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Tarde pero seguro

Esta vez no me tardé mucho, ¿no? Uff... igual les digo que no fue un capítulo fácil. Y más allá de todo, espero que les guste. Gracias por seguir pasándose por acá ^^

Capítulo XXX: Tarde pero seguro

Sussy

Lo vi marcharse sin atinar a abrir la boca para detenerlo; aún cuando sabía bien qué decir, las palabras decidieron no manifestarse. No era tan obtusa como para no darme cuenta que él llevaba algo de razón, pero al mismo tiempo ¿qué importaba si lo hacía? Podía ser que Neil me quisiera e incluso estuviese siendo sincero cuando me dijo que me amaba, pero si no quería a mi hijo todo aquello era inútil. Yo ya no era sólo yo, el Cachorro estaba unido a mí y eso sería para el resto de mi vida. Y sabía que Neil sólo lo aceptaba porque no le quedaba más remedio, el niño o niña estaba hecho, no es como si pudiese hacer de cuenta que no lo notaba. ¿Valdría la pena lanzarme a esa relación cuando era obvio que estábamos en distintas páginas? Sabía que no podía sentarme a esperar que él estuviese preparado, así como tampoco podía seguir ignorando su falta de interés para con el bebé. Pero qué podía hacer, no quería obligarlo a querer a su hijo, no quería manipularlo para aceptar una familia a la que no deseaba pertenecer.

Cansada de no poder apartar esos pensamientos de mi cabeza o atenuar de algún modo la molesta presión en mi pecho, entré a la cocina con la intención de beberme una copa de vino reparador. Entonces recapitulé, recordando que estaba embarazada y lo que menos quería era que me tacharan de negligente. Adiós al vino reparador. Me serví un vaso con agua, notando por el rabillo del ojo una mancha de café seca sobre la estufa. La miré por largo rato con una ausente atención, hasta que sentí el súbito impulso de eliminarla de allí; saqué todos mis productos del armario y me lancé a la tarea como si el espíritu del mismo Jace acabara de poseerme. Inexplicablemente de la diminuta mancha pasé a toda la estufa y de allí al lavabo, la mesada, el refrigerador y los armarios que nunca me parecieron más desordenados que en ese momento.

Mi subconsciente era consciente del burdo intento de distracción, así que por al menos media hora fue más que bienvenido aquel ataque compulsivo de limpieza. Y una vez que acabé con todo lo remotamente limpiable en la cocina, me trasladé a la sala lista para atacar el imaginario desorden allí también. Comencé organizando algunas revistas de moda, libros que ni recordaba tener y continué sacudiendo cojines, moviendo el sofá hacia un lado que me pareció mucho más acorde con el tipo de decoraciones que se estaba estilando, y volviéndolo a mover cinco minutos más tarde. Junté las fotografías que decoraban los bordes de la chimenea y les pasé un trapo una por una, para remover cualquier mota de polvo del rostro sonriente de mis seres queridos. Al llegar a la imagen de la primera ecografía del Cachorro que había hecho enmarcar, no pude ni quise ocultar una sonrisa. Tal vez todo lo que había planeado para llegar a él no había resultado en lo más mínimo, pero nada de eso importaba al contemplar a mi bebé. Él era todo lo que yo había querido desde el principio y no importaba si no podía hacer que su papá lo quisiera, porque yo lo querría tanto que jamás lo dejaría sentir su falta.

Levanté el cuadro para limpiarlo como al resto, pero al sostenerlo noté algo extraño en una de las esquinas traseras. Lo volteé preguntándome por un segundo cómo se habría roto, pero al observarlo con detenimiento me di cuenta que el cuadro estaba en perfectas condiciones. La muesca que se sentía al tacto era una púa de guitarra plateada que alguien había enganchado en uno de los laterales, estaba oculta y al menos que se volteara el cuadro no era visible. Pero allí estaba, Neil había ocultado una púa con un grabado de dos guitarras en el cuadro del bebé. ¿Por qué?

—Estúpido —susurré entre dientes, volviendo a dejar el cuadro en la chimenea con el pulso menos firme que antes.

La presión en mi pecho que tan bien había ignorado desde su partida, regresó conjurada de la nada. Me senté en el sofá manteniendo los ojos fijos en el cuadro, diciéndole y rogándole a mi mente que no le diera un significado equivocado a todo aquello. Tal vez Neil sólo necesitaba un lugar donde colocar una púa para no perderla, podría ser... ¿verdad? ¿O es que en realidad le había hecho un pequeño presente al bebé? ¿Era ese su modo de demostrar que de algún modo lo quería?

Suspiré, porque sabía que no tenía que intentar ver cosas donde no las había. Maldita sea si no lo sabía. Pero entonces, ¿por qué diablos habría dejado eso en el cuadro del bebé? De entre todos los cuadros posibles, lo había hecho en la única imagen que tenía de mi hijo. Y ya todos sabemos lo importante que es la música para Neil, así que eso debía de significar algo. ¡Dios! Odiaba que incluso sin estar presente él lograra hacer que mis convicciones flaquearan. Hasta ese instante había estado lista para dejarlo ir, quisiera o no regresar luego, estaba decidida a no seguir alentando esa relación. Pero ahí estaba unos minutos más tarde, levantando mi celular en una mano con toda la intención de llamarle para preguntarle a qué demonios estaba jugando, o por qué insistía en hacerle esto a mi mente. Desde un principio había querido que aquello fuese simple, pero desde el mismo instante en que me propuse ver a Neil como algo más que el amigo decorador de Jace, todo se complicó. Lo compliqué, ¿para qué engañarme? Habría estado tanto mejor sin involucrarme con nadie, apegándome a mi plan y procurando regresar con sólo un bebé en el vientre a mi casa. Pero no, yo tenía que soltar a la Sussy ninfómana una vez más al campo de batalla. Tenía que despedirme de aquella parte libre de mí, tenía que volver a experimentar un buen momento con el sexo opuesto. Esos buenos momentos que Alan casi terminó por matar en mí.

No quería transitar ese camino, Dios sabía cuánto me había costado hacer de cuenta que él no me había afectado en realidad. Pero lo había hecho, no quería confiar en Neil porque todavía me sentía recelosa hacia los hombres en general. Un revolcón sin sentido era manejable, pero ¿una relación? Eso ya era un nivel completamente diferente. Odiaba sentirme en desventaja, odiaba la sensación que inundaba mi boca cada vez que rememoraba aquella noche en que Alan lo perdió y básicamente me tomó como su objeto de catarsis. No me gustaba no estar en control y sobre todo, no me gustaba admitir lo patética que había sido entonces.

Me pasé una mano por el cabello, mirando el móvil con actitud distante. Neil confiaba en mí, me dije para mis adentros, tal vez no quería al bebé pero ese no era motivo para huir de él. Al menos no era un motivo suficiente, no cuando a él en su posición de hombre le era más difícil experimentar todo el asunto. Quizá, quién sabe, cuando lo conociera pudiera establecer un vínculo o verlo de un modo distinto. Valía la pena darle esa oportunidad, ¿no? A decir verdad no sabía si lo valía, pero creía firmemente que debía agotar mis posibilidades antes de admitir que había fallado. Para bien o para mal, el bebé había sido concebido del modo tradicional y eso significaba que éramos dos los involucrados. Neil era su padre y si iba a rechazarlo, tendría que mirarlo a los ojos antes y decirle que no lo quería. Entonces, me daría por vencida.

Soltando un suspiro decisivo le marqué antes de que pudiera encontrar un argumento para retractarme, pero tras unos cuantos timbrazos fui enviada al buzón de voz. Supuse que él estaba lo bastante ocupado conduciendo, así que no insistí y opté por dejarle un mensaje que pudiese escuchar cuando hiciera una parada. Lo que menos quería era distraerlo, sobre todo teniendo en cuenta lo cansado que estaba.

—Hola... —Tamborileé mis dedos sobre el brazo del sofá, dudosa de continuar—. Yo estaba... no importa lo que estaba haciendo. La cosa es que... no quiero que te marches así, tampoco quiero obligarte a sentir algo que no sientes —balbuceé sin mucho sentido—. Pero creo que podríamos... no lo sé, podríamos hablarlo mejor. Si no quieres al bebé lo entiendo, si crees que esto no vale la pena... va a doler pero te aseguro que sabré entenderlo también. No debí... —Mordí mi labio un instante—. No debí lanzarte eso a la cara, estuvo mal. Yo sé que te estás esforzando por hacer que las cosas funcionen, pero no quiero que seas infeliz en el proceso. ¿Entiendes? Si necesitas que te hable de Alan... vale, lo haré. Tal vez entonces pueda demostrarte que quiero esto y no sólo como medida temporal o como un modo de salvar las apariencias. Me gustaría saber por qué lo quieres tú, si es que lo haces. Neil...

Fui cortada por un suave bip en el teléfono y un abrupto golpe en mi puerta principal. Solté todo el aire que estaba conteniendo durante mi pequeño discurso y me puse de pie en un brinco, dirigiéndome al recibidor en voladas que obviamente no hacían nada por disimular mi emoción. Sonreí como tonta, pasándome una mano apresurada por el cabello para lucir más presentable y luego le abrí, sabiendo que nada se sentiría mejor que decirle todo aquello a la cara. Pero en cuanto mis ojos registraron el rostro que me devolvió la sonrisa, mi cuerpo se heló.

—Hola, Sussy.

Di un paso hacia atrás, saliendo de mi momentáneo estupor y rápidamente empujé la puerta con las dos manos; pero él lo supo ver y con uno de sus pies entorpeció mi objetivo, haciendo que nuestras miradas se encontrasen a través de la pequeña ranura que había quedado abierta.

—Apártate, Alan —mascullé con firmeza, aún cuando mis manos sobre la madera temblaban de forma incontrolable—. Quítate de la puerta.

—Vamos, Sussy, ¿es esto necesario? —preguntó calmadamente, mirándome con aprensión y algo más, algo que no quise identificar—. Sólo quiero hablar contigo sobre los locales, podemos acordarlo ahora... sin intermediarios.

—Cualquier cosa que quieras hablar, tendrás que hacerlo con mi abogado —respondí de modo apresurado, sin ceder un milímetro de espacio.

—Anda, déjame entrar. —Sentí como ejercía fuerza desde el otro lado, así que eché todo mi cuerpo sobre la madera para detenerlo y presioné los dientes buscando mantenerme en mis trece. No iba a tener miedo, maldita sea, dejarlo pasar sería tentar mi suerte. Sobre todo después de lo que Lucas había hecho, estaba segura que ninguna conversación frente a frente con Alan sería civilizada después de eso—. Estás siendo ridícula.

—No puedes entrar, Alan —le espeté, clavando una decidida mirada en sus ojos. Podía hacer esto, debía mantenerme en control y no demostrar mi desconfianza. Los tipos como él se alimentaban del temor ajeno, me lo había dicho mi instructor de defensa personal. Alan era la clase de persona que se aprovechaba de la vulnerabilidad de otros, así que debía luchar por no mostrarme vulnerable. Algo que era mucho más simple de decirlo que hacerlo, por cierto—. Márchate, no hay nada de lo que tengamos que hablar. Tú no eres bienvenido en esta casa.

Él pestañeó dos veces, como si mis palabras lo hubiesen sorprendido y un segundo después, sentí la fuerza de su empuje disminuir de forma paulatina. Corrió el pie de en medio y yo sin demostrar emoción alguna, me impulsé hacia adelante con la intención de terminar de cerrar la puerta. Pero en ese mismo segundo él tomó el picaporte de su lado, jalando en su dirección sorpresivamente para hacerme perder el equilibrio y al siguiente instante noté que la puerta regresaba de forma abrupta, dándome de lleno con el filo en el rostro. Solté un grito del más puro dolor, sintiendo un latido en mi frente que pareció extenderse por cada terminación nerviosa e inundó mis ojos de lágrimas. Retrocedí a trompicones sin poder evitarlo, tomándome el rostro con las manos en un intento vano de atenuar el dolor punzante. Algo pegajoso resbaló por mis dedos y al bajar la mano, aturdida, noté que tenía una mancha de sangre fresca.

Jadeé, dejando que mi cuerpo chocara contra una de las paredes del recibidor que me sirvió de soporte.

—Eso fue tu culpa. —Escuché que decía Alan a través de la bruma del dolor, sus manos tomaron mi rostro obligándome a alzar la mirada para enfrentarlo—. Si me hubieses dejado entrar por las buenas... pero no, tenías que ponerte en plan dramático.

—¡Lárgate! —Lo golpeé en las manos repetidas veces, para apartarlo de mí. Él sonrió, casi como si lo divirtiera mi triste intento de mostrar resistencia—. ¡Vete de mi casa!

—¡Cálmate! —exclamó, despertando con esa única palabra un recuerdo demasiado vívido para mí. Me encogí ligeramente contra la pared, incapaz de abrir la boca para replicar con la autoridad que debía. Rompería en llanto si intentaba hablar—. Mucho mejor así... —Acarició mi mejilla con su pulgar, sin importarle un cuerno mis obvios movimientos por rechazar su tacto.

—Alan... —susurré, alzando una mano entre los dos como en un pedido mudo. Él me sonrió nuevamente, el fuego que había destellado en sus ojos antes remitió y casi creí que me observaba con cierto pesar. Pero yo sabía que no había ninguna emoción real de arrepentimiento en él, sólo era un muy buen actor, sólo era alguien que sabía engañar a las personas y en su tiempo me había engañado a mí.

—Está bien, está bien —dijo, tomándome de la mano para arrastrarme detrás de él—. Vamos a limpiarte el rostro, ¿de acuerdo? Te pondré algo de hielo para que no se te inflame y verás que mañana seguirás tan linda como siempre.

No supe qué decir a eso, encontrándome demasiado aturdida por el golpe y su presencia en mi casa. Alan me hizo sentar en uno de los taburetes de mi cocina, mientras mojaba un paño en el lavabo y se acercaba a mí con cautela. Colocó sus dedos en mi barbilla, perfilando mi rostro para poder limpiar con delicadeza la sangre que comenzaba a secarse sobre mi ceja y el puente de mi nariz. Su cambio era tan radical, que nadie creería que ese hombre acababa de darme un golpe con la puerta en el rostro.

—Alan... —Lo tomé por la muñeca para detener sus movimientos, pero él no me hizo ningún caso y continuó limpiando la herida con la diligencia propia de un buen hijo de Dios. Se lo permití por un rato, porque básicamente necesitaba de ese tiempo de silencio para reagrupar mis ideas y planificar un modo de sacarlo de allí sin reportar más incidentes.

—Deja que te ayude, Sussy, no queremos que tu novio venga y te encuentre toda lastimada, ¿no? —Pasé saliva con dificultad, sin saber cómo interpretar aquella aseveración. Alan sabía de Neil, sabía que él no estaba en casa y en verdad no quería preguntarme cómo lo había averiguado—. Voy a ponerte un poco de hielo...

—Alan, detente, maldita sea.

Él se giró a medio camino del refrigerador, dándome una mirada que me decía que ya no estaba muy feliz conmigo. Lanzó el trapo con el que me estaba limpiando sobre la encimera y luego avanzó hasta mí, inclinándose de un modo que me obligó a empujarme parcialmente sobre la isla. Mantuvo mi mirada por un tiempo que se sintió eterno y luego, en un parpadeo fugaz, sus ojos cayeron en mi vientre que quedaba bastante expuesto en esa postura. No hice amago de ocultar nada, porque era muy probable que él ya lo supiera.

—¿Cuánto tiempo tienes?

—No es tu problema, por favor vete —dije, colocando una mano en mi barriga de forma protectora. Alan esbozó una mueca sin quitar sus ojos de mi cuerpo, para luego extender su propia mano y posarla en mi bebé. Lo sostuve por el antebrazo al instante, entorpeciendo su cometido y procurando no dejarme amilanar por su mirada de odio.

—Podría haber sido mío, podríamos haber tenido uno y ser felices.

—Eso ya no importa —le recordé, intentando no alterarme por el modo en que luchaba contra mi amarre.

—Claro que importa —me espetó, enfrentándome—. Yo te amaba, Sussy, aún te amo.

—Eso no era amor.

—¿Cómo puedes decir eso? —replicó en tono consternado—. Sólo cometí un error, estaba ebrio y tú... —Se detuvo como si no supiese cómo terminar aquella frase y luego rió entre dientes—. Bueno, no vale la pena recordar algo tan amargo, ¿verdad? He aprendido mi lección.

—Suéltame —lo corté, al momento en que puso sus manos sobre mis hombros—. Alan, suéltame.

—No me tengas miedo. —Tal vez eso era pedir mucho, me dije con cierto aire irónico—. Hablemos, anda... por favor, hablemos un poco.

Sabía que no iba a poder sacarlo de mi casa o encontrar algún modo de defenderme estando atrapada en ese taburete, necesitaba llegar a mi teléfono o al menos poner algo de distancia entre nosotros. Debía actuar de un modo inteligente, apartar el miedo residual y la repulsión que sentía para poder ponerme a salvo. Debía hacerlo por el Cachorro. Alan sólo había perdido el control conmigo una vez, lo cual fue suficiente para que yo supiera que no quería nada de su mierda extraña en mi vida. Aun así, en ese momento me parecía imprevisible y no quería jugar a la heroína, si podía sacarlo de allí pacíficamente lo haría.

—Vale, hablemos. Pero no aquí, vamos a la sala.

Me miró por un instante, tal vez notando algo raro en mi repentino cambio de parecer, pero si lo hizo sabiamente se quedó callado y se apartó para darme espacio. Bajé del taburete y me encaminé a la sala con pasos que se sentía doblemente más firmes que mi pulso. Por el rabillo del ojo pude ver mi celular reposando tranquilamente sobre el brazo del sofá, allí lo había dejado cuando estúpidamente decidí abrir la puerta sin observar antes por la mirilla. Negué a ese pensamiento sensato que llegaba demasiado tarde y fui hacia el sofá, ocultando el móvil tras mi cuerpo cuando tomé asiento. Alan se sentó en la otra parte, pero no lo bastante lejos para mi gusto.

—Te ves hermosa, ¿sabes? —Luché por no hacer una mueca de asco, pero creo que no tuve demasiado éxito porque él frunció el ceño al verme—. ¿Dónde está él?

—¿Qué? —inquirí, confusa. Mientras casualmente llevaba una de mis manos hacia mi espalda.

—El tipo ese con el que sales, el tatuado. —¿Cómo infiernos sabía que Neil tenía tatuajes? Sólo eran visibles cuando se quitaba la camisa, lo cual podría significar que Alan había estado mucho más atento a mí de lo que me había imaginado.

Un escalofrío corrió por mi espina al llevar ese pensamiento más lejos, pero hice acopio de una fuerza desconocida para ignorarlo y concentrarme en rozar el móvil con mi índice, empujándolo entre el sofá y mi cuerpo. Sentí el pequeño objeto resbalar de su posición, hasta que cayó en el hueco que había formado y rápidamente lo posicioné en el interior de mi mano.

—Él... —musité, tratando de enfocarme en la tarea de hablar y la de palpar la superficie de la pantalla para hacer una llamada de emergencia—. Él debe estar por llegar en cualquier minuto.

—¿En serio? —preguntó con escepticismo y mis ojos volaron a su rostro de manera automática. Alan sabía que Neil se había marchado y que no volvería pronto, Alan sabía que estábamos solos y que así continuaríamos por largo rato. Alan no había improvisado esa visita, reflexioné con amargura.

—Sí —mentí, sin inmutarme. Presioné varias veces el botón de desbloqueo con mi pulgar, sabiendo que el sistema de seguridad del móvil le marcaría a la policía si repetía la acción. Caro y yo habíamos invertido tiempo y dinero para conseguir esa aplicación, pensando que nunca me sería de utilidad. Qué equivocada había estado—. Tal vez deberíamos solucionar el tema de los locales rápido.

—Estoy de acuerdo —espetó él con un asentimiento vigoroso, intenté una sonrisa que hizo doler los músculos de mi rostro—. Pero antes... —Alan se incorporó de repente, abalanzándose sobre mí para meter la mano detrás de mi espalda. El movimiento fue tan sorpresivo que no atiné a esconder el móvil entre los cojines, ni siquiera fui capaz de quitarme de su camino o hablar; al momento en que reaccioné él, ya tenía mi celular en su mano y me miraba como si acabara de apuñalarlo por la espalda—. ¿Qué querías hacer con esto? —me escupió, sin molestarse en mantener su actuación de tipo tranquilo.

Me eché hacia atrás tanto como fui capaz, para luego colocar mis manos en su pecho y usar toda mi fuerza en un empujón. En cuanto Alan perdió el equilibrio, aproveché el momento para escurrirme fuera del sofá, con toda la intención de correr hacia la puerta y meterme en la casa de algún vecino. Pero sus pasos estuvieron detrás de mí demasiado pronto, así que hice un viraje en el pasillo viendo que tenía las escaleras más cerca que la puerta. Me lancé hacia el segundo piso casi sin pisar los escalones, decidida a encerrarme en el primer cuarto que encontrase. Tenía teléfonos en las alcobas principales, podía llamar a la policía o mi padre o incluso a la guardia nacional. Realmente no me importaba quién fuera en mi rescate, siempre y cuando lograran sacar a Alan de mi casa. Acababa de llegar al rellano cuando sentí su mano atrapando el dobladillo de mi blusa y con un movimiento algo torpe, logré liberarme no sin antes darle con mi hombro a la pared al no ser capaz de disminuir la velocidad para tomar el segundo tramo de escalera. Mascullé una maldición entre dientes, sintiendo demasiado duro el golpe y con una mueca me empujé hacia el resto de los escalones.

—¡¡Maldita seas, Susan!! —Otro manotazo llegó desde mis espaldas, en esa ocasión atrapando un manojo de cabello que lanzó mi cabeza hacia atrás con marcada brusquedad. Su boca se situó en mi cuello, justo debajo de mi oído mientras yo tiraba golpes hacia atrás para que me soltara—. Sólo quería hablar contigo... —siseó entre jadeos por el esfuerzo—. Pero siempre buscas exasperarme, ¿no? Esto es tu culpa —dijo, sacudiéndome del cabello con cada palabra.

—¡Qué te den, maldito enfermo!

Me dio un empellón con la mano que me sostenía, haciendo que cayera sobre mis rodillas y la punzada hizo que mis piernas temblaran. Fui lo bastante rápida como para colocar las manos y no irme de boca contra el escalón, pero de todos no pude evitar que mi panza se golpeara con la brusquedad del movimiento.

—Iba a ser pacífico contigo —masculló, colocando una de sus rodillas contra mi espalda para inclinarse sobre mí—. Pero todavía me acuerdo lo que me hizo tu hermano, tal vez ese puto merezca ver que sus amenazas de mierda no me asustan. ¿Qué te parece, Susan? —Como no le respondí, ejerció mayor presión contra mi espalda y mis brazos perdieron la batalla por sostenerme. Volví a caer contra la escalera, esta vez sin poder controlar en lo absoluto el impacto de mi abdomen—. ¡Responde, no me hagas hablar solo!

—Por favor, Alan. —Me giré lo suficiente como para mirarlo a la cara, apenas si fui capaz de distinguirlo tras las lágrimas que cubrían mis ojos—. No le hagas daño a mi bebé, por favor —rogué entre sollozos, sabiendo que tal vez ya era tarde para eso.

Él presionó los labios en una línea desdeñosa y tomándome por el brazo, me incorporó con un firme jalón. Me doblé sobre mí misma con un quejido, pero Alan me levantó la cabeza para enmarcar mi rostro con sus grandes manos. Una vez más me miraba como si estuviese arrepentido de lo que acababa de hacer, como si en realidad lamentara perder el control de ese modo. Entonces me sonrió, antes de acortar nuestras distancias y posar sus labios sobre los míos.

—¡No! —Lo aparté con manotazos, pero él tenía mucha más fuerza que yo y poco le importó mi reticencia—. ¡Para, para! ¡Basta, Alan! —Su boca se estrelló contra la mía con rabia apenas contenida y pude sentir el sabor de mi propia sangre en mis labios. Giré el rostro en un intento vano por rechazarlo, pero él siguió luchando por forzar su entrada a mi boca, presionando mis caderas con su mano libre e inmovilizándome contra la pared con el peso de su cuerpo—. ¡Detente!

En medio del forcejeo logré liberar mi mano izquierda, el tiempo suficiente como para darle un puñetazo en el estómago. Pero lo único que logré con eso fue que riera y cerrara su amarre alrededor de mi cuello, obligándome a ponerme en puntas de pie para conseguir algo de aire.

—Dame un beso, Sussy —jadeó, acariciándome la cara con su pulgar—. No lastimaré a tu pequeño bastardo si me das un beso, incluso si te acuestas conmigo voy a olvidar lo que me hizo tu hermano.

—Vete al infierno —mascullé con dificultad, casi sin poder creer lo que me estaba pidiendo. Era consciente de que estaba enfermo, pero eso ya era mucho incluso para un idiota como él.

—Mala respuesta —dijo, esbozando una tétrica sonrisa. Dio un paso hacia atrás con el que finalmente pude respirar de nuevo y entonces su mano, como un viejo recuerdo del pasado, me dio sorpresivamente de revés en la mejilla derecha. Y mi mundo perdió el sentido, momentos antes de que el dolor estallara como fuego detrás de mis parpados y la gravedad tirara de mí por ese tramo de escalera que había logrado subir antes.

Lo único que fui capaz de sentir en ese instante, fue el último golpe que dio mi cabeza contra la pared de la esquina del rellano tras lo que pareció una caída interminable. Escuché los pasos de Alan acercándose, pero mis parpados se negaban a abrirse luego de eso. Si su intención era matarme, violarme o lo que fuese, supe que ya no podría evitárselo de ningún modo. Alan me dijo algo, pero apenas noté un murmullo detrás de la neblina que entumecía mi mente. Pensé que escuché voces, gritos, maldiciones y mi nombre en más de una ocasión, pero bien podría ser parte de un sueño o producto de la gran contusión que debía tener. Y luego de esforzarme inútilmente por entender lo que pasaba a mi alrededor, me entregué a la calidez del inconsciente sin saber cómo hacer para luchar un poco más. Al mismo tiempo que le enviaba una disculpa a mi bebé, por no haber sido capaz de ponerlo a salvo.

—Abre los ojos, nena, mírame —musitó una voz desgarrada a mi lado, pero no pude hacer lo que me pedía por mucho que lo intenté. Estaba tan cansada y con tanto dolor—. Estoy aquí, vas a estar bien.

_______________________________

Neil: Sea lo que sea que le hayas hecho a ese infeliz, créeme, no fue suficiente.

Lucas: Lo sé... enmiéndalo por mí.

Neil: Con mucho gusto.   

Lucas: Bien. ¿Qué tan delicado te sientes para dedicar un capítulo? 

Neil: Yo siempre me debo a mis fanáticas...

Lucas: ¿Te refieres a las mías? 

Neil: Acéptalo de una vez, Lucas, ya eres historia vieja y a las chicas les gusta la carne joven y tatuada. 

Lucas: No falta mucho para que tú comiences a ser historia vieja, disfruta el momento mientras dure.

Neil: Lo haré y por eso voy a disfrutar este momento (aunque el capítulo apestó, vamos a decirlo) con mi amiga y confidente, Rocío. Es mi confidente porque compartimos pensamientos de tanto en tanto y sé que ella entiende todo lo que pasa por mi cabeza, y me quiere más a mí que a ninguno de los otros. Ella me lo dijo. Así que, mi Rocío, espero que te haya gustado la dedicatoria y espero que sigas gritando a los cuatro vientos que Neil es tu hombre.

Lucas: A veces te pasas de cursi...

Neil: No te sientas celoso, Lucas, hay suficiente Neil para todos. Sobre todo para ti.

Lucas: Mátenme... 



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