al observar los mismos ojos violetas de su atacante, el cual le dedicó una pequeña sonrisa a la distancia.
Sísifo trató de salir de su estupor cuando la figura siguió caminando, no debía perderlo así que se apresuró para verlo en la siguiente habitación que era la del fondo de la propiedad, pero aquel hombre, si es que podía llamarlo así, había desaparecido. Desesperado corrió alrededor del palacio para encontrarlo, lo buscó frenéticamente con sus ojos azules que escudriñaban a todas y cada una de las personas en el interior, más no logró encontrarlo.
Pero no se rendiría, había tomado valor para adentrarse en aquel palacio y buscarlo más de cerca, sin importarle si su presencia sería un insulto para el dueño del lugar al no ser un invitado. Tenía la obligación moral de encontrar a aquel monstruo de apariencia humana y detenerlo, pero antes de entrar su cuerpo fue atropellado fugazmente por una sombra que lo llevó entre los árboles, apartándolo de todos a una velocidad impresionante.
La criatura lo soltó con brusquedad sobre el suelo, haciendo que Sísifo golpeara su espalda herida contra la dura tierra, girándose rápidamente para descansar sus heridas mientras luchaba contra las ganas de vomitar provocadas por el desplazamiento al que fue sometido.
—No te dejé vivir para que me estés molestando. —La criatura achicó la mirada y frunció la nariz con disgusto, dando un paso hacia atrás mientras cubría su nariz y su boca con su diestra enguantada. —Hueles a sangre, pero hueles mal...
Sísifo ignoró sus comentarios y aprovechó la poca fuerza que tenía para sacar el puñal que llevaba sujeto en su pantorrilla, con el que amenazó a la criatura de cabellos negros, la cual le dedicó una mirada enternecida como quien mira a un pequeño con un divertido e inofensivo juguete. —¡Te mataré, demonio! —El rubio se puso de pie, luchando contra todo, su fiebre, su aturdimiento, su miedo, no dejaría que aquella criatura atacara a otros así tuviera que dar su vida para impedirlo.
—No me hagas, reír... —Sonrió de lado, mostrando un poco de su blanca dentadura la cual captó la atención del domador de caballos al ver en ella un prominente y brillante colmillo, y antes que Sísifo pudiera reaccionar se acercó hasta estar frente a él, haciendo que el rubio retrocediera y pegara su espalda contra un árbol mientras la criatura pálida sujetaba sus manos, de las cuales arrebató el arma y la tiró lejos.
Sísifo ahogó un grito ante su malestar, no se atrevió a hacer nada mientras esos ojos violetas lo escudriñaban con detenimiento y se acercaba a él para olfatearlo como un sabueso por encima de la ropa.
—Estás enfermo... —Sin escuchar los reproches del rubio lo volteó contra el árbol e hizo tirones su camisa para descubrir su espalda, la cual estaba cubierta por vendas empapadas de sudor, sangre y pus. —¿Quién te hizo esto? —Preguntó con el ceño fruncido, indignado pues alguien había lastimado a aquel hermoso ejemplar masculino, alto, fuerte, con cabellos claros como el oro y piel bronceada.
Sísifo no se podía mover al estar acorralado contra aquel árbol y las caderas de aquel "hombre", quien lo sostenía de las manos con una de ellas mientras que con la otra iba retirando los vendajes poco a poco. —Mi señor... —Tuvo que morderse los labios cuando sus heridas se abrían al ser tiradas de la tela que se había adherido a su carne expuesta. —...me castigó por haber perdido a su caballo. —Aunque le dolió la retirada de los vendajes no negó que sentir la fresca brisa en su piel desnuda le resultó placentera, aunque volvió a ponerse tenso cuando su capturador haló de sus cabellos hacia atrás.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó por detrás de su hombro, obligándolo a que lo mirara de reojo.
El rubio pasó saliva al encontrarse con aquella mirada dura y fría, pero esta vez luchó, sosteniendo la mirada contra sus intimidantes ojos violetas. —Sísifo, demonio... mi nombre es Sísifo y te mataré, que te quede bien claro eso.
Su interlocutor sonrió ante la osada respuesta. —Bien, Sísifo... —Ahora haló de su cabello hacia la derecha para exponer la curvatura de su cuello grueso que brillaba perlado por el sudor. —No sé si soy un demonio, pero preferiría que me llamaras Cid, y que te quede muy claro lo siguiente.... —Se acercó a su cuello donde depositó un corto beso que hizo temblar al capataz de la cabeza a los pies. —Tu sangre es mi sangre... —Clavó sus colmillos en él y cuando la sangre comenzó a brotar emitió un gemido de satisfacción que penetró dentro de los oídos de su presa, disfrutando de como el joven apresado se esforzaba para liberarse, dándole ese sabor especial de lucha y supervivencia al cálido líquido vital que le devolvió un poco de la vida de la que carecía, repercutiendo en su apariencia que se volvía más humana.
Sísifo comenzaba a sentirse débil y creyó que el encuentro sería como el de la última vez, que lo volvería a dejar casi vacío si es que no lo mataba, pero antes de que se sintiera desfallecer sintió como su cuello era acariciado deliciosamente por su lengua, provocando que se ruborizara, ignorando que Cid había lastimado el músculo dentro de su boca al pasarlo por debajo de uno de sus colmillos para hacerse sangrar a sí mismo.
—Mi casa es tu piel... —Continuó Cid besando su mejilla sonrojada y una sensación de emoción por comer a besos su hermoso y sufrido rostro lo embargó, más se contuvo y bajó por su espalda, delineando con su lengua cada una de las heridas de Sísifo, las cuales comenzaron a desaparecer al sanar con cada caricia de aquel músculo atrevido ensangrentado.
Sísifo se estremeció y mordió sus labios para no gemir, estaba avergonzado por sentirse así gracias a un hombre que lo tenía completamente azorado, sobresaltándose cuando sus nalgas fueron masajeadas mientras la lengua de aquel hombre seguía bajando por su espalda. No lo podía creer, pero sus manos estaban libres más las ganas de luchar se habían ido por completo al embriagarse con el dulce placer que generosamente le propinaba.
Cid volvió a girarlo sobre su cuerpo, dejando la espalda curada de Sísifo contra el árbol, quien enrojeció más al bajar la mirada y encontrar el rostro de ese hombre a la altura de su pelvis, estremeciéndose de nuevo, provocando que Cid sonriera halagado por su excitación, enderezándose para tomar a Sísifo de sus cálidas mejillas y tentarlo con sus labios rojos y manchados, robándole el aliento. —Tu lívido es mi aire y mi ser está en tu ser.
Sísifo cerró los ojos cuando la distancia entre sus labios se hizo mínima, lo deseaba tanto, pero justo cuando creyó que sentiría la presión de estos, abrió los ojos de golpe y miró a su alrededor insatisfecho al encontrarse completamente solo. Aquel hombre de ojos violetas había desaparecido perdiéndose como otra sombra en la oscuridad.
"Tu sangre es mi sangre,
mi casa es tu piel,
tu lívido mi aire,
mi ser está en tu ser".
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