"El Lucas" de Keila.
¿Qué se cuentan? Yo estoy enferma, medio con un pie acá y el otro en el otro acá xDD Pero igual conservo mi humor intacto, como ven. Nada... tuve un par de malos días, pero hoy más o menos pude persuadirme a escribir. Así que acá estamos... capítulo 30, estuve haciendo cuentas mentales y me faltarían como cinco caps para terminar. Parece que va a ser más larga que la otra, al menos en números de caps. Pero ya saben que mis cuentas mentales no son de fiar, todavía debo matemáticas de jardín de infantes xDDD A leer, mejor.
Capítulo XXX: “El Lucas” de Keila.
Al menos estuve bastante segura de dónde estuvo todo el día, pues al colarme en su casa—gracias a la llave que muy amablemente había deslizado en mi bolso el domingo—lo encontré exactamente en el mismo lugar en que lo había dejado. Había una ligera variación en su postura, pero por el resto parecía exactamente igual. Su brazo atrapando a la almohada como si fuese su rehén, su rostro metido en el hueco de su codo, el cuerpo desnudo extendido completamente sobre la cama y la sabana jugando sucio conmigo, manteniéndose aferrada a la curva de su trasero. Lo miré por largo rato, esperando que hiciera algún movimiento pero Lucas se encontraba profundamente dormido.
Me había asegurado que ese día no debía ir a trabajar, luego de dejar en claro que había compensado extra para poder recuperarse. Iba a preguntarle de qué debía recuperarse, pero él había hablado de un día libre y la conversación discurrió por otros caminos. ¿Un día libre para dormir? Pues eso parecía, porque no lo había aprovechado en nada más.
Sacudiendo la cabeza, me senté en su cómoda que se encontraba perfectamente ubicada contra la pared derecha, lo suficientemente a la derecha como para no perturbar la entrada de luz desde la ventana. Luz que en ese instante bañaba el cuerpo de un Lucas dormido, quieto y ajeno al mundo. Tomé mi cuaderno de bosquejo del interior de mi bolso, un lápiz y me puse manos a la obra, antes de que la bella durmiente sea visitada por su príncipe. No tenía muchas oportunidades en las que él se estaba quieto y a decir verdad, la mayoría de los dibujos que tenía de Lucas eran de memoria. Ninguno con el modelo en vivo y en directo.
En la media hora que siguió sólo se oía en el cuarto los pasos de mi lápiz sobre el papel, la respiración acompasada de Lucas y tal vez los latidos de mi corazón que se intensificaban conforme paseaba más mi mirada por su cuerpo. Él era, sacando toda la personalidad de mierda a un lado, perfecto. No me había equivocado la primera vez en el restaurante, Lucas poseía todos los detalles físicos para ser una obra de arte. Seguramente Miguel Ángel lo habría tomado como modelo para un David moderno, aunque Lucas y sus oscuros secretos serían más dignos de llenar un lienzo de Munch[1]. Comencé a pasar mis dedos por la sombra que marcaba su espina dorsal, subiendo y bajando casi como si de algún modo estuviese tocándolo a él y no a un triste sustito en papel. La sabana blanca parecía ser una barrera que me empujaba lejos de mi destino, y aunque sabía que era estúpido tuve que pasar mi dedo sobre ella intentando hacerla caer. No hubo cambios.
Sonreí para mí misma, en tanto detallaba los músculos de su espalda. Largos músculos masculinos que se extendían sobre una carretera limpia de cicatrices, marcas de sarampión o cualquier otra cosa que pudiera entorpecer su piel clara. A no ser por ese pequeño detalle encima de su cadera, el apósito seguía pegado allí echando a perder mi visión artística. No que le restara atractivo, simplemente lo volvía demasiado real, demasiado mortal y eso le quitaba peso a la idea de perfección que quería capturar en el dibujo.
Si bien Lucas era lo más alejado a esa definición—incluso debería inventar otra palabra para definirlo—, en el dibujo sabía que podía capturarlo. Sabía que podía inmortalizarlo como un joven dios que se cansó rumbo al Olimpo y decidió echar una siesta. Como concepto artístico estaba genial, como concepto realista de chica que mira a chico que pone su mundo patas arriba, pues obviamente no.
Él emitió un suave gemido arqueando la espalda como un gato que busca desperezarse y tras hociquear un segundo en los pliegues de la almohada, volvió a aflojar el cuerpo como si aún no hubiese tenido suficiente. Me quedé en silencio observándolo en busca de una nueva alteración, pero Lucas continuó en su mundo y yo continué en el mío; fantaseando que podría terminar a mi dios cansado del Olimpo, antes de que le entraran ganas de mear.
Afortunadamente para mí, esto no ocurrió en los siguientes quince minutos que me tomó finalizar mi bosquejo. Bastante contenta con el resultado, comencé a limpiarme los dedos con un viejo trapo que siempre llevaba conmigo. Tenía tantas manchas de tintas, pinturas y grafito, que ya no recordaba cuál era su color original.
—¿Terminaste?—El repentino sonido de su voz me hizo dar un respingo en respuesta.
Al bajar la mirada hacia mi “dormido” modelo, lo encontré observándome por el rabillo del ojo casi como si no quisiera moverse por si acaso.
—Sí, terminé—le dije sin poder ocultar una sonrisa—. Pensé que dormías.
—Es un poco difícil dormir cuando estás siendo visualmente violado. —Se puso boca arriba, usando sus brazos como almohada sobre la almohada. Por muy extraño que eso suene.
—Te aseguro que disfrutaste cada minuto de ello—espeté dándole mi mejor mirada condescendiente.
—Por supuesto, no me ves quejándome ¿o si?
—Tendrías que haber dicho algo, no quería obligarte a estar quieto mientras dibujaba. —Me puse de pie estirando mi cuello y brazos, era tan normal que me agarrotara después de dibujar. Prácticamente no me daba cuenta que mantenía la misma posición por horas.
—No me obligaste a nada—aseveró estirando una mano como pidiendo algo—. Y tienes razón, disfruté cada minuto de ello.
Puse los ojos en blanco, mientras él continuaba estirando la mano en mi dirección. Al ver que no me acercaba, comenzó a dar golpes en la parte libre del colchón y con una sonrisa de tonta me dejé caer a su lado. Lucas me arrebató el cuaderno, matando todas mis hipótesis de que planeaba ponerse juguetón después de su maratónica siesta.
—Hm…—Era un de las primeras veces que no tenía idea lo que eso significa, en parte era bueno notar que aún podía cogerme con la guardia baja y en parte era una mierda, porque sus facetas nuevas no siempre eran las más alentadoras.
—¿Hm, bueno o malo?—pregunté al verlo absorto en el dibujo.
—No sé. —Ok, esa era la respuesta que ningún artistita gustaría de oír jamás—. No digo que sea malo—se apresuró a agregar, al percatarse de mi ego comenzando a achicarse hasta el tamaño de un maní—. Todo lo que dibujas es genial, sólo que no me acostumbro a verme así…
—¿Así cómo?—Mi voz sintiéndose lo suficientemente fuerte como para preguntar, la verdad es que no acostumbraba a recibir palabras negativas hacia mi arte. En casi cualquier concepto de mi vida, sí claro, díganme cuándo y dónde. Pero ¿mi arte? O no, yo era muy protectora en ese aspecto.
—Así en un dibujo—aclaró—. Las fotografías captan tanta cantidad de una persona, pero los dibujos, los retratos…—se detuvo para mirarme—. Parecen captar una parte mucho más profunda de uno… no estoy seguro de que me guste lo que veo.
—¿Qué ves?—Intenté y fallé en no mostrarme interesada en esta conversación. Lucas encogió un hombro, posando la vista nuevamente en el cuaderno.
—Que no me relajo ni cuando duermo.
Delineó con su índice los contornos de sus hombros dibujados y quise decirle que sólo se trataba de un efecto por la falta de detalles, pero sabía que eso era una mentira. Si había algo que había descubierto de las posturas de Lucas al dormir, era que siempre parecía tener que aferrarse a algo y eso le tensaba los músculos de la espalda. Un detalle que fácilmente era discernible en el dibujo.
—En fin…—Me pasó el cuaderno, al parecer dejando la conversación profunda de lado. Bueno, fue un bonito intento por su parte—. Tengo algo que mostrarte.
—¿Qué?
—¿Podrías traerme mi maletín? Está junto a la puerta.
Lo primero que hice fue mirar en esa dirección, notando que ambos estábamos a una distancia específicamente igual de la puerta. E incluso podría apostar que al estar él de lado izquierdo de la cama, tenía el camino más directo.
—¿Y a ti qué? ¿Te cortaron las piernas?
Lucas soltó una carcajada, echándose hacia atrás sobre la cabecera.
—No, pero no estoy adecuadamente vestido—murmuró apuntando la sabana que se resistía con sus últimas fuerzas, para no liberarse de esas caderas. Maldita sabana.
—¿Desde cuándo eres así de pudoroso, señor sin calzoncillos?—Lo había estado llamando así desde el sábado, siempre que encontraba la oportunidad de recordarle que pasó todo un día conmigo con el sótano sin amueblar.
—Ya te expliqué eso—masculló repentinamente ruborizado.
A decir verdad sí lo había explicado, pero eso no le quitaba lo gracioso a la situación ni que tampoco lo encontrara el domingo buscándose ropa interior como si se le fuera la vida en ello. No era su costumbre ser tan liberal, y el sábado—admitió—no planeaba quedar desnudo ante nadie, por lo que no le había dado mayor importancia. Estaba llegando tarde al cine, había salido tarde del trabajo y necesitaba apurarse.
—El jean cubriría cualquier indiscreción—remarcó con ahínco—. El problema es que me atrapaste en una semana en que no fui a la lavandería, demándame.
—Tienes como cientos de bóxers en ese cajón, ¿qué está mal contigo?
Él sonrió mirando el cajón a su vez.
—Era sábado, un sábado especial. Soy supersticioso, los sábados uso cuadros o nada.
Rodé los ojos deslizándome fuera de la cama, a veces Lucas era gracioso además de raro. Raramente gracioso, si es que eso valía para alguien.
—No me sorprendería que lleven escritos los días.
—No es necesario—aseveró jalando un cojín frente a su pecho—. Lunes: rayas, martes: lunares, miércoles: tréboles, jueves: azules, viernes: negros; porque es el día sexy de la semana. —No sabía si él estaba loco por decirme esto, o yo por encontrarle sentido a lo que decía—. Sábado: cuadros y domingos: prepárate, nena, porque te quedarás sin aliento.
Levanté el maletín sacudiendo la cabeza, antes de mirarlo.
—¿Los domingos son de “prepárate, nena, porque te quedarás sin aliento”? A saber cómo rayos estamparon eso en un par de bóxers.
—Los domingos—remarcó sonriéndome al verme acercarme a su lado—. Son de corazones… los domingos llevo corazones hasta en los calzones, así que si algún día me quieres encontrar receptivo a temas románticos, debes venir a mí en domingo.
—No hablas en serio—Le golpeé el pecho con el maletín—. Ya hablé contigo en domingos y eres igual de idiota que todos los demás días.
—Auch…—Se tocó el pecho, aunque sabía que no era a causa del golpe con el maletín—. Hieres mis sentimientos.
—Como si tuvieras alguno—murmuré yendo a mi lado de la cama con un gesto tan tranquilo, que cualquiera pensaría que estábamos discutiendo sobre el clima.
Estábamos teniendo un momento ameno que por alguna razón mi parte perra quería echar a perder, pero ¡vamos! Si Lucas y yo realmente íbamos a algún lado me reclamaría, y si no íbamos a ningún lado le daría lo mismo lo que le dijera. Era tan simple como eso.
—Bastante justo—musitó, comenzando a revisar el interior de su maletín.
Corroboré entonces que le daba lo mismo, lo cual no alentaba mucho a la Keila optimista que estaba dejando caer en los hombros en derrota. Él se demoró unos dos minutos revolviendo sus cosas, los cuales aproveché para observar críticamente cada gesto de su rostro. No hubo ni un indicio de molestia, malestar u incomodidad, así que me obligué a mirar hacia la ventana antes de que mi derrota se volviera mal humor y jodiera lo que sea que estaba pasando allí. Ya había decidido que disfrutaría el momento, ¿no?
—Aquí. —Me volteé ante su llamado y automáticamente fijé la vista en lo que me tendía; un trozo de papel—. Es un diseño nuevo que hice ayer, recuerdas que te conté de este cliente extranjero. —Asentí, aún con mis ojos demasiado estupefactos como para mirarlo—. El hombre quiere que diseñe toda una colección nueva para él, bueno no para él, sino para su prometida.
—¿Y este…?—Señalé el anillo que había en la hoja, a primera vista parecía una fotografía pero al mirarlo con detenimiento se podía apreciar las líneas en lápiz que marcaron el bosquejo inicial. Era impresionantemente preciso.
—Este vendría a ser el anillo de compromiso, ¿qué te parece?
—Es…
—¿Demasiado pomposo? No sé porque hice la piedra de esa forma, pensaba en algo más delicado y no tan angular, pero…—Se detuvo al ver que yo lo observaba aguardando mi turno—. Lo siento, decías.
Sonreí.
—Digo que es muy bello, no es pomposo en lo absoluto y sí quizá no sea algo extremadamente delicado, pero allí radica su belleza. Es como si la piedra jugara de marco para el dedo que va a lucirlo, no es un anillo para ser lucido es un anillo para hacer lucir.
Levanté los ojos del diseño, encontrándome con la mirada de Lucas fija en mí. Pero no estaba mirándome a mí realmente, sino más bien a mi boca. Casi como si estuviese esperando el segundo en que me callara, para hacer lo que hizo. Sus labios golpearon contra los míos y antes de darme cuenta me encontraba recostada sobre mi espalda, con él cerniéndose en toda su gloria de David de Miguel Ángel sobre mí. Sus manos hicieron su viaje hasta mi cintura, buscando el contacto piel con piel por debajo de mi blusa. Gemí contra sus labios, cuando sus caderas empujaron contra las mías de ese modo rítmico y ya tan bien conocidos por ambos. Me tomó por uno de mis muslos, deslizando su tacto hacia la curva de mi trasero y alzándome ligeramente contra él. El contacto fue tal que quise deshacerme de la inútil barrera que estaba representando mi ropa, porque Lucas estaba listo, duro y caliente contra mi centro. No es como si necesitara más estímulos que ese.
—Oh… Jesús…—suspiré cuando me hubo liberado lo suficiente para recuperar el aliento.
—Eres tan hermosa cuando hablas de joyería.
—Levántate o nunca terminaremos de hablar—Le di un golpecito en el hombro, esperando que regresara dócilmente a su lado de la cama.
—Se está muy a gusto aquí—protestó, no sin antes hacer otro indecente movimiento de caderas en mi dirección.
—¡Lucas!—Aunque lo que menos quería hacer era obligarlo a detenerse, también deseaba hablar con él. Más allá de lo que dijéramos, ¿era muy patético querer conocerlo un poco más?
No respondan.
—Entonces, ¿te gusta?
—¿Bromeas?—¿Por qué tenía esa manía de preguntar si me gustaba su estupendo trabajo? Tendría que ser ciega o idiota para que no me gustase—. Casi tengo un orgasmo de sólo mirarlo.
—Claro, culpa al anillo.
Sacudí la cabeza, pues no pensaba morder ese anzuelo.
—Es un dibujo precioso.
—Gracias—respondió haciéndose pequeño entre las almohadas. Lo miré enarcando una ceja a modo de pregunta y él asintió suavemente.
—¿Tú haces los dibujos?—Había visto algunos otros colgados en su taller, pero suponía que contrataban profesionales para hacer los diseños. Esto era nuevo y en el buen sentido teniendo en cuenta sus anteriores “facetas”.
—Sí, ya sé que no son tan buenos como los tuyos…
—¡Oh, cállate! Son geniales. —Y no lo decía por decir, pues era algo que no se podía hacer a la ligera—. No sabía que dibujaras tan bien.
—Sólo joyas, nada de cosas difíciles.
Sostuve la hoja entre mis manos nuevamente, apreciando ahora con más interés los detalles del anillo. Por las sombras, las luces y el brillo, supe que era un dibujo hecho con aerógrafo. Una de las pocas herramientas artísticas que no sabía manejar, no porque no quisiera sino más bien por falta de recursos.
—¿Sólo joyas? ¿Nunca has intentando otra cosa?
—Mm… de niño dibujaba muchas tonterías, pero la verdad es que no era bueno. Aprendí esto en la universidad, es un recurso útil para un diseñador poder hacer su propio trabajo.
—Sin duda—estuve de acuerdo, mientras pasaba mi dedo sobre el anillo esperando poder sacarlo de la hoja—. ¿Y él quiere que diseñes más cosas?—pregunté recordando lo que me decía antes de que todo se pusiera tan caliente como para quemar mis neuronas.
Lucas sonrió, una sonrisa de niño travieso y encantador tomó sus facciones. Esto era algo que lo emocionaba más allá de la simple tarea de diseñar, le gustaba mucho lo que hacía y por alguna razón este encargo le gustaba el doble.
—Quiere que haga los anillos de boda, el de compromiso que sería ese que estás sosteniendo. También quiere una gargantilla, un brazalete y aretes que combinen con los anillos de boda. —Alzó un dedo en el aire como si este fuera el punto fuerte—. Kei, él quiere toda una maldita colección completamente nueva. —No estaba segura por qué, pero esto parecía jodidamente importante—. ¿Sabes quiénes piden colecciones nuevas?—Negué—. ¡Las princesas, las reinas! Las casas de perfumes más exclusivas, la gente que está forrada hasta en las pestañas.
—Es un cliente rico entonces—aventuré medio sonriendo ante su contagiosa sonrisa.
Sí, sin duda esto lo tenía al límite de sus emociones. No pensaba que Lucas pudiese jugar el papel de chico dulce y apasionado por un proyecto, pero aquí estaba demostrando lo poco que lo conocía.
—Claro, es fácil pedir anillos o cositas de diseño—espetó sacudiendo una mano en el aire—. Pero una colección completa, es poner culos a trabajar, mentes a pensar y piedras a engarzar—sonrió al captar mi expresión confusa—. Es la primera vez que me piden una colección privada completa.
¡Allí estaba la explicación! Sabía que había un motivo, incluso por un segundo llegué a pensar que lo de la reunión nocturna tal vez fuese cierto. Pero deseché el pensamiento al instante, no era necesario que me metiera en esos derroteros cuando Lucas estaba teniendo su primer ataque de colegiala extasiada frente a mí.
—¡Felicidades, Luke! Es genial.
—Lo sé, mira que no me gusta presumir estás mierdas. Pero creo que podría ir a gritarlo desde la ventana.
Y entonces lo noté, no hubo más necesidad que mirarlo en ese instante para verlo todo. Había tanta seguridad en su sonrisa, tanta confianza y orgullo, se veía tan distinto a aquel hombre que dormía apresando a la almohada. Por un momento pude vislumbrar como era Lucas realmente, antes de todo lo que fuera que lo había jodido hasta volverlo frío, distante y taciturno. Lo vi como me gustaría verlo diario, fue una sensación extraña pero allí estaba, pues en ese instante quise pintarlo para que él también se pudiese apreciar. Para que supiera que había más, que había algo más en él que valía la pena conservar.
***
Brinqué sobre la isla robando un trozo de jamón del montón que Lucas había cortado, se había puesto su pantalón de jean y había salido de la cama directo hacia la cocina sin darme mucho tiempo a reacción. Él seguía pasando de cero a cien en un parpadeo, por extraño que sonase me hacía recordar a un Ferrari rápido, genial y sexy; el cual te tentaba a un paseo que bien podría causar tu muerte, pero que aun sabiéndolo era imposible negarse.
—¿Y ya tienes una idea para el resto de la colección?—pregunté siguiendo con la conversación de minutos antes.
—Bueno…—Se encogió de hombros agitando el cuchillo que tenía en la mano. En cualquier hombre habría parecido un gesto amenazador, pero en Lucas se veía natural. Lo cual no era para nada una linda observación, el que se viera natural era incluso más perturbador. «¡Por Dios, Keila, ya!»—. Tengo una idea partiendo de ese concepto, pero aún tengo tiempo para arrepentirme.
Era tan gratificante saber que él no podía oír lo que pensaba, le sonreí.
—¿Me dejarás ver tus bocetos cuando los tengas listos?
—¿Y arriesgarme a ofender a la artista? No lo sé…—Me dio un guiño mientras se giraba hacia el refrigerador—. ¿Qué tomas?
—Jugo de…
—Arándanos, no sé para qué pregunto—completó él, sacando la botella de Ocean Spray que se había ganado un lugar en su nevera las últimas semanas.
Me dispuse a masticar mi jamón, en tanto que lo observaba ir de un lado a otro en su cocina. No es que estuviese cocinando como la palabra lo dice, pues él rara vez encendía las estufas. Su aptitudes culinarias se limitaban a cortar, llenar, tostar, o microondear (palabra que todavía no entiendo por qué no existe).
—Si diseñas todo desde cero y eres básicamente el jefe del taller, ¿por qué no tienes tu propia joyería?—Si bien ésta había sido una duda que había estado rondando en mi cabeza, nunca hablábamos tanto de su trabajo como para que pudiera colarla en una conversación.
Lucas se detuvo con el vaso a medio llenar y me dio una extraña mirada de soslayo, descubrí entonces que con mi inocente pregunta estaba tocando una fibra sensible de “los misterios de Lucas” (próximamente en su cine más cercanos). Si él fuese capaz de superar su estreñimiento emocional, las cosas serían mucho más simples de llevar. Casi y hasta me sentía tentada de poner algo de alcohol en su bebida para aflojarle aquel palo que Sussy vaticinó.
—Es una larga historia—musitó al cabo de unos segundos de análisis. Luego me pasó el vaso, deteniéndose frente a mí con el suyo presentado para un brindis. No le hice caso—. Venga, Kei.
—¿Qué? No veo motivos para brindar—espeté dándole un sorbo a mi jugo, como si realmente no me importaran sus evasivas. Lo cual era una completa mentira, pero que me torturen uña por uña para que lo admitiese sin más.
—De acuerdo, ya veo para donde va esto.
—¿Si? Porque yo no veo que vaya a ninguna parte.
Él frunció el ceño al oír una frase que venía cocinándose desde el sábado en la noche, pero que por alguna razón también venía alargando su efecto dramático antes de salir a escena. Pues ahí estaba, finalmente fue dicha y el balón ahora quedaba de su lado.
Nos miramos en esos silencios que son incómodos por el simple hecho de que se está quedando mucho por decir y ambos somos los suficientemente caprichosos como para admitirlo. Nos miramos como en una lucha inútil por doblegar el espíritu del otro, aun cuando muy probablemente ninguno quería ser doblegado. Quizá en el mundo de Lucas, él se sentía con razones para callar. La cuestión es que en mi mundo, la gente habla, explica o se larga. Tan simple como eso.
—Eres un tanto dura, ¿lo sabes?—Me encogí de un hombro, sólo para remarcarle cuánto me importaba ser o no dura con él a este punto—. Bueno, quieres saber porque no tengo una joyería propia. De acuerdo, te lo diré… pero debo mencionar antes que esta explicación implica a cierta persona y que por mucho tacto que quiera tener al respecto de ella, no me estás dejando muchas opciones.
—Te refieres a Gabrielle. —No entendía con qué propósito buscaba tener tacto, la noche anterior en lo que menos pensó fue en tener tacto cuando me habló de su sueño.
—Kei. —Colocó sus manos sobre mis rodillas, haciéndome demasiado consciente de su cercanía—. No soy tan estúpido como para no saber que te molesta que la mencione y por eso estoy evitando en la medida de lo posible no hablar de ella. Pero si insistes en saber sobre mi pasado, tienes que saber que ella forma una gran parte de él… no quiero ocultarte las cosas, sólo intento ponértelo y ponérmelo más fácil.
—No puedo obligarte a cambiar tu pasado, Lucas, sé que ella fue muy importante para ti. Y no quiero quitarte nada de eso, sólo quiero… —¿Qué? ¿Mi parte? Ni siquiera estaba segura qué quería pedirle, pero era obvio que no esperaba que pateara sus recuerdos a un lado sólo porque tenían como común denominador a Gabrielle.
—Sí—asintió con una media sonrisa algo irónica—. Apesta ese momento en que debes de hablar de tu ex con tu novia, más si…
—¿Tu novia?—Sé que continuó hablando después de eso, pero fui incapaz de oír más allá de la palabra con N. ¿Acababa de usar la palabra con N para referirse a mí?
Él buscó mis ojos con algo de ansiedad, mientras yo me forzaba por pasar el término por todos mis filtros mentales.
—¿Demasiado pronto?—preguntó una vez que lo hube mirado.
—No lo sé—dije con franqueza. Todo esto era tan insustancial, todo esto parecía que se rompería si se ejercía una fuerza demasiado brusca y aun así me gustaba como sonaba eso de “novia”. Me gustaba que él lo hubiese propuesto, incluso antes de que a mí se me ocurriera pensarlo de ese modo—. ¿Tú quieres eso?
—Te quiero a ti y no me gustaría pensar que estamos aquí ahora por los motivos incorrectos. —Me quitó el vaso dejándolo a un lado en la isla y luego entrelazó sus dedos a los míos de esa forma que lo hacen las parejas que se quieren en las calles—. Gabrielle es mi pasado, Kei. Y por más que quisiera arrepentirme de muchas cosas que hice, nunca me voy a arrepentir de ella. Pero eso no significa que quiera seguir viviendo allí, quiero pensar que merezco algo mejor que vivir de recuerdos.
—Sí lo haces. —Lucas me sonrió con un pequeño indicio de timidez—. Sabes que lo haces, ¿no?
—¿Honestamente?—preguntó aunque era obvio que no esperaba una respuesta—. No creo merecerte en lo absoluto, no creo que nadie debería tenerle tanta paciencia a otra persona y aun así estás aquí. Así que si estás aquí y piensas permanecer aquí, lo harás como se debe.
—¿Ah si? Parece que quiere imponerse, señor sin calzoncillos.
Él tiró de mis manos, hasta que su nariz estaba rozando la mía. Le sonreí, ganándome una de sus sonrisas de muchacho travieso a cambio.
—No, nada de imposiciones—aseveró arrastrando su cálido aliento a lo largo de mi mejilla, delineando con pequeños besos los contornos de mi barbilla hasta alcanzar mi oído—. ¿Serías mi novia, por favor?
Me aparté lo suficiente para darle mi mejor gesto aireado.
—Pensé que nunca lo ibas a pedir. —Y entonces asentí solemnemente.
De ser posible su sonrisa se hizo aún más grande, un segundo antes de que cayera sobre mis labios como un hombre hambriento de besos. Pero no de cualquier beso, sino de los besos de su novia. ¡Ja! ¿Cómo les suena esa Keilas mentales?
[1] Edvard Munch: El pintor decía de sí mismo que, del mismo modo que Leonardo da Vinci había estudiado la anatomía humana y diseccionado cuerpos, él intentaba diseccionar almas. Por ello, los temas más frecuentes en su obra fueron los relacionados con los sentimientos y las tragedias humanas.
____________________________
Creo que el otro día me preguntaron qué eran las cosas con números que aparecen en algunos capítulos. ¡Gente! Son como notas al pie, porque no estoy segura de que todos estén en la onda y me explico antes de tener que explicarme por comentarios xDDD Me hicieron reír con esa pregunta, aunque ya no recuerdo quién me la hizo. En fin, lo dejamos acá de momento.
Juro que la imagen del costado es un dibujo y ya saben los demás medios para verlo. Bye ^^
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro