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T5E22: La desgracia para la que nacimos

— Me abandonó - Sollozaba Nessa mientras las demás chicas del Paraselene devolvían el fuego recibido contra los insurgentes que se acercaban demasiado - Me abandonó como Kato.

Mei no podía entenderlo, pero Kalea sí: Kato había muerto joven y, desde entonces, su amiga Nessa solía verlo por todas partes. Tras observar su foto en una ocasión, Kalea vio el sorprendente parecido de aquél chico con Kai. Eran semejantes, aunque Kato era más risueño, mientras que Kai solía actuar como si esperase que algo malo ocurriera a continuación.

Y ahora, en este momento, cuando necesitaban que Nessa permaneciera fuerte y pusiera a dormir a unos cuántos asesinos, estaba colapsándose porque, a sus ojos, Kai la había dejado como Kato y Nessa temía que siguiera el mismo destino que su más íntimo amigo.

— Pensé que lo odiaba - Murmuró Khanna después de aventar otra granada cegadora: ya no les quedaba otra.

— Así era - Confirmó Kalea - Pero en algún momento empezó a sentir otras cosas por él, ¿sabes? Lo negó, lo negó por mucho tiempo, pero era verdad. Peleó mucho tiempo para no desarrollar ningún tipo de dependencia a Kai, pero al final, se esforzó tanto en detestarlo que se obsesionó con pensar en él y le cogió cierto cariño.

Khanna y Mei escucharon atentamente todo lo que Kalea había dicho, aunque la veían como si tuviera monos en la cara. Finalmente, cuando un soldado más se les acercó desde un costado, Mei le disparó dos sedantes, haciéndolo tambalearse antes de caer al suelo.

— Pues habrá que ayudarlo a volver vivo para que ella no crea que la abandonaron - Comentó Mei, medio en broma, medio en serio: ella también prefería volver a verlo de frente, respirando y en perfecto estado.

Después de tanto tiempo, Mei aún no estaba segura de lo que sentía respecto a ese imán de problemas llamado Kai.

Sam subió a toda prisa a la planta alta del palacio de gobierno, apostándose en una esquina, oculto tras un par de macetas gigantes, vigilando el patio mientras que Kai y sus acompañantes avanzaron hacia el patio central tan sólo para encontrarse con un escenario preocupante: los diez funcionarios que Arze había prometido como rehenes estaban ahí, sentados cada uno en su lugar, apretando un botón en cada mano, con todos los dispositivos enredados en una maraña de cables conectados a una serie de cajas de apariencia sospechosa.

Kai adivinó enseguida: eran bombas. Los funcionarios, entre diputados, el tesorero y otro par de miembros del gabinete del gobernador, estaban ahí sentados, sin cuerda u otro elemento que los mantuviese cautivos, pero si no se habían ido...

— ¿Por qué sujetan los botones? - Preguntó Ezra en voz alta.

"Verás, amiguito", respondió una voz joven, dulce y burlona que provenía de alguna parte del palacio de gobierno. "Hay veinte manos sujetando veinte botones al mismo tiempo. Si por algún motivo, dos de ellos dejan de ser presionados al mismo tiempo, empezará la cuenta regresiva y estos idiotas no podrán huir a tiempo antes de que las bombas exploten". "Además, si más botones son soltados, más se acorta el tiempo para la detonación, así que aún si todos salieran corriendo... ¿ves? Será inútil", lo disuadió Arze: ahora, no intentarían liberarlos.

"Pero te puedo contar por qué hago todo esto, ¿les parece bien, amigos?", se ofreció Arze. Kai volteó a ver en varias direcciones, pero fue incapaz de verlo por ninguna parte. Oculto desde donde estaba, Arze evitaba que le abrieran la frente de un disparo mientras daba su monólogo del villano desde un lugar seguro.

"Desde el asedio a La Ciudad, pude ver lo podrida que estaba nuestra sociedad", afirmó Arze. "Le daban puestos de poder a sus amigos y familiares, desviaban recursos directo a sus bolsillos... ustedes, malditos nepotistas, basura sin remedio... Alba Dorada empezó como una organización que buscaba la verdad y hacía justicia. ¿En qué momento se volvieron los perritos del gobierno?", los acusó Arze. "¿En qué momento decidieron lamerle las botas a los federales?". "Te hablo a ti Kai, que en vez de enfrentarte a tus problemas, decidiste elegir a alguien más para dirigir Alba Dorada mientras tú escondías la cabeza bajo tierra".

Kai no se atrevió a responder: lo que decía Arze era más o menos lo que él mismo había pensado hacía menos de una hora. Era cierto: se había escondido para dejar que Ezra y otros más lidiaran con los problemas que él ocasionó.

— No lo escuches - Le dijo Ezra, como si pudiera ver los pensamientos de su amigo - Eres como mi hermano mayor y sé que hiciste todo lo que estaba en tus manos. Me enorgullece que me hayas escogido para acompañarte en esta pelea.

— No creo que sea una pelea - Respondió Kai - Lamento decepcionarte, pero si no vemos a Arze aquí...

"¿Se irán?", resonó la voz de Arze alrededor de ellos, haciendo difícil rastrear su origen.

El comunicador de Kai dejó salir la voz de Nora Vera, asegurándole que los refuerzos llegarían pronto: los federales accedieron a enviar gente a reforzar Xalapa y, con algo de suerte, llegarían antes de que masacraran a la gente de Alba Dorada.

Kai silenció el comunicador enseguida. Por lo visto, ahora Arze sabía que pronto, estaría rodeado.

— ¿Es realmente necesario hacer una masacre para defender tus ideales? ¿Por qué no llevar a juicio a los corruptos en el poder y eso es todo? - Retó Kai a su interlocutor.

Toph intentó llamar la atención de Kai para decirle que más de un francotirador estaba en el techo, cerca de donde Sam, apuntándoles a ellos desde lo alto, pero entonces, Arze volvió a tomar la palabra, dificultándole el dar aviso a su amigo.

"Verás, mi amigo. No puedo confiar en que un sistema corrupto enjuicie a otros corruptos. ¿Qué tal si los jueces son sobornados? ¿Y si toman presos políticos y los castigan solo por no estar de acuerdo con ellos? ¿Y si tu justicia nunca llega?".

— Es un riesgo que tenemos que tomar. No debemos tomar justicia en nuestras propias manos - Declaró Kai, todavía buscando entre las sombras por si lograba distinguir a Arze a su alrededor. Su búsqueda seguía tan infructuosa como en un principio.

"Los tengo rodeados, mi amigo", amenazó Arze. "Den la vuelta y váyanse y ordenaré que ninguno de ustedes sea dañado. Enfréntenme y..."

— Kai, nos tienen rodeados - Dijo finalmente Toph.

— Lo sé - Respondió el chico, quien ya había visto a los hombres armados, escondidos en el tejado, apuntando hacia aquella placita interior.

— Lo sabemos - Corrigió Ezra, para después alzar la voz y dirigirse hacia Arze - ¿Qué quieres, Arze? ¿Por qué tanto odio contra nosotros? ¿No le servías a Zeta en tiempos del Quincunce?

"Un error comprensible, pensar eso", respondió Arze. "Quizá le debía un favor a Zeta, pero eso no me hacía su empleado, ¿comprenden? Mi vida me pertenecía a mí. Lo mismo con mi lealtad. Los odio a ustedes, dorados, desde que se aliaron con políticos para ganar más poder".

— ¡Poder que empleamos para limpiar las calles de criminales!

"Me estoy cansando de discutir con ustedes", dijo Arze. En ese preciso momento, Sam se asomó un centímetro más de la cuenta por fuera de su escondite, creyendo haber visto a Arze moverse en alguna sombra del primer piso. Tan pronto como sacó la cabeza de entre las hojas, un ruido seco atravesó el aire por encima del jardín, dándole de lleno en la frente a Sam.

El pelirrojo guardaespaldas de Nora dejó salir un ruido ahogado de su garganta, asombrado. Sin soltar aún su rifle, se tambaleó frente al balcón y su cuerpo, ya sin vida, se estrelló a escasos metros de los funcionarios que sujetaban los botones que accionarían la bomba.

Kai resistió el impulso de correr hacia Sam para ver si estaba bien: evidentemente, había muerto. Toph lo detuvo, sujetándolo de la mano. Ahora mismo, la muerte de Sam era el menor de sus problemas: más de uno de aquellos estúpidos hombres había soltado sus botones al mismo tiempo, poniendo en marcha el cronómetro de las bombas.

— Por favor, no me dejen aquí - Suplicó uno.

— Hagan algo, ¡rápido! - Exigió otro de ellos.

Más de uno se limitó a aceptar su destino, a sabiendas de que si soltaban sus propios botones, la bomba podría estallarles en la cabeza. Sin embargo, aún cuando todos pudieron soltar sus respectivos trastos e intentar salir corriendo, no lo hicieron. Todos se quedaron ahí, pese a que nada los detenía de intentar correr: si bien se asustaron al ver a Sam caer al suelo, no huyeron, aún cuando lo de esperarse es que lo intentaran. Ninguno quería morir pronto, ni morir huyendo.

Sin embargo, Ezra, Toph y Kai no eran ellos. Cuando Ezra les ordenó que corrieran, no tuvieron que pedirlo dos veces. A menos de diez segundos de la detonación, los tres estaban ya a escasos metros de las puertas. Iban a lograrlo, claro que sí.

Entonces, lo vieron: Arze, vestido con ese traje blanco y sombrero de ala ancha en el mismo color, caminando tranquilamente hacia el exterior. Lo iban a perder.

Kai se tropezó mientras corría, cayendo al suelo tras que un escalón pequeño le metiera zancadilla. Se alegró al ver que Toph volteaba para ayudarlo, pero se alegró todavía más de que Ezra la cogiera de la mano, obligándola a seguir adelante. El cronómetro ya debía rondar menos de cinco segundos.

Cuatro.

Ya podía imaginárselo. Sería una gran explosión y probablemente no se limitaría al palacio de gobierno. La onda expansiva rompería muchos cristales, de seguro.

Tres.

Al menos Ezra y Toph estarían a salvo. Ojalá sus amigos no estuviesen muertos.

Dos.

Todo por intentar huir. En los últimos momentos antes de la explosión, Kai pensó de manera no verbal que debió de intentar confrontar sus problemas antes de que crecieran tan monstruosamente. Se habría evitado muchas cosas a futuro de hacerlo así.

Uno.

Toph se quedó momentáneamente sorda tras que la explosión la arrojase un par de metros frente al palacio de gobierno. Escuchaba tan sólo el agudo pitido en sus tímpanos y, cuando se volvió para verificar que Kai había conseguido escapar con ellos, tan sólo vio escombros.

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