★ La fioraia
Título: La fioraia
Cantidad de palabras: 5.113
Clasificación: Poisonus & Glicinas.
Categoría: Romance, AU y ligero soft.
Personajes utilizados: Kanae Kocho, Sanemi Shinazugawa y Shinobu Kocho. Leve mención de Giyuu Tomioka.
Advertencia: Ninguna.
Contraseña: Fioraia distraída tras ramos de flores.
Este escrito ha sido creado para el concurso Season Awards.

Los arboles, gracias al potente otoño, dejaban caer sus hojas en el nuevo día arriba de una muchacha que se estaba encargando de barrerlas con cierto cansancio, tras no haber un pronóstico demasiado bueno ni tener una gran pasión por el otoño. No, es más, lo único que odiaba era esa estación, porque habiendo una tan hermosa como lo era la primavera no podía entender con qué motivo siempre tenía que haber algo que la arruinara; si no eran los insectos tóxicos que se comían las bellas flores, resultaba ser el mal tiempo que arrasaba con todo.
La muchacha suspiró quitando la rojiza hoja de su cabello e intentando forzar una sonrisa. Para una florista tener que apreciar cómo no solo sus flores se marchitaban sino que además la forma en la que los arboles se decaían era un dolor que no podía describir. Aunque debía de admitir que el otoño le traía el recuerdo de un joven de más o menos su edad que solía decir que lo amaba por cortar ciclos y traer a todos a la realidad al menos por un rato.
Él no entendía nada de lo que sufría las plantas, por lo que no podía juzgarlo en ningún momento, además, le causaba cierta ternura su actitud de chico malo. Su tristeza se transformó en una carcajada entretenida y su cuerpo casi por inercia dio media vuelta, tras sentir una mirada recorriéndola por completo.
—Ara... Shinobu, ¿qué haces por aquí? —preguntó la florista con un tono amable hacia su hermana menor, quien se asomaba por la puerta de su jardín—. ¿Cómo entraste? Creo no haberte oído.
—Kanae, siempre viviendo en las nubes —respondió con cierta molestia mientras se adentraba al gran jardín—. Venía aquí porque me quedaba de paso.
—Las mentiras nunca son buenas.
—Solo es una verdad no tan acertada, deja de ser tan molesta con ello.
—Hey, ¿qué es ese tono tan frío con tu hermana? —pregunta con un ligero puchero y provocando una simple sonrisa lastimosa en la menor—. ¡Oh, no! Aquí viene Shinobu triste, desolada por su amor hacia aquel gran caballero con el cual no se puede casar por su cobardía.
—¡Esto es vergonzoso para!
—¿Será que el príncipe azul nunca deseó a la bella durmiente? ¿O es que ella está tan cansada que ni con un beso despierta?
La menor, avergonzada, tapó la boca de su hermana, quien se dedicaba a decir tonterías como esas solo para atraer a sus palabras. Y sí que lo lograba, porque Shinobu estaba a nada de confesarle todo lo que guardó con la tonta excusa de solo estar de paso. Realmente sería un poco imposible que estuviera de paso, siendo que vivían bastantes alejadas y la parte de la ciudad donde estaba la casa de Kanae realmente no captaba tanto el interés de las personas más que por las flores bonitas que vendía. Era un sitio más tranquilo a comparación de donde vivía su hermana.
Shinobu tomó la mano de la contraria, guiándola hacia la única banca cercana del jardín, aquella que se encontraba debajo de un árbol de cerezo que otra vez perdía sus hermosos pétalos que alguna vez tintaron el ambiente de Kanae en amor. Se sentó finalmente con más paz. Kanae imitó su acción y la observó curiosa.
—He estado progresando con Tomioka —aclaró observando al vacío mismo mientras un ligero rubor adornaba sus mejillas—. Todo estaba saliendo muy bien, sabes que siempre me gustó que no fuera como los típicos "buen mozo" y sobresaliera un poco, pero hoy hizo algo que no hubiera esperado ni en esta ni en la próxima vida.
—¡¿Te fue infiel?!
—¡No! ¡Me pidió casamiento! —soltó con los nervios a flor de piel mientras el rubor subía con violencia—. Y yo lo rechacé, porque no sé si todavía él sea el hombre indicado para mí.
El temor se instauró en la voz de la muchacha, quien realmente desde el principio siempre recibió ofertas de casamientos —hasta más que la propia Kanae, siendo que se dejaba ver de mejor manera hacia el mundo exterior—, pero recordaba que por ser demasiado brusca al rechazarlos, recibía comentarios horribles de esos pretendientes que decían cada pequeño error que tuviera, declarando que por ello estaría soltera por toda la vida.
Sí, Shinobu no se dejaba ganar por comentarios de ajenos, menos si eran idiotas que apenas la conocían. Solo confiaba en la palabra de su amada familia y quien vendría a ser su pareja en aquel entonces, pero su autoestima se descarriló cuando esa pareja terminó con ella, dejándole en claro que no soportaba su toxicidad al discutir o celarlo como si él se tratara de un objeto. Estalló en miles de palabras, nunca lo vio tan enojado como aquel entonces y solo terminó con un "Me estuve aguantando esto por más de un año", como si nada más importara y todo lo que hubieran formado se hundiera en cuestión de segundos.
Para alguien como Shinobu, quién se creía una persona increíble solo porque su hermana y padres también lo eran, esas palabras lograron destrozarla hasta el punto de que ahora se encontraba negada al matrimonio, de esa manera como si temiera que su vida sea arruinada solo por ella misma.
—Shinobu, no debes temerle al amor...
—¡Eso es fácil de decir para una mujer que nunca se enamoró y no fue rechazada cuando ella misma pidió matrimonio!
—No deberías empezar a desesperarte —comentó con calma, sujetando las manos de su hermana y dando una ligera sonrisa que tenía intenciones de relajarla—. Yo también me enamoré ¿sabes? Fueron solo unos segundos, pero a su vez fui rechazada, no por él, sino por el destino. El destino no lo quería a mi lado.
Los ojos de la menor brillaron levemente al ver la calma con la que transmitía cada una de sus palabras, como si el dolor de al menos haber amado no existiera ni en su tono melodioso. ¿Cómo puede ser que nunca se enteró de ese pequeño romance que tuvo su gran ejemplo a seguir? Abrió ligeramente la boca en busca de respuestas, pero solo fue acallada con el dedo índice.
—Esto no va a definir tus sentimientos ni mucho menos te guiará para que entiendas cuanto has cambiado desde la última relación que has tenido, pero déjame mostrarte lo efímera que puede ser la vida de la otra persona al enamorarte en circunstancias que sabes no te convienen. Fue solo hace tres años... Hoy se cumplen tres años.
Hace tres años...
Kanae atendía la florería con calma, reflejando una sonrisa en el rostro por cada cliente que pasaba y alegrándose al notar que a pesar de estar en una estación tan molesta para las flores como lo era otoño, al menos había gente interesada en cuidarlas. Cuando estaba cerca de tomarse un descanso, teniendo a mano un libro para pasar el rato, se encontró con la figura de un hombre que tenía un aspecto atemorizante, pero para ella era bastante agradable. Además, venía de una familia humilde y trabajadora como lo era la suya, por lo que le agradaba tanto como algunos clientes especiales.
—¡Buenos días, Shinazugawa! ¿Qué se le ofrece?
—Buen día, quería comprar unos tulipanes violáceos —declaró con su tono serio, como siempre, causando en la joven un poco de gracia—. ¿Qué sucede?
—Nada, nada, solo que me da un poco de ternura que desee volver a comprarle flores a su esposa por cuarta vez en la semana.
—Solo... Solo entrégame las malditas tres macetas —maldijo con un tono un poco desubicado, causando que la muchacha se quedara inmóvil, observándolo en silencio hasta que cambiara sus palabras—. Quise decir por favor...
—Eres alguien realmente amable, ¿por qué te ocultas bajo un velo de hombre gruñón?
—¿Crees que yo siquiera sé?
—Tu esposa tampoco debe saber, porque si no te conoces a ti mismo ¿cómo planeas que otros lo hagan? Bueno, yo te estoy empezando a conocer un poquito ahora que no solo me gruñes para hablar —se burló sin el afán de ofenderlo y causando en aquel joven un suspiro agotado—. Perdona, solo me quería entretener un poco, quizás es demasiada charla.
—No, no es eso, Kocho... Solo que siento que podría morirme en este mismo momento del trabajo con el que cargo.
—Entiendo, debe ser pesado —comentó con una mirada preocupada, entregándole las tres macetas al hombre—. Mucha suerte en tu trabajo, policía.
—Grazie fioraia —se despidió con su acento italiano, sacando una sonrisa encantadora de la muchacha que no fue capaz de ver.
Aquel hombre estaba tan ocupado en sus propios sentimientos y la forma tan estrepitosa que tenía de latir su corazón que simplemente ignoró todo lo que estaba delante suyo.
•••
Cuando su hora laboral se cumplió y una última anciana había ido a visitar su trabajo —deseando llevarle flores a su difunto esposo—, Kanae dio por cerrada la florería, ya siendo altas horas de la tarde. Aunque casi ni se notaba bonito el día, suponiendo que parecía nublado y hasta pésimo para siquiera dar un paseo por el pueblito como siempre hacía.
—Espero que a esa señora no la atrase alguna futura tormenta —musitó al salir de la tienda.
Fue caminando con un mal sabor en la boca, no solo el día había estado extraño sino que hasta podía jurar haber sentido ligeros temblores, pero lo consideró normal, siendo que el piso no estaba muy bien afirmado y ya se estaba zafando. Abrió la puerta del edificio donde vivía y comenzó a subir. Su apartamento estaba en el segundo piso, aunque no es como si viviera en un lugar muy alto. No era un sitio de lujo, pero estaba bien con eso, suponiendo que se consideraba tranquilo y un poco viejo.
Solo le faltaba un escalón para llegar. De repente algo salió mal, muy mal, y el suelo comenzó a temblar de una forma que ya no era a base de construcciones fallidas o simples ilusiones. Tragó en seco, su pie resbaló y cayó por los escalones —que, por cierto, no eran muchos—, asegurándose de proteger su cabeza al cubrirla con sus manos, llegando a fracturarse uno de sus brazos, aquel que chocó de forma brusca contra una de las paredes, ocasionando un pequeño jadeo de su parte.
Se mantuvo con los ojos cerrados un segundo, un poco mareada y hasta creyendo haber muerto, pero dicha sorpresa se llevó al notar que estaba contra una pared, adolorida y viva.
Apretó un poco los labios al intentar levantarse y comenzó a hacer unas ligeras muecas al notar que su oído no estaba funcionando como debería, siendo que había un hombre que estaba bajando las escaleras con sumo cuidado de no caer entre los temblores y hasta gritando. No podía diferenciarlo, porque su vista se estaba recuperando entre lo borroso. Solo sabía que estaba gritando y estirándole la mano.
No se podía mover, era imposible, quería quedarse de esa forma para no tener que volver a resbalar y estar cerca de la muerte. Lo mejor para ella sería quedarse allí.
—¡...Kocho! —finalmente pudo oírlo, un poco bajo, pero lo logró. Y sabía de quién era la voz—. ¡Por favor levántate, no puedo alzarte o caeremos!
—Shinazugawa —mencionó aún en shock—. Quiero estar aquí, estoy segura de esta forma...
—¿Te crees que el piso no se te va a caer cuanto antes? ¡No puedo permitir que quién está a mi alcance muera, sé cómo son estos malditos terremotos y lo que ocasionan!
Su tono era desesperado, estaba llegando al punto en el que tomó la mano que le pertenecía al brazo quebrado de la contraria y la forzó a estirarse. Kanae volvió a quejarse, pero no se liberó de su agarre. Dolía, se estaba destrozando. ¿Por qué era tan brusco? Podría dejarla allí e ir a protegerse a su manera solo.
—Suéltame, esto duele mucho.
—Si no te mueves yo seguiré estirando tu maldito brazo.
No era como si Kanae no pudiera mover sus otras extremidades. Y cuando el cuerpo siente que está en peligro, cualquier reacción puede cometer, hasta la de forzarse a levantarse a pesar de que se sienta paralizado del terror, terror a morir si daba un paso en falso. Como si Sanemi ya hubiera pasado por este tipo de situaciones antes, guió a la muchacha, sosteniéndola a su lado y sosteniéndose de las esquinas. Cuidaba sus pasos y eran estrictamente lentos, aunque seguros.
—Estoy loca o se está cayendo abajo este edificio —musitó horrorizada.
—No pienses en eso, mantén la mente en blanco al menos —comentó cayendo hacia atrás al encontrarse justo en frente de la puerta de su habitación y con un fuerte temblor, pero claramente siendo sujetado—. Gracias.
—Shinazugawa, creo que perdí las llaves de mi...
—Vas a entrar al mío, solo cálmate un segundo.
Nunca nadie que conociera la actitud de Sanemi se plantearía que sería capaz de mantener la calma en situaciones como esta, ni siquiera la misma Kanae, aunque esta no lo conociera mucho más que por ser un cliente regular. Tras ver que la muchacha no podía estar concentrada más que en el colapso de todo, Sanemi se encargó de sacar un tema, algo que llegase a calmarla mientras ambos se pegaban a la pared, sosteniendo su cabeza y oyendo pequeños pedazos de cemento caer.
—Yo... Wow, no puedo creer que estuve viviendo por tres años aquí y nunca supe que era tu vecino —aclaró con bastante seriedad, aunque sin llamar por completo la atención de la muchacha, tras verla con su cabeza entre sus piernas, estando en una posición incómoda—. ¿Quieres que busque una almohada o algo para que...?
—No, por favor, no te alejes de aquí —pidió con voz temblorosa—. Además, duele un poco mi brazo y el otro se adormece.
—Puede ser efecto del miedo, pero mantente firme, vamos a salir de esto.
—Muchas gracias por ayudarme, cuando pudiste haberme ignorado y no poner tu vida en peligro.
Y ahí, Sanemi estaba logrando lo que quería: que ella diera algunas palabras, aunque le temblara la voz en el intento. Sonrió ligeramente mientras estiraba su cabeza para ver hacia el techo con un poco de molestia. Las circunstancias que lo estaban uniendo eran terribles, mas al menos el destino le dio un tiempo para encontrarse y poder hablar como personas normales, sin trabajos de por medio. Se encontraba un poco alegre por ello.
—Es mi deber como policía, debo ayudar a quienes están a mi alcance.
—Por cierto, hace un rato dijiste que estabas acostumbrado a este tipo de sucesos... ¿A qué te referías?
—Técnicamente tuve que afrontar mucho junto a mi familia, no vivíamos en el sitio adecuado se podría decir, además, perdí a mi amada madre y a Genya en uno de estos terremotos. Realmente no hice nada para salvarlos, fue todo al revés.
Su tono sonaba resentido con él mismo, pero no pudo evitar soltar una carcajada amarga que le encogió el corazón a la muchacha. Ella sabía que Genya —el niño del que Sanemi siempre hablaba— era su hermano, pero no estaba enterada de cómo había muerto. Se le hacía cada vez más entendible el deseo por proteger a los otros, suponiendo que eso lo tuvo que llevar a un fuerte trauma. Los policías de por sí no hacían mucho para toda la sociedad, no como él, sino que más bien se encargaban primeros de los pedidos de gente con dinero y reconocimiento y luego, muy pocas veces, de gente humilde como lo era ella.
—Igualmente hace unos meses perdí a mi mejor amigo también ¿sabes? —suspiró con fuerza—. Pero algo de bueno tuvo que traer... Aunque aún no puedo descubrirlo.
La Kocho casi por inercia, como si por momentos hubiera dejado de sentir los temblores increíbles, usó su brazo sano y se impulsó para abrazar a aquel joven, aún manteniéndose pegada a la pared. El hombre que contaba con algunas cicatrices abrió los ojos de par en par, pero no se negó al agradable gesto de esa mujer. No creía que nada malo pudiera pasar cuando ella estaba ahí, porque incluso cuando estaba desesperada le traía cierta calma que cualquier otro vería como una estupidez.
Pero era una mujer que de por sí transmitía un aura tan amable y dulce que le daban ganas de llorar, acurrucarse en su pecho y mostrar lo débil que realmente se sentía al estar a su lado. Sabía que sería un acto imposible, algo fuera de la moral que lo caracterizaba como un hombre con todas las palabras. Solo que a veces soñaba que podía cumplir sus fantasías, para dejar de ser el imbécil de aspecto atemorizante.
Correspondió al abrazo, más como una forma de calmarla a ella que a sí mismo, porque él no le temía a ninguna situación que pudiera poner su vida en peligro.
—Eres alguien realmente magnífico, mostrarse tan fuerte luego de todo el dolor que tuviste que asumir. Yo no me puedo imaginar sin una familia —comentó con fluidez, en un tono bajo como si se encargara de contar un secreto que ni los temblores debían descubrir.
—Suenas un poco decaída, lamento haberme puesto tan sentimental.
—Está bien, no sabemos realmente qué va a ser de nosotros luego de esto, así que puedes ser como lo desees.
Los temblores volvieron a hacerse audibles para ambos en cuestión de segundos, esta vez por causa de algunos platos rotos que los llevaron a la realidad. No estaban en una fantasía, vivían más bien en un mundo oscuro que llevaba consigo desastres naturales como lo eran los terremotos y peor en un sitio como lo era Inglaterra. Sanemi se dignó a separarse de aquella mujer y apoyarla una vez más contra la pared, con fuerza un poco brusca.
Era abrumador para el Shinazugawa ver cómo la flor más preciada que cuidó —la cual había sido como un regalo de esa mujer por un pequeño gesto que él tuvo— caía por la ventana de un solo saque. Y no lo sabía por qué, pero se sintió como un mal presentimiento, ese en el que la flor que caía no era nadie más ni nadie menos que Kocho Kanae. Se giró con horror a ver a su acompañante y solo se encontró con su mirada confundida como manos temblantes.
Respiró profundo. No podía entrar en pánico, debía de cuidarla y proteger su angelical sonrisa. Aunque eso costara su propia cordura, porque ella lo salvó del horrible monstro que se estaba convirtiendo y calmó su espíritu con tan solo su presencia agradable. Debía de ser fuerte ahora por ella.
—Kocho, tengo algo que confe...
—¡Shinazugawa el estante está por caer!
Ese gritó impulsó al cuerpo de Sanemi a cubrir por completo, con suma rapidez, a la joven que atemorizada en su momento señaló un estante lleno de pequeños recuerdos de vidrios que al contrario se le hacían hermosos. Porque todo es hermoso hasta que te hace daño o se rompe en mil pedazos. Y sí, pudo comprobar ese dicho de ambas formas y sin el uso de metáforas; literalmente las miles de piezas de vidrios —la mayoría eran pequeños animales y otros, peor aún, vasos bastantes costosos— no tardaron en hacer un estallido increíble mientras se adherían por completo al cuerpo de aquel hombre, quien como gran idiota se giró a ver el desastre, adolorido más por ver todo hecho trizas y sentir su pie atascado debajo de aquel gran y afilado mueble que posiblemente podría llegar a cortárselo si se quedara de esa forma unas horas más, mientras aún todo temblaba.
Acalló su dolor quedándose de esa forma unos segundos, sin moverse y solo oyendo la respiración agitada de tal bella muchacha contra su pecho, quien asustada comenzaba a llamarlo como si temiera que hubiera muerto. Qué ingenua, no era tan débil como para quedar moribundo así como si nada solo por algunos cortes que por girarse casi perforan zonas vitales... Bueno, tampoco era alguien superior a un humano, porque de que dolía como el infierno, dolía.
—Estoy vivo —musitó cubriendo con sus propias manos la cabeza de la contraria—. Tranquila, los pedazos de cementos son cada vez más grandes así que yo te cubriré.
—Shinazugawa, por Dios tú también cúbrete con algo, ya estás muy dañado... ¿Estoy sintiendo tu sangre?
—No duele. —Mentira—. Por favor, no tengas miedo, esto ya va a pasar.
—Tengo miedo por ti, estoy sintiendo y viendo tu sangre gotear, esto no puede significar algo normal. —A pesar de estar asustada su tono aún mantenía algo de calma, provocando cierta gracia en aquel hombre.
—¿Has visto la cantidad de cicatrices que tengo? Estas se verán aún mejor en mí.
«Si sobrevivo, claro»
—Shinazugawa, no bromee ahora.
—Hey, como cortesía las mujeres se ríen.
—Pero no puedo...
—Claro que puedes —interrumpiendo como siempre, creyendo saber las respuestas. Bien que ese hombre era alguien nada cortés—. No, es más, te contaré algo más divertido. ¿Sabes qué? Yo no tengo esposa, Kocho, manejo un malgenio terrible y asusto a las mujeres con mi actitud.
Aquellas palabras fueron más una burla para él mismo que otra cosa.
—Pero tú comprabas flores para tu mujer, sino ¿por qué lo hacías?
—¿Por qué lo voy a hacer, Kocho? —preguntó siendo claro.
—No me haga responder lo que yo creo.
—Fui el idiota que gastó dinero solo por verte sonreír... Qué horror, Kocho, ¿hice todo esto mientras no te dabas cuenta? Quiero un reembolso.
Las carcajadas tranquilas salieron de la muchacha, sin saber cómo cubrirlas ni de qué forma dejar de reírse. Su tono sardónico y la forma en la que la estaba protegiendo como si se tratara de una bella dama, le generaba dulzura y tristeza, pero la ironía de haber tenido un enamorado que, ahora que lo pensaba, era demasiado obvio con sus pedidos de veinte ramos de flores en un solo mes, era todo un espectáculo para su mente horrorizada que buscaba de una forma u otra distraerse.
—¿Fue desde que nos conocimos? —cuestionó haciendo referencia a su enamoramiento.
—No, mucho antes, solo que... Que pasaba por la vidriera, miraba y miraba, porque al principio te veía como alguien muy hermosa, además de que me interesaban un poco las flores gracias a mi madre —su tono empezaba a sonar un poco más débil, pero volvía a retomar un poco de fuerza—. Simplemente alegraste mi vida, estando ahí, sonriéndole a cada cliente y mostrando expresiones tan honestas que ninguna señorita de la ciudad tenía ni para demostrar su alegría. Me interesé un poco, pero aguardaba en silencio hasta que el destino quisiese cruzarnos, incluso cuando hablaba contigo me entretenía un montón, a pesar de que solo pasaran unos pocos minutos. Me hiciste sentir menos solos incluso cuando solo te observaba.
La Kocho posó su mano en el pecho de aquel hombre, sonriendo con cierta tristeza ante sus palabras tan amables que parecían magia en alguien tan bruto como lo era Sanemi. Quería consolarlo de alguna forma, sabía que no podía abrazarlo y ni siquiera tirar su cuerpo hacia adelante, porque de lo contrario terminaría en una tragedia para ambos.
Apretó los ojos al sentir un cosquilleo en estos y bajó un poco la cabeza, intentando aclarar sus ideas para no preocupar a aquel que ya había hecho demasiado por ella.
—Puedo escuchar tus sollozos, Kocho —mencionó—. Creo que eso es lo que más me encanta de ti que en ninguna otra mujer he encontrado: tienes un corazón tan grande que te compadeces del dolor de los otros. Eres perfecta...
¿Cómo podía hacer ese hombre para no llorar mientras el edificio se desmoronaba con mayor rapidez, dañándolo más que nada? ¿Es que acaso no se estaba sensibilizando con lo que ocurría hasta para él mismo?
El secreto de Sanemi para no desesperar ni en lágrimas es recordar. Aprendió gracias a aquella mujer a recordar los momentos más felices de su vida, incluso cuando esa lección no se la dio a él sino que a una señora que había perdido a su marido. Recordaba Italia y su hermanita caminando con tranquilidad por la calle de una ciudad poderosa, como si todo lo tuvieran, o hasta a Genya con el primer traje que pudo usar a sus dieciséis años diciendo: seré el policía que lleve el pan de la mesa, incluso si no hay mesa; o también a su madre y demás hermanos cantando alguna bella canción que a pesar de no tener gracia si todos la cantaban, entretenía a quienes los oyesen.
Y sí, la vida de Sanemi había sido más negruzca que blanquecina, mas la bella dama de las flores lo hacía fantasear con que no era así, quizás con recuerdos que podían llegar a ser falsos, pero alabados para su dañada mente.
—Shinazugawa, ¿tú has cuidado todas las flores que te he dado?
—Claro, son hasta más preciadas que los vidrios que tengo clavados.
—Dime, ¿te han hecho sentir menos solo?
A pesar de que los pedazos de cementos estuvieran cayendo sobre su cabeza, haciéndolo sentir un poco mareado, no podía describir lo alegre que lo dejaba esa pregunta.
—Sí, Kanae, puedo decir que absolutamente sí, se sentía como si cada día al volver ellas fueran toda mi familia, esperándome con alegría...
Quizás se le zafó un tornillo ante esa confesión, pero resultó tan encantadora para la Kocho que no pudo evitar sonreír mientras aún las lágrimas jugueteaban al deslizarse por sus mejillas.
Aunque sonara poco creíble, ambos podían admitir que en ese momento se estaban conociendo más que en todas las charlas que pudieron haber tenido. Y uno sabía que no existirían más conversaciones como estas, porque inevitablemente el edificio no iba a aguantar demasiado para retenerlos a ambos, y si era cierto que el gobierno hacía algo bien y enviaba helicópteros a rescatar a las personas encerradas entre los escombros, se llevarían claramente a Kanae, porque Sanemi no tenía salida.
Y estaba bien así, tenía paz en ese momento, combinada con dolor, pero paz era.
—Shinazugawa, estás respirando muy lento...
—Me estoy preparando para gritar que te amo.
—No eres tan cursi.
—Detesto no poder contradecirte en este mismo instante.
Charlas sin sentidos, risas tontas de Sanemi que cada vez se hacían menos audibles y ruidos insoportables de piedras cayendo. ¿No era de lo más romántico? Absolutamente no, pero el Shinazugawa quería guardarlo como un chiste de mal gusto hasta su muerte. Chiste sin gracia, gracia que no se forma por un chiste, sino que por la desgraciada forma del destino de destrozarlos a ambos en ese momento, cuando el cuerpo de Sanemi pesaba y podía jurar que se estaba cayendo encima de Kanae.
¿El terremoto no será un sismo? ¿Por qué ya nada se escucha? ¿Es que acaso enloqueció hasta el punto en el que perdió la audición? ¿Cuántas horas pasaron, o solo fueron minutos? Se volvería paranoico muy pronto si seguía así.
—Oído... Sangre en... tu —palabras que apenas sí entendía salían de la Kocho.
Estaba sangrando por todos lados, ya no le veía caso preocuparse por ello.
Pero ¿la sangre en el oído en ese tipo de situaciones no significaba...?
—Kanae, yo no te escucho bien, pero si tú a mí sí... Quiero decir que creo que descubrí que la muerte de Masachika trajo consigo algo realmente bueno, me dejó encontrarme contigo y poder confesar lo que siento por ti.
—Sanemi... Debemos salir juntos de aquí, no pienso dejarte solo.
—¿Dejarme solo? —quizás ahora la oía mejor porque gritaba o el cielo le hacía un pequeño favor antes de partir—. No digas eso, sé que nunca estaré solo. ¿Acaso ya llegó la ayuda?
—Sí y saldremos juntos, es más, me casaré contigo si eres capaz de resistir esto.
Qué bonita mujer, intentando salvarlo cuando literalmente todo se estaba derrumbando y él ya se estaba muriendo. Le agradaba eso, no estaba solo, no cuando finalmente la soltaba y caía hacia atrás, dejándola libre para que pudiera salir de aquel sitio sin ninguna condena y correr hacia la ayuda. Mas su vista de tonos purpuras que fallaba pudo verla a ella extendiendo su mano aún a pesar de que su cabeza doliera por los pedazos de cerámicos que caían. Era afortunado.
—¿Hay alguien aquí? —se escuchó desde afuera y aunque Kanae quiso mantener silencio para poder terminar de convencer a aquel hombre, él no se calló ni un segundo.
—¡Hay una mujer aquí, yo... Yo estoy bajo un estante, no puedo moverme pero ella sí!
Su voz se desgarró por completo, para cuando se estaba dando cuenta tosía por la cantidad de tierra que caía y la falta de aire. Le ofreció finalmente una sonrisa a Kanae antes de despedirse entre miradas borrosas y sangre chorreante. Nunca pensó que la muerte sería tan amable con él, dejarlo de esa forma, sin más dolor y viendo por último a su amada fioraia.
Definitivamente fue una buena vida.
—¡Ya tengo a la señorita, traspórtala rápido!
—El edificio se acaba de derrumbar, hay que reportar la muerte del policía Shinazugawa.
Los orbes violáceos de la hermana de Kanae, se llenaron en lágrimas que ni ella misma notó a la hora en la que la muchacha le dio un final a aquel relato que, aunque sonara loco, le había tocado vivir. Su rostro estaba paralizado en la sorpresa y una mueca se pudo hacer notoria.
Kanae salió a la realidad intentando darle la moraleja que tanto deseó a su hermana, pero se confundió al verla llorando como si fuera alguien sensible. Shinobu también era muy empática y eso le causaba una sonrisa ligera.
—Ara, ara, creí que yo estaría llorando, pero mira qué sorpresa.
—¿Estoy... Llorando?
—Así es, pero eso no está mal, Shinobu, es algo muy dulce que puedas compadecerte de mi historia —admitió secando sus lágrimas con el borde de su suéter—. Sanemi fue un muy buen hombre, cumplió con su palabra y pudo salvar finalmente a alguien a quien amaba.
—Hermana, ¿por qué antes no me habías hablado de esto?
—Porque a veces no es muy lindo recordar algunas situaciones, pero está bien, sería injusto que me pusiera a llorar mientras que él debe estar feliz por saber que aún le cuento su acción heroica a todo el mundo.
El pequeño cuerpo de su hermana menor se adhirió a ella, calmando sus lágrimas inconsciente en un suave abrazo mientras se relajaba un poco. Sí, Kanae se sentía realmente mal, solo que no quería mostrarlo para que Sanemi —quien nunca se debió haber apartado de ella a pesar de estar desde el otro lado— no se sintiese mal de no ver su "angélica sonrisa".
Kanae bajó ligeramente su mirada, rodeando con sus brazos a su hermana y viendo en una de sus manos la insignia de policía de Sanemi, la cual había tomado antes de dejarlo partir. Siempre la llevaba consigo y se sentía realmente bien al verla, aunque las lágrimas empezaran a recorrer sus ojos y su garganta se apretara en el intento de resistir la tentación por entristecerse con cada parte de su ser.
"Por efímeros segundos me enamoré, sufrí y casi morí. Así que, Shinobu, toma la oportunidad que el destino te da, la vida es muy corta para sufrirla todo el tiempo. El hecho está en aprender de las experiencias y amar incluso cuando no eres amado"
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro