COMPLICACIONES
JONA
Encontrar a Miranda en ese estado, completamente débil e indefensa me dejó en jaque por completo, no creí que aquella chica extrovertida que había visto sonreír y coquetear durante la mañana podría convertirse en el tembloroso cuerpo que llevo ahora en mis brazos.
—Te arrepentirás de haber venido— gritó alguien detrás de mí.
Al girar vi como los ojos cargados de ira de James me observaban fijamente y al ver a Miranda prácticamente desmayada en mis brazos hizo un intento de acercarse pero por algún motivo se contuvo cerrando sus manos en puños. Un sollozo me distrajo y sin dudar me dirigí hasta el coche que estaba usando para llevar a Miranda a su casa.
— ¿Miranda?— susurré dejándola en el asiento del copiloto.
—Quiero ir a casa Jona—
—Lo sé, necesito tu dirección—
Señaló su mochila y sacó de ella una pequeña agenda en la que estaba escrita la dirección de su casa, abroché el cinturón de seguridad y encendí el coche. Ella no hizo movimiento alguno, tan solo cerró los ojos y quedando hecha un ovillo en el asiento se limitó a colocar su mano sobre la fría ventana y llorar.
—Es aquella— señaló al girar la última esquina.
—Es hermosa—
—Es un montón de ladrillos— soltó llamando mi atención.
—Es tu hogar—
—Es un lugar para dormir y nada más, no es un hogar si existen personas que odian tu existencia dentro de ella, no es un... déjalo, gracias por traerme— dijo al sentir el freno del coche.
—Miranda, yo— intenté detenerla pero fue más rápida.
Salí del coche con prisa y al seguirla vi como su cuerpo comenzaba a temblar y la puerta de su casa se abría dejando ver una muchacha mayor que ella sostenerla en sus brazos. No sabía que hacer, quería estar allí con ella, todo este día fue muy agitado para ella. Sé que suena loco y apresurado pero siempre tuve la manía de ayudar a los demás, mi madre nos había inculcado el hábito de que debíamos ayudar pensando en lo que querríamos que hagan si alguna vez nos encontrábamos en una situación parecida.
—Ella estará bien, yo me encargo— añadió la chica llevándose con ella a Miranda.
No dije nada más, volví mis pasos preocupado por ella pero no quise importunar más, a decir verdad la mirada de la otra muchacha era bastante intimidante, tendría la edad de Alexa, de seguro y es su hermana. Solté un suspiro y subí al coche con la mirada fija en la puerta de aquella casa.
— ¿Vaya día?— negué con la cabeza y puse el coche en marcha para ir a casa.
Decidí recorrer y despejar mi mente conduciendo siempre con cuidado ya que aún no contaba con la licencia de conducir de Seattle, mamá había entregado el coche a Alexa para que me recogiera pero de seguro y debió surgirle algo y optó por dejármelo.
—Grave error— negué con la cabeza dejando salir un suspiro mientras volvía al parque en el que habíamos estado con Miranda.
Tomé la chaqueta más abrigada que había traído junto con la bufanda y los guantes y salí del coche. No sabía que buscaba allí realmente, tampoco qué preguntas hacer o qué pensar pero la verdad es que siempre fui un chico calmado, lo suficientemente perfil bajo y alejado de los escándalos y discusiones por lo que lo que había vivido el día de hoy realmente me superaba.
Me senté en uno de los bancos del parque y eché la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y al hacerlo la primer imagen que vino a mí fue la de Miranda con sus ojos vivaces y sonrisa pícara, tan diferente de la Miranda que había dejado en su casa unos minutos atrás. El sonido del móvil en mi bolsillo me despertó de aquella ensoñación.
— ¿Dónde estás Casanova?— preguntó divertida Alexa.
—Eso suena a viejo y sólo tengo 18 años—
—Pues ¿Quién es el galán de moda?—
—No lo sé— contesté frustrado –Solo soy Jona y nada más—
—Uy, qué humor, ¿ya te han dejado plantado?— su sarcasmo era lo que menos necesitaba ahora.
—Hermana, ¿Dónde estás? Recuerda que no puedo llegar a casa conduciendo el coche, mamá me mataría.
—Pues ven a buscarme entonces, te pasé la dirección en un texto, te espero—
—Salgo para allá—
—Cuídate y no tardes—
—Lo haré—
Me levanté del banco acomodando la chaqueta y la bufanda y al llegar al coche antes de encenderlo volví a sacar el móvil de mi bolsillo y la tentación de llamar a Miranda era de verdad enorme, por suerte el texto con la dirección de Alexa llegó y salí camino a buscarla.
—Es lo mejor— me dije a mí mismo convenciéndome que debía hablar con ella mañana.
El lugar donde debía ir estaba ubicado en el centro de la ciudad y las calles eran realmente un verdadero caos, al ver a lo lejos a Alexa esperándome un alivio enorme se instaló en mi pecho al saber que no volvería a conducir el coche sin mi licencia de nuevo.
— ¡Vaya! Mira nada más si mi hermanito ha sobrevivido a la jungla—
—No eres graciosa hermana, sabes que no cuento con licencia y mamá nos matará si se entera lo que he hecho—
—Pero no lo hará, yo no hablaré, tú no hablarás y todo cubierto— dijo agitando su cabello con aires de diva.
—Anda ya y sube al coche que quiero llegar a casa— mascullé.
— ¿Qué pasó con la alegría que traías a la tarde?—
—Ninguna alegría, nada sucedió, sólo...—
— ¿Sólo?—
—Pues, las mujeres son complicadas, sólo hacen lo que quieren y luego te dejan con mil preguntas—
— ¡Oye! Hermano, creo que estás un poquitín al revés—
— ¿Por qué?—
—Pues porque es al revés cariño, son ustedes los que hacen y deshacen y luego van dejando lágrimas en nuestras mejillas—
—Pues no es mi caso— bufé cruzando mis brazos.
—Anda ya, colócate el cinturón y vamos a casa—
—Mejor, solamente las pastas de mamá podrán sacarme de este estado—
— ¡No seas tan dramático Jona!— rio Alexa golpeando mi hombro.
—Así me amas hermanita—
—Claro que sí tonto— presionó mi mejilla y reímos mientras encendía el motor del coche.
Al llegar a casa el coche de mamá estaba ya en el garaje de la casa, luego de hacer lo propio con el coche Alexa y yo bajamos y entramos a la casa por la puerta que comunicaba el garaje directamente con la cocina. El aroma de las pastas de mamá inundó mis fosas nasales y recordé las palabras de Miranda "no es un hogar si existen personas que odian tu existencia dentro de ella", qué clase de familia era la de Miranda, no llamaba siquiera a su madre "mamá", "Alba".
— ¿Hijo?— no supe en qué momento mamá llegó donde estaba.
— ¿Sí?—
— ¿Pasa algo?— inquirió con aquel tono de preocupación que no me gustaba oír.
—Nuestro pequeño principito está creciendo mamá— comentó Alexa dando un mordisco al pan con salsa que tenía en la mano.
— ¿Creciendo?— mamá giró hacia ella y al volver a verme sus ojos estaban llenos de picardía.
—No mamá, no es eso...—
—Deberemos de tener "La Charla"— enfatizó con una sonrisa.
—Ni charla ni nada, sé lo que hay que hacer y no fue más que un acercamiento confuso con una chica bastante complicada de la cual prefiero mejor ni hablar—
Sin agregar más nada y haciendo caso omiso de los reclamos de mamá por dejar la cena en la mesa subí a la habitación dejándome caer sobre la cama para fijar la vista en el techo y perderme en un pensamiento vacío o al menos intentar hacerlo.
—Tengo que hablar con ella— solté negando con la cabeza.
Busqué el teléfono y su número que había guardado antes, "Llama cuando quieras", lo que me preocupaba era saber cuál de las Miranda contestaría o si de verdad contestaría mi llamada. Veía al teléfono entre mis dedos y no sabía que hacer así que nada más lo lancé a un costado y luego de quitarme los miles abrigos que traía entré al baño dispuesto a darme una ducha y dejar de pensar para poder dormir.
—Y si esto fue el primer día, no quiero imaginar el resto— suspiré abriendo la ducha dejando que el agua tibia bañe todos los pensamientos que me perturbaban.
Esa noche no quise hablar con nadie, sabía que me esperaría el sermón de mamá por la mañana pero era soportable eso a las preguntas e ironías que lanzarían entre las dos contra mí.
— ¿Cómo está tu humor hoy?— gruñó mamá al oírme entrar por la mañana en la cocina.
—Perdón mamá, la situación me superó— dije abrazándola por la espalda besando su mejilla.
—A ver Jona, siéntate allí— y lo dicho, el sermón.
—Antes que digas nada, ¿Recuerdas la niña del aeropuerto?—
—Sí, era muy bonita como para olvidarla así nada más—
—Pues lo que tiene de bonita lo tiene de complicada mamá— di un mordisco a la tostada con mantequilla frente a mí.
— ¿Cómo sabes eso?—
— ¿Creerías si te dijera que la encontré en la preparatoria?—
—No— contestó dudosa.
—Pues sí, es mi compañera, es menor, tiene 17 pero es bastante inteligente y sus padres lograron adelantarla un año—
—Eso es impresionante— asintió mamá interesada en mi historia.
—Ayer nos conocimos o mejor dicho nos reconocimos, ella es muy extrovertida y abrumadora, se acercó y dijo que yo le gustaba—
La tos de mamá resonó en la cocina y me acerqué a golpear levemente su espalda para que deje de hacerlo, ella se volvió hacia mí con una cara de ¿Por qué hasta ahora lo dices? A lo que respondí blanqueando mis ojos y volviendo a mi asiento.
—No me veas así mamá, es complicada, luego de eso pues estuvimos hablando mientras me acompañó a mi siguiente clase y cometí un error—
— ¿Qué error?—
—La besé—
— ¡¿Qué?!—
—Lo sé, mamá y lo siento—
—No hijo, ¿Por qué dices que es un error?—
—Mamá, no la conozco, sólo fueron mis hormonas activadas por la adrenalina del primer día de clases— intenté justificar mi acción.
— ¿Estás seguro?—
—Sí, no, no lo sé— dije revolviendo mi cabello.
—Hijo, eres joven e inseguro, pero eso no te da derecho a jugar con los sentimientos de los demás—
—Es que es exactamente lo contrario a lo que sucedió— negué intentando explicar lo de los ataques de pánico que tuvo y lo que dijo acerca de su familia.
— ¡Jona!— llamó Alexa desde arriba.
— ¿Sí?—
—Es tu teléfono, ¿Miranda?—
Me aparté del desayunador de la cocina ante la mirada atónita de mamá y fui en busca de mi teléfono. Lo tomé de las manos de Alexa y contesté la llamada.
— ¿Hola?—
— ¿Jona?—
— ¿Sí?—
—Sólo quería disculparme por lo de ayer— su voz se oía quebrada y un leve dolor se instaló en mi pecho.
— ¿Está todo bien?—
—Mira, pareces ser un buen chico y no quiero que... yo sólo...— ella también estaba arrepentida de lo que pasó ayer.
— ¡Oye! Miranda, no te preocupes, somos jóvenes y cometemos errores, te veo al rato en la preparatoria— dije intentando hablar por ella y evitar que su bochorno creciera.
—Oh, sí, claro, ahí nos vemos, adiós—
Colgó la llamada y un vacío se instaló en mi pecho al segundo de haberlo hecho y ya no estaba tan seguro de que había hecho lo correcto pero de alguna manera sentía que aquello era lo correcto.
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