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VII. Tu (bello) nombre

Tony mordisqueaba sus labios y miraba discretamente a sus compañeritos.

Hizo un puchero.

¡Todos estaban escribiendo sus nombres, menos él!

Sus labios temblaron mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Saltó cuando sintió la pequeña mano –aunque más grande que la suya– de Steve en su hombro. —¿Necesitas ayuda, Tony? —preguntó preocupado, mirando de la señorita Rosy hacia la hoja en blanco de Tony.

Pero Tony no llegó a ver la preocupación y el cariño en esos ojitos suyos, porque los suyos no se apartaron de la hoja. Lágrimas se escaparon cuando él negó. No dijo nada porque había una sensación fea en su garganta que no dejaba pasar las palabras.

—¿Seguro? —Steve insistió porque él ya casi terminaba su nombre, podía ayudarle con el suyo.

Steve entendía, porque su mamá había intentado explicarle, que algunos niños comprenden las cosas rápido como él y otros no, así como le pasaba a Tony, pero que no por eso eran “tontos” o “burros”, simplemente necesitaban más ayuda y atención.

Ese apoyo que los maestros y los padres deben dar.

“¡Y yo! —Steve había dicho, entre saltitos, levantando su manita—. Yo también le puedo ayudar, mami. Porque él es mi niño. ¡Mi niño estrella!”

Los ojitos de Tony, ocultos tras los mechones de su cabello, brillaron con esperanza. ¡Steve podía ayudarlo!

Pero entonces la señorita Rosy se puso de pie y dijo: —¡Steve vuelve a tu trabajo! Si Tony no entiende y necesita ayuda, la puede pedir él mismo.

Algunos niños se rieron y cuchichearon sobre Tony.

Las comisuras de la boquita de Tony bajaron y hubo más lágrimas.

Steve miró molesto a la señorita Rosy y tomó la mano de Tony bajo la mesa mientras seguía con su nombre.

Tony sorbió, limpió con su mano libre sus ojos y después miró el nombre de Steve. Él también podía hacerlo. Así que lentamente empezó a escribir. Su letra no era tan bonita como la de Steh, pero no importaba.

Algunos minutos más tarde los niños fueron pasando al frente para mostrar sus nombres y después la señorita Rosy les daba una estrellita y un dulce por hacerlo bien.

Steve pasó, no muy contento de soltar la mano de Tony. Al menos había terminado, no había visto su nombre porque Tony ocultó su hoja cuando quiso verla, pero había terminado y era lo importante.

—¡Muy bien, Steve! —la señorita lo felicitó y él apenas esperó por sus premios antes de correr de nuevo con Tony.

Entonces fue su turno. Era el último. Su hoja estaba manchada y llena de borrones, además de arrugada. Pero Tony sonrió, algo inseguro, mirando primero a Steve –que lo miraba a él y no a su nombre– y después a la señorita.

La sonrisa de Tony se borró cuando vio la expresión de ella. No entendió por qué hasta que Bucky, uno de sus compañeros lo señaló y se rio. —¡Ahí dice “Steve”, no “Tony”! ¡Qué tonto!

Todos se rieron entonces.

Tony no entendía. Él copió el trabajo de Steve y estaba bien, ya tenía su estrella y su dulce, ¿por qué el suyo no? ¿y por qué se reían de él?

Él no era malo, él quería ser listo como Steve.

Tony empezó a llorar.

Y después otros niños también. Excepto los que, como Bucky, todavía se reían.

Steve corrió a abrazarlo. —Yo te enseño, Tony. Yo te ayudo. No llores. Ya no llores —aunque él mismo sonaba a punto de llorar—. Te doy mi estrella y mi dulce, pero ya no llores.

Tony sólo lloró más. Él no quería ser “burro” como los niños decían.






* * *

Tony bebé 😭💔

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