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4: "La pequeña Minatozaki Sana."

Narrador Omnisciente.

Osaka, Japón.
2003

Quince años antes...

Los brazos de la pequeña Minatozaki se envuelven en sus rodillas con algunos moretones.

Había vuelto ese día de su escuela, con nuevos golpes, algunos rasguños, uno de sus labios latía ardiendo, ella sentía el sabor metálico de la sangre en él y por supuesto, el dolor insoportable por el accidente que uno de sus abusivos compañeros le habían propiciado en el receso.

Nadie realmente sabía, ni sus maestros, ni sus padres, ni siquiera su abuela acerca de dichos abusos. Sana no entendía la razón, pero desde que le había regalado aquel poema a una de sus compañeras, ese tonto chico de un nombre que ni siquiera se molestaba en recordar le había hecho trizas al salir al patio a comer sola como todos los días. Su corazón y cuerpo dolían, se sentía indefensa, pues el jovencito la había amenazado sin ningún tipo de pudor; como si él fuese el rey de aquella primaria y Sana sólo era presa de su maldad.

¿Qué había hecho? ¿Estaba mal expresar sus sentimientos por una de sus compañeras tan amables con un poema?

Sana siempre se había destacado por su forma de ser tan amable, su burbujeante personalidad, la manera cálida con la que se presentaba a las personas. Ella era increíble para expresarse, a través de las letras, y amaba con todo su corazón escribir todo tipo de cosas. También cantar y bailar, contar chistes malos aunque no supiera si eran divertidos. Su risa resonaba como una bella melodía las pocas veces que ella demostraba su felicidad al mundo.

Esa mañana iba tan emocionada a agradecerle a aquella compañera que muy solidaria le había prestado su ayuda en una prueba de Ciencias; regalándole una carta. O más bien un hermoso poema.

Al parecer la chica se lo tomó de mala manera, rompiendo aquella carta con una decoración hecha por la joven con tanto empeño y dedicación. Las palabras y rimas en esa carta se hicieron trozos, como el corazón de Sana al ser cruelmente rechazada y marginada. Y todos en su escuela sabían de eso, incluso uno que otro superior. Pero nadie se atrevió a hablar del tema, según lo que Sana entendía: lo que había hecho estaba mal.

Y ella lo supo, o lo confirmó cuando empezó a recibir malos comentarios, golpes y miradas acosadoras en los pasillos. El lugar donde tanto amaba refugiarse de los malos tratos de sus padres, ahora era un infierno igual o peor que destruía las ilusiones de la joven.

Nunca pudo decir nada realmente. Ella pensaba que se lo merecía.

Pero esa misma tarde, su abuela había llegado, estaba de visita por esos días, y cuidaba de Sana mientras sus padres no estaban presentes. Como siempre, esa pareja sólo parecía preocuparse únicamente de ellos mismos.

Los sollozos silenciosos de la chica fueron un llamado de auxilio directo a los sentidos de la mujer mayor; Minatozaki Yuki, quién enseguida se acercó a ella, acunandola en sus brazos. Por primera vez en toda esa semana, Sana sintió protección por parte de alguien, estaba rota en los brazos de su abuela, la única mujer que parecía regalarle un aliento para seguir viviendo.

— ¿Mi bella flor, estás bien? ¿Por qué tienes sangre en el labio? Sana, ¿quién te ha hecho esto?—dice tan preocupada y con su voz casi a punto de romperse, ver a su nieta así una vez más, la hacía querer quitársela de las garras de su hijo y malagradecida esposa—¿Sana?

Pero Sana no respondió con palabras.

Sino con un agonizante chillido, seguido de más lágrimas. Lágrimas que su abuela limpió.

— N-No l-lo sé abuela, y-yo...—no fue capaz de seguir, su voz se quebraba en cada intento de comunicarse con la mujer, no sabía cómo decirle todo lo que le pasaba. La mujer sólo sonrío con amargura, y la abrazo más a su cuerpo. Era todo lo que podía hacer—. C-Creo q-que...

— ¿Prefieres hablarlo más tarde?

Sana asintió lentamente. Ladeando su cabeza y acurrucandose en el pecho de la mujer, reconociendo al instante ese aroma característico en ella, y formando una pequeña sonrisa que por primera vez en todo el día fue capaz de recobrar.

—Ya no llores mi vida, ¿quieres ver algo que te traje?—pregunto con voz tenue a su nieta, aún sin soltarla, para ella era la única manera de demostrarle que no estaba tan sola en el mundo—, es algo que se que querías...

Sana volvió a asentir, con algo de dificultad, pues aún sus hipidos y respiración agitada no la dejaban de atacar.

La mujer dejó a su nieta en el suelo, mientras iba rápidamente a buscar lo que Sana le mataba la curiosidad por saber. Al cabo de unos segundos, que para ambas fueron muy largos; la anciana regresó con algo detrás de su espalda. Sana no fue capaz de reconocerlo al instante por sus lágrimas que aún nublaba su visión, pero en cuánto quiso preguntar, su abuela le mostró en sus manos un león de peluche, Simba, el peluche estaba desgastado. Se notaba que era de segunda mano, pero era perfecto a los ojitos tristes de la pequeña nipona.

Sana amaba esa película. Era su favorita, aunque sólo fue capaz de verla una sola vez en su vida en un parque junto a sus abuelos.

Los ojos de Minatozaki Sana se iluminaron después de tantas lágrimas, y miro a su abuela buscando en sus ojos la confirmación de que aquel peluche era suyo, la que tanto había pedido en sus últimos tres cumpleaños, era de su pertenencia. Su corazón que se sentía herido por los maltratos constantes de sus compañeros y su "familia". Desaparecieron en cuanto vió el pequeño león de uno de sus personajes preferidos.

— Es tuyo, mi flor—dijo con una mescolanza de amor, dulzura y aprecio a su nieta, ese apodo siempre hacía a Sana sentirse menos insignificante, ser comparada con "una flor", era algo que la hacía echar chispas de felicidad. ¿Por que las flores eran bonitas, no?—. La compré, sé que tu padre te la prometió para la próxima Navidad, así que... Ahorré por meses, tuve que vender algunas cosas, pero aquí esta. Sólo tendremos que lavarlo un poco.

Una lágrima se asomaba en los ojos suaves y dulces de su abuela. A veces la gente solía confundir a la Señora con su nieta, eran idénticas. Cuando Sana veía a esa mujer, tan amorosa, libre y completamente fiel a ella, quería irse corriendo a sus brazos. Huir de sus padres, que al fin y al cabo jamás estaban en casa y dejaban a la niña a su suerte. ¿Ellos siquiera la querían?

Sana no podía creerlo aún. Había rogado prácticamente tanto tiempo a su papá, el hijo de Yuki, por ese peluche que vió en la feria; ella adoraba ver películas, amaba las de Disney y algunas que su abuela guardaba en viejas cintas VHS. Clásicos que la hicieron darse cuenta que ella algún día quería ser como esos actores y actrices. Le encantaba sentarse a ver series y películas todos los días. Soñaba despierta con estar en esa pequeña cajita que le proporcionaba tanta felicidad y despertaba su imaginación. Pero al parecer sus padres no les hacía mucha gracia, o no tomaban en serio dicha ilusión y anhelos de la japonesa.

Su abuela le sonrío, una sonrisa con tanta cargada de amor puro, un amor que Sana no volvería a sentir dentro de tantos años. Amaba a su abuela, con su alma, y ese Simba se iba a convertir en uno de sus más grandes tesoros sin darse cuenta... El recordatorio de a dónde pertenecía realmente. El recordatorio de que la ilusión nunca debía perderse y más al lado de la persona correcta.

Sus lágrimas cambiaron su tono de tristeza, a felicidad, a esperanza.

Pero Sana recordó en su cabeza los insultos y crueles frases que sus padres ponían siempre en la mesa cuando la pequeña pedía algo tan tonto como un muñeco de felpa o su dulce favorito.

Sana no estaba acostumbrada a ese tipo de detalles, de parte de nadie. Sólo de su abuela.

— ¿P-Por qué gastaste dinero en mí, abuela? No tienes que gastar dinero en mí... No era importante, y-yo...—finalmente su voz se quebró, y su abuela sólo supo arroparla con sus brazos, con ese amor de madre que nadie le había hecho—. Abuela...

— No me regañes Sana. Yo quiero que lo tengas,. Te adoro mucho, hija. No olvides eso nunca... ¿ok?

— P-Pero abuela... ¿Y la comida? ¿Tus medicamentos?

Sana la miro con expectativa. Sus ojos llenos de incredulidad, ¿cómo es que esa mujer la adoraba tanto, incluso más que sus propios padres? ¿Cómo es que ella podía hacerle sentir que ella no era poca cosa? ¿Qué ella importaba?

Su pecho dolió aún más, quemándose por dentro. Para su abuela, ella siempre iría directo a sus brazos, eso jamás cambiaría. La calidez de Yuki con su nieta era innegable. Ella quería más a Sana que a su propio hijo, que había perdido los estribos y sus prioridades cuando se casó con otra nueva mujer, más joven, luego de la muerte de la verdadera madre de Sana.

Por esa misma razón la mujer, con canas, sólo la abrazo con todo el amor que ni siquiera su corazón podía almacenar completamente. Ella sabía que ese amor por su nieta—que era como su hija, al final del día—; la sobrepasaba.

Porque aunque Sana tuviese "padres", estos no la amaban ni la mitad que esa mujer que ahora mismo la protegía con sus brazos.

Porque Sana no vivía en casa de sus padres. Ella vivía en el corazón y alma de su abuela. Yuki lo sabía, y se lo haría saber a Sana siempre.

— No digas nada, hija... Eso no es importante ahora.

— Pero yo no soy importante, abuela, ¿no ves? Por eso tengo el labio así—los ojos de su abuela demostraron la ira de saber quiénes eran los responsables de hacer a Sana sentirse tan diminuta. Pero ella siempre estaría para recordarle quién era en verdad, su flor, su pequeña estrella, la que iluminaba sus ojos.

— Sana, nunca vuelvas a decirme eso... Tú eres mi flor, mi estrella, mi pequeña Shiba.

Ellas no pudieron evitar fundirse nuevamente en un abrazo, en un cariño indescriptible. La mujer quería llevarse a Sana lejos de todo el daño que le hacían, pero sabía que eso no era del todo posible... ¿O quizá sí?

Yuki no tenía a nadie más en el mundo, sólo a Sana. Y sabía que para Sana era lo mismo con ella.

Sabía también que mientras ella estuviese ahí, tenía que hacerle saber a su nieta, que sus ilusiones, ella y todo lo que sabía que podían ser, serían su realidad; no ese asqueroso mundo que la rodeaba. Tenía que hacerle saber que todo lo que ella quería era posible, por eso había comprado ese león con todo el esfuerzo del mundo. Ella quería que ese regalo fuese un constante recordatorio para Sana de que su ilusiones no deben destruirse nunca.

Sana sorbió su nariz cuando su abuela depositó un pequeño beso en su frente.

— ¿P-Por qué lo has hecho?—preguntó con inocencia.

— Porque quiero que seas feliz, y quiero que este pequeño Simba lo cuides por mí siempre, Sana, siempre te lo digo, tú eres mi hija pase lo que pase... ¡Siempre serás mi hermosa y enérgica Shiba!—pellizco una de sus mejillas dulcemente—. Por favor acéptalo, sé que lo quieres.

Y ese sólo sería uno de tantos momentos con su amada abuela. Porque el mismo día en que la mujer le regalo el pequeño Simba. Fue el día en que todo dio un giro especial en sus vidas. Sana corrió a los brazos de su abuela, esa siempre fue su cosa favorita en el mundo.

Porque en esos brazos ella sí que tenía un hogar.

Esa misma tarde su abuela cocino su plato favorito, lavaron el peluche, que quedó como nuevo. Y colocaron "El Rey León" haciendo imposible que Sana imitara la escena de la roca con su nuevo peluche, también siendo inevitable que rieran juntas.

Esa noche, Sana tampoco durmió entre su delgada cobija, con oscuridad y frío como siempre que sus padres desaparecían; sino que sintió el calor de los abrazos de su abuela alrededor.

Durante la noche mientras su abuela preparaba una tazas de chocolate caliente, mientras veían una de las películas favoritas de su abuela, Sana se atrevió a preguntarle entre risas escandalosas a la mujer, algo que no salía de su cabeza cada vez que compartía momentos como esos:

— ¿Abu?—dijo calmando aún la risa que amanezaba con salir de ella.

— ¿Si, mi pequeña?—preguntó curiosa y con una sonrisa radiante, contagiando a Sana. Ella adoraba reír junto a su nieta. Era como si el mundo se detuviera cuando eran sólo ellas dos.

Sana permaneció en silencio unos segundos antes de siquiera atreverse a soltar lo que en su mente rondaba cada vez que veía la televisión con su abuela:

— ¿T-Tú crees que yo algún día pued-da... Uhmm...?—Sana dudó varios segundos sobre su pregunta, ¿y si su abuela le decía lo mismo que sus padres? No, eso jamás. Y lo supo cuando la vio prestarle su total atención. Como si Sana fuese a decirle la cosa más importante del mundo, y así era. Así que solamente tomó aire antes de soltar lo que tenía tanto tiempo queriendo decir:—¿Tú crees que yo pueda algún día salir en la televisión?

Soltó todo tan rápido y perdiendo el aire que su abuela no pude evitar soltar una risilla por lo adorable de su nieta. Se acercó a ella, y la sentó en sus piernas. Acariciando su cabello suavemente.

Sana estaba confundida con aquello: ¿Su abuela se reía por qué no confiaba en ella? Había hecho una pregunta tonta, ¿no?

Las lágrimas amenazaron con salir, hasta que su abuela la sacó de su trance y dijo con tanta seguridad:

— Por supuesto que sí, flor. Tú eres igual o más talentosa que ellos.

Sana no pudo evitar llorar, se escondió en el cuello de su abuela, y no fue hasta que la mujer sintió el cuello mojándose por las lágrimas de la pequeña. Que sintió su corazón apretarse, ¿Sana no le creía?

La alejo de ese lugar que sabía que era su escondite cuando estaba triste, ansiosa o simplemente no tenía ganas de nada. Tomo las mejillas de Sana y sonrío:—¿Por qué lloras, mi niña?

— E-Es que pensé que... Que tú me dirías que no, como mi papá...—La mujer no pudo evitar sentir la rabia consumiendola, ¿por qué su hijo nunca le hacían a Sana ver la increíble niña que era? Por suerte, la señora Minatozaki, no dudaba nunca de su pequeña flor.

—Yo creo que tú serás un gran actriz, mi vida—dijo pellizcando una de sus mejillas.

Sana la miro confusa:—¿D-De verdad, abu? —. Ella asintió en respuesta. ¿Cómo iba a poner en duda la confianza de su abuela?

— Escucha Shiba. Algún día te irás, y aparecerás en la pantalla chica, grande, y serás la mejor actriz existente, harás lo que mejor sabes hacer. ¡Serás mi bella Sanashine, la mejor actriz del planeta!—lo dijo con tanto orgullo, porque eso era lo que quería transmitirle a su pequeña.— Por favor no te detengas, mi flor... Tú eres una niña llena de talento e ilusión. Estoy segura de que tú harás grandes cosas.

— ¿Y tú estarás ahí para verme?—la pequeña sonrisa gigante, llena de ilusión Esa que su abuela quería que nunca la dejara y permaneciera consigo siempre.

— Siempre, aunque no puedas verme. Aunque pienses que no es así. Yo siempre estaré contigo, mi flor. Estoy tan orgullosa de ti, serás la nueva estrella del cine... ¡Pero nunca aunque ganes mil premios te olvides del más importante!

— ¿Cuál abuela?

— Mi cariño. El primero que te has ganado, ¿lo sabes, no?—musitó con cariño, y empezó a hacer pequeñas cosquillas a Sana, quién no pudo aguantar y empezó a soltar risas junto a su abuela.

Y esas solas palabras se tatuarían en la mente y corazón de Sana, junto con aquel León, con aquella taza de chocolate que ahora humeaba y mantenía calentitas a ambas.

A la mañana siguiente, Sana no volvió a ver sus padres. A la mañana siguiente, Sana haría maletas a un nuevo lugar.

Quince años después Sana debería recordar, y nunca olvidar esas palabras.

¿Por qué olvidar las palabras de su abuela? ¿Su sueño e ilusiones seguirían vigentes luego de tantos años? ¿Ella sería la dulce y tímida niña como su abuela la conocía después de todo...?

Sana's POV.

Aeropuerto de Kansai.
Diciembre 2014

Cubierta de tres abrigos distintos, dos bufandas, un gorro, guantes y con un café en manos. Que a duras penas conseguían acercar a mis labios.

Chaeyoung y yo esperábamos en la fría madrugada en la sala de espera del aeropuerto de Kansai. Esperando por el llamado al vuelo de Nueva York, Son y yo habíamos comprado los boletos ayer en la tarde, luego de reunir nuestras cosas y hablar con sus padres.

Ella había llorado en los brazos de su madre, ¿cómo no hacerlo? Su madre prácticamente había rogado a su pequeña no irse, pero ella no detuvo a mi mejor amiga, menos cuando supo las razones para irnos.

Le dio el más grande y fuerte de los abrazos a la rubia. Casi como si aferrándose a ella, pudiera evitar que desapareciera.

Conmigo hizo lo mismo, y la verdad retuvo mis ganas de llorar sin cesar. Nunca fue sorpresa para nosotras que la madre de Chaeng tenía un particular cariño hacía a mí, como su segunda hija. Por eso a ella también se le hizo duro nuestra decisión, pero tampoco fue sorpresivo. De alguna manera, ella comprendía la situación.

Además aquel abrazo, era algo que había necesitado desde hace tanto, pero nunca me atreví a pedir en voz alta.

Ladeo mi cabeza literalmente en dirección a la rubia a mi lado; ella viste con las mismas prendas al igual que yo, aunque era un poco más exagerado. Su madre había hecho que usaramos al menos tres o cuatro abrigos si pensábamos hacer esto, así que sí, mi única y verdadera amistad traía una sola prenda, prácticamente se veía que en cualquier momento su vestimenta podría explotar. Río para mis adentros ante la imagen, ella está centrada en la libreta vieja y desgastada de cuero que tiene entre sus dedos cubiertos por guantes.

Sus ojos somnolientos y su boca soltando suspiros, temblaba fugazmente por el frío, pero sabía que ella no quería hacerlo evidente para mí; tal vez para no hacerme sentir culpable. Me mira cuando la risa disimulada al verla así vestida ahora ya no es tan secreta, entrecierra sus ojos felinos.

Mis labios esbozan una sonrisa al verla ahí, a mi lado, estamos próximas a cumplir un sueño juntas. Podría decirse que éramos arriesgadas por esto, pero mi compañera de aventuras y yo nunca dudamos de lo que nos decidimos en esta vida.

Aunque ya fuéramos casi adultas en términos de legalidad. Seguíamos siendo Sana y Chaeyoung, las chicas más idiotas y bromistas que te pudieras imaginar.

— Muy graciosa Minatozaki Sana, ya sé que parezco una pelota de ejercicio, pero no es para tanto—pone sus ojos en blanco.

Si, ella sabe que me estoy riendo por ello. Yo tampoco me escondo.

Tapó mi boca para esconder mi risa en aumento:— E-es que... ¡No entiendo por qué tenían que ser cinco abrigos, me muero!

Ella me mira asesina. Pero su mirada se suaviza cuando mi risa burlona parece contagiarla y me acompaña.

Luego de un par de minutos, en los que seguimos jodiendo como de costumbre. Aún no logro apaciguar mi sonrisa.

Ella me mira fijamente, y sonríe al igual que yo, pero pregunta directamente:— ¿Y esa sonrisa?—dice entre dientes, sus hoyuelos, esos que desde adolescentes he visto en tantas ocasiones, me dicen que al igual que yo; ella no estaba arrepentida—, ¿tengo algo en la cara o qué?

Niego.

— Nope, Chaengie. Sólo que veo que aún tienes frío. De haber sabido que era el único vuelo disponible hasta enero, hubiera traído una puta chimenea en la maleta—suelto sarcásticamente y ella enarca una ceja, libera una risilla. Siempre éramos capaces de reírnos hasta es la peor situación—. ¿Segura que no quieres que compre una manta térmica? Ni con toda esa tela dejas de temblar, podrías resfriarte— era preocupación genuina, no quería que pasara una noche como esta enferma.

— No Sana-unnie... No podemos gastar ese dinero, no te preocupes—me guiña un ojo, sabía a lo que se refería con eso, pero no podía evitar pensar en que Chaeyoung temblaba y no soportaba el frío de la noche decembrina—. Deberías dormir, yo puedo esperar por ti, has tenido un día pesado. Estaré bien—tranquiliza ella.

— Chaeng, duerme tú. Fue mi idea, es mejor que tú duermas. Lo más probable es que el vuelo salga en la mañana.

Ella tuerce su boca en una mueca de desapruebo. Probablemente estábamos por tener una discusión tonta por quién dormiría esperando primer y cuidando nuestras cosas.

Y así fue. Pero dentro de todo, fue algo que nos hacía olvidar el frío.

— Sana...

— No—insisto.

— ¡Pero Sana!

— Chaeng, ¡yo soy la mayor, yo debo cuidarte! Tu madre me lo dijo.

— ¡Pero yo quiero cuidar de ti!—exclama ofendida y aunque sé que es obvio que ella no está molesta, y sólo quiere llevarme la contraria, además de su preocupación, niego lo que causa en ella cruzarse de brazos y mirar con indignación a otro lugar—, que seas dos años menos no significa que debas hacerlo todo tú, Minatozaki Sana.

— ¿Y?—la tiento una vez más.

— ¡Sana!

— Está bien tigre, cuida de mí. Pero estoy segura que dentro de unos minutos tu horario de bebé no te ayudará mucho—digo con ironía.

— ¡Cumplí los dieciocho hace meses Sana, ya no soy un bebé!

En la vacía sala de espera, resonó una carcajada de mi parte, seguida de la de Son.

La quería mucho. Y estaba dispuesta a seguir disfrutando nuestra amistad, por un largo tiempo.

Luego de nuestra mini discusión, yo no me había equivocado. Una hora después, Chaeyoung termino por dormir primero que yo, y mientras la expresión pacífica de la rubia durmiendo en las sillas, siendo las únicas en toda la sala de espera, decidí no hacerle caso a las peticiones de mi mejor amiga.

Saqué de mi bolso una de mis tantas chaquetas, colocándola con sumo cuidado de no despertarla sobre ella, casi de inmediato el ligero temblor de sus labios entreabiertos cesó gracias a mí acción.

El aeropuerto en el que estábamos, tenía un reloj gigantesco que marcaba los minutos, que corrían como si nada, en ese momento no supe que así iba a ser mi vida de ahora en adelante.

Los ventanales que dejaba ver por fuera las luces de la ciudad, un pequeño hombre de nieve iluminado, y algunos copos de nieve empezaban a caer sobre él, haciéndolo incluso más hermoso que él. El vidrio de los ventanales que mostraban una última noche brillante en Osaka, me hicieron un hueco en el corazón. Iba a extrañar las luces de la ciudad, aunque no sabía que dentro de unos años, habrían otras totalmente distintas que brillarían sólo por mí.

En mi mente, esperaba que las futuras luces que me impactaran, fuesen los flashes de las cámaras cuando logrará mi cometido de ser actriz, tenía tantas esperanzas puestas, y estaba soñando despierta con ello, como si con eso pudiese ignorar la realidad y dejar de reconocerla ante mis ojos. Una sonrisa melancólica me acompañó.

« Lo vas a lograr Shiba, mañana será mejor. » Resonó en mi mente, con una voz que reconocería en cualquier parte del mundo, en Japón, y ahora en New York.

Estuve tanto tiempo pensando en lo que haría al bajar de ese avión, las grandes cosas en las que ponía todas mis expectativas. Que no me di cuenta que el gran reloj del aeropuerto sonó, al igual que algunas campanas mezclado con voces lejanas.

A mi lado los ronquidos de Son Chaeyoung, mi nueva compañera de vida, es decir, mi mejor amiga.

Sonrío porque sé que ella también estará emocionada, todo esto es tan nuevo para nosotras.

Al mismo tiempo, las lágrimas que en días no había podido dejar ir, se avecinan, sin más, estoy llorando en la sala de espera. Con una rubia a dormida a mi lado a la que no soy capaz de mostrarle esta faceta mía todo el tiempo, y no estaba pensando en hacerlo nunca, yo quería ser su enérgica, optimista y risueña amiga siempre.

Por eso aunque mi pecho dolía, el nudo de mi garganta era similar a cargar con un collar de espinas y mis ojos ardían por el llanto. Baje el tono lo más posible.

Mire una vez más a Chaeyoung, quién se removía en la incómoda silla. Eso me hizo sonreír.

Los sonidos de las campanas, algunos fuegos artificiales y personas ajenas en la ciudad que celebraban con furor, hacen que sienta culpa por arrebatarnos a mí y a Chaeyoung esa dicha.

Deberíamos estar afuera celebrando, pero estamos aquí. Esperando un vuelo. Esperando un futuro mejor.

En respuesta a mi sonrisa anterior, obtengo un ronquido aún más fuerte de su parte. Y río bajito, mientras las palabras salen de mi boca con pequeño aliento por el frío:

— Feliz Navidad a ti también, Chaengie—digo con una amplia sonrisa.

Actualización porque ha sido un día de mierda, wuuu. Este capítulo originalmente tenía 9000 palabras, tuve que desglosarlo para que no fuese tan largo JDBFKSJ, espero les guste <3.

¿Después de este quieren otro capítulo?

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