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Niño Bonito.

Varios de ustedes han descubierto mi obsesión por las listas O_O jajaja Bueno... como el cap anterior era corto, decidí dejar el segundo ya así vamos empezando a darle forma a esto. Y así pueden empezar a sintonizar con Keila, que van a descubrir puede estar más loca que Sam. XDD

Gracias a todos los que me regalan su tiempo y su apoyo en mis locos proyectos de escritura. ^_^

Capítulo II: Niño Bonito.

—Estamos teniendo un fin de semana jugoso—me espetó Paula sacudiendo el viejo tarro de propinas, el cual ahora acumulaba en su interior mi "colecta".

Lo miré con cierto grado de desprecio, habían pasado dos días desde que la locura de Paula se había puesto en marcha y—la verdad sea dicha—me sorprendió el número de personas dispuesta a ayudarla/me.

—¿Ya llegamos a los cinco mil?—inquirí irónicamente logrando que ella frunciera los labios en un mohín. Pero luego aireó mi pregunta con un ademan y volvió a sonreírme.

—Aún no, pero el día es joven y confío en nuestros clientes.

Rodé los ojos, no tenía caso seguir discutiendo el asunto. Ella no se iba a dar por vencida, recolectaría el dinero suficiente para que expusiera mis obras y luego, básicamente, estaría en deuda con toda la ciudad. ¡Genial!

—Sólo no te desilusiones si deciden no seguir con tus ocurrencias.

—¡Oh, qué aguafiestas eres! La gente aquí está más que dispuesta a dar, pero tú eres la única que se resiste a recibir.

Me encogí de hombros con desinterés.

—Es un problema de toda la vida—le guiñé un ojo pícaramente—. Jamás pude entrarle bien al papel pasivo, soy de armas tomar.

Paula ignoró mi broma, paseando la mirada por nuestro escaso pero fiel grupo de clientes. Los domingos solía estar todo bastante calmado, la gente normalmente tomaba ese día para comer en familia u obligarse a pasar tiempo en casa. Al menos eso creía yo, no estaba muy segura de cómo funcionaba el ámbito hogareño de domingos.

—¿Y ya sabes para cuándo puedes tener el local? Necesito saber fechas para preparan el catering y asegurarnos de que la recaudación llegue al tope.

Me giré instintivamente, llevando mi atención a las botellas de licor sobre la barra. Sentía la mirada de mi amiga clavada en mi perfil, pero me negué a mirarla. Había averiguado sobre el local, sólo porque ella había insistido en que debía escoger el momento indicado para la presentación. Aun así me dije a mí misma que no me dejaría caer en la tentación de obtener algo regalado. Prefería mis eternas discusiones con Julio, antes de aceptar que toda esta gente pagara por mi oportunidad. Caridad no era una palabra que se llevara bien con mi nombre, entonces ¿por qué debía participar de toda esta locura? Yo no quería esto. Tan solo debía mirar a mi amiga a esos honestos—y manipuladores—ojos verdes y decírselo.

—Yo...

—¡Oh por Dios!—Su mano cayó pesadamente sobre mi hombro y disimulé una mueca de dolor—. No te voltees...

Nunca supe de alguien que no se volteara al oír esas palabras, eran como decir: no mires abajo, estando a grandes alturas. Así que como es obvio en esos casos, me volteé... y mis ojos se toparon instantáneamente con la razón de la emoción de Paula.

Justo lo que necesitaba para rematar un estupendo fin de semana: Él.

Pantalones de vestir grises, sweater negro y una chaqueta sosa y gris haciendo juego con sus partes bajas. Así se presentaba él ese domingo, todo cabello rubio y ojos de ensueño.

Sacudí la cabeza, ¿qué mierda había sido eso último? Casi y hasta soné como Paula.

—Esto es perfecto.

La miré obligándome a apartar mis ojos de él, ella ya tenía esa sonrisa macabra que nada bueno auguraba, al menos nada bueno para mí. La última vez que sonrió así, terminé siendo un acto de caridad.

—¿Qué es perfecto?—¿Él es perfecto? Pensé en mi fuero interno, pero rápidamente deseché esa traicionera línea. En serio, ¿qué está mal conmigo?

De acuerdo lo admito, él está bien. Lo había mirado como cualquier mujer con ojos y algo de buen gusto lo haría, eso no es un pecado. Todas habíamos tenido alguna fantasía con el cliente de la mesa siete—mi mesa si cabe señalar—, que almorzaba todos los domingos con nosotros, sin importar el mal clima o la poca variedad del menú. Sería tal vez esa aura de misterio y soledad, algo que simplemente chocaba con su apariencia de niño de oro. Su cabello rubio correctamente peinado, sus atuendos demasiado simples y conservadores, no hacían más que alimentar la curiosidad. ¿Cómo se vería con una chaqueta de cuero y un arete en su ceja? ¿Su piel sería virgen? ¿Escondería alguna marca, ya sea artificial o natural? Su apariencia invitaba a querer fastidiarlo sólo para ver si cuando gritaba, algún perfecto cabello rubio se separaba de sus bien arreglados compañeros. Él era como la correcta imagen de chico católico que se guardaba puro hasta el matrimonio; la simple opción de que lo fuera lo volvía... tentador.

Así que sí, lo había observado un poco ¿y qué? Él llegaba solo todos los domingos para probar alguno de nuestros platillos, quizá lo hacía porque no tenía una novia o una esposa que le cocinara y lo obligara a permanecer tirado en un sofá esperando que le sirviera, como tanto se veía en los comerciales de los 50. Quizá la tenía pero ella no era del tipo a la que gustara cocinar o pasar los domingos a su lado, así que él debía arreglárselas por su cuenta y entonces decantaba por caer en nuestro restaurante para que llenáramos sus tripas de algo tibio y medianamente delicioso, ya que él era tan o más mal cocinero que ella. O tal vez no era nada de eso, tal vez era un solitario ermitaño que se permitía algo de socialización durante los domingos y toda mi deducción sobre su vida era estúpida.

Sin duda yo necesitaba dejar de fantasear sobre ese tema. Aunque no era un trato preferencial, lo hacía con casi todos los clientes. A veces desperdiciaba gran parte del tiempo, sólo suponiendo cómo eran sus vidas y hacia dónde se dirigían justo después de dejar su propina. Tal vez a él le hubiese inventado una novia psicótica, controladora y adicta al trabajo, que en realidad no lo amaba ni un poco y lo enviaba a comer fuera los domingos para poder tirarse al que limpia la piscina. Pero les aseguro que ése no es un trato preferencial, para nada.

—Ten...—Algo pesado golpeó mi estomago, sacándome abruptamente de mis cavilaciones... y el aire. Paula necesitaba aprender a ser más delicada o yo necesitaba volverme más fuerte.

—¿Qué...?—murmuré cuando el oxigeno regresó a mí—. ¿Para qué me das esto? Yo no lo quiero.

Empujé el tarro de propinas/colectas de regreso a su lugar junto a la maquina registradora y Paula volvió a presionarlo contra mis manos.

—Es perfecto, finalmente tendrás una excusa para hablarle más allá del "¿qué vas a ordenar?"

—Nada de eso, no voy a pedirle dinero, Paula—Sacudí la cabeza vehementemente, tenía cierto grado de respeto hacia mí misma y mi límite se marcaba justo en la parte de no rogar por dinero a chicos calientes.

—Claro que lo harás—volvió a darme el tarro y yo luché por regresarlo a su sitio, con suerte esconderlo detrás de la registradora—. Ve allí, habla con él y usa tu encanto.

—¿Qué encanto?—pregunté suspicazmente.

—Ese no, claramente—me reganó devuelta y yo presioné los ojos en líneas—. Sólo sé amable, cuéntale sobre la exposición y nuestro plan... estoy segura que querrá colaborar.

—¿Por qué no le sacudo mis pechos sobre el rostro? Quizá ese sea mayor incentivo.

—¿Por qué eres tan vulgar?—exclamó ella llevándose una mano al rostro, supongo yo que pidiendo paciencia a algún ser supremo, y esa fue mi señal para retirarme.

Escapé de la disputa dejando al tarro de propinas y a Paula rezagados, y me escabullí hasta la mesa siete mientras lo veía admirar a los peatones que pasaban junto a la ventana. Parecía lo suficientemente ensimismado como para reparar en mi presencia, así que aproveché esos segundos para apartar cualquier pensamiento estúpido de él en una Harley Davidson conduciendo hacia el amanecer, con el cabello volando alocadamente y las mangas de la camisa rasgada.  

Me aclaré la garganta y automáticamente unos ojos verdes símil avellanas, se clavaron en mí. Su mirada hizo un lento recorrido por mi rostro, en lo que parecía ser su proceso de reconocimiento y luego asintió a modo de saludo.

—¿Listo para ordenar?—Cambié mi línea, sólo para no darle el placer de la razón a Paula.

Él miró su reloj y una vez más hacia la ventana antes de responder.

—En realidad, estoy esperando a alguien.

Supongo que mi expresión se había visto graciosa, porque él me enseñó por primera vez una sonrisa levemente más acentuada del lado izquierdo. Luché por recuperar la compostura, ante el conocimiento de que él acababa de traicionar mi idea sobre su persona e incluso había jodido todo lo puro de nuestros encuentros dominicales. ¡Acababa de invitar a alguien para que lo acompañara en el almuerzo! Un almuerzo que para estar acorde con mis invenciones debía hacerlo solo, pues de ese modo superaba a su inclemente y desatenta novia. Esa perra que no quería compartir con él sus domingos, la misma perra que justificaba su presencia y el que optara por comer conmigo... es decir nosotros.

Sé que puede sonar tonto, pero durante el último año él había sido fiel representando su papel de solitario en busca de consuelo alimenticio. Yo le servía y lo enviaba satisfecho a su casa, para que pudiera atravesar la semana con la esperanza de un nuevo encuentro. Ahora lo había echado todo a perder. ¡Me sentía indignada! ¿Cómo se le ocurría ser más de lo que yo había supuesto? Él era el único que se mantenía constante, era el único que me acompañaba simbólicamente en mi soledad.

—Ah... bueno...—acepté dejando ir un suspiro. Bien, adiós al drama y misterio de su persona.

Ni siquiera sabía si su acompañante sería hombre o mujer, el simple hecho de que no almorzaría solo fue suficiente para dinamitar mi ánimo por verlo. No piensen mal, él y yo no teníamos absolutamente nada. Pero soy una persona que se alimenta de las emociones que proyectan los demás, él habría sido un perfecto cuadro sentado allí observando la nada mientras aguardaba alguien que nunca llegaría. El hecho de que ahora sí tuviese a alguien a quien aguardar, le quitó su interés visual.

Eso era, esto no tiene nada que ver con una desilusión tonta y romántica, esto era sobre una escena artística mutilada frente a mis ojos. Él ya no era arte, él ahora esperaba gente.

—Entonces... ¿algo de tomar mientras aguardas?—recuperé a la empleada que quería mantener viva la memoria del señor Wall, al instante.

Basta de fantasías absurdas, este era mi trabajo y mientras no tuviera un pincel en mis manos, debía hacerlo bien.

—¿Podrías traerme tu carta de vinos?

¡¿Vinos?! ¿Él quería vino? Pero si siempre pedía agua sin gas, ¿qué diablos le había pasado a este hombre en una semana? ¿Quién era este individuo que comía acompañado y bebía vino?

Si necesitaba algo más para desarraigar cualquier pensamiento artístico, acababa de ocurrir. Él ya no era él

Aun estupefacta por el súbito cambio que había sucedido en mi cliente favorito, no noté como una figura se acercaba por mi siniestra hasta que ella se hubo detenido a mi lado. Él la observó y a mí respectivamente.

«Dios, no permitas que pase esto»

—¡Hola!—saludó Paula abrazada fuertemente a mi peor enemigo: el tarro de propinas—. ¿Ya se lo has comentado?—me preguntó en tanto yo le enviaba una muy significativa mirada de ruego.

—¿Comentado qué?

¡Genial! Ahora él hablaba y nos ponía atención. ¿Por qué no había hecho eso ningún otro domingo? Repentinamente parecía que había caído en la dimensión desconocida.

Paula depositó el tarro sobre su mesa y no sutilmente me empujó con sus caderas más cerca de la silla vacía que lo enfrentaba.

—Pau, él no tiene tiempo para esto, está esperando a alguien—Rogaba que ella captara las señales en mi voz, el modo en que había hecho énfasis en las palabras "esperando" y "alguien". Pero si mi amiga lo notó, pasó sobre ello como un carro sin frenos.

—Sólo serán unos minutos, ¿tienes unos minutos?

—Claro. —«Traidor»

—Estamos haciendo una colecta—realmente, realmente estaba comenzado a odiar esa palabra.

Él se enderezó en su silla dándole toda su atención a mi amiga y yo sólo fui capaz de quedarme allí de pie, tratando de evitar que una nueva parálisis mental acabara por hundirme en la mierda de las caridades.

—Oh, ¿sobre qué es?

Paula volvió a caderearme con esa sutileza tan suya, y yo casi me desplomo sobre la mesa.

—Kei te lo explicará todo, ¿no guapa?

Mi boca cayó abierta por la sorpresa, notando que acababa de jugarme sucio en mi pequeño despiste. Y ahora se despedía de él con la mano, mientras corría al refugio detrás de la barra. Dios iba a perdonarme, porque al matarla le haría un favor al universo. Seguramente equilibraría algo, pues no habría fuerza en este mundo que me detuviera de estrangularla.

—¿Por qué no te sientas?—Su voz me apartó a regañadientes de mis ideas homicidas. ¿Qué tanto necesitaría para asesinar a Paula? Podría incluso buscar ayuda de su no prometido Chad. Él carraspeó más allá de mí e hice acopio de un control desconocido para mirarlo.

Estaba de pie, haciéndome un gesto hacia la silla vacía. Bueno, esto podía considerarse más acorde con su persona, había supuesto que sería un chico caballeroso y gentil. Y al parecer lo era.

—Mira, la cosa de la colecta es una bobería...—sus ojos indecisos entre el verde y el color avellana, parpadearon sutilmente en dirección a mi boca.

—Me gustaría escucharlo.

Asentí media atontada por la cadencia de su voz, grave pero indiscutiblemente amable. Algo que como establece el más estúpido cliché, iba perfectamente bien con su apariencia de buen samaritano.

Me encogí de hombros, dejándome caer en la silla de forma ruidosa. Él aguardó unos segundos mirándome desde su envidiable altura de hombre, antes de ocupar su lugar. Colocó las manos juntas sobre la mesa y esperó...esperó, y continuó esperando. De alguna forma estaba queriéndolo forzar a que dijera algo, aunque claramente me estaba cediendo la palabra como un correcto caballero del siglo XVIII. Me di cuenta de lo ridículo de la situación y tuve que aplacar el impulso de reír.

—Ok...—dije muy a mi pesar, quería cabrearlo con mi silencio aunque no parecía que fuera a lograrlo—. Se está juntando dinero en este tarro para una caridad que, si me preguntas a mí, no vale realmente la pena. Pero como no me has preguntado, sólo te diré que si quieres dar algo...—señalé sobre mi hombro en dirección a la barra—. El tarro estará esperando allí.

Bien, eso no había salido tan mal. Feliz con mi capacidad de pedir dinero conservando mi dignidad, me puse de pie para seguir con mi trabajo.

—¿Cuál es la caridad?—Pero una vez más esa voz me detuvo y no pude más que mirarlo algo irritada por mi reacción hacia... esa voz.

Había pensado que mi actitud cortante, había sido lo suficientemente clara como para disuadirlo de hacer más preguntas. Al parecer tenía que esforzarme un poco más.

—Arte, es para subvencionar una muestra artística. —Diablos, ¿por qué le dije eso?

—¿Y a quién están apoyando?

—A ella—respondió Paula, pasando tan rápido que no tuve tiempo de atraparla y abofetearla en su bocaza. Mi amiga estaba contribuyendo fuertemente a volverme una persona agresiva.

—¿Eres artista?—Su curiosidad caló en mi pintora interna sin que pudiera advertirlo y me encontré asintiendo como boba—. ¿Pintas?

—Sí.

—Genial—Una genuina sonrisa de muchacho que no rompe un plato, tocó sus labios—. Me gustaría ver de lo que eres capaz.

Traté con todas mis fuerzas de no llevar mis ojos hacia las paredes, donde varias de mis pinturas colgaban pasando por distintos tamaños y temas. No entendía muy bien mi reacción, normalmente me avergonzaba de muchas cosas en mi vida pero nunca de mis pinturas. Aun así, no quería que él las viera por muy estúpido que sonara.

—Am... sí, bueno... eso sería todo—Estaba lista para tomar la primera oportunidad de levantarme de su mesa, pero él no había acabado conmigo.

—¿Y cuánto se necesita?

¿Por qué demonios le importaba? ¿Acaso no veía mi incomodidad? No quería su dinero, no quería el dinero de nadie. Atrapada en mi frustración por no poder detener el circo de Paula, en el cual yo era la atracción principal, no tuve mejor idea que arremeter contra la persona que más cerca estaba de mí.

—Se necesita mucho dinero. Cinco mil grandes, Niño bonito. Y dudo que tú vengas con esa cantidad en los bolsillos, si la tuvieras no comerías en este restaurante de mierda.

Levé una disculpa mental a la memoria del señor Wall y me puse de pie. No había querido desatar mi ira sobre él, después de todo... tal vez sí quería ayudar. Pero yo no me llevaba con esos tratos, pensar en la ayuda de los demás hacia que me picara la piel y me sudaran las manos. Tal vez tendría que pensar en ir a un loquero por ello, pero eso iba a tener que esperar por el momento.

—¿Cuál es tu maldito problema?—Bruscamente alcé mi cabeza para observarlo, él nuevamente estaba de pie junto a mí—. Tú fuiste la que viniste aquí para hablarme sobre la colecta, ¿ahora te ofuscas porque te pregunto sobre ello?

—Vale, tienes razón... esto no tiene nada que ver contigo—presioné mis manos en puños, buscando nivelar mi chi—. Todo esto de la colecta ni siquiera fue mi idea, y no soy buena para pedir cosas... mira, el vino corre por mi cuenta.

Antes de que pudiera responderme, giré sobre mis talones y prácticamente volé hasta la cocina.

Hablando de actuar como lunática ante la gente. Esto había sido mi despliegue más patético y vergonzoso de los últimos años. ¿Cómo había permitido que las cosas fueran para esos lados? ¿Acaso yo no estaba en tratamiento para manejar mi temperamento? Bueno, tanto como decirle tratamiento era un poco exagerado. Pero estaba leyendo un libro de autoayuda sobre el tema y creí que ya lo estaba comenzando a captar. El problema era la situación, yo solía ser normal cuando el mundo mantenía su ritmo. Pero llevaba dos días lidiando con la colecta de Paula y para colmo, él había aparecido diciendo que iba a esperar a alguien y a beber vino. No pueden culparme por sentirme abrumada, esto era muy diferente a lo que yo llamo mantener el ritmo.

                                                                  ***

Afortunadamente el resto del día pasó sin mayores incidentes, él había recibido su vino el cual yo cubriría. Me encargué de que le dieran la mejor cosecha de la casa, aunque no tuve el valor de llevarlo por mí misma. Nunca habría esperado que la primera vez que habláramos, yo me comportara como una loca histérica. Esperaba que el vino fuera suficiente para que olvidáramos el malentendido y él siguiera regresando cada domingo.

Si bien me negué a tomar mesas mientras continuaba en el restaurante, no pude evitar echarle una mirada al momento en que llegó su acompañante. Una mujer de unos veintitantos, la cual lo saludó con un efusivo abrazo y no perdió oportunidad de reír todos sus comentarios. Ella no era esa clase de belleza que se ven en las pasarelas, ella tenía ese distintivo toque dulce y hogareño el cual hacia que los hombres quisieran bebés. Me estremecí con el pensamiento, sin poder comprender cuan errada estaba acerca de su vida.

Claro, él también tenía la apariencia hogareña, pero por alguna razón no podía terminar de cuadrarlo con ella. Ella no se parecía a la perra que lo dejaría comer solo todos los domingos.

—¡Keila!—Debería ya estar acostumbrada a los chillidos de Paula, pero al menos que perdiera la audición en un futuro próximo, dudaba que pudiera hacerlo. Suspiré cuando la puerta de mi refugio en la cocina se abrió—. ¡Aquí estás! Tienes que ver esto.

—¿Qué ocurre?—A decir verdad no podía importarme menos, lo único que deseaba llegada esas horas era juntar mis cosas y huir a mi pequeño departamento.

Ella agitó las manos en el aire, a la vez que hacia volar un papel de forma frenética.

—Es simplemente sorpréndete, mira...

Tomé el papel de sus escurridizas manos y leí por encima sin comprender las palabras en un principio. Pestañé con fuerza y volví a repasar la escritura clara en tinta negra.

—Oh... jodida mierda.

—¡Lo sé! Es estupendo, estaba en el tarro de propinas.

—¿Estupendo?—mascullé con un hilo de voz.

¿Qué era estupendo? ¿El hecho de que algún lunático hubiese dejado un cheque por cinco mil dólares en el tarro de las caridades? Eso era cualquier cosa menos estupendo, eso era...

—¿Has visto quién lo firma?

Negué volviendo mi atención al cheque en mis manos y mis ojos volaron directamente a la firma perezosamente garabateada al final.

—¿Quién diablos es Lucas Hassan?—¿Y por qué en el nombre de Dios, me había dejado cinco mil dólares?

_____________________________

¿Les suena el nombre del muchacho? Bueno, tal vez a alguno de ustedes sí les suene. En fin, les dejo una imagen de como yo visualizo a Lucas, pero obviamente ustedes son libres de imaginarlo como gusten ^^ 

Gracias por leer. Saludos :)

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