Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 34

—Ten. —Tosca me entregó un sobre casi sin mirarme.

Era de Anthony. Mi hermana había recibido otra carta distinta y se marchó a leerla a su habitación, como siempre. Yo, en cambio, la abrí allí mismo, en el sofá. No tenía nada que ocultar. Básicamente me escribía para contarme lo bien que se lo estaba pasando en Canadá con su amigo rico haciendo cosas de ricos como montar a caballo o jugar al golf. También estaba aprendiendo a conducir. Yo sabía que me contaba todo eso para hacerme rabiar porque él sabía que yo era un envidioso. Siempre que me escribía era para tomarme el pelo. Aun así, recibía sus cartas con entusiasmo, aunque me enviaba muchas menos que a Tosca. En las últimas líneas me avisó de que volvería a finales del verano para ver la fiesta de San Gennaro, que se celebraba el 19 de septiembre. Yo le había prometido llevarlo a probar los mejores cannoli del mundo, y como se suele decir, lo prometido es deuda.

Dejé la carta sobre la mesa y me acaricié el puente de la nariz, que ya estaba completamente curado. Entonces, Tosca salió de su habitación, sonriente y con rubor en las mejillas. Estaba muy enamorada. Era tan obvio que hasta yo, con lo negado que era para esas cosas, lo podía ver.

—Vendrá a finales del verano —me dijo, sonriendo como una tonta.

—Lo sé. Estaba al final, tras quince líneas presumiendo de sus vacaciones en Montreal.

—Aigh... —Suspiró—. Lo echo de menos.

Ella se sentó a mi lado y apoyó su cabeza sobre mi hombro. 

—¿Qué te puso a tí? —pregunté.

—Es privado —me dijo, y soltó una risita tonta. Lo que hace el amor.

La rodeé con el brazo y cerré los ojos. Estaba cansado de trabajar toda la semana en la fábrica y ella también lo estaba de atender a los enfermos del hospital. Además, por la ventana entraba una brisa muy agradable que suavizaba el calor del verano y me invitaba a echarme una siesta. Desgraciadamente, Tosca estaba tan emocionada que no era capaz de dejar de hablar.

—¿Alguna vez te habla de mí?

—Sí, alguna. —Me reí.

—¿Y qué te dice?

—Le hace gracia que te llames Tosca Costa. No me había fijado en que son la misma palabra cambiando la «t» por la «c» hasta que él me lo dijo.

—¡Boh! ¡Lo digo en serio, Luca! —Se rio también y me pegó suavemente en el estómago.

—Está enamorado de tí, aunque no sé si debería decírtelo.

Entonces mi hermana sí que sonrió de verdad, aunque solo respondió con un:

—Eso creía.

***

Más tarde salí a pasear y a aprovechar ese sábado tan soleado. Ni siquiera me metí en el cine a ver una película, mi mayor afición, sino que fui directo a buscar a Jacob para pasar tiempo con él. Gio estaba trabajando, por lo que no me molesté en llamar a su puerta. Aunque siendo sincero, tampoco es que tuviese muchas ganas de verlo. Le había pedido perdón por mi reacción, pero de todas formas, seguía sin aprobar del todo su sexualidad, y tenía miedo de que la gente empezase a hablar de nosotros. Si Henry lo sabía, era posible que más gente supiese en que andaba metido mi amigo, y no quería que me relacionasen con él. En resumen, no me sentía cómodo con Gio. Además, él seguía ensimismado y callado, lo que me irritaba.

Al llegar a la casa de Helen, llamé a la puerta con los nudillos. Tuve cuidado de no clavarme ninguna astilla en aquel pedazo descuidado de madera al que llamaban «puerta».

—¡Jacob! —grité.

Golpeé la puerta de nuevo. Entonces agudicé el oído y escuché jadeos en el interior, acompañados de un «dile que se marche». Era la voz de Margot.

—¡Vete! ¡Estoy ocupado! —gritó Jacob, seguido de unas risitas.

No iba a esperar a que me lo repitiera. Eché a andar de nuevo, pensando en qué más podía hacer. Finalmente, decidí entrar en el Cúinne para saludar a Frank y a los demás.

—Buenas tardes. —saludé.

—¡Luca, cuánto tiempo! ¡Creía que te habías olvidado de nosotros! —Rio Frank.

—Nah, es solo que me he pasado al bar de enfrente. —Frank puso mala cara, así que me aclaré—. Es broma.

—Más te vale. Me sentaría muy mal.

Me tuve que reír. Cómo echaba de menos a Frank. Desde que dejé el empleo a mediados de junio hasta aquel día de finales de agosto, no había pisado el pub ni una sola vez. Se me hacía extraño y agradable a la vez volver a aquel lugar. Yo sabía que siempre tendría un hogar en el Cúinne.

—¿Qué tal va Jacob? —me preguntó Randall, que estaba tomando su café.

—¿Eh?

—La gripe.

¿«Gripe»? Si ellos supieran... Menudo embustero estaba hecho Jacob. A mí nunca se me hubiera pasado por la cabeza mentirle a Frank para tener sexo con mi novia. O quizás sí. Nunca me había visto en esa situación.

—Ah, va bien. —Le cubrí las espaldas.

—¿Y Anthony?

—Sigue en Montreal.

—Ven, siéntate. Te invito a un café.

—No hace falta, tengo...

—Insisto.

Me senté a su lado y vi que estaba redactando un artículo para su periódico. Le había caído una gota de su café sobre el papel, y al intentarla limpiar, solo la había extendido más, pero se podía seguir leyendo sin problema. 

—Es sobre la bolsa —me dijo—. No creo que te interese. 

—No mucho, la verdad.

Frank me sirvió otro café y lo puso con cuidado sobre la mesa para no estropearle el trabajo a Randall. Pasé un buen rato viéndolo escribir, emborronar y volver a escribir. Era asombroso observar cómo las palabras salían de su cabeza con fluidez. Escribía rápido y con buena letra. Era como si supiese exactamente lo que quería decir, sin tener que pararse a pensarlo ni un segundo. Las pocas veces que tachaba era porque su cerebro iba más rápido que su mano y se le cruzaban las palabras. Con su habilidad, no entendía cómo era posible que nunca hubiese terminado ni una sola novela. Ni siquiera parecía molestarle estar siendo observado.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —me preguntó, todavía sin levantar la vista del papel.

—¿El qué?

—¿Cual es tu sueño?

La pregunta de Randall me pilló por sorpresa. ¿Mi sueño? Eso sonaba lejano, a algo que diría el pequeño Luca de siete años. Ese que todavía tenía fe y que creía que podía comerse el mundo. 

—Yo no tengo un sueño, Randall.

—Todos tenemos uno —me contestó—. El mío es ser escritor; el de Oliver, pintor...

—No creo que Frank, Andrew o yo tengamos sueños, Randall. Eso es cosa de niños y artistas.

—Yo ya cumplí el mío: llegar a América —dijo Frank, uniéndose a la conversación—. Aunque tampoco es exactamente como creí que sería.

—Eres joven —me dijo Randall—. Busca en tu interior. Seguro que hay algo que deseas con toda tu alma.

—Lo que todo el mundo: dinero, amor y salud —contesté.

—¿En ese orden?

—No lo sé. Tener dinero sin salud y amor no sirve de nada, pero tampoco te sirve de nada la salud si no tienes una vida digna o alguien que te quiera.  

—¿Y qué hay del amor?

—Más que el de familiares o amigos, no lo he probado —respondí.

—Pero habrás escuchado hablar de él.

—Randall, ¿eres escritor o filósofo? —Me reí.

—No se puede ser escritor sin ser un poco filósofo, ¿no crees? —Sonrió.

—¿Entonces por qué tengo que escoger entre amor, salud y dinero? 

—Nadie te ha pedido eso, ¿pero te has dado cuenta de cómo los has reordenado?

—¿Eh?

—Primero dijiste «dinero, amor y salud», y después «amor, salud y dinero». 

—Ha sido inconscientemente —respondí.

—Pero lo has hecho. —Sonrió todavía más.

—Oh, Randall, ¡déjalo ya! —le dijo Frank— Estás mareando al chico, ¿así cómo va a querer volver?

—¿Y si no eres un filósofo y en realidad estás loco?

—¿Ha habido algún filósofo que no lo esté?

Aquella estaba siendo la conversación más extraña de mi vida.

—Te está tomando el pelo, Luca —me dijo Frank—. No le hagas caso.

—Dime ahora cual es tu sueño.

—Ser cineasta, ¿quizás? No se me ocurre nada, Randall. Lamento decepcionarte.

—No importa, ya encontrarás tu sueño. Aunque eso de cineasta suena bien.

Las palabras de Randall me hicieron reflexionar. Me empecé a preguntar si la gente de mi alrededor tendría un sueño o estaría tan perdida como yo, y también sobre el amor, la salud y el dinero. Anthony tenía dinero, pero en su casa nadie le quería. Jacob tenía amor y salud, pero era pobre como una rata. Gio vivía bien, sin lujos, pero bien, y sin embargo su mente estaba enferma. No por ser homosexual, sino porque vivía en el miedo y la ansiedad. No era capaz de aceptar quién era. Según mi esquema, la persona más feliz del mundo debía ser mi hermana, o quizás yo mismo, y sin embargo, yo no lo creía así. Puede que faltase algo más en la ecuación de la felicidad más allá del amor, la salud y el dinero. A lo mejor sí que se necesitaba un sueño, una aspiración para seguir adelante, algo que te emocionase.

Y allí me encontraba yo, divagando sobre mis dudas existenciales cuando Andrew entró en el bar. Él era lo más opuesto a la felicidad. Le faltaba una pierna, vivía en la calle y estaba solo. Era un miserable, y sin embargo, él seguía adelante.

—Andrew... No te llega. —Noté en la voz de Frank que le dolía tener que decirle aquello.

—Sírvele un plato. —Me apresuré a decir—. Lo pago yo.

Andrew me miró con agradecimiento, aunque sabía que le avergonzaba que un crío de dieciocho años como yo le tuviese que pagar la comida. A mí no me importaba. Él siempre se había portado muy bien conmigo, y hoy era él, pero la vida me había enseñado que mañana podía ser yo al que no le llegase el dinero para comer.

—Cuánto tiempo —comentó antes de lanzarse a por la carne que Frank le acababa de poner delante.

Me senté a su lado y le pedí a Frank que me diese de cenar a mí también. Estuvimos hablando un rato. Ni me fijé en la hora que era, a pesar de que desde la bronca de mi madre procuraba estar atento al reloj y volver a las once como muy tarde para no preocupar a mi abuelo. De todas formas, debían ser las diez. Todavía tenía tiempo.

Yo le hablé de cómo me iban las cosas en la fábrica, y él hizo el esfuerzo de sonreír. A Andrew no le estaba yendo muy bien. Últimamente le dolía la pierna y casi no era capaz de moverse para ir a mendigar. Los años no pasan en balde, y aunque solo tenía cuarenta, la vida en la calle le había pasado factura. Si no podía pedir, no podía comer, y si no podía comer, empeoraba, y si empeoraba, no podía pedir. Era un círculo vicioso, y aunque Frank, Randall, Jacob y los demás le intentaban echar una mano, no bastaba. 

—Menuda vida esta. —Suspiró.

Helen entró en el bar. Saludó animada y se sentó en la barra junto a nosotros.

—¡Hola!

—Hola —murmuró Andrew, que de no haber tenido gente delante, seguro que hubiese lamido el plato.

—Frank, vas a tener que regañar a tu camarero. —Rio ella.

—¿Y eso? —preguntó mientras fregaba una jarra.

—Entré en casa y me lo encontré con Margot. No está enfermo.

—Pero... —Frank me miró, como preguntándose si yo no lo sabía o le había mentido también.

—Me irritan. —Suspiró ella—. Todo el día igual. Creo que ni se separan para comer.

Helen me contó detalles de la relación de Jacob con Margot que no necesitaba saber, a pesar de que le rogué que se callase. Resulta que ella le llamaba «mi cacao» y él a ella «mi lechecita». Horroroso, simplemente horroroso. Tuve que reprimir una náusea.

—Jacob parece un ganso cuando...

—¡Helen, por favor! ¡No quiero oír nada más! —Reí, asqueado.

—Lo siento, tenía que desahogarme.

Entonces Helen reparó en Andrew. 

—¿Te ocurre algo? Te noto... apagado.

—Llevo apagado desde que volví de Francia.

—Ni siquiera me has pedido que me acueste contigo —intentó bromear y hacerlo sonreír.

—Hasta yo me canso de arrastrarme. —Suspiró, muy serio.

Helen sonrió con amargura y le acarició el pelo con ternura. 

—Anda, ven.

Andrew levantó la cabeza con los labios entreabiertos, sin creer lo que acababa de escuchar. Ni yo mismo podía creerlo, a decir verdad. Helen lo ayudó a levantarse y juntos se marcharon a su casa. Busqué a Frank con la mirada, y cuando lo encontré, vi que estaba tan sonriente como yo. Tras tantos años de insistencia, Andrew había calado en Helen, y me alegraba por él.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro