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Bebés

En un hospital abandonado, una mujer estaba en suelo sucio cargando entre sus brazos a un recién nacido. La piel de la mujer estaba en un proceso de putrefacción, sus ojos derretidos miraban donde debería estar su bebé.

—Agh, Gagh —emitió un ruido de sus cuerdas vocales, sostuvo a su bebé que estaba completamente intacto a comparación de su madre. El bebé lloró debido al horrible olor de su madre, quién solamente mecía al niño por instinto que por deber.

—Zom… bie… —formó una palabra por separado, sintió como su cuerpo se pudre lentamente. Dejó a su bebé en suelo, rápidamente salió del hospital, en busca de algún sobreviviente.

Camino ignorando a otros zombies que estaban en peores condiciones que ella, escuchó un pequeño ruido, en dirección de un edificio en ruinas. Se acercaba a paso lento, produciendo gruñidos ferales que hacían notar su hambre por carne humana.

Empezó a caminar a pasó lento, procurando no hacer mucho ruido, podía escuchar las respiraciones agitadas de alguien. Camino normalmente entrando a las ruinas del edificio, a pocos pasos había una puerta donde había rastros de sangre humana.

Al frente de esa puerta, había sangre en la otra puerta pero en menor medida.

—Tr… ampa —murmuro dirigiéndose a la puerta donde había sangre en menos cantidad, sin darle tiempo a lo que sea que estuviera detrás de la puerta, se lanzo empujando la puerta cayendo encima de un hombre al cual le mordió el cuello para después de arrancarle casi por la cabeza del cuerpo.

Empezó a comer la carne humana con desesperación, lentamente su cuerpo parecía volver a su forma humana. Llegó el punto donde parecía completamente humana.

Levantó la mirada del cadáver semi

Levantó la mirada del cadáver incompleto y lleno de mordidas suyas, se lamió la sangre del rostro y procedió a salir con una sonrisa completamente relajada. A la salida, muchos más zombies caminaban en dirección del olor del cadáver fresco.

Pasaron completamente de ella, ignorándola, la mujer simplemente sonrió y fue en busca de su hijo recién nacido. Al regresar al lugar donde dejó a su bebé, lo encontró riendo.

—¿De qué te ríes? —preguntó cargando al niño, sus manos manchadas en sangre habían manchado la manta del bebé. Miró el lugar que el bebé veía, abrió ligeramente los ojos al ver como zombies lo miraban.

Alejó a su hijo de ella, los zombies lo siguieron, lo acercó a ella, los zombies igualmente lo siguieron. —Es una pena que no heredaras mí capacidad, el virus no funciona igual en mí… Cada que consumó carne humana, mi cuerpo vuelve a su estado original —le explicó al niño que miraba a su madre sin entender nada de lo que decía.

—Estoy tan sola que hablo contigo, no me entiendes, no podrías comprenderme… Y todos éstos zombies van a ir por ti apenas me descuide... ¿Qué debería hacer? —continúo hablando, levantó una ceja escuchando pasos lentos, zombies.

—Y ahí vienen —dijo sin darle importancia a ellos, simplemente salió sin preocupaciones y empezó a pasar entre la pequeña multitud de zombies que trataban de agarrar al bebé que se encontraba en un carrito de supermercado.

—¿Debería anotar las cosas fundamentales para tú futuro? —le pregunto al bebé que simplemente jugaba con sus propias manos, ignorando lo que su madre decía. Los zombies los seguían a paso lento, la mujer fácilmente los dejaba atrás.

—“Dos tazas de agua por una de arroz” —fue lo primero que escribió en una pequeña libreta, dibujando una taza, arroz y agua potable. —Nunca se sabe si lo ocuparas, cuando era joven creía que eran una de agua por dos de arroz —recordó con una mueca mientras el bebé la ignoraba.

—Los zombies, antes humanos y ahora comen carne humana. Los zombies débiles atacan en grupo y los más fuertes pueden hablar, formar estrategias, incluso reproducirse entre ellos… por algún motivo extraño —su expresión se volvió una asqueada.

—“Usa perfume, eso le gustan a las mujeres y mantente lo más limpio que puedas” —escribió sin dificultad. —¿Y ahora qué? —se preguntó, no sabía como continuar lo que escribía.

—Oye… ¿Estás bien? —un hombre mayor le hablaba a un joven que estaba sentado en una camilla de hospital, recibiendo transfusiones de sangre.

—Honestamente, no… Desde que tengo memoria, esté libro me ha guiado en cada momento de mí vida, en mí pubertad, en mí niñez en el refugio, mi adolescencia y parte de mí adultez —miro la pequeña libreta desgastada por el pasó del tiempo.

—Tienes miedo de que el libro no diga nada de tus padres, puedo notarlo —dijo el hombre, cerró los ojos. El joven no parpadeaba mucho, nada en esta vida le podía importar más que la libreta.

—Mi sangre salvó el mundo, con ella se está creando una vacuna contra el virus… Pero no quiero compartir esté logro solo —sus ojos se pusieron llorosos, al borde de las lágrimas.

—Me reía con la libreta, la forma en la que se expresaba está mujer… Era nostálgica —abrió la última página, listo para afrontar lo que sea que estuviera al final de la libreta.

Abrió los ojos un momento, sorprendido. —Pfff… ¡Jajajaja! —no pudo evitar reír por lo que estaba escrito. El hombre mayor abrió los ojos repentinamente al escuchar las risas de joven, agarró la hoja y se sobo el rostro frustrado.

“Oye hijo, la razón por la que no he hablado de tú padre en el libro es… ¡Porque me lo comí!”

 

Y al lado del mensaje final, estaba un pequeño dibujo de la mujer comiéndose a su esposo con la lengua en el cuello del padre del joven.

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