
I. El niño lloraba
Por el rostro del pequeño Tony todavía corrían lágrimas, pero su madre las ignoró y siguió caminando.
Su mano apretaba demasiado la de su pequeño hijo, obligándolo a caminar más rápido.
Tony usó su manita libre para restregar sus ojos y su nariz. —¡Mami, no quiero!
—Tony, por favor. Son sólo unas horas y ya lo habíamos hablado. Tienes que ir a la escuela, cariño.
—¡No quiero! —y Tony comenzó a llorar de nuevo.
La mujer hizo una mueca y tomó a su hijo en brazos, pero siguió caminando hacia la entrada del preescolar.
Tras un gran bote de basura, había un pequeño ojiazul, con sus cabellos rubios que definitivamente necesitaban un buen corte pues cubrían sus ojos. Él había logrado escapar debido a la falta de atención de una de las encargadas y estaba por correr tras su madre cuando vio al niño llorando.
Hizo un puchero, mirando a su madre que se alejaba más cada vez y después al niño que ahora lloraba escandalosamente en la puerta de la escuela, tirando de la falda de su madre mientras la señorita encargada intentaba despegarlo de ella.
El ojiazul suspiró resignado y salió de su escondite, corrió hasta la entrada y se detuvo a un lado del niño.
Fue como si todo se detuviera en ese momento. La encargada, la madre del niño y el propio niño –que dejó de llorar un momento– lo miraron.
El ojiazul sintió su carita caliente ante la atención, llevó sus manitas a su rostro y aplastó sus mejillas, lo que provocó que su voz saliera extraña cuando dijo: —¿Hola?
El niño lo miró y se distrajo lo suficiente para que la madre se alejara de él y la encargada cerrara la reja de la escuela.
Tony miró a su madre, sus ojos enormes brillando de nuevo con lágrimas a punto de derramarse, pero apartó la mirada sorprendido cuando una manita suave tomó la suya.
Miró entonces al rubio que, con una sonrisa vacilante, dijo: —Soy Steve. Yo te cuido.
Tony, que no podía hablar bien del todo todavía, preguntó: —¿Steh? —mirando del rostro del niño a sus manos unidas, después de nuevo a su rostro, señaló con su mano libre sus ojos: —Azules.
Steve sonrió ampliamente y tiró del niño para llevarlo a su salón, que ojalá fuera el mismo que el suyo, porque él lo iba a cuidar.
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