Lo correcto
Capítulo XXIII: Lo correcto
Sussy
Había tenido la vaga esperanza de que las cosas se vieran ligeramente mejor poniendo algo de sueño en mi cuerpo, pero no lo hizo a decir verdad. Desperté sintiendo la boca pastosa y seca, casi como si acabara de pasar la lengua por la arena por pura diversión. Me desentumecí con movimientos toscos y me senté para estudiar los alrededores; luego de la discusión con Neil y su consecuente desaparición, las cosas se volvían un poco borrosas para mí. Sobre todo porque decidí descargar mi ira hacia él y su súbita juventud poniendo más alcohol en mis venas; no estaba segura qué esperaba con ello, no es como si el alcohol fuese alguna especie de fuente rejuvenecedora que me enviara seis años atrás en el tiempo. La triste realidad es que había despertado con treinta y dos años, y demasiado consciente de estar bastante atraída por un hombre que hasta podía ser clasificado como un joven hombre. ¿U hombre en vías de desarrollo? ¿Proyecto de hombre? ¿Adolescente crecidito? No importaba cómo lo pusiera, la realidad seguía apestando. Así que me decanté por tomar y en algún momento mis hermanos consideraron conveniente lanzarme en el sofá de la sala, para permitirme afrontar mi edad del modo en que me viniera en gana.
Así que allí estaba, con el cabello alborotado, la boca reseca y una asquerosa sensación subiendo y bajando por mi tráquea de forma amenazadora. Me quité la manta con la que seguramente Jace me habría cubierto —ese acto considerado jamás saldría de uno de mis hermanos, se los digo— y me dirigí a trompicones hacia la cocina. La casa estaba a oscuras y gracias a las paredes de cristal que formaban parte de la mitad de la infraestructura, pude ver que era de noche y que lo sería por al menos varias horas más. Necesitaba beber algo frío, dos ibuprofenos o tres, una taza de café y ya sería un ser humano funcional. Yo sabía como manejar mis resacas, lo aprendí a los quince años enorgulleciendo a mi padre por ser tan buena en el control de los daños colaterales. Él siempre había preferido que cogiéramos nuestra primera borrachera en casa, de ese modo se aseguraba de enseñarnos a ir corrigiendo nuestros errores y se evitaba problemas a futuro. Mi padre se tomaba muy enserio el labor de enseñarle a sus niñas, cómo escoger correctamente con quién sentarse a beber. Me sonreí a mí misma frente al recuerdo y justo cuando me estiré para sacar un vaso de la encimera, alguien se aclaró la garganta en algún lugar de la oscura cocina. Di un grito ahogado, dejando caer el vaso dentro del fregadero y me quedé helada sin saber cómo reaccionar. Mi respiración se atoró en algún lugar camino a mis pulmones y mis manos se aferraron a la encimera hasta que mis dedos se pusieron blancos.
Esta sin duda no era la forma en la que esperaba ser atrapada infraganti, me habían explicado qué hacer si había alguien merodeando cerca de mi auto o si me atrapaban por la espalda, ¿pero cuál era el protocolo a seguir si alguien te encuentra con resaca en una cocina? Una gota helada corrió por mi espina, a tiempo que me giraba muy lentamente hacia la otra persona.
—¡Maldito, hijo de puta! —exclamé, saliendo de mi estado catatónico para ir hasta el otro lado en voladas y asestarle un golpe en la cabeza—. ¿Qué te dije de andar a hurtadillas? —Volví a arremeterle un golpe, mientras él rodaba los ojos y se apartaba cautelosamente hacia el otro lado de la isla.
—¿Te quieres calmar? —Lucas levantó sus manos en paz, pero yo me encontraba lo bastante alterada como para intentar un nuevo acercamiento con mi mano a su cabeza. Me esquivó—. Hice ruido para no asustarte.
—Oh, claro, carraspea como un psicópata en la oscuridad. Justamente eso no iba a asustarme, ¿no se te ocurrió afilar un cuchillo también? —Me atravesó una puntada en ese mismo segundo, así que tuve que relajarme para darle un tiempo fuera a mi cerebro—. Eres un imbécil cuando quieres, Lucas.
—Lo siento —susurró, pareciendo verdaderamente apenado por lo ocurrido. Sabía que lo hacía, maldición, yo simplemente no manejaba bien su modo de andar por ahí como un fantasma. Nunca me gustó que lo hiciera, pero con el tiempo conseguí mis propios motivos para detestar eso en cualquier persona.
—Ya, no importa. —Fui al refrigerador y robé una botella de agua, esperando que el frío me ayudara un poco. Lo hizo, luego de vaciarla casi por completo, pude relajarme de forma considerada—. ¿Sabes si Sam tiene ibuprofenos? —Él encogió un hombro, negando con suavidad. Bufé, iba a tener que superar mi resaca a la vieja usanza—. ¿Qué demonios haces en la cocina de todos modos?
Bajó la mirada de una forma que no supe comprender, pero al seguir la dirección de sus ojos pude ver que junto a sus manos, sobre la isla, tenía ciertos objetos allí reunidos. Me acerqué con cuidado porque a la distancia que estaba no lograba identificarlos, y cuando estuve a unos escasos pasos lo vi todo. Por un segundo no supe si reír o apuntarlo con el dedo y soltar la más fuerte y burlona carcajada de mi vida.
—¡Vaya, hermano! —le dije, alzando de forma casual la crema batida que descansaba junto a su mano. En esa ocasión le di una mirada más analítica, notando que sólo vestía unos pantalones de pijamas a rayas, llevaba el torso descubierto, los pelos en puntas y los ojos demasiado achispados como para fingir insomnio—. ¿Decidiste tomar el postre tarde?
Él frunció el ceño, pero pude ver como sus mejillas se teñían de un suave color rojo. No era tan estúpida como para pensar que Lucas era un ser casto y puro, aunque aquello no dejaba de sorprenderme en lo más mínimo. Él era juguetón en la cama. ¡Dios mío que asco! «¡Lobotomía en el pasillo tres!» Iba a necesitar una jodida lobotomía para borrar esa imagen de mi mente. Puaj.
—¿Me la das? —musitó, señalando la crema batida que aún sostenía. Hice una mueca, sin querer rozar sus dedos en el proceso de intercambio. Los hermanos debían ser seres asexuados, jamás debían ser llevados a otro plano mental, no al menos que se quisiera sufrir de algún ataque irreversible.
—Por favor, dime que vas a usarlo en Keila y no sobre ti, porque eso sería demasiado... —Gesticulé con mis manos como si estuviese aguantando el vómito, ganándome una acerada mirada por su parte.
—¿Quieres decir que sería más repulsivo que ver a aquel crío metiéndote mano?
La mención de Neil automáticamente me borró las ganas de fastidiar a Lucas, sobre todo que aludiera a él con la palabra "crío". Porque de ese modo había dejado patente su estatus, Neil nunca sería ese chico tatuado con el que andabas, o el contratista que te tiraste en Portland, no, Neil siempre sería el crío que me metió mano.
—Gracias por recordarme eso —mascullé, sin poder ocultar mi abatimiento sobre ese tema. Entonces comencé a jugar con la tapita de mi botella de agua, pensando que tarde o temprano tendría que salir con una solución sobre aquel asunto. Nos habíamos dichos cosas duras ambos, y me sentía como una estúpida por darle tanta relevancia a algo como la edad, pero de todos modos era incapaz de sólo ignorarlo. Y también había mentido, eso sin duda no iba a dejarlo ir sin más.
Lucas se pasó una mano por su cabello rubio, mirando la salida y a mí de forma respectiva. Obviamente se estaba debatiendo entre quedarse o largarse a atender sus asuntos con Keila, y por una vez me habría gustado decirle que se quedara. Y no sabía para qué, pero su silencio se me antojó como una estupenda compañía.
—No parecía molestarte antes —dijo, al cabo de un largo instante de consideración. Lo miré sin saber cómo responder a aquello—. ¿Qué cambió? Pensé que te estabas divirtiendo.
—Tiene veintiséis años. —Todavía me parecía increíble que tuviera esa edad, sabía que actuaba de un modo algo inmaduro a veces, pero yo había comprado su mentira como una ilusa. Quizá en mi fuero interno lo sabía, sabía que algo no cuadraba en él, y de todos modos decidí creer que tenía treinta.
—¿Y? —La voz de mi hermano me empujó lejos de mis cavilaciones. Enarqué una ceja al mirarlo, como dejando bastante claro el porque de mi malestar—. ¿Te molesta eso? —sonaba genuinamente sorprendido, así que cuadré los hombros y enfrenté sus ojos. No iba a dejar que mi hermano el rarito me subestimara o me apuntara con el dedo.
—Sabes que soy lo menos convencional que ha existido en el mundo, pero son seis años... Luke. No puedo evitar sentirme vieja al pensar en ello.
Lucas soltó un bufido, empujando el tazón con fresas que tenía frente a él para apoyar los antebrazos en la isla. Observé como los músculos de sus brazos se veían mucho más definidos que antes tras ese movimiento, ¿cuándo había pasado esto? ¿En qué momento mi hermanito se convirtió en un hombre tan completo? Maldita sea, todo tenía que recordarme que el tiempo seguía pasando.
—La edad no te molestaría si esto fuese algo pasajero. —Fue mi turno de bufar y observarlo con recelo—. Antes dijiste que no pensabas tener nada real con él, si ese fuese el caso seguirías a lo tuyo y te importaría un cuerno su edad. Pero te molesta su juventud, porque piensas que ahora no es posible una relación.
—Eres un asco de psicólogo —espeté a la defensiva, porque tal vez, sólo tal vez tenía algo de razón. Pero sólo tal vez, que conste—. Además él me mintió, me dijo que tenía treinta. —Creía pertinente que ese detalle no se perdiera, él no había omitido información, directamente me había engañado y eso ya de por sí no auguraba nada bueno.
—Ok... entonces él es un estúpido, ¿de qué modo afecta esto tu relación? ¿Necesitas que sea honesto contigo en todo para poder follártelo? —Escuchar la palabra con F saliendo de la boca de mi hermano casi me hace reír, pero me contuve porque la conversación no invitaba a risas. Aun así era increíble, Lucas había incorporado una palabra sucia a su vocabulario, ¿debería despertar a Lara para informarle esto? Tal vez no, no era tan sucia que digamos.
—No estoy diciendo eso.
—No te entiendo.
—Es... —Sacudí una mano en el aire, pero Lucas siguió negando sin comprenderme—. Es joven.
—De acuerdo... —Se detuvo un segundo, jugando con su lengua dentro de su boca. Podía verlo empujando sus mejillas de un modo chistoso—. Él no me agrada y ciertamente no lo estoy defendiendo, pero tampoco veo que seis años sea tanta diferencia. Además para lo que tú lo quieres, creo que su juventud y entusiasmo te juegan a favor.
Rechiné los dientes ante esa deducción, me hacía ver como una vieja casquivana atrapando carne joven y fuerte para mis rituales de apareamiento.
—Vale, tal vez lo quiero para algo más que sexo, ¿de acuerdo? No soy una maldita predadora.
—Ah... —murmuró, dándole un rítmico golpe con los dedos al bote de la crema batida—. Entonces sí habías considerado una relación con él, pero ahora que sabes su edad crees que sería incorrecto. ¿Voy bien?
—Y la mentira, no te olvides de la mentira.
—Ok... entonces saber que es un jovenzuelo mentiroso te echó para atrás. —Presionó los labios como si estuviese pensando cada palabra al detalle y un momento después se empujó de la isla para incorporarse en toda su altura—. ¿Le has preguntado por qué mintió?
Sacudí la cabeza, pero luego recordé vagamente su respuesta a esa pregunta y fruncí el ceño intentando recuperar sus palabras.
—Dijo algo de que... quería que lo conociera antes de que pudiera meter una estúpida regla entre nosotros. —Lucas frunció el ceño de forma llamativa, así que no pude evitar escrutarlo con interés—. ¿Qué? ¿Qué pasa?
—Nada... —Chasqueó la lengua—. Sólo que es una buena respuesta.
Sonreí más para mí que para mi interlocutor.
—Sí, ese bastardo sabe dar buenas respuestas.
—Escucha, Sussy, hagas lo que hagas con él... sólo no lo dejes que te compre con palabras. Las palabras no son nada sin algo tangible que las sustente. —Lucas juntó su crema batida y el tazón de fresas, para luego ofrecerme un débil asentimiento de adiós.
—Entonces, ¿qué hago? ¿Intento arreglarlo o lo dejo como está? —Sí, las frases reflexivas eran geniales para galletas de la fortuna o un tweet rápido, pero en ese caso necesitaba echar mano de algo menos rebuscado y práctico.
—No lo sé, habla con él y ve si vale la pena arreglarlo. —Pestañeó en mi dirección dándome una sonrisa burlona—. Velo de este modo, en la cuestión de la madurez mental ustedes ya están equiparados.
No me gustó su respuesta o su broma para el caso, pero eso era todo lo que obtendría como consejo, porque Lucas se escabulló de la cocina antes de que pudiera abrir la boca para rebatir en defensa de nuestra madurez. Me quedé varios minutos ponderando mis posibilidades y al alzar la mirada ausente, buscando comida de forma ansiosa —algo que, maldita sea, Neil hacía cuando se sentía así— mis ojos se trabaron con un par de llaves colgadas junto a las de Nancy (el carro de Jace). Reconocí el juego al instante, sobre todo porque tenían un llamativo llavero verde con el logo de Range rover. Las tomé sin pensarlo y me dirigí a la sala para colocarme los zapatos y una chaqueta; cinco minutos después me encontraba tras el volante con la decisión fija y clara en mi mente. Si iba a arreglar o arruinar esto, mejor que ocurriera de una vez por todas.
***
Me di cuenta de la parte mala de mi plan, cuando la amable mujer del GPS me avisó que mi destino estaba a doscientos metros. Precipité mis ojos hacia el salpicadero, donde estaba instalada mi compañera parlante y no pude evitar ver la hora en la esquina de la pantalla. Mierda. Faltaban quince para las cuatro de la madrugada. Había una gran posibilidad de que Neil ya estuviese dormido o quizá que ni estuviese allí, tendría que haber pensado en esas variantes antes de salir pero no lo había hecho. Y en vista de que no sabía la dirección de la casa de Jace, no podría programar mi regreso en el GPS.
Bajé la velocidad lentamente hasta detenerme en su entrada, traté de buscar por luces o algún signo de vida que me animara a ir hasta la puerta, pero no logré notar nada. Mis opciones eran despertar a Neil para que habláramos y ya de paso me programara el GPS, o despertar a Sam y preguntarle cuál demonios era su dirección. De un modo u otro estaría fastidiando a alguien, y en vista de que tenía como propósito inicial fastidiar al primero, opté por bajarme para hacerlo de una buena vez. Al acercarme a la puerta noté que se escuchaba música retumbando contra la madera, algo que me motivó de forma significativa. Al menos no dormía. Presioné el timbre una, dos, hasta tres veces con insistencia pero por un largo rato nadie acudió a mi llamado. Estaba apunto de ir por una cuarta vez, cuando la puerta se abrió de sopetón. Frank Sinatra —el real— golpeó mis oídos con su I won't dance desde el estéreo, mientras un Neil bastante confundido me miraba detrás de la puerta entornada con ojos curiosos.
—Sé qué hora es y lo lamento —dije a toda velocidad—. Sólo que me salió venir por un impulso y cuando vi la hora descubrí que no sé cómo regresar, además que tu GPS y yo no hablamos el mismo idioma.
—¿Tienes mi camioneta? —musitó, luego de lo que pudieron ser horas de un intenso escrutinio. Alcé las llaves como toda respuesta, esperando poder ir a la parte relevante de esa conversación. Él sacó la cabeza levemente hacia fuera y le echó una rápida mirada a la Range rover, antes de volver sus ojos dorados hacia mí—. ¿A dónde quieres ir?
Enarqué una ceja, no muy segura de comprender lo que preguntaba. ¿Acaso no era obvio que había querido llegar a él?
—Aquí... —murmuré más como pregunta que como aseveración—. Pero si no me quieres aquí...
—No —me detuvo posando su mano en mi hombro—. Sólo que como dijiste que querías programarlo, supuse que querías ir a algún sitio —balbuceó pasándose con brusquedad una mano por el rostro, casi como si intentara desentumecerse. Quién sabe, tal vez sí había estado durmiendo—. ¿Qué haces aquí? Pensé que... dijimos que hablaríamos mañana.
—Ya lo sé. —Hice una mueca al notar que me estaba bloqueando el paso de forma deliberada y que no era confusión pos sueño aquello, él simplemente no me quería allí—. ¿Sabes? Olvida que vine.
Estrechó los ojos con suspicacia, para luego limpiarse la nariz con el dorso de la mano y abrir la puerta por completo pero sin soltarla del todo.
—No te vayas, dime para qué viniste.
—Para hablar contigo, ¿no es evidente? —Alcé las manos aguardando una reacción por su parte, pero él se veía demasiado ensimismado en su tarea de mirarme fijamente a los ojos. Sacudí la cabeza, confusa, ¿a qué infiernos estábamos jugando aquí?—. ¿Qué?
—¿Qué tienes puesto? —Sin darme tiempo a responder o a intentar seguir la errática línea de pensamiento que estaba manejando, extendió la mano para quitarme las gafas que sólo me ponía para conducir y leer en la completa soledad de mi vida. Ya me había parecido que todo se veía demasiado claro allí, maldita sea. Como si necesitara más motivos para sentirme vieja en su presencia—. No sabía que usabas gafas. —Se las puso él mismo, haciendo un ademan con su mano para que apreciara el resultado.
—Deja eso, ¿quieres? —Se las quité con un bufido y a toda velocidad las escondí en la parte más oscura de mi bolso. Estúpidas gafas.
—Son lindas.
—No, no lo son. Son feas y completamente antiestéticas. —Nunca había podido aceptar esa falta en mí, me gustaba casi todo de mi cuerpo pero odiaba que mis ojos tuvieran esa debilidad y trataba de esconderla tanto como fuese posible.
—Yo creo que se te ven muy bien. —Puse los ojos en blanco, porque esta no había sido la forma en que me había imaginado el desarrollo de la conversación. Incluso hasta habría aguardado otra discusión, pero nada que estuviera ni remotamente relacionado con mis gafas.
—¿Podemos simplemente olvidarnos de las gafas? —Él se encogió de hombros con desinterés, para luego posar su brazo en el marco de la puerta y observarme en silencio—. ¿No tienes nada para decir?
Se golpeó el labio inferior con su dedo índice y luego lo trasladó hasta mi boca para hacer exactamente lo mismo. Lo miré con suspicacia, dando un ligero paso hacia atrás para obligarlo a desistir. ¿Estaba intentando tomarme el pelo?
—Pues... no realmente.
Admito que su respuesta me desilusionó bastante, no estaba segura qué había esperado proviniendo de él pero un "no realmente", fue igual que nada e incluso peor que nada. Sobre todo cuando me había acostumbrado a obtener ingeniosas replicas por su parte.
—Muy bien —suspiré, sin tener otra cosa que agregar. Él "no realmente" tenía algo para decirme, así que suponía que eso era todo ¿verdad?
—¿Todavía te molesta mi edad? —susurró, mirando por encima de mi cabeza por un largo rato antes de detenerse en mis ojos.
—Todavía me molesta que me mintieras sobre eso, pero creo que... —Neil le dio un inesperado golpe con la mano abierta a la puerta, haciéndome brincar en mi lugar. ¿Qué demonios? Enarqué ambas cejas, sin saber exactamente cómo reaccionar ante eso. Y alguna parte medio dormida de mi instinto, se sacudió de su letargo en mi interior y me instó a retroceder.
—¿Por qué te molesta? —Fui a responder, cuando él salió por completo de la casa y me arrinconó contra la pared externa. Una de sus manos fue a parar a mi cintura, mientras que con la otra soportaba su peso insinuando un roce que no se completaba—. No es como... si esperarás que esto fuera más allá, ¿no?
—¿De qué estás hablando? —musité contrariada, a tiempo que él exhalaba pesadamente un fuerte olor a whisky y cigarrillo en mi rostro. Al parecer no fui la única que buscó evadirse con algo de alcohol.
Neil echó ligeramente la cabeza hacia atrás, haciendo un semicírculo para observar el cielo de forma breve y luego devolverme la cortesía. Frunció el ceño, luciendo un gesto que no supe interpretar por completo, algo que por un segundo lució como pura e indiscutible tristeza.
—Lo peor es que...—Trazó un camino con su índice por el largo de mi cuello, deteniendo su mano justo en la base—. Yo podría haberme enamorado de ti. —Entonces pestañeó y sus rasgos se relajaron como si hubiese decidido conciliarse con la aquella posibilidad—. Pero no...
—Neil...
Me silenció con una suave negación y una sonrisa tirante.
—No me siento mal por ello, Sussy, al menos ahora tenemos bien definidos nuestros roles. Y no creas que no me he divertido, le he sacado... provecho a cada momento.
—No sé de qué estás hablando —dije, viéndolo reír entre dientes al oírme. Bajó la mirada por un largo instante, confundiéndome demasiado con su comportamiento extraño y sus repentinos silencios—. ¿Neil?
—¿Por qué... siquiera estás aquí? —me espetó con rudeza. Coloqué mi mano en su antebrazo para que me diera algo de espacio, pero pasó de mí con letal indiferencia—. ¿Necesitas sexo?
—No, quiero hablar contigo, imbécil. ¿Qué te pasa? —le recriminé, ejerciendo mayor presión en mi empuje.
—Me pasa que no te entiendo, Susan, ¡¿qué quieres de mí?! —Descargó un nuevo golpe con la palma abierta, pero en esa ocasión a la pared a escasos centímetros de donde se encontraba mi rostro—. Le dijiste a Lucas que no íbamos a ir en serio, que nunca siquiera considerarías esa opción conmigo. —Jadeé sin poder evitarlo, pero él continuó completamente ajeno a mi reacción—: Así que si no vamos en serio, significa que sólo nos divertimos ¿no? Significa... que no tienes ningún derecho a reclamar nada sobre mentiras u omisiones, porque yo no te debo nada. No eres mi pareja, no eres mi novia... sólo eres una buena oportunidad y sólo sacamos partido de la situación. Al menos que te esté debiendo un orgasmo, no hay motivos para que te presentes en mi puerta.
—Déjame pasar. —Lo empujé con vehemencia esa vez, pero él escasamente retrocedió—. Ni siquiera...
—¿Qué? —Trasladó sus manos a mis muñecas, cerrando su amarre como una compresa—. ¿Ni siquiera qué? —repitió, insistente.
—Ni siquiera hablaba en serio, Neil —escupí, cansada, enfrentando sus ojos con decisión—. Estaba molesta y Lucas se estaba metiendo en un terreno que ni había tenido tiempo de considerar. Acababa de saber de tu edad y estaba molesta, ¿bien?
Él colocó la cabeza de lado, escaneando mi ojos con los suyos por un minuto que se sintió eterno. Mordí mi labio inferior con fuerza, tirando de mis manos para que me liberara y al cabo de un segundo, me soltó para sostener mi rostro.
—Bien. —Dejó caer su frente contra la mía, suspirando de un modo apenas perceptible—. Perdóname... necesito que me perdones, yo voy a creer que lo que dices es cierto, pero necesito que tú creas en mí. Voy a hacerlo bien esta vez...
—Neil, ¿de qué estás hablando?
Me soltó el tiempo suficiente como para pasarse nuevamente la mano por el rostro, dejándose un rastro rojizo por la presión con la que se apretaba a sí mismo.
—A veces me confundo un poco... —Hizo una pausa, cerrando los ojos con fuerza como si le costara recordar lo que iba a decir—. Pero puedo hacerlo bien...
Sentía que me estaba perdiendo algo importante en toda esa escena, pero mi cabeza estaba algo embotada por la resaca, la discusión y toda la mierda previa, sólo quería ignorar todo eso por un momento, dejar que los problemas futuros fueran tema del futuro y dedicarme a disfrutar el presente. Nuestro presente por el tiempo que tuviera que durar. Coloqué una mano en su mejilla, para enfocar su dispersa atención en mí y él me sonrió apenado.
—¡Neil! —Hizo una mueca cuando algo lo golpeó en la espalda, empujándolo más cerca de mí—. ¿Tenemos visitas?
Espié por un lateral del cuerpo de Neil a Tess parada en la entrada, la cual me sonrió al verme y no pude más que sonreírle de regreso a modo de reconocimiento. Ella seguía básicamente desagradándome y no tenía idea qué hacía allí, considerando que debía estar trabajando o lo que fuera que hacía.
—Es Sussy —musitó él, como si cupieran dudas al respecto.
—¿Se suma a la fiesta? —Tess unió sus manos frente a su cuerpo en gesto expectante, pasando sus ojos celestes de él a mí respectivamente.
—No, ella...
—¿Qué fiesta? —interrumpí, mandándole una interrogante mirada a la chica.
—Necesitábamos desconectar —dijo ella, a modo de rápida explicación. Fruncí el ceño algo confundida por su elección de palabras, así que miré a Neil para que ampliara un poco la información pero apenas si me miró—. Ya sabes, volar un poco —continuó Tess, gesticulando con sus manos un par de alitas.
—Oh... —murmuré, sintiéndome un poco estúpida por no captarlo desde el inicio. Recordé vagamente que Neil me había dicho sobre eso, e incluso que me invitaría alguna vez a probar la sensación con él—. Están fumando marihuana.
—No, pero si quieres eso te puedo conseguir.
—Tess —la cortó él, enviándole una sola mirada de advertencia.
—No entiendo —dije, ganando la atención de los dos al instante.
—No le hagas caso, ¿ok? Tess ya se iba.
—Pero... —comenzó a protestar la chica, haciendo un hermoso mohín con sus labios rojos—. Todavía puedo armar otra línea, la compartimos con ella.
—¿Línea?
—¡Tess, cierra la maldita boca! —Tanto Tess como yo brincamos ante el arrebato de Neil, pero no dejé que aquello me alejara de la discusión. Intenté buscar sus ojos sin éxito, pues él aún continuaba mirando a Tess con algo muy similar a la rabia.
—¿Cuál es tu problema?—exclamó ella con un leve velo de lágrimas empañando su mirada—. No te va a querer más sólo porque actúes normalidad, estúpido.
—¿De qué...? —intenté preguntar, pero entonces ella avanzó para tomar una de mis manos con excesiva fuerza y obligarme a mirarla.
—No sólo fuma marihuana, también consume cocaína, incluso estuvo en rehabilitación una vez...
—¡Maldita sea, Tess! —Neil la apartó de mí con un movimiento para nada delicado, lo cual no logró que ella detuviera su apresurada intervención.
—Pregúntale, pregúntale qué estuvo consumiendo... verás que no miento.
—¡No seas hija de puta, Tessalia! —Ella lo esquivó cuando él hizo intento de atraparla y corrió calle abajo riendo a puro pulmón, al parecer bastante orgullosa de su hazaña. Pudieron haber pasado horas hasta que Neil se volvió en mi dirección, para mirarme casi a regañadientes. Yo estaba en blanco—. Es...
—¿Cocaína? —Sólo eso fui capaz de decir, mientras buscaba algún rastro de negación en su mirada. Pero no hubo nada más que una velada aceptación de los hechos.
Me cubrí la boca con una mano, incapaz de ocultar un repentino sollozo y él dio un paso que al instante yo retrocedí. Repentinamente caí en cuenta de la razón de su comportamiento errático, ese modo en que miraba sin mirar o incluso como cortaba las oraciones al hablar, o el modo en que se limpiaba el rostro. No era por el alcohol, ese no era el efecto que causaba el alcohol, eso lo producía la droga.
—Su, por favor...
—¡No! —grité, cuando su mano rozó mi brazo—. Cómo... —Ni siquiera sabía qué preguntar, mi mente simplemente se negaba a aceptar aquello de él—. Es demasiado... —Era mucho más de lo que yo podría manejar, al menos. Pero es que no lo comprendía, ¿era un adicto? ¿Eso había querido decirme Tess? ¿Quién diablos era Neil después de todo? Sacudí la cabeza, exhausta, apartando toda conjetura sobre eso y lo miré fijamente—. ¿Es verdad? —Necesitaba oírlo de su boca, necesitaba escucharlo de él para creerlo.
—Es...
—Sólo dime la verdad, Neil —apunté con ahínco, al verlo vacilar.
—No es algo que haga siempre, ¿bien? —explicó con la voz en murmullo, mientras yo tomaba una muy leve inspiración—. Sólo que en ocasiones me ayuda a... no pensar.
Sonreí sin ganas, notando lo estúpida que había sido al fiarme ciegamente de él. Era increíble, pero súbitamente sentí que no tenía idea a quién estaba mirando.
—No puedo creer que me hayas persuadido a confiar en ti, cuando sólo eres una completa mentira.
—Sussy...
—¡¿Qué?! —le espeté, encontrando finalmente mi voz detrás del nudo que apretaba mi garganta—. No eres más que un hipócrita, me hiciste creer que te conocía cuando lo único que estabas haciendo era engañarme. No puedo creer que siquiera consideré tener un hijo tuyo... no puedo creer que me hicieras sentir irresponsable al escoger un padre de una lista, cuando todos ellos habrían sido mejores candidatos que tú.
—He estado limpio, no tienes de qué preocuparte... no te he contagiado nada.
—¡Me importa una mierda eso, Neil! —Lo rodeé con las manos en alto para dirigirme a la camioneta sin tener la posibilidad de rozarlo, mientras sentía sus pesados pasos comerse los míos por detrás. Tenía claro que debía alejarme de allí cuanto antes, pero al escucharlo a mis espaldas no pude evitar detenerme para increparlo—. ¿Por qué lo haces? —dije en un susurro velado.
Neil me había parecido un hombre centrado, locuaz, inteligente y muy creativo. No entendía por qué una persona como él necesitaría envenenarse con esa clase de mierdas, ¿qué lo había llevado a consumir cocaína? ¿Acaso no sabía el daño que se hacía?
—¿Por qué no? —musitó, encogiéndose de hombros levemente. Asentí, desganada, girándome para abrir la puerta—. Sussy, espera... por favor.
—Si quieres matarte con esa basura, adelante, pero no me pidas que me quede a ver.
—No es como Tess lo hizo sonar. —Negué sin ganas de oír más y él extendió una de sus manos impidiéndome abrir la camioneta—. Te lo puedo explicar, pero no ahora. Te lo voy a contar todo, te voy a decir la verdad... pero no me odies, por favor. —Sentí su frente presionando mi espalda y tuve que apretar las manos en puños para no volverme, para no abrazarlo y decirle que no podía odiarlo aunque fuese un estúpido que estaba arruinando su vida.
—No lo hago. —Coloqué mi mano sobre la que él posaba sobre la puerta y enlacé nuestros dedos del modo que tanto le gustaba—. Tú ya lo haces por los dos. Ahora déjame ir a casa, por favor.
Neil me tomó por la barbilla, obligándome a volver el rostro en su dirección. Sus ojos brillaban con suavidad bajo la tenue luz de luna, dejándome ver sus pupilas completamente dilatadas y un enrojecimiento que lo hacía lucir demasiado harto de todo.
—¿Lo he arruinado? —inquirió con voz tranquila—. No me odias, pero no te vas a quedar.
—Neil...
—Sabes que podrías estar embarazada ya —masculló con los dientes apretados, comiéndose mi replica—. ¿Qué pasa si lo estás? ¿Vas a dejarme fuera?
Sacudí la cabeza, me giré por completo y le sonreí con más dolor que dicha.
—No lo estoy. —Él cerró los ojos como si acabara de golpearlo directo en el estómago, y luego apretó el amarre de nuestras manos un instante antes de soltarme—. No hay bebé.
—¿Te vas a ir?
—Sí, porque tienes que descansar.
Él sonrió con aspereza.
—No es eso a lo que me refiero, ¿te vas ir? —repitió, buscando mis ojos con insistencia. No le respondí—. Por favor, déjame hablar contigo mañana. Déjame... déjame, déjame verte cuando mi mente esté despejada, sólo una vez.
—Neil.
—Por favor —me interrumpió con vehemencia—. Sólo tendrás que escucharme y luego si te quieres ir, te prometo que no voy a meterme en tu camino.
Me di un verdadero momento para pensar lo que me pedía, lo miré en silencio tratando de reconocer en ese hombre al Neil que había logrado volverme irracional con sus propuestas, atrevida con sus juegos y una ilusa con su mera presencia. Maldita sea, podía no conocerlo en realidad, pero sabía que todo aquello no podría haber sido producto de mi imaginación. Ese Neil existía, convivía con ese otro que se torturaba a sí mismo por motivos que me eran ajenos, pero que sin duda ejercían una gran presión sobre sus hombros. Y quería saber por qué había decidido vivir de ese modo, ser en apariencia alguien que no lo terminaba de definir. Quería hacerlo y aun así...
—Bien —acepté tras un suspiro. Era lo correcto.
Una suave sonrisa tiró de sus labios, antes de que diera un paso hacia atrás para dejarme el camino completamente libre hacia la camioneta.
—Voy a ir a buscarte en la tarde, ¿de acuerdo?
Asentí en silencio, para luego pedirle que me programara el GPS con la dirección de Jace. Una vez instalada detrás del volante, bajé la ventanilla para que él se apoyara en el marco y lo observé tratando de gravar cada detalle de él en mi mente. Era lo correcto.
—Descansa —le dije, forzando esa única palabra a salir de mi boca.
Neil se inclinó para robarme un rápido beso que se sintió en parte dulce y en parte dolorosamente amargo.
—Tú también descansa, nena.
Le sonreí y coloqué el cambio para ponerme en marcha. Neil retrocedió, deteniéndose a unos seguros pasos de distancia del vehículo y me miró con tanta intensidad que por un segundo casi logra romper mi muy controlado semblante. Presioné el acelerador al mismo tiempo que una lágrima caí a toda marcha por mi mejilla, terminando su precipitado viaje en la comisura de mis labios. Lo vi colocarse en el camino a través del espejo retrovisor, mientras seguía el recorrido de la camioneta con una atenta mirada. Y quise creer que en ese mismo segundo, Neil se dio cuenta que no iba a haber un mañana para nosotros. No podía, aun cuando quería entenderlo, no podía dejarlo que volviera a comprarme con palabras. Era lo correcto.
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Lucas: Estoy destrozado con el final de este capítulo.
Neil: ¿Por qué no te vas un poco al infierno?
Lucas: Bueno, ya que te esté allí ¿quieres que traiga a tu dulce amiguita?
Neil: Limítate a salir de mi camino, ¿quieres?
Cam: Lucas, no es agradable burlarse de las desgracia ajena.
Lucas: Deja de hacerte el santo, Brüner, te estuviste riendo hasta hace cinco minutos.
Cam a Neil: No es cierto, no me parece para nada gracioso.
Neil: Da igual, está celoso porque la chica a la que va dedicado este capítulo, no lo invitó a visitarla en Puerto Rico. Pero a nosotros sí, y puesto que tenemos planeado caer pronto en su casa, vamos a dedicarle el capítulo.
Cam: ¿Para que nos deba algo?
Neil: ¡Exacto!
Cam: Bien, entonces, este capítulo va dedicado a nuestra puertorriqueña preferida, Rose.
Neil: Incluso aunque no nos hubieses invitado, nena, te mereces una dedicatoria especial por ser tan condenadamente fiel a nosotros. Mientras Sussy recapacita, allí estaré para que me atiendas y cures mi alma rota.
Lucas: Por favor... ¿es en serio?
Neil: Tú cierra la boca. Un beso Rose, Cam y yo estamos de camino. Espéranos en el aeropuerto, seremos los dos más guapos que bajen del avión.
Cam: Jajaja eso mismo. Esperamos que hayas disfrutado del cap. a pesar de todo.
Lucas: Yo sí lo disfruté.
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