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Ahogar las penas

De por sí, que un adulto supiera cómo afrontar sus problemas era algo complicado, ahora problemas acarreando en un adolescente de solo quince años, que apenas estaba en la flor de su juventud y no tenía la madurez para afrontar problemas más que ir por el camino fácil era peor.

Era inevitable. Difícil ver a su madre en cama por una semana, aliviándose del envenenamiento. El aborto fue una cosa, pero el envenenamiento había dejado a su madre en un estado delicado en el cual la tía Tessa había ido día de por medio a cuidarla y curarla. Su padre había salido de su laboratorio para ayudar a su madre junto a Charles. Y Gideon, aquel que Matthew había sentido tanto desprecio por tales horribles acusaciones, había suplantado a su madre provisionalmente en Idris.

Y Matthew... no había hecho nada.

Matthew se sentía tan despreciable. Un pecador.

Se imaginó que nada de eso habría pasado si tan solo no hubiera escuchado las palabras del imbécil de Alastair. Nada habría pasado si hubiera preguntado y no haber actuado sin pensarlo.

Pero no había nada que hacer ya.

Había fallado y solo quedaba sumergirse en la miseria.

Ahogar las penas en el alcohol, era lo único que pasaba por su cabeza. A veces, hundirse en la miseria era lo que lo reconfortaba. Acercarse y quedarse en la basura, tal y como se sentía.

—Chico... —Matthew abrió un ojo, su mejilla le dolía por estar aplanada tanto tiempo en la dura barra de madera en dónde subterráneos bebían en la taberna del Diablo. Quien lo llamaba era el tabernero y Matthew ahora no tenía ánimos para escucharlo.

Cerró el ojo nuevamente.

Su cabeza era una nube de algodón, debido a su embriaguez.

No era la primera vez que se embriagaba, en la fiesta de su hermano mayor lo había hecho, pero esta había sido la primera vez que lo había hecho con un propósito: Ahogar toda la culpabilidad que sentía.

—Math... —La voz de James, su querido parabatai, inundó su oído. El tabernero sin duda había enviado a uno de los mensajeros en busca de James. La mano cálida del pelinegro quemó en su hombro—. Matthew, tenemos que irnos. Debes ir a casa.

La mano de Matthew se aferró a la botella que tenía en su mano, ya no recordaba que era ¿Ginebra? ¿Brandy? Arrugó la nariz con molestia.

—No quiero... —murmuró—. Mis padres...

—Vamos, te llevaré al instituto, entonces.

Matthew suspiró. Aún aferrado a la botella que estaba casi vacía, se levantó de la barra y miró a James.

Los ojos dorados de su amigo estaban tan llenos de preocupación. Matthew estiró su mano y palmeó un poco la mejilla de James.

—Oh, mi Jamie —murmuró. James le intentó quitar la botella de la mano, pero no pudo lograrlo, así que con un suspiro desistió. Sin embargo, tomó el brazo de Matthew y lo hizo levantarlo. Matthew se tropezó, pero James logró estabilizarlo. Agradeciendo al tabernero, salió de la taberna con casi todo el peso de Matthew en sus hombros.

Matthew murmuró muchas cosas mientras James lo guiaba al carruaje y lo sentaba dentro. Luego, él salía, aseguraba la puerta y subía para arrear al caballo y partir hacia el instituto.

James no escuchaba más que cantos de borracho de Matthew. Le era extraño, su amigo no solía hacer estas cosas.

Supuso que había sido solo un desliz, unas inevitables ganas de divertirse que había tenido Matthew esa noche y había escapado de casa. De todas formas, sus padres no prestaban mucha atención a dónde partía Matthew, pudieron haber creído que había ido al instituto.

Cuando llegó al instituto, bajó y fue en busca de Matthew que estaba dormido. La botella había resbalado de su mano y había golpeado el piso del carruaje, derramando el poco contenido que tenía dentro.

No importaba, lo limpiaría después.

Se centró en tomar a Matthew y sabiendo que tenía que cargarlo, lo hizo llevándolo hacia dentro, agradeciendo que sus padres no estuvieran despiertos.

Lo llevó a su habitación y lo acostó en su cama. Le quitó zapatos, y el chaleco y lo cubrió con la manta.

James tomó una silla y se sentó frente al chico rubio, Matthew fruncía el ceño en su sueño y bajo la luz de la luna que entraba por la ventana, se veía realmente pálido.

James se apoyó en su mano y cerró los ojos, dispuesto a quedarse dormido así fuera sentado. No supo si fue en su sueño, pero estuvo seguro que escuchó a Matthew sollozar.

.

La nube en su cabeza se había disipado dejando una horrible sensación. Pero Matthew se dio cuenta de que se había sentido tan bien la noche anterior. Tal vez la resaca podría ser un daño colateral, pero si eso significaba olvidar sus problemas al menos por una noche, iba a hacerlo.

Se removió de las suaves sábanas. Abrió los ojos y miró los dorados de James. La mano del pelinegro se sumergió en los rizos rubios de su parabatai.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—La cabeza me retumba —confesó. James soltó una risita.

—¿Estabas con ganas de divertirte? —Matthew soltó una risita y se removió, estirándose por la cama.

—¿Por qué no dormiste en la cama? —preguntó. James ignoró que Matthew había decidido cambiar el tema— Debió haber sido incómodo dormir sentado.

—He compartido cama contigo antes —comentó James. No era mentira, muchas veces cuando terminaban sus entrenamientos juntos estaban tan agotados que Matthew no quería volver a su casa y caían en la cama de James—. Siempre termino con moretones en las piernas porque eres inquieto.

—Mmm... —Matthew colocó sus brazos sobre su rostro, James se preguntó si tal vez una runa serviría para quitar el daño por la borrachera. La puerta de la habitación de James se abrió y la cabeza castaña de Tessa apareció.

Su rostro se suavizó cuando vio a su hijo y su parabatai.

—Chicos, venía a decirles que ya estaba el desayuno. Matthew, tu madre envió una carta preguntando si estabas aquí, te vio salir anoche y no volviste.

—Ah, sí se preocupó —murmuró desviando la mirada, aunque Tessa escuchó y frunció el ceño. Ya iba a responder, pero LA sonrisa que le dirigió Matthew, la calló.

—Ya bajamos, madre —dijo James. Tessa asintió y salió de la habitación.

Matthew, se estiró y se levantó de la cama aun haciendo una mueca por el dolor.

James supo que no iba a decir más nada.

.

El calor inundaba la habitación humedeciendo sus ropas. Su chaleco había sido dejado de lado y las manos con garras del hombre lobo le arañaban el pecho.

Matthew gimió. El hombre lobo mordió suavemente en su cuello, sin penetrar en la piel y luego lamió el lugar asegurándose de que quedara una marca de un chupón.

Las manos fuertes salieron de su camisa abierta y se dirigieron a su trasero apretándolo.

—Oh, definitivamente has de ser el más hermoso de los hijos del ángel —murmuró el hombre lobo. Matthew solo soltó un quejido, deseando ser más atendido. Su mente estaba nublada, no recordaba cuánto había bebido.

No recordaba siquiera dónde estaba. Ah sí, en Ruelle infernal, un sitio clandestino que había visto en una de sus salidas. Había estado bebiendo, como lo hacía casi todas las noches, y había encontrado el lugar para deleitarse con el arte que promulgaba y la interesante compañía.

No supo cómo cayó en las garras de aquel lobo que estaba atacando su cuello como si fuera un grandioso manjar.

Solo sabía que no quería despegarse de él.

.

Luego de evadir la pregunta de la tía Charlotte, y recoger la ropa de Matthew, James se dirigió enseguida a la Taberna del Diablo. Subió las escaleras hasta la habitación que hacía de guarida.

—Matthew, tuve que mentirle a tu madre diciéndole que estabas en el instituto. Cómo le escriba a mi madre y se entere que no dormiste ahí, nos cortarán la cabeza —Terminó de entrar a la habitación, solo para encontrarse a Matthew, descamisado sentado en el sofá.

Su amigo tenía su brazo sobre su rostro. James se acercó para notar la piel pálida del pecho de Matthew, cubierta de arañazos. Las runas eran oscuras en su piel, la runa parabatai brillaba en su muñeca.

—¿Qué te pasó? —Le preguntó. Matthew quitó su brazo y le dio una sonrisa torcida.

—Una bruja —contestó, luego le señaló su camisa que había sido desechada. Estaba quemada—. Ellas pueden volverse salvajes —James hizo una mueca. Con solo dieciséis años, la vida sexual de Matthew ya era bastante agitada. Parecía tener cada semana un encuentro diferente. Sin embargo, decidió no mencionarlo. Que él tuviera una relación con una misma chica era problema de él y no debería imponerle nada a su parabatai.

—No fue aquí ¿verdad? —preguntó entregando la ropa. Matthew se colocó la mano en el pecho y lo miró, fingiendo que lo había herido.

—Me ofende que pienses eso de mí, mi querido James. Bien sabes que yo fui de los promotores de la ley de cero damas que no fueran Luce y Anna —James soltó una risita y recogió la camisa quemada de Matthew. Definitivamente deberían botarla—. Oh, Jamie. Deberías venir una noche conmigo a disfrutar, cada noche se ve algo nuevo, y diferentes subterráneos lo abundan, las seelies son preciosas.

—Eres un fanático de los subterráneos, Matthew.

—Soy fanático de todo lo que se me haga bonito —puntualizó—. Si hay un cazador de sombras que también se me haga bonito, seré fanático —James soltó una risita.

Lo sabía perfectamente, Matthew coqueteaba con una increíble destreza. Su encanto de niño había pasado de adquirir postres extras, a ser capaz de levantar vestidos.

—¿Vienes en unos días?

—Está bien.

.

Thomas y Christopher estaban en Idris. Así que la única persona con la cual James tenía contacto en este nuevo lugar era Matthew. Y por el ángel que lo iba a asesinar cuando lo encontrara.

Había desaparecido por un momento, supuestamente yendo a buscar bebidas y no había vuelto.

James era menos tímido, pero aún no le era muy fácil socializar. Matthew era su palanca, por Matthew era que él había ido.

¡Y ahora lo había dejado solo!

James abrió otra puerta para encontrar la habitación vacía. Gruñó y la cerró con fuerza.

Caminó hacia otra y cuando la abrió, deseó no haberlo hecho.

Matthew estaba a camino de quitar, con los dientes, el botón del pantalón de lo que parecía ser un hada. Ambos se quedaron paralizados. El chico hada le dio una sonrisa torcida, como si esperara que James se uniera. Y Matthew enseguida se levantó enderezando su ropa y haciéndole frente a su amigo.

James cerró la puerta. Y salió del lugar.

Pudo escuchar a su parabatai detrás de él, llamándolo, pero James lo ignoró.

Se pintó una runa de velocidad y apresuró el paso, como era tarde ninguno de los dos había ido en carruaje. No le importaba caminar hasta casa.

Los pasos apresurados de Matthew se escucharon tras él y luego sintió la mano del rubio en su hombro.

—Jamie, puedo explicarlo... —dijo colocándose frente a él, sus manos estiradas tratando de detenerlo. James lo miró con una ceja enarcada. Matthew había bebido, pero como que se le había pasado por el susto— Sé que tal vez te es complicado entender que a los chicos también nos pueden gustar otros...

—He sabido desde hace mucho que te gustan también los hombres, Math —Le dijo James. El rubio soltó una risita—. Estoy molesto es porque me abandonaste —gruñó—. Me invitaste aquí, y luego te fuiste dejándome solo.

—No planeaba irme mucho tiempo... —Se calló cuando vio el ceño fruncido de James. Luego suspiró—. Bien, mira. Perdón. Me estaba coqueteando y no me resistí. Y estuvo mal dejarte solo, no lo vuelvo a hacer —Matthew lo miró con aquellos ojos de cachorro, aquellos que competían bien con la mirada de Óscar. Aquella mirada de la cual James creyó que era inmune, pero definitivamente no lo era.

No podía molestarse demasiado con Matthew.

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Madre usualmente servía té en las reuniones que hacía en casa, en Londres, puesto que todas eran mujeres buscando entretenerse. Pero Matthew pudo encontrar las botellas de licor en su casa en Idris, en dónde madre realizaba algunas reuniones con otros cazadores de sombras.

Estar en Idris, no le traía a Matthew los mejores recuerdos. A pesar que vivió sus primeros trece años en el lugar, ahí fue donde estuvo en la academia, ahí fue donde comenzó su sufrimiento de no creer en la paternidad de su padre.

Era bastante normal que un chico de su edad bebiera, sin embargo, queriendo evitar miradas y críticas de Charles, Matthew se llevó una de las botellas a su habitación.

Cuando volviera a Londres se compraría su propia licorera para no tener que robar el licor de su madre y su hermano.

Mientras se dirigía a su habitación, se topó con su madre que levantaba la vista de uno de sus libros. Charlotte era tan pequeña que, si no fuera por la mirada severa que lanzaba a todos, no se tomaría en cuenta.

Era una grandiosa cónsul, tanto que había sobrepasado los diez años que usualmente debían durar, dado que la mayoría de cazadores de sombras no consideraban que hubiese alguien mejor para el puesto.

Charlotte llevaba veinticuatro años en el puesto, un año más de la edad de Charles.

La mujer lo miró, con grandes ojos marrones y le dio una sonrisa suave.

—Oh, Matthew —comentó ella— ¿No te quedas a la reunión? No es algo oficial, así que puedes asistir.

—Eh, no es necesario, mamá —respondió Matthew—. Ya escucho a Charles parlotear a diario, así que paso —Charlotte soltó una risita. La cónsul era muy diferente a la madre. Ella desvió la mirada hacia la mano de Matthew, hacia la botella y frunció el ceño.

—¿Otra vez? —Matthew soltó una risita nerviosa.

—Soy un bohemio, madre. Necesito alimentarme de arte y alcohol —La seriedad en el rostro de Charlotte vaciló, había diversión en sus ojos, como si en su mente aún pudiera observar a su pequeño niño haciendo travesuras infantiles. Ella negó con la cabeza, mechones de su cabello castaño saliendo de su moño. Levantó la mano, dispuesta a acariciar la mejilla de su hijo, pero éste se apartó.

Matthew se sentía sin derecho a que su madre lo tocara, no se merecía ni una pizca de cariño que su madre otorgaba. No después de lo que le había hecho.

Charlotte se vio herida, pero bajó la mano. Luego volvió a su libro.

—Entonces, ve —Le dijo, pero cuando levantó la vista se dio cuenta que su hijo ya no estaba.

.

James despertó agitado y con un gran dolor en el pecho. Lo primero que hizo fue dirigirse a un espejo a ver su runa parabatai en el hombro. Estaba intacta, oscura contra su piel. Pero aun así la opresión y el dolor en el pecho le decían que no duraría mucho así.

Algo le pasaba a Matthew.

Así que lo único que hizo fue cambiarse de rapidez y salir.

No sabía dónde ir, no sabía si agarrar para la casa del cónsul, o para la taberna del diablo, o para Ruelle infernal.

Después de meditarlo unos minutos, entendió que no podía llegar a la casa del cónsul, eso sería alertar a Charlotte y Henry, porque estaba seguro que ellos no tenían idea de dónde estaba su hijo menor.

Ya iba a partir hacia Soho cuando pudo ver una figura pequeña ir hacia él. Uno de los abandonados corriendo hacia él, prácticamente aclarando las dudas de James.

Sintió que se quedaba sin respiración y le dolía el estómago, sin duda Matthew estaba metido en una pelea.

Cuando el pequeño subterráneo le confirmó en dónde estaba su parabatai, James tomó uno de los caballos más rápidos, subió y cabalgó hacia la taberna, en dónde, por el ángel, iban a terminar echándolos si Matthew seguía de esa forma.

Llegó rápido, el dolor en su pecho se había calmado, pero aun así no dejaba de hacerle un extraño cosquilleo.

Entró a la taberna, en dónde algunos subterráneos estaban organizando el desorden mostrando que sin duda hubo una pelea. El tabernero le lanzó una mirada a James y le señaló las escaleras, al parecer habían logrado que Matthew subiera a la guarida. James subió enseguida, ensayando la reprimenda a medida que subía los escalones.

—Por el ángel, Matthew Fairchild —comenzó mientras abría la puerta—, me costó encontrar este lugar y tú vas a hacer que nos e... —Se quedó sin palabras al ver el estado del muchacho sentado en el sofá: tenía la camisa rota, moretones en el rostro y sangre manchando su cabello rubio... y sostenía un vaso de licor en sus manos.

—Hey, Jamie —dijo Matthew, como si nada pasara, brindándole una de sus más encantadoras sonrisas a su parabatai. Pero James sabía cómo no caer en esa sonrisa despreocupada. Se acercó y lo primero que hizo fue arrebatarle el vaso a Matthew.

Era de muy mala educación quitarle la bebida a otro hombre, pero a James no le importó.

—¿Qué pasó? —preguntó. Fue a la otra habitación a buscar toallas limpias y agua para limpiar la sangre de Matthew antes de hacerle la runa de curación.

—Una pequeña pelea —comentó cuando James volvió. James bufó, dándole a entender que no le creía. Y es que no lo hacía, Matthew no era de meterse en peleas a puño limpio, pero ese había sido su amigo años antes. Matthew había tenido un extraño cambio que James no entendía, y aunque quería entender, le era difícil presionar a Matthew para que le dijera.

Se sentó al lado del rubio y comenzó a limpiar sus heridas.

—Una pequeña pelea no me levanta sin aire —comentó James. Matthew solo soltó una risita que fue interrumpida con un quejido cuando James presionó en un golpe— ¿Con quién fue?

—Unos... tres vampiros —James gruñó.

—Por favor, dime que no los mordiste —Si Matthew lo había hecho, había ingerido sangre de vampiro y tendrían que ir hasta el instituto y llamar a su madre. Ella comenzaría a buscar el agua bendita con la cual tenían que bañar a Matthew. James recordó que una vez su madre le había dicho que padre tenía la manía de hacer eso en las peleas.

Matthew soltó una risita.

—Estoy borracho, Jamie, pero no soy estúpido —respondió—. Pero ellos sí me mordieron —James podía notar las cicatrices de dientes en la blanca piel de Matthew. Tomó su estela y comenzó a dibujar iratzes en la piel de su amigo junto con algunas runas para componer más sangre.

—¿Por qué comenzó la pelea? —cuestionó. Matthew enseguida desvió la mirada, sus manos temblaron. James notaba que hacía eso cuando quería evadir el tema.

—Nada en particular. Solo quería algo de adrenalina. No hay casi demonios por la ciudad.

—Adrenalina. Peleando con subterráneos —Matthew se encogió de hombros—. Con tal de que no hayas matado a nadie rompiendo los acuerdos, estoy bien —Matthew le sonrió. Las iratzes lo ponían sobrio, así que ya tenía más claridad en su mirada.

—Rompí unos dientes, pero les volverán a crecer —Luego de las iratzes, James le ofreció su chaqueta para que se cubriera, dado que no le había llevado ropa extra.

Se acomodó al lado de su parabatai pensando si mejor enviaba a un huérfano a buscar a Christopher que usualmente permanecía despierto en su laboratorio. Cuando sintió el cuerpo de Matthew recostarse en su costado.

Matthew no era más que cinco centímetros más bajo que James, pero en esos momentos, se veía realmente pequeño. Se veía herido, destruído y James se sentía frustrado porque no podía hacer nada por él.

Había visto lentamente como una sombra se posaba sobre Matthew, pero su parabatai colocaba muchas veces un muro entre los dos que a James le costaba traspasar.

—Dime cómo es la sombra que está sobre ti, Matthew. Y pelearé con ella —Matthew se restregó en el brazo de James y negó con la cabeza.

—No puedes hundirte como lo hago yo. No sería justo —Y se cerró, no dijo más nada y James tampoco lo hizo.

Fue en cuestión de minutos escuchar los ronquidos suaves de Matthew al dormir.

.

Matthew supo que el día iba a ir mal, cuando entró al comedor a las once, y solo estaba Charles ahí.

Pensó un momento en abandonar el comedor y volver a su habitación, pero el estómago le gruñía de forma horrible y estaba hambriento. Así que prefirió ignorar a su hermano mayor mientras se sentaba a desayunar.

—Estás saliendo casi todas las noches —Le reprendió Charles ni más se había sentado. Matthew gruñó, tomando un panecillo frío.

—No te importa —respondió, no estaba de humor para su hermano. Charles frunció el ceño.

—Claro que me importa. Hubieras visto como estaba mamá ayer. La encontré en el salón principal dormida en un sillón esperándote. Está preocupada por la clase de vida que estás llevando —Matthew frunció el ceño y dejó los restos del panecillo.

—¿La clase de vida que llevo?

—¡Claro! Yendo a esos lugares clandestinos junto con Anna. Lleno de perdición y subterráneos. Llegando borracho y con la ropa rota. ¿Crees que no me di cuenta? —Matthew permaneció en silencio, los dientes apretados de la furia, sus manos temblando— No haces más que preocupar a nuestros padres. Todo lo quieres para ti mismo, todo eres tú. Estás muy grande para que mamá se esté preocupando por ti. Mira que hace dos años perdió el bebé por cumplirte los caprichos.

Eso fue el límite, Matthew se levantó, casi volcando la silla y Charles le siguió, tratando de no quedarse atrás enfrentandolo. Las manos de Matthew temblaban y tenía un nudo en su garganta.

Él sabía que era el culpable del aborto de su madre, pero no de la forma en que Charles pensaba. Y su hermano no sabía la forma en que Matthew se estaba culpando de eso.

—¡Y tú crees que das mucho orgullo ¿No?! —Le gritó a su hermano mayor. Éste frunció el ceño— Claro, el gran Charles Buford que solo sabe criticar. El lamezuelas de la clave que finge ser tan perfecto aunque es una mierda. ¡Eres solo una maldita sanguijuela que está esperando que mamá se retire para roer el hueso porque es lo único que sabes hacer!

¡Plam!

Matthew, en toda su vida, nunca había sido golpeado. Los golpes constantes cuando era niño no contaban. Los golpecitos que le dio Charles en la espalda cuando éste tenía doce y Matthew cinco, porque se estaba ahogando, tampoco contaban.

Su mejilla le ardía, estaba seguro de sentir un hilillo de sangre porque el anillo Fairchild de Charles le había rasguñado también.

No supo cómo responder, porque había quedado tan impactado por la cachetada que Charles le había dado.

—¡CHARLES BUFORD! —El grito de su padre fue lo que lo sacó de su ensoñación. Lo miró entrar al salón en su silla de ruedas, su rostro tan rojo como su pelo— ¡Por el Ángel ¿Que está pasando aquí?! ¡Su pelea se escuchaba hasta en el laboratorio! ¿Por qué golpeaste a tu hermano?

Matthew no siguió escuchando la reprimenda que su padre le daba a Charles, porque la sangre le zumbaba en los oídos por la ira.

Tomó a un desprevenido Charles y le dio un puñetazo en la mejilla. Fue tan sorpresivo que el pelirrojo perdió el equilibrio y cayó al suelo. Matthew enseguida se encaramó, lleno de ira para volver a golpearlo. Charles era siete años mayor que Matthew, tenía siete años más de experiencia que el rubio, así que fue sencillo para él el tomar las muñecas de Matthew y sostenerlas para evitar que lo volvieran a golpear.

—¡MATTHEW! —gritó su padre. Pero Matthew no lo escuchaba, sentía un enorme nudo en su garganta, sentía que reprimía tantas cosas y ahora solo quería desbordarse, y se había encontrado con el obstáculo que era Charles frente a él. Siguió batallando para que Charles lo soltara, quería golpearlo.

Fue un sonoro golpe en el suelo y una maldición muy pocas veces escuchada lo que lo hizo detenerse de luchar contra su hermano. Matthew notó que su padre se había caído de la silla y se estaba arrastrando hacia ellos, con la intención de interponerse para evitar que siguieran peleando.

Pero no hubo necesidad, Matthew se alejó de su hermano de forma inmediata y fue al auxilio de su padre.

—Papá, ven te ayudo —murmuró tomando a su padre y ayudándolo a levantarse y sentarlo en la silla nuevamente. Matthew notó que su rostro rojo se veía derrumbado, sin duda dolido de ver a sus hijos, esos que tanto amaba, pelear.

—¿Por qué se están peleando? —murmuró Henry mientras Matthew lo sentaba en la silla, había dolor en su voz. Matthew vio a Charles levantarse y acariciarse la barbilla.

Le lanzó una mirada furibunda.

—No fue nada —respondió Charles—. Un pequeño conflicto que no tiene importancia.

Pero Henry no quedó convencido.

.

Matthew escuchó los pasos de su madre subir las escaleras y guardó la licorera en su chaleco. Se quedó observando el horizonte, sentado en el alfeizar de su ventana cuando su puerta se abrió.

—¿Cómo que te peleaste con Charles? —gruñó Charlotte. Matthew miró hacia su madre, se había quitado la túnica de cónsul pero aún mantenía el traje de combate abajo. El rostro de la mujer era serio, con un ceño fruncido.

—No fue nada —respondió Matthew agitando sus manos. Los pasos de la mujer acercándose lo hizo encogerse, se sentían gigantes pero su madre no medía más de metro y medio. Sin embargo, daba el aspecto de ser más alta nada más con su mirada.

Ella, como si se acercara a un gatito abandonado, tocó la herida de la mejilla de Matthew. Éste se encogió.

—Tu padre estaba muy preocupado —dijo ella sacando su estela. Matthew se dejó curar por su madre, soltó un quejido cuando la estela le comenzó a quemar en la mejilla—. Y yo también estoy muy preocupada.

—No hay nada de qué preocuparse —respondió Matthew. Charlotte tomó la barbilla de su hijo y revisó que la mejilla estuviera curada.

—¿Ah no? Algo me dice que sí —Ella tomó la silla de su escritorio y se sentó frente a él. Matthew observó a su madre.

—No fue nada. Charles solo criticó lo que hago, como siempre, y hoy no estaba de humor —Charlotte bufó.

—Cariño... —Matthew se sintió horrible cuando su madre lo llamó así. No sentía que se lo merecía— He estado un poco preocupada por tus andanzas.

—Todo está bien, madre —dijo Matthew agitando sus dedos y brindándole una sonrisa. Matthew había practicado sus sonrisas con una increíble perfección.

Nadie notaba que eran absolutamente falsas y que en verdad él estaba gritando por dentro.

—Solo... busco diversión. Perdón por no ser de utilidad política como mi hermano.

—¡Oh no pienses eso! —exclamó Charlotte—. Es solo... ¿Alguna vez te conté que Will cuando tenía tu edad fingía ir a beber en las noches y se comportaba de una forma horrible conmigo y con Henry porque creía que estaba maldito? —Matthew soltó una risita.

—No, pero la tía Tessa sí —Matthew supuso que su mamá relacionaba los sucesos. Pero es que el tío Will en verdad no había hecho nada malo, Matthew sí. Charlotte no rio, solo acercó su mano y tomó la de su hijo. Matthew miró la unión de manos. La mano de Charlotte era muy pequeña.

—Si tienes algo que decirme. Hazlo. Confía en mí, mi amor.

Matthew miró al rostro de su madre, se veía agotada, con marcas en la esquina de los ojos y algunas vetas grises en su pelo. La recordó hace dos años, tendida en el suelo con lágrimas brillantes luego de él envenenarla. La recordó días después, en cama, cuando él había ido a llevarle el desayuno ella había estado llorando por su pérdida.

Pérdida que él ocasionó.

—Oh, mi dulce madre —pensó Matthew—. Si supieras todas las cosas malas que te he hecho, no me seguirías viendo con todo ese amor.

Desvió la mirada de ella.

—Estoy bien, mamá. No es nada —respondió.

La boca de Charlotte se dibujó en una fina línea. Supo que no podía insistir.

.

El puente Blackfriars estaba casi vacío a tan solo las diez de la noche. Pocos copos de nieve caían manchando el piso más de blanco mientras los zapatos de Cordelia y los de Matthew dejaban blancas huellas en la nieve.

Estaban usando runa glamour y de silencio, así que nadie en los autos o carruajes que pasaban de vez en cuando, podían verlos. Y en la zona peatonal, por donde ellos caminaban, eran muy pocos mundanos los que pasaban.

Cordelia descubrió que el caminar podía relajar la mente más que el ir en un carruaje. Caminando podía ver las cosas más de cerca y detenerse para verla. Cómo ahora que los dos se apoyaron en la barandilla del puente observando el Támesis recorrer helado por debajo de ellos.

—¿Ves que caminar da una mejor experiencia? —dijo Matthew. Cordelia soltó una risita y se cubrió con sus brazos.

—No si nos desviamos de nuestro camino y te estás congelando —respondió. Vio cuando Matthew se quitó la chaqueta y la fue a poner sobre sus hombros. Cordelia sabía que no debía replicar, que él iba a hacerlo de todos modos.

El calor de Matthew se transfirió en la chaqueta, junto con el aroma de la colonia cara que usaba y el permanente olor a brandy. Cordelia se sintió un poco mal, como siempre lo hacía al recordar a su padre y lo que la bebida que había hecho a él. No quería que le hiciera lo mismo a Matthew.

Ella lo observó, él fijaba su vista en un punto bajo el puente, como si le fuese tentador la idea de saltar al río. Sus rizos rubios se despeinaban con la brisa helada que le rozaba las mejillas a ambos.

A Cordelia le gustaba la cercanía de Matthew. Le agradaba como él siempre quería hablar con ella, o sacarla a bailar en las fiestas. Le reconfortaba tomar su siempre tibia mano y seguir sus pasos en la pista de baile.

O ir en las noches al Ruelle infernal. Habían vuelto temprano, dado que Cordelia no había tenido ganas de seguir ahí y Matthew le había propuesto caminar hasta el instituto.

Quedaba lejos, pero no importaba. Cuando habían estado llegando, Cordelia se arrepintió, sintiéndose a gusto en su charla con Matthew que luego él le propuso seguir de largo, llegando al puente Blackfriars.

Cordelia lo observó más detenidamente, se había descubierto a sí misma captando más cosas sobre Matthew: como los sentimientos que comenzaban a florecer dentro de ella, su pecho agitado cuando estaba a su lado o el simple hecho de estar a gusto de permanecer observando cada rasgo de él. Cómo sus mejillas volviendose rojas por el frío, o sus largas pestañas doradas, o el pequeño rastrojo de barba dorada que adornaba su barbilla, o sus labios con constantes cicatrices.

¿De qué habrán sido? ¿Marcas de sus propios dientes? ¿Aventuras pasadas?

Mordió su labio. Y de repente su corazón brincó cuando aquella mirada verde se dirigió a ella y le brindó una sonrisa.

Matthew se apartó de la orilla, fingió quitarse un sombrero y le extendió la mano a Cordelia que, soltando una risita, la tomó.

Bailaron con música invisible al comienzo. Matthew la hizo girar varias veces. La pegó a su cuerpo sintiendo el calor del otro chico. Hasta llegó a cantar de forma tan desafinada, que si los mundanos que pasaban los hubieran escuchado, se hubieran aterrado.

—Cantas horrible —Le dijo Cordelia, lo cual él solo soltó una risita.

La hizo girar nuevamente, y Cordelia lo hizo, sin temor de resbalarse por la nieve porque sabía que las manos de Matthew la atraparían. Y cuando él la sostuvo a su cuerpo, sintió que la respiración se le cortaba.

El corazón le latía de una forma incontrolable, y solo pudo hacer algo que había vagado más de una vez en su mente.

Lo tomó de las mejillas y lo besó.

Los labios de Matthew eran tan suaves y seguían el suave ritmo que ella daba. Las manos dudaron, como nunca lo habían hecho, en acariciar su cintura.

Cordelia siempre había visto a Matthew tan libertino y extremo, coqueteando con todo el mundo. Pero en realidad era un alma muy sensible que realmente necesitaba afecto.

Eso se notaba, en el suspiro que él dio cuando se besaban, como si fuera algo que necesitaba, que anhelara.

Cuando se separaron, que ella acarició las mejillas de Matthew, heladas por la noche, fue que él abrió los ojos y Cordelia vio pánico.

Matthew se separó de ella, apartando su rostro y apoyándose en el puente, respirando agitadamente.

—Perdón... —susurró Cordelia. Ahora ella caía en cuenta que había hecho: había besado a otro chico que no era su prometido.

—No... no es tu culpa —dijo aún apoyado en el puente. Cordelia suspiró y se apoyó a su lado—. Es solo... no comprendo.

—¿Qué no comprendes? —cuestionó Cordelia— ¿El beso? —Ella suspiró y desvió la mirada, sintió la sangre subir a sus mejillas—. Quería hacerlo... porque... me gustas.

Matthew gimió, aquello hizo que Cordelia lo mirara confundida. Estaba segura que ella había visto algo en su mirada. Ella estaba segura que no estaba equivocada con los sentimientos de Matthew.

Sin embargo, suspiró.

—Matthew...

—No puedo gustarte... —murmuró Matthew, aquello la hizo fruncir el ceño. Él jugaba nerviosamente con uno de sus anillos. Ella se había dado cuenta con el tiempo la poca estima que tenía Matthew sobre sí mismo.

—¿Por qué crees que no podrías gustarme? —cuestionó Cordelia— ¿Es por mi compromiso con James? —soltó un bufido— Ya sabes que es...

—Porque soy un desastre —respondió Matthew, interrumpiéndola—. Porque, Cordelia, eres una increíble mujer y yo soy una pésima persona.

El corazón de Cordelia se achicó. Se acercó a él y lo tomó de las mejillas para que la mirara.

—No, no eres una mala persona. Solo tienes problemas, estás abrumado, algo te agobia y Matthew, me encantaría saber qué es.

Matthew solo pudo recostar su frente contra el hombro de Cordelia, sintiendo el suave perfume de ella.

Se quedaron así por unos minutos, Cordelia acariciando el cabello de Matthew, y Matthew sintiendo el suave latir de Cordelia en sus oídos.

Jamás creyó que ella le devolviera sus sentimientos, no lo merecía. Cordelia no merecía sentir nada en alguien como él. Se separó de ella y volvió a apoyarse en la barandilla del puente.

—Matthew... ¿Por qué crees que eres una mala persona? —preguntó Cordelia apoyándose a su lado. Matthew estaba mirando al río, mordiendo su labio.

En su garganta había un nudo.

—Hace unos años, me dijeron cosas muy feas sobre mi familia —respondió Matthew. No quería revelar que había sido Alastair, porque aunque lo detestara, no quería que Cordelia perdiera el afecto hacia su hermano—. Me dijeron que mi madre tenía amoríos con el padre de Thomas y que, de hecho, yo era el bastardo de él. Imagina todo eso en la mente de un niño de trece años.

Cordelia apretó las manos.

—¿Sabes? —dijo ella— Sé que fue Alastair —confesó. Matthew la miró—. El que no quisieras decirme que es él, para no cambiar la perspectiva que tengo de mi hermano, ya me da una idea que en realidad, como pienso, no eres una mala persona, Matthew.

Matthew mordió su labio negando con la cabeza.

—Si algo pasara así en tu familia, Cordelia ¿Qué harías?

—Sería difícil saberlo. Puedo decir una cosa, pero en el momento de actuar puede ser diferente —respondió. Matthew se estaba mirando las manos, estaban pálidas por el frío de la noche.

—Yo hice algo muy malo —Cordelia notó que su voz se estaba quebrando—. Cuando tenía quince, noté que había algo extraño en mi familia. El tío Gideon se aparecía casi todas las mañanas para llevar a mi madre a Idris. Mi padre estaba más atento con mi madre y se notaba más preocupado. Y hasta Charles se notaba también muy extraño. Creí que... se iban a divorciar. Y estaba aterrado.

Matthew tragó, en su cabeza algo le decía que no era buena idea, que Cordelia se iba a separar de él cuando lo supiera.

Estaba aterrado, y en otra parte de su mente había una vocecita, algo que era supremamente constante que le decía que lo merecía. Que lo dijera porque él no merecía el amor que Cordelia le estaba regresando.

Que él no merecía nada.

Más que desgracias.

—Temía que nunca me dijeran tampoco sobre mis orígenes ¿Quién no quiere saber de dónde viene? ¿Sabes lo horrible que sería ser un bastardo? Y en mi mente las cosas comenzaban a tener sentido ¿Sabes? El único rubio de ojos verdes de mi familia. Y éstos eran rasgos Lightwood. Así que fui al mercado de las sombras y compré una poción de la verdad que me recomendó un hada.

Sus manos comenzaron a temblar. Y Cordelia presentía que venía la peor parte. Y lo noto cuando Matthew se cubrió el rostro con las manos.

—Eché solo una gota en la comida de mi madre —Su voz temblaba, como si estuviera luchando con toda su alma el revelar esto. Y era verdad, Matthew tenía en su mente aquella discusión tan horrible—. Mamá comió... y cayó.

» Era veneno.

Cordelia cubrió su boca con su mano.

—Lo peor fue... —Matthew en ese momento tenía la voz más agitada y Cordelia notó que había lágrimas deslizándose por sus mejillas— que mamá estaba embarazada. Y perdió la bebé.

Los ojos de Cordelia se llenaron de lágrimas. Y a Matthew comenzaron a temblarle los hombros.

—Maté a mi hermana, Cordelia.

Matthew tenía un horrible nudo en la garganta luego de confesar eso. Pero había en su pecho un pequeño alivio, como si algo se levantara por haber sacado eso de su pecho.

Recordó al tío Jem, diciéndole que debía decírselo a James. Pero no podía, no cuando su querido parabatai tenía tantas expectativas en Matthew.

Sintió las manos de Cordelia en sus hombros, girándolo para enfrentarla. Él esperó furia en sus ojos, decepción y asco, pero se encontró con los ojos marrones más compasivos del mundo. Ella tomó su rostro entre sus manos y le limpió las lágrimas con los pulgares.

—Oh, Matthew. ¿Cómo has tenido esto tan oculto en tu corazón? —Le dijo ella, y Matthew se derrumbó. Ambos cayeron de rodillas en el suelo, sin importar estar en medio de un puente con la nieve humedeciendo sus rodillas. Cordelia besó las lágrimas de Matthew y luego dejó que él apoyara su rostro en su pecho en una intimidad impresionante.

A pesar de que autos y carruajes pasaran, no los podían ver, así que sentía que estaban completamente solos.

.

La mano de Cordelia era suave en la suya mientras caminaban de la mano hacia el instituto. Habían quedado hasta tarde sobre el puente y a Cordelia no le importó.

Se había quedado hasta que Matthew se había calmado y había podido hacerlo hablar.

Él le había dicho que era un desastre, una pésima persona y ella había insistido que no lo era.

—Eras un niño, Matthew. Fuiste engañado por un hada y los rumores. Fue solo un accidente —Matthew sólo se apoyó en la mano de Cordelia que estaba en su mejilla.

—Jamie, Kit y Tom no hubieran hecho lo que yo hice si les hubiera pasado. Sus almas son nobles.

—¡Eso no lo sabes! —Le reprendió— Nadie sabe cómo actúa ante estas situaciones. Y tu alma es noble, Matthew. No tenías malas intenciones más que saber la verdad.

—Y por eso, mi hermana murió y casi muere mi madre.

—¡No lo sabías! —Matthew solo desvió la mirada— ¿Por eso bebes? —El rubio tomó la mano de Cordelia de su mejilla y la acarició.

—Siempre... incluso antes de que eso pasara, creí que no valía la pena. Una cara bonita pero no inteligente, un desperdicio de espacio en un chaleco. Alguien que no valía la pena, y eso que hice me lo confirmó. Cuando bebo... olvido todo eso. Mi mente se nubla.

—Pero te hace daño. Y le hace daño ver cómo te destruyes a ti mismo a la gente que amas. ¿James lo sabe? —Matthew abrió los ojos.

—No. James no puede saberlo. James es un alma dulce y noble, como Lucie. Y él es quien menos debe saberlo. Por favor, Cordelia. No le digas a nadie —El corazón de Cordelia se derrumbó. Asintió.

—Pero deberías decírselo tú. Para que entiendas que no fue tu culpa, porque esto que te estoy diciendo yo, sé que él también va a decírtelo —La sonrisa de Matthew era triste.

—Me gustaría creerlo, mi dulce Cordelia —Y la había tomado de la barbilla para darle un suave y dulce beso en los labios que Cordelia desgustó, pero que no duró mucho.

Luego Matthew la había tomado de la mano y habían decidido volver al instituto.

Y ahí estaban, era muy tarde para volver a casa cada uno, así que era mejor dormir en el lugar.

Cuando entraron, fueron recibidos con el calor del salón.

—Iré a ver a Lucie —dijo Cordelia—. Sé que estará despierta escribiendo —Se despidió. Le fue a devolver la chaqueta a Matthew pero él se negó.

Cordelia asintió y subió las escaleras con rumbo a la habitación de Lucie. Estaba segura que haría una colección de chaquetas de Matthew en su casa.

Nota: En verdad, esto estaba planeado ser solo un One shot, pero se alargó muchísimo. Así que más que todo es un Three-shot, más nada.
Espero que les haya gustado.


The shadowhunter chronicles © Cassandra Clare.

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