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Pondré una meta para actualizar, si me dejan 400 comentarios (cómo mínimo y sin spam) actualizo mañana o pasado, ustedes deciden.
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Me encontraba parado en la entrada de la universidad mientras veía la lluvia torrencial caer sin planes de parar en los próximos minutos, o peor, en las próximas horas.
Por mucho que amaba la lluvia, no quería ir bajo ella y morir de hipotermia antes de llegar a mi apartamento -a pesar de que estaba a unas pocas cuadras-, además moría de hambre, y para mi mala suerte -o estupidez- ese día en especial había decidido ir caminando a la universidad y no ir en mi coche como siempre.
Me estaba muriendo de frío y hambre, para colmo, solo tenía dos opciones una era quedarme ahí parado hasta que pare de llover o me iba corriendo, lastimosamente ninguno de los dos planes era atractivo, pero mejor morir luchando por mi pan de cada día que morir aburrido y con hambre.
Necesitaba prepararme mentalmente para lo que haría en los próximos cinco minutos -o eso estaba haciendo-. Mi única motivación era la pizza que compré la noche anterior con antelación y que me esperaba en el refrigerador.
Respiré hondo antes de salir corriendo con la mochila encima de mi cabeza, las gotas de agua me mojaron en cuestión de segundos y cada una más fría que la anterior.
A mi lado se paró un Audi negro, no le presté atención y me dispuse a seguir mi camino, pero la conocida voz de mi sexy profesor me hizo detener.
-Amet, entra, te puedes resfriar -gritó por encima del sonido de la lluvia.
Tenía dos opciones, una era seguir bajo la fría lluvia y la otra era entrar al auto de mi profesor de matemáticas -dicho profesor que introdujo su aparato reproductor en mi interior-, que olía como los dioses y estaba buenísimo.
Para mi buena suerte -o mala- tomé la segunda opción y en cuestión de segundos me encontraba sentado en el asiento de copiloto de Lizar.
-En el asiento de atrás hay ropa seca, puedes cambiarte -dijo una vez que nos puso en marcha sin siquiera mirarme-. No tengas vergüenza, ya te he visto desnudo antes -murmuró cuando vio que no dije nada, pero tampoco me moví.
-Estoy bien así, solo llévame a casa, por favor -murmuré mientras veía las gotas de agua caer en el cristal.
-Cada loco -resopló.
Mi cuerpo ya no sentía tanto frío gracias a la calefacción, pero aun así, estar todo mojado era incómodo. Gracias a Dios y logré distraerme mientras miraba por la ventana, aunque esa "distracción" me costó.
Y es que ni siquiera me percaté de que Lizar no iba en dirección a mi edificio hasta que tomó una carretera que llevaba a otro lugar.
-Ese no es el camino correcto -exclamé rápidamente, volteé a ver a Lizar y este, a pesar de que miraba la carretera con una gran concentración, se estaba riendo.
-Si lo es -objetó socarrón.
-No, no lo es, por aquí no se va a mi apartamento.
-No, pero al mío sí.
-No quiero ir -murmuré enojado, si sabía que Lizar tomaría la libertad de llevarme donde él quisiera hubiese seguido mi camino bajo el agua.
-Yo si quiero.
-Para, me quedo aquí.
-No.
-Detén el auto o te juro que...
-Voy a cocinar para ti -dijo interrumpiendo mi amenaza.
-¿Qué dijiste? -pregunté, lo más probable fue que escuché mal y él no habló de comida, o más bien "cocinar para mí".
-Voy a darte de comer, así que quédate quieto.
-¿Qué te hace pensar que quiero comida o peor aún, que cocines para mí?
Apartó la mirada de la carretera y me observó por unos segundos.
-Porque desde que te conozco siempre te veo comiendo, eso me llevó a la conclusión de que siempre tienes hambre, además, hoy cerraron las cafeterías temprano, lo que significa que solo comiste en el primer descanso.
-Eso es mentira -susurré indignado, ¿Qué siempre estaba comiendo?, maldito mentiroso, yo no comía siempre, en clases no lo hacía, ni cuando estaba durmiendo.
-Mentira sería si te digo que no te ves jodidamente sexy cuando te sonrojas.
-Yo no me sonrojo, no soy una persona pudorosa -chillé.
El sonido de la risa de Lizar causó que mi corazón se agitara y mi estómago se sintiera raro, nunca había escuchado semejante sonido en mis veintitrés años de vida.
-Ahora mismo lo estás.
Toqué mis mejillas para comprobar lo que decía, pero, lastimosamente, no podía ver a través de ellas, así que tuve que mirarme en el espejo que estaba delante del asiento, y no, no estaba sonrojado, en cambio, Lizar ahora se reía a carcajadas.
Coloqué el espejo en su posición e ignoré al maldito ese durante todo el camino a su casa, que a decir verdad no quedaba tan lejos del mío, solo a unas siete u ocho cuadras.
El edificio donde vivía era bastante moderno y de esos que con solo verlo sabes que ahí viven personas forradas de dinero, Lizar parqueó en el aparcamiento subterráneo del edificio y desde ahí tomamos un ascensor que nos llevó hasta su piso, durante todo el rato me mantuve mirando todo menos a la persona a mi lado y evité hablar a toda costa.
-Siéntete como en casa, deja te preparo la comida -dijo una vez que estuvimos en el interior de su hogar, que lastimosamente -para mis fosas nasales y mi pobre corazón -el característico aroma a madera con algo más se encontraba en cada esquina sin excepción.
La sala era espaciosa y bien iluminada, paredes blancas y muebles elegantes con colores un tanto beige, el lugar estaba pulcramente ordenado y limpio, no como el mío que en todo el sitio había libros esparcidos por todo el lugar, lo seguí a lo que supuse que era la cocina.
Dicha habitación era el dueño húmedo de cualquier chef o cocinero, con instrumentos de última generación, espaciosa y una decoración bastante elegante en colores neutros.
-¿Qué te gusta? -preguntó mientras remangaba su camisa.
-Lo que sea, si es comestible -respondí antes de tomarme la libertad de sentarme en la isla de la cocina.
Recordé cuando hacía lo mismo de niño con mi mamá e incluso un día me reprendió porque dejé a mi hermana menor sola.
Tuve que ir a buscarla a su habitación donde jugaba con una de sus muchas muñecas, y a pesar de que yo solo era un año mayor que ella la cargué y llevé hasta la cocina, pero tuve que hacer que uno de los hombres de seguridad que pasaba por ahí la suba a la encimera, desde ese momento todos los días era lo mismo, cuando nuestra madre nos iba a preparar comida Kira y yo nos sentábamos en la isla de la cocina. A Mamma siempre le resultó gracioso, porque a pesar de que había taburetes, nosotros nunca los usábamos.
>>Dijiste que me sienta como en casa -intenté excusar mi acción ya Lizar me estaba observando mientras yo me acomodaba.
Se acercó hasta donde yo estaba y depositó un casto beso en mis labios, lo hizo tan rápido que no me dio tiempo a procesar lo que estaba pasando.
-Lo siento, no pude evitarlo -murmuró antes de apartarse e ir a buscar los ingredientes en su refrigerador.
El olor que desprendía lo que preparaba Lizar me tenía salivando, y para rematar tenía quitado el saco, la camisa arremangada hasta el codo, y dos o tres botones de su camisa estaban desabotonados.
Se veía tan sexy.
-Ya la comida esta lista -dijo interrumpiendo las fantasías que estaba creando en ese momento.
Miré el plato que había puesto a mi lado, preparó pasta.
-Espero y sepa bien -murmuré antes de tomar el plato.
-¿Vas a comer ahí?
Cogí un poco de pasta en el tenedor, me la eché en la boca y gemí de placer cuando el glorioso sabor inundó mis glándulas gustativas.
Si él quería que yo acepte tener sexo con él solo tenía que cocinar para mi cada que yo quisiera.
Lizar me observó comer en silencio desde el otro lado de la habitación, cuando terminé lavó el plato y se coló entre mis piernas.
-¿No vas a comer? -pregunté.
-No tengo hambre de comida -respondió -¿Me dirás como te tengo que convencer?
-No, ya te dije que uses tu creatividad.
-Es que no sé qué te gusta, aparte de comer y leer -murmuró exasperado, sus ojos se mantenían fijos en mis labios, yo a pesar de que quería que me bese fingí que no lo notaba.
-También me gusta dormir.
-No me sirve -gruñó antes de colocar una mano en mi cintura.
-Problema tuyo.
-¿Qué quieres que haga?, ¿Qué te regale libros?
-Espera, espera, alto ahí vaquero, ¿acaso quieres que venda mi cuerpo a cambio de libros? -la indignación se notaba en mi voz, aunque, era una propuesta jugosa.
-¿A caso no quieres?
-No.
-Mientes muy mal-, se acercó un poco más, mi respiración se agitó y me sentí tentado a apartarlo, pero me resistí.
-No mentí.
-La cosa es qué-. Depositó un suave beso en mi clavícula-, Nos deseamos, así que por favor deja de negarte y no seas tan mal chico.
-Nos deseemos o no, no quiero tener más sexo contigo, corro un gran riesgo y...
Interrumpió mis palabras depositando otro beso en mi cuello, solo que esta vez mordió y lamió el lugar. Los bellos de mi piel se erizaron y un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo.
-No nos van a descubrir y no serás expulsado.
Tragué saliva e intenté alejarlo por los hombros.
-Deja de insistir.
-Deja de negarte y mejor permíteme disfrutar de tu cuerpo una vez más, por favor.
-¿Qué pasa si acepto?
-Serás mi compañero sexual.
-No sé si me guste la idea.
-No te pido que aceptes ahora -dejó un camino de besos desde mí cuello hasta la comisura de mis labios-, puedes pensar en una respuesta mientras yo esté dentro de ti o estemos haciendo una actividad divertida en alguna parte de mi apartamento.
Estaba tan cerca que su respiración se mezclaba con la mía, mis músculos estaban tensos y expectantes, mi corazón latía a mil por hora y para mi mala suerte -o buena- mi cuerpo respondía ante los estímulos y por eso tenía el conocido cosquilleo en mi parte baja.
Decidí mirar sus ojos por primera vez luego de la cercanía, fue mi peor error, la mirada de deseo puro que me estaba dedicando me dejó sin respiración y completamente eclipsado.
-¿Y si después me niego?
-Lo haremos hasta que aceptes.
-¿Sería exclusivo?
-Sí -. Besó la comisura de mis labios-. ¿Vas a aceptar?
-No sé, convénceme.
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