Capítulo 50
Mi discusión con Tosca fue el principio del fin de aquel período de paz que viví con Nicole. Nos dolía estar enfadados, y sin embargo, los dos éramos demasiado tozudos como para disculparnos. En realidad, tampoco veíamos motivos para hacerlo. Yo seguía sin arrepentirme de nada y ella continuaba pensando que estaba cometiendo un error. No dejé de ir a visitar a Nicole y eso solo logró enfurecer más a Tosca. Nicole me contó un día después de acostarnos que Tosca había discutido con ella y le había dicho que se alejase de mí. Yo me lo tomé como una traición, así que al llegar a casa tuve otra bronca con mi hermana. Estuvimos casi dos semanas hablándonos únicamente lo estricto y necesario hasta que un día llegué a casa y Tosca me informó de las malas noticias.
—Luca, tienes que ir a hablar con Gio.
—¿Por qué? —pregunté, descalzándome.
Fingí indiferencia y naturalidad, pero por dentro sentí un gran alivio al volver a escuchar su voz. La echaba de menos, incluso si seguía estando enfadado con ella.
—Hace media hora vino su madre. —Suspiró e hizo una pequeña pausa—. Gio se va a la guerra. Se lo han dicho hoy.
Sus palabras me dejaron petrificado. Otra vez iba a ver partir a un amigo. Además, Gio no era un amigo cualquiera. No, él era como un hermano para mí. Nos conocíamos desde niños. No iba a soportar perderlo, a él no. Mi cabeza se llenó de temores y de imágenes horribles, como ocurría cada vez que pensaba en Anthony.
—Luca, lo siento —dijo Tosca, consciente de todo lo que estaba pasando por mi cabeza en aquel momento.
—Tiene que ser un error.
—No, Luca. —Se le humedecieron los ojos—. Salió su número.
El sistema de selección era complejo, y aunque me lo habían tratado de explicar varias veces, seguía sin comprenderlo. La junta local de reclutamiento (local draft board) era un tribunal formado por civiles que elegía quién debía unirse a las fuerzas armadas y quién no. Te clasificaban, y si eras apto y tu fecha de nacimiento salía en una lotería, te llamaban a filas. Quizás no fuese tan difícil de entender, pero yo me negaba a hacerlo.
Tosca se levantó del sofá y me dio un abrazo:
—Lo siento mucho, Luca.
No pude decirle nada porque estaba en shock. No podía creerme que quizás me tendría que enfrentar a la última vez que vería a Gio.
—Maldita guerra...
***
Allí había muchas familias despidiéndose de sus hijos. El tren acababa de llegar a la estación y pronto saldría de allí con mi amigo a bordo. No me creía que el día hubiera llegado y pese a ello, estaba llevando mucho mejor ver partir a Gio que a Anthony. No era porque le tuviese menos cariño, sino porque ya era un dolor conocido. Además, como estaba en público, me negaba a llorar. Eso era cosa de mujeres.
—Mi niño...
La madre de Gio lo abrazó y se limpió una lágrima. Luego su padre le dio unas palmaditas en la espalda y sonrió:
—Estoy orgulloso de ti, Giovanni —le dijo—. Recuérdalo.
Sí, eso era lo que sentían la mayor parte de los padres que aquel día se estaban despidiendo de sus hijos en la estación: orgullo. La misma escena se repetía una y otra vez: las madres llorando, los padres felicitando. Por alguna razón, me pareció un espectáculo muy frío. Debería ser un momento emotivo, pero yo lo encontré superficial. Me preguntaba si realmente les importaba lo más mínimo que en un par de horas sus vástagos estuviesen en un campo entrenando para convertirse en unas piezas más del gran juego que era la guerra. Lo que ocurría en realidad es que nadie era del todo consciente de lo que era verse inmerso en la batalla. Muchos lo consideraban una gran oportunidad para vivir una aventura, ganar reconocimiento o al menos un bonito uniforme para encandilar a las mujeres. No es que yo supiese exactamente lo que les esperaba en Asia y Europa, pero las historias de Andrew y la desaparición de Anthony seguían muy frescas en mi mente. No, Gio no se sentía orgulloso, más bien estaba muerto de miedo, pero no podía ser menos que los otros jóvenes que lo acompañarían en su viaje.
—Os quiero —les dijo a sus padres antes de girarse hacia nosotros.
Primero se acercó a Jacob y sonrió débilmente. Jacob se esforzó por lo mismo y le palmeó la espalda como había hecho su padre.
En ese sentido, Jacob era afortunado. Al ser un huérfano sin apellido criado a espaldas de la sociedad, su nombre no figuraba en ninguna parte, por lo que no podrían llamarlo a filas. Aunque lo hubiesen hecho, él tampoco se hubiera presentado. Era un pacifista convencido y se negaba a morir por un país que trataba a los negros como escoria. Estaba allí porque sabía que Gio lo necesitaba y él era un buen amigo, no por otra cosa.
—Cuídate mucho —le dijo.
—Lo haré —contestó Gio.
Entonces llegó mi turno de despedirme. Y fue en ese momento cuando me derrumbé por dentro, cuando me di cuenta de lo que de verdad estaba ocurriendo. No lloré, pero cuando miré a los ojos a mi vecino, amigo y hermano de toda la vida, supe que los dos sentíamos lo mismo. Gio se mordió el labio y miró al suelo. En ese instante deseé haber pasado más tiempo con él y haberme portado mejor cuando me contó su secreto. Lo hubiera dado todo por cambiar aquellos días en los que huí de él. Tenía muchas cosas que expresar, y sin embargo, estaba sin palabras. Gio alzó la vista y me abrazó. Quise abrir la boca, despedirme, pero tenía un nudo en la garganta. Sin embargo, Gio sabía perfectamente lo que yo estaba sintiendo y no hizo falta que dijese nada. Mi rostro reflejaba toda la tristeza que había en mi interior, sin lágrimas ni una nariz moqueante, solo con mis ojos. Sus padres nos miraron con extrañeza. No consideraban que un abrazo fuese lo más apropiado. Sinceramente, me importó bien poco su opinión.
—Te mandaré una postal —bromeó.
Sonreí tristemente. Seguía sin poder hablar.
Finalmente, Gio se aproximó a su novio. George le tendió la mano. Tenía miedo de lo que pudiesen pensar todos. Habían pasado mucho tiempo juntos y aun así, se les había pasado volando. Se querían mucho. No hizo falta que Gio me lo dijese o que lo demostrasen de ninguna forma. Bastaba con verlos juntos para notar que se amaban. Yo no lo comprendía, pero a pesar de todo, llegué a aprender a respetarlo. Era mi amigo, y si George le hacía feliz, me alegraba por él.
Al principio, parecía que Gio le iba a coger la mano, pero finalmente agarró su cabeza y lo besó a un centímetro del labio. Sus padres se horrorizaron y la gente a su alrededor los miró con asco. Cuando se separaron, George estaba rojo como un tomate, y aunque al principio estaba perplejo, pronto sonrió también.
Jacob se rio y yo medio sonreí. Sinceramente, fue uno de los actos de mayor valentía que he presenciado en mi vida. Gio acababa de besar a una persona de su mismo sexo delante de sus padres y de todos sus futuros compañeros en una época donde eso era impensable. Yo jamás me hubiese atrevido.
Tras aquella despedida eterna y dolorosa, Gio montó en el tren y nos saludó por última vez. Me esforcé inconscientemente por grabar su cara en mi cabeza. Jacob y yo le devolvimos el saludo. El tren silbó y se puso en marcha. Lo vimos avanzar por la vía hasta que lo perdimos de vista.
—Hasta mañana —me despedí de los padres de Gio.
—Hasta mañana... —Suspiró el padre de Giovanni.
Ambos progenitores seguían estupefactos. George, por el contrario, ya se había esfumado de allí. Jacob y yo salimos de la estación.
—¿Vamos al Cúinne? —me preguntó.
—No me apetece, Jacob.
—Como quieras. Lo entiendo...
Por su mirada, supe que me quería contar algo.
—¿Qué ocurre?
—Margot está embarazada —dijo con una tímida sonrisa.
—Me alegro mucho, Jacob. —Sonreí con las pocas fuerzas que me quedaban—. Serás un buen padre.
—No lo creo, Luca. Mi sueldo no basta para cuidar de una familia. Y va a ser un bastardo. Y negro. He creado un desgraciado.
—Puedo hablar con el señor Volta. Quizás pueda contratarte.
—¿Harías eso? —Asentí—. Muchísimas gracias, Luca. Venga, vayamos al Cúinne.
Jacob echó a andar, pero al darse cuenta de que yo me había quedado quieto, se giró.
—¿Luca?
—Jacob, me alegro muchísimo por ti, y con gusto mañana iré a tomarme algo contigo, pero necesito... Necesito estar solo un rato.
Jacob me miró con preocupación, pero finalmente suspiró y me dejó marchar:
—Mañana a las ocho. No te olvides.
—Descuida.
Jacob se despidió y cada uno se fue por una calle distinta. Iba sin rumbo. Solo quería estar un rato a solas y pensar. Pensar en Gio, que se acababa de marchar; en Jacob, que iba a ser padre; en Anthony, que estaba desaparecido; en mi hermana; en Nicole... en mi mismo y en mi futuro.
Por el camino, empecé a sentirme observado y juzgado. Era el único hombre joven por la calle. La mayor parte de la gente de mi edad estaba en el ejército. Los carteles propagandísticos se me hicieron más abrumadores que nunca: «I want you for U.S. army», «Somebody talked», «Avenge Pearl Harbour», «Be an american eagle!»... Una oleada de culpa me invadió y sentí miedo. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación y no esperaba que volviese tan pronto, pero ahí estaba. No quería regresar a la vergüenza, no lo soportaría. Por eso decidí ir a casa de Nicole, para que me recordase su sonrisa, que era lo que lograba hacerme seguir adelante día tras día.
La puerta de su edificio estaba abierta, así que entré sin más y subí las escaleras hasta el tercer piso, donde ella vivía. Llamé a la puerta y esperé pensando en qué decirle. Solo quería abrazarla y dormirme a su lado. Ya había perdido la esperanza de que estuviera en casa cuando un hombre un par de centímetros más alto que yo abrió la puerta:
—¿Sí?
Me quedé paralizado observándolo. Tenía el brazo derecho en cabestrillo y era unos diez años mayor que yo. Me pregunté si sería otro amante de Nicole. Es curioso, pero me sentí traicionado. No me importaba ser el chico con el que engañase a su marido, pero saber que podía estar con otro me dolió, y mucho, además.
Entonces pude ver a Nicole y ella me vio a mí también, así que se acercó a la puerta.
—¡Roger! Vienes a por los tarros, ¿no? —Me rogó con la mirada que le siguiera el juego—. James, este es el hijo de Linda, la vecina del cuarto. ¿Recuerdas que te hablé de ella? ¿La que se acaba de mudar?
—Un placer —dijo el hombre con una sonrisa.
Así que era su marido... James me tendió la mano. Se la estreché, pero nada más hacerlo, me sentí un ser asqueroso. ¡Por Dios, me había acostado con su mujer! Y allí estaba yo, fingiendo ser «Roger, el hijo de Linda la del cuarto». Nicole era una experta mentirosa. Lo hacía con una inquietante naturalidad. Yo, en cambio, me conformé con poner cara de póker. Eso era todo lo que daba de mí en aquel momento. La otra opción era estallar.
—Se los voy a llevar yo misma, que así ya le doy las gracias por la mermelada. Estaba deliciosa. —Sonrió fingiendo recordarla—. ¿Te importa que me marche un momento?
—No, por supuesto —contestó su marido—. Podré soportar tu ausencia —bromeó.
Ella cogió unos tarros en uno de los armaritos de su cocina y cuando regresó, le dio un beso en la mejilla a su marido.
—Regreso ahora.
Cerró la puerta y bajamos las escaleras hasta la entrada en silencio. No tenía palabras. Me dolía el pecho y me faltaba el aire. Se me sonrojaron las mejillas de la humillación, y cuando nos detuvimos delante de la puerta, la miré a los ojos.
—Lo siento mucho, Luca. Le dispararon en el brazo y le dieron permiso para regresar a casa. Llegó ayer sin avisar. No tuve tiempo de...
—¿Por qué no le dices la verdad? —pregunté, molesto.
—Luca...
—No puede ser tan difícil. Él ya sabe que lo has engañado con otros, ¿no? ¿Qué más da entonces? Si no lo quieres, no deberías estar con él.
—Luca, es más complejo de lo que parece...
—No, no lo es. Dile que no lo amas y que me prefieres a mí.
—Luca —repitió mi nombre por tercera vez—, amo a mi marido.
Su declaración me dejó descolocado.
—Eso no es cierto. Te he visto llorar.
—Porque lo echaba de menos y me sentía mal por... Bueno... ya sabes... Pero ahora que ha vuelto...
Sonreí irónicamente y me llevé las manos a la cabeza. Tenía que ser una broma pesada, una de muy mal gusto.
—¿Entonces solo has estado jugando conmigo?
—No...
—Me has estado utilizando para distraerte.
—No... —repitió.
—¡Por supuesto que sí! —grité—. Esto es precisamente de lo que Tosca me trató de advertir y no le hice caso.
—Escucha, Luca, por favor...
—Está bien, te escucho.
Ella no pudo continuar mirándome a los ojos y dirigió su vista hacia sus manos. Temblaba como un flan y pese a lo dolido que estaba en aquel momento, no pude evitar pensar que estaba muy guapa aquel día con ese vestido rosa claro y su pelo recogido en una trenza.
—Te dije desde un principio que solo éramos amigos. Mi corazón siempre ha pertenecido a James.
—No es cierto.
—¿Eh?
—Me trajiste a tu casa sin decirme que estabas casada. Nos acostamos, y luego me dijiste que solo éramos amigos. Me engañaste. —Se quedó sin respuesta—. Mira... Sé que tú no sientes lo mismo que yo por ti, pero estoy dispuesto a pasarme el resto de mi vida tratando de convencerte de que me quieras. Estoy enamorado de ti, Nicole. Puedo olvidar todo esto. Los dos podemos. Te juro que te trataré como una reina, como siempre he hecho. Seré cariñoso contigo y trabajaré muy duro para poder darte todo lo que te mereces. No conozco a ese hombre que está en tu casa ahora mismo, pero te aseguro que jamás te querrá como yo.
Me acarició la mejilla y entonces supe que rechazaba mi oferta.
—Lo hemos pasado bien, Luca.
Me dio un beso en la otra mejilla, me colocó los dos tarros en las manos y subió las escaleras para volver con su marido. Me acababa de destrozar el corazón.
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