PRIMERA VEZ
JONA
Oímos un par de gritos y ruidos en el piso inferior de la casa, Miranda se separó de mi abrazo y explicó que bajaría a ver, la vi pasearse por su habitación completamente embobado.
— ¿Ya cenaste?— preguntó.
— ¿Ah?— dije aún embobado.
—Si ya cenaste Bronx, ¿Volvió la lentitud?— sonrió.
—No cené, hemos tenido una charla de familia y no caímos en la cuenta del tiempo, luego vine a verte y ya, aquí estoy— solté todo casi sin respirar.
—Bronx— llamó.
— ¿Sí?— agaché la mirada.
—Mírame Bronx— susurró y vi sus pies frente a mí.
—No me ordenes que haces que me sienta inferior— mascullé viéndola a los ojos.
—No te sientas así, no tienes por qué sentirte superado o menos que alguien, estoy aquí y tú también, estamos aquí y me alegra mucho— acarició mi mejilla antes de girar hacia la puerta.
—Estás contenta de que tu amigo esté aquí— dije tras soltar un suspiro.
Creo que no escuchó lo último porque simplemente salió de la habitación sin mirar atrás, ella necesitaba un amigo, pero lo que yo sentía por ella no era amistad, era atracción, era.
—Malditas hormonas— mascullé frustrado.
Me acerqué lentamente hasta su escritorio y me entretuve con las notas que habían esparcidas sobre el mismo, notas de la preparatoria, algunos bocetos y notas de pendientes, el color pastel que cubría las paredes de su habitación parecían querer llevarse lo negro de su vida.
—No eres más que una niña tratando de vivir como tal— susurré.
Giré y vi que en sus paredes no había posters de idols o fotografías con amigas en salidas o la preparatoria, ya estaba acostumbrado a verlas adornar las paredes de la habitación de Alexa. Parecía que estaba más en la habitación de una mujer adulta que en la de una adolescente y eso dolía, saberla renunciando a cosas que quizás ella realmente deseaba hacer.
— ¡Déjame Jared!— oí decir a Alba en el pasillo.
— ¡No lo harás Alba!— masculló él.
— ¡Déjame!— insistió al tiempo que entró de golpe a la habitación.
Como pude me arrastre bajo la cama de Miranda rogando que no hayan visto, los pasos de Alba eran inestables, su respiración agitada y llamaba por Miranda todo el tiempo.
—Ya vámonos Alba, no tienes nada que hacer en el cuarto de nuestra hija— dijo Jared.
— ¡No! No vuelvas a repetir eso, no vuelvas a poner esa mentira en tus labios— masculló.
Oí un golpe y supuse que sería una bofetada de parte de Alba a Jared, pero, una mentira, cómo era eso, a qué se refería. Miranda se tardaba demasiado y Alba parecía no querer dejar la habitación sin hablar con ella.
—Es tu hija Alba, tú lo quisiste así, ¡Con un demonio! Vámonos de aquí— insistía Jared.
—Debí haberme desecho de ella al igual que de su madre— dijo entre dientes.
Mi rostro debió de haber sido un poema al oír aquello, oí la puerta cerrándose y supe que habían abandonado la habitación. Salí de mi escondite y con dificultad llegué hasta la ventana.
— ¿Deshacerse de ella al igual que de su madre?— balbuceé nervioso.
¿Qué acaso y la había asesinado? ¿De qué otra manera pudo haberse deshecho de la madre de Miranda? Un momento, si se deshizo de la madre de Miranda.
—Ella no es su hija— susurré.
El sonido de la puerta abriéndose me sobresaltó y me volví hacia ella viendo a una sonriente Miranda entrar con un par de sándwiches y vasos de jugo en sus manos.
— ¿Estás bien?— preguntó confundida.
—Sí, todo en orden, ¿Por qué?— intenté simular.
Me acerqué a ella y tomé en mis manos un sándwich y un vaso de jugo sonriendo, ella solo encogió los hombros y me guio hasta su cama, tomamos asiento uno junto al otro y en silencio comenzamos a comer. De reojo veía su rubia cabellera ocultar su hermoso perfil y caer sobre sus descubiertos pechos gracias a la pequeña blusa de tirantes que utilizaba para dormir.
—Estás volcando el jugo Bronx— sonrió de lado.
— ¿Qué?—
Me volví hacia el vaso y vi que estaba aún lleno, ella estalló en unas carcajadas silenciosas haciendo que mi rostro se volviera una verdadera bomba de sangre acumulada.
— ¿Qué estabas viendo Bronx?— sonrió buscando mi mirada.
—Nada, no veía ni veo nada— balbuceé mordiendo el sándwich.
Su risa me hizo volver hacia ella y la vi divertida observándome con detenimiento. No sé por cuanto tiempo estuvimos sólo viéndonos el uno al otro cuando ella hizo a un lado lo que tenía en su mano acercándose más a mí.
—Miranda— susurré.
Ella simplemente continuó acercándose más a mí y los nervios comenzaron a jugar conmigo volviéndome un maldito tímido y torpe Jona Bronx. Calló mi boca con su dedo índice y quitó de mis manos el plato que llevaba.
—Estoy contenta de que mi amigo esté aquí— susurró.
— ¿Lo estás?— sonreí al ver que acercaba su rostro al mío.
—Pero estaré aún más si en este momento vuelve a besarme como lo hizo hace unos días— sonrió sensualmente.
No tuve que esperar otra señal para acunar su rostro entre mis manos y besarla con toda la inexperiencia que cargaba, vamos, era mayor que ella pero jamás había llegado a más de un par de besos con alguien, tímido, es lo que soy, pero ella hace que quiera ser algo más que un tímido que espera que otro dé el primer paso.
Poco a poco el beso fue subiendo de intensidad y no sabía como pero Miranda era quien guiaba el beso y era tocar el cielo con las manos, su suave lengua recorriendo con delicadeza mis labios pidiendo permiso para hacerse con la mía. No entendía cómo ella podía saber que hacer conmigo y por un momento una punzada de celos me invadió pensando que ya había estado con alguien más de esta manera tan íntima.
—Miranda— susurré apartándome de ella.
—Lo siento Jona, ¿Te molestó?— dijo bajando la mirada.
— ¡No que va!— sonreí levantando su rostro con mis manos.
— ¿Entonces?—
—Estoy abrumado, es todo— susurré colocando mi frente contra la de ella.
—Jona yo— balbuceó nerviosa.
—Pues yo no— solté apenas con un hilo de voz.
Ella se separó lentamente de mí y clavó su mirada en la mía, sonrió de lado y se dejó caer en su cama tirando de mi mano para quedar suspendido sobre ella. Su mirada estaba cargada de algo que hasta ese momento no sabía que era deseo, sus pupilas visiblemente dilatadas y yo un novato lleno de dudas sobre qué hacer con aquella mujer, vamos, tengo 18 años, las hormonas a mil y.
—Somos adolescentes, los adolescentes no pensamos, sólo sentimos— susurró.
Acarició mi rostro con sus suaves para llevar luego sus pequeñas manos hasta mi cuello y atraerme hacia su boca, su beso era cuidadoso, lento, suave y yo me sentía más que tonto siendo guiado por una chica menor que yo en mi primera vez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro