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Setenta y seis

Sí, me tardé un poco... lo sé. Este capítulo fue difícil y no sólo por la fecha en que estamos, sino por todo lo que quería mostrar en él. Espero que me haya salido xD 

Capítulo XXV: Setenta y seis

—Buenos días, Cristina.

La mujer apartó la mirada de la pantalla de su computador con lentitud, para luego hacer un breve reconocimiento de mi rostro. Sonrió.

—¿Qué tal, muchacho? —Me encogí de hombros sin ánimos de buscar una respuesta a eso y para mi buena fortuna, ella decidió no insistir—. ¿Vienes por tu cheque?

—Así es.

Cristina me dio un rápido guiño antes de pegarse la vuelta y abrir uno de sus ficheros con cientos de carpetas de colores. Permanecí observando a la nada, escuchando como ella tarareaba acompañando a Passenger que sonaba suave desde los pequeños parlantes. Nunca había visto a la música como una potencial enemiga y eso que nadie negaría mis motivos para hacerlo, pero no lo hacía. Y aun así, en ese momento no podía evitar pensar que estaba haciendo méritos para encolerizarme.

—Cris —la llamé, colocando mis codos sobre su escritorio. Let her go, pareció hacerse eco bajo mi voz en esa postura.

—Dime.

—¿Podrías pasar esa canción? —Ella se volvió lo suficiente como para observarme, confusa, y tras un corto segundo de vacilación se acercó a la computadora para silenciarla. Mucho mejor así, lo que menos necesitaba era caer en ese estado en que sentía que todas las canciones fueron escritas para mí y mi situación. ¿Qué tan patético era eso? 

—Ok, necesito tu autógrafo aquí. —Colocó unos cuantos papeles frente a mí, pasándome un bolígrafo para que firmara. Nunca leía aquello y ciertamente no iba a comenzar a hacerlo ese día, sabía que Jace chequeaba todo mil veces antes de darle nada a Cristina, así que hacerlo una vez más sería como irrespetar la manía de mi amigo. Garabateé mi firma en la primera hoja y seguí con la siguiente, sin poder evitar sentir la mirada de la mujer fija en mí. La miré—. ¿Todo bien?

—Perfectamente —musité, volviendo mi atención a las hojas. Pero al parecer mi respuesta no fue suficiente como para disuadirla de mantener esa conversación.

—¿Vienes a ver a Jace?

—No —dije, esta vez sin dejar de mirar el bolígrafo marcando de azul la línea punteada.

La situación era sencilla, Jace no quería verme y yo no quería forzarlo a hacerlo. Bueno, tal vez eso suene un tanto exagerado; no es que él estuviese evitándome o rechazándome, simplemente teníamos mucho trabajo. Los últimos dos meses y medio, más precisamente los últimos 76 días, habían sido bastante extenuantes para ambos y era de comprenderse que estuviésemos algo desencontrados. No había ningún motivo para pensar que algo iba mal, sólo teníamos mucho trabajo y poca fluidez en las conversaciones, y silencios largos, y miradas analíticas, y tensión estúpida, y palabras medidas, y... claramente eso se debía al exceso de trabajo.

—Cada vez se te ve menos por aquí, ¿algo va mal con ustedes? —Pestañeé en su dirección, impertérrito, alargando el silencio por un incómodo minuto. Pues sin lugar a dudas lo que pasara entre mi amigo y yo no era tema para discutir con la secretaria, ¡por Dios del cielo!

—¿Esto es todo lo que tengo que firmar? —le espeté iracundo, señalando con el bolígrafo los papeles sobre el escritorio. El gesto de Cristina vaciló, al parecer sin saber cómo interpretar mis palabras. Nunca me había dirigido de un modo grosero hacia ella y era claro que con mi respuesta cortante, estaba intentando decirle que no metiera sus narices en mis asuntos. Una pequeña pizca de culpa quiso asomar en mi mente, pero la rechacé, estaba cansado de apretar los dientes y sonreír a todos, incluso cuando tenía un mal día. O en mi caso, unos muy malos, jodidos e interminables 76 días.

—Sí, es todo... —murmuró ella, forzando una sonrisa de disculpa que me hizo sentir como un verdadero hijo de puta. Maldición.

—Lo siento. —Casi creí escuchar las palabras de Sussy cantando en mis oídos, algo como "se te da muy bien pedir disculpas, Neil". Sí, se me daba bien porque no sabía cómo lidiar con la otra opción, odiaba ver esa mirada herida en las personas cuando dejaba salir mi genio a la superficie y entonces disculparme parecía lo más propio por hacer—. No fue mi intención hablarte de ese modo.

—No te preocupes, cariño. —Palmeó mi mano con amabilidad, para luego deslizar mi cheque por la suave superficie del escritorio. Y en esa ocasión cuando me sonrió, el gesto en verdad pareció auténtico.

—Gracias, Cris.

Me di la vuelta para emprender la retirada, cuando su voz me obligó a detenerme a medio paso.

—Oh, Neil, ¿podrías hacerme un favor antes de irte? —Giré sobre mis talones para darle mi expresión más solícita posible, ella no tenía la culpa de mi mal humor y no había razones para que me atacara con todo el mundo. Asentí y Cristina no perdió el tiempo, sacó una carpeta de la esquina de su escritorio y me la entregó—. Son los reportes de clima de Montreal, ¿los llevarías a la oficina, por favor? —Vacilé, echando una rápida mirada en dirección al despacho de Jace. Realmente no quería ir y no estaba seguro si podía exigirle tanto a mi sentimiento de culpa—. Jace no está —informó Cristina, tal vez leyendo en mi expresión la falta de entusiasmo por la tarea encomendada.

—Ah, bien. —Tomé la carpeta, dirigiéndome por el pasillo que conducía a su oficina y en el camino comencé a hojear los reportes. Al parecer tendríamos mal clima, lo que significaba que íbamos a tener que empujar un poco las fechas y seguramente trabajar a las corridas si queríamos cumplir con el plazo. Maldita sea.

Mi padre solía decir que el clima era como la kriptonita de los constructores, una semana de lluvia incluso por más suave que fuese, echaba a perder los planes del arquitecto más preparado y el contratista más entregado. Y Jace se las vería en un aprieto, lo bueno de todo eso era que yo al menos no iba a tener que ir con las explicaciones a los canadienses. Abrí la puerta con un empujón, listo para lanzar la carpeta sobre el escritorio, cuando mis ojos se trabaron con unos grises que lucían bastante desconcertados por mi abrupta interrupción.

—¿Neil? —¡Maldita fuese, Cristina! ¿Cómo fui tan estúpido de creerle? Era una mujer, independientemente de la edad, las mujeres convivían con la manipulación las veinticuatro horas, los siete días de la jodida semana—. ¿Pasa algo?

Me encogí de hombros, resignado a entrar en la oficina porque quedarme de pie en la puerta me estaba haciendo ver como un completo imbécil.

—Tengo los informes de clima de Montreal —dije, acercándome hasta su escritorio para entregarle la carpeta. Jace se incorporó con el ceño levemente fruncido, tomando a la susodicha para darle una rápida lectura superficial.

—Mierda. —¿Lo ven? Se los digo, el clima era el pequeño Grinch que se roba la navidad—. Esto no vas a retrasar o tú y tu equipo van a tener que trabajar el doble.

—Nos retrasáremos entonces. —No había una posibilidad en el mundo de que pudiéramos llegar a tiempo, sobre todo porque trabajaríamos con la mitad de los hombres. La otra mitad estaba empleada en otro proyecto, al parecer es un buen año para invertir en los bienes raíces y la gente está construyendo, destruyendo y mejorando sin respiro—. Habla con los canadienses y diles que lo bueno se hace esperar.

—Sabes que no me gusta pedir prórrogas.

Solté un bufido, cruzándome de brazos.

—Pues a la mierda tus sentimientos sobre esto, Jace, no puedo multiplicar hombres sólo porque a ti no te guste pedir una extensión.

—Ya lo sé —masculló entre dientes, dándole un golpecito al escritorio con la carpeta que aún sostenía—. No hay necesidad de esa actitud de mierda, ¿bien?

—¿Cuál actitud de mierda? —le lancé de regreso—. Te estoy diciendo algo lógico, no debiste aceptar ese trabajo si sabías que no íbamos a poder cubrirlo.

—Pues tú tampoco debiste haberlo aceptado si sabías que era demasiado, ¿sabes? —Presioné los ojos ante ese ataque poco disimulado, pero él no había más que empezado—. No hay ningún motivo para que te emplee a ti o a tu constructora, si no puedes me lo dices y contrato a alguien más para que lo haga.

—¡Bien!—exclamé, agitando una mano en el aire—. Contrata a alguien más, ¿qué más da? Métete tu trabajo en el culo, no necesito estar asociado a ti para conseguir buenos proyectos. Me llueven trabajos de muchos otros arquitectos y siempre te he dado prioridad, pero ¿sabes? Vete a la mierda.

—¡Vamos, Neil! —Lo escuché, pero no hice amago de detenerme. Ambos trabajamos con otros cuando nos surgía la oportunidad, pero siempre habíamos dejado en claro que éramos socios y que sólo íbamos con alguien más cuando el otro no podía. Era un arreglo que teníamos desde antes de graduarnos, por favor. Pero no me importó aquello, estaba molesto porque hubiese insinuado que fuese mi culpa, había aceptado ese estúpido trabajo en Montreal por él—. Detente, ¿quieres?

Me empujé su mano del brazo al instante en que me rozó, pero de todos modos me detuve. Aunque no me gustara admitirlo, seguía siendo su empleado y no podía sólo marcharme si decidía prescindir de mí para algún proyecto.

—¿Qué? —le espeté con la mandíbula apretada.

—Deja de ser tan idiota, últimamente no se te puede decir nada sin que montes en cólera. —Le di una mirada de advertencia, pero él vagamente reparó en ella—. Hasta estoy tentando de darte un cigarrillo, para ver si vuelves a entrar en tus cabales. Todo te irrita y francamente, ya estás comenzando a irritarme.

—Lo lamento. —En esa ocasión no me estaba disculpando, sino que la verdad hice un esfuerzo por sonar ácidamente cínico—. No me di cuenta que estaba molestándote, voy a procurar salir de tu camino para... —me detuve, dándome un teatral golpe con la palma en la frente—. ¡Oh, no, claro! Tú ya lo haz hecho por mí.

—¿Y es que acaso esperabas una felicitación? —masculló de regreso—. Me mentiste, te acostaste con mi cuñada e intentaste evadir todo como de costumbre. ¿No entiendes, Neil? ¿Crees que no es cansador verte hacer lo mismo una y otra vez?

—No hables como si fuese un adicto. —Di un paso hacia atrás con intención de marcharme, pero al último segundo me detuve una vez más—. No tienes que cuidarme, Jace, soy un adulto y sé lo que hago.

—Pues demuéstralo, porque sin importar cuánto me esfuerzo sigo viendo al mismo chiquillo insolente que compartía habitación conmigo en la Universidad. Y no sé qué mierda te pasa, no sé cómo mierda ayudarte... y quiero ayudarte.

Solté una maldición por lo bajo, sacudiendo la cabeza porque simplemente no sabía qué respuesta se esperaba de mí para esa ocasión.

—Estoy seguro de que no me vas a creer. —Jace enarcó una ceja, invitándome a continuar con un leve ademan. Suspiré—. La echo de menos... —dije sin detenerme a pensarlo—. Ni siquiera responde mis mensajes, ella sólo desapareció y es la única persona con la que realmente me quiero disculpar y... no está.

Mi amigo me observó con los labios firmemente apretados en una línea. Sin expresar ninguna opinión sobre lo dicho, se dio la vuelta para ir hasta su escritorio tomar papel y bolígrafo y ponerse a escribir. No supe si con eso me estaba invitando a marcharme, pero tampoco sentía ganas de quedarme como un estúpido esperando junto a la puerta para averiguarlo. Acababa de tomar la decisión de irme con la certeza de que Jace jamás aceptaría que me gustara Sussy, cuando él se irguió sosteniendo un trozo de papel en la mano.

—Ten. —Lo miré con desconfianza, acercándome a él pero sin tomar lo que me ofrecía.

—¿Qué es?

—Es la dirección de Sussy en New Hampshire. —Hizo un gesto con sus ojos que parecían querer lucir indiferentes. La palabra clave allí era "parecían"—. Sabes que en dos días es el cumpleaños de Bru, ¿verdad?

—Estoy enterado. —Incluso ya había conseguido un estupendo obsequio para él. Tenía ganas de esa fiesta, y no porque fuese aficionado a los castillos inflables o los pasteles en forma de aviones, no, esa fiesta era mi oportunidad de ver a Sussy de nuevo. Al menos eso era lo que había estado diciendo los últimos 76 días.

—Bueno escuché por ahí que Sussy planea venir en tren, pero me disgusta mucho ese plan... con la inseguridad que hay en el trasporte público últimamente.

—Mucha —concordé, intentando mantenerme imperturbable.

—Y ya sabes lo incómodo que puede ser o poco higiénico.

—Bastante.

—No creo que mi cuñada deba someterse a un viaje de ese tipo, ¿tú?

—Sin duda sería un calvario.

—Así que lo más lógico sería enviar a alguien a que la recogiera, ¿no crees?

—La lógica habla por sí misma.

—Correcto —espetó Jace, compartiendo mi gesto de formal discreción—. Entonces, no estaría mal que enviara a mi mejor amigo a por ella, ¿verdad?

—Por supuesto que no, le estarías haciendo un favor. —El rostro de Jace se veló un segundo tras una leve expresión indecisa, pero entonces sacudió la cabeza, cuadró los hombros y me extendió el papel para que lo tomara.

—Sólo te doy esto porque detesto verte por ahí como alma en pena, no la cagues, Neil. —Apreté el pequeño papel entre mis dedos, dándole un asentimiento firme—. Has esto y ya no tendrás motivos para andar deprimido o deprimiendo a todo mi personal.

Rodé los ojos, soltando un bufido para reclamar por esa ofensa.

—Yo no me deprimo —señalé altivo, metiendo la dirección de Sussy en mi bolsillo—. Yo medito... suena más elegante, ¿no te parece?

Él intentó y falló en retener una sonrisa, así que terminó sacudiendo la mano en al aire para despedirme como si se tratara de la realeza.

—Ya lárgate de aquí, tienes un largo camino por delante.

—Pero el cumpleaños de Bru es en dos días, el viaje no me tomará más de dos horas.

Jace me miró con aire de suficiencia, negando como si le sorprendiera lo que acababa de oír.

—¿Acaso tengo que explicarte todo, Neil? Tienes estos dos días para disculparte, hacer las pases, cagalar como es tu costumbre y volver a disculparte. Entonces podrán venir a la fiesta de cumpleaños.

—¿O sea que estás previendo que voy a cagarla de vuelta?

—Mejor prevenir que lamentar.

Asentí a eso, lo primordial era llegar a ella y luego... bueno, luego tenía dos días para enmendar lo que pudiese ser enmendado. En caso de que hubiese algo entre nosotros remotamente enmendable, al menos estaba seguro que de un modo u otro, le daría un cierre a toda esa historia.

***

Sussy

Me metí un puñado de cereal cubierto con chocolate en la boca, mientras esperaba que Caro se hiciera presente en la recepción. Ella siempre se dejaba una bolsa de cereal con chocolate en el escritorio, como para tener algo con que matar la ansiedad.

—Muy bien, ya estoy lista —anunció luego de un rato, acercándose a la silla que yo ocupaba para obligarme a desalojar su lugar. La había estado cubriendo mientras ella iba a atender un negocio en los cuartos de baños, sabía que cualquier otra empleada habría podido tomar su lugar, pero Caro moriría y se incineraría a sí misma antes de decirle a alguien de poca confianza que tenía que hacer del dos. Ella era demasiado tímida en algunos aspectos—. Deja mis cereales.

—Lo siento, pero los vi, me miraron y fue amor a primer bocado.

—Ya lárgate a tu casa, yo me encargo de todo aquí. —Tomé un poco más de cereal, para luego escabullirme rodeando su escritorio.

—¿Tengo alguna sesión para mañana? —pregunté, estirando la mano en dirección al libro de citas. Caro frunció el ceño, me dio un golpe en la mano y jaló el libro en su dirección—. Dios, qué territorial eres.

—Yo manejo las citas, tú manoseas gente... respeta. —Rodé los ojos, riéndome a sus expensas—. Mañana estás libre después de las dos de la tarde y... —hizo una mueca con sus labios rosas, soltando un cansino suspiro—. Alan te llamó cuando estabas en la sesión.

—¿Qué? ¿Qué quería? —Hasta donde tenía entendido, Alan estaba convenientemente lejos en la casa de sus padres. Al parecer cuidando a su madre luego de que sufriera una caída o algo por el estilo, uno de mis clientes me lo había contado como si yo en realidad quisiera saber algo de la vida de ese infeliz—. ¿No estaba con su madre?

—Tal vez la vieja estiró la pata, yo lo haría si tuviera un hijo así. —Quise reír la broma, pero no pude más que esbozar una tenue sonrisa. Caro presionó su mano sobre la mía, obligándome a devolverle el escrutinio al instante—. No te preocupes, Sussy Lu, tomaremos las precauciones necesarias para que no tengas que verlo.

Asentí, regresándole el apretón.

—Por supuesto —musité con más confianza en la voz de la que sentía en mi cuerpo.

—¿Recuerdas todo lo que hablamos? —Le di un nuevo asentimiento, más firme que el anterior—. Entonces no habrá problemas.

—Bien —susurré entre dientes, sin ánimos de extender una conversación que me hacía sentir incómoda y fuera de mi elemento—, mejor me voy a mi casa.

—Claro. —Mi amiga me regaló un guiño antes de que me pegara la vuelta y saliera del local con paso acelerado.

Entonces solté un suspiro en la puerta, observé a ambos lados de la calle y me encaminé hacia el estacionamiento, pensando con frustración qué querría Alan esta vez. Traté de no darle demasiada importancia, realmente lo intenté porque estaba casi segura de que era un mal menor. Tenía suficientes cosas en las que pensar, como para añadirle el toque extra del infeliz de mi ex y sus esporádicos intentos por ponerse en contacto conmigo. Me detuve un segundo en ese pensamiento, repentinamente curiosa por el modo de etiquetar a Alan. ¿Era mi ex él o Neil? ¿Siquiera aquello contaba como relación? Sacudí la cabeza, pues no valía la pena pensar en ninguno de los dos para el caso. Decidí tomar una desviación, detenerme en el mercado y comprar algo de cereal con chocolate. Sí, ese pensamiento era mucho más seguro; el cereal con chocolate jamás me exigiría que le pusiera una etiqueta, el cereal nunca me mentiría o trataría de arreglarme a su gusto. El cereal era por mucho mi relación más sana en la vida.

***

Al entrar en mi calle, tenía la mente dispersa y por algún motivo el corazón encogido. Sabía que Caro me había informado de Alan para que estuviese atenta, pero ahora no podía sacar de mi cabeza la idea de que debía observar por sobre mi hombro cada cinco segundos. Odiaba esa sensación de cosquilleo en la nuca, odiaba el sudor en mis manos y el modo nervioso que comenzaba a regir cada uno de mis movimientos. Odiaba a Alan, punto.

Acababa de poner los intermitentes para entrar en mi casa, cuando noté que una camioneta negra estaba detenida en la puerta de mi garaje bloqueándome el paso. Fruncí el ceño, reconociendo demasiado rápido la Range Rover y a la persona que se apoyaba en la puerta del conductor con los brazos cruzados y la mirada puesta en sus pies. ¿Qué demonios estaba haciendo él en mi casa? ¿Cómo había descubierto mi dirección? Le había dicho explícitamente a Sam que no se lo dijera en caso de que preguntara, lo cual mi hermana confirmó unos días después de mi partida. Neil había pedido mi dirección y ella me había jurado que no se la había dado. Entonces, ¿qué era esto? Había asumido casi con solemnidad que lo vería en el cumpleaños de Bru y quizás en casi cualquier fiesta familiar que involucrara a Jace, había asumido que tarde o temprano nuestros caminos se cruzarían y hablaríamos. Pero contaba con esos dos días extra para prepararme mejor, contaba con cada segundo para hacerme de un antídoto contra sus encantos.

Detuve mi carro en la calzada y me bajé con mi bolsa de compras en las manos, despidiéndome mentalmente de la paz que había logrado alcanzar en esos últimos meses. Ahora no sólo tenía que pensar en Alan, sino que tenía que mirar a Neil y pedirle que se marchara antes de que me hiciera actuar como estúpida otra vez.

—Neil... —dije, mientras él cruzaba mi jardín hasta el alcanzarme en el pórtico.

—Hola.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, echándole una mirada analítica sin poder evitarlo. Se veía igual que siempre, cabello corto, ojos dorados brillantes, ropa formalmente informal y una sutil sonrisa coqueta. Había tenido la esperanza de que mis recuerdos le hubiesen estado haciendo más justicia de la que se merecía, pero no. Él básicamente se veía follable en mis recuerdos y fuera de ellos.

—Vine a buscarte. —Negué sin saber qué decir a eso—. Soy tu transporte, para ir al cumple de Bruno.

—El cumple de Bru es en dos días, ¿acaso planeas llevarme a pie? —No le di oportunidad de responder, alcé una mano y me acomodé la compra bajo el brazo izquierdo—. No importa, no necesito transporte. Gracias pero iré en tren.

Le sonreí con pocas ganas, girándome para abrir la puerta y rogando en mi fuero interno que se marchara; no podría lidiar con él si insistía. Lo sabía y me sentía tonta por no poder negármelo ni siquiera a mí misma.

—¿Sussy? —Presioné mi mano en el picaporte, cerrando los ojos con la intención de bloquear mis sentidos, de no percibir aquella nota de pesar en su tono, de ignorar el modo en que su mirada había lucido derrotada por mi negativa.

—Por favor, Neil... —murmuré sin mirarlo. Sentí que se movía detrás de mí y rogué porque fuera en dirección a su camioneta, pero no lo hizo. Él se detuvo a escasos centímetros de mi espalda y agachándose lo necesario, posó sus labios un segundo en mi hombro antes de echarse para atrás.

—Entonces me voy.

—Sí, mejor.

—¿Podría pedirte algo antes? —Asentí como respuesta automática, aunque tal vez darle la oportunidad de hablar más tiempo era una mala decisión—. ¿Me dejarías pasar a tu baño? —Reí sin poder contenerme, observándolo un segundo por sobre mi hombro—. Ha sido un viaje largo y no me he detenido ni una vez.

—Claro. —¿Acaso podía decirle que no? Dios, llegado ese momento dudaba que pudiese negarme a nada que fuera a pedirme. Neil tenía la capacidad de despertar un instinto primario en mí, desde aquel encuentro en el bar del hotel yo sólo sentía la necesidad de cuidarlo, todavía quería menguar su dolor. Viniese de donde viniese.

Neil me dio una sonrisa rápida, entrando detrás de mí en cuanto abrí la puerta y escuchándome atentamente cuando le di las instrucciones para encontrar el cuarto de baño. Permanecí de pie junto a la escalera, esperando que él saliera y al cabo de unos pocos minutos, salió, casi tropezando conmigo al doblar el pasillo. Volvió a sonreír, mientras se palmeaba los jeans con las manos húmedas para terminar de secarlas.

—Hay toallas en el baño —le espeté, señalando con mi cabeza sus manos. Él se encogió de hombros y dejó de secarse.

—Lo sé, pero estaban tan bien alineadas que no quise tocarlas. Jace me regaña siempre que no dejo todo en perfecto orden... —Sus ojos escanearon el interior de mi casa, sin detenerse en ningún lugar en particular—. Supongo que tengo miedo de estropear las cosas, así que evito tocarlas en la medida de lo posible.

¿Eso era una indirecta? No lo pregunté, aunque quise.

—¿Quieres beber algo? —Enviarlo a la carretera sin darle algo para comer o beber me parecía incorrecto —más considerando su apetito voraz—, había hecho todo ese viaje para verme y la triste realidad es que yo también quería verlo.

—Vi unas Oreo en tu bolsa de compra...

—Así que quieres mis Oreo —murmuré, apuntándole que me siguiera hacia la cocina. Le indiqué que se sentara mientras yo sacaba las galletas de la bolsa y se las colocaba en un plato, Neil permaneció en silencio y expectante, viéndome moverme por mi cocina—. ¿Quieres leche también?

—Por favor... —Me detuve un segundo, vacilante, para luego encogerme de hombros sin más. No habría esperado que aceptara un vaso de leche, en realidad intentaba jugarle una broma con eso, pero él seguía demostrándome que era una caja de sorpresas.

Le di la leche, me senté frente a él al otro lado de la isla y por un rato sólo me dediqué a verlo comer mis galletas. Pensando en lo surrealista que era aquella escena, Neil comiendo Oreos en mi cocina, bebiendo leche y chocando su mirada infantil con la mía tras cada bocado que daba. Como si estuviésemos jugando a compartir la merienda, como si no hubiese nada extraño entre nosotros, como si su expresión inocente no ocultase un incontable número de secretos. «¿Qué te hicieron, Neil? Habla conmigo. ¿Por qué no eres feliz?» Él apartó la mirada de forma repentina, casi como si acabara de oír mis pensamientos y se negara a dejarme explorar en profundidad. Suspiré.

—¿Qué haces aquí, Neil? Dime para qué viniste.

Él vació el contenido del vaso, antes de devolverme la cortesía con algo muy parecido a recelo.

—Quería disculparme contigo por...

—No —lo corté de forma abrupta—. No quiero disculpas, si viniste para eso te puedes ir ahora mismo.

—Sussy, por favor...

—¡No, Neil! —dije con firmeza—. No... —Sacudí la cabeza de un modo contundente, yo no quería su arrepentimiento, quería saber por qué se hacía eso a sí mismo. Quería saber por qué lastimaba algo que me importaba, por qué lastimaba algo que había aprendido a querer. Me limpié una lágrima escurridiza con el dorso de la mano, notando como él se tensaba en su lugar al verme llorar. No era del tipo de mujer que se quebraba con facilidad, pero no podía evitarlo cuando dejaba que mi imaginación volase para intentar darle una explicación a su comportamiento. Todas las opciones eran horribles y no quería pensar que algo malo le hubiese pasado, pero todo indicaba que así era y me dolía, me dolía en su nombre incluso sin saber porqué—. Después de dos meses...

—Setenta y seis días —musitó él por sobre mi voz.

—¿Qué? —inquirí, confusa.

—Pasaron setenta y seis días.

¿Los había contado? ¿Habían pasado esa cantidad de días? ¿Por qué me parecía que todo había sido sólo ayer?

—Bien —acepté, mirándolo a los ojos—. Después de setenta y seis días, necesito más que una disculpa. Si en verdad quieres... —me detuve, tomando una breve inspiración—. Si en verdad quieres que te escuche, dime por qué. —Neil se pasó una mano por el cabello, colocando los codos sobre la isla para cubrirse el rostro y murmurar algo contra sus palmas—. ¿Qué dijiste?

Bajó las manos para observarme, renuente.

—La primera vez que vi la cocaína, tenía catorce años. —Abrí la boca con sorpresa pero no supe qué decir, no supe si él quería que dijese algo—. Estaba en un bar... había músicos conmigo, reíamos, hablábamos, lo de siempre. —Hizo una pausa, dirigiendo su atención hacia sus manos—. Un hombre de unos cincuenta años se acercó a nuestro apartado y le habló a Vincent por un momento, la música estaba alta así que apenas si podía escuchar mis pensamientos. Y tras un momento, Vincent aceptó la bolsa transparente que le ofrecía este hombre y luego separó dos líneas del contenido sobre la mesa, las aspiró, me miró, me dio un guiño y se marchó. —Jugueteó con sus pulgares sin despegar la mirada de ellos, así que decidí guardar silencio y esperar—. Es...

Pero no agregó nada más, por un largo segundo me mordí el labio para no interrumpirlo y finalmente mi curiosidad me superó.

—¿Es qué?

Neil presionó su ojo derecho al levantar la mirada, su gesto nervioso por excelencia.

—Es vergonzoso.

—¿Qué cosa? —No me sorprendía que su padre fuese quien estaba detrás de todo aquello, pues ya me había dicho que Vincent eran malas noticias. Así que no terminaba de entender qué era lo que lo avergonzaba, Vincent era el que debía sentir vergüenza de sí mismo.

—Todo —murmuró, impregnando la palabra de tanto odio que no fui capaz de pasarlo por alto.

—¿Qué es todo?

—Sussy... —Me sacudí en mi lugar al oír la renuencia en su voz, sintiendo ganas de saltar por encima de la isla y sacudirlo por los hombros. ¿Acaso no veía que me estaba desesperando? ¿Acaso no podía ver cuánto detestaba tener que obligarlo a decirme las cosas?

—Está bien, Neil, si no quieres decirme lo entiendo.

—Quiero.

—Entonces...

—No es fácil. —Eso era evidente, pero tampoco quería forzarlo a nada. Todos tenemos el derecho a guardarnos cosas para nosotros mismos, a veces ese es el mejor modo de sentirnos seguros. Y podía comprender que Neil quisiera hacerlo, podía. Aun cuando quisiera saber qué lo dañaba, no iba a contribuir a seguir lastimándolo—. Vincent quería que fuese alguien famoso, quería que amara la música tanto como él lo hacía. —Pasé saliva con rigidez, esperando a que continuara—. Pero el camino para conseguirlo tenía sus dificultades... íbamos a bares y fiestas privadas, tocábamos algunas canciones y conseguíamos algo de dinero. Aunque eso nunca era suficiente para nada. Un día luego de un concierto, estábamos tomando algo y Vincent me dijo que podría hablar con la dueña del local. "Habla con ella, trata de ser amable" me dijo "piensa que eres muy talentoso". —Soltó una risa tosca—. A ella le gustaban los chicos jóvenes y si yo me portaba bien, podríamos tocar para personas realmente influyentes en el mundo de la música. —Enfrentó mi mirada, en un silencioso reto—. Nunca antes había tocado a una mujer... pero no me importó, porque quería lo que Vincent, ¿sabes? Quería vivir de la música y sabía que el sexo sólo era otro paso en la vida, ¿qué más daba si era con ella o con una chica de mi edad? ¿Qué más daba si me gustaba o si tenía que cerrar los ojos para armar la imagen? —Sonrió con amargura—. ¿Qué más daba? No importaba porque ella fue la primera de muchas, resulta que a las mujeres con dinero les aburren sus maridos y no les importa hacer sus propias fiestas para tener algo de diversión. La música ya pasaba a ser algo secundario, sólo éramos contratados para ejecutar un acto y ese rara vez era un escenario. Vincent nos daba coca, a mí y a los otros que habían caído con el cuento de ser famosos... pequeños sacrificios para llegar a la cima —recitó, tal vez citando las mismas palabras de su padre—. La cocaína nos ayudaba a no pensar en lo que hacíamos, a veces estábamos tan drogados que apenas si recordábamos lo que pasaba o... —Se silenció, mordiéndose el labio con fuerza antes de agregar dos palabras que trajeron nuevas lágrimas a mis ojos—. Con quien.

—Neil... —Intenté decirle que no necesitaba saber más, pero él no me hizo caso.

—Me decía a mí mismo que no era tan malo, que en realidad me gustaba y que estar sobre un escenario cantando lo compensaba todo. La cosa es que una parte de mí sabía que aquello estaba mal, pero me negaba a creer que mi padre me haría ningún tipo de daño. A él en verdad le gustaba escucharme cantar, y yo quería hacerlo feliz. —Se cubrió el rostro dejando ir un suspiro tembloroso, paraluego presionarse los ojos con fuerza y dirigirle sus siguientes palabras a lamesada—. Y cuando regresaba a casa de mi abuelo, veía a otros chicos de mi edad y pensaba que quería ser como ellos, pero no sabía cómo decirle a mi abuelo que me ayudara. —Dos gotas cayeron sobre la isla donde él estaba y yo me cubrí la boca en un intento de ahogar mis sollozos—. No quería que supiera lo que hacía, no quería que se avergonzara de mí... —Neil me observó al cabo de un largo minuto, mis lágrimas marcaban caminos salados sobre mis mejillas y sus ojos estaban rojos por la fuerza con que intentaba contener el llanto. Aunque no me importaba si lloraba, tenía todo el derecho del mundo a hacerlo, tenía razones para protestar y despotricar. Después de todo, como cualquier niño había confiado ciegamente en su padre y ese ser que debía de haberlo cuidado, lo entregó como algo menos que mercancía. Su padre era repulsivo, no era una mala persona, era un hijo de puta sin alma—. Tuve una sobredosis en una de las fiestas y Vincent desapareció, la única que estuvo conmigo fue Tess. Ella era otra de las "estrellas" de Vincent, e incluso sabiendo que se cargaría grandes problemas con sus padres de acogida, ella llamó a una ambulancia y me hizo llegar al hospital. Permaneció conmigo hasta que mi abuelo llegó, habló con la policía y dio las explicaciones que yo nunca me había atrevido a dar. Mi abuelo se encargó de todo después, hizo que fuera a un centro de rehabilitación, me puso a trabajar con él en su constructora, me pagó la universidad y cuando me gradué, me dejó el control de todo porque se sentía culpable. Él pensaba que era su culpa, ¿sabes? Pensaba que no me había puesto la atención que debía, que me había dejado demasiado solo, que nunca se debió fiar de Vincent. —Negó con suavidad—. Nunca creí que fuese su culpa, pero se murió antes de que pudiera decírselo.

—Oh... Neil. —Él se puso de pie al oírme rodeando la isla con cautela, hasta detenerse a mi lado con un gesto de silenciosa espera. Lo miré desde mi posición en el taburete y tras un solo segundo de consideración, lo arrastré de la cintura para estrecharlo en un fuerte abrazo.

—No llores —pidió por sobre mi cabeza, apretándome aun más contra su cuerpo—. Por favor, Sussy, no quiero verte triste por mi causa... —Su mano se cerró en mi cabello, sosteniendo mi cabeza sobre el latido acelerado de su corazón—. Tú eres demasiado hermosa, graciosa, espontánea y vibrante como para llorar por mí, ¿bien? Casi desde el primer momento en que te conocí, supe que eras algo diferente.

—No lo soy...—musité con la voz apenas reconocible.

Neil me apartó de su pecho, colocando su pulgar en mi mejilla para atrapar una pequeña lágrima.

—Lo eres, confía en mí. —Me miró con intensidad, parpadeando una vez en dirección a mi boca y maldiciendo para sí mismo después—. Estoy tan acostumbrado a engañar a las personas, a actuar normalidad para que no quieran indagar más de la cuenta... que me confundió bastante cuando me vi queriéndote decir más sobre mí. Tú eres todo lo que yo finjo ser, eres real y con sólo intercambiar dos palabras contigo, supe que nunca tuve una oportunidad. —Marcó un camino con su índice por la parte superior de mi labio, abstraído—. Lamento haberte mentido, nena, sólo que siento que sin importar cuánto tiempo pase siempre soy el mismo... soy ese que miraba en silencio cuando Vincent ofrecía a chicos para cosas que no querían. Soy el que convencía a los renuentes, diciéndole que con una línea encima todos los rostros eran iguales, el que engañaba por dinero, el que hurgaba en los bolsillos de los que se dormían... no soy mejor que él.

—No digas eso, Neil —lo acallé, tomando su mano para presionarla con la mía. Finalmente comprendí algo, finalmente entendí lo que significaba para Neil la promesa de ser bueno. Él se consideraba a sí mismo alguien malvado, él se creía igual que Vincent y no podría estar más equivocado, pobre tonto—. Eras un niño en ese entonces, un niño que estaba atrapado y que quería confiar en su padre. No hiciste nada malo, Neil, te mantuviste con vida y eso no está mal.

—Fui egoísta, muchas veces hice de cuenta que no veía la suplica en los ojos de los demás. Sólo me encogía de hombros, me daba la vuelta y me alegraba de no estar en su lugar.

—¿A qué te refieres? —dije en un susurró. Él levantó mi mano a la altura de su rostro, la presionó contra su mejilla para luego ofrecerme una mirada lejana.

—No siempre eran mujeres. —Di una brusca inspiración, logrando que él retrocediera frente a mi reacción—. Vincent nunca me obligó a nada, aunque no dejaba de decirme que no era tan malo. Pero por cada negativa que yo daba a algún hombre, otro chico debía tomar mi lugar... y yo me alegraba de no ser él. —Mi mente quedó en blanco tras oír aquello, tratando de imaginar ese mundo que me contaba, viendo a un joven Neil o a Tess drogados con poco o nada de control sobre sus decisiones. Me sentí enferma de sólo pensarlo—. ¿Sussy? —Dirigí una mirada ausente en su dirección—. ¿Quieres que me vaya ahora?

Negué con suavidad, incorporándome de mi asiento para que estuviésemos frente a frente.

—No al menos que tú quieras irte.

—Quiero saber lo que piensas...

—No eres malo, Neil —lo interrumpí con firmeza—. No hay maldad en ti, sólo las consecuencias del descuido de las personas que debían cuidarte. Y creo que entiendo porque te comportas como lo haces, piensas que debes amoldarte a los demás para que no crean que eres alguien malo. —Él esbozó una suave sonrisa, sin decir nada—. Que si dejas ver tu mal genio, podrías volverte como Vincent y dejar de interesarte en los demás. Pero no eres así, te importan las personas a tu alrededor y estás siempre dispuesto a disculparte, a aceptar o a callar para no romper un vínculo. ¿Crees que eso lo haría alguien malvado?

—¿No? —dijo casi en una pregunta.

—Claro que no, bobo. —Le tendí una mano para que se acercara y él la tomó sin vacilar, estrechándome en sus brazos con la confianza propia que demostraba para casi todo. Era una vez más mi Neil, el que había aprendido a callar sus fantasmas para esbozarle una sonrisa insolente al mundo que no se había comportado amable con él.

—Quiero besarte.

Sonreí, alzando la cabeza para encontrarme con sus ojos dorados expectantes. Neil se inclinó con la intención de cerrar nuestras distancias por completo, pero al último segundo le aparté el rostro. Bufó, intentando dar un paso hacia atrás pero mis manos estaban firmemente cerradas entorno a su cintura, impidiéndoselo.

—También quiero besarte —le espeté, seriamente. Él enarcó una ceja en gesto confuso, pero no hizo la pregunta que se leía en su rostro—. Pero antes creo que deberías saber algo.

—¿Qué cosa?

Me encogí de hombros, posando una mano bajo el hueco de su clavícula para luego dejarla caer sobre su pecho, deslizarla sutilmente a la altura de su esternón hasta que acabé mi viaje sobre su abdomen el cual se contrajo bajo la caricia, como si su cuerpo despertara a la vida con el paso de mi mano.

—Sí hay bebé. 

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Lucas: Hijo de puta, ya lo presentía. 

Jace: ¡Bru tendrá un primito o primita! Lo siento, Lucas, pero no puedo enfadarme con esto. Felicidades, Neil.

Neil: Si... gracias, creo. 

Lucas: Muestra entusiasmo o tu muerte en el mar, será un hecho. 

Jace: Dale tiempo para que se acostumbre a la idea. Mientras vamos a dedicar el capítulo... es para una lectora muy fiel, realmente todavía recuerdo sus primeros comentarios y su modo de compartir con nosotros cada historia. 

Lucas: Una dominicana que siempre nos ha acompañado...

Neil: Pero que quiere más a Neil sobre todos los demás ¿verdad? Krol, espero que hayas tenido un muy feliz cumpleaños, espero que sigas estando del otro lado por muchos años más siguiéndonos la pista! Gracias a ti, ahora puedo presumir abiertamente que tengo una dominicana veinteañera favorita ;)

Lucas: Mejor deja de buscar mujeres en otros países y hazte cargo de la que tienes aquí. 

Neil: Bla, bla, bla... Krol, espérame que en breve estaré por esos lados. 




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