Negociante de la vida
Buenas madrugadas, tenía planeado subir el cap antes pero necesitaba que fuese madrugador, así que acá estoy. Espero les guste, tengan un lindo domingo ;)
Pd: No sé qué le pasa a los guiones, pero se ponen así solos :/
Capítulo XV: Negociante de la vida
—¡Buenos y brillantes días, Cristina!
—¿Siquiera miraste por la ventana, muchacho? El cielo no podría estar más cubierto.
Sonreí, colocando la mitad de mi cuerpo sobre su escritorio para alcanzar su mejilla con un beso. Ella sólo sacudió la cabeza en respuesta.
—Te vi a ti y de repente el mundo a mi alrededor perdió todo mi interés.
Cristina puso los ojos en blanco, aunque no fue capaz de simular una tenue sonrisa.
—Tú nunca te cansas, ¿verdad? —preguntó, mientras sacaba algunas hojas que iba soltando su máquina impresora. Esperé hasta que estuvo mirándome de nuevo para responder, yo era así de educado cuando quería.
—Debes ver el lado positivo a eso, Cris, siempre voy a estar dispuesto para ti. Incansable, inagotable —bajé considerablemente el tono de mi voz—. Insaciable.
La mujer soltó una fuerte carcajada, dándome dos palmadas en la mano que situaba sobre su escritorio.
—Si tuviera veinte años menos o tú veinte más, querido.
—¿Qué es un número de dos dígitos hoy en día?—repliqué al instante, tomando su mano con reverencia—. Nada, nada comparado con todo lo que produces en mí.
—Algún día, Neil, vas a encontrar una mujer que te ponga la cabeza en su lugar y me voy a reír entonces.
—Pero ya te encontré, Cris, por ti soy capaz de sentar cabeza. Me afeitaré todos los días, no más salidas nocturnas e incluso... —Presioné mi amarre con suavidad—. Usaré ropa interior al ir a la cama.
—Lárgate de una vez, Jace te está esperando.
Le regalé un guiño y un beso en el dorso de la mano, antes de encaminarme por el pasillo hacia la oficina de mi amigo. Cristina era su asistente —no le gustaba que la llamaran secretaria, manías suyas o quién sabe—, era una mujer de unos cincuenta y pocos o tal vez más. No lo sabía con seguridad. Un hombre jamás sabe a ciencia cierta la edad de una mujer y un verdadero hombre, al cual le gusta conservar sus bolas intactas, jamás pregunta para disipar la duda. La conocía desde hacía algunos años y desde entonces le profesaba mi amor, el cual ella siempre rechazaba con cortesía. Era obvio que ambos sabíamos jugar ese juego y lo disfrutábamos por igual. Al menos yo no veía a mal que un hombre le hiciera cumplidos a una mujer mayor que él, sigue siendo una mujer y son contadas con una sola mano a las que no les gusta sentirse aún observadas o halagadas. Y sabía que a Cris le gustaba que me detuviera en su escritorio unos minutos, siempre que visitaba a Jace en la oficina. Era nuestro asunto.
—¡Te amo, Cris! —exclamé casi en las puertas del despacho de Jace, y fui recompensado por una risa avergonzada.
—¿Quieres dejar en paz a mi asistente? —La puerta doble se abrió frente a mi rostro, dejando ver a mi amigo con el ceño fruncido.
—Estoy enamorado —le espeté, estrechando su mano al entrar—. ¿Por qué nadie me toma en serio?
—Quizá porque eres un idiota. —Jace fue hasta su escritorio para tomar asiento en el lado del jefe—. Siéntate.
—Prefiero estar de pie.
—¿Por qué? ¿Te pusiste un enema?
—No, porque te di el único que me quedaba. —Mi amigo sonrió, mientras sus manos completamente ajenas a él apilaban unas carpetas sobre el escritorio. Él tenía un don para hacer muchas cosas al mismo tiempo y hacerlas bien, lo cual era sorprendente. Y algo envidiable, dicho sea de paso—. ¿Realmente crees que ella piensa que soy idiota?
A veces me preocupaba más de la cuenta lo que las personas podían pensar de mí, era un hábito estúpido pero inevitable por momentos. Y ni siquiera estaba seguro de por qué me detenía allí, en esa palabra o en el modo que había sido usada en la oración. En ocasiones mi cerebro maquinaba de un modo que me costaba seguir, en ocasiones temía haberme jodido el cerebro de forma irremediable.
Jace enarcó una ceja al mirarme.
—¿Estamos hablando de Cristina?
—¿De quién más? —prorrumpí, a pesar que algo me detuvo a mí mismo y me arrojó la pregunta de regreso. «¿Hablábamos de Cristina?» Maldición, sí, jodidamente sí hablaba de Cristina.
Él suspiró de forma audible, regresándome a la oficina.
—En ese caso creo que tu mayor obstáculo es la edad y ya tu estupidez es como un asuntillo extra.
—A la mierda contigo. —Deseché su comentario sin más, ya me sentía más dentro de mí—. Y sabes que la edad es sólo una imposición social, un método más para controlar las relaciones privadas que escapan al ojo público y tienen que ser atacadas desde una perspectiva moral.
Jace alzó una mano para pedir un segundo.
—Debes calmarte un poco, joven Marx.
—Por favor, Marx hablaba de las diferencias de clases, no me pongas en ese lugar.
—Lo que sea, ni siquiera me gusta la filosofía y deberías tener cuidado, eso sonó como algo que diría Vincent.
Solté un bufido, molesto, aceptando tomar asiento para contenerme de hacer algo como una rabieta. Incluso la asociación indirecta con Vincent lograba despertar mi lado más infantil y controvertido.
—Ahora me estás ofendiendo.
Bueno, si necesitan en realidad saber quién es Vincent, podrían conformarse sabiendo que es mi padre según los registros y es un idiota. Es decir, un verdadero idiota. Tal vez exageré un poco los tantos con Sussy, diciéndole que le gustaba verme mientras me duchaba, pero si bien aquello había sido mentira no todo con él fue siempre color de rosas. No podía decir que era un mal padre, él simplemente era una mala persona y como es común, todo lo que deriva de una mala persona suele ser pura mierda. Ese era Vincent, alguien que desgraciadamente contribuyó mucho en el asunto de joder mi cerebro.
—¿Qué has oído de él? ¿Sigue vivo?
Miré a mi amigo un instante, sabiendo en mi interior que no quería hablar de él pero que lo mejor sería saltar el obstáculo antes de que se pusiera realmente serio en ello.
—Creo que la última vez que llamó estaba en Berlín o en algún lugar por el estilo.
—Diablos, seguro llamará cuando se quede sin dinero.
—O lo deporten —añadí, recordando una de sus tantas memorables llamadas.
—O intenté casarse de nuevo.
—O lo usen como mula.
—O lo intercambien por ganado. —Ambos reímos con cierto toque de amargura, las historias eran graciosas pero después de un tiempo perdían lo divertido y sólo volvían a Vincent un grano en el culo—. En fin, tengo una propuesta para ti.
El temporal había sido momentáneamente capeado, bien por mí.
—No lo sé, amigo, me agrada la pareja que haces con Sam y ya sabes que no estoy seguro de cuál sería mi rol en todo ello.
Jace echó la cabeza hacia atrás, soltando una profunda carcajada.
—Infiernos, no te voy a proponer un trío —aclaró entre risas.
—¿Entonces?
—Montreal. —Fue todo lo que dijo, antes de lanzarme una de sus tantas carpetas a través del pulido roble de su escritorio. La levanté pero no hice amago de abrirla, pues aún necesitaba un poco más de información como para sentirme tentado—. Tengo un pedido en Montreal, pienso ir a revisarlo y esperaba que quisieras venir conmigo.
—Oh... —Abrí la carpeta, sólo porque necesitaba apartar mis ojos de los suyos y no dejarlo ver mi decepción. Montreal no era lo que yo quería, Montreal no era lo que habíamos estado discutiendo las últimas semanas y sin duda Montreal sería aburrido.
—¿Neil? —Seguí con la mirada en las hojas, aunque era incapaz de ver ninguna palabra—. ¿Neil? ¿Podrías decir algo?
—¿Qué pasó con Dubái? —Bueno, ya, lo dije. Y tendría que haber mantenido la boca cerrada, en cuanto su mirada se encontró con la mía lo supe.
Jace se pasó una mano por el cabello, empujando su silla hacia atrás para incorporarse.
—Lo rechacé. —Lo miré sin poder ocultar mi sorpresa y mi disgusto—. Lo siento, Neil, pero Dubái es demasiado ahora.
—¿Demasiado? Es lo único que hemos estado esperando toda nuestra jodida vida, ¿ahora te parece demasiado? —Jace no respondió, dándome una simple mirada de disculpa a cambio. Me puse de pie, lanzando la carpeta de Montreal sobre las otras y creando un gran caos al hacerlas caer. Vi como Jace se tensaba por ello, pero no movió un músculo en dirección de las carpetas caídas. Sonreí con cierta sorna, con cierta maldad ¿para qué negarlo?—. Es un proyecto único, Jace, ¿cuántos arquitectos de tu edad pueden presumir un logro como ese? Te han invitado, hombre, ¡te han invitado!
Esperaba estar siendo lo bastante enfático como para dejarle conocer mi postura. Los Emiratos eran un lienzo en blanco, deseosos de llevar la construcción de edificios a un nivel completamente nuevo. Y no expedían invitaciones sin más, no sumaban a cualquier arquitecto en sus tropas a la ligera, y conseguirlo era algo fuera de sí. Sólo un cabeza hueca rechazaría ser inmortalizado en lo que sin duda sería la ciudad de la mejor arquitectura moderna, sólo un cabeza hueca reemplazaría eso por algún trabajo de cuarta en Montreal. Podíamos elevar nuestros estándares, podíamos construir más que hoteles y edificios de oficinas. Infiernos, nos merecíamos poder hacer algo más que eso.
—Neil, no puedo. ¿Por qué no lo entiendes?
—No lo sé, porque tal vez tu "no puedo" no tiene pies ni cabeza.
Él no lo soportó más, se colocó de cuclillas y comenzó a levantar las carpetas, como si aquel desorden le impidiera pensar más allá de las carpetas. Fui hasta ese extremo del escritorio y coloqué mi pie sobre la que más lejos estaba de su mano. Alzó la mirada desde el suelo y yo lo miré a su vez, confrontándolo a que siguiera con ello.
—Quita tu pie —pidió en un susurro.
—Levántate del piso, deja esas malditas carpetas y dime por qué rayos estamos yendo a Montreal y no a Dubái.
Se incorporó, no sin antes jalar la carpeta que estaba bajo mi pie con brusquedad y colocarla en la pila junto con sus compañeras. Cuando estuvo conforme con eso, finalmente pareció listo para discutir el tema.
—Es más que sólo un trabajo, Neil, no puedo irme como si nada. Tengo una familia ahora, ¿comprendes eso? No voy a dejar a Sam y Bruno para ir a pasear contigo al otro lado del mundo.
—Entonces tráelos.
—¡No! —me cortó de forma abrupta—. No puedo tomar decisiones así sin pensar en ellos, no se trata sólo de mí ahora. ¿Por qué mierda no te pones en mi lugar? Quiero lo que tengo aquí, amo lo que tengo aquí y no quiero perderme nada de ello por algo que no necesito.
—Antes lo necesitabas, antes tu trabajo significaba algo ¿no? —Alcé una mano cuando intentó replicar—. Por supuesto, mientras tú juegas a la casita feliz todos los demás que se vayan al diablo.
—Maldito seas, Neil, si tanto te quieres ir a Dubái entonces vete.
Me aproximé a él para darle una cordial palmada en el hombro.
—Por supuesto, voy a llevar mi invitación de arquitecto premiado. —Me detuve dándome un golpe suave en la frente—. Oh, no, que idiota soy. Si yo no tengo ninguna invitación.
—Pues es mi decisión, yo no tengo porque elegir los trabajos que a ti te queden más cómodos, ¿sabes?
Malditamente lo sabía.
—Es cierto, yo no soy más que tu empleado.
—Estás tergiversando las cosas. —Negué sin molestarme en escucharlo—. Estás siendo caprichoso y egoísta, Neil, intento hacer lo mejor por mi familia. Y dejar a Sam sola para que lidie con lo que sea que tenga Bruno es una decisión de mierda, y no voy a dejarte que me hagas sentir culpable por ello. —Pestañeé sin decir nada, él soltó un bufido tras un minuto de mutuo silencio—. No estoy solo, tengo una familia ahora.
—No seré yo quien te haga olvidar eso.
—Vete a la mierda, Neil. —Jace se dio la vuelta, prefiriendo esquivar el escritorio antes de pasar a mi lado y luego se marchó. Dos segundos después la puerta volvió a abrirse—. No, mierda, esta es mi oficina. Tú lárgate.
—¡Bien! No pensaba quedarme de todas formas. —Fui hasta la puerta dando fuertes y pesadas zancadas, él no se movió de la entrada por lo que me obligó a que lo enfrentara—. Muévete.
—¿Vendrás a Montreal conmigo? —Coloqué mi mano en su brazo para hacerlo a un lado y él no presentó mayor resistencia, me dejó pasar—. ¿Neil?
—Sí, iré —respondí casi en un gruñido.
—Bien, el sábado salimos.
—Bien.
***
El jueves me lo pasé mayormente trabajando, pensando en lo que había dicho Jace y tratando de entender quién había estado mal en esa discusión. Casi siempre yo estaba mal en nuestras discusiones, pero él era el primero en ceder y decirme que ya no importaba. Pero me importaba, no me gustaba que me llamaran egoísta o caprichoso, y era algo que me llamaban seguido.
—Tess, ¿crees que soy egoísta?
—Sí.
Rodé los ojos.
—Vaya, gracias.
Ella se encogió de hombros con desinterés, haciendo su camino desde las escaleras hasta la sala. Luego de golpear una de mis piernas, me obligó a incorporarme de mi cómoda posición en el sofá y darle un espacio.
—¿Te sorprende?
—No pensé que lo fuera. —La tenía viviendo en mi casa de forma gratuita, eso no parece un acto egoísta ¿no?
—Siempre haces lo que crees conveniente, sí, pero siempre lo haces porque sabes que tendrás alguna ganancia a cambio. Eso no está mal, Neil, es la ley de la oferta y la demanda. —Palmeó mi muslo con amabilidad—. No eres específicamente egoísta, sólo eres un negociante de la vida, allí está tu equilibrio.
Fruncí el ceño ante sus palabras, pero ella ya se había incorporado y se dirigía a la cocina. Me quedé allí unos cuantos minutos más, pensando si era mejor ser egoísta o un negociante de la vida. La verdad es que ambas perspectivas no se veían bien, ambas perspectivas me hacían ver como un hijo de puta desabrido.
Con esa incomodidad rondando mi cabeza todo el día, decidí que lo mejor sería disculparme con Jace, aun cuando la mayor parte de mí no tenía idea de porque iba a disculparse. Sólo tenía que hacerlo, parecía lo correcto, parecía lo que un negociante de la vida haría al pelear con su mejor amigo. Al llegar a su casa, Sam me recibió alegremente como era su costumbre y yo intenté imitar su alegría, aunque con menos resultados. No crean que tengo nada en contra de ella, me agrada Sam, y por supuesto que me agrada Bruno. Pero todavía tenía algunos problemas para recordar que debía pensar en ellos como una parte más de Jace, antes Jace sólo era Jace y Jace normalmente actuaba para conformar a Neil. A Jace no le gustaba hacer infeliz a Neil, tanto como a Neil no le gustaba molestar a Jace.
Sam me indicó que él estaba en la playa con Bruno, así que usé su entrada privada para reunirme con ellos en la arena. El pequeño odiaba tocar casi cualquier cosa, pero le gustaba literalmente meterse dentro de la arena. Nadie sabía explicar porque, dado que la arena se colaba en los lugares más incómodos y era muy difícil de limpiar, pero a él le gustaba. Y si le gustaba, Jace estaría allí cada día para hacer un pozo en la arena y meter a su hijo dentro, dándole un rato de disfrute en su mundo tan limitado a las sensaciones.
—Eh, Joyce.
Me senté a su lado, viendo a Bruno golpear la arena con su pala de plástico. Se veía relajado, se veía como un niño de su edad y sonreía bajo los últimos rayos del sol.
—Lo siento.
Él me miró al cabo de unos segundos.
—¿Por qué?
—Porque sí estaba siendo egoísta, el hecho de que yo no tenga nada aquí no significa que deba obligarte a dejar lo tuyo. —Bruno tenía su pequeño pedazo de paraíso dentro de ese pozo y eso era todo lo que Jace necesitaba, al menos era lo que quería en ese momento y podía entender que el trabajo palideciera a sus ojos. Lo miré—. Y lo siento, voy a ir a Montreal y a parecer feliz con el proyecto.
—Es todo lo que pido. —Me dio un golpe en la espalda y volvió a centrar su atención en su hijo—. Sólo vamos por una semana, afinaremos los detalles y quién sabe, tal vez te termine gustando.
—Tal vez —respondí en un susurro, mientras Bruno se acercaba a mí en cuatro patas y me entregaba un caracol—. Gracias, amigo.
—Naa...
—¿Oíste eso? Creo que dijo Neil.
Jace rió entre dientes, levantando a su hijo de la arena para situarlo en su regazo.
—Ya quisieras.
***
El viernes tenía un plan, un plan no egoísta. Esperaba.
Evité pensar mucho en el asunto de una semana lejos de casa, lo cual significaba una semana menos en mi trato de treinta días que en realidad eran como veinte y los cuales ni siquiera llegarían a ser quince. Sabía que ese trato apestaba, pero no podía ponerme demasiado melindroso al respecto y estaba decidido a obtener lo que pudiera. Pero una semana menos me fastidiaba, me fastidiaba porque quería sacar partido de cada jodido segundo y entre el trabajo y tener que ser un amigo decente con Jace, la verdad es que el tiempo sólo parecía correr en mi contra. Así que estaba listo para tomar medidas, pues si la vida iba a empujarme lejos una semana, lo mejor sería dejar marcado un buen punto en la pizarra.
Ella pensaría en mí toda esa semana, iba a asegurarme el monopolio de sus pensamientos como el buen negociante que era.
—Aquí tienes, asegúrate de entregarlo a horario.
—Sí, señor. —Le di la bolsa de obsequio al mensajero, asegurándome de que no se abriera y revelara su contenido a ojos indiscretos. Entonces me dispuse a escribir una rápida nota para acompañar el paquete.
"Sígueme en esto, prometo que valdrá la pena. Las instrucciones van dentro de la caja. Tuyo, un impaciente Neil"
***
Sussy
De por sí me sorprendió encontrar a un muchacho en mi puerta el viernes por la tarde, y me sorprendió aún más que clamara tener un paquete para mí. No había sabido nada de Neil desde el miércoles, cuando magistralmente escapamos de ser atrapados por mi hermana y mi cuñado. Así que sí, también me sorprendió que el paquete viniese de él. Era una bolsa azul con un moño en uno de sus lados, nada que pudiera darme un indicio de lo que contenía. Le agradecí al chico e incluso me sentí lo bastante generosa como para darle una propina. Entonces ingresé en mi habitación y sentándome en la cama, me dispuse a ver de qué se trataba todo aquello. Leí la nota que acompañaba el paquete sin enterarme de nada, pero tuve una vaga idea en la parte trasera de mi mente.
Al romper el papel violeta que escondía a la caja, noté que dentro había un ovillo rojo apretado contra una de las esquinas. Tiré del material, sacando a la luz las bragas de encaje que había estado usando el miércoles. ¿¡Todo este tiempo las había tenido él!? ¿Había ido a la casa de Sam mortificada el jueves para buscarlas por nada? Dios, iba a matarlo. ¿Me había hecho estar frente a mi hermana y Jace sin bragas? Dios, iba a castrarlo. Sobre todo porque había sido un mentiroso de primera, al decirme que no tenía idea de dónde podían haber quedado.
Descubrí otra parte de la caja que se desplegaba hacia arriba como una solapa y cuando tiré para abrirla, mis ojos saltaron levemente de sus cuencas. Levanté el objeto negro, sin poder ocultar una sonrisa. Era un idiota que iba a ser castrado, pero me gustaba el rumbo que tomaba su perversa mente. Saqué una segunda nota del interior de la caja, la cual había estado oculta bajo el juguete sexual. Obviamente era un consolador, parecía una bala negra sin mucho chiste y el tamaño no era algo con lo que no pudiera lidiar, pero iba a ver adónde quería llegar con esto.
"La joie de vivre. Así le llaman los franceses. Quiero que te lo pongas y vengas a la dirección que te voy a enviar en breve, no hagas preguntas"
Mi teléfono emitió un zumbido, casi como si él hubiese estado contando los minutos que me tomaría descubrir su segunda nota. Leí la dirección sin tener idea de dónde quedaba, pero esperaba que el taxista lo supiera porque era obvio que iba a ir. Ni siquiera me tomé un segundo para planteármelo, quería ir, quería verlo, quería terminar lo que habíamos dejado inconcluso el miércoles y sobre todo, quería verlo. Tan atemorizante como ese pensamiento pudiera llegar a ser.
Como la mujer correcta que soy cumplí con su pedido, aunque me sentí algo rara montando a un taxi con un consolador en mis partes íntimas, pero logré ignorar aquello y concentrarme en disfrutar del momento. No todos los días un hombre se tomaba la molestia de preparar una sorpresa para mí con mensajero, nota y tanto misterio caliente. Así que sin duda iba a concentrarme en disfrutarlo y a dejarme llevar un poco.
Acababa de llegar al edificio de la dirección, pero algo parecía ir mal. No había casi gente en los alrededores y el lugar estaba desierto, es decir, literalmente desierto. Alcé la mirada buscando algo de actividad en el interior, pero sólo fui capaz de deslizarla por un centenar de ventanas cerradas y oscuras. Neil tampoco estaba allí.
Mi móvil vibró.
Por el callejón a tu izquierda, vas a encontrar una entrada pintada de bordo. Entra.
¿Planeas matarme?
De formas que no te imaginas, nena. Sígueme en esto, anda.
Me encogí de hombros y fui hacia el callejón indicado, la puerta estaba allí tal y como él había señalado. La encontré levemente entornada, así que supuse que estaba en el edificio abandonado correcto. Genial, no me habría gustado llegar tarde a mi cita con la muerte.
Hay un elevador de carga veinte pasos delante de ti, úsalo.
Él a veces era tan jodidamente mandón. Con las manos apoyadas en la pared fui guiando mi camino hacia el supuesto elevador, el lugar estaba tan oscuro que comencé a replantearme todo esto de no hacer preguntas y dejarme llevar. Cuando finalmente lo encontré, me metí sin pensármelo dos veces. Estaba casi segura que de un momento a otro algo saltaría de la oscuridad y ese sería mi fin, terminaría muerta a las puertas de un elevador de carga y con un consolador en mis partes. Nadie diría que había muerto de un mal modo.
Ultimo piso, cariño, ya estás cerca.
Asentí más para mí que para él y presioné el botón del último piso, el elevador se puso en movimiento con chirrido algo molesto. Casi como si me estuviese regañando por usarlo a esas horas, o por usarlo en lo absoluto. Llegué al piso indicado justo cuando comenzaba a pensar en disculparme con el elevador. Mi móvil volvió a zumbar.
Veinticinco pasos hacia el norte, hay una escalera de diez escalones. Sube.
¿Qué demonios, Neil? ¿Dónde estás?
Comenzaba a cansarme un poco de andar a tientas en ese lugar, no me gustaba siquiera el lugar. Un nuevo mensaje me llegó.
Veinticinco pasos hacia el norte, hay una escalera de diez escalones. Sube.
Muy bien, idiota. Lo haría sólo porque ya estaba allí y volver sería difícil sin instrucciones o una linterna. Comencé a contar los pasos hacia la escalera.
—Uno, dos, tres... siete, ocho, nueve. —Y de repente algo vibró, pero no en mi mano donde tenía el celular, sino mucho más al sur—. ¿Qué mier...? —No pude terminar de decir aquello, cuando un nuevo sacudón me hizo brincar en el lugar. Apreté las piernas juntas, tratando de concentrarme en los pasos que estaba contando pero me fue imposible avanzar más con cuando el aparato volvió a sacudirse a la vida en mi interior—. Oh, diablos... —Me apoyé contra la pared sintiendo el movimiento vibrante aumentar y disminuir, como si me conociera de toda la vida y supiera exactamente cómo debía proceder. Estaba lista para entregarme a su divina experiencia—. Diablos...
Quise escribir un mensaje, pero sólo podía concentrarme en las contracciones de mi cuerpo intentando establecer un ritmo con el consolador. Se volvía tan intenso de momentos, que estaba segura que mis piernas no iban a soportar mi peso por mucho más tiempo.
¿Por qué tardas tanto?
Dios, lo odiaba. El vibrador se detuvo para darme un respiro y entonces volvió a la carga, haciéndome soltar un gemido y presionar mi mano contra mi entrepierna. Lo retiro, no lo odio, no lo odio.
¿Estás teniendo una fiesta y no me has invitado?
Por favor...
Logré escribir con dedos temblorosos.
¿Por favor qué, nena?
No iba a poder seguir subiendo si no me dejaba caminar, no iba a poder pensar si continuaba matándome de ese modo. Mi mano comenzó a trabajar a la par del consolador y agradecí en mi fuero interno haberme puesto un vestido.
¿Quieres que acabe con ello?
Él podía ser malditamente sexual, incluso a través de un mensaje de texto. Cerré los ojos echando la cabeza hacia atrás, dejando que la pared soportara mi peso y pensando que mi mano era la de él, que mi respiración agitada se mezclaba con la suya, que su boca susurraba a mi oído lo que escribía.
Sí, acaba con ello.
A tus órdenes.
Descubrí entonces que había estado guardando la intensidad mayor para el final, así como también descubrí que podía hacerme venir con un piso de distancia. Y que cada vez me costaba más decir que no idolatraba su mente perversa. Y que aún quería verlo.
Sube, Su, esto recién empieza.
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Lucas: Sepan que he tomado nota de todos los pedidos, simplemente he ignorado aquellas que apoyaban a Neil.
Jace: No puedes coaccionar a las personas, si no te quieren, no te quieren.
Lucas: No creo haberte dicho que hoy tenías que dedicar nada, ¿no?
Jace: ...
Lucas: Mejor así. Y para aquellas que se preocuparon por mi participación en la historia, descuiden sí voy a aparecer. No crean que le voy a dejar a este pervertido las cosas tan fáciles.
Jace: ¿No crees que ella es lo bastante grande como para tomar sus propias decisiones?
Lucas: ¿Necesito tirar unas carpetas para que te calles?
Jace: Ya que. Sólo quería agradecer a las chicas que no se dejaron ganar por tu extorsión y se mantuvieron firmes, diciendo en verdad quién es su favorito. Gracias, preciosas.
Lucas: De todos modos, la chica a la que va dedicado este cap. dijo que yo era su favorito y lo dijo en serio. Así que Marcialu20, este capítulo va dedicado para ti porque se nota que eres de las que ve más allá de una simple fachada de extranjero.
Jace: ¡Oye!
Lucas: Besos, Marcia, espero que te haya gustado la dedicatoria por el cap... ñah...
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