Llanto
Los elfos de luna no podían hacer oídos sordos al pecado más reciente cometido por esa raza egoísta, por esa raza ignorante y despreocupada; los hombres. Aquel error hecho por los hombres logró despertar la furia y venganza en los corazones de los elfos; por largo tiempo callaron, pero no olvidaron y bajo un velo de inactividad, efectuaban encuentros en donde se discutía el cómo tomarían venganza.
Llegaron pues a la conclusión más lógica que sus corazones cegados por la rabia les podían mostrar; ojo por ojo.
A dichos encuentros, los cuales no duraban más de unas horas, Runaan era uno de los invitados importantes, al igual que la joven Rayla de unos quince años de edad. Aquel par de elfos logró llamar la atención entre los suyos, porque con el tiempo demostraron ciertas habilidades excepcionales, superando a la mayoría de su raza; eran, por así decirlo, un par de máquinas de matar muy bien entrenadas y mentalizadas. O, al menos se pensaba eso de Rayla por aquellos días.
Toda aquella habilidad y rapidez que la linda de Rayla desarrolló se la debía a su mentor, a su padre, Runaan. Siempre lo seguía erguida con orgullo y charlaba con Ethari como solía hacerlo con su madre, con un amor y confianza únicos.
Con el correr de los años esos tres elfos no sólo habían llamado la atención por las habilidades de Ethari para la forja y encantamiento de armas, por la rapidez de Rayla, o por la firmeza y liderazgo dignos de un Runaan imperturbable, sino porque se unieron tanto, al punto de ganarse el título de una familia perfecta. Todos se admiraban por el amor infinito que había entre Runaan y Ethari, adoraban las inocentes discusiones de Rayla y Runaan que terminaban en chistes o platicas serias que sólo un padre puede tener con su hija para otorgarle consejos infundados por sus años vividos.
Todo el campamento estaba orgulloso de esa familia, era un deleite ser sus vecinos o conocidos. Siempre había una sonrisa en Ethari, siempre lo recordaban como el más amable y amistoso, pero el elfo comenzó a cambiar desde que Runaan hizo caso al llamamiento de venganza. Ethari dejó las sonrisas por la seriedad y preocupación, ya pocos eran los que recibían sus buenos días y a cambio, el moreno intentaba sacar alguna información entre los elfos para saber qué era lo que iban a hacer, porque sentía desfallecer ante la idea de ser separado de Runaan o su pequeña Rayla.
Ethari era fuerte, física y mentalmente; había dejado de temer a la lluvia, pero sabía que no estaba preparado para vivir solo dentro de la casa en donde Rayla creció, y compartió con Runaan. Se partiría en dos si algo malo les llegara a pasar, su corazón se apagaría y ni el brillo de la luna le traería consuelo alguno, no lo podía ni concebir.
Ya todo había sido planeado y un grupo pequeño de elfos, comandado por Runaan había sido acreedor de una de las más importantes y ambiciosas tareas, sin saber que ese sería el inicio de la aventura y el mismo fin para otros. La sesión se levantó, Runaan y Rayla salieron del salón y volvieron a casa justo cuando el sol descendía para darle el escenario a la luna.
A unos metros de su hogar, Ethari les esperaba con las manos unidas en su pecho. Sabia que esa era la última reunión y que las cosas ya habían sido decididas. A los pocos metros de distancia Rayla levantó el brazo y saludó a Ethari con una sonrisa bien grande, apuró el paso y corrió hasta llegar a él y abrazarlo con todas sus fuerzas. No se habían visto en todo el día y no era fácil estar lejos el uno del otro.
—¡Ya llegamos Ethari! —le dijo Rayla con la emoción y amor palpables en la voz—. ¡Te extrañé tanto! Ah, debiste de haber ido, ya sé que no puedes, pero es que todo es muy interesante. Ya todo está decidido, voy a ir con Runaan.
Aún con todo es encima, Ethari le dio una de sus mejores sonrisas. Rayla no tenía ni un ápice de culpa.
—Bienvenida, mi niña —respondió el moreno viendo llegar a Runaan, con quien ahora estaba molesto. Ya llevaba días pidiéndole que no se llevara a Rayla consigo, que no la metiera en esos asuntos, pero el contrario hacía oídos sordos y salía de casa después de discutir—. Me hubiera gustado ir, pero dime ¿Qué decidieron?
Los segundos que a Rayla le tomaron el decirle deliberadamente lo que se había acordado le fueron suficientes a Ethari para desear con todas sus fuerzas y pedirle a la luna que no fuera nada peligroso, que, si es posible, no tomaran cartas en el asunto. En ese momento la joven elfa se separó del abrazo y Runaan le buscó la mirada, pero Ethari le ignoró, dando la primera señal de su molestia. Le dolía mostrarse así frente a Runaan, pero aún más le dolía no ser escuchado por su pareja.
—Vamos a matar a su rey —inquirió la joven con una naturalidad y sencillez de dejar con el ojo cuadrado. Ethari no la reconoció en ese momento, se quedó callado con la mirada apagada, pero escuchando a su niña con una sonrisa, como si estuviera orgulloso de ella y lo que iba a hacer—. Ya fue suficiente de sus abusos ¿No crees? Se la pasan matando a los nuestros, explotando al mundo por esa magia oscura... Así que se decidió darles una probada de su propio chocolate.
—Matar a su rey...dices —respondió Ethari bajando la mirada, sin perder su sonrisa o preocuparía a Rayla y eso era lo que menos quería. Le sacudió los cabellos y Runaan lo intentó tomar de la mano, pero Ethari lo apartó de una forma sutil en la que ni Rayla se dio cuenta. Ahora no le venía a cuento hacerle caso al cabezón de Runaan—. ¿Hablas en serio? ¿Y quienes harán semejante cosa?
—¿Cómo que quienes? —dijo Rayla mientras reía—. ¿Qué cosas preguntas, Ethari? Pues nosotros, ¿Quién más?
Instantes después Rayla se despidió de Ethari sin percatarse del ruin sentimiento que dejó en él. Rayla corrió en dirección de casa argumentando que tenía hambre, que la comida que le dieron en la asamblea no le fue suficiente y que ya extrañaba la sazón del moreno. Entró a casa, ignorando el ambiente tan pesado que se había formado entre Ethari y Runaan, así como el mal sabor de boca que dejaron sus palabras en Ethari.
El lugar se quedó en un silencio pesado. Ethari levantó la mirada y con el ceño fruncido se enfrentó a Runaan, quien con la suplica en su rostro no encontraba qué decir. Ethari estaba furioso, no encontraba forma de calmarse al saber que la vida de los dos elfos que más ama en todo el mundo estaría prontamente en riesgo, y todo porque Runaan así lo quiso.
Runaan se encogió de hombros, intentó tomar a Ethari por el brazo, pero el moreno se sacudió, ni siquiera creía soportar el tacto de su contrario.
—Matar, ¿Es en serio, Runaan? —murmuró conteniendo su coraje. Ejerció fuerza en su mandíbula y se cruzó de brazos, su corazón comenzó a latir con rapidez y sintió sus ojos humedecerse—. ¿Estás seguro de saber el significado de esas palabras?
—Ellos al parecer no lo entienden —respondió Runaan siendo recortado por el resplandor de la luna mientras que sus ojos adquirían un brillo fuerte, como rojo—. ¡Ethari tenemos que hacer algo! Cada vez están cruzando más la línea y no quiero que lleguen a lastimar a los nuestros.
Ambos intentaron mantener el tono de sus voces bajo, no querían alarmar a Rayla. El moreno dio dos pasos para atrás y Runaan se le intentó acercar para abrazarlo, pero nuevamente fracasó cuando Ethari le arrojó lejos los brazos.
—¡¿Ya te escuchas?! —le recriminó el moreno—. ¡Sólo piensas en venganza! ¿alguna vez pensaste en el perdón?
—¿Y por qué lo haría cuando ellos no lo conocen? —respondió Runaan dejando mudo a Ethari por unos segundos.
El pobre de Ethari no pudo soportar tanto tiempo, rompió en llanto. Runaan no lograba alcanzar a entender su punto, simplemente defendía sus deseos de sangre, de venganza sin saber que caía en el mismo lugar que el de los hombres. Llorando el moreno se encontró desconsolado, se sentía solo y obligado a apoyar una percepción errónea; sólo quería ser escuchado y de ser posible, que Runaan entendiera el tamaño de su amor y preocupación.
—A lo mejor porque no quieres perder a tu hija en una misión donde deben matar a un Rey — respondió Ethari al cabo de un rato y de mostrarse débil en llanto ante un Runaan que ahora relajó su semblante y tono de voz hasta el nivel de la culpa—. Te lo pedí Runaan, que no la metieras en estas cosas. Que ella era una niña blanda, que no podía matar o ser como tú.
—¡Vuelves a lo mismo! —le respondió Runaan quebrándose por dentro ante la escena—. Rayla no va a estar sola, voy a estar con ella. Además, ella fue quien me lo pidió.
—¡¿Tú con ella?! —respondió Ethari de inmediato, a nada de perder la cordura, pero tomó aire y se trajo un poco de calma mental o de lo contrario, comenzaría una pelea mucho más fuerte con Runaan. Se limpió las lágrimas y se llevó las manos a las caderas, relajando su expresión—. ¿Y pensaste en mí? ¿En lo que siento al saber que pueden morir por una tontería? Eso no es lo que sus padres hubieran querido —dijo con la melancolía en la voz; ya todos conocían el nivel de cobardía de los padres de Rayla, pero aun por sobre eso, Ethari les guardaba el mayor de los respetos y aprecios—. Te equivocas, ella te pidió aprender a defenderse, tú te encargaste de llevarla a esas reuniones y llenarle la mente con esas cosas.
Runaan enmudeció, bajó la mirada por un instante para después levantarla y sentir en su corazón que algo andaba mal, que alguna de sus acciones estaba errada y que Ethari se la señalaba con amor genuino.
—Ella no quiere ser como sus padres, por eso aceptó —fueron sus palabras que más que honestas, las forzó a salir de sus labios en una fuerte oleada de confusión—. Ethari, la llevaré conmigo, ella es fuerte y nada que digas podrá detenernos.
El moreno formó una débil sonrisa con sus labios, el camino de las lagrimas que derramó en la víspera le dejó marcas en sus ojos, pero aún así tuvo la osadía de erguirse después de mostrar su debilidad.
—Ya sé que nada de lo que diga te detiene, tú no me escuchas Runaan —le respondió antes de darle la espalda y entrar a casa a darle de comer a Rayla—. ¿Por qué esperar algo bueno de ti?
Dicho esto, el moreno se volvió a casa dejando a Runaan con el alma derrotada. Fue, en verdad, esa una de las pocas peleas que han tenido, pero a causa de las palabras y su peso, la mas fuerte de todas. Ethari se encargó de servir los platos, cosa que le llevó un par de minutos en donde Rayla le esperaba ansiosa para comer mientras ponía la mesa, Pero Runaan no apareció y eso sólo le representó la mínima preocupación.
Rayla y Ethari comieron sin Runaan, quien había ido a meditar en las cercanías. El moreno no quería ver a Runaan, no tenía la cabeza para escuchar sus palabras llenas de rencor e ignorancia, lo único que quería su corazón era volver a esos tiempos en donde no tenía que preocuparse por el futuro de sus dos seres más amados. Al cabo de media hora y con el frio de la noche presente, Runaan volvió a casa sólo para llevarse a Ethari consigo y a regañadientes.
—¿Puedes quedarte un rato sola? —le preguntó a Rayla quien descansaba en el sofá—. Necesito hablar con Ethari por un rato. Prométeme que no vas a hacer una tontería en nuestra ausencia.
La joven de cabellos de plata rodó los ojos, incrédula ante el miedo de Runaan.
—Como si tuviera ocho años —le respondió la niña viéndolos, parecía que Ethari estaba molesto, pero no quiso hacer ninguna pregunta, sólo sabía que Runaan la había vuelto a cagar—. Vayan, prometo que no voy a hacer nada más que dormir un ratito aquí y luego irme a mi habitación.
El par de elfos depositaron toda su confianza en Rayla; por un lado, Ethari no quería salir, sólo quería irse a llorar y dormir en su habitación, pero la curiosidad por ver qué era lo que Runaan tenía por decirle le aflojó las piernas tanto que era posible arrastrarlo. Todavía estaba molesto, no quería dirigirle la palabra al contrario, sin embargo, le era mucho más fácil y rápido ablandarse.
Mientras que por el lado de Runaan, estaba nervioso, ansioso por saber si lo que tenía que decirle a Ethari llegaría a conmoverlo y otorgarle su perdón. No había preparado nada fuera del otro mundo, sólo pensó en hablar con su novio al aire libre y juntos llegar a una solución en donde nadie se sintiera herido o ignorado.
Por un momento, Ethari sintió vivir esos tiempos en los que eran jóvenes y Runaan iba por él en la noche y ambos salían como un par de fugitivos de sus casas solo para pasar un rato juntos bajo el manto de la luna. Una débil sonrisa se dibujó en los labios de Ethari y después de escuchar a Rayla salieron corriendo de casa.
Y justo como en los viejos tiempos, mientras corrían sus figuras eran recortadas por la luna; iban tan rápido que Ethari lograba sentir la brisa del viento chocar en su rostro. La sonrisa se le agrandó, y como un instinto cálido, reforzó el agarre a la mano de Runaan.
Al cabo de un rato, Ethari se percató que Runaan lo llevó a un pequeño claro, algo escondido pero que brindaba una de las mejores vistas del cielo. Allá arriba parecía un lago enorme, tan oscuro que era posible sumergirse en él sin necesidad de lanzarse; con pequeños puntos resplandecientes danzando por todas partes al lado de la siempre jovial luna. Con la vista levantada y sin decir ni una sola palabra, las lagrimas volvieron a brotar de los ojos de Ethari; se sentía tan conmovido, tan sensible, que no le daba vergüenza volver a derramar todas esas lágrimas.
Le era increíble cómo el mundo parecía seguir adelante, como si no le importara la gran tarea que ahora pesaba sobre sus hombros, ignorante al futuro incierto que esperaba a la mayoría de ellos. Todo parecía una mentira tan débil, como si el telon estuviera a nada de caer en un mar de desgracias.
—¿Podemos hablar? —preguntó Runaan al cabo de un tiempo. Se armó de valor para enfrentarse a Ethari justo después de haber reflexionado en su egoísmo.
Runaan atrajo la atención de Ethari y con cautela y temor de ser rechazado, logró abrazarlo por las caderas para atraerlo aún más. Pocas veces había pedido perdón en su vida, y estaba seguro, sólo con Ethari inclinaría su cabeza y llamaría por su perdón.
—Runaan... —dijo Ethari dejándose llevar por el momento, se llevó una mano al pecho mientras que la restante la deslizó por el cuello del contrario. Su alma se reflejó en su mirada en ese momento, no podía estar tanto tiempo molesto con Runaan—. No quiero perderlos, por favor, entiende eso. Una venganza para mi no es tan importante como tu vida o la de Rayla, yo sería feliz viviendo en la nada sólo con ustedes dos.
—Lo hago, mi amor —respondió Runaan tocando su frente con la de Ethari—. Lamento mucho no haberlo comprendido en el primer momento. Quiero escucharte, quiero que me hagas entender lo tonto que llego a ser y que, sobre todo, me perdones; todo eso que dije sólo fue a causa del momento. Tú, entre todas las personas que conozco, eres el único del cual admiro ese amor tan puro, ese don del perdón que pocos tienen, pero las cosas ya se decidieron, mi amor, a causa de mi culpa tenemos que ir.
Ethari sonrió con cierto tinte de dolor en su expresión, sabía que Runaan y Rayla serían obligados a ir si se negaban; ya nada estaba en manos de su novio. El moreno se atrevió a besar los labios de Runaan y se separó al cabo de unos segundos. La mano que tenía en su cuello la deslizó hasta la mejilla de Runaan, la cual la presionó con poca fuerza.
—Entonces al menos asegúrame que no se pondrán bajo mucho riesgo, que volverán conmigo y que ya no volverás a hacer una tontería similar.
—Ethari, mi vida —masculló Runaan con un leve sonrojo en las mejillas—. Te prometo no volver a hacer algo sin consultarte y escucharte antes, sé que actué mal, pero no puedo asegurar algo de lo que no tengo control como eso.
A la sazón Ethari cambió su expresión, se dejó dominar por el dolor y la congoja, pero Runaan levantó su rostro del mentón y esta vez fue el quien robó el beso.
—Pero —le dijo con la seguridad en la voz—. Voy a hacer todo lo posible porque esa niña traviesa vuelva en una sola pieza a tus brazos. Yo también, voy a volver contigo y cuando eso pase, te dejaré castigarme los días que quieras.
No convencido, Ethari formó un pequeño mohín, el cual lo hizo ver todavía más tierno para Ruaan.
—No creo que eso compense la preocupación que tendré cuando ya no estén —dijo tan solo imaginando cuando deba de quedarse solo, inmerso en el cruel mar de dudas—. Pero está bien, los voy a esperar T a ti te voy a dar el peor de los castigos.
— ¿Sí? —le preguntó Runaan con la voz ronca—. ¿Y cuál es ese?
—Nada del cariño de Ethari por un mes; nada de besos, ni abrazos, ni eso —dijo Ethari esto último con cierto tono de complicidad, arrebatado en su camino un sonrojo más fuerte de Runaan.
—¡No seas tan cruel! —espetó Runaan aferrándose a las caderas de Ethari.
La verdad seguía siendo la misma, no quería que fueran, pero esa decisión ya estaba fuera de su alcance; lo único que le quedaba a Ethari era rezar día y noche a la luna por su pronta y buena llegada, además de él mismo equiparlos con las mejores armas. Ethari aceptó la condición sin saber el suplico que el futuro le deparaba, aún así aceptó y su alma encontró descanso durante una semana antes de la partida de su amado e hija.
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