Sorpresa.
Bueno, seguro no esperaban otro tan pronto ¿no? La cuestión es que este cap viene incluso haciendo juego con el propio título. Espero les guste y entiendan porque el anterior, tenía que terminar donde terminó. ;)
Capítulo XXXII: Sorpresa.
Lucas.
Sostuve el teléfono en mi mano, aún estudiando el último mensaje que me había enviado. En parte era obvio que Keila estaba siguiendo el juego del diálogo de la película, pero qué podía asumir de esa última línea. Yo sabía porque le mandaba las partes que le mandaba, no eran simples elecciones al azar. Pero ¿acaso ella lo sabía? ¿Estaba usando el juego de las películas como yo? ¿O sólo estaba siguiendo a Jerry Maguire sin más?
Oh, diablos, tenía que responderle. No me podía quedar mirando el móvil sin decirle nada, ya sea la primera o la segunda opción, Keila acababa de decirme algo. Viniera o no en código, hubiese o no tenido la intención de que esto pareciera más que un juego, tenía que responderle.
Me pasé una mano por el cabello, escribiendo y borrando mi mensaje un par de veces. ¡Jesús! ¿Qué seguía en ese diálogo? Af… creo que seguía un beso, algo que obviamente no podía escribir o enviar en un texto. Finalmente opté por no darle mayor trascendencia, si en verdad íbamos a basarnos en el juego yo le habría dicho que la amaba al menos unas cinco veces en lo que iba del día. Y ella sólo había respondido con bromas y risas, así que a riego de ser colgado de las bolas tras darle al botón de enviar, escribí:
Dónde estás? Paso por ti.
En los minutos que siguieron a mi arriesgada estrategia, sentí que el pulso se me aceleraba y mis manos comenzaban a hacer eso que hacen cuando no quiero que lo hagan. Soy un terrible idiota al momento de controlar mis nervios, no lo niego, no se fijen.
Keila no respondía, pues seguramente estaría ocupada insultando a mis próximas tres generaciones. ¿Por qué inicié este juego estúpido? Es como querer coger hierro hirviendo y esperar salir ileso.
Kei?
Sí, lo sé, enviar dos mensajes con preguntas que no han sido respondidas es como una clara indicación de que la has cagado. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
De camino a casa, te veo allí.
Al leer eso creo que nunca estuve tan malditamente agradecido con la tecnología. Ella no estaba molesta. Bien, podría trabajar desde allí. Al menos no estábamos retrocediendo a dónde sea que estábamos antes. Y en cuanto a toda la cuestión de “amo al enemigo”, pues cruzaría ese puente cuando me encontrara firmemente sobre él. De momento no iba a asumir nada, esta chica no confiaba en mí lo suficiente como para realmente pensar en esos términos ¿no? Vaya mierda, ni yo confiaba en mí lo suficiente como para pensar en eso. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que quise agradarle a alguien, que ahora ya no estaba seguro si era real o producto de mi imaginación.
Te veo allí.
Respondí escuetamente, aún cuando tenía un sinfín de frases de película para cerrar esa conversación de un modo más romántico. Obviamente esa clase de romanticismo pertenece a las películas, aplicarlo en la vida cotidiana puede prestarse a confusión.
Metí apresuradamente los papeles que tenía en mi escritorio dentro del cajón y le eché llave, antes de juntar mi móvil y mi saco. Estaba en ese intervalo de pensamiento en que te detienes a ver si te dejas algo, cuando la puerta de mi oficina se abrió. «Mierda»
—Oh, Lucas, que bueno que te encuentro. —«Doble mierda» ¿Por qué no me fui antes?
—Hola, Karen…—saludé a regañadientes—. Estaba justo saliendo.
—Genial, te acompaño hasta la puerta.
No me dio muchas opciones para negarme, pues me abrió la puerta apretándose contra el marco mientras yo pasaba, o quizá no apretándose lo suficiente. Le eché una mirada de reojo que no pareció surtir el efecto deseado, porque ella me sonrió. Una vez que salimos al sector donde los otros chicos trabajaban, al menos tuvo el detalle de mantener la distancia y yo me despedí de los demás casi a la carrera.
—Valentín quiere saber qué tal van los diseños para el árabe. —No era árabe, era alemán pero no planeaba sacarla de su error. A decir verdad, todos nos reíamos en secreto cada vez que le decía “el árabe”. Mierda, qué tipos malos somos.
—Bien—respondí escuetamente, aclarándome la garganta para aplacar la risa que insistía en salir—. En unos días le llevaré los dibujos.
—Es genial, Luke, me encantaría poder echarles un vistazo.
—Sí, porque no.
Su mano cayó en mi brazo en ese preciso momento, esto siempre era así con Karen. Cinco frases seguidas y ella comenzaba frotarme como a la puta lámpara de Aladino, tal vez ignorando que mi genio interno no cumplía deseos. Lo sé, lo sé, yo había comido en este banquete antes. Pero considerando que eso había sido hacía un año y le había aclarado que la cosa moría allí, ella no parecía querer entender. O tal vez sólo se sentía con el derecho de tocarme, porque habíamos tenido sexo una vez. ¡Una jodida vez! Ya ni siquiera recordaba los por menores de ese encuentro. Fue durante la época oscura—como me gusta llamar a ese momento de falta de sensatez—, cuando me tiraba tanta mierda encima como fuese capaz de encontrar. Me gusta pensar que todo eso fue hecho por otro Lucas, pero la cuestión es que yo debía lidiar con las consecuencias de sus actos. Los míos, aunque siempre serían los suyos, porque definitivamente yo no quería volver allí.
—¡Por cierto!—Su exclamación me hizo tener un pequeño paro cardíaco, ella gritando era de las cosas más insoportables en las que podía pensar. Keila tenía razón, eran cien uñas contra una pizarra—. Te llegó esto.
Karen me entregó un sobre que sólo llevaba mi nombre, lo había estado esperando y me alegraba que llegara a tiempo, sólo no me agradaba que ella lo hubiese cogido.
—Gracias. —Si mi respuesta no era indicio de que no quiero saber nada con ella, entonces francamente no he aprendido nada de las mujeres en mis veintiocho años de vida. Ante la duda agregué—: Mi novia está ansiosa por ir.
Vi el segundo exacto en que mis palabras calaban en su cerebro, porque automáticamente me miró con recelo y su mano frotadora se detuvo un instante, antes de alejarse por completo.
—Seguro se divertirán, adiós Lucas. —Y volvía a ser Lucas para ella, esto cada vez se ponía mejor.
La saludé con un asentimiento, huyendo a la salida antes de que otra persona tuviera necesidad de detenerme para hablar. Hablar no era lo mío, nunca lo fue a decir verdad. Fui un niño retraído con muchas hermanas que hablaban por mí, no tuve mucha oportunidad para expresar mi opinión nunca y estaba acostumbrado a eso. Aunque eso terminó siendo una de las razones por las cuales mi vocabulario era tan escueto, lo único que pude hacer para mejorarlo fue comprar un calendario de palabras. Y no estaba del todo seguro que eso funcionara, Gaby solía decir que mi cabeza se llenaba de palabras que nunca aplicarían en una conversación real. Estaba en lo cierto, pero… Bueno, honestamente ni siquiera sé por qué pienso en eso, tal vez es de las primeras veces que la recuerdo de un modo tan azaroso y esto no me pesa. Extraño.
—Buenas tardes señor, Hassan. ¿Lleva material?—Sacudí la cabeza en una negación, y el guardia de seguridad cuyo nombre no recordaba me escaneó con su aparatito de metales—. Todo en orden, hasta mañana.
—Hasta mañana. —Y salí liberado. Ahora sólo restaba comprar la cena, llevarle una sorpresa a mi novia y esperar que todos mis intentos por lisonjearla con los mensajes de textos, no hubiesen confundido las cosas.
Por cierto, “lisonjear” es mi palabra del día… no estoy seguro de que pueda combinarse de ese modo, pero lo que cuenta es el esfuerzo por intentar aplicarla ¿no?
Cuando llegué a su casa, ella aún no estaba allí. Esto no habría supuesto un problema, si tan sólo pudiera lograr penetrar ese sistema de seguridad en su puerta. Lo había intentado un par de veces, pero la maldita se resistía bajo mi peso. Así que asumiendo mi derrota ante la puerta, me dejé caer en el frío y no tan limpio suelo de su entrada. No me consideraba alguien sumamente delicado ni siquiera remotamente organizado, pero había algo de ese lugar que me crispaba los nervios. Keila no parecía darse cuenta de lo poco cuidado que estaba su edificio, dudaba que el lugar cumpliera con alguna norma de seguridad. Por Dios, ni siquiera había una escalera de incendios. En caso de que esto se quemara, Keila no se llevaría la parte fácil a saltar por la ventana. No podía poner en palabras mis pensamientos, o siquiera encontrarle mucho sentido a mi recelo hacia ese lugar. Pero si sólo pudiese sacarla de allí, me sentiría tanto mejor. Aunque muy seguramente ella me enseñaría el dedo medio, porque se notaba que no era la clase de chica que gustara de recibir ayuda. Todavía tenía bastante presente el recuerdo de ella negándose a aceptar mi dinero para la exposición, y cómo había tenido que hacer malabares para que lo viera como un donativo desinteresado. Lo cual lo fue, dicho sea de paso.
—¿Qué haces ahí?—Unos pequeños pies se detuvieron junto a mi mano en el piso y lentamente alcé la vista hacia ella.
—Contemplo el intrincado diseño del suelo de tu pasillo.
Ella puso los ojos en blanco, o al menos eso creí ver en la semi penumbra del lugar, antes de darme una pequeña patada para que me moviera. Keila se detuvo frente a la puerta y la observó como si se estuviese preparando para una delicada intervención. Un segundo después jaló del picaporte dos veces echando su peso para atrás y luego hacia adelante, en un movimiento fluido. Por muy imposible que esto sonase, la puerta se abrió. ¡Increíble! Ella pesaba la mitad que yo, ¿cómo diablos…?
—¿Entras?
El tono curioso de su voz, me puso nuevamente en acción. Aunque eso no quitaba que iba a intentar abrir esa puerta en el futuro, simplemente no podía dejarla ganar. Echándole una envenenada mirada a la puerta, entré en su departamento en tanto Keila encendía las luces.
—Traje comida china, porque sé lo mucho que te gustan los palillos.
—Eres un encanto…—musitó con pretendida dulzura. Me acerqué atrapándola por la cintura, a lo que ella respondió echando la cabeza hacia atrás buscándome con sus ojos. Pasé mi pulgar por su mejilla, notando que tenía una marca oscura bajando desde su pómulo hasta la comisura de su labio.
—¿Estuviste buscando un tesoro?—La marca parecía ser de tierra, lodo quizá. No estaba muy seguro, aunque no parecía pintura. Al menos que estuviese probando nuevos modos de arte.
—¿Por qué?—Ella no me dejó responder, sino que miró mi mano con la cual le había limpiado el rostro—. Oh, eso…
—Eso…—repetí aguardando la explicación.
—Es tierra, estuve sacando algunas malezas y supongo que me toqué el rostro… nunca me doy cuenta de eso.
Sí, lo recordaba. No era la primera vez que aparecía con una mancha en su rostro, joder estoy casi seguro que incluso Neil recordaba algo sobre eso.
—¿Malezas? Si no tienes jardín…
Keila se removió dando un ligero paso hacia atrás, pero yo la tenía aún sujeta por la cintura, lo cual entorpeció sus intenciones de poner distancia.
—No dije que fuera de mi jardín, sólo era maleza. —Desestimó el tema agitando la mano y volvió a hacer un intento de liberarse de mí. Algo que obviamente no iba a dejarla hacer tan fácil.
—¿De dónde?
—¿Qué importa?
Iba a decirle que a mí, que me importaba dónde carajos se metía o cómo diablos conseguía tener tierra de un jardín que no le pertenecía. Pero entonces caí en cuenta de que yo no era así. Del mismo modo en que a mí me gustaba mantener algunas cosas para mí, debía aceptar que ella también las tuviese. Aunque no me gustara, porque quería que me confiara cosas comunes y corrientes, yo no era precisamente el tipo que podía ponerse en plan exigente.
—Ok. —La solté, dirigiéndome hacia la cocina—. No importa, ¿quieres un tenedor?
Ella me miró con la boca ligeramente abierta, casi como si estuviese debatiendo qué decirme o quizá no muy conforme con mi muestra de respeto por su privacidad. Aquí otra cosa que no entiendo de las mujeres, siempre quieren que uno no se meta en sus asuntos y respetemos su independencia, y cuando finalmente no lo hacemos, nos miran como si fuésemos unos desalmados hijos de puta. Pero si lo hacemos, no las dejamos respirar, somos unos machistas controladores, no respetamos el movimiento feminista de los últimos cincuenta años y básicamente somos unos cavernícolas e invadimos su espacio. ¡Qué se joda el espacio! Nunca nadie me dijo dónde estaba esa línea imaginaria, es algo bastante difícil de hacer si dicha línea sólo existe en el cerebro femenino.
—Yo voy por él—masculló claramente molesta. «¡Señor, dame fuerzas!»
—¿Qué pasa?—pregunté, aún viendo la respuesta escrita en cada esquina de su pequeño rostro enfurruñado.
—Nada.
—Ah, cariño, soy un experto en esa palabra. Amplía, Kei. —La tomé del brazo antes de que siquiera planeara escaparse y la jalé hacia mi cuerpo, hasta que estuvo bien aprisionada entre mis brazos. En momentos como este, me alegro de tener el tamaño para hacer cosas cavernícolas como abusar de mi fuerza y no dejarla correr—. ¿Te molesta que no te pregunte? Disculpa, pensé que era algo que me dirías cuando sintieras ganas. Ya sabes que no me gusta pinchar a la gente para que me hable, pero puedo tenerte así toda la noche si eso hace que abras la boca.
Ella mantuvo su vista pegada al primer botón de mi camisa, mientras sus manos—ambas a cada lado de su cuerpo—se encontraban cerradas en puños. Bajé el rostro, colocando mis labios en su frente para intentar obligarla a que me mirase. Sin manos la tarea no era tan simple.
—Será toda la noche entonces—murmuré al ver que no rompía su voto de silencio.
—No seas idiota, Lucas.
—Pides mucho—repliqué burlonamente. Ella alzó la cabeza para fulminarme con la mirada y la besé, tan simple como eso. Me aparté lo suficiente para captar su reacción y antes de que pudiera insultarme, volví a besarla. Esta vez más suavemente, tomándome el tiempo necesario para sentirla realmente y esperar a que la fuerza que ejercía contra mí se atenuara—. Dime el jardín de quién invadiste.
—¿Hm?
Tener ese efecto en ella, era algo que nunca creí que disfrutaría tanto. Pero, maldito ego me encantaba que se desorientara conmigo tras cada beso.
—La tierra—le recordé—. Tu rostro.
—Oh… en el cementerio. —Algo dentro de mí se estremeció, pero estuve casi seguro que ella no reparó en el pequeño, muy pequeñísimo, momento en que mi amarre perdió intensidad—. Estaba visitando la tumba de mi madre.
Me obligué a volver al presente tras oír aquello, sabía muy poco de su familia. Nada más que su madre había muerto y que su padre era un completo desconocido para Keila, un desconocido que no quería encontrar. Ella nunca había ampliado la información y yo nunca había preguntado, porque seamos honestos ¿quién encuentra estos temas dignos de ser conversados? Bueno, no sé si ustedes sí, porque definitivamente yo no.
—Hm…—¿Cuál era mi otra opción de respuesta? ¿Preguntarle cómo estaba? Sin duda este no era mi terreno.
—Hoy era su aniversario—continuó, mientras ausentemente jugueteaba con la cinturilla de mis pantalones. Casi como si necesitara ocupar sus manos en cualquier cosa, casi como lo mismo que yo hacía cuando me ponía nervioso. Curioso dato.
—¿Hace cuánto…?—Tacto, te hecho de menos.
—Nueve años.
—Y…—me aclaré la garganta—. ¿Cómo murió?
Ella dejó sus manos quietas, y por un segundo pensé que no me lo diría.
—Tuvo… una sobredosis. —Y en esa frase iba implícita otra, algo como: eso es todo lo que obtendrás al respecto.
—Lo siento. —Era la respuesta protocolar, ¿no? No que sirviera para algo, no que eso aplacara un carajo el dolor ajeno, pero era lo que se esperaba oír decir a alguien en estas circunstancias.
Mi mente siguió trabajando sin que yo me lo propusiera, hizo cuentas, movió mis manos a su espalda y la atrajo incluso más cerca de mi pecho en un gesto consolador. Todo esto pasó, mientras me hacía consciente de que Keila había perdido a su madre a los quince años de un modo que no se esperaría perder a una madre.
—Sí, bueno… son cosas que pasan.
—Eras una niña. —Las palabras simplemente brotaron de mi boca y supe que no le agradaron del todo, porque se tensó como si se estuviese preparando para una lucha.
—Me las apañé bien—Había un dejo de arrogancia en su voz, uno que parecía invitarme a contradecirla para luego ponerme en mi lugar.
—¿Cómo?—Dado que no tenía experiencia en el campo minado que era interrogar a Keila, iba casi pasando de puntillas para no presionar más allá del límite.
—Bueno al principio, luego de su muerte, me llevaron a este centro para muchachas sin techo. Era como un orfanato, sólo que nadie adoptaba a nadie allí. —Sonrió, pero el gesto pareció ser más un reflejo—. Estuve un año… y luego me fui.
—¿Te fuiste?—¿Se podía uno sólo marcharse de esos sitios?
—Sí—aseveró con voz calma—. Ese lugar no era para mí, estaba bien… o sea, no era como todas las cosas que aparecen en las películas. Un centro lúgubre donde no puedes cerrar los ojos, por temor a despertar con la cabeza despellejada.
—Sería jodidamente difícil despertar en dicho caso.
Ella me miró regalándome el destello de una verdadera sonrisa.
—En fin, eso fue. No sentía que ese lugar fuese mi hogar, así que salí a buscarlo por mi cuenta. —Quizá desde entonces nació en ella ese espíritu tan independiente—. Conocí a Paula una vez que intenté robarle su almuerzo mientras comía en el parque.
—¿Intentaste qué…?—No pude del todo ocultar mi sorpresa, a lo cual Keila rió.
—Sí… tenía hambre, no tenía dinero, ella tenía comida. En mi cabeza la ecuación cerraba perfectamente, pero me atrapó en pleno acto. Y contrario a lo que esperaba que ocurriese; ella no me regañó, ni siquiera me amenazó con llevarme a la policía. Me dio su comida y muchas otras después de aquella vez…
—Vaya.
Pensaba que cualquier otro tipo de respuesta sobraría en esa ocasión, no era tan estúpido como para no ser consciente de que muchas personas tenían que pasar por cosas difíciles. Pero había estado tan concentrado en mi miseria personal— al menos lo que yo interpretaba de ella—que no vi a Keila. O sea, verla realmente. A pesar de lo que había tenido que pasar, no era en lo absoluto un ser egoísta. Mientras que yo había decidido pasar por la vida en calidad de observador, como si en verdad creyera que sólo a mí me pasaron cosas malas. Obviamente nuestras situaciones no eran iguales, pero había algo subyaciendo bajo todas las particularidades de cada uno y eso era dolor en distintos grados. Lo sorprendente era que ella sabía salir mejor parada que yo, no sólo era sorprendente era admirable.
—¿Quieres comer ahora?—preguntó alzando el rostro con su usual porte de chiquilla arrogante. Pero eso en realidad no era arrogancia, no, ahí había verdadera fortaleza de carácter. Le sonreí, inclinándome para morderle el mentón y ella soltó una maldición por la cual Paula la habría castigado muy duramente.
—Tienes que lavarte la boca con jabón antes.
—Y yo que pensaba que eran las manos—contraatacó, mientras la soltaba e iba a buscar la comida.
Me detuve a medio camino de la mesa, volviéndome lo suficiente para observarla por sobre el hombro.
—¿Qué?—me increpó capturándome con sus bonitos ojos azules. La arrogancia seguía allí, ella no quería que yo dijera nada sobre lo que acababa de contarme y aun así sentía que no podía sólo pasar sobre ello como si nada. Aunque lo había contado como una anécdota más, sabía que no le había supuesto ninguna facilidad—. No era una mala mujer, Luke, me quería a su modo y me enseñó lo suficiente como para no cometer sus errores.—Se acercó a mí, para tomar una de mis manos entre las suyas mucho más calientes—. Así como tú no te arrepientes de cosas pasadas, yo no me arrepiento de haber sido su hija.
—Me habría gustado conocerla, porque si te crió a ti debió de haber sido genial.
—Adulador—soltó una suave risa de mujer, para luego tomarme desprevenido con un abrazo.
—Te gusta que te adule—murmuré apartando suavemente su cabello negro azulado de su rostro—. Apropósito, tengo algo para ti.
Su abrazo disminuyó, al punto en que sólo me sostenía por las caderas y su rostro aguardaba expectante.
—¿Qué cosa?
—Una sorpresa.
—¿Una sorpresa?—repitió con una mirada, incluso más expectante. Sonreí, inclinándome para robarle un beso porque… bueno, básicamente porque me dio la gana—. ¿Cuál es mi sorpresa?
Ella era tan encantadora, ya lo llamaba “su” sorpresa.
—Está en mis pantalones—dije alzando las manos para enfatizar mis palabras. Keila enarcó una ceja, paseando su vista de un modo no tan profesional por sobre mi cuerpo.
—Pensaba que querías comer antes. —Sin poder evitarlo rompí en una fuerte carcajada, por supuesto que ella no iba a dejar pasar una observación así.
—Pequeña e indolente, pervertida. No me refiero a eso…—Rodé los ojos fingiendo sentirme ofendido al respecto—. Mi sorpresa está en mis pantalones y tienes que buscarla.
—¿Dónde? ¿Aquí?
«¡Virgen santísima!» A la mierda la sorpresa, no podía pedirle que quitara la mano, simplemente iba más allá de mi fuerza de voluntad. Arrastré aire bruscamente a mis pulmones, sintiendo que la sangre comenzaba a abandonar mi cerebro para dirigirse a otros puntos más importantes.
—No…—Aclaré bruscamente mi garganta, intentándolo una vez más—… en el bolsillo.
—¡Oh, en el bolsillo! Mi error…—dijo sonriéndome, pero sin mover su mano de mi entrepierna.
—¿Vas a buscar la sorpresa, Kei? Porque se me ocurren…
—¡Ja! ¿Quién es el pervertido ahora?—me cortó quitando su mano rápidamente como si la indignara mi comportamiento. De haber estado más coherente, habría reído por eso—. Déjame ver.
Keila se acercó un poco más, comenzando a pasar su mano derecha por la parte frontal de mis—recientemente un poco más ajustados—jeans. Sabía que estaba divirtiéndose con esto, por lo que decidí resistir estoicamente el impulso de tocarla también. Su mano izquierda fue a caer sobre mi trasero, sin siquiera mostrar indicios de querer dirigirse a mi bolsillo. La sentí jugando con la costura del pantalón, delineando con su índice los contornos del bolsillo y un segundo después ejerciendo la clase de presión valorativa que parecía estudiar un producto. Me incliné dejando caer mi cabeza sobre su hombro y ella rió brevemente, antes de enganchar el ojal del cinturón y jalarme hacia su cuerpo. Toda mi intención de ser un producto dócil, murió con ese acercamiento. Su cuello quedó a merced de mi boca y sin alzar las manos, me dediqué a lamer y morder mientras ella continuaba explorando mis pantalones. En algún momento la hebilla del cinturón quedó abierta y su mano inició un nuevo recorrido que nada tenía que ver con la sorpresa, pero por la cual no pensaba protestar. Estaba a un segundo de arrastrarla a donde quería que esto ocurriese, pero en ese preciso instante ella dio un paso atrás.
Abrí los ojos tratando de salir del hechizo en el que me había consumido, para verla de pie frente a mí sosteniendo el sobre que contenía la jodida sorpresa. Cómo lo había conseguido y en qué momento, era un maldito misterio. Pero ya los tenía, ¡qué más daba! Sigamos con esto. Avancé pero ella me detuvo con un dedo en lo alto, para pedirme un instante.
—¿Mi sorpresa?—inquirió volteando el sobre en sus manos. Asentí—. ¿Qué es?
—Ábrelo…—Yo era un buen chico que podría esperar un minuto más.
Keila sacó las entradas del interior del sobre y por un momento se las quedó viendo como si intentara comprender.
—Son…—Se detuvo, volvió a mirarlas y luego a mí—. ¿Para la presentación nocturna del museo de arte?
—Sí.
—Pero…—nuevamente hizo una pausa—. Pensé que ya se habían agotado, la presentación es el viernes y…
—Tengo mis contactos—murmuré esperando que la sorpresa sea bien aceptada.
—Oh, Luke… ¡es genial!—Creo que incluso oí en mi mente las campanitas de cuando se atina al premio. Ella se colgó de mi cuello reclamando que bajara a su altura, pero para mí fue más fácil llevarla conmigo hacia arriba hasta que su boca quedó tentadoramente cerca de la mía.
—Asumo que te gustó.
—Me encantó, nunca fui a una exposición nocturna… y oí que es genial. —Un beso después, dijo—: ¿Qué intentas hacer conmigo, Lucas Hassan?
No respondí aunque me hubiese gustado decírselo, no era necesario. Suponía que con algo de tiempo, ella sería bastante consciente de lo que intentaba hacer con ella, de lo que quería de ella y de lo que esperaba darle a ella.
***
Keila.
No estaba muy segura de qué hora era, pero sentía un sonido molestando mi paz y sólo no podía hacer caso omiso de él. Abrí los ojos, despegando mi rostro del pecho de Lucas. Dado que mi cama no era tan grande como la suya debíamos dormir más apretados, pero él no parecía molesto por no poder colocarse boca abajo como era su costumbre. Me incorporé echando una mirada a la oscuridad y tras escanear dos veces el lugar, noté la pequeña luz vibrante sobre la mesa. Sabía que mi móvil estaba debajo de mi almohada, por lo que ese debía ser el de Lucas.
—Luke…—Lo llamé pinchando sus costillas, él respondió llevándose el brazo a la cabeza como si con eso pudiese bloquear mi voz. Reí—. Lucas…
—¿Qué…?
—Tu teléfono, lleva un largo rato vibrando. —Lentamente descorrió su brazo para darme una muy somnolienta mirada, obviamente no había escuchado lo que le dije—. Tu móvil—apunté hacia la mesa—, está vibrando.
—Oh…—Se restregó los ojos y lanzó su bostezo felino, antes de arrastrarse fuera de la cama.
La persona que lo llamaba era bastante insistente, porque aguardó todo el tiempo que le tomó a él juntar las fuerzas para llegar a la mesa y un poco más.
—¿Diga?
Me eché en la cama, viéndolo acercarse a la ventana para conversar. El teléfono de línea de Lucas no sonaba muy a menudo y su móvil mucho menos. Así que honestamente esperaba que no fuesen malas noticias, más si consideraba que este era el horario propicio para darlas. Intenté no ponerle muchos pensamientos al asunto, pero no pude evitar del todo preguntarme con quién estaría hablando y cuál era el tema que no podía esperar hasta que amaneciera. Cuando él finalmente se apartó de la ventana y lanzó sin mucho tacto el celular en la mesa, me tensé. No estaba bien esperar malas noticias, pero estaba tan acostumbrada a ellas que incluso podía reconocer los signos en una persona. Y él los tenía.
Lucas caminó de regreso a la cama frotándose la nuca, como si quisiera sacarse un feo pensamiento de allí. Luego, sin decir una palabra, se metió bajo las mantas deslizando el frío de su cuerpo hasta mi piel. Me giré en su dirección, dándole mi para nada exigente mirada curiosa.
—¿Pasó algo?
Él suspiró sonoramente, entornando sus ojos verdes hasta que se toparon con los míos. Definitivamente no eran buenas noticias.
—Lo siento, Kei… no voy a poder ir a la exposición contigo.
_________________________
Este fue largo, lo relató Lucas en su mayoría y... dejó plantada la semilla para empezar el final. Espero les haya gustado y me digan qué les parece el interior de la cabeza de Lucas ahora, ¿mejor? xDD Bye ^^
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