No puedo
¡Feliz año nuevo! Espero que lo hayan empezado bien, yo voy a dejar rápido el capi y seguir mi camino. Disculpen pero no creo que vaya a poder responder los comentarios del cap anterior, hoy es el cumpleaños de la persona que más quiero en el mundo mundial. Mi papi!! :D Y también de otra persona más, pero eso dejo que se lo cuenten los chicos. Disfruten la lectura, vamos metiéndonos en esa parte de la historia O.o
Capítulo XXIX: No puedo
El domingo por la tarde me desperté con una sacudida un tanto brusca, arrastrándome fuera de un sueño que había sido desagradable pero del cual no podía recordar detalle alguno. ¿No detestan cuando pasa eso? Me senté en la cama algo aturdida, tratando de situarme en espacio y tiempo; estaba en la casa de Neil. Por eso todo al principio me pareció ligeramente extraño, las sábanas negras de seda —más propias de una cama para película porno que para una habitación de la casa—, el edredón con patrones negros y blancos, y los horribles muñecos de batalla que me observaban desde un estante al otro lado de la habitación. Todo eso sin duda no ayudaba a que el despertar fuese más armónico, mucho menos después de un sueño que sin duda me había dejado inquieta. Neil tenía una habitación de hombre y yo todavía no me sentía con la confianza suficiente como para poner algo de mí allí. Pero no por eso iba a declinar tomar una siesta en su cama, yo dormiría sin importar cuántos muñecos horribles me vigilaran desde los estantes.
Salí de la cama luego de desenredarme de las sábanas y tras colocarme una camisa que él había dejado sobre la silla, me detuve un instante en el espejo y miré mi vientre con expresión crítica. El bulto que hacía el Cachorro bajo la tela de la camisa a cuadros de Neil, apenas era detectable. Bufé ante la expectante mirada de los muñecos feos y luego volví a la cama, arranqué las sábanas de un tirón y las lancé sobre aquellas bestias mironas.
—Ustedes serán los primeros en volar de esta casa. —No que albergara la idea de vivir allí de forma permanente, pero sabía que mi tiempo para tomar una decisión sobre eso se acabaría tarde o temprano. Y tenía que salir con una solución de una buena vez. O bien me mudaba a Portland e intentaba hacer vida de hogar con Neil, o me quedaba en mi casa y él se dedicaba a hacer de papá de fines de semana. Ambas opciones tenían su atractivo, ¿para qué negarlo? No quería dejar todo lo que había conseguido en mi vida sólo por un hombre, eso chocaba con la imagen de mujer independiente que tanto me esforcé por lograr. ¿Eso me hacía egoísta? ¿Acaso era un modo de negarle a mi bebé la posibilidad de tener una familia completa? Por mucho que me decía que el sacrificio debía ser de los dos, sabía que no sería capaz de vivir en paz conmigo misma si hacía que Neil se mudara a mi casa e intentara arreglárselas para seguir trabajando. La posibilidad de que él se trasladara de forma permanente era casi nula, y si lo hacía, cosa que no iba a descartar sin más, lo haría porque se vería sin más opciones. Lo haría porque era lo esperable, no porque en realidad lo quisiera. ¿Y yo lo quería? ¿Quería dejar mi vida e iniciar una completamente distinta en Portland con él?
Mi cabeza comenzaba a gruñir maldiciones con la sola enunciación del problema, no quería pensar en eso. No quería tener que resolver algo que podía esperar hasta el nacimiento del bebé, cuando el Cachorro estuviese con nosotros saldría con una solución. Estaba casi segura de ello.
Me di una rápida ducha, sintiendo la mente desconectada de mi cuerpo. Desde que habíamos iniciado ese arreglo de fines de semana, no había dejado de darle vueltas a mis opciones. Y en todos los casos terminaba tan frustrada como al comenzar. Odiaba no tener soluciones y más odiaba que Neil fuera así de guapo y atento conmigo, de lo contrario no me habría costado nada mandarlo al diablo y lanzarme a la vida de madre soltera. Mientras bajaba las escaleras en su búsqueda, comencé a escuchar gritos e insultos que sin duda harían escocer los oídos de una monja.
—¡No tienen sangre estos putos! —tronó la voz de Neil, a tiempo que yo alcanzaba el último escalón y mi vista lo encontraba medio acuclillado sobre uno de sus sillones individuales. A su lado se encontraba Jace, igual de tenso que Neil, con los ojos fijos en la pantalla del televisor y las manos moviéndose frenéticas en un inofensivo mando a distancia.
Por supuesto, esa pasión desmedida sólo podía significar una cosa: videojuegos.
—Oh, oh, mira eso... ¡mira eso! —La voz de Jace estaba bañada en consternación—. Merda! ¿Qué le pasa a este tipo? ¿Te compraste el árbitro, Joyce?
—No me culpes si tu equipo de pechos fríos se dejó las bolas en el banco de suplentes.
—¡En serio! ¿Qué putada...? —Entonces sus ojos grises cayeron sobre mí de forma casi accidental y con una sonrisa algo tímida, susurró—: Hola, Sussy.
—Hola, Jace. ¿Y Bru?
Neil se volvió un instante para guiñarme un ojo a modo de saludo.
—Ha sido vetado de los domingos de fútbol, hasta que aprenda a no llorar en los minutos de descuentos —explicó el padre de mi hijo, haciendo gala de sus maravillosos instintos.
—Es un bebé —dije, incapaz de no defender a mi pequeño sobrino. ¿Cómo se le ocurría vetar a un bebé porque lloraba?
—Sí, por eso.
Abrí la boca pero no supe cómo responderle, no me gustaba mucho cuando me dejaba sin palabras por las razones equivocadas. En momentos como ese, en realidad no tenía muchas dudas de lo que quería hacer con él. Y todo podría resumirse en mi mano presionando sus testículos con fuerza, hasta que el dolor o la inminente posibilidad de quedar estéril lo hicieran recapacitar antes de pronunciar palabras tan desatinadas. Me giré hacia Jace con los brazos en jarra, esperando que él objetara algo, pero se limitó a encogerse de hombros y volver la vista a la pantalla.
—¡Penal!
—¿Qué? ¡Mierdas tuya, Di Lauro!
—¡A llorar a tu mezquita! —exclamó Jace entre risas. Neil bajó el mando con gesto afligido y le envió una fría mirada a su compañero de juego.
—No soy musulmán, idiota, soy judío.
—Bueno, ve a llorar donde lloren los judíos —se justificó mi cuñado, sin darle mayor importancia—. Ataja, ya tengo a mi goleador estrella listo.
Negué aún cuando ninguno me estuviese mirando y me dispuse a buscar algo para comer en la cocina. Los domingos de juegos era algo que ellos siempre hacían, como una tradición que databa de su época de estudiantes universitarios. El primer domingo que me quedé en la casa de Neil y Jace apareció por la mañana con cervezas y patatas fritas, todo se sintió algo surrealista. Pero no tuve el valor como para reclamar la atención de Neil, no después de que él viajara casi constantemente a mi casa y resumiera su vida a trabajar y conducir por horas. Se merecía su domingo de juegos, merecía poder distenderse con Jace, reír, insultar y hacer cosas de chicos. Así que los siguientes domingos me limité a quedarme en la habitación o bajar de tanto en tanto, para husmear a hurtadillas en sus conversaciones. Las cuales, para gran decepción de la audiencia, versaban casi siempre sobre juegos de vídeos, autos, edificios y en contadas ocasiones, el clima. Tanto Jace como Neil tenían una extraña animosidad hacia el clima, nunca hablaban del clima para llenar el silencio como la mayoría de las personas normales harían. No, para ellos ese tema era todo un asunto a tratar y podían hablar largo y tendido de una simple llovizna.
—¡Nena, ven aquí!
Rodé los ojos, deteniendo mi andar a medio camino de la cocina.
—No soy tu perro. —Me acerqué a él con la barbilla levantada en gesto desafiante—. Llámame por mi nombre.
Jace rió entre dientes desde su lugar, pero no se atrevió a apartar la vista de la pantalla.
—Lo siento, Susan Lucille Hassan...
—¡Oh por Dios! —Descargué un golpe para nada delicado en su hombro y Jace estalló en carcajadas sin poder contenerse—. ¡No puedo creer que me llamaras así frente a otras personas! ¿Eres idiota?
Neil también comenzó a reír frente a mi reacción, pero es que era de no creerse. ¿Acababa de perder el poco de sentido común que le quedaba? Odiaba mi nombre completo, él lo sabía pues me había sentido lo bastante mortificada en la consulta del médico cuando tuve que decirlo en su presencia. Las verdad es que sentía que no combinaba conmigo en lo más mínimo y jamás de los jamases le permitía a nadie llamarme de ese modo. Volví a golpearlo, pero en esa ocasión Neil me atrapó del antebrazo, jalando de mí hasta que no tuve más alternativas que sentarme en su regazo. Lo miré, enfurruñada.
—Yo no escuché nada —espetó Jace con solemnidad, ganándose una adusta mirada por parte de Neil.
Sentí su mano rozar mi muslo para acomodarme mejor y automáticamente aparté mi atención de Jace para situarla en sus ojos del color del whisky. El brillo del humor aún destellaba en ellos, haciéndolo lucir estúpidamente joven e infantil. Se inclinó para posar su boca en mi barbilla de forma delicada y con mucha lentitud, comenzó a arrastrar sus labios hacia los míos. Me aparté justo cuando su boca me rozaba y él soltó un suave bufido junto a mi cuello.
—Ni creas que voy a besarte, pequeño Judas.
—Tu nombre es encantador, no entiendo por qué no te gusta.
Coloqué una de mis manos sobre su hombro, siguiendo con el índice la línea de la costura de su camiseta.
—Es ridículo, así que no me llames así. —Incluso yo pude sentir el leve tono caprichoso en mi voz, pero me dio igual. Neil rozó mi labio inferior con su pulgar, jalándolo hacia abajo hasta que me hizo sentir un sutil cosquilleo en mis partes bajas. Ni siquiera era una verdadera caricia, pero ahí estaban mis bragas derritiéndose ante la invitación—. Basta. —Empujé su mano—. No con Jace aquí.
—Sí, por favor, a Jace no le gustaría tener que ir a terapia luego.
—Jace haría bien en cerrar la boca —le apuntó Neil, sin molestarse en mirarlo.
—¿Qué querías? —pregunté, recordando que me había hecho regresar de la cocina.
—Este penal es decisivo para el partido. —Miré la televisión que permanecía pausada con el juego congelado detrás de un tablero con nombres—. Necesito un poco de ayuda extra.
—No sé jugar ese juego —respondí, comenzando a incorporarme de sus piernas. Él me detuvo con su mano en mis caderas, haciéndome que al bajar rozara una parte de su cuerpo que antes no había estado tan despierta. Fruncí el ceño, era un jodido pervertido.
—No esperaba que tú jugaras, cariño, sólo quiero que me des suerte. —Alzó algo que estaba medio apretado entre nuestros cuerpos y me lo ofreció—. Bésalo.
—¡Ni hablar! —Aparté de un manotazo el mando a distancia que quería que besara. Eso era extraño por decir poco—. Debe estar lleno de gérmenes.
—Te aseguro que están limpios —interrumpió Jace, sacudiendo su propio mando en el aire. Si se trataba de él nunca iba a estar dispuesta a discutir sobre limpieza, o la falta de ella.
—No voy a besarlo de todos modos.
—Bien —masculló Neil, abriendo las piernas para encajarme en ese diminuto espacio de sillón que quedó despejado. Luego colocó el mando frente a mi cuerpo, acorralándome entre sus pesados brazos y con la mano que le quedaba libre, presionó suavemente mi barriga—. Ayuda a ganar a papá, Cachorro.
—No es un genio atrapado en una botella, no puedes frotarlo y pedirle deseos —protesté, aunque no fui capaz de apartar su mano del bebé. No me tocaba allí a menudo, lo cual era una sensación extrañamente agradable.
—Calla —me silenció, dándole una pequeña caricia antes de tomar el control—. Estoy listo, Jace.
Jace puso los ojos en blanco, para luego reanudar el juego con aire distraído. Neil se tensó a mis espaldas, mientras yo me veía obligada a observar como el jugador de Jace se paraba frente a la portería de Neil. Hubo un acercamiento al rostro del arquero de Neil y otro al jugador de Jace, el maldito juego era en verdad bastante realista. Entonces el jugador que ejecutaría el penal comenzó a correr hacía la pelota, tanto Neil como Jace movieron sus manos con rapidez sobre el control y el tiró finalmente fue lanzado. El balón voló todo el camino hasta la portería de Neil, justo cuando el arquero se lanzaba hacia la derecha y lo interceptaba con gran habilidad. Jace exclamó una maldición en italiano, tirando el mando al suelo y Neil soltó algo muy parecido a una risa de burla, dejando su mando caer al piso también. Entonces se incorporó de golpe, levantándome a mí en el proceso; sus brazos me rodearon por la espalda, su boca cayó en mi hombro en un centenar de pequeños besos y luego me volteó para tomar mi rostro entre sus manos y chocar sus labios con los míos sin demoras. Parecía que acababa de ganar la copa del mundo, cuando en realidad se trataba de un estúpido juego de vídeo. Pero cuando su lengua encontró la mía, húmeda, ávida e incitante, me importó un cuerno el motivo de ese beso efusivo, simplemente me entregué a él con completo abandono.
Neil me apartó un poco al cabo de un momento, bajó su mano a mi barriga y le propinó una suave caricia en agradecimiento al bebé.
—Al parecer sí es un genio —murmuró, aún con la vista en la mano con la que me acariciaba. Le sonreí como estúpida, porque en esos momentos en realidad me costaba mucho imaginar el futuro sin sus extraños pero dulces comentarios.
—Bueno, venga, Neil —prorrumpió Jace, sacándome de mi pequeña burbuja de idiotez—. Quiero la revancha.
Di un paso hacia atrás para liberarme de sus brazos y él volvió su mirada hacia mí de forma abrupta, por un segundo no supe cómo interpretar aquella fugaz emoción que cruzó por sus ojos dorados. ¿Inquietud tal vez? Estaba apunto de explicarle que me retiraba para dejarlo jugar con tranquilidad, pero entonces me tomó por la barbilla jalándome hacia él hasta que sus labios rozaron mi frente en un beso sutil. Lo miré, confusa, logrando que esbozara una sonrisa juguetona.
—Te seguiremos dando suerte desde el sofá grande, ¿te parece? —Desvió su mirada hacia el sofá en un parpadeo y luego regresó su atención a mí.
—De acuerdo. —Me besó de forma repentina, tomándome con la guardia baja una vez más—. Dios, nena... te amo.
Abrí los ojos como platos sin poder ocultar mi sorpresa al escucharlo y él hizo una pequeña mueca con sus labios al reparar en sus propias palabras, pero entonces se encogió de hombros con desinterés y sonrió. Sonrió de verdad, como si lo trajera sin cuidados lo que acababa de confesar en un exabrupto. Se dio la vuelta y regresó a su sillón, sin tener problemas en dejarme allí de pie completamente anonadada y encendida. Porque, ¿para qué negarlo? Ese "te amo" sólo había logrado que mi cuerpo ardiera por la necesidad de reclamarlo y besarlo con locura hasta que no tuviera más opciones que volver a decirlo.
***
Neil
Llevaba la última hora y media conduciendo, cargado con tres Red Bull que deambulaban errantes por mi sistema y como con diez fantasías frustradas que involucraban un cigarrillo entrando por la ventana y posándose en mi boca, como un ángel misericordioso que venía a apiadarse de mi alma de adicto a la nicotina. Sussy cabeceaba a mi diestra soltando pequeños silbidos por entre sus labios abiertos, con una de sus manos posada casualmente sobre el espacio entre los dos y la otra en su barriga.
Fruncí el ceño, llevando mi atención a la carretera aún cuando pensaba que podría prescindir por completo de tal cosa. Había hecho ese camino tantas veces en los pasados tres meses, que estaba seguro de poder cerrar los ojos y guiar la camioneta sin muchas dificultades. Aunque, obviamente, no pensaba hacer tremenda locura. Valoraba bastante mi vida, por mucho que les cueste creer eso. No que alguno de esos pensamientos estúpidos me ayudase a querer hacer ese viaje constantemente, en realidad estaba cansado de ir y venir como un jodido zombi. Echaba de menos mi casa, mi cama y dormir. Dios, cómo echaba de menos dormir de tirón; sin patadas, sin sentir uñas o brazos golpeándome en medio de la noche, sin el suelo acariciándome cada cierta cantidad de horas. Me gustaba Sussy, ya no tenía ganas de irme por la tangente como para negar eso, pero odiaba dormir con ella. Y me refiero a simplemente dormir, no a acostarme con ella. Eso me encantaba, podía estar con ella en casi cualquier lugar de la casa y sabría que valdría la pena. Pero al momento de irnos a la cama a descansar, sabía de antemano que lo que menos haría yo sería descansar. Lo peor es que no podía decirle que no quería quedarme allí, porque quería hacerlo pero ella era todo un caso a tratar. Incluso estaba tentado de jugar al bondage con ella y olvidar desatarla al acabar, quizá entonces podría ganarme una buena noche de sueño reparador.
—¿Neil?
Pestañeé con fuerza, clavando mis ojos en su bonita cara. Se había despertado en algún momento entre la fantasía con el cigarrillo y la idea del bondage que cada vez cobraba más protagonismo en mi cabeza. Sólo algunas sogas, nada que la lastimara o la marcara, sólo lo suficiente como para inmovilizarla. Y que sus nalgas quedaran hacia arriba, si iba a atarla sus nalgas deberían quedar hacia arriba para que yo pudiera realmente dormir como Dios manda.
—¿Hm? —Me removí incómodo en mi asiento, al notar cuánto comenzaba a gustarme esa imagen. Y eso que nunca me consideré un tipo con gustos extravagantes, pero amarrar a Sussy para dormir y contemplarla sin duda tenía su encanto.
—¿Quieres que conduzca yo? —Esa pregunta sin duda logró arrastrarme lejos de mis pensamientos eróticos.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Te ves cansado. —Gran noticia, no sólo me veía cansado me sentía exhausto y eso que el bebé ni siquiera había nacido. «Basta, Neil, eso fue injusto».
Suspiré, tratando de no seguir por aquella vía de reflexión.
—Estoy bien, tú duerme —le indiqué, más huraño de lo que había planeado. Sussy presionó los ojos en un gesto suspicaz, pero le aparté la mirada antes de que pudiera decir nada y me concentré nuevamente en la carretera. La oí bufar y por el rabillo del ojo noté que se colocaba de lado, para darme la espalda.
Ella estaría bien, el enfado no le duraría mucho. Además que yo tenía motivos para estar de mal humor, si ella se dignara a aceptar que no podíamos seguir viviendo a dos horas de distancia del otro, entonces estaríamos en paz. Necesitaba que se mudara a mi casa, incluso le ofrecí comprar una nueva para que no sintiera que vivía de prestado. Pero había rechazado cada una de las opciones que le presenté y ni siquiera había tenido un argumento lo bastante fuerte como para hacerlo. Simplemente no quería mudarse, su idea para el futuro era que yo condujera dos horas hasta mi trabajo todos los malditos días. Y eso cuando el tráfico estaba de buenas, porque cuando no, ni siquiera me atrevía a contar el tiempo que pasaba sentado en mi camioneta escuchando a el radio luchar por conseguir una buena señal. Estaba seguro que no podría soportar otros cuatro meses de lo mismo, no iba a esperar hasta que el Cachorro naciera. Tenía que hacerla decidirse, aunque esto supusiera ser un tanto hijo de puta en el proceso. Pero a momentos desesperados de un Neil con sueño, medidas desesperadas de un Neil bastardo.
—El martes voy a hacerme la ecografía en 3D, ¿vas a venir?
Presioné los labios, volviéndome en su dirección levemente.
—¿Qué cosa?
—La ecografía en tres dimensiones, dicen que es muy probable que podamos ver el sexo del bebé.
—Pensé que no querías saber su sexo —musité, ausente.
—Bueno dije eso porque el bebé no quiere mostrarse, pero si esa ecografía me dejará verlo, entonces quiero saber. ¿Tú no quieres saber?
Me encogí de hombros.
—Me da igual.
—Claro —masculló de forma repentina, perfilando su rostro hacia la ventanilla. ¿Ahora qué? Gruñí para mis adentros.
—Digo que me da igual si es niño o niña, siempre y cuando esté bien. —Esa era una respuesta comprada, casi pensé en patearme por mi falta de originalidad pero podía funcionar.
—Tienes razón. —¡Funcionó! Vaya mierda—. El médico dice que está todo bien de todos modos, pero me gustaría saberlo para poder comprarle más cosas.
¿Más? Si prácticamente tenía un armario lleno de tonterías para bebés, por un segundo llegué a pensar que tendríamos quintillizos.
—Le has comprado cosas como para que le duren hasta el primer día de universidad.
Ella soltó un bufido, cruzándose de brazos.
—Al menos yo le compré algo —masculló con tono mordaz.
La miré enarcando una ceja, pero sabiamente me abstuve de hacer un comentario al respecto. No podía desmentir sus palabras, ya que yo nunca le había comprado nada al bebé. Por algún motivo desconocido para mí, no lograba contagiarme de la emoción de Sussy o incluso de la que mostraban Jace y Sam por la llegada del Cachorro. Estaba bien con él, es decir, ya me había hecho a la idea y lo aceptaba. Pero no sentía el impulso de correr a las tiendas para comprarle cosas, ni tampoco me interesaban mucho las citas con el doctor o las extrañas imágenes que nos daban a descifrar los obstetras en sus pequeños aparatos. Ver al bebé en esa pantalla de blanco y negro para mí era como sentarme a buscar a Wally. Pero intentaba esbozar una sonrisa creíble cuando alguien me preguntaba por el crío, más o menos me figuraba que tenía que actuar como Jace pero de un modo algo atenuado. Sonreír, tocar su barriga cuando el bebé se movía, ir a las citas y abrazar a Sussy cuando me decía entre sollozos: "¿Lo ves? Ese es su piecito." Nunca llegué a ver su piecito, por cierto.
Sacudí la cabeza, molesto, cada vez que me dejaba ir en pensamientos me sentía como un desgraciado. No quería tener que admitir que no tenía ningún interés por conocer al Cachorro, no quería no quererlo. No quería que en el futuro él se diera cuenta que había hecho la peor elección de padre posible.
—De todos modos el martes no puedo —dije, arrastrándome de regreso a la conversación.
—¿Por qué?
—Tengo que ir a Montreal, ¿te acuerdas? —Nunca como en ese momento agradecí tanto tener ese compromiso previo. No veía la hora de llegar al hotel y morir en la cama por al menos tres días consecutivos, luego me pondría a trabajar. Luego hasta me volvería a sentir como una persona normal, luego podría regresar a la casa como un hombre renovado, listo para fingir un mayor interés en el crío. Le compraría alguna tontería y señalaría su piecito en el monitor, como si realmente fuese capaz de verlo allí. Tal vez en medio de todo ese circo, con algo de suerte, comenzaría a sentirlo como una parte más de mí.
—Oh, lo había olvidado —susurró, un tanto desanimada. Algo muy similar a la culpa picó en la parte trasera de mi conciencia, pero lo rechacé. ¡Tenía sueño con un demonio!—. Bueno, te enviaré una fotografía para que puedas verlo.
Asentí sin abrir la boca, dispuesto a dedicarme a buscar a Wally durante el viaje. Era lo menos que podía hacer por él... o por ella.
Viré para tomar la entrada de la casa de Sussy, agradecido de haber llegado y brinqué de la camioneta para bajar su pequeño bolso de viaje. Ella aguardó por mí en la entrada, dándome una sonrisa algo indecisa cuando la alcancé. Abrió la boca como si estuviese por decirme algo, pero al último segundo se giró y se dedicó a luchar con la llave de la entrada. Estaba un poco más callada que de costumbre, bien podría ser porque había descubierto algo tras mi falso entusiasmo por el bebé o bien la había inquietado con lo que le había dicho después del juego de vídeo. No fue algo planeado, lo juro. En el pasado les había dicho a muchas mujeres que las amaba, pero siempre porque esperaba conseguir un efecto positivo en ellas. Eran palabras que me brotaban con facilidad de los labios, una pequeña mentira que atenuaba el carácter más reticente y me permitía ganar algo. Un juego tonto, un recurso viejo para volverme más agradable para el otro sexo. A las mujeres con las que me había relacionado antes, les gustaba oír ese tipo de cosas, les gustaba pensar que podían ser amadas por fuera de sus matrimonios de conveniencia o lo que sea en lo que estaban metidas. Y yo siempre fui un chico complaciente, si me pedían amor les daba amor y cobraba lo suficiente como para hacerlo lo más real posible. Pero Sussy no me estaba dando nada a cambio, posiblemente ni siquiera me amara de regreso y aun así no quería retractarme. Era algo distinto, pero no iba a mentir diciendo que me desagradaba.
Fui a la sala y lancé su bolso en uno de los sofás, mientras ella se dirigía al baño muy posiblemente a orinar. Ella orinaba demasiado últimamente y yo me divertía abriendo canillas o haciendo ruido con distintos líquidos cuando estábamos en lugares públicos. Vi que en el teléfono destellaba una luz con un mensaje y presioné el botón para reproducirlo, Sussy sería capaz de escucharlo desde donde estaba.
«¡Hola, Sussy Lu! Sé que estás perdida en Portland con el macho tatuado, así que te llamo para avisarte que ya tengo tu libro de citas para esta semana organizado. El martes te cancelé todo, pero mañana tendrás que estar aquí a las nueve. Te amo.»
Sonreí con suavidad, a Caro no parecía costarle mucho decirle que la amaba. Casi y hasta sonaba como yo prodigando amor a mis conocidos, ¿no le había dicho a la asistente de Jace que la amaba aquella misma mañana? Sacudí la cabeza, el aparato de mensajes emitió otro pitido y un segundo mensaje comenzó a reproducirse.
«Susan, necesitamos hablar.» masculló una voz de hombre que no supe identificar. «No entiendo por qué me enviaste a tu abogado, como si no pudieras acercarte a mí para discutir este asunto. Quiero terminar con todo esto y lo mejor es que nos reunamos, voy a estar esperando tu llamada hasta...»
Alcé la vista abruptamente, al notar que la mano de Sussy había cruzado a toda velocidad para presionar el botón que eliminó el mensaje. ¿Qué demonios?
—¿Quién era ese? —le espeté, aunque tras una mirada a su rostro estaba casi seguro de saber quién era.
—No importa, déjalo ser.
—Y una mierda —la corté, atrapándola por la muñeca para que no se me escapara—. Era Alan, ¿no?
—Sí, era él —admitió con voz tajante, algo que sin duda me advertía de no ir por ese camino. Pero al demonio con eso, no conocía al tipo y ya había colmado mi paciencia en más de una ocasión. Fuese lo que fuese que había entre ellos, requería de la intervención del abogado ese con que había hablado la semana anterior y yo suponía que a estas alturas tenía algún derecho de exigir más que un "déjalo ser".
—¿Por qué te está llamando? ¿Qué quiere?
—No lo sé, Neil.
—Mientes. —Ella dio un perceptible paso hacia atrás tras mi respuesta, frunció el ceño y no fue hasta entonces que vi lo pálida que se había puesto. Mierda, mierda, mierda—. No me digas que no lo sabes, Sussy, no me subestimes de ese modo —dije, suavizando mi tono.
—Yo no... —comenzó a protestar, pero la silencié con una sola mirada suspicaz.
—¿No? Porque no tengo una imaginación tan vivaz, nena. Las pocas veces que el nombre de este tipo sale en una conversación te pones pálida, incluso creo recordar como temblabas en mis brazos luego de que hablaste con él en la casa de Jace. ¿Vas a decirme que estoy viendo cosas? Porque nadie tiene ese tipo de reacciones por nada... —Y por supuesto que tenía una teoría sobre eso, una que llenaba mi garganta de bilis. Pero no sería yo el que develara el misterio, debía nacer de ella la necesidad de decírmelo—. Así que... —dejé la frase inconclusa, esperando que Sussy tomara el hilo desde allí.
Ella me observó con sus ojos avellanas muy abiertos, incluso aunque no pronunciara palabra yo ya era capaz de ver la respuesta en su atemorizada mirada. La tomé por los hombros, arrastrándola con suavidad hacia mí pero ella se resistió plantando su mano en mi pecho para apartarme.
—No. —Me empujó impidiéndome que la abrazara, para luego observarme con una repentina actitud resuelta. El pequeño lapsus de pánico había pasado y ahora ella recuperaba el control—. Alan y yo compramos unos locales cuando estábamos juntos y los pagamos a medias, ahora él quiere venderlos para recuperar su parte. Es todo, por eso me llama y por eso le envié a Cristian.
Alzó la barbilla como retándome a contradecirla. ¿Estaba de broma? O en verdad me creía bastante estúpido. Sacudí la cabeza, sonriendo y deslicé mis manos fuera de sus hombros.
—¿En serio? —le lancé, una vez que me hube espabilado—. Así que sólo actúas de ese modo porque...
—¡Yo no actúo de ningún modo! —me cortó, haciendo que su voz chillara levemente—. Te dije lo que pasa con Alan y lo manejaré con Cristian, así que ya para.
Intentó rodearme para dirigirse hacia las escaleras, pero no me pude contener de tomarla del antebrazo para retenerla. Ella me miró de soslayo al cabo de un largo segundo de consideración, sus ojos brillaban con rabia o temor, no estaba seguro.
—Su, ¿qué fue lo que te hizo? —pregunté con una calma conjurada de un lugar desconocido para mí. Se encogió de hombros, bajando la vista al suelo como si no fuese capaz de enfrentar mi mirada.
—Nada —masculló, aún sin verme.
—Sussy, dímelo, me haré cargo de él —insistí con vehemencia.
Entonces una risilla irónica salió de entre sus labios apretados, logrando que frunciera el ceño con fastidio.
—No necesito que te hagas cargo de nadie, Neil. —Alzó la vista con renovada decisión—. Necesito que me dejes de joder, porque boté a Alan porque era un maldito controlador y tú pareces estar yendo por ese camino también.
Mi mano soltó su brazo sin que mi cerebro registrara la acción.
—¿En serio? ¿Me estás comparando con ese imbécil?
—No, ¡diablos! —Se cubrió el rostro con las manos en un gesto de frustración—. ¿Por qué no te das cuenta que no quiero hablar de él? Pertenece al pasado y he hecho un jodido esfuerzo por dejarlo allí, lo que menos necesito es que tú me hables de eso.
—¡Sólo intento ayudarte, Susan!
—¡No! Te inmiscuye en algo que no es de tu incumbencia.
—Todo sobre ti es de mi incumbencia.
Ella esbozó el fantasma de una sonrisa.
—Es mi mierda y yo lidio con ella.
—¿Cómo puedes ser tan hipócrita? —le espeté, sin poder contenerme. Había tratado de mantener la calma, pero eso terminó de empujar mis límites—. Te dije cosas de mí que ni siquiera Jace sabe, te conté hasta el detalle más morboso y vergonzoso de mi vida. ¿Y tú te niegas a confiar en mí con esto? Puedo ver que te afecta, Susan, ¿por qué simplemente no me hablas?
Sus ojos se cubrieron por un fino velo de lágrimas, pero pude ver claramente el momento en que agitaba la cabeza en una contundente negación. ¡Al demonio con ella!
—Yo no te pedí que me dijeras nada —susurró con voz apenas audible. La miré incapaz de ocultar una sonrisa sarcástica.
—Tienes razón, fue mi error pensar que al confiarte algo importante tú me devolverías el favor. Bastante iluso de mi parte, no volverá a pasar. —Retrocedí con las manos en alto para tomar el pasillo donde estaban las escaleras y subí al segundo piso en una exhalación. Junté mi guitarra y algunas prendas que me había dejado en los días pasados y justo cuando estaba apunto de bajar, ella me interceptó en el corredor.
—¿Adónde vas? —preguntó, mirando mis manos llenas en un parpadeo rápido. Me encogí de hombros, tratando de lucir despreocupado.
—Voy a ir a mi casa, así saldré descansado para Montreal. —La esquivé sin ganas de ver aquella única lágrima que cayó por su mejilla al oírme y presioné el brazo de la guitarra con fuerza para obligarme a continuar. Estaba cansado en más de un sentido y no iba a lanzarme en una discusión en ese momento, necesitaba un respiro de todo esto.
—Neil...
—¿Qué? —masculle entre dientes, sin voltearme.
—No te vayas, estás cansado... no lo hagas. —Sentí su mano rozar mi espalda baja, pero seguí con la vista perfilada hacia adelante—. Lo siento —susurró, posando su frente sobre mi omóplato.
—¿El qué? —Permanecí un largo segundo de pie, sintiendo el calor de su cuerpo presionado detrás de mí, esperando. Ella no dijo nada—. Bien, cuando te decidas ya sabes mi número. —Me volteé, besé su frente de forma apresurada y me fui.
—¡¿Vas a dejarme por esto?! —La escuché gritar desde su lugar, sacudí la cabeza echándole una breve mirada de soslayo—. Pues te resulta bastante conveniente, ¿no?
—¿A qué te refieres?
Me observó con una mezcla de pena y enfado. En ese mismo segundo me arrepentí de haber preguntado.
—No es como si alguna vez estuvieras en realidad. —Avanzó hasta que estuvo a un metro de mí—. Tal vez lo mejor sería que te marcharas y dejarme hacer esto por mí misma... —Hice amago de hablar, pero me acalló con un ademan y una sonrisa de compromiso—. No quieres ser padre, Neil, no quieres esto como yo.
—Sussy...
—Vete —me cortó abruptamente—. Búscate alguna mujer con la que no tengas que actuar alegría.
Me quedé quieto mirándola con firmeza, ella parecía más que segura de lo que decía y la verdad es que me fastidió sobremanera que no le costara nada echarme de su vida.
—¿En verdad piensas que podría interesarme por otra después de haberte conocido? —Ella presionó los labios como si estuviese luchando por contener una sonrisa o tal vez las lágrimas, no sabría decirlo. Deslicé mi mirada hacia la escalera, soltando un profundo suspiro—. No voy a dejarte, Sussy, pero es que ahora no quiero estar contigo.
Y me fui, sabiendo que con una llamada suya volvería corriendo. ¡Dios! Qué imbécil se vuelve uno con el amor.
____________________________
Lucas: Feliz cumpleaños, Cameron.
Jace: No seas tan efusivo, Lucas, creo que se te escapó una sonrisa. ¡Felicidades Cam!
Cam: Gracias, chicos! Todavía recuerdo la primera vez que se inmiscuyeron en mi historia... grandes recuerdos.
Lucas: Basta, me harás llorar. Y con el final de este capítulo estaba sintiéndome bastante contento.
Jace: No seas malvado, ellos no lo están pasando bien. Mira que Neil ni siquiera quiso hacer dedicatorias hoy.
Lucas: Mi corazón está desolado... En fin, supongo que esta chica que quiere a Neil no apreciará un saludo de mi parte. Así que hazlo tú, Jace.
Jace: Por supuesto, Mizushi, antes que nada... bonito y curioso nombre. Espero que hayas disfrutado de tu cap. Neil te envía muchos saludos y espera que sigas de aquel lado apoyándolo. Te dejo un enorme abrazo! Y feliz cumpleaños atrasado.
Lucas: Gracias al resto por pasar, sé que todavía me quieren... y que también saben que estoy bromeando ;) Y felicidades de nuevo, Cam.
Cam: Gracias, en serio. Sé que eso te ha costado bastante...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro