★ Navidad compartida
Título: Navidad compartida.
Autor: -Louli
Personajes: Mitsuri Kanroji y Kyoujuro Rengoku.
Fandom: Kimetsu no Yaiba.
Dulce/postre escogido: Tarta de frutilla decorada con copos de nieves.
Advertencias: Ninguna.
Número de palabras: 4.409
Escrito hecho para el concurso Candy Store.
La nieve caía sobre el suave rostro de un muchacho, quien apreciaba aquella belleza con alegría en sus ojos. La navidad era una de las épocas que más amaba del año, tras tener una familia religiosa la solía disfrutar al máximo de niño; aunque ahora, al tener 20 años, no se veía capaz de decir lo mismo tras tener que quedarse solo armando el árbol de navidad porque su hermano había empezado a odiar esa festividad por culpa de su padre. Desde que su madre había fallecido, las navidades se sintieron cada vez más oscuras, incluso cuando el árbol los iluminaba en cenas silenciosas e incomodas, esas en las que la expresión angustiada de Senjuro no se hacía pasar de largo y su padre terminaba gritándole "no llores, maricón" como si hacerlo fuera algo que indique deshonra. Él, por su parte, terminaba viéndolos a ambos con una sonrisa mientras sacaba otros temas como lo exquisita que estaba la comida o acerca de adonde podrían salir para disfrutar esa celebración; al final se terminaban asfixiando ahí dentro mientras su padre bebía como loco y rompía el árbol, no había navidad que no pasara eso y en la que todos los esfuerzos de Kyoujuro en hacer un buen ambiente sean tirados por la borda como si de la misma basura se tratara. Era triste. La navidad siendo el único que la apreciaba era triste.
El muchacho suspiró con fuerza por el viento helado que podía jurar helaba su nariz y lo hacía sentirse molesto. Pero eso no lo detuvo con su misión de armar el arbolito para que la reunión de pilares de hoy resultase más bonita y festiva como lo había planeado. Quizás debió haberlo armado antes para conmemorar como se debía el festejo, pero estaban en noche buena y no podía hacer mucho más, sin contar que no tenía los regalos a mano porque con su dinero apenas sí le alcanzaba, siendo que se estaba construyendo también un hogar propio. No le agradaba la idea de estar solo, mas no quería seguir molestando a su padre y hermano que muchos gastos debían tener. Era un hombre independiente que trabajaba para sí mismo... Aunque no sabía cocinar en lo absoluto y eso complicaría las cosas para ser buen independiente.
Eran las seis de la mañana y sus manos estaban temblando ligeramente, aún portando los guantes. Era el pilar de la flama, pero no era bueno controlando su cuerpo para sentir calor o no, así que era inútil el esfuerzo que hacía para entrar en calor, solo podía moverse de un lado a otro para buscar las esferas que ponerle al gigantesco árbol. Aún le quedaban dos horas, así que no sería problema, estaría en plena forma cuando todos llegasen.
Ojalá ellos compartan el mismo espíritu navideño que él.
—¿Uhm? ¿Ya hay alguien aquí? —la voz de Mitsuri llamó su atención, provocando que se diera la vuelta—. ¡Oh, Rengoku! No esperaba verte tan temprano.
—¡Feliz noche buena! —saludó aún con la ironía de que literalmente el cielo se veía como si fuera de noche—. Me atrapaste con las manos en la masa, estoy haciéndoles un pequeño regalo a todos, ¿crees que se verá bien?
La muchacha se acercó dándose aire caliente a sus manos descubiertas y observó aquel árbol con buenos ojos, unos que estaban brillando de las fascinación por la diversa decoración. Ella no era creyente ni mucho menos, pero era una bonita vista. Asintió con la cabeza sin más palabras para dar, recibiendo una sonrisa alegre de su maestro, quien siguió decorando con suma precisión, esta vez recibiendo ayuda de su compañera. Él se veía realmente alegre, bueno, siempre era así, pero algo la hacía sentir que estaba un poco solo en el festejo y por ello se esforzaba tanto por hacer eso.
—Rengoku... ¿Esta noche la pasarás con tu familia? —se atrevió a preguntar, vacilando un poco.
—¡No lo creo! Mi padre esta vez me echó, prácticamente, y dijo que no quería ver mi espantoso árbol —mencionó como si nada, mas su tono sonaba un poco apagado, había algo en él que no estaba en resonancia—. Pero... No pasa nada, quizás la pase alquilando algún hogar de la ciudad o junto a Muichiro.
—Eso suena muy triste, lamento no ser capaz de invitarte a mi hogar, ya sabes por qué...
—Lo entiendo, estaría mal que una mujer invite a pasar la noche a un hombre solo estando los dos, más en navidad —mencionó ya conociendo de qué iba todo eso—. Seguro Kocho haga cosas muy ricas, ve a pasarla con ella y no te quedes sola ¿bien?
Asintió una vez más, algo triste por lo que su maestro le había contado, incluso estaba pensando acerca de las normas morales que intentaban que las damas se ubiquen en su puesto de damas y no hagan nada indebido. A ese punto ya no sabía si pensar que realmente era una dama o una mujer común que busca entre miles de pensamientos el bien de aquel hombre brillante, ese que la estaba alzando para colocar la estrella en la punta. Se sentía una niña pequeña a la hora de colocar aquel adorno que quedaba tan bien, aunque un poco torcido, y seguía siendo sostenida.
Una sonrisa alegre surcó su rostro mientras pensaba en su familia... En esa navidad sabía que no la querían en su hogar, o al menos no sus padres, y lo entendía, era una chica que incluso se había vuelto una cazadora de demonios, eso no era nada coherente para personas rígidas y estrictas como ellos que querían sacar técnicamente a una mujer asombrosa que sepa hacer únicamente lo que una dama debe. Ahora que lo pensaba, realmente no era una dama, y si lo fuera, significaba que el concepto de todo el mundo estaba errado al respecto.
Las damas no permiten que la nieve toque su rostro ni que los hombres la levanten de esa forma ni aunque fuera para poner una mísera estrella, las damas del momento eran mujeres de casa, que se casaban a los 16, 17, 18 o máximo 25 años, pero ella no se conformaba con nada de eso. Ahora que lo pensaba, hace mucho tiempo no era una dama, desde que se había unido a los cazadores era todo menos una de esas señoritas delicadas y cuando veía la sonrisa sincera de ese hombre confirmaba que era una de las mejores decisiones que había cometido. Era feliz sin ser como las demás.
—Te ves tan brillante junto a esa estrella que me haces querer sonreír por toda una vida —confesó con inocencia mientras la bajaba, notando cómo el rubor se esparcía en el rostro de su compañera.
—¿Hablas en serio, Rengoku?
—Muy en serio —mencionó cuando dejó sus pies en el suelo—. Me agrada tu presencia, Kanroji, siempre transmites calma.
—¡También me agrada mucho estar con Rengoku! —exclamó con emoción mientras su rostro no quitaba el teñido rojizo, quizás también sea por el frío—. Aunque no debajo de la nieve, ya sabes, hace mucho calor.
—¿Calor?
—¡Frío! —remedió su respuesta avergonzada.
El muchacho no respondió tras estar acomodando un último adorno sobre ese árbol tan cargado, pero hermoso, y tras dar por terminada su acción, guió a su compañera por debajo del árbol que los protegía usualmente de la lluvia o nieve, al menos hasta cierto punto. Estaba orgulloso de cómo había quedado, pero honestamente el frío lo debilitaba al menos de que no entrara en calor y conocía que Mitsuri no se pondría a entrenar con él en ese momento; tampoco era tan molesto con una mujer.
Cuando ambos se sentaron delante de aquel árbol, recargando un poco sus espaldas en este, Kyoujuro optó por tomar la mano de la muchacha para brindarle calor mientras hablaba acerca de la festividad con suma emoción en su tono, casi olvidando no hablar tan fuerte debido a su audición casi perdida. Nombraba sus recuerdos de niño y le hacía preguntas a Mitsuri acerca su niñez con el festejo, como buen curioso que era, aunque no recibía demasiadas respuestas positivas, dejándolo un poco arrepentido de sus palabras. Incluso en un momento comenzó a hablar acerca de uno de los postres que deseaba probar, sabiendo que ella le seguiría la corriente o hasta intentando invitarla a salir al día siguiente, pero tras no ser tan claro con ello solo terminó siendo malinterpretado.
Ambos tenían intereses parecidos, por ello solían hablar el uno con el otro siempre que se sentían solos con ciertos temas, ya que como a Kyoujuro le gustaba escuchar los problemas de Mitsuri y a ella le fascinaba hablar de los logros que aquel hombre conseguía, ninguno se aburría del otro, aunque, claro estaba, no podían quedarse mucho tiempo callado debido a sus personalidades. Incluso cuando los demás pilares llegaron, diez minutos antes de la reunión, no fue demasiada sorpresa ver a Mitsuri con su cabeza apoyada sobre el hombro de Kyoujuro mientras la distancia era tan poca que cualquiera pensaría que eran una pareja bastante amorosa, aunque esto fuera así porque uno de los dos estaba dormido.
Obanai fue quien cortó la escena, con ciertos celos, despertando a Mitsuri por su cuenta mientras observaba de mala gana a Kyoujuro, quien recibía comentarios amables acerca del bello árbol que había hecho. Incluso obtuvo un: "wow" de Muichiro, lo cual, aunque sonase muy estúpido, lo hizo muy feliz, porque ese pequeño no solía demostrar demasiado interés hacia nada que fuera realmente relevante.
La reunión los informó al respecto de que esa noche había dos lunas inferiores que se debían cazar, tocando para su pena a Shinobu junto a Giyuu y a Muichiro para cazar a cada luna. Mitsuri sintió un poco de pena por la expresión de Shinobu, que rápidamente se recompuso; pudo notar el dolor en ella, pero era el deber de los pilares hacer sus misiones cuando sea necesario, el fin resultaba salvar a las personas de las garras de los demonios. Ahora no tenía realmente dudas al respecto de con quién pasar la noche; definitivamente no quería dejar solo a Kyoujuro.
La muchacha sin querer, al girarse a ver a aquel hombre notó que él también tenía su mirada fija en ella, quizás ambos pensaron lo mismo en ese momento, hecho que la avergonzó sumamente y causó que girase su mirada hacia un sitio más seguro donde no hubiera nadie. Era tan tedioso tener que ser tan similar con Kyoujuro hasta el punto de que ambos piensen en el otro con la misma imagen en mente.
Al finalizar la reunión, cada quien se marchó a sus respectivos deberes; quienes tenían planes para Navidad, casi nadie, se iba a preparar para ello y aquellos que solo lo vivían como un día más irían por el camino de entrenar o por algún pasatiempo, tras no tener nada mejor. La muchacha ya tenía una idea en mente, aunque temía porque esta fuese un poco tonta y no le saliera como quería.
Llegó a su hogar que tenía un suave aroma a la flor de sakura, aquella de la que tenía un aromatizante en su entrada como toda mujer debería para recibir bien a sus invitados —aunque no los tuviera—. Entre sus manos se encontraba una carta que había recibido en su bandeja, hecho que la hizo sonreír enormemente al abrir el sobre donde estaba dentro. Sus hermanos le habían enviado una carta, o más bien redactada por su hermano de 15 años. Comenzó a leerla mientras recorría todo su hogar, realmente era alguien bastante inquieta en cuanto se trataba de su familia, pero sus hermanos la amaban de todo corazón y eso lo tenía más que seguro; además, ellos le pasaban muchas recetas de cosas dulces que la abuela —una anciana amorosa de su pueblo— había conseguido gracias a una nieta que viajaba alrededor del mundo.
Ellos comentaban lo mucho que la extrañaban y hablaban acerca de que estaban creciendo fuertes y sanos como ella, sacándole una risa divertida. Estaba tan alegre de que le escribieran tanto, de que Haru sea tan buen redactor o que Umi ya hubiera aprendido a leer como toda una niña inteligente que supera a sus compañeros en aprendizajes. Pero había algo que le dolía a la hora de dejar la carta a un costado y buscar entre recetas el postre favorito de Kyoujuro del que tanto le hablaba a la mañana; esto era que en ningún momento se nombraba a sus padres ni nunca había recibido como tal una carta firmada por ellos. Quiso dejar de pensar en ello mientras sus manos temblaban por cada papel que agarraba.
A excepción de sus hermanos, sus padres no la amaban ni un poco, sabía que no la querían en su hogar por algo tan simple como no comportarse tal cual una dama debería o seguir soltera mientras que las mujeres de su pueblo se casaban a los 15 años sin excepción alguna. Siempre solía restarle importancia a ese hecho, incluso se intentaba dejar ganar por el espíritu navideño, pero era imposible, le dolía mucho el rechazo, incluso cuando sacaba los ingredientes necesarios sus ojos deseaban romperse en mil pedazos y soltar una cantidad increíbles de lágrimas, pero se lo prohibía limpiándose con un repasador que tenía a manos.
—A Rengoku no le gustaría verme triste —se decía a sí misma, volviendo sus ojos a la preparación que allí tenía—. ¡Bien, tengo que esforzarme!
Mitsuri hizo un pequeño recorrido por la ciudad antes de empezar con la preparación, ya que debía comprar unas frutillas en la verdulería más cercana que tuviera y también un pequeño sobre de gelatina, el cual resultaba su mayor problema ya que era difícil de conseguir en otros lugares que no sean el centro de Japón. Pero si tanto Kyoujuro apreciaba la tarta de frutilla decorada, se la haría para que pudiera recordar su infancia, aquella en la que Ruka le hacía ese postre para Navidad junto a "copos de nieve". Era de origen occidental esa tarta, por lo que le extrañaba que una mujer tan abruptamente japonesa y que solo seguía tradiciones tomara uno de esos caprichos.
Seguro se hubiera llevado muy bien con esa mujer o hasta pudo haberle consultado acerca de cómo era su vida como esposa sin que pareciera algo extraño. Quizás Kyoujuro la extrañara mucho y solo tuviera como recuerdo esa tarta... Y lo entendía, aunque sonara estúpido lo entendía porque ella era una apasionada por la comida y cada vez que recibía algún postre gratis de parte de algún restaurante que solía asistir muy seguido, se largaba a llorar y agradecía por ello, ya que no acostumbraba a recibir regalos. Saludó a la señora que le había dado tanto las frutillas como el sobre de gelatina y le dedicó una sonrisa a un niño que la miraba. La navidad era hermosa, las personas parecían más amables gracias a esta.
En cuanto llegó a su hogar, comenzó con la preparación por completo de aquella tarta, entreteniéndose con la esfera de nieve que había sobre uno de sus muebles. Definitivamente debía devolverle de alguna forma a Kyoujuro todos los regalos que le había hecho, incluso si solo fuera un postre, porque era en lo único que resultaba buena, ya que no tenía pasatiempos mejores que la cocina. Se dejaba guiar de la receta escrita con una letra elegante, sus hermanos eran increíbles por conseguir algo tan único como esa preparación siendo tan difícil de encontrar. Le encantaría pasar la Navidad con ellos... Si tan solo pudiera afrontar sus miedos y no darle importancia a sus padres.
Mitsuri soltó un suspiro al ver su preparación hecha en la heladera. Hacía demasiado frío como para hacer algo dulce así de fresco, pero no pensaba desilusionar a su maestro, menos teniendo por completo sus esperanzas. Giró su mirada hacia el reloj que colgaba sobre su cabeza y elevó las cejas, no se había dado cuenta que tan rápido había pasado el tiempo, quizás fue muy minuciosa de que no le sucediera nada malo al postre. Solo le quedaban dos horas para prepararse bien... No, peor, menos de una hora si contaba que debía de llegar a la ciudad con toda esa nieve y procurando no resfriarse.
Quería llevar un vestido hermoso para esa Navidad, ya que lo había comprado hace ya un tiempo, mas al parecer esa no era la ocasión ni siquiera quedándose en frente de su chimenea que largaba un poco de humo molesto. El aroma a flor de sakura había desaparecido por completo y le dejaba paso a un olor desagradable que lastimaba su olfato. Agradecía que tuviera que irse de su hogar.
Su mayor abrigo era una chaqueta de cuero que había heredado de su madre y una bufanda que Kyoujuro le había regalado para año nuevo. Definitivamente iba a saltar techo por techo hasta llegar al apartamento que su maestro había reservado, porque de lo contrario se congelaría y seguro los niños la usarían como muñeco de nieve. Se estremeció al pensar que ese podría ser el fin de su dignidad y negó con la cabeza a la hora de verse en su espejo.
Su nariz estaba ligeramente colorada y sus cabellos habían adquirido un poco del olor del humo, como también se habían vuelto un poco rebeldes. Un tono rojizo pasaba por sus mejillas y tenía los ojos cristalinos; se veía pésima, pero aún así intentó ocultarlo con un poco de maquillaje. El labial rosado se adhería a sus labios y los dejaba más húmedos, también tenía un poco de sombra en sus ojos para que resaltase más esta.
¿Por qué se intentaba esforzar en su apariencia tan bien solo para ver a su maestro? Oh, era una razón que prefería no explicar para no terminar de deshonrar a sus padres que no sabían nada de lo que haría esa noche, dejando de lado las actitudes que una dama debería tener para usar las que ella quería. Todo sea por llegar a casa de Kyoujuro y aliviar la soledad que ambos sentían por el rechazo de sus padres.
Salió de su hogar, cerrando la puerta con llave detrás de ella, mientras observaba su alrededor con una sonrisa calma. Se moría de los nervios. Comenzó a caminar con sus botas nada elegantes y bastantes usadas por el camino entre la nieve; su hogar estaba un poco alejado de otros, así que no le sorprendía el silencio, pero en su caminar hubo algo que le llamó increíblemente la atención y eso fue escuchar un gato maullando. Sus ojos giraban hacia todos lados, un poco más iluminado por la existencia de aquel ser. Ella nunca había tenido una mascota, así que no era sorpresa que le hubiera hecho ilusión ver a aquel felino que se acercaba corriendo entre la nieve.
—¡Mei ven aquí! —gritó un muchacho con una voz estruendosa que provocó que Mitsuri se asustara y retrocediera. No había reconocido al hombre de quien venía ese grito.
Cayó al suelo con la tarta en manos inclinándose levemente y notó finalmente que no le había agregado copos de nieve hecho por crema sino que la nieve que caía la estaba adornando de una forma que no era la que deseaba. El gato comenzó a merodear alrededor suyo, mas no lo notó del todo tras estar sumergida en la decepción. No solo estaba empapada de nieve sino que incluso su tarta también lo estaba. Estaba arruinada y como mala perdedora que era en torno a todos los golpes que le daba la vida, sus ojos empezaron a cristalizarse.
Era una torpe buena para nada, o eso pensó con dolor mientras bajaba la cabeza. Sus piernas estaban un poco adoloridas desde la última misión que tuvo y por haberse hecho la sana ahora dolían terriblemente, como si la nieve afectara a algunas de sus heridas abiertas de por allí o al esguince que pudo haber tenido en el tobillo. Ni siquiera sabía quién era el hombre que rondaba cercano a su hogar, poco le importaba a la hora de dejar caer aquella tarta como si no fuera nada, sin notar por su mirada gacha que el muchacho estaba en frente suyo y salvando lo que quedaba de su postre.
¿Si Mitsuri era de las que se rendía fácil? Sí, era así, de no ser que alguien la motive a seguir adelante. Y para su suerte quien estaba allí para ello era nadie más ni nadie menos que alguien vestido de Santa Claus —y qué bueno que Mitsuri no lo vio porque hubiera salido corriendo tras pensar que era algún acosador—.
—¡Tarta de frutillas decorada con copos de nieve! —mencionó el muchacho con un tono que al fin su compañera supo reconocer—. Con que has conseguido imitar la nieve a la perfección, eres increíble, Kanroji.
Las lágrimas no dejaron de caer por los ojos verdosos; creía que incluso un niño se daría cuenta que eso se ve pésimo. Kyoujuro era un hombre demasiado bueno pero mentiroso, ella no era nada increíble ni habilidosa, no sabía siquiera por qué se encontraba en la asociación de cazadores de demonios siendo una mujer que se atemoriza de estos e incluso es terrible ingenua al pensar que resulta fuerte cuando todo el tiempo está aguantando el dolor físico hasta que sus huesos se fracturen. El gatito a su alrededor maullaba e incluso se acurrucaba entre sus piernas buscando un poco de calor.
Estaba tan avergonzada que ni siquiera podía mirar hacia donde se encontraba Kyoujuro y aunque lo viera nada cambiaba; simplemente seguía siendo la misma mujer incapaz de levantarse y que no sabía cómo decirle a aquel muchacho que la ayudase.
—Se siente triste que no me digas nada al respecto de mi traje que solo compré para sorprenderte —comentó el muchacho agachándose—. Kanroji, no llores, es Navidad.
—No puedo, simplemente lo he arruinado, esto es un rotundo fracaso —decía con la voz entrecortada por los sollozos—. Esto iba a ser una sorpresa... Perdón.
—¿También pensaste en pasar esta noche conmigo a pesar de que esa actitud no sea bien vista? Eso es muy valiente, incluso lograste a la perfección mi regalo.
—Ni siquiera es Navidad y ya lo viste —dijo recibiendo una caricia en su cabeza.
—Estamos a mano, tú también viste mi regalo, ¿no es adorable?
Mitsuri, solo porque sabía que sería una falta de respeto ignorarlo, giró su mirada hacia el gatito que tan fácilmente se había encariñado con ella, llegando al punto de acostarse sobre sus piernas sin importarle las cantidades de gotas que caían de los ojos de su nueva dueña. Su pelaje era blanco y tenía unas manchas marrones que lo hacían ver como un gato color café con leche, causando admiración por aquellos ojos; era tan bonito que no lo podía creer. Luego, elevó la mirada hacia el hombre en frente suyo y no pudo evitar reír muy bajo al verlo con semejante traje; se reía más por lo apuesto que se veía, nunca había pensado en un Santa como él, no, estaría mal que lo hiciera en primera instancia.
Kyoujuro le siguió el juego de risas antes de quitarse su abrigo que combinaba con la imagen de Santa y ponérselo encima a Mitsuri, quien estaba temblando por llevar solo una chaqueta que poco ayudaba. El muchacho giró a ver hacia las piernas de ella solo por simple curiosidad, pero lo sorprendió verlas en un estado poco normal, como si se estuvieran congelando. Buscó una respuesta de su joven compañera, pero solo la vio intentando reconfortarse con la presencia de aquel animal.
—¿Sabes? No arruinaste nada más que a ti misma, te concentraste tanto en que todo quedara bien que te olvidaste de tu propia salud —comentó en voz baja acercándose un poco al rostro de la muchacha—. Mírate, tu rostro no está nada bien siquiera... ¿No estuviste pensando en cómo te sentías?
—Te debo tanto que no pude concentrarme en mí con una celebración tan importante para ti como esta —confesó, causando un ligero rubor en el muchacho que pronto supo disimular con una sonrisa juguetona.
—¡Bueno, pero si quieres compensar lo que me debes no debes actuar de forma imprudente! ¿Entendido?
Ella asintió sin palabras mientras era alzada, teniendo que llevar tanto al gato encima como la tarta de frutillas, porque al parecer el muchacho no planeaba dejarla así como así. Era cierto que por mucha emoción que sintiera de verlo, Mitsuri no se había sentido bien, a causa del dolor de la ausencia de su familia y también sus piernas destrozadas.
En cuanto la Navidad fue anunciada por su reloj y se dio sus debidas palabra con Kyoujuro, pudo verlo con una sonrisa de punta a punta mientras comía la tarta de frutillas sin vergüenza alguna delante de ella —tampoco pensó en convidarle, al parecer se había tomado muy en serio lo de que era un regalo propio—. Lo veía desde la cama mientras su gatito dormía encima de ella y no podía evitar sentirse como en casa.
Kyoujuro también pensaba igual que Mitsuri, a pesar de que la nieve hubiera arruinado toda la tarta, para él seguía sabiendo tan exquisita como la que su madre realizaba, trayéndole el recuerdo nostálgico de esa joven figura azabache que sonreía con una calma que él no heredó en lo absoluto. Era el mejor regalo que alguien jamás le habría hecho y eso compensaba todo tipo de recurso material que para él solo significaría algo más de lo tanto que ya había en su casa y solo servía para las apariencias.
Como si se tratara de un niño pequeño, esa noche dejó que un poco de su lado débil saliera a la luz y se arrodilló en frente de la cama de su compañera, apoyando su cabeza en su vientre tras no poder abrazarla y pidiéndole que por favor acariciara un rato su cabellera; cosa que a pesar de que a la muchacha le avergonzara no rechazó en lo absoluto.
—Esa tarta... Estaba exquisita —dijo finalmente mientras sentía que incluso aquel gato lo acariciaba medio dormido—. Gracias, Kanroji.
—Mañana vamos a darle un poco a tu padre ¿sí? Seguro que se siente muy mal por dejarte de esa forma.
—Sí, es una idea increíble —mencionó sin poder recomponer por completos sus ánimos, había un nudo en su garganta—. ¿Puedo quedarme más tiempo así?
—Todo el tiempo que quieras.
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