Capítulo extra: Lucas.
Bueno después de pensármelo durante mi semana de recuperación, decidí que para festejar los 2000 seguidores les voy a dejar el capítulo extra. Quiero que lo lean con tranquilidad, este capítulo pasa por una parte de la vida de Lucas que siempre pensé que merecía la pena ser contada. Lo fui escribiendo conforme escribía la historia, así que es más largo que los caps comunes. Espero que cualquier duda que tengan sobre la historia quede solucionada con esto, gracias a todos los que me siguen leyendo.
Capítulo extra: Lucas.
Cuando dos días atrás la encontré en el cuarto de baño sangrando por la nariz, comencé a pensar que el infierno se desataba una vez más y yo me encontraba demasiado lejos de los refugios. Gaby estaba acurrucada junto al lavabo, mientras la sangre comenzaba a formar círculos grandes en su pijama. Por un segundo estuve en shock, pues se suponía que esto no iba a volver a ocurrir. Aún sabiendo que nada tenía sentido, el instinto prevaleció sobre la razón. Actué como en piloto automático, lo único que mi cerebro procesaba era la necesidad de ayudarla, lo demás vendría más tarde. Pero no lo demasiado tarde, si de mí dependiera.
Era un sábado por la noche cuando ocurrió, fue lunes por la mañana y yo aún seguía en ese estado de incertidumbre o negación, que a veces ayuda a atravesar momentos como ese.
Gaby había tenido una hemorragia, no era la primera, pero si la primera desde que obtuvo el alta. En mi mente sabía que esto no podía ser correcto y unas horas después de ingresarla en el hospital, fui forzado a comprender.
El médico intentó tener tacto al decirlo, pero dudo que cualquier noticia dada en esas circunstancias sonara bien sin importar el esfuerzo.
—¿El cáncer está devuelta?—le había preguntado, con la vaga esperanza de que todo sólo fuese un efecto secundario que habían olvidado mencionar.
El médico, al cual conocía bastante bien desde el último año, me miró con en el primer indicio de pena que recibiría esa semana.
—El cáncer nunca se fue.
Y sólo esas cinco palabras fueron necesarias, para que parte de mi mundo volviera a colapsar.
***
Al subir a su habitación ese lunes por la mañana, la encontré medio adormecida como tantas otras veces. Me había acostumbrado a la vida de hospital, a cuidarla, a velar su sueño, a mirarla sin hacer ruido, a esperar. El último año no había hecho otra cosa que esperar, y rezar, aún cuando no creyera mucho en ello. Dos meses atrás habría creído en cualquier cosa y por un mísero momento, llegué a pensar que tanto ruego y paciencia habían funcionado. La tempestad había pasado, Gabrielle y yo estábamos de regreso en casa, el cáncer había remitido. Dos meses atrás me sentí el desgraciado más afortunado del planeta, dos meses atrás esperaba no tener que pisar un hospital nuevamente. Que lejanos parecían ahora esos dos meses.
—Hey, extraño.
Despegué la mirada del infinito, para encontrarme con sus ojos color miel cansados fijos en mí. Había cautela en su mirada y oculto tras un velo de dolor, podían verse indicios de vacilación. Abrí la boca para responderle, pero las palabras no acudieron como lo tenía planeado y me limité a mirarla, porque por primera vez sí me sentía un extraño frente a ella. Gaby frunció el ceño muy levemente, cualquier gesto que hacía parecía costarle demasiado como para intentar fortalecerlo.
—Luke...—Sacó una mano de debajo de las mantas blancas, extendiéndola en mi dirección. Mis ojos recorrieron el arco de su brazo, la piel pálida casi traslucida, los esbeltos y largos dedos, la vía que se aferraba a una de sus venas casi con rudeza. Fragilidad, parecía gritar todo su cuerpo—. ¿Lucas?
No quería acercarme y al mismo tiempo sólo quería acurrucarme a su lado, cerrar los ojos y esperar a despertar en nuestra casa. Esperar que todo no fuese más que otro estúpido sueño.
—El cáncer nunca se fue—murmuré repitiendo las palabras del médico. Ella hizo una mueca, ya sea de dolor por la enfermedad o por mi aseveración, no supe decirlo.
—Oh, Luke...
—No, no me vengas con eso—la corté en cuanto sentí mis manos cerrarse en fuertes puños de frustración—. Me mentiste, Gaby.
Le habría perdonado cualquier cosa, pero en ese instante me sentía traicionado en lo más profundo.
—Tú no entiendes—replicó, alzándose con una mueca hasta una posición más erguida. Nuevamente el instinto prevaleció sobre la razón, y rápidamente acudí a su lado para armarle un soporte con las almohadas. Ella tomó mis manos cuando hube terminado, atrapándome junto a la cama—. Lucas, tenía que hacerlo.
—¿Mentirme? Disculpa si no sigo tu lógica, Gabrielle—siseé desde la parte dolida que aún se mantenía firme dentro de mí. Al fin y al cabo sabía que no era eso lo que me molestaba realmente, sabía que si indagaba en mi propio malestar me derrumbaría y no podía hacer eso, no aún al menos.
—No—musitó posando una de sus manos sobre mi mejilla, a regañadientes me senté a su lado para no obligarla a esforzarse demás—. Estaba protegiéndote.
—Claro, porque esto resulta ser sumamente mejor—le espeté con una vibración en mi voz imposible de ocultar—. Dime que estás bien, permíteme tener esperanzas y luego derrúmbate en nuestro cuarto de baño. ¡Sí, Gabrielle, eso sin duda me protegió!
Me aparté de un tirón y ella intentó atraparme en vano, tuve que voltearme hacia la ventana para no seguir con una discusión que no quería mantener. No podía verla a los ojos y no sentir un revoltijo en el estomago, no podía verla sin que me faltara el aire.
—Lucas, perdóname... pero ya no podía seguir con esto. —Había lágrimas en su voz, lágrimas que también comenzaban a rodar por mis mejillas de forma silenciosa—. ¿Cuáles eran mis opciones? Iba a morir en el hospital persiguiendo una cura que no llegaría e iba a obligarte a mirarme morir... ¿querías que hiciera eso?
—¡Claro!—La enfrenté—. ¿Acaso dudas de que no estaría aquí hasta el último momento? Te amo, Gabrielle, en las buenas y en las malas.
No supe bien cómo, pero mis manos volvían a sostener las de ellas casi como si se tratara del último salvavidas del Titanic.
—Y porque sabía que lo harías, no quería que esos fueran nuestros últimos recuerdos juntos. —Le acaricié la mejilla limpiando con mi pulgar la humedad en su rostro—. Quería verte riendo, jugando, bromeando, alegre... no quería darte más preocupaciones ni prolongar lo inevitable, quería a mi Lucas todo el tiempo que pudiera tenerlo.
—Esto es muy injusto, Gaby. —Ella no tenía idea cuánto quería que todo fuese cierto, cuánto deseaba que el cáncer remitiera, que pudiéramos estar juntos y que esto hubiese sido sólo un mal recuerdo—. Pensé que íbamos a estar juntos para siempre.
—Tú eres mi para siempre.
Sonreí muy a mi pesar frente a eso.
—No quiero que te vayas—susurré, limpiándome los ojos en un intento estúpido de ocultar mi debilidad—. Por favor, Gaby.
Ella se abrazó a mí y no fui capaz de mantener ni por un segundo más la escasa compostura que me sostenía. Hundí el rostro en su hombro, sintiendo su cuerpo estremecerse mientras ambos nos consolábamos mutuamente. Lágrimas silenciosas corrían furtivamente por mi rostro, lágrimas que ni me molesté en limpiar. Por ese instante me permitiría perderlo todo, por ese instante reconocería la derrota.
—Vas a estar bien.
Negué incapaz de mirarla. ¿Cómo podía pensar que estaría bien? ¿Cómo siquiera se permitía darme esa maldita esperanza?
—Nunca voy a volver a estar bien...—mi voz salió amortiguada, no estaba seguro si por la presión que atenazaba mis entrañas o el mero abrazo.
—Escúchame, Luke...—Sus frágiles manos se hundieron en mi cabello y lentamente me apartó del refugio de su cuerpo—. Vas a estar bien—repitió clavando sus ojos como la miel en los míos—. Eres el hombre más luchador que he conocido... vas a ver que el tiempo...
—¡El tiempo es una mierda!—La acallé importándome un bledo cómo estaba siendo de tozudo, importándome un bledo si debía luchar con ella para que me dejara hacer algo más—. No sirve para nada, Gaby, no me digas que voy a estar bien... ¿cómo podrías saberlo?
—Por favor, Lucas...
Me silencié ante su ruego tan doloroso. Estaba discutiendo con ella, cuando sus fuerzas estaban casi mermadas, ¿qué clase de idiota era?
—Lo siento.
—No tienes que disculparte por nada...—Me apartó un mechón de cabello de la frente y luego me sonrió—. También estaría molesta en tu lugar.
—Escucha. —Besé la mano con la que acariciaba mi rostro—. Podemos buscar en otro lugar, hay miles de hospitales... tal vez otra...
—No. —Su vehemente negativa por un segundo me confundió.
—¿A qué te refieres con no?
—Me refiero a...—Hizo una mueca, mirando de soslayo hacia la ventana. Me sentía tan inútil en esos momentos, porque sabía que algo la estaba dañando y yo no podía hacer absolutamente nada por protegerla—... ya no puedo con más tratamientos—continuó tras recuperar el aire—. Ya no hay más tratamientos para mí...
—Gabrielle—comencé a protestar, pero ella presionó mi mano para detenerme.
—Lucas, tomé mi tiempo y lo usé como más lo quería... no más tratamientos, ni doctores.
—¿Cómo puedes decirme eso? Desperdiciamos estos dos meses, cuando podíamos buscar alguna otra opción... pero...
—No desperdicié este tiempo, Lucas. —Ella tomó mi rostro con sus manos firmemente, no dejándome más alternativa que mirarla mientras pronunciaba las palabras que más amaría y odiaría en mi vida—: No habría cambiado ni un segundo de estos dos meses contigo, era lo que yo quería.
—¿Y lo que yo quiero?—pregunté en un exabrupto, deshaciéndome de su amarre—. ¿Tan poco te importa lo que yo quiero? Tomaste una decisión por los dos, me excluiste aún cuando sabías que nunca te negaría nada. Gabrielle, cómo te atreves...
—No fue así...—murmuró, sus ojos brillando tras un velo de lágrimas, herida por mis bruscas palabras—. No buscaba excluirte, pero es mi vida, Lucas.
—Por supuesto que lo es, lo has dejado bastante claro.
Estaba tan molesto, tan frustrado, tenía tantas ganas de gritar o romper algo. Pero a pesar de todo eso, lo único que hice fue arrastrar una silla hasta el lateral de su cama y dejar caer mi cabeza en su regazo. Podía desperdiciar el tiempo reclamando, pero nada nos devolvería esos dos meses perdidos, podía obligarla a coger un avión a cualquier país donde encontrara un donador para ella. Haría lo que estuviera en mis manos, aún cuando sabía que no había nada más por hacer. El médico fue claro al exponerme la situación, la clase de leucemia que tenía Gabrielle sólo se curaba en un muy bajo porcentaje. Una vez que el primer trasplante de médula falló, sus posibilidades se redujeron de pocas a ninguna.
Era demasiada información que asimilar, pues hasta hacía dos días yo estaba seguro que el trasplante había funcionado y que la enfermedad había remitido. Acepté su palabra, le di la bienvenida a esa segunda oportunidad sin demandar explicación alguna. Al menos ahora tendría tiempo suficiente como para odiarme por ser tan crédulo, al menos podría alimentar mi resentimiento hacia mí una vez que me encontrara solo.
—Por eso no aceptaste casarte conmigo—mascullé alzando la cabeza para mirarla. Sus ojos revolotearon hasta abrirse con un claro gesto de somnolencia—. Dijiste que querías más tiempo—continué— pero la verdad era que sabías que no tenías mucho y me rechazaste.
—Luke...
Alcé una mano para silenciar su replica. Aquella noche había pensado que sólo necesitaba algo de tiempo para pensarlo, aún cuando habíamos estado juntos desde la infancia. Y estaba tan metido en mi mundo de fantasía que fui incapaz de ver las señales, ella dijo que me amaba pero que no estaba lista para casarse aún. No me importó, me convencí de darle el tiempo que necesitara para entender que estábamos hechos para estar juntos. Incluso durante los momentos en que nos distanciamos, la necesidad del otro siempre parecía intensificarse, así que esperar no me había sonado tan descabellado. ¡Dios! ¿Cómo mierda podía pensar que estaría bien si moría?
Si moría... antes ese era sólo un pensamiento, un quizá que podía salvaguardarse con algo de esperanzas. Ahora no era una posibilidad, era una cuestión de hecho. Ella no estaba enferma, ella estaba agonizando.
Entenderlo fue como recibir un golpe en el bajo vientre, todo mi ser se convulsionó ante la simple idea de imaginar un mundo sin Gabrielle. La persona que había sido mi mejor amiga desde tan lejos como podía recordar; mi primer beso, novia, amante, socia, discusión, reconciliación... mi futuro. ¿En dónde me pararía a partir de allí?
Dejé caer la cabeza entre mis brazos, sin poder contener los movimientos que mi cuerpo efectuaba por sí mismo. Quería parar, pues no estaba ayudándola en nada derrumbándome a su lado, pero mi mente estaba más allá de mí control. Sentía el calor de las lágrimas quemando en mi rostro, en mis brazos. Sentía el temblor en mis hombros, la sensación de vacío que llenaba mi pecho... como si alguien hubiese entrado y arrancado mi corazón de cuajo. Ella posicionó una de sus manos sobre mi cabeza, brindándome el consuelo que yo debería estar dándole y entonces, simplemente, comenzó a cantar en voz muy baja. Era una nana que solía cantarle a su sobrino, la había oído antes pero ella nunca la había interpretado para mí. Y aunque sabía que esto le estaba costando un gran esfuerzo, no tuve la capacidad para detenerla. Necesitaba una última vez refugiarme en ella, la necesitaba.
El sonido de pies yendo y viniendo hacía siempre muy difícil conciliar el sueño en el hospital, era de esos lugares que nunca dormían como la ciudad de New York. Pero en algún momento, entre el instante en que estaba molesto hasta el siguiente en que me convertí en un completo marica frente a Gaby, me había quedado dormido. No recordaba la últimas vez que había llorado así, bueno... en realidad sí la recordaba. Me había caído del tejado intentando impresionar a Gaby y a Sam, más a Gaby a decir verdad, pero ella había respondido riéndose de mí. Tenía como doce años, creo que cualquiera habría reído en esa situación pero yo lloré como una niña. No tanto por el dolor de la caída, sino porque se había sentido como un golpe directo a mi ego. No hablé con Gaby hasta dos años después de eso, ahora parece estúpido haber desperdiciado tanto tiempo por el simple hecho de sentirme herido. Ahora hasta dormir en su presencia me parece un desperdicio.
Sentí sus dedos marcando patrones en mi nuca y a regañadientes me tuve que mover, pues ese era mi punto débil y ella lo sabía. Perdía diez años con tan solo un roce en mi nuca, no podía evitarlo yo simplemente me echaba a reír como un poseso.
—Gaby...ya...—Me estremecí riendo por lo bajo, e incorporándome para poner distancia entre sus dedos y yo—. Pensé que dormías.
—Mm...—Sacudió muy levemente la cabeza—. Te veía dormir...—Tocó mi entrecejo con su índice—. Demasiado serio...
—¿Quieres un chiste?
—Oh, no... no hay necesidad de un castigo—se burló suspirando audiblemente al final de la frase. Me puse de pie para luego ocupar un pequeño espacio a su diestra.
—Bien, no te contaré ningún chiste—acepté esperando a que abriera los ojos, ella me miró al cabo de unos segundos.
—Ayúdame, Luke.
No tenía idea cuánto quería ayudarla en ese instante, si supiera cómo haría un trato con el mismísimo diablo sin pensármelo dos veces. Me aclaré la garganta, dándole mi mejor mirada atenta a cambio. Gaby se llevó una mano al cuello, tanteando la cadena que tenía colgada alrededor. Por un momento intentó y falló en buscar el ganchillo, así que lo giré yo esperando que me dijera lo que estaba haciendo.
—Gab...
—Tienes que llevártela—musitó apretando mi mano entorno a la cadena de plata—. Tómala...
—No, es tuya—Intenté apartarme, pero Gaby insistió jalando la llave fuera de su bata—. Basta, Gabrielle, no la quiero. No me importa adónde vayas, debes tenerla.
—No. —Negó finalmente consiguiendo liberar el collar—. Tienes que... conservarla...—jadeó como si le faltara el aire, pero me mantuve en mi lugar aún cuando todo mi cuerpo quería ir por un médico—. Habrá alguien más...
—No digas tonterías—la acallé sin ánimos de tener esta conversación. Hablar de ese tema sólo apresuraría una despedida para la cual no me había preparado, aunque dudo que alguna vez lo estuviera.
—Luke...—insistió poniendo el collar en mi mano, pero yo no atiné a tomarlo—. Cuando llegue... tendrás que ser tu propio dueño... y llegará, confía en mí.
—Nunca voy a querer a nadie más—remarqué cada palabra con ímpetu, esperando que lo comprendiera de una buena vez—. Nunca.
—Lucas—protestó, dándole a su timbre más firmeza de lo que esperaba—. Tendrás que intentarlo de nuevo... alguien llegará y podrás amarla.
—Te amo a ti.
—Y eso no va a cambiar... pero te prohíbo que vivas así. Lucas, no desperdicies tu vida... pensando que sólo pasa una vez...
Sacudí la cabeza, no sabiendo a ciencia cierta a qué le estaba negando. ¿A la posibilidad? ¿A su idea estúpida de que habría alguien más? ¿Por qué siquiera me hablaba de esto?
—No puedo hacer esto ahora, Gabrielle. —Me metí el collar en el bolsillo, deslizándome fuera de la cama—. Voy... a tomar aire, enseguida regreso.
—Luke...—Hice un alto junto a la puerta para observarla—. Fíate de tu instinto...
***
No tengo que decirles lo que ocurrió esa noche, ¿verdad? Me dolía pensar que nunca le dije que iba a intentarlo, que ni siquiera sopesé la opción de prometerle algo y llevarlo acabo. No hubo ni una sola promesa, nada que me atara a ella o a una responsabilidad ficticia. Aún así parecía que voluntariamente me había atrapado a mí mismo, habían pasado dos años pero ese día parecía haberse detenido todo para mí. La noche que murió casi todo a mi alrededor perdió sentido, me encontré de pie en una habitación llena de personas pero vacía al mismo tiempo. Eva intentó acercarse para darme el pésame, pero más fue lo que nos insultamos mutuamente a lo que en verdad nos consolamos. Sabía que la muerte de Gabrielle no había sido fácil para ella tampoco, después de todo había sido su amiga antes que mía. Pero nunca me atreví a decirle "te comprendo, yo también la echo de menos", pues en lo que a mí concernía había ayudado a Gaby a tomar la decisión de dejar el tratamiento. Quizá no fue directamente, pero ella le había dado el apoyo que a mí me habría correspondido darle. Para mi cerebro, el único que tenía derecho a estar dolido y molesto era yo. El dolor de los demás me dio igual, incluso el de mi hermana. Había viajado desde Maine para el entierro de Gaby y sólo necesitó una palabra cortante mía, para que supiera que no la quería cerca.
Al principio la actitud de desgraciado hijo de puta me sentó bastante bien, cualquiera que me preguntaba cómo estaba, podía obtener una mirada furibunda que lo disuadía de interesarse de nuevo. Con el tiempo comencé a pensar: vaya mierda, mejor empiezo a poner mi vida en orden. Así que adquirí una rutina convincente de cara al exterior; comía, me duchaba, dormía, trabajaba, comía, me duchaba... y todos los días conseguía hacerlo estupendamente. Sonreía escasamente si era necesario y si antes hablaba poco, hubo un lapso de tiempo en que no hablé más de diez palabras en toda una semana. Sí, las conté. No tenía con quien hablar de todos modos y dudaba que alguien extrañara mi voz.
Mi momento de éxtasis llegaba todos los domingos, era el día que había asignado a Gaby. Daba una vuelta por la ciudad que siempre terminaba por llevarme al cementerio, me quedaba allí junto a su tumba contándole algún acontecimiento de la semana o simplemente en silencio. Los domingos sin lugar a dudas eran mis días, no que me sintiera alegre o más vivo, pero estar allí era como rasguñar la superficie de algo. Algo de lo que ni siquiera estaba seguro de comprender. Era consciente de que el tiempo pasaba, a mi alrededor el mundo había seguido su curso aunque muchas veces sentía que yo lo miraba desde un camino aledaño. De no ser por los cambios de estación y la fecha en el calendario, ni habría notado como estaba dejando que mi vida corriera sin un sentido. Ya no le encontraba tanta satisfacción al trabajo, y de no ser porque aún tenía que cumplir las funciones básicas tal vez también lo habría ignorado. El sueño de la joyería propia, hasta me parecía que había ocurrido en algún otro universo paralelo. En pocas palabras, me había convertido en un espectador de mi propia vida y me sentía cómodo de ese modo.
—Hoy viene, Sam...—Era domingo, uno más de los de siempre. La visita a mi chica debía ser corta, porque mi hermana estaba en la ciudad y quería encontrarse conmigo. Le había dicho que no, pero insistió. Le había dicho: de acuerdo, pero no en mi casa. Eso la dejó escasamente conforme.
Así que allí estaba dejándole una flor como todas las semanas, antes de pegarme la vuelta y salir hacia el restaurante. Había dado con él durante uno de mis paseos dominicales, era pintoresco, tranquilo y la comida aceptable. Además que estaba convenientemente a cuatro cuadras del cementerio. Como dije antes, los domingos eran mis días de éxtasis, así que los conmemoraba con una comida caliente.
Me senté en mi lugar de siempre de cara a la ventana, para ver llegar a mi hermana. Esperaba que hubiese comprendido las instrucciones y que supiese dárselas al taxista. Ella había querido que la recogiera, pero obviamente me negué. No que quisiera complicarle la visita, sólo no quería que me visitara en lo absoluto ¿era demasiado infantil eso? Mejor no respondan.
Alguien se aclaró la garganta a mi lado, haciendo que mi atención dispersa se enfocara en la responsable del sonido. Me topé con unos enormes ojos azules fijos en mí rostro y una sonrisa cordial en labios que nadie miraría cordialmente. No era la primera vez que veía a esa chica, en realidad siempre era ella la que se acercaba a mi mesa para tomar mi pedido.
—¿Listo para ordenar?—Tenía una voz femenina pero profunda, me llamaba la atención como una personita tan pequeña pudiese sonar tan... ¿dura? No estaba seguro si esa era la palabra exacta, porque no parecía dureza sino firmeza. Diablos, debía estar jodidamente aburrido si me pasaba tanto tiempo pensando en la voz de la muchacha. Aunque tenía mis razones, creo que con ella gastaba más de la mitad de mis palabras permitidas por semana.
Observé mi reloj, antes de mirar hacia la ventana preguntándome dónde diablos estaba Sam.
—En realidad, estoy esperando a alguien. —¿Cuántas fueron? ¿Seis? ¡Lo ven!
Ella pestañó rápidamente como si no estuviese esperando esa respuesta y yo me quedé observándola sin darme cuenta que me había hecho gracia su gesto.
—Ah...bueno. —Parecía desilusionada por algo, aunque bien podría ser sólo mi impresión. Enarqué una ceja no muy seguro de cómo proceder y ella automáticamente soltó un suspiro, volviendo a sonreírme—. Entonces... ¿algo de tomar mientras aguardas?
Me detuve en ese pensamiento un instante, podría pedir algo que animara a Sam a pensar que mi ánimo era adecuado. Antes cuando comíamos juntos, bebíamos una copa y fingíamos ser buenos catadores de vinos. Bien valdría hacerla sentirse cómoda, para variar. Tal vez se marchara pronto.
—¿Podrías traerme tu carta de vinos?
En esa ocasión sí que no fue mi imaginación, pues ella dio un muy perceptible respingo y me miró como si me hubiese brotado otra cabeza en el lapso de un parpadeo. Esto era curioso, ella debía tener buena memoria como para saber que yo no pedía vino. Dejé mi vista vagar por su rostro una vez más, esperando a que hiciera un movimiento. No estaba seguro de por qué, pero nuevamente sentí ganas de reír. Iba a preguntarle si se encontraba bien, cuando una mujer rubia y bastante alta, pareció materializarse de la nada junto a la chica.
—Hola—saludó la rubia dichosamente—. ¿Ya se lo has comentado?—Disparó hacia mi camarera, la cual parecía haber caído en un momentáneo lapsus de mutismo.
—¿Comentado qué?—Decidí intervenir para salvar a la muchacha.
Esta sin duda no era la primera situación extraña en la que me veía involucrado, las mujeres se me acercaban de tanto en tanto, me sonreían y hacían esto de codearse con sus amigas. No era tan estúpido o tan ajeno al mundo, como para no notar cuando alguien lanza una indirecta en mi dirección. Hasta donde podía ver, la rubia quería que la camarera hablara conmigo ¿y por qué no? Me sentía complaciente ese día. Era domingo, éxtasis asegurado.
—Pau, él no tiene tiempo para esto, está esperando a alguien—¡Aja! Ella no quería hablar conmigo, ¿eran nervios los que vibraban en su voz?
—Sólo serán unos minutos, ¿tienes unos minutos?—La rubia no tenía reparos en tirarme a quemarropa, me agradaba.
—Claro—Si las miradas mataran, la bonita de ojos azules me habría perforado la cabeza en ese instante.
—Estamos haciendo una colecta—Llevé mi atención a la rubia, intentando ignorar a la chica que parecía hacerse más y más pequeña junto a su compañera. No comprendía su actitud, pero me intrigaba.
—Oh, ¿sobre qué es?—pregunté cordialmente. Al menos lo más cordial que había podido.
—Kei te lo explicará todo, ¿no guapa?—«¿Kei?» Hm... iba con ella.
La rubia se despidió empujando a la camarera más cerca de mí, no sin antes dejar un tarro con la palabra "colecta" pegada en un papel blanco sobre mi mesa. Kei permaneció quieta, siguiendo con la mirada el camino recorrido por su compañera.
—¿Por qué no te sientas?—La invité con un ademan, recordando al caballero que una vez mi madre intentó hacer de mí. Pero ella me ignoró, aún con la vista puesta en algún lugar del local invisible para los clientes.
Aparté la silla poniéndome de pie y volví a intentar la técnica del caballero, me aclaré la garganta señalándole la silla vacía frente a mí. No sé por qué me tomé tantas molestias con ella, la verdad es que tenía tantas ganas de esa conversación como las que poseía Kei. Pero supongo que me dejé tentar por la palabra colecta, no es que fuese un maldito filántropo desprendido. Sólo quería deshacerme del dinero que había juntado para lo joyería, nunca había sido para mí una meta obtenerlo pues ese era el sueño de Gabrielle. No tenía cómo gastarlo, no tenía ni deseos de hacerlo por ende el dinero seguía acumulándose. Me había acostumbrado a vivir con la mínima cantidad, esperando que repentinamente la necesidad se impusiera, tirara de mí hacia algún sórdido lugar y me volcara a la bebida o quizá otro vicio igual de mortífero. Pero ni siquiera había un genuino interés en mí por dejarme caer en esas cosas, la bebida no garantizaba olvido, así como cualquier otra solución mundana no me garantizaba la paz. Estaba como medio atascado entre la posibilidad de causarme un daño real y la imposibilidad de llevar acabo la tarea.
—Mira, la cosa de la colecta es una bobería...—Pestañeé notando que me estaba viendo con fijeza, había escuchado su voz pero no precisamente entendido lo que había dicho. Mis ojos se detuvieron en su boca, antes de que me diera cuenta lo psicópata que estaba pareciendo haciendo eso.
Esto era claro indicio de que si bien estaba en un buen acuerdo conmigo mismo, no tenía un control tan completo de mi anatomía. Mi mente no quería tener nada que ver con mujeres, pero mi cuerpo tomaba otras decisiones en esa área. Por supuesto que reparaba en ellas, no estoy jodidamente ciego. Podía ver una boca, un par de ojos lindos y bonitos pechos, y admitir que sería interesante ver qué resultaba de esa combinación. Pero mi mente recelaba con la simple idea de ponerse en el trabajo de conquistar a alguien. Si debía pensarlo, la camarera sería una potencial distracción para mi cuerpo. Algo como Karen, una noche sin mucha importancia que me ayudaba a pensar con la cabeza y no con el pene, alguien que sosegara la parte animal en mí que se negaba a morir por completo.
—Me gustaría escucharlo—mascullé odiando el modo en que se oyó eso, casi como si la estuviese invitando a la parte trasera de mi auto. «Joder, Lucas, esto no ayuda a que la chica se relaje»
Ella asintió distraídamente, sentándose en la silla libre y sin quitarme los ojos de encima. Ocupé mi lugar, entrelazando las manos sobre la mesa para evitar que mis dedos golpearan con mi patentado gesto nervioso. Algunos se muerden las uñas, otros balbucean incoherencias y yo... tocó una canción en un piano imaginario. Por muy extraño que esto parezca, cogí el hábito y sólo sé tocar una canción, por lo cual las notas siempre son las mismas: La en octava, Do mayor... Fa, nuevamente La. Ya saben, esa mierda.
Escuché parcialmente lo que la camarera Kei me decía, pues mi atención insistía en desviarse a temas que nada tenían que ver con la caridad. En un momento la rubia acotó al paso que la camarera era la artista que se beneficiaria de la colecta, lo cual avivó una pequeña chispa de curiosidad. Kei tenía aspecto de artista, su cabello aunque predominantemente negro tenía reflejos azules, también tenía tatuajes. Podía ver uno en su antebrazo y el escote de su blusa dejaba entrever otro diseño en negro sobre su pecho, llevaba varios aretes en su oreja derecha pero ninguno en la izquierda, también tenía uno en la nariz y la marca de haber llevado otro en la ceja. No sé si es correcto estereotipar a un artista, pero de tener que imaginarme a uno supongo que lo haría como ella.
—Am... sí, bueno... eso sería todo.
Asentí comprendiendo que se estaba acabando mi tiempo de contemplación de artistas, así que tiré la pregunta que básicamente quería hacerle desde que se había sentado.
—¿Y cuánto se necesita?
Lo que continuó entonces fue algo que me descolocó por completo, ella tuvo una reacción completamente inesperada a mi pregunta. Primero me gritó, luego insultó y al mismo segundo intentó escapar de mí. ¿Qué carajos le pasaba a esta chica? Sabía que los artistas eran personas... especiales, pero definitivamente esta no era una forma muy creativa de conseguir ayuda.
—¿Cuál es tu maldito problema?—le espeté poniéndome de pie frente a ella. Era quizá la primera vez que me sobresaltaba en mucho tiempo, así que estaba un poco fuera de práctica—. Tú fuiste la que viniste aquí para hablarme sobre la colecta, ¿ahora te ofuscas porque te pregunto sobre ello?
Al parecer mi modo de actuar surtió efecto, porque ella notoriamente se apaciguó frente a mis ojos.
—Vale, tienes razón... esto no tiene nada que ver contigo. Todo esto de la colecta ni siquiera fue mi idea, y no soy buena para pedir cosas... mira, el vino corre por mi cuenta.
Echándome una última mirada de disculpa, la camarera Kei se deslizó sobre sus pies en voladas. Admito que me habría gustado saber qué rayos le había ocurrido y por qué me había utilizado de catalizador, pero el sentimiento se evaporó casi tan rápido como llegó. Sacudiendo la cabeza acepté que este terreno no era uno que quisiera explorar, por lo que regresé a mi mesa y aguardé pacientemente por mi hermana.
La conversación con Sam estuvo centrada en su boda y en sus múltiples maneras de pedirme que fuera. Ella me quería allí, así como el resto de la familia. El problema estaba en que yo no me quería allí. Había pasado navidad con ellos—ok... víspera de algo—y esa había sido experiencia suficiente como para saber que mi familia era un no rotundo para mí. Todavía no se acostumbraban a mi presencia y yo no me acostumbraba a la de ellos. Era como si todos quisieran decirme que lo sentían por mí, pero que ya era hora de comportarme como un hombrecito. Sabía lo que querían de mí, la cuestión es que había un gran trecho entre saber algo y quererlo también. Pero por un segundo mientras contemplaba a mi hermana, quise intentar ser aquel chico complaciente de antes, aquel Lucas más optimista de la infancia, ese que se amoldaba fácilmente a los deseos de los demás. Costó un poco intentar conjurar a ese hombre, pero lo peor fue hacerlo hablar.
—No tienes que hablar con nadie—En ese instante Sam presentaba su alegato número quince—. Ni bailar, ni nada... por favor, Luke. Tú no puedes faltar en este momento.
—No seré una grata compañía y mamá me tendrá en la mira. Sabes como es, Sam.
—Lo sé, pero le diré que se contenga. ¡Es más! Todos los invitados estarán obligados a pasar junto a ti sin mirarte o siquiera saludarte. Lo pondré como una advertencia en las invitaciones...
—¿Por qué te importa tanto?—pregunté medio indeciso entre sonreír o maldecir ante su resolución.
—Porque... no podría pasar por todo esto si no estás allí, Luke. Serían todas contra mí, ¿me harías eso, Mickey?
Todo mi cuerpo respondió con un estremecimiento a ese pequeño estimulo. Esta era Sam, sería su boda—felizmente tal vez la única que tuviese en toda su vida—, no podía faltar. Ella era más que mi hermana, era mi amiga. Aún cuando la había apartado de mi vida, Sam había decidido cruzar medio país para buscarme. Le sonreí lo mejor que pude, siendo muy consciente de la soga que estaba por tirarme al cuello.
—Ok, estaré allí.
Ella dio unas palmadas, cruzando por encima de la mesa para darme un sorpresivo beso en la mejilla.
—¡Genial! Te aseguro que te divertirás mucho, será perfecto.—No me cabía duda de ello, más conociendo lo perfeccionista que era su prometido. Sam regresó a su asiento, dándome una valorativa mirada que consiguió ponerme nervioso—. ¿Tengo que ponerte más uno?
¿Estaba de broma? Fue lo primero que arrojó mi mente, pero en un segundo análisis de sus palabras tuve que detenerme en verdad. Tal vez si llevaba a alguien conmigo podría limpiar el camino para Sam, mamá no estaría encima de mí, papá dejaría de mirarme como si acabara de tener una cuarta hija, y Sussy abandonaría el plan de encontrarme una amiga soltera. Esto podía ser útil, ¿pero a quién llevaba? Las mujeres que conocía no me harían un favor así, siempre estaba Karen pero eso sólo le daría falsas ideas sobre lo que no teníamos. No, mejor ni recorrer ese camino. ¿Quién me quedaba? ¿La mujer de Valentín? ¿Una prostituta? Tal vez podía pagar por compañía, no necesariamente sexo... ¿no había una película donde una mujer alquilaba un hombre para una boda?
Sin darme cuenta de lo que hacía mis ojos fueron a la caja registradora, donde aún se encontraba el tarro de colectas a medio llenar. ¿Podía hacerlo? Eso sería un acto jodidamente desesperado sólo para escapar de la presión de mi familia. Pero por otra parte los haría felices, sería una felicidad falsa pero felicidad al fin. ¡Qué más daba! Si bien la chica estaba un poco loca, podía hacerla creer que estaba ayudándola a ella y no a mí. Podía controlar la situación, sólo darle algunas pautas a seguir y que actuara sobre ellas. Era una jodida artista, de todas las mujeres presentes en ese lugar ella sería la única que tal vez aceptara el desafío. Aunque no podía asegurarlo, siempre podía intentarlo. Dejarle un señuelo y esperar a ver si picaba o no, ¿verdad? No se contaría como perdida de dinero si en realidad la ayudaba en el proceso.
Me volví hacia Sam sonriéndole brevemente.
—Sabes, mejor sí pon más uno.
Ella asintió más que complacida y yo toqué mi chequera dentro de mi chaqueta, pensando cómo hacer esto sin dejarme en gran evidencia. No me molestaba perder dinero o algo de dignidad en el proceso, no si esto servía para que el día de Sam fuese perfecto como ella quería.
Siempre que pudiera descifrar cómo hacer que esta chica aceptara ser mi novia por tres días, todo estaría bien. Sí, ¿qué tan difícil podría ser? Podía hacerla perfectamente aceptable para mi familia, podía hacerla perfecta para mí. Con algo de guía, Kei terminaría por ser la novia perfecta.
Bueno... tan perfecta como un perfecto idiota como yo pueda merecer.
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Ok, ahora oficialmente esta historia ya no tiene más capítulos y se terminó por completo. Gracias a todos por leer y por el apoyo, nos estaremos viendo en nuevas historias espero ^^
La canción que está al costado o en twitter es una que inspiró la personalidad de Lucas, desde la primera vez que la escuché hace un tiempo en el auto. No es música que normalmente escuche yo, pero... en verdad hay que escuchar la letra. Dice mucho del Lucas que pensé aquella vez, aún cuando la otra historia ni siquiera estaba terminada. Les dejo un saludo ^^
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