Considero un éxito llegar al piso completa y luego echo a correr por la calle, la escuela está a una media hora en carro supongo, y a pie será a unas dos largas horas. No tengo dinero como para tomar un camión, así que no tengo más alternativa que caminar.

Me parece que más de dos horas después llego a la escuela, aunque no lo sé con exactitud. Considero un logro haber dado con ella porque solo tenía una idea aproximada de donde estaba.

Es muy fácil entrar, ni siquiera tiene candado, no tengo más que empujar la puerta, camino por el patio hacía uno de los edificios, elijo el más alto que es el que está junto a la alberca, pero aun así hay un tramo de unos ocho metros entre este y el agua. Subo las escaleras con trabajo, y llego al último piso exhausta, las piernas me duelen y estoy sudando. Entre la caminata para llegar a la escuela y las escaleras, podría morir por causas naturales, sin necesidad de...

Busco las escaleras que dan a la azotea y las encuentro pero la trampilla está atorada. Es difícil, pero con algo de esfuerzo logro abrirla.

El viento me alborota el cabello de la trenza, que ya casi se ha terminado de deshacer, la vista allí es amplia, y no hay nada que sostenerse.

Camino con cuidado por el piso de hormigón, el viento hace que me tambalee, pero sigo caminando.

Debajo no hay árboles, no hay nada que pueda detenerme... Hay un poco de pasto en esa parte, la alberca queda cerca, pero aun así lejos como para caer en ella.

Me paro en la orilla y miro el piso, está muy abajo, demasiado lejos. Se me revuelve el estómago.

Cierro los ojos, armándome de valor e intentando no pensar, enfocándome en que si salto todo terminará, por fin, ya no volveré a tener miedo, ¿no?, ya no volveré a llorar...

Pero entonces una voz me detiene.

— ¿Qué crees que estás haciendo?