T4E17: Sin persianas
Ghandi estaba disfrutando del curso de defensa personal más de lo necesario: una vez cada dos sesiones, le tocaba entrenar junto a Kai: el chico intentaba medir sus golpes y no tenía problema evitando inhalar el somnífero en sus cargadores, pero no solo eso: a Ghandi le parecía que realmente estaba siendo amable con ella.
Todos los que se atrevieran a insinuar lo contrario claramente no conocían a Kai tan bien como ella.
En esta clase, Alex estaba intentando encajarle un golpe a Mei, quien ya le había dejado ir encima un par de alfileres, aunque la corpulenta chica que tenía por rival ni siquiera se esforzaba en sacárselos antes de seguir golpeando.
Mei estaba acorralada: con su ondulado cabello amarrado en una cola de caballo, tomó impulso para saltarle en la cabeza a su contrincante: sería más difícil pelear si no podía ver, mucho menor quitársela de encima.
Ghandi y Kai, de descanso, contemplaron cómo Mei dio un brinco y rodeó con sus piernas el cuello de Alex, quien intentó golpearle la espalda a Mei, sin éxito alguno. Ella, por su parte, le apuntó con su muñequera directo en la sien.
— ¡Lobotomía si no te rindes! - Vociferó Mei.
Eso fue todo lo que Kai necesitó para dar por terminada la pelea, ignorando los reclamos sin sentido de Alex. Los siguientes en intentar fueron Jorge y Tini, quienes se mantuvieron a cierta distancia de su respectivo rival: si Jorge se acercaba lo suficiente, ella le iba a rociar aquél gas pimienta, pero si era ella quien se acercaba, Jorge la molería a golpes con su bastón.
— Si no avanzan al menos un paso en diez segundos, consideren perdido el encuentro - Les advirtió Kai.
No querían perder demasiadas peleas: en base a su desempeño durante los entrenamientos, se determinarían los grupos de clasificación para el torneo: si acababas muy abajo, no tendrías oportunidad para un repechaje y, por otro lado, si acababas de los primeros, te dejarían elegir un arma no-letal antes de que se llevasen las mejores.
Sin embargo, Mei y Tini eran las únicas que llevaban una racha casi perfecta, exceptuando las ocasiones en las que tuvieron que competir entre ellas (o contra Alex). Fuera de eso, el resto del grupo de Kai estaría al menos en la media.
Al final, Jorge logró barrer el piso con su bastón sin que Tini reaccionase a tiempo y, de un rápido golpe con la punta más cercana a su enemiga, Jorge le dio de lleno al dispensador de gas ácido.
— Si te levantas, te noqueo - Amenazó Jorge - Te gané y no puedes...
Tini levantó su otra mano para apuntarle a Jorge, pero él se espantó e instintivamente, le dio una patada, mandándola de regreso al suelo.
— Bien - Aplaudió Kai, dando por terminada la sesión de aquella tarde - Recuerden que la próxima semana comienzan las inscripciones y por lo que escuché, ustedes no serán los rivales más duros del torneo.
Dicho esto, Kai se marchó. Tenía cosas más importantes que hacer: durante el último mes, los Malasangres y el Nightstalker se habían mantenido demasiado callados. Eso era alarmante, cuando menos.
Ghandi se despertó en la noche: contrario a otras ocasiones, fingió no haber visto nada y abrió la puerta de su habitación que daba al pasillo en lugar de atravesar la contigua que daba a la de Alyssa: no quería correr el riesgo de que aquella nueva cámara fuese desactivada.
Tocó suavemente a la puerta de Alyssa y, tras un breve minuto, su guardaespaldas le abrió la puerta, amodorrada.
— Más te vale tener una buena razón para pararme tan temprano, mocosa - Se quejó Alyssa, con quien Ghandi ya había establecido cierta confianza - Si es otra vez porque Kai...
— ¡No, no! - La detuvo Ghandi - Hay una cámara. Encontré una cámara... eh, en mi... habitación - Se esmeró en explicar la niña rica, bastando aquella declaración para que Alyssa se pusiera en guardia.
— Llama a los Alba Doradas - Le ordenó - Iré a vestirme. Vuelve a tu cuarto y finge que no pasa nada hasta que yo te llame por teléfono, ¿de acuerdo?
Ghandi no pudo dormir durante los veinte minutos subsecuentes, así que intentó entretenerse con su teléfono, pero era muy difícil a sabiendas de que una cámara espía te estaba grabando desde algún punto de la noche.
Sin embargo, no podía arruinarlo: si lo conseguían, iban a rastrear al Nightstalker y le pondrían fin a la historia del acosador silencioso que había estado vigilándola a ella y a otras durante meses.
Pronto, llegaron varios miembros del Alba Dorada, entre ellos Kai, pese a ser las seis de la mañana. Mientras unos rodeaban el perímetro de la propiedad para cerciorarse de que el Nightstalker no estuviese ahí escondido: como era de esperarse, no encontraron nada.
Ghandi participó en la búsqueda, cuidada en todo momento por Alyssa: sus padres, nerviosos, prefirieron quedarse adentro y manifestar su desagrado ante la idea de que su hija jugase a la detective. Sin embargo, ella se sentía útil. Además, sentía que si se esforzaba lo suficiente, Kai le permitiría entrar a Alba Dorada, o mejor, hacer la Prueba Dorada, el examen para graduarse como agente de élite para la organización: de esos había tan pocos que ni siquiera había uno para cada estado del país.
Sí. Ghandi quería entrar a aquél examen desconsiderado, cruel y con fama de dejar con fracturas a más de uno.
Kai se le acercó a Alyssa y Ghandi por fin pudo escuchar noticias.
— Logramos asegurar la cámara y rastrear su IP - Anunció Kai, feliz - El Nightstalker está dirigiendo las grabaciones hacia un cuarto de mantenimiento del cerro de Macuiltépetl, así que...
— A esta hora lo tienen cerrado - Pensó en voz alta Ghandi.
— Mandaremos agentes a custodiar todas las puertas hasta el amanecer. Turnos rotativos. En cuanto se abran las puertas, entrarán las brigadas para peinar cada camino. No se nos va a escapar, lo prometo - Garantizó Kai - Y Alyssa... me encantaría que dirigieras los equipos de rastreo, pero no podemos apartarte de Ghandi. Si le ocurre algo...
Alyssa asintió. En cierto grado, estaba feliz de tener que hacer una labor tan básica como aquella en lugar de pelearse contra otro adolescente psicópata: suficiente había tenido descubriendo su herencia y peleándola con familiares y su exnovio.
— A la orden.
Pero, antes de que Kai se fuera, Ghandi decidió abrir la boca:
— Disculpa... una duda - Alzó la voz ella, deteniendo a Kai, quien ya estaba listo para echarse a dormir lo que quedaba de la madrugada - ¿Qué ocurre si quiero inscribirme al torneo de Alba Dorada? Pensé que si quedo en una buena clasificación, podrían contratarme y...
— ¿Crees que esta vida es para ti? Si te hicieran algún rasguño, tus padres no me lo perdonarían jamás, Ghandi - Contestó él. Alyssa simplemente se hizo de oídos sordos. Aunque ya toleraba a la mocosa, no es que le alegrara mucho la idea de que compitiera en el torneo de Alba Dorada. Aún así, no podía negarlo: aquella niña rica en serio se esforzaba en el gimnasio de su casa, golpeando al costal y ejercitándose, aunque poco o nada podía conseguirse en tan sólo un mes.
— Creo que quiero intentarlo, al menos - Sugirió ella - Es decir, me gustaría entrar en Alba Dorada. Ustedes son geniales y... bueno, Aligheria dice que si soy mayor de edad, las bases del torneo no pueden prohibirme la inscripción a menos que tenga antecedentes criminales. Además, como tienen seguro de gastos médicos...
Kai aceptó, sin saber por qué lo hacía. Es decir, sus padres probablemente se enojarían con ella, pero Ghandi tenía un punto: nada le impedía participar.
La siguió entrenando, aunque sin esperanzas de que la chica pasase de la primera ronda. Alguien más la mandaría a la banca de un golpe y no saldría herida, pero por lo menos lo habría intentado: de todos modos, si su deseo era trabajar en Alba Dorada, podía hacerlo. Podía terminar como administrativa (así como Eleazar y Nora), o bien, como diplomática: no todo consistía en ser agente.
Pasaron varios días y, después de un entrenamiento, Ghandi intentó invitarlo a cenar, pero él se negó. A sus padres no les gustaría que un agente de la organización a la que financiaban saliera con su hija, pero además, era muy pronto. Desde que él y Natalia cortaron hasta la fecha, había transcurrido muy poco tiempo.
Lo que menos quería era pensar en romance y de entre todas sus amistades, era Toph quien mejor comprendía aquello. Ghandi, por otro lado, era demasiado insistente: desde el día uno, intentó acercársele y él, por su lado, tomó distancia, pues su instinto se lo aconsejaba. Podía ser adicto a la adrenalina, pero Ghandi era un terreno en el que preferiría no entrar. Además, no era su tipo y ella no sería feliz con un chico varias clases más abajo, por mucho que creyera que sí.
Antes de darse cuenta, pasaron los días y las inscripciones para el torneo se cerraron. Ya era hora. Era el momento. Muchos estudiantes, la mayoría de letras, pero bastantes de otras carreras, también se habían inscrito y el gimnasio estaba repleto de familiares, amigos y estudiantes que pronto competirían.
Los otros jueces y miembros del staff entraron al campo, donde varias arenas se habían organizado para darle espacio a los competidores: cien en total.
Sería una tarde larga.
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