Capítulo 2
× × ×
Sacudí mi cuerpo una vez el calor del interior de la casa golpeó mis sonrojadas y frías mejillas. Froté con energía mis brazos y deslicé la capucha de mi sudadera fuera de mi cabeza, las hebras de mi pelo mojado se pegaron a mis dedos y bufé molesta por ello.
Había acertado esta mañana y para la hora de salida del instituto estaba lloviendo a cántaros, y papá no había podido venir a recogerme por lo que me había visto obligada a caminar bajo la lluvia hasta casa.
Bueno, igual obligada no, porque Andrew se había ofrecido a llevarnos a todas a casa, yo fui la única que se negó. Quiero decir, agradecía el gesto y el interés pero solo lo había conocido a él y a las chicas por unas horas y no se sentía correcto molestarlos con tener que llevarme hasta mi casa.
Por lo que ahora mientras me deshacía de la mochila y las húmedas botas, dejaba gotas de agua por todas partes. Estaba deshaciéndose del abrigo cuando escuché el repiqueteo de las pequeñas patas de White correr en mi dirección, salí de mis propios pensamientos antes de que el peludo animal llegará a mí y, me agaché a su altura, al instante este alzó sus patas sobre mis hombros y sacudió su cola con efusividad dando bandazos de lado a lado.
—Hola bicho —Acaricié su cabeza de pelaje negro y dejé que dejara un par de lengüetazos en mi rostro los cuales yo limpié sin mucho esfuerzo con la manga húmeda de mi sudadera.
Habíamos adoptado a White hace cuatro años, fue una especie de regalo de cumpleaños para mi padre por parte de todas nosotras. Era la compensación por no tener un niño, aunque eso a mi padre no le importaba para nada.
Aun así sus ojos se habían iluminado con ilusión cuando todos fuimos al refugio y lo vimos, fue casi como un flechazo.
Desde entonces habíamos disfrutado de la maravillosa compañía de mi hermano de cuatro patas quien se volvía loco cuando alguno de nosotros regresaba. Mi sonrisa se desvaneció ligeramente cuando noté como Whitte miraba sobre mi hombro, esperando algo más, a alguien más.
—Ya sabes que solo soy yo chico, ya no hay nadie más —Murmuré en un susurro mientras me ponía de nuevo de pie, obligándolo a regresar al suelo.
Él las seguía esperando, incluso después de un año, él siempre las esperaba.
—¿Ely? —Levanté la mirada y me esforcé por volver a dibujar el gesto de sonrisa en mi cara.
Helena frunció el ceño y maldijo en un murmuró silencioso cuando una de las ruedas de su silla golpeó el marco del recibidor, luego volvió a mirarme y presionó los labios en una línea recta.
—¿Aún no te acostumbras? —Pregunté mientras caminaba los pocos pasos hasta ella y me agachaba lo suficiente para dejar un beso en su mejilla. Ella no se quejó, no desde aquel entonces.
Había descubierto después del accidente cuánto necesitaba el contacto físico, cuán necesario era para mí dar un abrazo o un simple beso en la mejilla. También había implantado la costumbre de terminar todas mis despedidas con un «te quiero», porque no lo había hecho con ellas, no lo hacía normalmente con nadie y me arrepentía de eso.
Porque mi madre había muerto sin escuchar un último te quiero y porque no había abrazado a Jessica en más tiempo del que me gustaría recordar.
—Hay algunas esquinas a las que aún no les cojo el truco —Dijo ella mientras retrocedía suavemente y echaba una mala mirada al punto donde su silla había golpeado —Como a esta de aquí, mira, ya he dejado la marca.
Cuando recibimos la noticia de su lesión creo que papá y yo lloramos más que ella. Por su parte Helena solo agradecía seguir con vida, y solía decirme que había gente en peores condiciones, que ella no iba a amargarse por no poder caminar cuando hay personas que aun pudiendo hacerlo, no son lo suficientemente fuertes para mantenerse en pie.
Creo que aquello solo causó que tuvieran que inyectarme suero por una hora porque me había hecho llorar muchísimo más.
Helena era aquello que yo siempre he querido ser, a lo que yo aspiraba ser algún día.
Mis ojos quedaron fijos en su larga melena castaña, en su piel dorada y en la suave expresión en sus ojos azules. Era el reflejo de papá, o lo que él alguna vez había sido, pero sin embargo su espíritu, todo lo que había dentro de aquel enorme y bondadoso corazón era mamá.
Siempre tranquila, consciente y alegre.
Mi corazón se encogió un poco dentro de mi pecho y luego sentí algo afilado y punzante pellizcar mi pierna.
—¡Oye! —Helena entrecerró los ojos mirándome con el ceño fruncido— ¿Es necesario hacer eso siempre? —Pregunté mientras frotaba la zona adolorida.
Ella asintió y señaló los mangos de la silla a su espalda, la rodeé y nos dirigí a ambas hacía la amplia cocina.
Toda la casa se había adaptado a las necesidades de Helena, ensanchando puertas y construyendo su cuarto en la parte baja de la casa para evitar tener que subirla por las escaleras.
—Es la manera más rápida de hacerte volver —Ella me guiñó el ojo y yo golpeé suavemente su nuca —Preguntaba si has comido en el instituto.
Una vez en la cocina la dejé cerca de las encimeras, me tocaba cocinar a mi durante toda la semana porque había perdido la apuesta que habíamos hecho al llegar.
Había sido muy simple, ella había apostado a que papá tardaría solo diez minutos en perder su juego de llaves, yo había sido más confiada y había dicho que tardaría treinta minutos.
Y aunque realmente ninguna había ganado, —ya que las había perdido en tan solo cinco minutos— su porra se acercaba más que la mía por lo que yo había aceptado el castigo.
—En un principio lo iba a hacer, pero recordé que no sabes hacerte ni un mísero huevo frito y pensé en qué comería mi pobre hermana si yo no estaba para servirla—La boca y ojos de la castaña se abrieron con indignación, luego dije —Aunque me vi tentada a comer junto a mis nuevos compañeros.
Saqué un par de ollas y llené una de ellas con agua antes de ponerla sobre el fuego.
—¿Has hablado con personas? ¿Tú? —Preguntó con un muy obvio tono sarcástico.
Tiré en su dirección un trapo de cocina que le dio en el rostro y ella dejó salir un pequeño grito mientras apartaba la tela ligeramente húmeda de su cara, yo reí.
—Sí —Respondí mientras me daba la vuelta y me dejaba reposar contra la encimera —Se supone que venimos aquí para cambiar de aires, ¿no?, sus nombres son Kenya, Molly y Andrew, son muy simpáticos, te caerían bien
Me incorporé ligeramente para ir hasta el armario frente a mi, de allí saqué el tarro con la pasta de color dorado, verde y anaranjada, mi favorita y lo dejé sobre la encimera, luego fui al de su lado y tomé un bote de tomate, queso y algunas especias.
—Me gustaría conocerlos algún día, ver quienes son los raritos que te hablan —Le alcé el dedo medio y ella rio, luego le sonreí ampliamente.
—Los he conocido hoy, dame un tiempo de prueba —Ella asintió riendo.
Decidí sentarme sobre la encimera, lo suficientemente lejos de la vitrocerámica como para no quemarme pero lo suficiente cerca como para verter la pasta en el agua hirviendo minutos de silencio después.
Levanté la mirada de nuevo, Helena observaba casi hipnotizada como meneaba la pasta dentro de la olla burbujeante.
—¿Y tú? ¿Cómo te ha ido en el primer día de clases online? —Resopló moviendo su cabello.
—Es igual que en Denver, las cosas que daré este año ya las sé casi todas. Sobre todo en matemáticas ¿Quién no sabe hacer un sistema de ecuaciones? —Alcé la mano sin vergüenza alguna, realmente los números jamás habían sido mi fuerte. Mi hermana rodó los ojos pero vi la sonrisa ensancharse en sus labios.
Mis ojos se quedaron clavados en el bote de tomate que había sacado escasos minutos antes, lo tomé entre mis manos y observé con detalle el intenso color rojo del alimento en el interior, luego, sin saber bien porqué simplemente pregunté; —¿Pasta con tomate y queso o carbonara?
—La segunda opción es tentadora pero tengo mucha hambre así que me quedaré con la primera —Rodé los ojos, y asentí dejando el bote de nuevo sobre la encimera.
—Simplemente podrías haber dicho; la primera o con tomate —Ella alzó los hombros y se hundió en el respaldo de tela de su silla, la manta de pelos blancos se entremezcló con su cabello oscuro.
—Y Gandi podría haber dicho; "no hay caminos para la paz", sin lo que resta, la frase hubiera sido muy diferente a la original ¿no? —Le lancé un trozo de pasta cruda que ella atrapó con la mano.
—Eres una sabelotodo —Bufé.
—Ya lo sabía
Reí.
Agradecía cada día que ella siguiera conmigo, sin Helena no hubiera podido seguir adelante. Incluso teniendo a papá, no hubiera podido salir de ese hospital sabiendo que tres de las cuatro personas que más quiero en este mundo se habían ido.
No hubiera podido en absoluto.
El sonido de la puerta abrirse y cerrarse junto a los ladridos de White nos hicieron llevar la atención a la puerta de la cocina y al pequeño pasillo que conducía al recibidor.
Bajé de la encimera con un pequeño salto y caminé hasta el inicio del pasillo, allí papá estaba de espaldas acariciando a Whitte de la misma manera en la que yo lo había hecho al llegar.
—Estamos en la cocina —Hablé sobre saltándolo.
Dio un pequeño salto y dejó caer su bandolera, reí de manera sutil mientras él respiraba tranquilizando su corazón.
—Eso sí fue un susto —Se puso de pie dándose la vuelta —¿Qué tal tu día?
Sus brazos me envolvieron en un corto pero caluroso abrazo que obviamente respondí.
—No ha estado tan mal —Respondí dejando que él fuera el primero en romper el contacto, y mientras lo hacía agachó la mirada hasta mi ropa.
—Por dios Ely, estás empapada —Estrujó suavemente las mangas de mi sudadera, agaché la mirada, realmente lo había olvidado —Ve a darte una ducha rápida y cambiarte. Yo me ocuparé de lo que estéis haciendo.
Sus manos se extendieron para tomar el delantal que colgaba de mi cuello, —el que ni siquiera recordaba haberme puesto—, y lo dejó caer sobre su cabeza aferrándoselo a la cintura con la llamativa cinta rosa.
Las comisuras de mis labios se alzaron suavemente.
—Así sí que estás guapo —Bromeé mientras me giraba para comenzar a subir las escaleras a mi espalda.
Escuché su risa desaparecer cuando entró a la cocina, yo por mi parte caminé hasta mi cuarto cerrando la puerta a mi espalda. No me molesté en tomar la silla para sentarme mientras sacaba mi móvil y los cascos del bolsillo trasero de mi pantalón, luego, me quité los calcetines con los mismos dedos de los pies.
Observé el conjunto deportivo que yo misma había dejado sobre la cama antes de irme en la mañana, —colada que debía de haber guardado pero había ignorado deliberadamente—, y decidí que con eso bastaría. Tomé algo de ropa interior y sin más regresé al pasillo para caminar al baño al final del mismo.
De nuevo me giré ligeramente para cerrar la puerta de mi habitación, todas estaban cerradas más que nada para evitar que Whitte entrara sin permiso pues resulta que nuestro perro era un experto mordedor de zapatos, sonreí recordando el preciado par de pantuflas de león de papá los cuales habían conocido un desastroso final. Pero cuando me giré de nuevo ya no estaba en el pasillo de suaves paredes color aceituna, ya no había rastro de las fotos colgadas en la pared a mi derecha ni la puerta del baño al final del pasillo, no, ahí ahora solo había llamas, fuego que me envolvía y me hizo retroceder, iba a gritar, sentí el sonido agolparse en mi garganta pero no tuve tiempo suficiente, no tuve tiempo de sobresaltarme pues tan pronto como había llegado se fue y al pestañear estaba de nuevo en casa.
Sacudí la cabeza y pestañeé varias veces, incluso froté mis ojos para asegurarme de que solo había sido un estúpido delirio de mi muy enferma mente. Froté mis ojos con los dedos
—Estas como una cabra Elisse —Murmuré para mi misma antes de seguir mi camino hasta el baño.
Dejé la ropa seca sobre el inodoro y procedí a quitar toda la húmeda mi cuerpo.
Luego encendí el agua, tras unos segundos de dejarla correr para que ésta saliera caliente me escurrí bajo la misma y una vez debajo del agua caliente dejé salir un suspiro. Llamas, las había visto y sentido, como una alucinación demasiado vivida. Mis piernas temblaron ligeramente mientras mis músculos se relajaban. Estaba agotada.
Había estado tan nerviosa durante toda la mañana que había agotado las pocas energías que tenía.
El agua caliente solo alimentó ese cansancio por lo que la ducha fue muy breve y una vez fuera me vestí, sequé mi cabello con una toalla y ni siquiera me moleste en peinarlo. Salí del baño y bajé de nuevo a la cocina, allí papá se encontraba ya sirviendo nuestros platos de comida.
—Justo a tiempo —Sonreí vagamente tomando lugar junto a Helena en la isla.
Papá tendió un plato en mi dirección y no esperé para empezar, quería subir a mi cuarto y dormir durante el resto de la tarde.
—Después saldré, me reuniré con un viejo amigo de la facultad—Tanto Helena como yo asentimos sin darle mucha importancia.
Los tres pronto terminamos nuestra comida y como hoy le tocaba a Helena recoger la mesa yo subí de nuevo a mi habitación diciendo que me echaría una siesta por un par de horas.
Nada más entrar me lancé sobre mi cama y clavé mi mirada en el techo blanco y vacío. En Denver todo mi cuarto estaba enfundado en póster de bandas como One Direction o Sleeping With Sirens, pero aquí no había nada de eso. Había decidido tirar todos aquellos recuerdos, estaba decidida a empezar una nueva vida en este pueblo.
Me gire abrazando mi almohada, hundiendo mi rostro en ella. Y toda nueva vida empieza con una buena siesta.
. . .
—No me fastidies —Su espalda se enderezó — Zack Efron jamás ganaría a Ross Lynch, jamás.
Me alejé como si hubiera soltado el mayor de los insultos y fruncí mis labios con desagrado.
—¿Qué clase de pensamiento es ese? —Acusé —¿Tú has visto a Zack, ya sabes Troy Bolton?
Ella asintió metiendo otro grupo de palomitas en su boca. Hace un par de horas que había despertado de mi larga siesta, y nada más bajar Helena me había pedido hacer uno de nuestros maratones de películas.
Por supuesto que acepté.
—Teen Beach Movie es mejor que Highschool Musical y eso es un hecho —Negué poniéndome en pie.
—¡Retira eso! ¡Eso es un pecado! ¡Haré como que jamás lo has dicho! —Helena rio.
Al parecer los dos años que ambas nos llevábamos habían marcado muy bien nuestros gustos, sobre todo en lo que series y películas se respecta. En música teníamos gustos bastante parecidos.
El sonido de las pisadas de papá apareció acercándose por la cocina, en sus manos cargaba su ordenador de trabajo, seguramente estaba traspasando expedientes.
—Chicas, ¿por qué no salís un rato? Hay que pasear a White, os vendría bien un poco de aire y ha dejado de llover cuando yo regresaba—Propuso —Dudo que vuelva a caer alguna gota.
Yo miré a Helena mientras tomaba un par de sus palomitas y las llevaba a mis labios. Ella sintió y me miró de vuelta.
—Por mi está bien, ¿Ely? —Asentí poniéndome en pie y aún devorando el par de palomitas
—Ve a tu cuarto yo iré a hora, voy a recoger todo esto —Señalé la mesa llena de vasos de refresco y recipientes de palomitas.
Helena hizo lo que le dije mientras yo cargaba todo en mis brazos.
—Ayer vi una tienda de música en la calle principal, quizás os pueda gustar. He dejado treinta dólares en tu abrigo —Sonreí agradecida.
Según pase a su lado dejé un beso en su mejilla.
—Gracias papá —Caminé haciendo malabares con todo en mis brazos para impedir que se cayeran —¿Te marcharás al final?
Él asintió mientras mantenía los ojos pegados a la pantalla de su ordenador. Se había asentado en la isla para trabajar al aparecer.
—Dentro de una media hora. Puede que cuando volváis ya no esté.
Esta vez fui yo quien asintió. Dejé todo lo usado en el lavavajillas y me dirigí junto a Helena, cruzando el salón y pasando de largo la puerta de entrada para llegar a su habitación. Di tres suaves toques en su puerta.
—Pasa —Habló desde el otro lado, abrí la puerta y la ví sobre su cama tratando de una manera inútil ponerse uno de sus vaqueros.
El lugar era aún un poco locura y solamente había un camino despejado entre las cajas para dejar pasar su silla hasta su cama y su escritorio. No pude evitar sonreír un poco al notar que lo único que realmente había sacado de las cajas y ordenado eran las fotos familiares y sus posters científicos.
Caminé hasta ella y me senté a su lado, me miró frustrada. Me dolía ver aquella expresión en su rostro pero aún así me esforcé para darle una suave sonrisa.
—¿Te ayudo? —Propuse, ella asintió.
Sabía que estas cosas aún le daban vergüenza, pero todo era cuestión de tiempo. Solo necesitaba seguir practicando.
Le ayudé a colocar sus pantalones y sus deportivas, luego ella misma volvió a su silla y rebuscó en su armario un suéter de color mostaza.
—¿Lista? —Pregunté. Ella asintió.
—Entonces subiré a cambiarme mientras tú te peinas y pones la correa al bicho peludo —Salí de su cuarto y corrí a las escaleras.
Rápidamente llegué a mi cuarto, no rebusque mucho y coloqué unos simples vaqueros, una sudadera de color negro y en mis pies mis usuales deportivas. Amarré mi cabello en una coleta alta y bajé de nuevo.
Helena ya estaba en la puerta, jugando con White quien permanecía sentado en el suelo.
Tomé mi abrigo y me lo coloqué, subiendo el cierre hasta mi garganta, ayudé a Helena a colocar la manta sobre sus piernas y su abrigo.
Sin más salimos de la casa, yo iba tras Helena manejando su silla, mientras ella sujetaba la correa de White quien iba entusiasmado zarandeándose de lado a lado y oliendo cada poste, vaya o buzón que cruzábamos.
Íbamos en silencio, cada una dentro de sus pensamientos. Yo por mi parte me dedicaba a mirar a detalle cada objeto, casa o personas que pasaba junto a nosotras.
En definitiva era un pueblo tranquilo, aún siendo las seis de la tarde no había gente en la calle, o al menos no mucha, quizás un par de personas más paseando con más animales. Las casas en su mayoría eran de una madera de color oscuro, resultando muy hogareñas. Las aceras estaban bien cuidadas y los jardines eran espectaculares, todos perfectamente cuidados y con un césped de intenso color verde.
Esto era muy diferente a lo que estábamos acostumbradas.
En Denver todo eran pisos en el vecindario donde vivimos, de hecho, nosotras también vivíamos en uno. El césped en los parques de allí jamás había sido tan verde como este y, aunque lloviera, el aire nunca tomaba la frescura que nos rodeaba ahora.
—Papá me ha comentado sobre una tienda de música en la avenida principal ¿Quieres ir? — Pregunté, Helena me miró sobre su hombro.
—Claro ¿Desde cuándo rechazaría comprar algo? —Reí ante su respuesta.
—Eres el derroche en persona —Repliqué moviendo su cabello, rápidamente ella me dio un manotazo para que parara aunque sabía que secretamente adoraba que hiciera eso.
Helena dejó de reír y miró al frente, iba a alzar la mirada pero mi teléfono vibró haciéndome saber que tenía un nuevo mensaje.
Rápidamente busqué el aparato en mis bolsillos y lo saque, papá quería que le compráramos manteca de cacahuete antes de regresar.
—Habrá que pasar por el super, papá quiere que...— Noté como Helena seguía con la vista fija al frente.
—¿Lo conoces? No para de mirarte —Alcé la mirada, y ahí, parado al otro lado de la calle estaba Ashton Evans —Es muy guapo.
Estaba apoyado contra una de las farolas que lo iluminaban con una luz anaranjada que solo ensombrecía su ya oscuro aspecto, estaba cruzado de brazos, en una de sus manos su teléfono y en la otra algo semejante a un trozo de papel arrugado. Esta vez sin gafas de sol, dejando ver sus ojos de un color peculiar pero que a esta distancia no podía diferenciar, su rostro estaba contrariado, como si estuviera enfadado, y su mirada fija en mi.
¿Acaso no vivía en una mansión en el bosque? ¿Qué estaba haciendo aquí entonces?
Tomé los mangos de la silla de Helena con fuerza y caminé cruzando la calle, en dirección a la avenida principal.
—Oye, no me has respondido. ¿Quién es ese tío tan guapo? —Preguntó con insistencia Helena.
Yo alcé la mirada sobre mi hombro, su mirada seguía fija sobre mi figura con algo indescriptible en esos ojos extraños, apreté el paso.
—Por lo que veo no te cae muy bien —Murmuró la castaña..
—Ni siquiera he hablado con él. Es raro —Me relajé cuando ya lo habíamos dejado a un par de metros más. Ya no sentía su mirada sobre nosotras.
—Era guapo —Rei.
—Eso dicen todas —Helena se giró.
—Todas menos tú parece —Di un suave golpe en su frente ignorándolo y terminando la conversación.
Seguimos nuestro camino tranquilamente, decidimos pasar primero al supermercado a comprar el antojo de papá y, Helena decidió que como era rápido solo entrara yo y ella se quedaría afuera con White. No nos gustaba dejarlo solo mucho tiempo porque si no se ponía a llorar, y créame ese perro llora muy alto. Una vez comprada la manteca hicimos nuestro camino a la tienda de música.
El camino no fue demasiado largo, apenas unos minutos, pero, por alguna razón, mientras más caminábamos alejándonos del lugar donde nos habíamos cruzado con Evans, no podía evitar seguir sintiendo su mirada penetrando mi espalda. Más de una vez me giré para asegurarme de que él no estaba allí, pero aún así la sensación de ser observada no desaparecía.
Pronto llegamos a la dichosa tienda.
Cuando papá me lo contó pensé que solo venderían discos, pero cuando ambas entramos alucinamos al ver las guitarras en las paredes y los bajos perfectamente colocados en una esquina.
Incluso había una modesta batería al fondo de la amplia y hogareña tienda.
Ambas nos adentramos en ella habiendo dejado a White sentado y amarrado a la puerta abierta del lugar. Las dos observamos a nuestro alrededor, Helena con la mirada fija en los estantes con los instrumentos y yo en las filas de discos a mi derecha.
—Oh dios mío Ely, mira esa guitarra — Helena apuntó entusiasmada a una guitarra que estaba algo escondida entre las demás.
Cuando tenía nueve años Helena se empeñó en que quería tocar la guitarra, papá y mamá no podían apuntarla a ninguna extraescolar por ese entonces así que comenzó a aprender por su cuenta con el viejo instrumento del abuelo y videos de Youtube.
A los doce por fin pudo tener un profesor, desde entonces había tocado sin parar. El día del accidente su única guitarra iba con nosotras en el coche, por lo que acabó destrozada. Desde ese momento no había vuelto a tocar, incluso cuando papá le regaló una nueva por su cumpleaños hace unos meses, pero ella la rechazó, diciendo que no quería una guitarra cualquiera, necesitaba sentir que la guitarra que tocará fuera suya, y con esa, no lo sentía.
—¿Quieres verla más de cerca? —Preguntó un joven quien salió de la nada haciéndonos girar para mirarlo.
Era algo más bajo que yo, debía tener una edad semejante a la de Helena, su cabello era rubio y estaba algo despeinado cayendo sobre su frente, llevaba un uniforme negro con el logo de la tienda bordado en la camiseta.
Tenía unos ojos azules profundos que rápidamente decidí que eran su punto más atractivo, y estos estaban únicamente fijos en mi hermana.
Agaché la mirada para observarla y no pude evitar sonreír.
Helena estaba embobada con él.
—Le encantaría —Respondí por ella mientras pellizcaba discretamente el hombro de mi hermana.
El chico rio y tomó una pequeña escalera, subió por ella hasta tener la guitarra que a Helena le había llamado la atención y, aún sobre la escalera la tendió en mi dirección y con cuidado yo se la tendía a mi hermana quién no apartó sus ojos del muchacho hasta tener la guitarra apoyada en su regazo.
Ella la colocó sobre sus piernas y la miró con absoluta adoración, sonreí al ver el brillo en su mirada.
Pocas veces le había visto esa sonrisa en el último año.
La guitarra era muy bonita, era completamente normal, pero en su lado izquierdo por la parte superior, desde el mástil bajaba una rosa, una de color rojo y blanco.
Era muy original.
—Esa guitarra la fabricó mi abuela, en memoria de mi abuelo. Eres la primera persona que se interesa por ella —Informó el muchacho, enseguida Helena frunció el ceño.
—Pues no lo entiendo, es una guitarra preciosa —El chico río.
Al notar la mirada que ambos se dedicaban supe que debía irme de ahí y quizás dejarlos unos instantes solos.
—Iré con White a dar una vuelta, vuelvo en quince —Susurré en el oído de Helena. Ella se giró mirándome nerviosa y antes de salir le di un corto guiño de ojos.
Y mientras tomaba la correa del perro y me escabullía a la derecha de la puerta sacando mi teléfono para distraerme, pensé que quizás el premio a mejor hermana del año me lo llevaría yo esta vez.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro