Final. List...Whatever
Antes de empezar el capítulo, quiero explicar lo siguiente; este capítulo estará narrado desde la perspectiva tanto de Roman como la de Dean, ustedes notarán de a poco quién está hablando.
Además, probablemente me he tardado en publicar esto ya que quería tener listos tanto el final como el epílogo, para así no dejar a nadie colgado.
Con eso dicho, disfruten :)
Hay veces en las que la gente te dice que el arcoiris existe después de la lluvia.
¿Saben qué es lo que yo creo? Debían estar muy drogados o estúpidos, porque no existe un arcoiris de mierda.
Mi garganta ardía, y no solo era por el alcohol que había pasado por ella hasta vaciar la botella de vidrio en mi mano. También se debía enormemente a una noche en vela, o dos, llorando sin parar o mirando el techo sin mover un músculo.
Ya no sabía en realidad.
Mis dedos vendados tocaban la boquilla de la botella, mirando esta como si el contenido fuera a regenerarse o algo por el estilo.
Aunque, a esas alturas, ya ni sabía si eso era la razón por la que lo hacía o era porque las razones que tenía para hacer algo más que pasármela en mi cuarto bebiendo o llorando habían sido aplastadas por mí mismo.
Por mi miedo, por mi egoísmo.
Dejé caer la botella, escuchando el sonido cuando impactó contra la alfombra pero no siendo la gran cosa para mí. Solo parpadeé, soltando un gruñido a la par en que volvía a recostarme sobre las colchas con olor a licor y completamente desordenadas.
Cerré los ojos, sintiendo el embriagador sueño tomando merced de mi cuerpo. No sabía si por el cansancio o por el alcohol que había bebido.
¿A quién carajos le importaba de todas formas?
En ese instante, entre mi cabeza algo abombada y adolorida, pude escuchar el sonido de pasos acercándose y la puerta abrirse con poca amabilidad.
Hubo una pausa, casi minúscula antes de que esa voz femenina me causara migraña instantánea.
—Oh por Dios. Tienes que estarme jodiendo.
No respondí, continué con mis ojos cerrados dispuesto a que su molesta voz desapareciera en algún momento.
Pero la luz del sol me golpeó en la cara al momento en que las persianas fueron abiertas, soltando un gruñido de disgusto y tratando de esconder mi rostro en la almohada.
—Esto es repugnante, Dean.
Dejé salir una lenta y pesada respiración, respondiendo en un balbuceo con mi rostro aún contra la almohada:—Nadie te preguntó. Largo.
Podía imaginarla, de pie en sus tacones con las manos en sus caderas y una mueca exasperada en su rostro pálido. Pero hice lo posible por ignorarla y rogar quedarme dormido pronto.
—Bueno, si no me quisieras aquí, al menos podrías haber cerrado la puta puerta o dejar de ignorar mis llamadas.—insistió, para mi mala suerte y haciéndome desear rodar los ojos si no me doliera tanto la cabeza.— Estás comportándote como un verdadero imbécil.
—No me interesa.
—Pues que te interese.—bufó una vez más.— Tienes una graduación a la que ir y no voy a dejarte ir apestando a vagabundo con vómito de perro.
Dejé salir una respiración, para finalmente levantarme ligeramente exasperado y apoyarme en mis codos en el colchón, lo suficiente como para encontrar sus ojos furiosos.
Efectivamente, era el día de la graduación. Paige llevaba un elegante vestido negro apegado a su figura y la bata de graduación roja oscuro y blanco representando los colores de la escuela.
Había pasado en cama sin hacer nada más que beber y dormir que ni cuenta me había dado del pasar del tiempo. Aunque solo fueran dos días como mucho.
—No entiendo de qué me hablas, Paige.—hablé con voz ronca y un pequeño rodar de ojos gracias al ligero mareo torturándome.— Fallé en la prueba, no logré graduarme.
—Sí, sobre eso...—murmuró, dejando de fruncir el ceño y soltando un suspiro.—Digamos que hablé con la directora y... Con los créditos que tenías en el club y la aprobación de parte del capitán, dejaron que te graduaras.
Aquello dio vueltas en mi cabeza.
—¿Del capitán?—enarqué una ceja.
—Roman... Él firmó la autorización y apeló a mi propuesta. Es por él que la directora aceptó que te graduaras.
No podía mentir, saber eso hizo que mi corazón diera un salto. Un doloroso salto que me recordó porqué estaba sumido en el alcohol y el odio hacia mí mismo.
Había sido un completo idiota.
—Está cometiendo un error.—gruñí, dispuesto a cubrirme con las colchas de nuevo.— No necesito su lástima o que intente algo bueno conmigo. No lo necesitaba.
—¿¡Acaso te golpeaste en la cabeza!?—exclamó molesta la fémina frente a mí.— ¡Tienes que graduarte! ¡Claro que lo necesitabas, y deberías ser un poco más considerado! ¡Deja ya de ser un hijo de puta!
—Y tú deja de insistir.—respondí con simpleza.— Nadie te pidió meter tu nariz en esto, Paige. Déjame solo.
—Dean.
—Déjame solo, Paige.
Hubo una pausa, creí que por fin se largaría y me dejaría tranquilo.
Sin embargo, las colchas sobre mí fueron jaladas con fuerza, quitándomelas sin que pudiera hacer nada y que las manos de la pelinegra comenzaran a chocar contra mi pecho y rostro en las múltiples bofetadas que intentaba darme.
—P-Paige... ¡Coño, para ya! ¡Déjame en paz, Paige! ¡Ya!
—¡No voy a dejarte malditamente en paz, jodido imbécil!—gritó con fuerza, sin dejar de intentar golpearme aunque intentara quitármela de encima.— ¡Le rompiste el corazón al chico que amabas! ¿¡Cuál es tu puto problema!?
—¡Eso no es asunto tuyo!
—¡Es asunto mío! ¡Soy tu mejor amiga!
—¡Tal vez ya no quiero que sea así!
Ese último grito que vino de mis labios pareció tocar algo dentro de ella, distrayéndole lo suficiente como para que la agarrase de las muñecas e invirtiera nuestras posiciones, recostándola en la cama con un fuerte movimiento y manteniéndome a horcajadas sobre ella.
Su rostro estaba furioso pero su cuerpo quieto y la incredulidad se reflejaba en sus ojos castaños frente a mí.
Apreté mis labios, con mi mandíbula tensa y el corazón en la garganta.
—¡Si vas a venir a joderme con cada una de mis decisiones, te sugiero que saques tu culo de puta de aquí y me dejes en paz de una maldita vez!—exclamé con furia, mi voz aumentando su tono pero pareciendo no alterarla.—¡Perdí a Roman y es asunto mío! ¡Está mejor sin mí!
—Mentiras...
—¡Sabes que es verdad!—grité de vuelta, tragando con fuerza para que mi voz no se rompiera.— ¡Sal de mi vista, Paige! ¡Y déjame solo de una puta vez!
Otro silencio, en el cual la miré con ira por un rato hasta calmarme lentamente. Una vez que mi cuerpo no estuvo tan tenso, dejé ir sus muñecas de a poco y me dispuse a dejarle espacio para que saliera molesta del lugar.
Esto era lo mejor.
En ese instante, su mano impactó bruscamente en mi mejilla en una bofetada, dejando una sensación de picor en ella que ni me di el trabajo de tomar atención.
Podía escuchar la respiración agitada de Paige, pero mantuve mi cabeza girada luego del golpe y mis labios en una fina línea.
—No soy una puta, ni tampoco dejaré que me trates como basura a mí también, eso ni soñarlo.—escupió con ira, para a continuación deslizarse fuera de mi colchón. Se detuvo brevemente en su caminar.— Háblame cuando dejes de mentirte tanto a ti mismo, mentiroso de mierda.
Tras ello, Paige salió de la habitación con ese extraño ruido que hacías sus tacones, alejándose por la casa vacía hasta que escuché el brusco cerrar de la puerta principal.
Permanecí inmóvil, con mi mejilla ardiendo y el nudo en mi garganta que había estado ahí desde el día del examen final.
Paige tenía razón. Solo era un mentiroso de mierda.
No podía dejar de recordar la mirada de Roman, sus ojos castaños llenándose de lágrimas, sus labios tensos por la ira, la forma en que me lanzó la pulsera antes de alejarse. Esa pulsera que apreté en mi puño cerrado mientras conducía mi motocicleta a casa y las lágrimas caían por mis ojos.
No pude evitar dejar caer mi mirada hacia mi pierna derecha cubierta por el pantalón de piyama, levantando lentamente este y dejando ver esa mancha tornándose oscura en mi piel.
Al menos Paige no había notado la marca que me quedó luego de que cayera de mi moto en medio de la lluvia aquel día, o tal vez habría hecho un escándalo de ello también.
Pero... me lo merecía.
Merecía el dolor, merecía estar solo, merecía todo lo que me estaba pasando.
Relamí mis labios, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se volvía más doloroso y un sollozo quería escapar de ella. Pero no lo dejé.
Rápidamente me dispuse a ir por otra de las botellas de ron que guardaba en mi habitación, pero una maldición se me escapó entre dientes cuando me encontré frente a otra figura mucho más grande usando bata de graduación mientras estaba de pie a orillas de la cama con sus brazos cruzados.
—¡Mierda!—chillé por la sorpresa, cayendo de culo a la cama una vez más.— ¡O-Orton! ¿¡Qué cara...!?
—¿En serio creíste que había venido sola aquí?—preguntó tranquilo con un ligero enarcar de ceja.
Me quedé en silencio, solo mirándole con cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres?—gruñí.— Si es lo mismo que Paige, olvídalo.
—¿Qué?—soltó una risa, sorprendíendome un poco.— ¿Rogarte que muevas el culo a la escuela y te gradúes? Claro que no.
Fruncí el ceño ligeramente, algo confundido.
—Sabes lo que haces con tu vida... Aunque sea solo cagarla monumentalmente.
Abrí mis ojos, dándome cuenta de lo obvio.
Estaba molesto.
—Randy, yo...
—No, Dean.—me interrumpió.— Escucha tú, antes de que cambie de opinión y te rompa el cuello como he querido hacer estos tres días.
Cerré la boca, tan solo escuchándole como pidió.
—Si no quieres graduarte, si no quieres hacer mierda con tu vida o quieres vivir el momento, adelante. Hazlo. —negó con su cabeza desaprobador.— Pero al menos hazte responsable de la mierda que te haces a ti mismo y le haces a los demás...
—Lo siento, Randy. Yo no...
—¿¡Qué!? ¡Yo no soy al que le pidas disculpas!—exclamó enfurecido.— ¡Yo no quiero tu maldita disculpa! ¡Al que le debes una disculpa es a otro!
Lo sabía, claro que lo sabía.
Pero...
—Estoy confundido, Randy...
—¡Confundido mis bolas, Ambrose!—gritó.— ¡Yo perdí lo que más quería en esta puta vida por tener miedo a enfrentar la verdad, lo hice muy tarde y mira como terminé! ¡Y tú!—bufó en mi dirección.— ¡Tú inventas una mentira para lastimar a Roman! ¡Yo no pedí perder a Seth y tú...! ¿¡Y tú te atreves a despreciar a Reigns!? ¡Eres un imbécil!
—No, no es así.—intenté argumentar.
—¿¡Entonces qué!?—continuó.— ¡Trato de verle explicación pero no encuentro ninguna, Ambrose!
—¡Tengo miedo!—exclamé, perdiendo cualquier intención de mantener mi voz al margen y que esta no se rompiera.— ¡Tengo miedo de todo, joder! ¡De que Roman me odie, de no ser suficiente para él...! ¡Estoy malditamente asustado!
Genial, ya estaba llorando.
Apreté mis labios, bajando la mirada con tal de ocultar los posibles sollozos y las lágrimas recorriendo mi rostro sin parar.
Estaba cansado de llorar, cansado de todo.
—¿Sabes? Yo también tenía miedo.—continuó el tatuado, haciéndome alzar la mirada. Lo encontré serio, pero con su semblante aún lleno de desprecio.— Miedo de que Seth supiera la verdad y lo perdiera sin nada más que hacer.
—Pero... Eso sí pasó...
Randall negó.
—No, eso no pasó porque Seth lo descubriera.—me miró a los ojos y pude ver el arrepentimiento a pesar de su seriedad.— Pasó porque no confié en él y hablé de ello al inicio. Fui un cobarde... Pensé que tú no lo eras... Y me equivoqué.
Algo dolió en mi pecho, resultando solo en un sollozo que intenté esconder.
—Haz lo que quieras, Ambrose. No vamos a detenerte. Al menos yo no lo haré.—siguió hablando casi estoico.— Pero, si no empiezas a asumir lo que haces y dejas de sentir pena por ti mismo... No vuelvas a considerarte mi amigo.
Y sin más, el de cabeza rapada abandonó el dormitorio casi tan rápido como la fémina lo había hecho minutos atrás.
El arcoiris después de la lluvia existe... Solo que era muy cobarde como para buscarlo.
—No creo que sea buena idea...
—¿Y qué quieres? ¿Que se quede en casa llorando como un bebé llorón?
—Usaste la misma palabra dos veces, Rusev.
—¡Cállate, pulga de mar!
—Chicos.
Mi tono serio llamó su atención, haciéndole a ambos mirar hacia la cámara expectantes.
Dejé de anudar la corbata de mi traje y les regalé una pequeña sonrisa.
—Estoy bien, en serio.
—¿Seguro, jefesito?
—Entenderemos si no quieres ir.—continuó el ex bicolor con su cabello en un moño.—Podemos... Podemos improvisar un discurso por ti, recibir tu diploma, escribiremos que el hijo de puta de Ambrose se pudra en el escenario...
—¡Rollins!
—¿¡Qué!? ¿¡Qué hice ahora!?—se quejó hacia el búlgaro de ceño fruncido.
—¡Sabes que no nombramos a ese imbécil aquí!
—Ugh.—rodó los ojos.— De acuerdo, perdón. El punto es... No tienes que forzarte a nada de lo que no te sientas listo, Rome.
Desvié la mirada por un momento, solo para volver a mirarlos a la pantalla y continuar:—Se nos hace tarde. Los veré en la entrada ¿de acuerdo?
—¡Así se habla, jefesito!—chilló Rusev.
—Más vale que tu discurso sea bueno, su majestad.—se burló Seth.— No me avergüences luego de que te cediera mi puesto como rey de la Lista.
—Por favor, todos sabemos que no eres material de rey, pulga de mar.
—¡Ya verás, cabeza de pene!
—¡Te dije que...!
Pero antes de que pudiera seguir gritándole improperios al ex bicolor, finalicé la videollamada y la pantalla volvió al menú principal. Mis ojos se encontraron con aquella imagen que hizo mi estómago volverse un nudo y mi garganta picar intensamente al ver esa fotografía que había tomado en mi primera cita con Dean en el cine. Su mano jugueteaba con mi cabello mientras intentaba apartarlo, sin embargo, había sonrisas en el rostro de ambos.
Esas sonrisas que se quedarían en mi memoria nada más.
Salí de mi ensueño, bloqueando el celular y guardándolo en mi chaqueta de esmoquin, terminando rápidamente el nudo de mi corbata para luego ir por la bata de graduación colgada en el armario.
En esos días, los chicos habían prometido no volver a nombrar a Dean y esperaban que no volviera a aparecerse o le romperían la cara. Pero no les dije que fui yo el que firmó la autorización para que se graduara, aunque Paige no necesitase rogarme por ello como intentó.
¿Por qué lo hice? Todavía me lo cuestionaba.
Cuando bajé las escaleras con la bata ya puesta y el birrete en mi mano, noté que no había nadie más en casa. Mi madre probablemente ya se había ido, por lo que solo me quedaba conducir hacia la ceremonia en la que daría el gran discurso de despedida para toda nuestra generación.
Caminé hacia la sala de estar, dándole una última mirada.
Cuando volviese a cruzar esa puerta, estaría graduado. Todo un nuevo camino volvería a iniciar. Y sabía exactamente el camino que tomaría... Incluso si no era con quien yo quería.
Dejé salir lentamente una respiración. No obstante, mis ojos se encontraron con algo que llamó mi atención en la mesa de la sala.
Sobre la mesa de café reposaba una cajita azul cielo junto a una pequeña nota con mi nombre garabateado. No se trataba de la letra de mi madre, lo cual formó un nudo en mi garganta y me hizo caminar más rápido.
Era la letra de mi padre.
Impaciente, tomé la nota primero, dándole la vuelta al instante.
"Sé el emperador Romano que tú consideres justo. Estamos orgullosos de ti".
Sentía ese familiar picor en mi garganta, forzándome a ignorarlo mientras tomaba la caja y la abría sin pensar más en ello. Dentro, me encontré con un objeto que solo había visto en fotos. Se trataba de una pulsera de plata que había pertenecido a mi padre durante sus años de secundaria.
No esperaba semejante regalo, pero una sonrisa apareció en mis labios de la misma sorpresiva manera.
Me dispuse a colocarla en mi muñeca derecha, pero bastó que mirase esta para que el dolor se expandiera en mi pecho y me quedara inmóvil por un momento.
Recordé esa pulsera de color azul, tan simple y frágil, pero con ese significado indescriptible que había tenido para mí durante tanto tiempo.
¿Significaba tanto para ti también, Dean?
Su respuesta fue la imagen de sus ojos claros, llenos de ira, desprecio y frialdad mirándome bajo la lluvia.
Y aunque vi algo más en esos ojos ese día, no podía evitar seguir sintiendo un peso en el pecho que me hacía querer borrar esas imágenes de mi cabeza y que dejasen de causarme deseos de llorar.
Ese día vi tristeza.
Moví ligeramente mi cabeza, a la par en que tomaba una suave pero larga bocanada de aire para calmarme.
Lentamente me concentré en mi muñeca izquierda, comenzando a colocar la pulsera plateada en torno a esta y dándole una última mirada cuando estuvo perfectamente colocada.
Dean me había roto el corazón, no había duda de eso.
Pero no dejaría que el resto lo viera. Poco a poco... recogería las piezas y volvería a ser yo.
—Estoy seguro de eso.
Abandoné la casa y conduje hasta la escuela con tranquilidad, a lo lejos ya podían verse globos y decoraciones. El campo de fútbol había sido organizado a modo de tener un escenario y los lugares para los graduados junto a sus invitados.
Di vuelta al volante cuando me acerqué al estacionamiento, pero una sonrisa no tardó en extenderse por mis labios cuando vi a Rusev, Seth, Naomi y Paige reunidos no muy a lo lejos.
En cuanto la morena vio mi auto entrando al lugar comenzó a saltar y alarmó al resto, los cuales sonrieron y se apresuraron por ir a recibirme.
Sonriente aparqué y con mi birrete en la mano bajé del vehículo, dispuesto a reunirme con ellos.
—¡Ya era hora de que llegaras, guapo!—canturreó Paige con una sonrisa en sus labios pintados de labial oscuro.— No puedes perderte el momento en que Seth se caiga del escenario.
—¡No me voy a caer!—le gruñó molesto.— ¿Por qué todos siempre piensan que me pondré en vergüenza?
—Porque eres Seth.
Nuestra respuesta al unísono le hizo fruncir fuertemente el ceño, mientras que nosotros nos carcajeábamos sin parar.
—Ugh...—suspiró pesadamente.—Los odio a todos.
—Vamos, amigo.—le rodeé por los hombros.— ¿Ni siquiera dejarás esa actitud malhumorada en este día tan especial?
—Con ustedes no puedo.—rodó los ojos.
—Además, nosotros lo amamos así.—sonrió Naomi, para a continuación alzar su mano y pelliscar una de sus mejillas como a un niño pequeño.— ¿No es así, Sethie-boo?
—¡M-Mierda!
Rollins se quitó de encima el agarre de la fémina, dándole un pequeño manotazo y mirada nada agradable.
—¡No soy un bebé!—le gritó aún más enfadado.— ¡Rusev! ¡Controla a tu mujer del infierno!
Pero en lugar de ser defendido, Rusev golpeó ligeramente su birrete e hizo que este le cubriera los ojos.
—¡Oye!
—Solo yo puedo llamarla así, pulga de mar.—murmuró el búlgaro, sosteniendo a la sonriente morena de la cintura.
—Aww... Me dan asco.—bromeó Paige, con una sonrisa sarcástica en sus labios.— No en serio, me dan tanto asco que necesito beber algo en este momento.
—El consejo estudiantil contrató una barra.—comentó Naomi.
—¡Yahoo!—exclamó Seth, terminando de arreglar el birrete en su cabeza.
—Sin nada de alcohol.
—Aburrido.
Rusev volvió a golpearle en la cabeza, para luego comenzar a encaminarse hasta la famosa barra impuesta por el consejo.
Pero de pronto, la pelinegra me detuvo y dijo hacia el resto: —Iremos en un momento.
—No se demoren. No quiero tener que aguantar a Seth y a Naomi yo solo.
—¡Oye!—gritaron los dos al unísono.
Mis amigos se alejaron, dejándome a solas y desentendido frente a la pálida fémina.
En cuanto se encontraron lo suficientemente lejos, Paige giró sobre sus tacones y me miró con una tímida sonrisa en sus labios.
—¿Qué ocurre?—pregunté, adelantándome a lo que sea que quiera decirme.
—Yo...—relamió brevemente sus labios.— Yo solo quería agradecerte...
Enarqué ligeramente mi ceja, no muy seguro de a qué se refería.
—Por... firmar la autorización.
Oh, eso.
—No es nada.
—No.—me detuvo de inmediato, sonriendo mientras cierta tristeza se extendía en su rostro.— Claro que lo es...—hizo una pausa, mirando brevemente hacia el suelo.— Él... tal vez no se lo merece luego de lo que te hizo.
—Paige, prefiero no hablar de eso.
—¡Lo sé, lo sé, lo siento!—se apresuró a decir.— Es solo que... Durante todos mis años conociendo a Dean, esta es la primera vez en que no sé... No sé qué hacer para ayudarlo.
Dejé salir un respiro.
—Tal vez eso es el problema.—me encogí suavemente de hombros.— Tal vez Dean no quiera la ayuda de nadie... Y creo que lo dejó bastante claro.
—Roman.
La pelinegra me detuvo cuando me dispuse a continuar mi camino y alejarme de ella. Cerré brevemente mis ojos, deteniéndome y dejando salir otro lento y profundo suspiro.
Pero el dolor seguía en mi pecho, no importara lo que hiciera.
—Sé que no es mi asunto, pero... Quiero que sepas que nada de lo que dijo es cierto.—continuó la integrante de la Lista F con una esperanzada mirada reflejada en sus ojos.—Él sí te ama, y se preocupa por ti. Te ama... como no ha amado a nadie nunca.
—Tú lo oíste, Paige.—la interrumpí con cierta brusquedad.— Oíste todas las cosas que me dijo, lo viste, viste como me rompió el corazón y no me dio explicación alguna.
—Porque está mintiendo, Roman.—exclamó exasperada.— Sé que no confías en mí ahora mismo, pero hay algo de lo que sí tienes que fiarte.
La miré a los ojos, cansado y exasperado del tema. Pero ella parecía segura y completamente obstinada en cuanto a cada una de sus palabras.
—Dean jamás había mirado a nadie de la forma en que él te miraba. Y estoy segura que él te mencionó lo mismo a ti.
Mi corazón dio un vuelco y mis labios se separaron, como si las palabras no llegasen a mi cabeza.
Entonces, cuando la fémina se dispuso a continuar con su argumento, fuimos interrumpidos por el sonido del timbre indicando que la ceremonia daría inicio.
Ambos nos mirados y supimos que ya no tenía sentido seguir con esa conversación.
—Tengo que ir.
—El discurso, claro.—asintió ella.—Suerte, Roman.
—Gracias.
Comencé a caminar, sin embargo, me detuve por un instante y giré a ver a la fémina de pie mirando al suelo. Sus ojos castaños se encontraron con los míos, quedándonos en silencio por un instante casi infinito.
Entonces, nuestros labios se extendieron a la par en una sonrisa compartida, la cual me hizo sentir cierta calidez por muy imposible que fuera en ese momento.
Los minutos pasaron, todos los graduados habían tomado asiento en sus lugares frente al escenario como se indicaba, tuve la suerte de que mi lugar se encontrara junto al de Zelina, que me recibió con una sonrisa y palmeó mi hombro con simpatía. A lo lejos pude ver a Seth siendo molestado por Paige, Rusev sentado junto a Naomi y Randall y varios otros miembros de la lista tanto A como F. Lana parecía evitar el contacto visual de Rusev, manteniendo su mirada sobre su regazo cubierto por su bata rosa, Corbin intentaba hablar con la bicolora junto a él, pero esta hacía lo posible por ignorarlo, en tanto Johnny se tomaba una rápida foto con su alegre novia Candice.
No podía mentirme a mí mismo, pasé gran parte de mi tiempo sentado ahí en busca de ese desaliñado castaño de mirada azulina. Pero no había rastro de él por ningún sitio.
Tampoco era como si pudiera preguntarle a Zelina, eso sería estúpido.
Yo estaba siendo estúpido.
Luego de un rato, el entrenador Copeland caminó por el escenario vestido elegantemente hasta detenerse frente al pedestre con el micrófono. Detrás de él se encontraban dos grandes pancartas con los encabezados de cada lista, mostrando los nombres de los alumnos que se encontraban en cada una de ellas al finalizar el semestre.
—De acuerdo... Probando, probando...
—¡Más fuerte, anciano!—exclamó burlón uno de los de la Lista F.
—¡Veremos si soy tan anciano cuando te tenga que entregar tu diploma, Roode! ¡Siéntate o lo romperé en mil pedazos!
El bravucón hizo caso a la advertencia del entrenador Copeland, mientras que algunos aguantaban la risa antes de volver su mirada hacia el escenario.
—Bien, dejando eso atrás.—el rubio sonrió mientras hablaba contra el micrófono.— Bienvenidos estudiantes e invitados a la ceremonia de graduación.
A continuación vinieron los aplausos, una sonrisa tranquila estaba en mis labios mientras varios de mis compañeros gritaban emocionados.
—Felicitamos desde ya a aquellos que han logrado llegar hasta aquí, tanto los que se esforzaron... como los que no tanto.
Varias risas provinieron de la Lista F, haciendo rodar los ojos a la morena junto a mí y que solo apretara mis labios.
—Sin embargo, antes de empezar, la directora Phoenix ha pedido a un estudiante preparar el discurso de bienvenida.—hubo una pausa, sentí que mi corazón latía con fuerza.— Denle un cordial aplauso a nuestro estudiante, Roman Reigns.
Los aplausos se extendieron a mi alrededor, al igual que chiflidos proviniendo de Rusev y Seth que se habían colocado de pie para alentarme.
Acomodé mi birrete rápidamente en mi cabeza, levantándome y sonriendo tímidamente mientras me encaminaba por el pasillo en dirección al escenario.
Subí las escalerillas, haciendo lo posible por ignorar mis piernas temblando y el rápido latir de mi corazón.
Estaba muy nervioso, no había duda.
Pero en cuanto mis manos se apoyaron en el pedestre y pude ver a mis compañeros, tragué con fuerza e hice lo posible por mantenerme firme en espera de que guardaran silencio.
A lo lejos pude ver a mi mamá, sentada en la zona de invitados con una sonrisa en el rostro. De alguna manera, nuestros ojos se encontraron y ella me saludó agitando su mano, haciéndome sonreír de lado.
Podía hacer esto.
Incluso si mi papá no podía estar ahí, podría hacerlo.
Incluso si Dean no estaba... Podía hacerlo.
Porque era el emperador Romano que por fin había decidido ser.
Las gradas comenzaron a guardar silencio, indicándome que era el momento de iniciar.
Me aclaré la garganta, para a continuación acercar mis labios al micrófono.
—Hola a todos, mis queridos compañeros, profesores y resto del cuerpo estudiantil.—dije con total formalidad y tranquilo, ignorando mis manos comenzando a temblar.— Este día marca el final de una parte de nuestra historia, o también el inicio de otro capítulo, como quieran verlo.
La atención de todos estaba en mí, haciendo una pausa para tomar un suave respiro y disponerme a seguir con mi discurso.
—Muchos de ustedes me acaban de conocer, así que creo que es apropiado que les diga un poco sobre mí y por qué me encuentro hablando por un micrófono.—algunas risas se escucharon.— Mi nombre es Roman Reigns, soy un estudiante, capitán del club de periodismo de la escuela...—miré a mis amigos, los cuales sonreían ligeramente de lado.— Y...—bajé la mirada, parpadeando un par de veces.— Y soy rey... de la Lista A.
Mis pausas parecieron alertar a más de alguno, en especial cuando pasé varios segundos solo mirando hacia la superficie de madera y respirando con brusquedad.
Entonces, apreté mis manos sobre el pedestre y seguí hablando.
—Tal vez muchos de ustedes no lo sepan, pero en esta escuela existe la Lista A y la Lista F.—comencé a explicar bajo la mirada desentendida de varios.— Yo, por tener buenas calificaciones, soy el "rey"... O al menos solía ser. Y desde entonces, mi vida ha sido un verdadero infierno.
Podía escuchar murmullos, pero eso no me detuvo a continuar con mis palabras que, sin que muchos supieran, se habían salido de mi discurso original impreso en el pedestre.
—En esta escuela fui coronado como el rey de los más inteligentes, capaces y estudiosos del lugar, lo cual también me convirtió en el nerd, estirado y alguien insignificante para muchos de los presentes aquí hoy.—negué suavemente con la cabeza.— Pero no los culpo, ya que ustedes también han sido víctimas de todo esto.
Los murmuros ahora eran más fuertes y esperaba la mirada furiosa de alguno de los profesores o directores del establecimiento en cualquier momento.
—La Lista F era el lugar para todo aquel que no cumplía con las expectativas de la escuela, etiquetándolos como tontos, idiotas y burros... Pero en mi honesta opinión, eso es una completa mierda.—la gente hablaba, no me detuve.— Las listas no hicieron más que separarnos, creando una pirámide enorme en la que varios fuimos colocados sin querer si quiera ser parte del sistema mientras otros eran pisoteados.
Me estaba metiendo en problemas, lo sabía.
—Desde algunos que hicieron hasta lo imposible por llegar a la Lista prestigiosa.—miré a Chris, el cual asintió lentamente mientras fruncía su labio.—Hasta aquellos que...—toqué suavemente el lugar en que antes estaba esa pulsera azul, suspirando pesadamente.— Que solo necesitaban a alguien que creyera en ellos.
La audiencia parecía estar completamente consternada por mis palabras, sentía la mirada de varios observándome con perplejidad, otros con orgullo.
Pero, en mi ser, sentía cierto peso disminuir con cada una de mis premisas.
—En esta escuela existe la Lista A y la Lista F. Y eso solo nos hizo daño a todos.—continué, sonriendo de lado.— Pero, una persona me enseñó algo muy importante...
Dejé salir una breve carcajada, agarrando el discurso y manteniéndolo en mi mano.
—Que no importa de qué puta lista seas...—sonreí.— Siempre está bien ser un poco más idiota.
Con el discurso en una mano, bajé del pedestre y me dirigí hacia el panel de listas a mis espaldas.
La directora, profesores y entrenador me miraban estupefactos. Pero su semblante empeoró al momento en que agarré las listas y, tras darles una mirada con mi ceño fruncido, las partí a la mitad con mi rodilla dejando un estruendo en el lugar.
Dejé caer los paneles rotos casi con desprecio, dándole una última mirada a los miembros del cuerpo estudiantil antes de girar y disponerme a abandonar el escenario de una vez.
Aproveché que el entrenador Copeland sostenía mi diploma, quitándoselo de las manos al pasar y bajando las escalerillas hasta encontrarme en el pasillo alfombrado una vez más.
Mis pasos se detuvieron frente al perplejo ex bicolor que miraba todo desentendido.
Seth se levantó de su asiento, moviendo su boca pero no encontrando palabra alguna. Hasta el instante en que le entregué las hojas de papel con mi discurso y nuestras miradas se encontraron.
Sonreí lentamente de lado antes de murmurar:—Suerte, rey de la Lista A.
—¿Qué...?
—Lo lograste. Finalmente eres el rey.—le sonreí aún más grande. A continuación, di un par de palmadas en su hombro.— Haznos orgullosos.
Rollins se quedó paralizado por segundos que pudieron ser eternos, pero una sonrisa no tardó en dibujarse en su labio perforado antes de empujarme en un abrazo.
Lo rodeé con mis brazos, sonriendo y tomando un respiro.
Mantuve mi frente cerca de la de él, justo cuando respondió con una sonrisa confiada:—Sabes que lo haré, Reigns.
Y tras darle un par de golpes amables en la mejilla, eché a correr por el pasillo dejando caer mi birrete y sosteniendo cerca mi diploma.
Las listas siempre habían sido mi problema. Y destruirlas, de alguna forma, liberaba un gran peso sobre mí.
Mi corazón estaba roto, mi pecho se sentía extraño y probablemente tendría muchos problemas. Pero la sonrisa en mi boca no desaparecía mientras subía a mi auto y me disponía a ir a casa lo más rápido posible.
Arreglaría todo. Llamaría a mi padre, iría a verle si era necesario, iría a la universidad, sería profesor.
Estacioné frente a mi casa y rápidamente fui hacia esta, incluso tan esmerado en ello que ni había notado el auto que se estacionó detrás del mío segundos después.
En el camino ya había marcado el número de papá en el celular, esperando sonriente a que este respondiera mi llamada.
Primer pitido.
—Roman ¿puedes explicarme qué demonios fue eso?—exclamó exasperada la fémina entrando a la cocina.
—Te explicaré todo, mamá. Solo déjame hablar con papá, juro que te puedo explicar todo.
—Roman...
Segundo pitido.
—Espera un momento ¿sí?
—Roman, por favor, escúchame.
Tercer pitido.
—Mami, está bien. Hablaré con él, le diré que todo está bien e incluso podré ir a verle si es que tenemos oportunidad.—sonreí.— Quiero mostrarle mi diploma.
—Roman, deberías sentarte.
Cuarto pitido.
—¿P-Por qué debería sentarme? Él ya va a contestar y entonces...
—¡Él no va a contestar!
Quinto pitido...La llamada llegó a buzón de voz.
Giré levemente a mirarla, encontrando la razón de que su voz se rompiera en aquel grito.
Lágrimas caían por su rostro mientras cubría su boca con sus manos temblorosas en un intento por ahogar los sollozos.
Sentí como si me echaran agua fría en las venas, como si mi corazón fuera apretujado de tal forma que dudé si seguía latiendo.
—Mamá...—susurré, con mis palabras casi perdiéndose.— ¿P-Por qué dices que papá no contestará?
—Roman... Tu padre...
Hay veces en las que detesté ser yo, ser observado como un nerd o como alguien que solo representaba una lista. Pero la calidez de las personas que amaba era suficiente para que dejara de odiar ser yo.
—Tu padre murió.
Creo... que esa calidez ya no volvería ya más.
—¿A qué le temes?
—¿A qué viene esa pregunta?
—Yo pregunto, tú respondes.
El moreno, sonrió de lado mientras yo me dedicaba a masticar un poco de palomitas de mantequilla. Incluso bajo las suaves luces en nuestro fuerte de almohadas y peluches, podía ver sus ojos castaños brillar mientras parecía pensar en una respuesta.
—Creo que... A las tormentas.—dijo, mirándome con una media sonrisa.
—Una respuesta para nada adecuada para un tipo grande como tú.—me burlé.
—Hey, eso no tiene nada que ver.—Roman me dio un golpecito en el pecho.— Desde niño le temo a las tormentas, los truenos hacen que me lata el corazón al punto que creo que va a explotar.
No me imaginaba a alguien como Roman escondiéndose bajo las colchas de su cama en una tormenta, tampoco temblando de miedo en busca de algo que lo reconfortara.
O tal vez no lo podía visualizar ya que siempre creí que alguien como Roman no le tendría miedo a nada.
—Okay, ahora tú.
—¿Yo qué?
—¿A qué le tienes miedo?
Tragué otro puñado de palomitas antes de responder.
—Creí que ya no jugaríamos a esto.
—Vamos, Deanie.—canturreó, estirando su pierna y apoyando su pie en una de mis piernas cruzadas como indio.— Es contra las reglas.
—Nunca dijimos que habría reglas.
—Yo digo que sí las hay.—movió su pie hasta mi mano, amenazando con tirar el bowl con palomitas de maíz.— Vamos, dime.
No sé si fue su sonrisa tan bella o el hecho de que la presión en mi pecho seguía en aumento, pero hice caso a lo que me pedía.
Relamí mis labios y mantuve mi mirada en el suelo.
—Yo... tengo miedo a estar solo.
El ambiente estaba silencioso, siendo el latido de mi corazón y mis lentas respiraciones lo único que me indicaba que el tiempo no se había detenido.
—Desde que tengo memoria, recuerdo muchos momentos en los que he estado solo.—continué, sin apartar mi mirada del suelo.— Cuando perdí a mi madrastra, fue la segunda vez que me quedé solo y me juré a mi mismo que no lloraría por ello.
No sabía por qué las palabras salían tan fluidamente, pero con Roman se sentía totalmente bien y correcto decirlas.
—Por eso, cuando Renee me abandonó... Creí que era lo mejor.—suspiré.— Estoy acostumbrado a que me den la espalda, o yo darla antes de ser lastimado otra vez... Ridículo ¿verdad?
Entonces, alcé la mirada hacia mi novio, y creí que mi corazón ya no me pertenecía.
Sus ojos brillaban, incluso más intensamente que otra veces, y en su rostro había preocupación.
—Joder, ven aquí ahora mismo.
No tuve tiempo de decir nada, solo de dejar a un lado el bowl con palomitas antes de que él gateara rápidamente y me apretujara entre sus brazos sorpresivamente.
—¿R-Roman?
—No vas a estar solo.—dijo, ignorando por completo mi paralizado cuerpo entre sus brazos.— No te lo mereces, ni tampoco lo estarás. Siempre estaré aquí, contigo.
Una respiración escapó entre mis labios.
—¿Qué pasa si un día te molestas conmigo? ¿O hago algo tan malo que no quieres volver a verme?
—Seguiré ahí, incluso si estoy enojado y dejamos de hablarnos...—negó con suavidad.— Si volvemos a vernos, estaré contigo hasta que deje de respirar. Te lo juro.
Esa noche, sus palabras acogieron algo en mí que nadie nunca había acogido. Y de paso, se llevaron mi corazón por completo.
Me quedé en silencio por un rato, disfrutando de la calidez de sus brazos y la forma en que su corazón latía.
—Roman.
—¿Sí?
—¿Qué harás después de la graduación?
El moreno se separó suavemente de mí, mirándome desentendido y con ello dejando que un mechón de su cabello escapara y cayera por su mejilla.
—Ya sabes eso, Deanie.-se encogió de hombros.—Quiero ser profesor de matemáticas y...
—No...—lo interrumpí con suavidad, tomando una rápida y silenciosa respiración.— Me refiero... A realmente después de eso, semanas, meses después...
—Oh. Pues, supongo que ir a la universidad ¿por qué?
Relamí mis labios, dejando que mis ojos se quedasen en los suyos y el rubor coloreara las mejillas del rey de la Lista A.
—¿Qué?—preguntó con una risa nerviosa ante mi silencio.— Dean ¿qué...?
—Hay algo que quiero preguntarte... Después de la graduación.—mi voz salió tímida y rígidamente, pero fui capaz de mirarle a los ojos de todas maneras.— ¿Me escucharás?
La curiosidad llenaba su semblante, mostrándose de una forma infantil que me causaba bastante ternura.
—¿De qué se trata?
Negué, sonriendo ligeramente de lado en tanto ponía el travieso mechón de pelo detrás de su oreja.
—Después de la graduación. Antes no.
—¡Dean!
Abrí los ojos, encontrándome con la imagen de mi techo volviéndose clara luego de un par de parpadeos. Poco a poco, volví en mis sentidos y me di cuenta que solo había sido un sueño.
Mi cabeza aún daba vueltas y el dolor no paraba tampoco. No obstante, lo ocurrido hace un rato seguía fresco en mi memoria.
Paige, Randy, todos tenían razón.
Pero tenía tanto miedo. Desde que Corbin insinuó que yo no podría ser el mejor para Roman, el pánico me carcomió y decidí hacer lo más sensato que se me ocurrió.
Mentir, lastimarlo hasta que no quisiera volver a estar conmigo.
Incluso si eso significaba romperme el corazón y odiarme por eso.
Roman me odiaría, pero encontraría algo mejor. Alguien que fuera digno de él.
A pesar de que yo lo quisiera... De que quiero pasar el resto de mis días con él, incluso si suena loco.
Pero, yo quería...
—Soy un idiota.
Al diablo el miedo, al diablo mis mentiras.
Quería a ese maldito entre mis brazos y no soltarlo jamás, incluso si no era lo suficientemente bueno para él. Lucharía por serlo.
Me levanté casi a tropezones de la cama, logrando llegar al cuarto de baño y tomar una de las duchas más rápidas de mi vida.
No me di ni el trabajo de ver la hora, pero tenía la esperanza de llegar a tiempo y enmendar mi error.
Quería a Roman, y no correría más.
Conseguí salir de casa, aguantando el ligero piquete de dolor en mi pierna cuando abordé mi moto y aceleré lo más que pude hacia la escuela.
Tenía la esperanza de que la ceremonia continuara, de encontrar a Roman y que habláramos. De que las cosas podían estar bien.
Pero, luego de minutos conduciendo, mis esperanzas se hicieron añicos al momento en que llegué a la escuela y vi a varios estudiantes abandonando el lugar con sus diplomas y sonrisas en sus caras.
Había llegado tarde.
Me estacioné con un drift que alarmó a varios de los que caminaban ahí cerca, a la par en que bajaba de la motocicleta con el corazón latiéndome a mil por hora.
Me apresuré por alcanzar a la única cara conocida que vi antes de llegar.
—¡Seth!—grité lo más alto que pude en tanto corría en su dirección. La pierna me dolía, pero solo me mordí la lengua con tal de no hacerle caso.— ¡Seth, espera!
El ex bicolor giró, pero solo para verme con una mueca de desprecio y disponerse a seguir su camino como si nada.
Mierda...
—¡Rollins, por favor!—insistí, interponiéndome en su camino.—Necesito tu ayuda... Necesito encontrar a Roman.
—Ni pienses en venir a pedirme ayuda.—escupió con desagrado, a la par de su ceño frunciéndose cada vez más.— En lo único que te ayudaré es a molerte la cara a golpes...
—Paige y tu ex ya se encargaron de darme una lección, ¿de acuerdo?—me quejé.— Solo dime dónde está Roman.
El ex miembro de la Lista A me observó, como si buscara algo en mi rostro y de paso intentara quitarme la respiración solo con su mirada.
—No está aquí, eso te lo puedo asegurar...
Se interrumpió por el sonido de su celular.
Seth miró rápidamente la pantalla y podría jurar que su rostro padeció ligeramente.
—Y... Y te recomiendo no volver a buscarlo. Me tengo que ir.
—¿Qué...? Seth... ¡Seth!
Pero el chico de gafas había echado a correr luego de ese mensaje en su celular, dejándome atrás totalmente rendido y exasperado.
Sin embargo, la ira no tardó en venir y giré sobre mis pies para acercarme a pisotones hasta mi moto y darle una patada.
Aguanté un gruñido, cubriéndome la cara con mis manos y finalmente dejándome caer sobre el cemento.
Abracé mis rodillas y dejé que la exasperación se expandiera por mi ser.
Me lo merecía.
Respire rápidamente, mi corazón latía con fuerza y sentía esa ira comiéndome vivo.
Pero en medio de mi molestia conmigo mismo, sentí el vibrar de mi celular.
No esperaba que fuera Roman, pero mis manos se movieron con tal rapidez que ver ese número desconocido en la pantalla me hizo sentir levemente decepcionado.
Me apreté el puente de la nariz, cerrando mis ojos y tomando un respiro en busca de un poco de calma. A continuación, respondí la llamada entrante de mala gana.
—¿Qué?
—¿Dean Ambrose?—habló alguien con un acento bastante extraño que solo me hizo enfadar.
—No, tu abuela.—gruñí con sarcasmo.— ¿Quién demonios pregunta?
—Tal parece que los rumores son ciertos.—rió el chico al otro lado de la línea.—Eres un completo hijo de puta.
Rodé los ojos aunque él no pudiera verme.
¿Qué demonios?
—Me llamo Pete Dunne, trabajo en la industria de la música.
—Bueno...Bien por ti.
—Tengo una banda.—continuó, claramente ignorando mi sarcasmo.— Pero nos hace falta un vocalista y guitarrista.
—Pues...—bufé.— Qué pena, viejo.
—Veo que no fui claro.—dijo, tomando una pausa antes de seguir hablando.— Escuchamos tu demo. Quiero representarte, Dean Ambrose.
Enarqué una ceja.
—¿Estás drogado?
Pete rió otra vez.
—Ya quisieras, hermano.—le pude imaginar sonreír.— ¿Y? ¿Qué dices? Te doy un ticket a California lo antes posible, el resto de la banda quedó encantada con tu canción y te esperan con ansias.
California...
Y aunque muchos querrían golpearme o me llamarían loco, sonreí de lado antes de responder.
—Más vale que estén listos para mí, hijo de puta.
See you in the epilogue! :)
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