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T4E12: Regreso a Coatepec


Mei no podía fingir que no se daba cuenta.

Kai y Toph llevaban tiempo haciendo cosas por su cuenta, como si el resto del Paraselene fuese un estorbo para ellos. De cierto modo, Mei consideraba que era mejor no meterse: es decir, sí había vivido momentos muy impactantes al lado de Kai, pero cuando intentó acercarse más, él la rechazó. Además, Toph llevaba más tiempo en esto, así que era natural que los dos buscaran apartarse en lugar de pedir ayuda de gente tan inexperta como ella y las demás.

Aún así, se sentía mal por sentirse mal por ello. Era complicado, pero a Mei le gustaba complicarse, pensar y enredar ella misma sus pensamientos: casi disfrutaba desenredarlos hebra por hebra después de cortas pero intensas sesiones de sobrepensar.

En resumen, Kai estaba en lo suyo y lo suyo era estar con Toph, por lo visto.

— ¿Qué dices? ¿Me aceptas el café o no?

Mei titubeó por un breve instante: estaba cogiendo la mala costumbre de comenzar un diálogo interno cuando alguien (por lo general Khanna) empezaba a hablarle. Sabía que estaba mal, pero era muy difícil deshacerse de esa mala costumbre. De hecho, ahora estaba haciéndolo de nuevo: Khanna la veía fijamente, con la cabeza ligeramente ladeada y empezando a arrugar el entrecejo. Realmente quería comprender a Mei, por más que la pequeña chica se lo dificultase.

— Sí, sí, supongo - Sonrió Mei - ¿Ahora?

— Sí, ahora - Le dijo Khanna con un tono que insinuaba que aquél detalle ya había sido dicho.

Mei realmente empezaba a pensar que no era buena idea salir con Khanna cuando sus sentimientos estaban hechos un desastre, pero tampoco quería dejarla: era una buena oportunidad: considerándolo seriamente, Khanna era un buen partido.

Horas después, Mei pudo decirse a sí misma que la salida no estuvo mal: hablaron de sus situaciones familiares, de por qué Khanna tenía esa marca de nacimiento atrás, en su cuello, de por qué a la edad de Mei, estaba excesivamente delgada, entre otros temas.

Sin embargo, aún sentía que faltaba algo, esa calidez que, creía, debería sentir al lado de alguien: la misma que sintió con Kai cuando, el año pasado, su autobús quedó varado a media carretera y tuvieron que huir de los malasangres.

El hermano menor de Mei, todavía un niño, se asomó desde arriba de la litera, donde dormía. Mei estaba acostada boca arriba en la cama de abajo, pensando en todo esto que la tenía tan preocupada desde que vio a Toph con Kai esa mañana.

— ¿Estás bien Mei? - Preguntó su hermanito.

— ¿Por qué preguntas? - Contestó ella, sin saber qué cara poner para evitar un interrogatorio sorpresa de parte de su hermanito.

— Bueno... no estás sonriendo hoy y casi no hablas desde que llegaste.

Para tener ocho años, ese niño era excesivamente perceptivo.

— Estoy bien - Mintió Mei.

Kalea y Nessa, por su parte, habían desarrollado aún más esa cercanía tan suya: solían reunirse en casa de Nessa, con puertas y ventanas cerradas, las cortinas casi pegadas a la pared y verificaciones previas cada que entraban al cuarto de Nessa, por si el Nightstalker decidía volver a asomarse por ahí.

Uno de esos días, precisamente, ambas habían impreso las caras de varios de sus compañeros en papel opalina y, una vez creadas aquellas improvisadas fichas, decidían con quien se veía mejor cada persona.

— ¿Qué opinas? Franco, de la otra sección, no se vería tan mal junto a Jorge - Dijo Kalea, juntando ambas fichas.

— Tan pocos hombres y quieres juntarlos entre ellos - Se quejó Nessa - No, olvídalo, se ven bien juntos - Se retractó al instante.

— Uh, no imprimimos una ficha para esa chica, Toph - Señaló Kalea al ver la ficha de Kai, algo apartada del resto.

— Bueno, ella no es de nuestra facultad, ¿cierto? - Argumentó Nessa.

— Sí, aunque ella se ve bien junto a Kai. De todos modos, se la viven juntos últimamente, ¿no? Desde que la golpearon, es como si no se separaran.

— Quizás - Nessa intentó zanjar la conversación, sin mucho éxito.

Kalea estaba presionando tanto como le era posible: su amiga tenía que admitirlo, tenía que reconocer que le gustaba Kai. Kalea ni siquiera recibiría una recompensa por conseguirlo, pero aún así, el que sucediera era suficiente remuneración para ella.

— Ya, admítelo - Asestó el golpe directamente, dejándose de sutilezas - Te gusta Kai, ¿Qué tiene de malo?

El rostro de Nessa se ensombreció y, por unos segundos, volteó a ver hacia otro lado. Sus ojos se movieron levemente y su boca se retorció un poco. Lo divertido de la broma acababa cuando la otra persona no se estaba riendo y ante los ojos de Kalea, se había vuelto evidente que Nessa no disfrutaba las bromas sobre que Kai le gustaba.

— ¿Nessa? - Preguntó su amiga, preocupada. La chica no contestó enseguida, sino hasta que Kalea repitió su nombre un par de veces más, la última casi a voz en grito.

Nessa por fin reaccionó y, volteando a ver a Kalea, parpadeó tres veces y, cruzada de brazos, decidió sincerarse.

— No sigas con eso, por favor. Estoy aprendiendo a ser su amiga y ya quieres que sea su novia. Dame tiempo para saber si realmente me cae bien, por favor.

Parecía que había ensayado aquella respuesta, pero fuera así o no, el mensaje fue claro: Kalea no debía seguir insistiendo con eso.

Kai se bajó del coche y cerró la puerta de copiloto. Toph bajó de la del conductor y, tan pronto como pusieron seguro al carro, se dirigieron hacia la plaza central, donde de seguro, Ghandi y Alyssa los estaban esperando.

No fue su intención retrasarse, pero surgió una pequeña emergencia en el parque de los Tecajetes, en Xalapa: encontraron a un par de malasangres vendiendo drogas: Kai siempre insistía en que los malasangres se estaban colando a la ciudad como si fueran goteras en una tubería sin presurizar, pero pronto serían más bien como raudales rojizos que teñirían la ciudad de sangre como hacía varios años, cuando otra mafia asoló Xalapa.

De hecho, precisamente el asunto de los malasangres era una de muchas razones para la visita que estaban haciendo hoy. Una vez Toph pasó su examen de manejo y le dieron la licencia para poder conducir los coches de Alba Dorada, se volvió de las agentes más importantes de la sede Xalapa: sabía primeros auxilios, manejar carros y además, era capaz de abrir cerraduras con un pedacito de hojalata (lo último no se lo enseñaron ellos).

— Ahí están - Señaló Toph, sacando a Kai de sus pensamientos. La primera a la que reconoció fue a Alyssa: se veía extraña vestida como civil, contrastando fuertemente con su aspecto fuerte e intimidante como el Dragón de Jade: ahora, con sólo una playera negra y shorts del mismo color, no parecía una amenaza. Incluso se veía más bonita, inocente.

Kai se acercó directamente con Alyssa pese a que Ghandi estaba ya a punto de hablarle: sencillamente, al chico no le interesaba lo que la niña rica quisiera decir.

— ¿Vamos de una vez? - Preguntó, con Toph a un lado, todavía sin acostumbrarse del todo a eso de acompañar a Kai a sus misiones de Alba Dorada.

Alyssa asintió. Recorrieron a pie varias calles alejándose cada vez más del centro de Coatepec: recovecos y callejones después, en la periferia del pueblo pero sin llegar a la sinuosa carretera de montaña que volvía hacia Xalapa, llegaron a su destino: una casa que parecía abandonada, con la fachada bastante deteriorada.

— ¿Qué hacemos aquí? - Se quejó Ghandi, cuestionándose internamente si es que acaso sus escoltas planeaban hacerla entrar en aquella pocilga.

Kai aporreó la puerta de lámina.

— ¿Estás ahí, holgazán de mierda?

Ghandi se sobresaltó: sin embargo, ni Toph ni Alyssa se veían sorprendidas por los insultos que salieron de la boca de Kai. Bueno, pensó Ghandi, no podía ser totalmente un santo, ¿cierto?

A los pocos segundos, la puerta de lámina se abrió y un hombre con barba de una semana y extraños lentes cobrizos les abrió la puerta.

— ¿Es ella la princesita? - Preguntó el señor.

Alyssa asintió con la cabeza.

— Que sea rápido - Les pidió.

Ghandi lo miró con más atención: era flaco, pero fuerte. Vestía una camiseta blanca sin mangas y pantalones demasiado holgados para su cintura. Sin embargo, pese a su aspecto, no le daba vibras de vagabundo ni de drogadicto. Además, por algún motivo, los Alba Dorada habían viajado así de lejos tan sólo para visitarlo, así que debía ser importante.

— Miren, no he podido clonar todos los diseños que me pidieron, pero al menos no tienen que conformarse con más agujas sedantes - Se excusó el hombre, señalando con ambas manos en dirección a una alargada mesa de madera que apenas se sostenía en pie y tenía varios agujeros encima - Es decir, tengo de esos guantes bonitos que electrocutan gente y...

— ¿Tienes algo más discreto? No te ofendas, pero no creo que a Ghandi le guste ir por ahí con un arma vistosa.

A Ghandi ni siquiera le gustaba cómo sonaba eso de "arma", para empezar.

— Bueno, tengo el rociador de somnífero. Es experimental y todo, pero...

Alyssa se acercó al aparato: lucía como las otras muñequeras de Alba Dorada, pero en vez de tener un cargador de agujas con sedantes, tenía un par de frasquitos llenos de una sustancia gaseosa que, suponía, eran somnífero.

— A menos que quieran la muñequera lanzallamas - Sugirió el mugroso proveedor de armas.

— Creo que el gas de sueño está bien - Se apresuró a decir Ghandi, aterrorizada por la idea de prender en llamas a alguien.

— Bien, se los daré con una cajita de repuestos - Sonrió el proveedor, sacando de abajo de la mesa una cajita que tenía escrito con marcador "Zzz". Dentro, habían bastantes de esos cartuchos de cristal con gas en su interior - ¿Van a querer la carrillera especial o solo...?

— Eres un mercenario - Se quejó Kai - Dámela de una vez y agradece que en la Ciudad Dorada aún tienen problemas de producción.

El hombre se limpió una mancha de grasa de la mejilla y, jugueteándose el bigote de alambre que tenía, aceptó los billetes de Kai.

— Felicidades niña, ya podrás defenderte si el Nightstalker intenta atacarte o algo así. Solo falta que aprendas a usarlo - Le dijo Kai.

Ghandi se sintió tentada a contestarle, harta de la forma en la que se burlaba de ella, como si fuese incapaz de hacer las cosas bien. Tenía que demostrárselo. Lo haría, pronto.

Pero primero, tenía que averiguar cómo disparar el gas sin respirarlo ella también.

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