Capítulo 5
Martes 10 de enero.
La escuela está abierta y las clases son tan normales como siempre, nadie dice nada, lo único que ha cambiado es que la palabra natación ha salido de nuestro vocabulario y de nuestra boleta, no habrá natación hasta nuevo aviso.
El club de natación se cerró en todas las escuelas que lo tuvieran y según lo que he escuchado en las escuelas donde no murió nadie; las clases de natación son supervisadas por cuatro o cinco maestros y hay normas extremas de seguridad en las albercas.
—Vamos chicas, tenemos que hacer algo, esto no fue un accidente — por fin me atrevo a decirles en la hora libre, pero las tres me miran con recelo — ¿qué?
—Ya escuchaste lo que dijeron... — me dice Anna —está prohibido hablar de ese tema, así que mejor deberías dejarlo.
—Dijeron que estaba prohibido hablar del tema, después de decir que fue un accidente y una coincidencia, pero no creo que hayan sido ni accidentes ni coincidencias, así que no nos pueden obligar a...
—Berenice, ya, por favor —me dice Alison— yo tampoco lo creo, pero nos vamos a meter en problemas si seguimos hablando de eso, ¿no crees?
Me quedo callada, porque no podemos hacer nada y hablando no ayudamos mucho, pero no haciendo nada...
—Bien, solo una cosa y ya me callo— ellas suspiran y asienten— ¿si alguien más muere me ayudaran a saber que está pasando?
— ¿Quién rayos crees que va a morir? Ya tenemos suficiente con tres chicas muertas y una de ellas en nuestra escuela— me dice Anna.
—No lo sé —admito y agacho la cabeza intentando ignorar el mal presentimiento o tal vez la sugestión que me corroe los huesos. —pero si alguien más muere no podrán decir que fue una coincidencia.
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—Sergio, tenemos que saber que está pasando— le digo después de terminar la última hora y de que mis amigas se hayan ido a casa— mis amigas no quieren hablar del tema y tú eres el único con el que puedo hablar— el me mira por un segundo y asiente pensativo.
— Sí, pero aquí no, vamos, te acompaño a tu casa.
¿Aco-compañarme a mi casa?
Siento que me pongo roja. ¿Nunca habíamos hablado y ahora quiere acompañarme a casa?, ¡Muero!, sé que es debido a las circunstancias, pero esto es demasiado para mí, tal vez si no fuera él no me pondría tan nerviosa, pero... ¡Lo es!
—No puedo, te-tengo que ir a otro lado después de la escuela— digo y odio que se note mi nerviosismo al hablar.
—Entonces vayamos a la biblioteca —dice tomándome de la mano y jalándome
Mi corazón da un pequeño vuelco cuando me toca, su tacto es más cálido de lo que me imaginé, aunque me siento verdaderamente culpable y me avergüenzo de mi misma por sentirme nerviosa o incluso emocionada de hablar con él, cuando debería estar de luto.
Subimos al cuarto piso, él busca un libro en la computadora, copia el código y vamos a las estanterías a buscarlo.
— ¿Sergio? —pregunto desconcertada.
¿Un libro justo en medio de todo esto? No es que me apetezca leer por el momento, y menos si es de... ¿física cuántica?
Él saca "el enigma cuántico", le pone una hoja en medio y me lo entrega.
— De allí tienes que hacer el trabajo, más no puedo ayudarte.
No sé qué decir. La expresión "el gato me comió la lengua" no es precisamente la que mejor describiría mi caso, pero el punto es que estoy igual de muda que si lo hubiera hecho.
El signo de interrogación en mi frente lo hace añadir.
—Ya me agradecerás después —me abraza y me susurra— las paredes oyen. Sonríe y se va.
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