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★ Las esperanzas de la huerfana

Título: Las esperanzas de la huérfana
Autor: -Louli
Personajes: Sabito, Makomo y Tomioka Giyuu.
Fandom: Kimetsu no Yaiba.
Dulce/postre escogido: Caramelos de fruta.
Palabras claves: Esperanza, existencia.
Advertencias: Ninguna.
Número de palabras: 2.875
Escrito creado para el concurso de Candy Store.

"La existencia no es algo a lo que se pueda cuestionar en un mundo donde los demonios viven devorando a todos aquellos que te rodean. No es algo a lo que puedas decir existo o no lo hago, uno tiene que luchar con el fin de existir, seguir viviendo un poco más, ya sea por venganza o el simple miedo a la muerte. Pero entonces, ¿por qué alguien como ella cedió ante los encantos de la muerte? ¿Cuál era la gracia de abandonar la vida?" cuestionaba Sabito en silencio desde la altura de un árbol al que siempre solía aislarse con el fin de espiar todo desde arriba, incluso a Giyuu si llegaba a salir afuera buscándolo. Era su zona de relajo, pero ahora estaba tan tenso observando a esa muchacha quien casi se suicida que apenas sí le quedaban palabras coherentes.

    ¿Cómo puede aparecer alguien que juega con la vida delante de los ojos de su maestro de una forma tan inocente? No... No podía pensar así, ella se veía como una niña que era tan huérfana como él o Giyuu, incluso su aspecto no engañaba a nadie, era tan pequeña y delgada, con ropajes rasgados, que le daba cierta lástima. No podía juzgarla, él se veía igual cuando fue encontrado con solo 9 años y con una navaja que apenas le había servido de defensa, pero ya había jugado a cazar demonios desde que fue encontrado así que estaba claro que no podía compararse con esa inocente muchacha.

    Hasta cuando estaba tambaleando y era recibida en los brazos de Giyuu parecía aferrarse a la vida, aunque esa fuese una increíble ironía luego de lo que los ojos de Sabito presenciaron, siendo él mismo quien tuvo que cortar la cuerda desde donde quiso suicidarse y llevarla hasta la casa de Urokodaki. Pero no era una escena deslumbrante ante aquellas perlas, sino que más bien agobiante, no podía entender lo que ocurría por muy analítico que sea.

    Lo poco que había escuchado de conversación era que ella se quedaría a vivir por un tiempo con los tres, cosa que no le parecía mal, quería atreverse a conocer un poco más a esa chica.

    —¡Sabito baja de ese árbol y ven a ayudarnos! —ordenó Urokodaki tras notar al muchacho. Y sus órdenes nunca eran ignoradas.

    —S-sabito... ¿Estabas ahí arriba? Eres un poco sorprendente, ni siquiera te noté —mencionó Giyuu con sus ojos que se iluminaban ante la admiración que le producía—. ¿Me enseñas a hacerlo?

    —Tienes que encargarte de la chica primero.

    Giyuu ante esa aclaración solo asintió mientras llevaba a la muchacha sucia hasta el baño con torpeza en sus pasos. No le gustaba la idea de encargarse de su aseo, pero no es como si pudiera contradecir a las palabras de su maestro, además, ella no parecía negada, por lo que no se le hacía una carga tan pesada de ser así.

    Fue desnudando el cuerpo de aquella con cuidado, temeroso de que tuviera alguna herida que su kimono ocultara, pero a pesar de haberlas no parecía importarle mucho. Ella apenas se inmutaba, aunque podría ser por el cansancio físico, ya que ni siquiera le había dicho algo al respecto de si se sentía incómoda. Consideraba que no era muy normal que un chico bañe a una muchacha pero en las ocasiones que se encontraban era complicado y él conocía a la perfección que Sabito nunca se hubiera encargado de su papel.

    Delirios de hombre. Hombre de 14 años, por cierto.

    La sentó en una banca cuando consiguió su objetivo y comenzó a cargar el balde de madera con agua. Era un cuarto bastante pequeño como para tener una tina por lo que se debía de hacer cargo de esa forma por muy incómodo que fuese.

    —Esto... ¿Cómo te llamas? —preguntó con un tono bajo mientras se concentraba en aquel rostro sereno.

    —Makomo.

    —Lindo nombre, yo soy Giyuu Tomioka.

     —Sí, ya me lo dijiste. —Y aunque en otros labios sus palabras sonaran mal ella solo parecía recalcarlo como si nada.

    Su tono de voz era suave y no hacía sonido alguno cuando el azabache le echaba agua oxigenada a sus heridas que incluso se atrevía a decir que estaban infectadas. Rozaba su piel de porcelana a la hora de pasar la esponja por todo su cuerpo y se daba cuenta que era muy sensible siendo que se tornaba rojiza con sencillez, pero cuando veía sus expresiones solo parecía demostrar desconcierto.

    Quizás sea porque únicamente conoció a dos mujeres en toda su vida, mas ¿ella no se veía un poco carente de sufrimiento? Incluso observaba por la ventana como si nada, de esa forma que indicaba que tampoco mucho le importaba si se quedara encerrada ahí por toda una vida.

    —Makomo, ¿hay algo que te molesta?

    —Está un poco fría el agua pero muchas gracias por tomarte el tiempo de bañarme.

    —Seguro que si comienzas a vivir con nosotros te acostumbrarás —mencionó mientras terminaba de lavar el cabello de la muchacha y de vez en cuando bajaba sus manos para encargarse de su espalda o pechos—. ¿Qué tal te sientes? Espero que te puedas mover un poco más.

    —Tengo un poco de hambre y aún me duele el cuerpo... Lamento no poder hacer mucho.

    —No, no te lamentes, yo te ayudaré en todo lo que sea posible —declaró con completa seguridad mientras tomaba una vez más el balde y tiraba el agua encima de ella—. Creo que ya terminé, pero sigo preguntándome dónde te has encontrado como para tener todas estas heridas... Más que nada en el cuello.

    «Creo que es bastante curioso» se planteó mientras lo veía darse la vuelta en busca de una toalla. Se acarició el cuello antes de responderle, quejándose ligeramente al pensar en lo doloroso que fue.

    —No lo sé, en un momento estaba muriendo colgada de un árbol y al otro aparecí aquí.

    Esa respuesta fue todo menos paz para el Tomioka, quien incluso vio la toalla resbalar de entre sus manos. Quizás estuviera pensando muy mal, pero ¿eso no es lo que hacen las personas al borde del suicidio? Entonces... Solo fue pura coincidencia que alguien la hubiera salvado y llevado hasta su hogar. Su rostro se quedó pasmado en el impacto que le provocó la noticia, no esperaba eso de una chica tan tranquila. En el intento de volver a recobrar la compostura y secar el cuerpo de su acompañante, dudas pasaron a través de su mente al respecto de tal respuesta honesta y calma como si la muerte no fuera un problema.

    Sus ojos cian deslumbraban por cuenta propia, incluso se notaban llorosos, pero en ningún momento caía una lágrima. Giyuu se perdió unos segundos en ellos, hasta que se concentró una vez más en la toalla que tenía en manos. Ahora que lo pensaba, esos orbes parecían esperanzados y eran hermosos, mas era como si solo fueran coleccionables siendo que esa mujer no contaba con el deseo de vivir ni teniendo un cuerpo tan bonito.

    —Entonces alguien te salvó —concluyó de una forma que terminó sorprendiéndola.

    —¿En serio? Pero quería morir.

    —Entiendo ese deseo... Pero no deberías ser la única que elija sobre tu vida, podrías pensar en el bien que le ocasionarías a esa persona o incluso a nosotros si aún sigues aquí —comentó tras experiencias propias y mostrando una mueca—. Deberías vivir por todos aquellos que no tuvieron la misma oportunidad.

    Makomo aún con la toalla envuelta en su cuerpo sentía un frío interminable y no sabía si era a causa de la ducha helada, pero por momentos se planteó que a ese joven también le invadía un frío similar al de ella. Ese al que algunos llaman "soledad". Y es triste cuando uno se siente solo, porque existir se vuelve aburrido, te aflige pensar en que no hay nadie que valora lo que eres y lleva a lo que muchos no desean nombrar: el suicidio. La falta de esperanza está vinculada al cansancio de existir, quizás porque es lo que le sigue.

    Cuando uno ha estado tan solo se da cuenta de que la esperanza no es lo último que se pierde. Lo último que se pierde es la vida y por algún motivo ella le importó a alguien luego de haber sido abandonada por su propia familia. Después de duros meses que luchó contra demonios solo con un hacha y la esperanza cada vez más pequeña de volver a tener un lugar calentito donde dormir, esta era su recompensa ¿verdad?

    Observó unos momentos el rostro de aquel entristecido joven para luego bajar hasta sus manos. Hacía mucho tiempo no tenía las manos limpias, sin rastros de sangre por luchas contra demonios. No, es más, hacía tiempo nadie había lavado su cuerpo cuando se ha encontrado con sus músculos agotados... Y a pesar de solo tener 13 años, debía de admitir que hacía tiempo había comenzado a madurar en ese mundo que la rodeaba, aunque aún olvidaba algunas de sus necesidades.

    Hacía tanto que fingía calma que la simpleza de pensar en que estuvo desesperada todo ese tiempo solo la llevó a abrazar a aquel muchacho en frente suyo, de esa forma como hubiera deseado que alguien lo hiciese con ella todo ese tiempo.

    Recuerda que una vez estaba tan necesitada de cariño que le pidió un abrazo a un demonio cuando posiblemente ya estaba desapareciendo. ¿Los cuerpos de los demonios serán tan cálidos como lo era el de Giyuu? ¿O es que está tan enferma que una vez más se está aferrando a alguien que la soltará temporalmente?

    —¿Makomo? ¿Todo está bien? —inquirió con voz temblorosa sin saber si debía corresponder al abrazo.

    —Sí... Yo tengo una familia, un refugio y ahora no quiero perderlo, por favor, no me dejes sola.

    —De todas formas, no lo haré.

    La muchacha de cabello azabache había extrañado sentir, sentir la presencia de alguien cálido a su lado, sentir calor en un abrazo o caricias en su cabello como si estuviera protegida cuando todo el tiempo solo se tenía a ella misma. Hasta había extrañado los sabores dulces como el chocolante caliente o los caramelos de fruta que le fueron brindados tras necesitar un subidón de azucar.

    Esa noche durmió con la vestimenta de aquel joven llamado Sabito, a quien apenas sí había visto, esperando con ansias recibir su ahori. Como no había una cama preparada para ella, Giyuu decidió invitarla a dormir junto a él, cosa que aceptó con gusto. No era una cama grande, en realidad le decía cama pero eran colchones en el suelo, aunque nunca le molestó, no era nadie delicada para pedir algo más, se conformaba con que no estaba sola y podía ser abrazada incluso como si se tratara de un peluche.

    Las lágrimas se desparramaron de sus ojos en simple silencio mientras todos dormían. Acababa de descubrir que su existencia no era tan desgraciada y unas semanas después supo que Giyuu había tenido pensamientos tan desesperanzados como los de ella. Siendo tan increíble a sus ojos y despreciándose tanto... Eso era tan triste.

    Aunque si bien lo pensaba le faltaba conocer a alguien, había un chico allí que nada le había dicho más que breves palabras. Era un completo misterio, aunque se sentía un poco inferior a su lado tras su increíble manejo de la espada. Ella apenas había intentado con un palo de madera y terminó con sus manos llena de cayos y rompiéndolo sin quererlo.

    Sabito no parecía un mal chico, tampoco era que hablase demasiado con ella. Incluso le dirigía seguido la palabra a Giyuu, aunque la mayoría de veces eran regaños por su mal manejo de la espada. No quería quedarse solo viéndolo con sus movimientos grandiosos mientras ella apenas podía sostener un palo de madera sin romperlo por su brusquedad. Quería aprender a ser más cuidadosa para que el día que pudiera recorrer el bosque y su salvador se encontrase en peligro llegar a rescatarlo, así como hizo con ella.

    Al caer la noche y tras atender las heridas de Giyuu por haber luchado incansablemente con su compañero, salió del hogar, cuidadosa de los pasos que pudiera dar. No quería que su padre —o, mejor dicho, Urokodaki— se preocupara. Si Sabito tenía el derecho de salir por la noche, entonces ella deseaba hacer lo mismo.

    Sus pasos eran inseguros, ¿hacía cuánto no salía de noche? Habían pasado unas semanas solamente, mas el tiempo se sentía tan lento que se atrevía a pensar que incluso su mente maduró unos cuantos años en base a más veía las experiencias de todos allí. Ahora que lo pensaba, seguro que no era la única que se sentía así, porque Sabito a pesar de solo tener un año más que ella actuaba como todo un adulto, de esa forma que demostraba que le podría plantear cara a todo.

    Saltó sobre algunos árboles para llegar hasta el techo de la casa, ahí donde él se encontraba. Estaba sentado mientras parecía concentrarse en algo que no entendía qué era, pero posiblemente tenía que ver con una de las posturas del agua. En cuanto tocó el techo, a pesar de que lo había hecho con completo silencio y la idea de que no se sintiese su presencia, fue rápidamente detectada por el rabillo del ojo. Sorprendida ante esa reacción solo fue capaz de gesticular una pequeña mueca.

    Incluso concentrado era increíble.

    —Makomo, ¿qué haces aquí afuera? Sabes que tienes prohibido salir de noche.

    —Quería hablar un poco contigo, pero si te molesto puedo irme... Es solo que no somos muy cercanos.

    —Sabes que en medio año yo y Giyuu tenemos que ir a la selección final ¿verdad? —aclaró con calma en su tono—. Es peligroso así que nos tenemos que preparar bien, por eso no puedo hablar mucho contigo.

    —Pero Giyuu no es muy bueno con la espada, no puede ir.

    —Por eso me estoy esforzando al máximo.

    Makomo frunció ligeramente el ceño, como casi nunca solía hacer tras tener una expresión tan relajada, y observó anonadada al muchacho unos momentos. ¿Qué era ese sentimiento dentro de ella que provocaba que su corazón comenzara a acelerarse y los malos presentimientos nacieran?

    No podía dejar que vayan solos. Algo le gritaba que era imposible, que no debía dejar a su familia sola ni en un único momento, porque de lo contrario ella también quedaría en la misma soledad y su existencia volvería a ser insignificante. Su respiración comenzó a entrecortarse, no podía hablar, algo dentro de ella le cerraba la garganta y nada más que respiros agitados salían. Agarró su propio brazo buscando calmarse, pero se sentía tan mal que por un momento pensó que no había nadie a su lado.

    —Hey, no temas, Makomo, estoy aquí —comentó sujetando la mano de la muchacha quien aún se encontraba de pie.

    —Estás aquí por ahora... Luego ustedes piensan abandonarme ¿verdad? Quieren irse sin mí, aunque son mi refugio.

    El miedo irrazonable a estar solo puede llevar a cualquier a la desesperación, a querer aferrarse a alguien incluso sabiendo que es imposible o indebido. Y aunque Makomo no terminó de conocer a Sabito, sabía que ese hombre fue quien la salvó y gracias a quien ahora podía ver un futuro un poco más razonable. No quería dejar que el mismo hombre que le brindó esperanza se alejara tan rápido.

    —No pensamos abandonarte, ¿qué te hace creer que perderemos? ¡Me estoy esforzando para proteger a mi familia!

    —¿Familia?

    —Todos ustedes son mi familia, yo daría mi vida incluso, pero gracias a que estuvieron ahí iluminándome no puedo simplemente acobardarme y decir que he perdido las esperanzas en mí. Solo los cobardes abandonan, por eso Giyuu sigue esforzándose tanto.

    Y con el paso de esas palabras seguras, la consciencia de Makomo se fue calmando con severa lentitud mientras veía al muchacho en frente suyo pararse y ofrecerle su preciada katana. Su confianza se depositaba en ella, la única arma que planeaba tener durante toda su vida y la cual ahora sería utilizada por alguien más, rompiéndose por completo su orgullo.

    Aún no podía entender por qué alguien tan asombroso como Sabito había dejado su entrenamiento de lado solo para observarla por sus caprichos, aunque se sentía bien, tan bien como cuando estaba con Giyuu. El espíritu de ese hombre gritaba lucha, incluso cuando solo estaba callado tomando su mano y sin mirarla o hasta en los momentos que se avergonzaba porque ella le pedía que le enseñase a ser alguien tan fuerte.

    Esa noche se sintió cercana al muchacho, hasta fue la primera vez que alguien le habló por la madrugada y se rió de sus chistes sin sentido que había escuchado de algunos viejos de por ahí. Se propusieron entrenar durante las madrugadas, así Makomo podría ir con ellos y no temiera por perderlos. Habían hecho una promesa bastante agradable.

    Makomo se sintió afortunada todo ese tiempo, su familia era hermosa, ellos le dieron una razón para existir, aunque deba renacer una y otra vez, por mucho que tuviera que luchar hasta que sus manos se desgasten o hasta cuando llorara por saber que uno de ellos jamás volvería; siempre que tuviese sus palabras a su lado creería en que todo lo podría lograr. 

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