Capítulo 17
Habían pasado cuatro días desde mi decimosexto cumpleaños. Me acababa de despertar y estaba intentando volver a dormir cuando escuché voces en la cocina. Las paredes de nuestro edificio eran tan finas que se escuchaba todo, incluso sin querer prestar atención. Mi madre y Matteo estaban discutiendo en la cocina, y aunque ella intentaba no hacer ruido, mi hermano casi gritaba.
Me levanté y entreabrí la puerta de nuestra habitación para escuchar mejor. Siempre fui muy cotilla, y aunque me sentía mal por espiar a mi madre, no pude reprimir mi curiosidad. Anthony seguía durmiendo como un tronco en la cama de mi hermano.
—¿Y cuánto tiempo lleváis viéndoos, si se puede saber? —preguntó Matteo.
—Nos conocemos desde niños, Matteo. —Mi madre intentaba hablar en un tono tranquilizador.
—Sabes a qué me refiero —gruñó.
—Desde que superé mi enfermedad. —Suspiró—. Llevábamos en secreto nuestra relación.
Matteo golpeó la mesa. Estaba casi seguro de que había bebido.
—¡No tienes vergüenza! —le gritó—. ¿Qué pasa con nuestro padre? ¿Ya lo has olvidado?
—Matteo, yo jamás podré olvidar a Fabrizio, pero ya ha pasado mucho tiempo y...
—¡Y sin estar casados! Eres una pecadora.
—No te atrevas a darme lecciones sobre relaciones fuera del matrimonio. —El tono de voz de mi madre se intensificó—. Sé lo de la chica de Wyoming.
Mi hermano se quedó en silencio un buen rato.
—¿Cómo lo sabes?
—Tu abuela leyó la carta. Ella me lo contó.
Escuché como Matteo empezaba a caminar en círculos, furioso.
—Queremos casarnos —anunció mi madre—. Estoy en estado.
—¡¿Qué?!
Mi sorpresa fue tan grande como la de Matteo. No me había dicho nada de eso. No podía creer que fuese a tener otro hermanito a esas alturas de la vida. Mi madre tenía treinta y nueve años en aquel momento, y era extraño, por lo menos para mí.
—¡Pero serás... zorra!
—Trátame con respeto, Matteo: soy tu madre —ordenó con dureza.
—Te abres de piernas como una puta de puerto. Menos mal que Papà no está para ver tu desvergüenza. ¡Y con su mejor amigo! Ese sucio bastardo no es mi hermano, ni Marco mi padre. Eres una...
En ese momento escuché un golpe, y por un momento pensé que Matteo había pegado a mi madre. Ya iba a salir en su defensa cuando me di cuenta de que había sido ella la que lo había abofeteado. Se quedaron en silencio y entonces Matteo salió de casa dando un portazo. Mi madre empezó a llorar. Seguramente a ella le había dolido mucho más pegarle de lo que le dolió a Matteo. Él era su primogénito, y ella, pese a todo, lo seguía queriendo, pero no había podido seguir aguantando sus insultos.
Giró la cabeza y me descubrió en la entrada del pasillo. Avancé hasta ella y la abracé. Ella me acarició la espalda.
—Siento haberte despertado.
—No importa —respondí.
Entonces mi abuelo entró en la cocina. Él también se había despertado con el jaleo.
—Laura...
El llanto de mi madre se intensificó.
—No debí pegarle, él...
—Él no se merece una madre como tú. —La interrumpió mi abuelo.
Él cogió su mano y se sentó en la silla que tenía al lado.
—No quería que os enteraseis así. Lo siento.
—No hay nada que perdonar, Laura. Te queremos y has hecho lo imposible por esta familia. Me parece maravilloso que hayas vuelto a encontrar a alguien que te quiere, y me encantará ser abuelo una cuarta vez.
Mi abuelo sonrió y mi madre también lo hizo. Poco a poco se fue tranquilizando y su respiración volvió a la normalidad.
—Mañana se lo diré a Tosca y a Francesca.
—Se alegrarán mucho, ya lo verás. —Mi abuelo le limpió una lágrima—. Te quiero tanto como quería a mi hijo, no lo olvides.
La acompañamos hasta su habitación y luego volví a mi cama. Me quedé dormido pensando en los enormes cambios que se acercaban a nuestra familia.
***
—Debería volver a casa.
Le acababa de contar a Anthony que iba a tener un nuevo hermano mientras caminábamos hacia el Cuínne. Ya no llevaba el brazo en cabestrillo ni tenía esos feos moratones. Se había recuperado físicamente, pero pese a sus palabras, yo sabía que no estaba mentalmente preparado para volver. Seguía despertándose en medio de la noche por las pesadillas y cada vez que intentábamos hablar sobre cómo lo trataban en su casa, cambiaba de tema rápidamente o se quedaba en silencio.
—Sabes que puedes quedarte con nosotros todo el tiempo que quieras.
—Me encanta vivir con vosotros, Luca, nunca antes había sido tan feliz. En tu casa... —Buscó la forma de expresar lo que sentía— no tengo miedo. —Se lamió el labio donde antes tenía el corte—. Pero se va a casar y vas a tener un nuevo hermano. Tu casa es bastante pequeña, y seréis dos personas más a compartirla. No quiero ser una molestia. Bueno, no más de lo que ya lo he sido.
—Tú no...
—¡Anthony! —Escuchamos a nuestras espaldas.
Nos dimos la vuelta y vimos a Jacob corriendo hacia nosotros. Entonces abrazó a Anthony.
—Me contaron lo que te ocurrió. —Lo soltó—. Y me di cuenta de lo idiota que he sido. No quiero perderte, Anthony.
—Soy yo el que te debe una disculpa. Pagaba contigo mi frustración y...
Entonces nos dimos cuenta de que estaba allí Margot. Llevaba la misma boina y el mismo abrigo que aquel día en el Cuínne, pero esta vez vestía unos pantalones negros que le quedaban algo grandes. Ella se acercó y cogió la mano de Jacob, como si estuviese marcando territorio.
—Se rumoreaba que estabas muerto —dijo la chica—. Pero ya veo que no ha habido suerte.
Aquel comentario me enfadó incluso a mí, pero Anthony mantuvo la calma.
—Lamento tu decepción —respondió con indiferencia.
Jacob estaba tenso y había empezado a sudar. Temía que fuese a más y que tuviese que posicionarse, pero no ocurrió nada.
—Vámonos, Jacob, nos esperan.
Jacob se despidió con un gesto y se marcharon cogidos de la mano.
—Lo tiene a su merced —dijo Anthony una vez estuvieron lejos.
—Completamente.
Abrí la puerta del Cuínne, y aunque no había nadie en aquel momento, Frank me reprochó el llegar un cuarto de hora tarde.
—Lo siento.
—No te preocupes, es solo una broma. —Rio el irlandés.
Me puse el delantal y empecé a preparar todo para la cena. Pronto se llenaría el local de gente, pues era sábado y la mujer de Frank estaba preparando su especialidad. De hecho, ya olía a comida.
Obviamente, mi madre ya sabía que yo trabajaba allí. Se lo habíamos tenido que contar, y aunque no le había hecho mucha gracia al principio, me empezó a permitir quedarme un par de horas más los fines de semana, siempre y cuando no descuidase mis estudios. En el fondo, yo sabía que no me iba a servir de nada seguir estudiando, pero mientras el señor Palumbo me siguiese dando clase gratuitamente, no iba a ser yo el que lo dejase. Otra cosa muy distinta sería la universidad: Anthony podría estudiar, pero Jacob, Gio y yo solo podíamos soñar con ello.
—Te veo bien —le dijo Frank a Anthony.
Mi amigo sonrió tímidamente.
Tal y como había predicho, el local se llenó en cuestión de minutos. La gente adoraba el guiso de Angela, pero también el ambiente acogedor del Cuínne. Muchos ya me conocían por mi nombre, mientras que otros seguían llamándome con un chasquido o con un gesto. Comían y reían, pero en el fondo había cierta tensión. Se olía venir la guerra, y ese pensamiento estaba en mente de todos, aunque intentaban no hablar de ello.
—Luca, trae otra cerveza.
—Muchacho, un tenedor.
—Luca, otra de guiso.
Fuera hacía frío, pero el trabajo me hacía sudar. Anthony me veía trabajar desde la barra, donde estaba sentado. Hacía muchos días que no salía de casa y parecía algo mustio, pero de todas formas se esforzaba por sonreír.
—Luca, en esa mesa de allá... —empezó a decir Frank.
La puerta se abrió y entró Randall muy sonriente. Se quitó el abrigo y el sombrero y se acercó a mí directamente.
—Pensé que lo estarías celebrando —me dijo.
—¿El qué? —pregunté.
—¿No te has enterado? —Me dio el periódico que traía en sus manos—. Página nueve.
Lo abrí por donde él me dijo y me tuve que agarrar a la barra para no caerme. «Adriano Bianchi encarcelado», rezaba el titular.
—Esta mañana hubo un tiroteo. No fue capaz de huir, lo rodearon y lo detuvieron. Murieron cuatro más de su banda y un policía —resumió.
Sonreí y noté como mis ojos se llenaban de lágrimas. Tras tantos años, tras tanto dolor... estaba en la cárcel. Habían atrapado al asesino de mi padre.
—Tengo... —Casi no me salían las palabras—.Tengo que decírselo a mi madre.
—Vete. —Me permitió Frank con una sonrisa.
Salí corriendo de allí. Ni siquiera esperé por Anthony. Corrí bajo la luz de las farolas lo más rápido que pude. En diez minutos ya había llegado a mi casa. Me tropecé con un escalón y estuve a punto de caerme, pero me moría por contárselo.
Abrí la puerta de golpe y ya me iban a echar la bronca cuando puse el periódico sobre la mesa. Me vieron tan emocionado que se quedaron en silencio, espectantes. Pasé las primeras hojas donde hablan sobre los avances de la guerra en España y los resultados de La fiera de mi niña (que estaban muy lejos de los que habían obtenido Blancanieves y los siete enanitos o Capitanes intrépidos el año anterior) hasta la página nueve. Me aparté para dejarlos leer.
Mi madre empezó a llorar, pero por primera vez en mucho tiempo, de alegría. Lo mismo ocurrió con Tosca y mis abuelos. Ninguno podíamos creer que lo hubiesen encarcelado.
Anthony entró por la puerta sin hacer ruido y me sonrió.
—Casi diez años después... —Suspiró mi abuela.
—Pero por fin —concluyó mi abuelo.
Mi madre simplemente no era capaz de hablar.
Marco salió del baño en ese momento y nos encontró en la cocina llorando. No entendía qué ocurría. Tosca le enseñó el periódico.
—Vaya...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro