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𝗲𝗶𝗴𝗵𝘁𝗲𝗲𝗻. rosier, black and von stein

018. ┊໒ ⸼ | 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗘𝗜𝗚𝗛𝗧𝗘𝗘𝗡 | 🐝•˖*

❛ 𝗋𝗈𝗌𝗂𝖾𝗋, 𝖻𝗅𝖺𝖼𝗄 𝖺𝗇𝖽 𝗏𝗈𝗇 𝗌𝗍𝖾𝗂𝗇 ❜

Navier estaba feliz, genuinamente feliz, por primera vez en mucho tiempo. La mansión Von Stein, con sus muros altos y fríos, rara vez había presenciado una emoción tan luminosa de su parte. Los últimos días habían sido un oasis de calma en el desierto de su vida. Se levantaba cuando quería, comía todo lo que deseaba sin preocuparse por miradas inquisitivas, y, lo más importante, no había recibido órdenes de bajar al sótano. Esa simple ausencia era suficiente para hacerle creer que su vida no era tan mala despues de todo.

Lo único que perturbaba esa armonía era la modista, una mujer robusta con dedos hábiles y una lengua afilada que la atosigaba con interminables preguntas sobre su gusto personal. Le había tomado medidas con una precisión casi perfecta, rodeándola de un caos de telas que parecían cobrar vida propia. Sedas, terciopelos... todo destinado a confeccionar un guardarropa nuevo para estrenar en Hogwarts y durante el resto de las vacaciones.

Pero esos pequeños inconvenientes no lograban empañar su verano. Incluso había logrado enviarle un regalo a Harry. Una pulsera de oro con un dije de estrella. A simple vista, podría parecer un detalle demasiado delicado, pero Navier había elegido cuidadosamente el diseño: discreto, masculino, elegante. No sabía si él la habría recibido, ni mucho menos si le habría gustado. Se había asegurado de enviarla de forma clandestina; cualquier contacto con sus amigos (menos con un mestizo) estaba prohibido.

Esa tarde, como tantas otras recientemente, disfrutaba de una libertad relativa. Sus abuelos parecían haber encontrado nuevas ocupaciones en forma de reuniones frecuentes y secretas, tan importantes que incluso los Malfoy se veían involucrados. Navier sabía cuándo algo turbio ocurría: siempre terminaban despachándola con Draco, ya fuera a pasear por la ciudad o a ocupar sus horas en alguna mansión cercana.

Sin embargo, las conspiraciones de sangre pura eran lo último en su lista de intereses.

─ ¿A dónde vas? ─preguntó Draco, interrumpiendo sus pensamientos mientras la observaba ajustarse un lazo en el cabello frente al espejo.

─ Me voy a escapar, ¿vienes? ─respondió Navier con una sonrisa ladeada. Su tono burlón era suficiente para que él entendiera que no era una invitación real. Luego añadió, con fingida indiferencia─: Voy a la biblioteca, me aburrí de estar aquí sentada.

─ Wow, qué emocionante. La biblioteca ─replicó Draco con sarcasmo, cruzando los brazos sobre el pecho.

─ No te quejes, Draco. Eres igual que yo. Respiras libros y tus notas son impecables.

Él rodó los ojos, pero no replicó, solo vio a su prima irse. Navier cruzó el umbral con una ligera sonrisa. A pesar de todo, este era su lugar favorito en toda la casa. Los estantes, imponentes y oscuros, parecían extenderse hasta el cielo, y el aroma a pergamino viejo y cuero era embriagador.

─ Señorita Black, ¿cómo está? ─preguntó una voz temblorosa. Era Kinnie, el elfo doméstico, que había aparecido de pronto junto a ella. ─Kinnie no fue con usted antes porque el joven Malfoy... le da miedo a Kinnie.

─ Solo es un cobarde. No te hará nada ─respondió Navier, avanzando entre los estantes y dejando que sus dedos rozaran los lomos de los libros. Le gustaba pensar que cada texto tenía una vibra, una energía única que debía sentir antes de decidir cuál leer.

─ ¿Tío Calix envió algo? ─preguntó de repente, sin apartar la vista de los estantes.

─ No, señorita Black. El señor Calix no envió nada. Nada.

─ ¿Y... Sirius Black? ¿Hay noticias de él?

El elfo negó con la cabeza, su voz bajando aún más.

─ Ya no sale nada en los diarios, señorita. Seguro ya está muy lejos... muy lejos.

Navier asintió lentamente, sintiendo un peso en el pecho que no quiso analizar. Sus dedos se detuvieron en un lomo inusual. La textura era áspera, como pétalos de flores secas, y despertó su curiosidad. Tuvo que ponerse de puntillas para tomarlo.

─ No lo había visto antes. ¿Lo conoces?

Kinnie negó.

─ Parece un diario ─murmuró, hojeándolo con cuidado. Las páginas estaban decoradas con flores prensadas y pequeños garabatos en los bordes. Sin embargo, nada en su interior parecía particularmente interesante. Lo devolvió a su lugar con un suspiro.

─ No siento la vibra...

Entonces lo escuchó.

"Phoe..."

Se detuvo, su cuerpo tenso como un arco a punto de disparar.

─ ¿Escuchaste eso?

─ Kinnie no escuchó nada, señorita Black.

"Phoen..."

La voz parecía un susurro distante. Navier frunció el ceño y avanzó hacia el lugar de donde creía que provenía.

─ Kinnie, ¿de dónde...?

Pero la voz cesó. Sacudió la cabeza, tratando de convencerse de que había sido su imaginación.

─ Kinnie, quiero que envíes otra carta al tío Calix. Necesito saber cómo está. Quizá de cumpleaños me regale... salir de esta casa.

─ Kinnie hará lo que la señorita pide.

El elfo desapareció, y Navier subió a su habitación con pasos firmes. Una punzada de dolor comenzó a latir en su sien, y decidió que lo mejor sería descansar. Al llegar, cerró la puerta y se dejó caer en la cama, envolviéndose en las mantas.

El silencio de la habitación la abrazó, y su mente empezó a deslizarse hacia el sueño cuando una voz rompió la calma.

─ Hola, Phoenix.

Navier se incorporó de golpe, su corazón martillándole en el pecho.

─ ¿Quién demonios es usted?

Sus manos buscaron frenéticamente su varita en la mesita de noche mientras sus ojos recorrían la habitación. Estaba sola... ¿o no?





















Calix llegó a Hampshire el diecisiete de agosto, cuando el sol aún iluminaba tímidamente el sureste de Inglaterra. Desde el momento en que pisó tierra, sintió el peso de un secreto. La familia Von Stein siempre había sido un enigma, un rompecabezas incompleto que ni siquiera los años y la historia lograron resolver. Las mujeres de la familia, especialmente, parecían envueltas en un misterio tan denso que incluso él, con toda su dedicación, apenas lograba entenderlo.

Su viaje no estaba motivado por esos secretos, aunque seguían rondando su mente. Esta vez, el motivo era más simple, más personal: el cumpleaños de su sobrina. Catorce años. Una fecha importante, aunque el tiempo que había pasado desde la última vez que la vio lo hacía sentir como si fuera el peor tío del mundo.

Cuando tocó la puerta de la mansión Von Stein, su primer instinto fue prepararse para cualquier tipo de bienvenida poco grata. Conociendo a su madre, no sería extraño que una trampa mágica lo empujara de espaldas, como un recordatorio de que nunca había sido completamente bienvenido. Pero la puerta se abrió sin incidentes, y en su lugar apareció Kinnie, el elfo que su hermana tanto había amado en vida.

Kinnie lo miró con el mismo ceño fruncido que siempre le dedicaba. Calix sabía que el elfo no era su admirador. Había algo en su mirada que parecía querer maldecirlo, pero al menos nunca lo había insultado ni desobedecido. Esta vez no fue diferente: el pequeño ser simplemente se hizo a un lado, permitiéndole entrar.

El interior de la mansión era tan imponente y gélido como lo recordaba. Los altos techos y las sombras alargadas de los candelabros le daban una sensación de pesadez que jamás había logrado sacudirse. Dejó su maleta junto a la entrada y avanzó hacia la sala, donde el fuego de la chimenea proyectaba una silueta delgada y familiar.

Se detuvo por un momento. La figura estaba de espaldas, con el cabello negro y largo cayendo en cascada. Algo en la postura, en la forma en que inclinaba la cabeza, le recordó tanto a su hermana que sintió un nudo en la garganta.

─ ¡Tío! ─La voz de Navier rompió el hechizo.

La joven se levantó de un salto, y ante sus ojos, su cabello cambió, aclarándose hasta volverse rubio. Era un movimiento tan natural para ella como respirar. En cuestión de segundos, estaba corriendo hacia él, lanzándose a sus brazos con tal fuerza que casi pierde el equilibrio.

─ Estás gigante. ─comentó él, sorprendido por lo mucho que había crecido desde la última vez que la vio.

─ Es parte de crecer... o quizá que me veas una vez cada milenio. ─replicó ella, cruzándose de brazos con fingida molestia.

─ No me hagas sentir culpable.

─ Perdón. ─respondió con una sonrisa, volviendo a apoyarse en el suelo.

Después de ese cálido recibimiento, Calix se instaló en su antigua habitación, un espacio que no había cambiado en años. Había esperado encontrar a sus padres, pero según Navier, estaban de viaje. Una parte de él suspiró aliviada. Las discusiones con ellos siempre eran agotadoras, y prefería disfrutar de la compañía de su sobrina en paz.

Navier le contó que Lucius y Narcissa Malfoy vendrían por ella al día siguiente. Habían organizado una fiesta en la mansión Malfoy por su cumpleaños, y luego ella se quedaría allí el resto del verano. Aunque ella insistió en que preferiría quedarse con él, Calix no pudo aceptar. Estaría más segura bajo el techo de los Malfoy, lejos de la amenaza constante de Sirius Black...quien desgraciadamente es el padre de Navier.

Esa noche, mientras las manecillas del reloj marcaban las doce, Navier abrió un pequeño paquete que Calix había traído consigo. Dentro había un álbum familiar, uno que nunca antes había visto. Sus páginas estaban llenas de fotografías que parecían susurrar historias olvidadas.

En una de ellas, su madre sonreía junto a un joven Sirius Black. Navier observó la imagen con sentimientos encontrados. Había algo dolorosamente encantador en la sonrisa de su madre, y aunque detestaba admitirlo, Sirius se veía... feliz. "Qué lástima que terminara siendo una rata traidora", pensó, pasando rápidamente a la siguiente página.

Otras fotos mostraban a su madre con diferentes personas. Reconoció a uno por las cicatrices en su rostro: Remus Lupin. Era extraño verlo joven, casi vulnerable, con una sonrisa tímida mientras posaba junto a su madre. Parecían amigos cercanos.

Pero fue en otra página donde sus ojos se detuvieron.

─ ¿Con quién estás aquí?

Calix sonrió al verla señalar una imagen en la que él aparecía junto a un joven de cabello oscuro y mirada seria. A su lado, también había una mujer, cabello rubio y gran sonrisa.

─ Ella es Pandora Rosier, una chica dulce que aun no se como fue mi mejor amiga, y él...es Regulus Black ─dijo con nostalgia ─. Es tu tío. Fue mi mejor amigo. Éramos inseparables.

─ ¿Él nunca se llevó bien con Sirius?

─ No. Eran demasiado diferentes. Regulus tenía sus propios demonios, responsabilidades, y yo... bueno, yo no estaba en Gryffindor como para ser del círculo de Zahar. El destino nos hizo amigos, mejores amigos.

Navier estudió la imagen con detenimiento.

─ Suena más agradable que Sirius Black. ¿Qué le pasó?

El semblante de Calix cambió. Algo oscuro cruzó su mirada, y suspiró profundamente antes de responder:

─ Esa es una historia para otro día.

─ Pero es temprano ─se quejó ella, alargando las palabras con tono infantil─. Por favor...

─ No me vas a comprar con esos ojitos de cachorro. Soy inmune.

─ Tal vez si me convierto en uno, me cuentes la historia.

Calix negó con un gesto firme, aunque una leve sonrisa se asomó en sus labios.

Después de hablar un rato más, Navier subió a su habitación. Aunque se metió bajo las sábanas, el sueño no llegaba. Algo en las fotografías la inquietaba, como si las miradas de las personas retratadas la observaran desde el papel. Durante una hora, se quedó en silencio, hojeando el álbum bajo la tenue luz de la lámpara, buscando consuelo en esos momentos congelados en el tiempo.

Finalmente, en algún punto, sus párpados cedieron y cayó en un sueño profundo.


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