Capítulo dieciséis: Tocar fondo
En esos momentos, ya no sabía que esperar. Un mes transcurrió desde que recuperó la voz, sin embargo, se abstuvo de revelárselo a sus compañeros. Negó ese conocimiento inclusive a su propio gemelo. Dudaba que fuera necesario ¿Para qué? Si ni siquiera pasaban tiempo juntos.
Se dedicaban a observarlo a distancia, y él hacía lo mismo. Quería hablarles, pero además de sentirse incómodo al encararlos, deseaba que ellos fueran los que diesen el primer paso. Regresó su atención hacia lo que Lucifer explicaba.
— Todo demonio puede ser sellado, inclusive el mismo Satán. Sin embargo, no ha existido nadie lo suficientemente poderoso para ello. O eso se cree.
— ¿A qué se refiere, sensei?
— Bueno, eso lo veremos más adelante.
Su mirada cruzó con la del rubio, quien solamente le sonrió. Por increíble que sonara, él formó una suave mueca. Lucifer, por órdenes de Mephisto, vivía en la mansión. Tener que frecuentarse, tanto en las clases como en las comidas, hizo que la tolerancia a su presencia se estableciera.
Además, que el rubio no temiese tratarlo como su hermanito menor y comportarse de una forma agradable y empalagosa con él, no ayudaba a mantener distancia. Suspiró al recordar eso, también debía aclarar que cierta presencia ya no sabía si irritarle o causarle nostalgia.
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Las clases transcurrían muy lentas. La consciencia seguía carcomiéndole por sus errores, cometidos en un pasado que veía bastante lejano. La cabeza le martillaba constantemente con aquel pensamiento recurrente. Tuvo que reprimir un berrido de fastidio.
Ya no soportaba más. Sentía que, si dejaba pasar un mísero día más, se arrepentiría de por vida. Apenas iban en el segundo módulo, con 10 minutos de este transcurridos. No obstante, a la hora de salida intentaría de comenzar a enmendar aquella metida de pata.
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Era extraño, pero el aura de Okumura Rin cambiaba poco a poco. Aquella depresión que se estuvo cerniendo sobre él, iba disipándose con lentitud. No creyó que fuera así, pero le aliviaba que Rin se repusiera de todo eso.
Podrían no haber hablado nunca con anterioridad, pero de cierta forma, el chico le agradaba y empatizaba con él. ¿Intentar ser su amigo sería buena idea? No lo sabía. Pero tal vez un poco de compañía no le haría mal a ninguno.
Cosa a parte, cierto detalle sobre el Okumura le intrigaba. Los demás no tenían idea de la criatura que rondaba continuamente el salón, pero pudo percatarse que Rin veía a esa cosa por unos segundos cada cierto tiempo. Pero no parecía asustarse
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El reloj avanzaba sin temor alguno, más pronto de lo que previó llegó la hora de salida. En el colegio no tenía a nadie a quién esperar ni quién le esperase, por lo que tomó su mochila y se encaminó a un lugar apartado. Lastimosamente, ni Amaimon ni Kuro podían ir a verle durante clases.
A pesar de lo que creía, había varios alumnos con una Herida Espiritual. Estos soportaban ver a los demonios, pese a que tuviesen una opción para dejar de temerles y poder defenderse, la idea de ser exorcistas les aterraba. Muchos veían ese camino como una locura.
Se encaminó al patio trasero de la escuela, en el que yacía una fuente en el centro, ahí no solía rondar nadie. Era un lugar tranquilo y perfecto para pasar los 20 minutos que faltaban para el curso. Pero sus planes jamás salían bien, con poner un pie en el sitio vislumbró a quien nunca esperó volver a ver.
— Shiratori...
El chico de cabellos claros y ojos oscuros le miró a ver al notar su presencia. No se necesitaba ser ningún genio para intuir que la única razón de estar ahí, era porque lo estaba buscando. Con la suerte que tenía, supo que no saldría nada bueno de aspirar que nada malo pasara.
— Okumura...justamente te estaba buscando.
Por reflejo, su mirada sobre él se volvió seria. Sonaría un poco ofensivo, pero su cuerpo se puso tenso y no dejaba de estar alerta. Casi como si esperase ver que al chico le salían cuernos y demás rasgos demoníacos como la última ocasión.
— ¿Por qué me ves así...?
— ¿Quién eres?
Esa pregunta sonaba un tanto estúpida, pero era mejor asegurarse de que la posibilidad de que fuera Astaroth quien estuviese frente a él fuese nula. Shiratori se descolocó ante la cuestión.
— ¿¡Es en serio!? ¡Fuimos tres años a la misma maldita secundaria! Espera un momento... ¿No se suponía que perdiste la voz?
La incomodidad comenzó a asediarlo. No podría responder a menos que deseara revelar ciertos datos que, de hacerlo, corría el riesgo de que esa información terminase divulgándose tan rápido como la pólvora al viento. No confiaba en Shiratori, sabía que lo que el chico era capaz.
— Como sea. Supongo que intuyes por qué estoy aquí, ¿No?
Que el chico de cabellos lilas acortara la distancia con él causó que quisiese retroceder. No obstante, optó por ser firme, aunque el miedo a que un demonio se presentara comenzase a consumirlo lentamente.
Shiratori se detuvo cuando un metro de distancia los separaba, sus ojos serios e indiferentes se clavó sobre el oji-azul, taladrando con avidez la confianza del mayor de los gemelos. Justo cuando Rin iba a retirarse de ahí, la mirada se Reiji cambió totalmente.
— Lo siento...
— ¿Ah?
— Que lo siento, maldita sea... Lo siento, fue mi culpa...
En ese momento, Rin no pudo evitar ver al joven como si fuese lo más raro que hubiese visto. Se preguntaba si en esa ocasión, se habría quedado dormido en la mansión del payaso y estaría soñando algo demasiado bueno para ser cierto, o realmente aquello era real.
— ¿A qué te refieres?
— No hace falta que te hagas el desentendido. Mis recuerdos no están del todo claros...pero aquel día jamás va a olvidárseme por mucho tiempo que pase...
Unos segundos de un silencio desolador bastaron para que el oji-azul captara lo que el otro chico trataba de decirle. Con algo de miedo, a que recordara todo y la ira provocase que fuese poseído nuevamente en el peor momento, hizo la pregunta.
— ¿Qué tanto recuerdas...?
— Recuerdo con lucidez casi todo mi día, hasta que...bueno...él me influenció... Astaroth ¿No?
Escuchar ese nombre causó que sintiese que el mundo se le venía encima. Empuñó con fuerza las manos, en un intento de evitar que los malos recuerdos de ese día se adueñasen de su mente. Pese a que ya habían pasado casi 5 meses, se sentía como si hubiese sucedido apenas horas atrás.
Reiji lo notó y terminó desviando la mirada hacia el suelo. El nudo que sentía en el estómago decidió invadir su garganta, impidiéndole pronunciar algo. Se sentía como un estúpido, tal vez lo fue a mucho pulso, pero ya no quería continuar de esa forma. Tomó aire y finalmente soltó lo que quería decir.
— Yo...Solamente estoy aquí por su ayuda...Sé que debes odiarme, pero...no sabes lo agradecido que estoy con él por ayudarme y abrirme los ojos...
Esas palabras le afectaban indiscretamente, y eso era porque no hacía falta decir claramente el nombre para saber a quién se refería el muchacho. Sintió la nariz escocerle y los ojos aguársele, pero no contó con que no sería el único.
— Desde ese día, siempre lo he tenido presente...ese hecho no ha dejado de atormentarme....pero es cierto...si hubiese buscado ayuda antes y no hubiese escuchado a Astaroth, tu padre... Lo siento, Okumura... Por... Por mi culpa él...él murió... Sé que ese demonio lo mató...después del exorcismo lo asesinó... Lo siento tanto...
Tampoco esperó que el que se derrumbara en llanto no fuese él, sino Shiratori.
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Azazel miraba fijamente la ciudad desde el techo de la mansión. La brisa fría le revolvía sin reparo el cabello, dejándole la piel helada, pero eso poco importó. Dada parte de su ser le gritaba que lo dicho por Samael era totalmente cierto.
— ¿Cuánto tiempo pasará antes que Asshia desaparezca?
— No lo sé, Samael dijo que podrían ser un par de semanas más, o incluso dos años. Lo único que lamento es que ese tiempo es muy poco para aprender todo lo que desearía, los humanos y su cultura son lo suficientemente complejos como para que dos años sean suficientes.
Amaimon no dijo nada, de todo lo hablado en la cena después que Rin y él se marcharon, eso era lo que logró sonsacarle a Azazel. Ni Lucifer ni Samael le dirían. El Tercer Rey era ajeno a lo que ocurriese, siempre y cuando pudiese aprender algo antes de desaparecer.
— ¿Amaimon?
— ¿Sí?
El primo del peli-verde se animó a posar su mirada tranquila y somnolienta sobre el demonio de la tierra. Los labios del peli-gris se curvaron en una sonrisa maliciosa. Cosa que no le dio buena espina al menor de los Baal.
— Él ya está aquí.
No creyó que llegaría el día en el que vería a Amaimon palidecer y retirarse tan desesperadamente al comprender sus palabras. Samael le mintió, a Rin no le atacarían en la mansión. Atentarían contra él en la propia Academia.
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A Rin Okumura le gustaría comprender porque aquella serie de sucesos caóticos le pasaban a él. Odiaba ver a la gente llorar, aún más si él tenía algo que ver. No importaba que tan mal Shiratori le hubiese tratado en el pasado, ver lo arrepentido que estaba comenzaba a generarle culpa de su estado.
Y no era de menos. El chico creía que Shiro murió al exorcizar a Astaroth de él. Reiji se atormentaba, creyendo que él influyó en la muerte del exorcista, que por su causa el Padre Fujimoto terminó siendo asesinado. ¿Qué le habrían dicho los del monasterio? Estaba seguro que el peli-lila malinterpretaba las cosas.
— Shiratori, oye... No fue tu culpa.
— ¡Claro que lo fue! Si yo no hubiese sido tan imbécil...tu padre seguiría vivo... ¡Yo mismo me odio por eso, joder!
Verse en la necesidad de mirar hacia el cielo, cubriéndose el rostro con una mano, se convirtió en el momento más vergonzoso que Reiji habría pasado. Disculparse jamás fue su fuerte, tampoco reconocer sus errores, pero era imposible evadir lo evidente. La culpa lo asfixiaba y quería que eso parara.
Antes que Rin siquiera pudiese pensar en como aclarar el malentendido, el ensordecedor grito que se oyó rumbo a los dormitorios abandonados caló en ambos. Escuchar el jaleo en esa dirección causó que un escalofrío recorriera la espalda del menor. Alcanzar a divisar un Ghoul hizo que el color abandonara su rostro.
— ¿Qué es esa cosa?
La sorpresa y el terror que mostraban las facciones le echó en cara la capacidad del joven para ver a los demonios, supuso que la posesión tenía mucha influencia en eso. Otro grito, de la misma persona, provocó que ambos se tensaran. Rin quería irse, el mal presentimiento que tenía lo carcomía en vida.
Cuando alcanzó a discernir la voz de Negaus, quiso irse corriendo de ahí. No obstante, reconocer a quien pedía ayuda, impidió que lo hiciera. Hasta ahora, no había tenido la oportunidad de ser cercano a alguien, pero eso no significaba que no supiese reconocer a sus compañeros. Su cuerpo se movió solo.
— ¿Okumura? ¿¡A dónde vas!? ¡Oye, idiota! ¡Regresa!
Y él de Shiratori también. Shiro lo ayudó, pese al peligro que conllevaba. Él intentaría enmendar su metida de pata, aunque se pusiese en riesgo para ello. De lo contrario, su propia consciencia no lo dejaría en paz y terminaría cometiendo una estupidez para finalmente no ser atormentado de nuevo.
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Cada día que pasaba con Rin, se estaba volviendo algo único. Desde hace una semana, Amaimon se atrevió a recostarse sobre el regazo del chico, que estaba sentado en el sofá de la sala leyendo un manga. Que no le dijeran nada, ni que el menor se incomodara, permitió que durmiese plácidamente.
Nunca antes se vio en la necesidad de dormir, no lo necesitaba, ningún demonio requería de ese tipo de descanso. Sin embargo, sentir las tímidas caricias del híbrido en su cabello fue lo único que hizo falta para que los párpados le pesaran. Aquella pequeña rutina se volvía algo que no cambiaría.
— "¡Me mentiste, Aniue!"
Y ahora, intentaba llegar lo más rápido posible a la Academia, sin llamar la atención de Shura ni los demás exorcistas. Que Samael le pidiese la Llave de Infinidad ese día debió ser suficiente para darse cuenta, desgraciadamente lo dejó pasar.
¿Qué era aquella terrible opresión en el pecho? La sensación de tener el estómago revuelto era desagradable. No pasó mucho antes de razonar que así se sentía el miedo. El terror de perder algo que se está convirtiendo en lo más especial que tienes.
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Los demonios no siempre provenían de Gehena. El terrible olor del miasma de los Ghoul y la pestilencia de estos, era poco comparado a cómo debería oler la podrida existencia del hombre tras él. Tenía miedo, terror de que la situación de la vez pasada se repitiera...
Entonces, ¿De dónde salía el impulso de proteger a ambos chicos? El corazón le latía tan rápido por el pavor, que creía que faltaba poco para que se le saliese del pecho. Aún así, no desistía de poner a esos dos a salvo.
— ¿Él también está poseído?
La pregunta de Shiratori llamó la atención de sus acompañantes. Esconderse en uno de los dormitorios, mientras escuchaban perfectamente como Negaus recorría el sitio en afán de encontrarlos, fue la mejor idea que pudieron pensar en aquella ocasión tan tensa.
— No... Él era un maestro en el curso de exorcismo...
— ¿Era...?
— Desde hace más de dos meses...está siendo buscado por los exorcistas...ya no es considerado un exorcista...
El hijo del gobernador se quedó mirando a su compañero de clases, se sintió mal por hilar ciertas cosas y el nudo en su garganta le quitaba el aire. Apretó los puños y tomó aire, mantener esa sospecha lo torturaría hasta saber la respuesta.
— ¿Es él...? El hombre de...bueno...de eso.
El recuerdo de esa noche de tormenta invadió su mente. Sus gritos, sus súplicas. El dolor y la impotencia quisieron apoderarse de él, pero con el acopio de su voluntad logró mantener a raya el pánico.
Sólo pudo asentir, esperando que pudieran retirarse de ahí sin que Negaus los atrapara primero.
¿Amaimon llegará a tiempo? Podrán irse de ahí... ¿O Rin tendrá que enfrentar uno de sus mayores miedos?
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