Proceso de elección
¡Hola! Lo prometido es deuda, no? Dije que hoy iba a subir el primer capítulo de esta historia y acá estoy. No es un truco, eh, no lo subo este día en especial para que me digan que les gusta. O sea, pueden romper mi corazón y decirme que no les gusta, a lo sumo voy a irme a llorar a una esquina y golpear mi cabeza contra la pared. Pero ustedes, tranquilos xDD
Bah, bueno, me pongo seria. Como siempre que subo un primer cap. ustedes saben que es un piloto... puede funcionar como no. Y también los que me conocen, saben que me gusta empezar con ciertos clichés, pero ya verán el camino que toma la historia más adelante. Y en cuanto a los que recién se topan conmigo, les recuerdo que esta historia se desprende de una serie de historias que ya están publicadas en mi perfil. Las otras listas. Ahora sí, sin más dilatación el capítulo piloto. Espero les guste, yo me voy a festejar mi cumpleaños :D
Capítulo I: Proceso de elección
Supongo que cuando eres dueña de tu propio negocio, te codeas con gente importante, tienes grandes ambiciones con respecto a tu trabajo, posees independencia financiera y una casa propia que podría pasar por caprichosamente excesiva, podría decirse que no te va nada mal en la vida ¿cierto? Claro, eso sin contar tu metro setenta y uno, tus medidas de modelo de revista, tu personalidad eléctrica y tu cabellera castaña de infarto (así me habían descrito una vez, las quejas a ellos). Es decir si vas por la vida portando esas cualidades, difícilmente alguien diría que te podría faltar algo o que estás en busca de algo.
Lo extraño es que nunca pensé en realidad estar necesitando ese “algo”, no al menos hasta que unos meses atrás me encontraba en el hospital mirando a mi nuevo sobrino—el hijo de mi hermana pequeña, cabe destacar—; tres kilogramos de pura belleza infantil, confinada en una mantita de color celeste con un patito en el costado derecho. Jamás fui de esas personas que desean algo porque otros lo tienen, normalmente soy de las que despierta la envidia y el anhelo en los demás. La verdad es la verdad, vivan con ello. Así que cuando ese sentimiento extraño me golpeó en el hospital, no supe darle nombre y ni siquiera quise darle sentido.
Es decir, ¿un bebé? ¿Yo? Desde que cumplí los quince años tuve muy en claro lo que quería de la vida, quería que la vida fuese mi perra y no quería que nadie fuese un obstáculo en mi camino. Al cumplir los treinta me di cuenta que lo tenía todo; el empleo, el conocimiento, la casa, el maldito perro e incluso planes para ampliar mi negocio. Visto así, ¿por qué motivo querría complicarme adhiriendo alguien a mi idílico pedacito de paraíso? No es que me fuera muy mal en las relaciones, tuve novios como cualquiera otra, tuve relaciones buenas y relaciones de mierda, pero ninguna lo suficientemente estimulante como para hacerme pensar: esto es lo que buscabas, aquí te quedas.
Y aun cuando sabía que no iba a chasquear mis dedos y mágicamente aparecerme un hombre listo para ser padre, todavía tenía metida la idea en mi cabeza. La idea del bebé, digo. Al ver a mi sobrino, no pude evitar pensar cómo sería tener uno por mi cuenta. Un pequeño o pequeña—eso sería indistinto—que me amara incondicionalmente, que me viera como Bruno miraba a mi hermana, como si ella contuviera todo su mundo y más en sus manos. Era la clase de afecto puro que nunca iba a poder experimentar, y me enrabiaba saber que todo se debía a que no tenía un jodido hombre que me proporcionara la parte más técnica del asunto.
¡A la mierda el hombre y la relación! No tenía tiempo para meterme en otra convivencia de pareja que a la larga terminaría con un corazón roto, mudanzas y la difícil decisión de quién se queda con el perro. Yo quería un bebé, tan simple como eso. Incluso cuando nunca me hubiese visto en ese plan, tener treinta y un años y que mi vida amorosa se limitara a mis encuentros formales de cada sábado con mi consolador, era triste. Pero ya había aceptado que no tenía material para novia o esposa; cuando tus padres pasan la mitad de las reuniones familiares hablando de tus tórridas aventurillas, comienzas a hacerte la idea de que simplemente no fuiste hecha para ocupar el papel de dama. Y, siendo honesta, yo no encajaba en el rol de mujer que se queda en la casa para cuidar a los niños mientras el hombre sale a cazar la cena, pero eso no significaba que no encajara en el papel de mujer en lo absoluto. Toda mi vida supe que si quería algo tenía que ir con todo mi arsenal para conseguirlo, toda mi vida supe que no podía esperar que los demás lo hicieran por mí.
Así que dado que no podía esperar a que un hombre tropezara conmigo y súbitamente me dejara embaraza—no que fuera a descartar la opción sin más—, había recurrido a un método mucho más práctico. Uno del cual nadie podía enterarse, por supuesto.
—¿Señorita Hassan? —Alcé la vista de mis manos enlazadas sobre mi regazo y la recepcionista me ofreció una breve sonrisa tranquilizadora—. El médico la verá ahora.
Pues ya saben lo que dicen: si la cigüeña no va a Mahoma, Mahoma va a un banco de semen.
***
No voy a decirles que un día me levanté y súbitamente me sentí sola, al punto de querer arrastrar a un inocente a mi vida. No es así como las cosas pasan siempre, no es la soledad estrictamente la que impulsa a una a querer tener hijos. Pero cuando mi abuela me observó unos meses atrás y me dijo: «pronto se te acabará el hilo del carretel, niña.» Me fue francamente difícil no pensar las implicaciones que envolvían a esa frase. ¿En verdad se me estaba acabando el tiempo? Jamás había pensado en el tiempo como un factor relevante, es decir, física y mentalmente me sentía joven aún, pero al parecer eso no impedía que el hilo de mi carretel se volviera más y más corto conforme seguía esperando a mi príncipe azul.
Así que sí, básicamente, tomé la decisión de no poner a prueba la teoría de mi abuela. Si había un momento determinado para tener familia (para que yo la tuviese) este sería, y no había vuelta atrás o más especulaciones.
Luego de la consulta con el médico y tras verificar que aún no se me habían secado los huevecillos de la fertilidad, fuimos por los temas más serios. El padre. El doctor Osés, había sido bastante clínico con la explicación sobre el padre. Incluso me había alentado a confeccionar una lista de las cosas que yo quería de mi donante, no importaba qué tan descabellado o tonto fuese mi pedido, todo debía ser puesto sobre la mesa al momento de escoger. Es decir, estamos hablando del hombre que le donaría la mitad de su patrón genético a mi hijo. Él debía ser un hombre escogido de forma metódica. Y si bien ya tenía una idea de lo que no quería, todavía tenía mis dudas sobre lo que sí quería. No fue hasta que el doctor Osés lo mencionó, que caí en cuenta de los detalles más finos de la cuestión. ¿Lo quería rubio? ¿Moreno? ¿Asiático? ¿Caucásico? ¿Gordo? ¿Alto? ¿Flaco? ¿De ojos azules? ¿Verdes? ¿Negros? Había tanto para escoger, que era imposible no sentirse algo abrumado con todo el popurrí de atributos masculinos en la carta. ¿Quién diría que hacer bebés sería tan complicado? Yo quería embarazarme, no dar a luz al próximo presidente de la nación. Si el niño era capaz de leer, escribir y hacer del dos en el baño, me daría por bien servida.
Afortunadamente para mí, luego de mucho deliberar pude hacer un recorte bastante convincente de todas mis opciones. Y terminé por reducirla a tres posibles candidatos. Había optado por la donación con conocimiento del donante, lo que más o menos significa que si algún día mi bebé quería saber sobre su padre, tendría los medios para poder encontrarlo. No es como si yo fuera a conocer al hombre, ni mucho menos, pero sus datos estaban a mi disposición por si al niño/a se le presentaban dudas sobre su procedencia. Bastante genial, ¿no? Estos hombres al menos daban a entender que no habían donado su esperma porque sólo buscaran algo de dinero fácil, ellos querían ser de ayuda para personas con dificultades para concebir. Y para mí, que no tenía dificultades para concebir, sino dificultades para hacerlo del modo convencional.
Y al parecer también dificultades para decidir.
Miré las carpetas que me había traído del banco de esperma, tratando de tomar la decisión como una mujer adulta que buscaba embarazarse de un padre comprado. Tenía a tres hombres que eran sutilmente parecidos a mí, había llegado a la conclusión de que quería que mi bebé se me pareciera un poco. Puesto que ya iba a tener problemas para explicar su procedencia, lo mejor sería asegurarme que no surgieran dudas luego sobre su originalidad. Oh, rayos, eso ha sonado horrible.
Entonces tenía al moreno de ojos verdes, al castaño de ojos castaños y al rubio de ojos verdes. Ese último era el que más cosquillas le hacía a mis entrañas y no por las razones que están pensando, él no se parecía tanto a mí sino más bien a mi hermano, y la verdad que tener un niño parecido a mi hermano me sonaba algo retorcido. No que mi hermano fuese de mal ver, pero cabía la posibilidad de que el niño luego cogiera sus hábitos y tener a dos seres humanos como Lucas, sería contraproducente para la raza humana. Si lo conocieran, sabrían a lo que me refiero. Pero en fin, adiós al rubio. Simplemente ese no iba a funcionar. Así que me quedaban el moreno y el castaño.
Suspiré.
—Necesito un trago para esto.
Descrucé mis piernas, colocando todos mis papeles sobre posibles papis en la mesa de luz. Y me arrastré hasta una silla para recuperar la chaqueta con capucha que usaba para vegetar a puertas cerradas. No pueden negarme que las chaquetas sean los mejores atuendos para disimular el no llevar sostén, ¿cierto? De todos modos no es como si esperara que una pasarela se desplegara para mí al abrir la puerta, así que el tema del sostén no era de vida o muerte y la chaqueta era perfecta para la ocasión.
Tras tomar mi llave magnética y corroborar brevemente mis ojos en el espejo del baño, salí de mi habitación directo al bar del hotel. Obviamente no vivo en un hotel, ¿qué están creyendo de mí? Pero sería bastante estúpido de mi parte intentar quedarme embarazada en secreto—remarquemos eso de “en secreto”—, dentro de mi pueblo. Sobre todo porque en mi pueblo no hay clínicas de fertilización asistida, pero eso es punto y aparte. ¿Se imaginan toparme con mis padres luego de dejar que un doctor “jugase al doctor” conmigo? ¡Dios! Sería demasiado, incluso para mí. Por eso había decidido apartarme bastante del lugar donde nací y crecí, tratando así de reducir al mínimo las posibilidades de coincidir con alguien conocido.
—¿Qué te pongo?
Alcé la mirada de la servilleta que había tenido el mal tino de posarse debajo de mi mano y observé al camarero con cierto grado de incredulidad. ¿Siquiera era políticamente correcto preguntarle eso a una mujer? Mi antigua yo, o sea la aún no futura madre del niño probeta, habría sonreído coquetamente y dicho algo que le asegurara un trago gratis. Pero eso ya era parte del pasado, la nueva yo no se ganaría tragos por su condición de mujer hermosa, la nueva yo se limitaría a impartir el conocimiento desde ese momento.
—Martini… seco.
El hombre asintió, dándole una segunda mirada a mi rostro y luego se marchó a cumplir con mi pedido. Me senté en una esquina de la barra sin ponerle mucha atención a nadie en particular, mayormente porque mi cabeza seguía en su debate interno entre el moreno y el castaño que me fecundarían. Iba a tener que revisar mi lista una vez más y tal vez ponderar la decisión basándome en el que más ítems cubriera de la misma. Sería lo justo, ¿no?
Le di un trago a mi segundo Martini tras pasar media hora sentada sin conseguir aclarar mis ideas. Sabía que en el futuro, si todo el asunto del bebé funcionaba, iba a tener que renunciar a la ginebra para calmar mis nervios y justamente por eso le estaba dando la correcta despedida. Sería un sacrificio grande, tal vez uno que me haría incluso replantear todo el plan desde sus bases, pero la ginebra y yo podríamos reencontrarnos más adelante. Sólo pondría nuestra relación en pausa, más teniendo en cuenta que tendría que criar al pequeño/a por mi misma. La ginebra pasaría a ser una necesidad entonces, una aliada.
—Esto no es el final de lo nuestro… —le susurré a mi copa, sosteniéndola por su fino y delicado tallo. Era tan hermosa—. No eres tú, tienes que saberlo. Hemos pasado por buenos momentos, me divertí mucho contigo y…
—¿Exactamente qué fue lo que te hizo esa copa, mujer?
Di un sobresaltado brinco en mi taburete, mandando a volar los restos de mi delicioso Martini sobre mis pantalones de yoga. Mis ojos se demoraron un instante en la espada con aceitunas que fueron a aterrizar junto a un par de zapatos marrones; esas aceitunas que ya no podría degustar. Suspiré por tercera o cuarta vez en la última hora, y lentamente arrastré mis ojos desde los zapatos marrones, a lo largo de unos pantalones de jeans gastados, pasando por una camisa negra y terminando en un rostro que para mi desgracia, era bastante familiar.
—Mierda…
—Vaya, Su, también me alegro de verte. —Él sonrió en un gesto que le era bastante natural, las pocas veces que lo había visto siempre había portado la misma sonrisa confiada. Daba la impresión de que él sabía algún secreto que el resto de nosotros desconocíamos, y se burlaba de nuestra ignorancia en su fuero interno.
Sé que es algo retorcido el pensamiento, pero me era imposible no verlo y sentir que se estaba burlando del mundo en general con esa sonrisita de suficiencia.
—Hola, Neil, me debes un jodido trago —le indiqué, señalando mi entrepierna mojada con un ademan.
Neil bajó su mirada hasta el punto que le enseñaba sin en el menor de los pudores y luego enarcó una ceja de un modo vagamente curioso; me miró.
—Tú sí que no te andas con vueltas, Sussy.
—No cuando me dejan toda mojada e insatisfecha —le arrojé de regreso, a sabiendas que él no lo tomaría a mal. Lo vi hacer su camino hasta el taburete a mi diestra en completo silencio, hasta que se sentó dándome su perfil.
Finalmente colocó sus brazos sobre la barra, impulsándose lo suficiente como para robar una botella del otro lado. El cantinero le echó una mirada de reojo, pero en vez de detenerlo o regañarlo por su osadía, él sólo le sonrió en gesto de reconocimiento.
—Bueno, no sé si pueda hacer algo por tus pantalones mojados… —Sirvió un poco del liquido trasparente en una copa y luego la arrastró hasta acercarla a mi mano—. Pero tal vez podemos trabajar juntos en eso de la insatisfacción.
Lo miré de forma automática, topándome con sus juguetones ojos castaños fijos en mí. No, yo no iba a hacer esto. Esto sería algo de la vieja Sussy, esa que ni dudaría en tomar la invitación de un chico lindo con un cuarto de hotel vacío y con una botella de ginebra a la mano. La nueva Sussy no se dejaría arrastrar por la tentación, ¿no?
—¿Y qué tienes en mente?—Apuré mi bebida con un solo trago dándole una sonrisa de soslayo. Después de todo, bien podría aplicar el plan de vida de la nueva Sussy en la mañana.
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Eso es todo de momento, ¿les gusta la idea? Ya me dirán, porque en caso de que les guste... voy a empezar a publicarla (de forma constante) una vez que termine la historia Cameron Brüner. Les dejo un saludo y ya saben, un gusto volver a emprender otro viaje con ustedes.
Tammy ^^
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