Rehabilitación.
¿Qué onda, gente? ¿Pasaron bien sus pascuas? Espero que sí xD Yo estuve escribiendo y salió este capítulo, digamos como un regalo de pascua...o no. xDD Espero les guste.
Capítulo XXVII: Rehabilitación.
Lucas
—¿Te parece si compramos algo para llevar y cenamos en mi casa?
La mirada divertida que me dirigió fue respuesta suficiente, aún así como el buen caballero que intentaba ser y no ser con ella, opté por permanecer en un silencio expectante.
—Claro, compremos comida y vayamos a tu casa.
No se me escapaba en lo absoluto la nota de sarcasmo que acompañó a sus palabras. Y si bien esto me causaba gracia, a veces me preguntaba qué tanto ella interpretaba de todo lo que le decía. Obviamente no era la primera vez que la llevaba a mi casa, en las pasadas dos semanas—quince días—habíamos pasado casi once de ellos juntos. Pasábamos el rato, o al menos así lo había definido Keila. Había cenas, salidas diurnas, nocturnas, besos, abrazos, ¿por qué no? algunas manos, pero de momento eso había sido todo. Quería pensar que ella se estaba acostumbrando a mí como yo a ella, pero siempre estaba ésta nota de vacilación en sus miradas. Como si esperara que de un momento a otro la cagara (a la relación no a ella, no seamos tan literales), dijera o hiciera algo que echara por tierra los once días limpios que habíamos pasado. Por alguna razón esto comenzaba a parecer un programa de rehabilitación, pensaba que llegado al paso doce todo tendería a ir más fácilmente.
Pero, o bien Keila sospechaba de mis intenciones—por muy anticuado que eso sonara—o bien estaba esperando que diera un paso más definitivo y claro. ¡El número doce! Y sí, sabía exactamente cual era ese paso. ¡Diablos! No es que no la deseara, en realidad había sido jodidamente difícil desintoxicarme teniendo la droga siempre a mano. Keila era una tentación caminando de mi brazo; en ese momento con su cabello corto algo despeinado por mi manía de jugar con él, sus labios carnosos rojos y húmedos por los besos… o el labial que llevaba en su cartera (no estaba del todo seguro). Fuese lo que fuese, ella era mi tentación. Mi recompensa por comportarme como un buen chico durante tantos días consecutivos. Aquí el logro se contabilizaba por el tiempo en que fui constante, no por la cantidad de días en sí.
No tenía dudas de que ella me respondería, a decir verdad podía asegurar que ella estaba alentándome. O mejor dicho seduciéndome. Y no tenía pegas en ese aspecto, pues me gustaba lo suficiente como para ser alegremente seducido. Aun así, llegado un punto sabía que le respondería de un modo físico y no quería eso. Allí radicaba mi reserva, podía acostarme con ella, no es como si me faltaran ganas. Pero deseaba que fuera distinto, la parte instintiva de mí me decía que dejara de lado las mariconadas e hiciera mi parte en esta relación. Sí claro, las salidas y los besos eran estupendos, pero no era todo. Keila estaba siendo demasiado tolerante conmigo, me daba espacio para moverme y hacer todo como a mí me viniera en gana. Y eso comenzaba a verse egoísta, yo comenzaba a sentirme egoísta.
¿Acaso tenía sentido darle más larga al asunto? Quería tenerla, quería que fuera mía en toda la extensión de la palabra, no sólo en el plano físico. Y lo peor es que pensaba que podía conseguirla, pero no sentía que pudiera devolvérselo al mismo grado.
Podía tomarla como a Karen—un error que no pensaba volver a cometer—, usar su cuerpo y dejar que ella usara el mío, pero al final de cuentas no significaría nada. ¿Y si en verdad no significaba nada? ¿Cuánto tiempo más me tomaría fiarme por completo de ella? Keila se merecía más que eso, se merecía que diera todo porque sabía que ella estaba dispuesta a dar todo de sí.
—¿Comida Tai?
Su pregunta me sacó de mis cavilaciones, pues no tenía mucho sentido darle más vueltas al asunto. Era quien era y no podía cambiar el hecho de que a pesar de que me sentía a gusto con ella, aún no lograba estar completamente cómodo. Tal vez cabría la posibilidad de decírselo, sólo mirarla a los ojos y decirle que me importaba, que no intentaba ser distante, que la deseaba, pero que quería darle más de lo que estaba ofreciéndole.
—Suena bien para mí—respondí, empujando a un lado mi intento de poseer una consciencia o al menos hacerle caso.
Nos encaminamos al restaurante de comida Tailandesa y rápidamente nos pusimos en la fila que ese sábado se mostraba bastante concurrida. Luego de una película a la cual no le había prestado mucha atención, estaba con los ánimos y el apetito a punto para una cena en casa.
—¿Qué te pareció la película?—Temía que preguntara eso, pues no me había tomado el tiempo de armar una respuesta creíble.
—Buena.
—¿Siquiera miraste algo?
«Atrapado» Ella era mucho más observadora de lo que me habría figurado, pero no debía sorprenderme realmente, después de todo era una artista. Sus ojos siempre parecían estar viendo más allá que los del resto.
—Estaba mirando cosas más interesantes—La observé guiñándole un ojo, a tiempo de ver como se presionaba el labio con sus dedos en un gesto de profundo análisis. Lo hacía siempre que se detenía a pensar lo que le decía o cuando se ponía nerviosa por algo.
—Eres un hombre muy cursi, y pagaste por una película que ni siquiera miraste.
—Disfruté mucho de mi espectáculo. —Tomé su mano apartándola de su boca, en ocasiones me daba la impresión de que se haría daño de ese modo. Y diablos, no iba a dejar que lastimara una boquita tan apetecible—. No te presiones así la boca, no es necesario que nos castigues a ambos siempre que piensas.
Soltó un bufido al mirarme, pero había una sonrisa en sus labios que poco ayudó a su expresión de disgusto. Atraje su pequeña mano hacia mí, para depositarle un beso en el dorso y el gesto me ganó otra sonrisa. Ella era muy fácil de hacer reír, tenía una sonrisa fácil aunque también era muy fácil de hacer cabrear.
—Yo voy a comer…—comenzó a decir, posando la vista en el menú. Alcé la mirada para estudiar las posibilidades, cuando mis ojos se trabaron con otros que me observaban con firmeza a pocos metros de nosotros.
Instintivamente cargué los pulmones, como si aquella mirada conjurara imágenes demasiado nítidas del pasado que me dificultaran la respiración. Me reconoció, así como yo la reconocí a ella, y en el instante mismo tomó la decisión de avanzar. Llevaba la vestimenta de siempre y no sé muy bien por qué eso me sorprendió, no es como si hubiese pasado tanto tiempo tampoco.
—Lucas Hassan—aseveró sin el menor asomo de duda. Keila sintió la voz de la mujer, porque automáticamente abandonó su idea de escoger comida y me observó de modo interrogante.
—Eva…—saludé ya sumido en la necesidad. Ignorarla habría sido una canallada, sólo porque fuese una de las tantas personas que quería sacar de mi mente eso no significaba que cerrar los ojos surtiera efecto.
—¡Pero mírate nada más!—exclamó dándome una palmada afectuosa en el hombro—. Te ves muy guapo… los años no pasan para ti.
—No, aún sigo esperando.
—Oh, Lucas—Eva no pasó por alto mi reclamo, no era una mujer tonta después de todo—. ¿Sigues con eso?
—No—dije escuetamente, apartando mi atención de ella para enfocarla en la joven que tenía atrapada por la cintura—. Ella es Keila…—Por desgracia no tenía un modo de completar aquella frase, aún—. Keila, ella es Eva, una antigua conocida.
—Mucho gusto. —Se estrecharon la mano cordialmente, pero Eva desestimó su presencia casi al segundo.
—Hace tiempo que no te veía, ¿cómo has estado?
—Mejor. —No pensaba tener esta conversación con público y mucho menos con Eva, todavía no estaba seguro de querer hablar con ella de nuevo—. ¿Y tú?
—¡Pues nada más tienes que mirar!—Alzó las manos para mostrar en toda su gloria el uniforme blanco—. Estás viendo ni más ni menos que a la jefa de enfermeras del turno noche.
—¿En serio?—pregunté genuinamente sorprendido—. Felicidades.
—Gracias, sabes… no estaría mal que te pasaras a visitar. —La intención prácticamente podía palparse en su voz, pero con un leve movimiento de cabeza le indiqué que no fuera por ese camino—. Podemos hablar de los viejos tiempos.
—¿Rememorar? Lo siento, no hay nada que me gustaría menos.
Sus ojos café se estrecharon mientras con un fugaz parpadeo observaba a Keila y luego regresaba su atención a mí. Habría dado lo que no tenía por poder comprender el significado de esa mirada.
—No todo fue tan malo.
—Cierto—concordé, deseoso de finalizar ese encuentro—. Fue bueno verte, me alegro por tu ascenso.
—¿Si?—instó sonriendo de medio lado—. Pues avísale a tu rostro. —Poniendo los ojos en blanco, decidí no ceder a la provocación—. No todos te mentimos, Lucas.
Abrí la boca para responder, pero entendí que era mejor no avivar más esa llama que amenazaba con volverse un incendio. Eva no se caracterizaba por su discreción y esta no era información que quisiera compartir con Keila, al menos no ahora. A decir verdad sería mejor nunca.
—Nos vemos luego. —A pesar de que había tenido intención de sonar firme, más pareció que le estaba pidiendo que me dejara huir.
—Claro, ¿estarás en la recaudación?—Asentí ausente—. Bien, pues este año como jefa tengo derecho a estar presente.
—¿Ya puedes costearte el plato?—bromeé de una forma algo maliciosa. Eva rió a sabiendas que mi comentario no iba con intenciones de ser ofensivo.
—Por suerte, ya puedo.
—Te veré allí entonces. —Dándole un suave asentimiento a Keila a modo de despedida, Eva y la tormenta ¿o el incendio? (ya no recuerdo cuál era) parecieron alejarse juntas.
Suspiré para mis adentro, pensando que de ahora en adelante evitaríamos las salidas a ese centro comercial. O a cualquier lugar lo suficientemente cercano al hospital. Keila me jaló del brazo muy ligeramente, pero no la miré. Sabía que estaba deseando saciar su curiosidad sobre Eva, y aunque quería complacerla de todos los modos imaginables, me temía que esto sería un no rotundo. Clavé la vista en el menú, a pesar de que ya no tenía apetito. Aun así, resultaba ser mejor que enfrentar el gesto de leve derrota que se había llevado su sonrisa.
Al parecer acababa de retroceder sin querer al paso nueve o quizá incluso más atrás. Mierda.
***
Keila
No fue la velada que había tenido en mente, la cena me recordó aquella primera comida que habíamos compartido. La única diferencia radicaba en que no había habido kétchup y quizá incluso menos conversación. Levantándome del sofá, me dirigí a la cocina para tirar las sobras de mi comida y lavar mi vaso. En los pasados días había tomado la confianza suficiente, como para moverme por su departamento con libertad. Y mientras Lucas permanecía en la sala, mi mente se forzaba por intentar conseguir un pensamiento en claro.
Esto no era lo que había esperado, no. Ese sábado era nuestra cita número doce, ese sábado me había depilado, puesto ropa interior bonita y una falda. ¡Una maldita falda! ¿Entonces qué estaba saliendo mal? Todo había comenzado a decaer desde el momento en que esa mujer, Eva, nos había abordado en el restaurante. Aunque ni siquiera me había mirado, supe que ella había reparado en mí y en la forma en la que el brazo de Lucas se aferraba a mi cintura. No había podido determinar si ella estaba molesta por la familiaridad del gesto, o sólo estaba intentando medir el alcance de nuestra relación. Pero independientemente de los pensamientos de Eva, sabía que su presencia había perturbado a Lucas. Al punto de volverlo a sumir en su silencio hermético, en su mirada esquiva y en esa maldita manía de cerrarse en sí mismo.
Luego de haber avanzado tanto en las últimas semanas, no podía dejar que una fulana me frustrara la noche. No quería sonar desesperada, pero con Lucas ya había dejado pasar la regla de la tercera cita, de la cuarta y de la jodida quinta. No es como si estuviésemos haciendo algo casual, cualquiera que nos viera pensaría que salíamos de un modo formal. Y sacando el título—o claro—y la falta de sexo, eso estábamos haciendo. Tenía un plan para hacerlo sentirse más dispuesto, pero tampoco pensaba forzarlo a nada. Lucas tenía que mostrar que quería esto como yo, había tanto que podía hacer para demostrarle mi interés pero tampoco iba a ponerme un moño y echarme desnuda en su cama. Si él no me deseaba para eso y sólo quería mi compañía, pues bien, podía aceptarlo. Siempre me quedaban las duchas frías.
Mientras el agua del lavabo caí por entre mis dedos, una cínica sonrisa se dibujó en mis labios. No, no iba a negar que él no sintiera atracción, podía dar fe de que no era inmune a mí. Pero se estaba conteniendo por algo y me estaba jodiendo la cabeza no saber por qué.
—Oye, tú, acaba de empezar el programa de los leones ¿vienes?
Sus manos se cerraron entorno a mi cintura, mientras dejaba caer su cabeza sobre mi hombro. Lo miré un segundo, antes de enjuagar el vaso que llevaba casi unos diez minutos lavando.
—Creo que deberías llamarme un taxi. —Fuesen cuales fuesen mis planes para esa noche, estaba claro para mí que ya no se concretarían.
En vista de esto, prefería pasar lo que restaba de la velada comiendo algo dulce, tal vez con mucho jarabe de chocolate y alguna cereza de esas que coronan los postres. Dios sabía que necesitaba una satisfacción.
—¿Te vas a ir?
—Hm…—respondí dejando a su interpretación el significado de aquello. «Pídeme que me quede» pensé aguardando su reacción, «al menos intenta persuadirme».
—Es muy tarde para que vayas, mejor quédate. —Una sonrisa hizo amago de aparecer en mi rostro y di gracias por estar de espaldas a él—. Puedes dormir en cuarto de huéspedes. —Porque de haberlo estado mirando, habría hecho un gran ridículo al ver mi cara acusar el recibo de ese golpe bajo.
—¿En el cuarto de huéspedes?—Me volví incapaz de ocultar mi desconcierto y él enarcó las cejas como invitándome a hablar, y por supuesto que tomé esa invitación de lleno—. No, Lucas, no quiero quedarme como tu invitada. En realidad…
—¿Qué?
—Nada, creo que debo irme a mi casa. —¿Por qué estaba sintiendo ganas de llorar? ¡¿Por qué?! «Oh, no sé, quizá porque no despiertas su interés».
Sacudí la cabeza ante esa respuesta, porque tenía miedo de creérmela. Tal vez yo tenía un concepto distinto de las relaciones, tal vez esto ni siquiera tenía que ver con el sexo. Esto era algo más, esto era él poniendo una traba y estaba en ascuas sin saber la razón de su negativa.
—Kei…—Sus manos se deslizaron por mis brazos desnudos, pero ya no estaba segura de querer que me tocara. Me encogí recelando un poco—. ¿Qué pasa?
—No sé, ¿qué pasa contigo?—ataqué de regreso.
Lucas frunció el ceño, para luego avanzar decididamente en mi dirección lo suficiente como para hacerme golpear la encimera con mi instintivo retroceso. Plantó sus manos a cada lado de mi cuerpo, encerrándome casi sin que yo me diera cuenta de lo que hacía. Alcé el rostro determinada a no dejarme amilanar por lo que sea que viniera ahora y él tomó eso como una invitación, pues con una leve inclinación salvó las distancias que había entre nuestros labios. Jadeé inesperadamente y Lucas aprovechó ese descuido para asaltar mi boca sin reparos. No hubo ningún tipo de preguntas, su lengua rompió la escasa resistencia que yo le estaba presentando, y fui incapaz de no responder a la familiaridad de esa boca. Sus besos eran claros y demandantes, fuertes y determinados.
Le rodeé el cuello con mis brazos y él expresó su agrado, murmurando algo contra mi boca que no supe entender. Un segundo después sus dientes jalaron de mi labio inferior con algo de rudeza, haciéndome proferir un gemido de protesta. Lucas no apartó las manos de la encimera, sosteniéndose de ella como si la vida se le fuera en esa acción. Entonces supe que me estaba otorgando el mando, si bien aquello había sido su iniciativa quería que yo tomara parte activa; bajé mis manos por su cuello lentamente hasta los primeros botones de su camisa y él me liberó para darme una mirada firme.
—¿Qué estás haciendo?—le pregunté sintiendo mi corazón martillando dentro de mi pecho.
—Lo que deseo. —Y como si con eso no hubiese sido claro, soltó la encimera para tomarme por las caderas y empujarme contra su duro cuerpo.
Me arqueé naturalmente, rozando la clara evidencia de eso que él proclamaba como su deseo. Le sonreí coquetamente.
—Parece que estás feliz de verme.
Como toda respuesta Lucas empujó contra mis caderas una vez más, dándome una media sonrisa de regreso.
—Estoy muy feliz de verte. —Sus manos me alzaron entonces, depositándome en un limpio movimiento sobre la encimera—. Y de tocarte…
—Tócame—le pedí sin saber muy bien de dónde había nacido eso.
—¿Dónde?
—Aquí…—Señalé la uve de mi escote y él enarcó una ceja juguetonamente antes de bajar lenta, muy lentamente hasta el punto donde le marcaba con mi dedo. Sentí la tibieza de sus labios delineando un húmedo sendero a través de la piel expuesta. Y aproveché aquel momento de distracción, para jalar con fuerza de su camisa olvidándome momentáneamente de los botones y los convencionalismos.
Lucas rió contra mi cuello, enviando una oleada de escalofríos por todo mi cuerpo. La camisa quedó colgando precariamente de sus hombros y él hizo amago de subir sus manos, pero éstas habían quedado atrapadas por los botones de los puños a los cual yo no había llegado. Gimió al verse limitado en movimiento y hundió el rostro entre mis pechos como represalia, jalando con los dientes la tela de mi blusa.
—¡Aguarda!—Intenté llegar a sus manos con toda la intención de desabrochar los botones, pero él no dejaba de morder y chupar mi cuello de un modo jodidamente sensual—. Lucas…
—Arráncalos—masculló con la voz más ronca y sexy que le había escuchado hasta el momento.
—Si no te estás quieto—protesté en medio de un quejido causado por el empuje casual de sus caderas.
—¡Por Dios, mujer! La camisa ya está hecha girones, sólo rómpelos.
Me encogí de hombros ante esa observación y jalé hasta que los botones de los puños se rindieron, sacudió los brazos dejando que la camisa cayera sin ceremonias al suelo. Sus manos automáticamente se hundieron mis caderas, su boca invadió la mía con apetito. Respondí a sus besos, mientras sentía como se esforzaba por levantar el ruedo de mi falda ajustada y una mano inquisitiva se colaba por el bajo hasta rozar la cara interna de mis muslos.
—Separa las piernas—Lo hice, creo, al menos todo lo que mi entallado atuendo me lo permitió—. Más—gruñó entre beso y beso.
—No puedo…—murmuré tirando de su cabello para que no me negara el acceso a su garganta.
—Maldita sea.
Su mano bajó nuevamente buscando, tanteando, hasta que un segundo después el sonido de la tela desgarrándose me robó una risa tonta.
—La rompiste.
—Estamos a mano—respondió, sonriéndome con sus labios peligrosamente cerca de mis pechos.
Sin apartar sus ojos de los míos, arrastró su tacto a lo largo de mi pierna expuesta gracias a la “nueva” rajadura en mi falda. Sentía ganas de castigarlo por haber roto unas de mis pocas faldas, pero la dirección que tomaba su mano parecía asegurar que él buscaba la redención por sí solo. Lo atraje a mi boca mientras sus dedos arañaban el encaje azul de mis bragas; punto para mí por pensar en traer ropa interior bonita. Él sonrió arrastrando la prenda por mis piernas y una vez que la tuvo en sus manos se alejó para darle una valorativa mirada.
—Azules—murmuró como si eso lo satisficiera—. Es mi color favorito—explicó doblando las bragas para meterlas en el bolsillo de su pantalón.
—¡Hey! No me devolviste las otras aún—recordé súbitamente, estirándome para meter mi mano en su bolsillo.
Lucas me sostuvo por la muñeca, para luego tomar también la otra y obligarme a poner ambas manos sobre la encimera. Lo miré presionando los ojos molesta y él se inclinó dejando un beso en la base de mi esternón. Jalé para liberarme, pues en esa posición parecía que me estaba ofreciendo como un sacrificio sin bragas, pero él me mantuvo firmemente.
—Te las devolveré…—musitó rasgando con sus dientes a lo largo de mi cuello—…más tarde.
—Ok…—Ya ni estaba segura qué era lo que le estaba reclamando, cuando guió mis brazos a sus hombros.
—Sujétate.
—¿Qué…?
Pero no me dio tiempo a reunir mis pensamientos, Lucas me tomó por el trasero llevándome contra su cuerpo y en ese segundo la encimera desapareció de debajo de mí. Instintivamente crucé las piernas entorno a su cintura y él avanzó por el departamento, conmigo en sus brazos como si fuese su bebé koala.
Pensaba que me dejaría caer en la cama sin más, pero se detuvo para depositarme cuidadosamente en el piso y tomar mi blusa por la parte inferior.
—Brazos—pidió en voz calma.
Alcé ambos hacia arriba y ese fue el final de la batalla para mi blusa, al menos no la había roto. Él me miró por un largo segundo sin decir o hacer nada, para luego enganchar con su índice el tirante izquierdo de mi sostén también azul y bajarlo lo suficiente para exponer uno de mis senos. Se inclinó depositando un beso en mi hombro, dejando por un segundo de lado aquella arrebatadora ansiedad de minutos antes. Parecía un hombre con tiempo y parecía que realmente iba a aprovecharlo. Tomé su cabeza guiándolo nuevamente hacia mis labios y él gruñó algo ininteligible, a tiempo que posicionaba su mano en mi vientre y me empujaba sobre la cama. Nuestras bocas sólo se separaron el segundo que le tomó trepar justo encima de mi cuerpo. Lo sentí separando mis piernas con su rodilla, trazando una caricia ascendente desde mi ombligo, pasando por mis costillas y oscilando por la cima de mi pecho expuesto. Sonrió antes de reemplazar su mano por su boca y yo gemí ante el contacto de su lengua tibia contra mi pezón, ante el contraste del paso de su frío tacto.
Fui demasiado consciente de mi pasividad, por lo que me dispuse a ayudarlo con lo que restaba de su ropa. Bajé mis manos hasta su cinturón, jalando la hebilla que no presentó gran resistencia y me encontré con los botones de sus jeans ajustados en la pretina del pantalón. Tiré de ellos uno a uno, mientras Lucas sentía la presencia de mi mano y se apretaba contra ella de modo de hacerme notar su reacción a mi asalto. Una vez que el pantalón no fue más barrera tenía planeado decirle algo sobre robarle sus bóxers, pero la idea murió en su mismo inicio pues Lucas no llevaba ropa interior. Mi mano se topó de buenas a primeras con la piel caliente y suave de su masculinidad, logrando que él riera brevemente por mi momentáneo estupor. Alzó la mirada el tiempo suficiente como para atrapar mi reacción.
—Estás desnudo—le espeté, aunque era una obviedad por demás evidente.
—Acceso directo—musitó encogiendo un hombro, dispuesto a mostrarme las ventajas de su elección.
Su mano que descansaba aún en mis caderas, se internó entre mis muslos sin indicios de vacilación e instintivamente me preparé para recibirlo. Lucas me acarició lentamente pero con determinación, nadie diría que era un hombre frío al sentir el modo en que dispensaba sus atenciones. Me apreté contra la palma de su mano y él me penetró con uno de sus largos y esbeltos dedos, haciéndome soltar un gemido. Oh, sí, justo ahí. Tal vez le dije eso en voz alta, pero no estuve segura cuando su boca reclamó la mía y su lengua comenzó a imitar los movimientos de sus dedos. Luché por mantenerme en mis trece, pero él era jodidamente persuasivo. Bajó por mi cuerpo besando mis pechos y yo lo tomé por el cabello, a tiempo que empujaba con mis caderas en busca de una sensación mayor. Y afortunadamente él no lo demoró más, sabía que podíamos tomarnos nuestro tiempo, que nadie debía cumplir con un horario. Pero parecía que todos los factores se habían combinado esa noche a la perfección, y cuando finalmente se situó en mi entrada, no pude más que abrirme a él y disfrutar de la sensación de su cuerpo irrumpiendo en el mío.
No había quedado espacio para las sutilezas o los juegos previos, habíamos estado jugando esto desde hacía dos meses. Ese era el momento de culminar con la atracción del inicio, ya luego habría tiempo para investigarnos a gusto. Lucas empujó a tiempo que yo lo recibía y la cosa pudo durar horas como minutos, no estábamos siendo delicados, no estábamos teniendo ninguna consideración al momento de morder o rasguñar al otro. Él tomó mis manos para situarlas sobre mi cabeza, una sonrisa triunfal se marcó en sus labios que brillaban rojos. Y entonces me abandonó para volver a mí con más fuerza, grité sacudiendo las manos pero él no me soltó. Respondí enlazando mis piernas a sus caderas y él continuó meciéndose, entrando y saliendo con mayor celeridad. Bajó una vez para besarme y aproveché el instante para tomar su boca con los dientes. Lo mordí haciéndolo gruñir por el dolor, pero consciente de que se cobraría aquel atrevimiento.
Sentí en ese momento la velocidad creciente de sus acometidas; mi cuerpo se contoneó debajo de él buscando ese lugar que parecía cada vez más cerca. Y Lucas me acompañó como si adivinara el dónde y el cómo. Supe que le grité algo, tiré de mis manos y luego simplemente me desplomé, echando la cabeza hacia atrás en rendición. Él continuó moviéndose dentro de mí hasta que alcanzó su propia liberación unos segundos después. Mi nombre bailó en su boca como un suave murmullo, un instante antes de que rindiera sus fuerzas y dejara caer su cabeza junto a la mía.
Cerré los ojos esperando que mi respiración se normalizara, aunque pensaba que me tomaría gran parte de la noche conseguirlo. ¡Éramos un par de salvajes!, pensé con mi cerebro aún embotado. Y justo cuando creía que nos íbamos a tomar un tiempo fuera, él suspiró incorporándose lentamente. Sus ojos estaban de un verde demasiado oscuro, noté entonces que ni nos habíamos tomado la molestia de cerrar las cortinas.
—¿Qué pasa?—le pregunté posando una mano sobre su mejilla. Lucas volvió el rostro para depositarme un beso en la palma y luego salió de la cama.
—Nada.
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Mmm... ¿opiniones? Todo lo que piensen de esto me va a ser de mucha utilidad, ya saben. Gracias por leer ^^
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