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Prólogo

Aiko odiaba los primeros días de clase. Todo era un caos: los horarios confusos, los salones equivocados y, lo peor de todo, empezar a hablar con gente nueva, algo en lo que nunca había sido buena.

Por suerte, siempre podía contar con sus mejores amigas, Shinobu y Mitsuri. Ellas eran su refugio, las que hacían que todo fuera más llevadero, logrando que Aiko olvidara cualquier preocupación con la calidez y apoyo incondicional de ellas. Aun así, este año era diferente. Era su segundo año de preparatoria, un paso más hacia el futuro, y la incertidumbre la carcomía.

Los nuevos salones, las clases más complicadas y lo desconocido que venía por delante le generaban muchos nervios. Siempre había sido una chica tranquila, que prefería la compañía de sus dos mejores amigas antes que el bullicio de las multitudes. Ella no llamaba mucho la atención, pero tampoco pensaba que lo necesitara. Le gustaba pasar desapercibida, en su propio mundo.

Sin embargo, el destino siempre puede sorprenderte cuando menos lo esperas.

Pues en los momentos más inesperados apareció "él". Ese chico tan extraño, con su grandiosa risa, dulce voz y esa forma peculiar de ser, comenzó a llenar su mundo de algo que no había experimentado antes, una mezcla de curiosidad, miedo y una dulzura inesperada. No era solo su risa contagiosa ni la calidez de su voz lo que la intrigaba, sino la manera en que él se movía por la vida como si no le importara en absoluto lo que los demás pensaran. 

Era ese brillo en sus ojos al hablar, esa despreocupación tan natural, lo que empezaba a despertar en Aiko una sensación nueva, algo que aún no lograba descifrar.

Por otro lado, Rengoku Kyojuro siempre había creído que los días buenos empezaban con un despertar lleno de energía, entusiasmo y un desayuno bien balanceado. Nada mejor que una actitud optimista para enfrentar lo que fuera. Y aquel primer día de clases no sería la excepción.

Desde sus años en secundaria, Rengoku había sido el presidente de su clase, un título que llevaba con orgullo y responsabilidad. Le encantaba la idea de inspirar a sus compañeros y hacer que la escuela fuera un lugar mejor.

Su entusiasmo habitual lo hacía mirar con interés a cada compañero, nuevo o conocido, dispuesto a aprender algo de todos ellos. Pero ese día traería algo mucho más especial.

Entre la multitud de rostros familiares y nuevos, sus ojos se cruzaron con los de ella. Una chica que parecía querer desaparecer entre la gente, como si no quisiera ser vista. Ya la había visto antes, solia estar con Mitsuri y Shinobu, unas amigas de él pero nunca habían tenido una oportunidad de entablar una conversación.

Aun así, había algo en la mirada de ella. Era la manera en que sonreía con timidez, como si, sin siquiera intentarlo, esa sonrisa pudiera envolver a todos en una calidez indescriptible. Esa simple expresión calmaba el remolino de sentimientos y pensamientos que solían habitar en Kyojuro. 

Todo lo demás se apagó por un instante, y él solo pudo preguntarse por qué esa chica, con su sola presencia, lograba desordenar su mundo de una forma tan dulce y extraña.

— Iwasaki. — Pronunció con ánimo, una voz algo gruesa pero llena de calidez, sobresaltando a la muchacha que estaba a su lado, su cabello era de un rubio adornado con unos delicados mechones rosados, aquel color que parecían sacados de los pétalos de flores de cerezo. Por inercia, al escuchar esa voz tan animada, la chicas giró sorprendida, sin imaginar lo que estaba a punto de suceder al encontrarse con aquel chico.

— ¿Eh? — Sus ojos, de un profundo color amarillo, se encontraron con los ojos rojizos del muchacho, brillantes y llenos de entusiasmo.

— Aiko Iwasaki, ¿Verdad? — Repitió él con una sonrisa tan dulce como la primera vez

— ¿Cómo sabes...?

— ¡Te veo siempre con Mitsuri y Shinobu! — Confesó con un rubor en sus mejillas, rascándose la nuca con cierta timidez.  Aunque no era la primera vez que la veía, había algo en ese momento que lo hacía especial, como si ahora todo tuviera un significado diferente. — Espero que te vaya muy bien hoy en tu primer día de clases. ¡Soy Rengoku, Rengoku Kyojuro! — Añadió con entusiasmo, ampliando su sonrisa hasta el punto de desarmar por completo a la chica.

Aiko sintió cómo su corazón daba un pequeño brinco, y un tenue sonrojo apareció en sus mejillas sin que pudiera evitarlo.

— ¡Un gusto, cuídate! — Se despidió él antes de que ella pudiera siquiera responder.

En un abrir y cerrar de ojos, Rengoku ya se había alejado, dejándola aturdida y con una sensación que nunca antes había experimentado.

"Te estoy buscando, desde hace mucho tiempo y no sé por qué, pero siento que he estado buscándote por toda mi vida."

¿Podría Aiko enfrentarse a sus propios miedos mientras dejaba entrar a su vida alguien tan opuesto a ella? ¿Sería Kyojuro capaz de entender por qué aquella presencia tan tranquila comenzaba a darle un significado diferente a su mundo lleno de caos?

Solo el tiempo, con su dulce misterio, podría revelar las respuestas.

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