T4E01: En el nombre de la paz
El segundo año de clases por fin había empezado: los estudiantes entraron al campus a toda prisa, casi aplastándose unos contra otros. Por todas partes, foráneos y locales se saludaban después de semanas sin verse, en algunos casos. Los ánimos estaban mucho más arriba que acabando el curso pasado y la memoria de Maestro Cantor ya no estaba tan fresca.
Sin embargo, habían personas que todavía no estaban dispuestas a olvidar: Nessa, por ejemplo. Desde que fue secuestrada por Caleidoscopio, su desconfianza y rechazo hacia Kai habían ido en aumento y durante las vacaciones, mismas que pasó en el puerto y no en Xalapa, tuvo cierto miedo de volver a la escuela, incluso consideró darse de baja temporal, pero al final, su madre la convenció de volver.
Nessa estaba relajada, pero tan pronto como Kai se cruzó en su camino, a lo lejos, ajeno a su existencia, el miedo a que le ocurriera algo malo volvió a poseerla. Él estaba ahí, en lo suyo, hablando con una de sus amigas, Toph, pero aún a más de diez metros de distancia, Nessa no podía evitar estremecerse.
Lo habría dejado por la paz, pero se dio cuenta de que varias personas, unas pocas, pero varias a fin de cuentas, observaban a Kai de lejos, como ella. Quizá también le tuviesen miedo. Nessa estaba a punto de seguir su camino cuando una de ellas se le acercó para pedirle una foto. Kai hizo una letra "A" con las manos, posando para la foto: era porque ahora todos sabían que trabajaba con Alba Dorada.
— Con un demonio - Balbuceó Nessa - Ahora se hace el superhéroe.
Poco dispuesta a observar el show, Nessa decidió largarse a otra parte, lejos de la explanada del campus.
Kai se sentía algo agobiado.
Sin poder quejarse en público, esperó a que le pidieran todas las fotos que quisieran para ir a un lugar más privado, seguido de Toph, a quien le divertía medianamente que su amigo se hubiese vuelto una celebridad de repente.
— No le veo lo gracioso - Se quejó Kai - ¿Así va a ser siempre? Me voy a morir.
— No entiendo cómo es que aún no los mandas a volar - Sonrió Toph, mirando al frente mientras caminaban lado a lado.
— Creo que a Nora no le gustaría que yo le dé mala imagen a la organización.
Ambos pasearon hasta llegar al fondo de los terrenos del campus, donde una pequeña arboleda con mesas de concreto aguardaba, solitaria. Cerca de ahí estaba el taller de cerámica de los de antropología e historia y al fondo, en la otra esquina, la biblioteca del campus.
— Me gustaría quedarme, pero tengo que llegar temprano a mi primera clase - Se excusó Toph después de pocos minutos - Suerte tomándote fotos.
Al menos su sentido del humor se había vuelto más evidente desde hacía semanas: ya no era la misma Toph taciturna que Kai conoció.
Kai se quedó ahí, sentado, hasta que una chica que no conocía en lo absoluto le vino a traer un papelito: ni siquiera le dijo nada, sólo se lo ofreció, esperó a que Kai lo agarrara y después, salió corriendo por donde vino. Sin saber muy bien qué esperarse, Kai lo desdobló. Ponía lo siguiente: "Ven a verme en el árbol de tejo detrás de la biblioteca".
Sin nada mejor que hacer, Kai se levantó del asiento frente a la mesa y caminó sin prisa alguna hacia la parte trasera de la biblioteca. Ni bien llegó, pudo reconocer a una chica de pie, dándole la espalda y contemplando las calles del otro lado de las rejas de metal que separaban el campus del exterior: era Ghandi, del otro grupo de la generación de Kai.
— ¿Eh? - Balbuceó él, sin saber si era ella quien le había pedido que viniera.
— ¿Kai? - Preguntó la chica, dándose media vuelta. Kai sintió un extraño deja vu de la época en la que Nora y él vivían aún en La Ciudad.
— ¿Para qué me llamaste? - Preguntó él, temiéndose una confesión sentimental exprés. No estaba listo para algo como eso.
— Verás... mi madre es diplomática en la embajada de España en México y... bueno, creo que podríamos ayudarte... ayudar a Alba Dorada, eso. Podríamos conseguirles patrocinadores en Europa. En fin... si te interesa, me gustaría que me acompañes a cenar en mi casa, esta noche. Puedes, ¿cierto?
De cierto modo, Kai habría preferido la confesión de sentimientos.
— Bueno... supongo que podría - Contestó, sin muchas ganas. Para Ghandi, eso bastaba.
La casa de Ghandi era bastante grande. Según ella, esa no era la principal, tan sólo la habían comprado porque ella quiso estudiar Letras en Xalapa y no en la Ciudad de México.
Antes de acudir a la cena, Kai había decidido contarle a Toph lo que ocurrió, quien aceptó que quizás Ghandi había usado a Alba Dorada como excusa para ligar con él. Kai no sabía cómo sentirse al respecto, pero decidió ignorar el detalle.
Al menos Ghandi era amable: Kai notó cómo trataba a la servidumbre de la casa, al menos seis empleados domésticos entre los que había visto. Claro, llamarle casa a aquella construcción que ocupaba media cuadra y su patio, la otra mitad, era bastante modesto.
Habría seguido pensando al respecto, pero la cena (pavo horneado) ya estaba servida y los padres de Ghandi (ella jamás mencionó que su padre estaría ahí también) decidieron que era buen momento para empezar a entrevistar a Kai.
— Entonces... tu expediente completo de misiones...
— Más de cuarenta en los últimos dos años y medio - Reconoció Kai - En cuanto decidan firmar el trato con mis superiores, tendrán derecho a revisar mi expediente y el de otros agentes - Garantizó Kai.
— Si queremos además contratar guardaespaldas o personal de seguridad para nuestras casas... - Empezó a articular la oración el padre de Ghandi.
— Pueden hacerlo aunque no concreten ningún trato con nosotros - Aseguró Kai, con un pedacito de pierna ensartado con su tenedor - Cualquier persona puede firmar contrato con nosotros mientras no tenga antecedentes criminales. Si los tiene, entonces deben llegar a un acuerdo especial, pero no creo que sea el caso aquí.
— Bien, bien - Sonrió la madre de Ghandi, quien se encontraba sentada junto a Kai, del lado opuesto a sus padres en aquella mesa alargada - Podemos conseguir concesiones para que Alba Dorada opere en España y quizás en Italia - Prometió - Dicen que en Italia requieren más policías de los que tienen.
— Sí, yo soy diplomático en la embajada de Italia - Añadió el padre de Ghandi - Creo que podemos ser de mucha ayuda para ustedes.
— ¿Qué piden a cambio? - Preguntó Kai, sin dejarse llevar por las palabras de aquellas personas, que parecían ser buenos negociantes.
— Tu amiguito es bastante listo - Se dirigió la madre de Ghandi a ella, con una sonrisa en la cara, mientras analizaba atentamente a Kai.
— Obviamente queremos invertir en ustedes, tener acciones en la organización. Patrocinarlos. También queremos algo de protección, ¿saben? La policía de este país a veces no es tan confiable como uno quisiera.
— Estoy seguro de que podrán llegar a un trato con mis superiores - Contestó Kai, sacándose la responsabilidad de encima. Él no era un negociador después de todo.
La madre de Ghandi sacó una tarjeta de presentación de debajo de la mesa y se la pasó a Kai, empujándola sobre la mesa. Kai la tomó y, tras verla por un momento, la guardó en un bolsillo.
— Pero, cuéntanos. ¿Qué tal la escuela? - Preguntó.
Después de todo, la cena aún no acababa.
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