T5E06: El tercer viaje
Ya se estaba volviendo costumbre ir al menos una vez por semestre: sin embargo, con cada viaje, aumentaba el número de pasajeros. En esta ocasión, ya era una van la que haría el viaje, en vez de uno de esos bonitos deportivos que tenían guardados en el estacionamiento de la Torre Alba Dorada.
El viaje a Coatepec estaba programado para un viernes después de clases. Mei consiguió el permiso de sus padres, argumentando que era por trabajo (y parcialmente, al menos, no era mentira). Khanna, Ghandi y Toph irían también. Kai no conduciría, fiándose tan poco de sus reflejos al volante como de la promesa de que mañana amanecería con vida: no se le quitaba la neurosis, pero al menos, estaba más tranquilo que cuando empezó el curso.
El motivo oficial de este viaje era visitar al armero experimental que tenían en Coatepec, con el que fueron la vez pasada. Sin embargo, Khanna mencionó algo de reabastecerse de café y pronto, más cosas que no tenían nada que ver con la meta original se sumaron a la lista de pendientes.
Nessa no iría y, por extensión, tampoco Kalea. Ghandi, por otro lado, vio ahí una oportunidad para colarse y Kai no pudo dar una buena razón por la que no debería de ir. Kai tenía su lista de labores bastante bien definida, pues Sam, guardaespaldas de Nora Vera y uno de los primeros agentes de Alba Dorada, le había encargado traer consigo una lista muy específica de artilugios. Por lo visto, el armero en Coatepec podría quedarse con algo si no lo enlistaban, así que Kai sería muy minucioso a la hora de recibirlos.
Ghandi se ofreció a acompañarlo, aunque él intentó decir que con Toph sería suficiente compañía: al final, Mei y Khanna irían solas al tour comercial por el pueblo mágico, mientras que ellos tres cargarían las cajas con cosas que probablemente podían explotar en la van.
Tras despedirse de las chicas cerca de la plaza del pueblo, Toph condujo otro tramo hasta llegar a aquél sucio edificio con pintas de obra negra abandonada que era la casa y taller del armero. Por lo visto, aquél sujeto se negaba a limpiar la fachada de su propiedad, pero ya que estaban ahí, tendrían que entrar, por más que a Ghandi le pesara.
El interior, aunque grasiento y con una gruesa capa de humo en el techo, lucía mejor que el exterior. El armero, con una estrafalaria fila de objetos sobre sus mesas, los recibió lo mejor vestido que podía estar: con una playera blanca sin mangas y pantalones que en algún momento fueron color verde oscuro.
— Que hay, amiguitos - Saludó aquél hombre, resistiendo el irrefrenable impulso de rascarse la barriga.
— ¿Esta vez al menos están limpias? - Quiso saber Kai, observando aquellos prototipos que después se encargarían de refinar en la Ciudad Dorada, al lado de Angelópolis.
— Me aseguré de pasarles el trapo encima, je, je - Sonrió el armero.
— Entonces... ¿El gancho?
El armero señaló el primero de los encargos: una tradicional muñequera de Alba Dorada, pero su munición era un gancho de tres brazos, plegado para asemejarse a una bala. Cuando atravesara superficies frágiles, tales como plástico, madera, vidrio o carne humana, se abriría, con sus tres filosos brazos asiéndose al otro lado de la barrera que fuese a atravesar.
— Bien. ¿Tienes las granadas de colores?
Una caja repleta, etiquetada con pinceladas de pintura en cada división, le seguía al gancho en aquella mesa. Ghandi las observó y, sin pensarlo dos veces, decidió preguntar:
— ¿Hacen daño de verdad o solamente pintan todo de colores?
— Pues, tienen pólvora real dentro, si es lo que quieres saber - Sonrió el armero - Así que yo no abriría una aquí adentro, ¿sabes?
Y así, siguió el pase de lista, dando paso a una serie de estrafalarios prototipos que le hicieron pensar no solo a Ghandi, sino hasta a Kai, que Eleazar, Nora y el resto de los directivos estaban encargando cosas cada vez más extrañas para surtir el arsenal de Alba Dorada. Entre una muñequera explosiva, una trampa de cables y una gran variedad de cosas potencialmente letales, Kai observó el cambio entre armas de bajo voltaje y sedantes a "cañón de mano" de una visita para la otra.
— ¿Para qué quieren todo esto? - Preguntó Ghandi, observando el cañón de mano sobre la mesa.
— Me encantaría que no fuesen necesarios nunca - Contestó Kai - Vamos, está todo. Solo hay que subirlo a la van y podremos relajarnos un rato.
Afuera, ya estaba anocheciendo. Esta vez, iban a pasar la noche ahí, acampando a las afueras, por decisión de Khanna, que sugirió combinar el viaje de negocios con una feliz acampada de mediados de primavera.
Al cabo de casi diez minutos de acarrear cosas letales de un lado a otro, los tres dieron por terminado su trabajo y subieron al interior del carro. Se reunirían con Mei y Khanna cerca de la plaza del pueblo y, tras hacer varias compras, empezarían a armar el campamento.
Ghandi subió en la parte de atrás, ya que Kai no pensaba darle el asiento de copiloto, así que no pudo escuchar la conversación que Kai y Toph mantuvieron en voz baja al frente del carro, ensordecida por la música.
Al frente, ambos estaban intercambiando impresiones de una muy mala noticia: al parecer, había ocurrido una pequeña fuga de la Prisión Vertical, donde muchos de los delincuentes fichados por Alba Dorada habían sido encerrados. Además, ya el Caleidoscopio había averiguado la ubicación de aquella prisión, daban por sentado que el crimen organizado, en específico, el patrón del Nightstalker, ya estaba enterado. Tan sólo era cuestión de tiempo antes de que esto ocurriera.
— Aún no tenemos las grabaciones, pero escaparon varios de los importantes. Las Triunvirato, por ejemplo - Señaló Kai - Gwen incluida.
— Será un problema - Reconoció Toph al escuchar el nombre de Gwen: esa chica no era precisamente la mejor guerrera, pero su habilidad para entretejer dramas no tenía igual. Gracias a ella era que Kai tuvo que abandonar La Ciudad en primer lugar, ya que aún corría el riesgo de ser apuñalado en algún momento.
— Por cierto, si puedes, no le digas nada de esto a las chicas - Suplicó Kai - Suficiente tensas están sin saber lo que ocurre a ciencia cierta. No quisiera añadirles más tensión, ¿vale?
Toph asintió: suficiente tenía ella con saber lo que ocurría como para, además, tener que explicárselo a terceros.
Tras reunirse con las novias, el grupo estacionó la van en la entrada a un bosquecillo donde solían acampar los entusiastas: las casas de campaña se armaron rápido, a la orilla del bosque, y Khanna consiguió hacer una bonita fogata antes del anochecer: ya blindados con repelente para mosquitos, hicieron lo de una acampada promedio, incluyendo asar malvaviscos (mala idea, se quemaban muy rápido).
Kai se habría desestresado, pero antes de medianoche, la atención del grupo se desvió cuando Ghandi, ya adormilada, despertó a las otras chicas y las hizo salir junto a ella y Kai para contemplar el humo negro a la distancia. Khanna y Mei salieron con las greñas alborotadas, mientras que Toph, con preocupada expresión, contempló el humo negro a sabiendas de lo que significaba.
— ¿Vas tú solo? - Le preguntó a Kai.
Él asintió, tomando una de las muñequeras experimentales del armero y, sin traje de Alba Dorada ni protección alguna, emprendió la carrera rumbo a la fuente del humo, a menos de diez minutos de distancia a pie. Las chicas permanecieron un rato junto al comunicador hasta que, con cierta pesadumbre, Kai decidió llamar a Toph.
— No les digas nada hasta que yo llegue, solo que estoy bien.
— ¿Pasó algo? - Preguntó ella, con cierta preocupación. Ya conocía ese tono de "no te va a gustar esto" que adoptaba Kai cuando las cosas se ponían feas.
— Es la plaza del pueblo. Hay un par de hombres de traje colgados de las manos aquí. Los mataron. Voy a pedir refuerzos. Nosotros nos vamos de aquí en cuanto llegue.
Minutos después, Kai llegó diciendo que habían hecho un desastre en la plaza, pero sin entrar en detalles. Cuando les pidió que recogieran sus cosas y subieran a la van, las chicas entendieron que, si bien esa noche no se enterarían de lo que ocurrió allá, las cosas se habían puesto algo feas y, a juzgar por el aspecto de Kai, quien volvió sin rasguño alguno, se les habían adelantado y no había rastro alguno de los responsables.
Sin embargo, para Toph, eso significó tan solo una cosa: la pesadilla de Kai, aquella en la que Xalapa ardía en llamas, era cada vez más una realidad y menos un mal sueño. Sin saber cómo su amigo había conseguido mantener la compostura al ver un escenario casi tan fatal como solía imaginarse en sus peores sueños, Toph condujo hasta dejar a cada una de sus amigas en sus respectivas casas: les dirían a sus respectivos padres que habían cancelado la acampada.
Una vez llegaron a casa, antes de despedirse en sus respectivas puertas, Toph tan sólo escuchó a su amigo decir las siguientes palabras:
"No pasaremos de mayo, Toph. Nos tienen rodeados".
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