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Extra. The reunion (Parte Uno)

¿Creyeron que se había acabado con el epílogo?

CLARO QUE NO.

Como siempre, tengo tres cosas antes de iniciar: 

1. El capítulo cambia bastante de perspectiva, tanto de Dean como Roman, lo notarán de inmediato. 

2. Este no es el único especial. Sin embargo, este es el principal de Ambreigns y es SUMAMENTE largo, es por eso que lo tuve que separar en dos partes, para que no se enredaran leyendo ni se hiciera tedioso. Aún hay dos especiales más, uno que dije era Ortollins y el otro... Sorpresa, intenten adivinar ;)

3. Hay una frase que se menciona en una parte de la segunda parte, es una frase épica que cierta persona escribió en los comentarios en el epílogo. Estoy segura que esa persona lo notará, y que sepa que adoré ese comentario y tenía que incluirlo en algún lado <3

Disfruten de esta porquería llena de fluff, pasión y la esencia de List A en los chicos... A pesar de los años ;)

La música rock se podía escuchar incluso en el pasillo, los acordes de la guitarra hacían eco en mis oídos y el golpeteo de la batería removía algo dentro de mi.

Pero seguí caminando.

Con mi maletín colgando de uno de mis hombros, algunos libros bajo el brazo y soltando una larga tomada de aire por mi nariz.

Todos los días lo mismo...

Abrí la puerta y bastó para que todas esas juveniles miradas cayeran en mí.

Dejé salir otro suspiro.

—Chicos...—murmuré con tono de advertencia.— Ya saben lo que pasa cuando ponen música tan alto...

—Lo sentimos, señor Reigns.—se apresuró a decir ese chico de cabello largo castaño, disponiéndose a apagar el programa que veían. 

—Es que Down with the F lanzó una nueva canción esta mañana y...—esa rubia de coletas y puntas rojizas aguantó el chillar de la emoción.— ¡Son tan geniales! ¡Moxley es tan genial!

—No olvides mencionar que Toni tiene un culo impresionante.—sonrió otro castaño con gorra y sandalias. 

—Ugh.—una rubia sentada sobre la mesa de Otis rodó los ojos con desprecio.— ¿Te han dicho que eres asqueroso, Matt? Maldito putero repugnante.

Matt la apuntó, pero más parecía perplejo que querer quejarse de algo en especial. 

—Tay, no entendí un carajo de lo último, pero me suena a un insulto.—miró hacia la chica morena y de larga trenza junto a sí.— Era un insulto ¿verdad?

Bianca negó con la cabeza en desaprobación, viéndose bastante harta de la actitud de Matt. 

—De acuerdo, de acuerdo.—traté de irrumpir sin ser demasiado brusco, sonriendo de lado mientras entraba al salón.— Guarden eso ya, que es hora de la clase.

Esos eran mis estudiantes, y esa escena de ellos viendo videos en vivo o escuchando música rock a alto volumen era algo que se repetía varias veces a la semana.

Todos ellos eran grandes fanáticos de esa popular banda de rock, Down with the F.

La mayoría de los estudiantes en esa escuela lo eran, así que ya estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. 

Dejé salir un suspiro en tanto colocaba mi maletín a un lado y los libros en el escritorio, en tanto escuchaba a mis alumnos moverse por el salón a sus asientos y prepararse para clase.

—Como saben, hoy tenemos el exámen de ecuaciones y decimales.—continué, tomando el montón de hojas que había traído conmigo y ordeándolas rápidamente con un golpecito sobre la madera.— Espero que hayan estudiado...

—Matt no lo hizo, señor.—exclamó la rubia de coletas alzando su mano. 

—¡Claro que sí, Alexa!—chilló de vuelta, antes de sonreír con superioridad y dejarse caer contra el respaldo de su silla con socarronería.— Estoy listo para esta prueba. 

—¿Siete por siete?

—Setenta y nueve. 

No supe si imitar a Bianca que se golpeó la frente luego de que le preguntara por esa multiplicación, o literalmente quitarme los ojos con lentes de contacto y todo por el hecho de que sonriera orgulloso al dar esa respuesta. 

Alexa rodó los ojos y permaneció cruzada de brazos, en tanto Otis anotaba cosas en su cuaderno y contaba con sus dedos. 

—Ignoraré eso, Matt.—suspiré, para luego dejar a un lado el montón de exámenes.— ¿Qué les parece si repasamos un poco más? ¿Les gustaría?

El salón soltó un grito positivo en unísono.

—Está bien.—me senté fácilmente a la orilla de mi escritorio. Aclaré mi garganta y sonreí hacia mis estudiantes sentados en sus pupitres de forma ordenada.— ¿Quién quiere empezar? ¿Quién tiene alguna pregunta?

—¿Es mi idea o Otis subió de peso?

Pero el castaño de gorra solo se llevó una patada desde el pupitre detrás de él y una mirada envenenada de Otis con sus cuadernos y libros aún sobre la mesa.

—Matt...—suspiré pesadamente.— Me refería a preguntas sobre la clase.

—Bueno, bueno, ya.

Los demás guardaron silencio, mirándose los unos a los otros o evitando el contacto visual conmigo. No sabía si por timidez a hacer sus preguntas, o porque no habían estudiado, o quién sabe más.

Ser profesor era una de las tareas que te brindaba lo que llaman el beneficio a la duda. Y tras estos cuatro años enseñando creo que ya quedaba claro.

Salí de mi ensueño cuando una mano fue levantada, haciéndome sonreír a la chica sentada al otro lado del salón.

—Mandy.—la llamé con amabilidad.— Gracias, no esperaba menos de ti. Adelante, has tus preguntas.

La rubia de piel algo tostada sonrió de lado, bajando su mano con lentitud y acomodando su dorado cabello rápidamente antes de empezar a hablar.

—En primera, quiero responder a la pregunta de Matt.—la rubia giró en dirección al castaño que le sonreía con coquetería.— Si Otis subió de peso o no, no es asunto tuyo. Y si es así, entonces tengo mucho más de él para amar.

Su respuesta hizo a varios de mis alumnos silbar, a Matt encogerse en su asiento y a Otis sonreír enternecido a Mandy.

—Gracias, mi melocotón.

Mandy le sonrió de lado y guiñó, para luego volver a concentrarse en lo que iba a decir.

—Segundo, tengo una pregunta para usted, señor Reigns.

Me encogí de hombros, jugando con mis dedos entrelazados entre mis piernas en espera de las respuestas de ellos.

—Adelante, Mandy. Dispara.

—¿Por qué odia Down with the F?

Demonios.

Cerré mis ojos con un suspiro, escuchando el cuchicheo entre mis estudiantes antes de volver a abrirlos.

Hacía lo posible por no perder la paciencia, especialmente en ese momento.

—Mandy, les dije preguntas sobre la clase...

—Vamos, señor Reigns.—se unió Bianca a la conversación.— Es solo una pregunta inocente.

—Pregunta inocente que insisten en hacer.

—Y que usted se niega a responder.—siguió Otis.

Me quedé en silencio, tan solo apretando mis labios en una fina línea y observándoles sin palabra.

Pero ver a Alexa levantarse de su lugar y, tras dar un saltito, sentarse sobre su mesa, me dijo que esto no iba a terminar así como así.

—Puede confiar en nosotros, señor Reigns.—sonrió ella.— ¿Verdad, chicos?

El salón estalló en una respuesta afirmativa al unísono una vez más, a lo que deseé poder lanzarme por la ventana a medio abrir a pasos de mi escritorio.

Pero no lo hice.

Solo seguí jugando con mis dedos entrelazados por un rato hasta que alcé la vista hacia mis expectantes estudiantes.

—No van a hacer el examen a menos que les diga ¿verdad?

Más de la mitad movió su cabeza, asintiendo para mi mala fortuna y provocando que suspirara frustrado una vez más.

—Bien.—murmuré finalmente resignado.— No es la banda lo que me molesta, es uno de los miembros.

—¿¡Conoce a uno de los miembros!?—chilló incrédula la rubia de camiseta con los colores de la bandera de Brasil.

Quise rodar los ojos. Pero me contuve y sonreí cansado.

—Más de lo que quisiera.

Comenzaron a verse más interesados y murmurar, pareciendo un interrogatorio en el cual me arrepentía haberme metido.

—¡Díganos quién es!—chilló Alexa.

—¿Es Finn?

—Finn no me molesta.—comencé a responder a la pregunta de Bianca.— Es bastante simpático y saca de quicio a todo aquel que se le acerca, pero no me desagrada.

—¿Qué hay de Toni?—preguntó ahora Matt, volviendo a integrarse a la conversación.

Si es que se le podía llamar conversación si quiera.

—Ella es muy cool, bastante mal hablada pero muy talentosa y buena amiga.

Muchas de mis alumnas que probablemente admiraban a la rubia sonrieron ensoñadoramente antes de volver a mirarme interesadas.

—¿Y Drew?—siguió ahora Taynara.— Se ve que es alguien muy misterioso.

—Hm... La verdad es que lo no conozco muy bien. Es bastante reservado y no es muy hablador que digamos.

—Eso nos deja...—Matt contó con sus dedos, haciendo a sus amigos rodar los ojos casi al mismo tiempo.

—¿¡Moxley!?

El que gritaran al unísono hizo que me pitaran los oídos, apretando brevemente mis labios y abriendo lentamente mis ojos. A continuación, asentí con suavidad.

—¿Qué hay de malo con él?—chilló Alexa.— S-Siempre se ha visto como alguien muy alegre.

—Alocado.—agregó Taynara.

—Extrovertido.—dijo Bianca.

—Chico malo cool.—agregó Otis.

—Y guapo. Guapísimo.

El que Mandy dijera lo último hizo girar a Otis con cierto desagrado en el rostro, a lo que la rubia solo revoleó sus ojos sonriente antes de enviar un beso al muchacho.

—¿Por qué, señor Reigns?—preguntó Alexa una vez más, retomando el tema.

Dejé de jugar con mis dedos, tan solo manteniendo estos entrelazados en tanto dejaba salir un largo y suave suspiro.

—En primera, para mí no se llama Moxley como ustedes lo conocen.—aclaré.— Su nombre es Dean.

Todos parecían sorprendidos de la nueva información, pero decidí continuar.

—Y todo lo que dicen sobre él es cierto. Pero también es la persona más exasperante, infantil e idiota que he conocido en toda mi vida.

—¿Osea que lo odia?

La pregunta de Alexa me hizo sonreír lentamente de lado, al mismo tiempo en que desenlazaba mis dedos entre sí y por fin dejaba mis manos caer entre mis piernas separadas tocando ligeramente el suelo del salón.

Sonriente hacia mis estudiantes, dejé salir una pequeña y breve carcajada antes de retomar la palabra.

—¿Cómo podría?

Pude ver los ojos de todos casi ampliarse de la sorpresa cuando alcé mi mano izquierda, mostrando la alianza de plata alrededor de mi dedo.

—Llevo casado con él cuatro años.

Pareció que se quedaran helados por un segundo, mirándome realmente paralizados en su mayoría. Sin embargo, no tardaron en llegar los chillidos emocionados, preguntas y otros intentos por sacarme más información respecto a ello.

—De acuerdo, de acuerdo. Cálmense ya.—exclamé con una sonrisa, bajando de mi mesón y poniendo orden al mar de voces y miradas sobre mí.— Ya respondí a su pregunta, ahora tienen que cumplir con su parte.

Y aunque soltaron un breve sonido de protesta, obedecieron y se prepararon para por fin hacer su examen de matemáticas.

Los medios no sabían sobre mi matrimonio con Dean, no porque lo escondiéramos, solo que no le veíamos el sentido hacer un gran escándalo de ello.

Luego de graduarme de la Universidad acepté su propuesta, nos casamos al siguiente año y desde entonces vivíamos un matrimonio del cual no podía estar más encantado.

No mucho había cambiado entre nosotros. Más allá de llevar unos anillos en los dedos, seguíamos siendo ese par de chicos tan distintos que terminaban siendo la combinación perfecta.

Dean seguía diciendo que era un estirado y aburrido, mientras que él continuaba siendo un idiota exasperante con fama mundial como vocalista de su banda de rock.

Era tal y como esos días en la secundaria, cuando éramos los reyes que simplemente ignoraron el sistema y, tal como hice, terminaron cayendo el uno por el otro.

Lo único molesto era tener que lidiar con mis estudiantes hablando constantemente de él, a veces cuando estaba en giras y su ausencia ya me apretujaba un poco el corazón.

Pero conseguía vivir con ello de alguna manera.

El timbre sonó y los chicos comenzaron a guardar sus cosas.

—Qué tengan un buen descanso esta semana libre. Y recuerden volver a clases, por favor.

Cada uno pasó, entregándome sonriente su examen antes de despedirse y abandonar el aula con una sonrisa.

Alexa, Bianca y Taynara se retiraron con los brazos entrelazados en los de la otra en una amena conversación, sonriéndome por última vez y caminando hacia la puerta.

Otis entregó su examen y el de la rubia esperando en la puerta con su mochila. Mandy recibió un beso en la mejilla por parte de él y ambos se retiraron.

Matt fue el último en acercarse, con sus manos apretando las hojas de papel, su mochila al hombro y una nerviosa sonrisa en el rostro.

Se dispuso a entregarme su examen, no sin antes preguntar:—¿Seguro que siete por siete no es setenta y nueve?

A estas alturas, solo cerré mis ojos tratando de aguantar una risa.

Tomé suavemente el examen de entre sus dedos y lo miré con una sonrisa.

—Estudia, Matt. Sabes que creo en ti.

El castaño suspiró, agarrando su mochila y estirando su puño hacia mí. No dude en chocarlo con el mío.

—Nos vemos, señor Reigns. Que tenga una buena semana.

—Adiós, Matt.

El chico cruzó la puerta, dejándome solo en el salón. No tardé en suspirar, haciendo un ligero eco en el aula ahora completamente vacía.

Dejé los exámenes sobre la mesa, para a continuación apoyarme brevemente a la orilla de esta.

—Tendré una buena semana si mi esposo no me llama a las tres de la mañana por videollamada...—me apreté el puente de la nariz con cierto fastidio.— Maldito seas, Dean...

—Así que maldito, eh.—habló con diversión.— De todas maneras ¿Qué te parece una semana conmigo?

No necesitaba voltear, por lo que rápidamente sonreí.

—Tu presencia hará mi semana más estresante e irritante de lo usual, pero no me puedo quejar.

Cuando levanté la vista, una carcajada se me escapó.

—¿Qué haces en la ventana?—murmuré tratando de no explotar en risas al verle asomar la mitad de su cuerpo por la ventana a medio abrir.

El castaño con gafas de sol se encogió de hombros.

—No quise causar alboroto al ir por la entrada.—dijo, mientras sus labios se fruncían lentamente en una sonrisa de lado tan típica de él.—Además, te quería para mí solo.

Me crucé de brazos, sin dejar de mirarle con la sonrisa dibujada en mi rostro.

—¿Por eso escapaste de tu concierto en Denver?

—Necesito un descanso. Además...

Levantó la mano en la que pude ver desde el inicio sostenía un ramo de girasoles, alzándolo hacia mí.

—Esta semana quiero pasarla con mi guapo esposo.

—¿No prefieres estar con tu vieja guitarra?—me burlé.

Podía imaginarle rodar los ojos bajo esas gafas oscuras, aunque seguía sonriendo.

—Sabes que elegiría estar contigo mil veces antes que a mi guitarra.—respondió sin titubeo alguno, haciendo que cierta calidez viajara por mi cuerpo.— Ahora, ayúdame a entrar. No me quejo, pero no duraré mucho antes de caer sobre mi culo.

—Caerás como un metro de altura, Dean.—rodé brevemente mis ojos, caminando hacia la ventana de todas formas.— Además, tu culo amortiguaría la caída muy bien.

—Ya cállate y ayúdame.

Solté una breve risotada, para a continuación abrir lo que restaba de esa ventana del salón. Luego, agarré los antebrazos de Dean y jalé ligeramente de estos para ayudarle a pasar por la ventana.

La suela de sus botas tocó el cerámico del salón, a la par en que el vocalista de Down with the F dejaba salir un suspiro y encontraba su mirada con la mía. 

Una sonrisa de lado se extendió torpemente por sus labios, causando que mi corazón latiera con fuerza al interior de mi pecho. 

—Hey.—murmuró sonriente. 

—Hey.—respondí.

Dean volvió a ofrecerme aquel ramo de flores, el cual tomé entre mis manos esta vez y le di una mirada a las bonitas flores perfectamente adornadas. Sin embargo, mis ojos rápidamente volvieron a concentrarse en mi esposo. 

Bastó que nuestros ojos se encontraran para que Dean se quitara las gafas de sol y yo dejase las flores sobre mi escritorio, para acto seguido acercarnos el uno al otro casi al mismo tiempo y dejando que nuestros labios colisionaran con los del otro. 

Muchas veces, tal y como esta, las palabras sobraban para nosotros. 

Mis manos permanecieron acunando el rostro de Dean, sintiendo el tacto algo rasposo de su barba de algunos días contra mis pulgares pero haciéndome sonreír ligeramente incluso con sus labios sobre los míos. Sus manos abrazaban mi cintura, manteniendo nuestros cuerpos juntos y dándome la chance de casi sentir su corazón latiendo contra mi pecho. 

Una de mis sensaciones favoritas en el mundo, debo admitir. 

Sus labios sabían dulces y cálidos, como los skittles, algo que siempre me recordaba a él desde siempre. 

Besar a Dean siempre se sentía como la primera vez. 

El ojiazul dejó un último tacto en mi labio inferior antes de separarse de nuestro beso y sonreírme de lado. 

—Te extrañé, no tienes idea de cuanto.—murmuró, negando con la cabeza.— Adoro ir de gira, pero me gustaría tenerte conmigo todo el tiempo. 

—Sabes que no puedo abandonar a mis estudiantes.—dije, haciéndole sonreír más grande por alguna razón.— ¿Qué?

—Siempre eres tan responsable.—Dean mantuvo sus manos sobre mis antebrazos, trazando lentos y cariñosos círculos sobre la piel que mi camisa de mezclilla dejaba al descubierto.— Me enfermas. 

—Y tú me enfermas al ser tan extraño.—me burlé, tomando distancia el uno del otro sin dejar de tener nuestras manos cerca.— ¿Desde cuándo allanas escuelas? ¿Sabes lo peligroso que es si alguien te ve?

—Quería ver a mi esposo, estoy en todo mi derecho. 

Quise darme una cachetada o rodar los ojos luego con la simpleza con la que dijo eso. Pero tan solo desvié la mirada en tanto él caminaba alrededor de mi escritorio. 

No tardó en actuar tan descarado como siempre, dando un ligero salto y tomando asiento a la orilla de mi escritorio. 

—¿Cómo estuvo la clase de hoy?—preguntó, para luego tomar una de las hojas de papel del montón perfectamente ordenado. 

—Examen.—respondí con simpleza, a la par en que comenzaba a ordenar las cosas en mi maletín.— Y un montón de preguntas. 

—Ugh, examen.—Dean hizo una mueca de disgusto, dejando a un lado el examen que Matt había dejado antes de salir.— Se supone que eres el maestro cool ¿por qué torturas a los chicos como nos torturaban a nosotros?

No pude evitar soltar una risotada entre dientes. 

—Lamento decírtelo, amor.—comencé, acariciando su mejilla y encontrando su mirada.—Pero el único que se sentía torturado, eras tú. 

Luego de darle un par de palmaditas a su pómulo y que él soltara un fingido "Auch", continué guardando mis últimas cosas en tanto Dean parecía solo disfrutar del silencio casual entre nosotros. 

—Momento, dijiste preguntas.—interrumpió de pronto, girando sobre su hombro para verme.— ¿Qué tipo de preguntas?

Me encogí ligeramente de hombros.

—Sobre... Tu banda... Sobre nosotros...

—Oh.—pude imaginar la sonrisa en el rostro de mi esposo al momento en que giró un poco sobre su lugar en mi escritorio, manteniendo su pierna doblada sobre su muslo y apoyándose en esta.— De pronto esta charla se puso más interesante. 

Suspiré, dejando momentaneamente de lado lo que hacía y mirándole de mala gana enarcando una ceja. 

—Suéltalo, ¿qué te preguntaron?

Rodé brevemente los ojos, sabiendo que Dean era muy parecido a mis estudiantes. 

Si no le decía, no me dejaría en paz. 

—Querían saber por qué no me gusta Down with the F...

—Porque eres un aburrido.—se burló.

—Sabes muy bien que no es así. 

—Yep.—sonrió igual de entretenido.— Pero me gusta cuando te enojas, te ves tierno. 

Otro rodar de ojos, esta vez sin contenerme. 

—Vamos, cariño.—agregó el castaño.— ¿En serio odias tanto mi banda?

—No la odio. Solo me vuelve loco ver tu cara por todas partes a veces, porque eres un verdadero dolor en el culo. 

—¡Te casaste con este dolor en el culo! ¡Supéralo!

Una risa apareció en mis labios al verle actuar igual que un niño, sabiendo que no importaba lo que dijera, él siempre encontraba una forma de hacerme sonreír. 

—Como sea.—insistió con el tema.— ¿Les dijiste?

—¿Qué? ¿Que eres un dolor en el culo? Pues sí. 

Dean bufó, rodando un poco sus ojos antes de alzar su mano izquierda, enseñando tanto esa vieja y gastada pulsera azul anudada en su muñeca como la alianza de plata brillando en su mano cubierta con algunos vendajes. 

—Sabes muy bien a lo que me refiero, tarado.—dijo con obviedad.— ¿Les dijiste que estamos casados?

—Lo hice.—relamí brevemente mi labio antes de volver a mirarle.— ¿Eso está bien?

—¿Qué, qué?

Dean bajó de mi escritorio de un salto, caminando alrededor de este y acortando los pasos que nos separaban del otro hasta encontrarse de pie junto a mí y con sus ojos en los míos. 

—¡Por supuesto que está bien!—casi chilló, mirándome como si hubiese dicho la cosa más obvia del mundo. — Rome, que más gente lo sepa me hace muy feliz. 

Ambrose movió su mano hasta mi rostro, acunando una de mis mejillas y con su pulgar alejando uno de los mechones de cabello rebelde que había escapado de mi coleta durante la clase. No pude evitar sonreír tímidamente por el contacto, incluso si sentía mis mejillas calentarse con ello. 

—Porque ellos sabrán que tú eres mío, tal como yo soy tuyo. 

Joder, adoraba a este hombre. 

Dejé que mi mejilla se apoyara en su mano un poquito más, disfrutando de la calidez antes de que decidiera terminar de guardar mis cosas pronto. 

—Ugh, no puedo esperar a volver a casa.—suspiró el vocalista.— ¿Cómo está esa bola de pelo que me odia?

—Se llama Mitch, Dean. Y hasta donde recuerdo, es tu gato.—dije, pero solo recibí un arrugar de nariz del castaño antes de que riera por lo bajo.— Está bien, donde lo dejaste la última vez. 

—¿En el bote de basura de la cocina?

—¡Carajo, deja de hacer eso cada vez que te vas! ¡O el maldito gato va a terminar cortándote la garganta mientras duermes!—le regañé, pero él seguía sonriendo, conteniendo notoriamente el carcajearse en mi cara. 

Maldito idiota, no cambiaba nada. 

—Vamos, admite que es chistoso.

—Ahora entiendo por qué te odia tanto.—negué con la cabeza.— De todas maneras usó tu chaqueta de cama el otro día. 

—¿¡Qué él qué!?—chilló, borrando la sonrisa en su rostro de forma automática y siendo reemplazada por una mueca de repugnancia.— ¡Maldito gato hijo de puta! ¡Tú eres el único que puede usar mi ropa para los fines que quieras! ¡Pero no para ser su jodido nido de pelo y olor a gato apestoso!

—Díselo a Mitch cuando llegues.—le sonreí de lado mientras tomaba mi maletín y disponía a agarrar los exámenes y las flores sobre el escritorio.— Y por cierto,—lo señalé con mi dedo.— No necesito tu ropa para nada, así que quita esa regla de tu cabeza. 

—Pero y esa vez que te encontré con mi chaqueta puesta y tocándote el...

—Di una palabra más y le diré al jodido gato que te quite la perforación mientras duermes. 

Nos quedamos viéndonos. Sin embargo, hacía casi lo imposible por decirle a esa sensación cálida que subía por mi cuerpo que no lo hiciera en tanto miraba a mi esposo con seriedad y amenaza. 

El castaño finalmente levantó la mano en la que brillaba su anillo, juntando dos de sus dedos y haciendo un gesto en sus labios de que estos estaban sellados. 

—Bien.—apreté mis labios, relamiendo estos antes de continuar.— Deberíamos irnos. No quiero que alguno de mis estudiantes cause un escándalo o que te busquen por allanamiento a una escuela secundaria. 

Me dispuse a tomar mis cosas. 

—Espera.

Pero Dean me detuvo con suavidad, haciendo que me detuviera y volviera a dejar el maletín en la silla a un lado del escritorio. Le miré desentendido, a lo que no tardé en encontrar sus ojos oscurecidos y esa sonrisa en sus labios. 

Aquella sonrisa que sentía que solo me desnudaba sin más. 

El castaño me guió suavemente hasta que mi trasero chocó con la orilla del escritorio, encontrándome frente a él y, técnicamente, bajo su control y esa mirada tentadora. 

Su pecho tocaba el mío tentativamente, a la par en que sus manos aprisionaron las mías agarrándolas y apegándolas a la superficie de madera del mueble detrás de mí. 

No pude evitar cerrar mis ojos cuando sus labios acariciaron la piel expuesta de mi cuello, besando este y dándose el tiempo de torturarme con dicho contacto que no hacía más que desatar la locura dentro de mí. 

El cálido aliento de mi esposo hizo que un escalofrío me recorriera la columna vertebral, a lo que moví mi cabeza y le di más espacio por el cual torturarme con sus besos. 

Y así lo hizo, dejando besos tiernos que se volvieron caricias que me robaban suspiros y más de algún jadeo que intentaba contener lo mejor posible. Pero sus dientes mordían mi piel de la misma seductora manera, hasta finalmente conseguir que un gemido escapara del fondo de mi garganta. 

Dean alejó sus labios de mi cuello, llevando estos hasta los míos antes de que pudiera quejarme. 

Fue un beso más apasionado que el de antes, esta vez mis labios no tardaron en separarse y darle acceso a mi cavidad bucal, la cual recorrió con su lengua y contuvo varios de los jadeos que no podía evitar soltar con aquel toque suyo. 

Su lengua recorrió mi labio inferior, a lo que me atreví a dar una pequeña mordida al suyo y que sintiera estos fruncirse en una sonrisa. 

Mi esposo se separó ligeramente de nuestro contacto, dejando una sensación latiente en mis labios y mi respiración algo agitada. 

—Quiero una probada de lo mucho que me extrañaste.—murmuró, casi como un ronroneo que hizo eco en mi cabeza.— Porque quiero que me digas el resto en casa. 

Con una pequeña sonrisa de lado, no dudé en responder:—Eso depende.

Incluso en el poco espacio que había entre nuestros cuerpos, pude mover mi pelvis hacia adelante, lo suficiente para que chocase con la suya y pudiese sentir una ligera presión en mi muslo proveniente de ese bulto en sus ajustados jeans rasgados. 

—¿Me dirás cuánto me extrañaste, Dean?

Esa sonrisa otra vez, la cual solo dejé de ver cuando Dean se inclinó y acarició su nariz contra la mía en un tierno gesto. 

—Todo lo que quieras, mi emperador Romano. 

Cantar en frente de miles de personas y divertirme en el escenario se había vuelto mi cosa favorita en el mundo. Los reflectores, la energía del público, los instrumentos resonando a mis espaldas y el vibrar de mis cuerdas vocales al interpretar cada canción. 

Pero nada se comparaba a volver a casa y pasar las noches con los brazos de mi esposo a mi alrededor. 

Luego de todos mis errores en el pasado, dediqué los años a remendarlo y a vivir la vida que yo quería sin rendir cuentas a nadie. 

Amaba a Roman como no había amado a nadie en el mundo, y me sentía afortunado de recibir esa llamada de parte de aquel bicolor hace casi siete años cuando terminaba un concierto en Florida. Decidí correr de inmediato a la universidad de Pensacola y encontrarle, dispuesto a recuperar lo que siempre había querido y por estúpido había perdido. 

Tuve suerte y no dejaba de recordármelo. 

Estar con Roman era como estar en el puñetero cielo, joder sí lo era. 

Empezamos a vivir juntos un poco antes de que se graduara de la universidad y empezara a trabajar en una escuela secundaria de la ciudad en la que nos conocimos, por lo que volvimos a aquellos alrededores que llenaron mi cabeza y corazón de recuerdos. Al principio me resultó complicado ya que mis giras y ensayos nos dejaban poco tiempo para pasar juntos, además que Roman pasaba medio día haciendo sus clases y volvía muy cansado a casa. 

Pero nos organizábamos de alguna manera y daba resultado. Eso era lo más importante a fin de cuentas. 

Cuando aceptó casarse conmigo, nunca creí que sería más feliz. 

Y todo eso formaba mi vida perfecta; Roman, mi banda, mi hogar. 

Todo era perfecto. 

Roman abrió la puerta de entrada, encontrándonos de inmediato con la casa a media luz gracias a que ya se estaba oscureciendo fuera. El familiar aroma de mi hogar no tardó en generar calidez en mi pecho, a lo que sonreí mientras arrastraba mi maleta detrás de mi al interior de la casa. 

Todo se veía tal y como recordaba, el sofá en forma de L en frente al televisor, la mesa de café con algunas flores que a Roman le gustaban por alguna razón y las paredes adornadas con fotos nuestras. Una de Roman el día de la graduación junto a Rusev, Naomi y Seth, la foto del día de nuestra boda con la playa a nuestras espaldas, incluso fotos de mí en el escenario durante alguno de mis conciertos. 

Avancé un par de pasos por la sala en dirección a nuestra habitación cruzando uno de los pasillos, sin embargo, me detuve en cuanto ese enfadado bufido se escuchó a mis pies. 

Fruncí el ceño hacia esa bola de pelos gorda con ojos dorado miel viéndome con postura de ataque. 

—¡Ahí estás, gordo desgraciado!—dije con molestia hacia el gato.— Te he dicho que no uses mi ropa para poner tu apestoso y gordo culo encima.

—Deja ya de llamarle gordo.—comentó mi esposo a mis espaldas mientras cerraba la puerta de entrada. 

—Le diré todo lo que yo quiera porque es un jodido idiota. 

Esta vez su bufido fue acompañado por un violento maullido, como si hubiese estado a punto de atacarme la pierna, viéndome obligado a dar marcha atrás con una mueca asustada. 

—¿¡Ves!?—chillé, apuntándole con mi dedo acusador y mirando al moreno por sobre mi hombro.— ¡Es un maldito hijo de puta que me quiere matar!

Escuché a mi esposo suspirar, dejando sus cosas sobre la encimera de la cocina y caminando hacia donde el ser mandado por el mismo putísimo satán amenazaba con quitarme la pierna a rasguños. 

Roman se inclinó y con facilidad tomó al gato negro entre sus brazos. Este pareció pasar de la ira asesina hacia mí a acurrucarse contra su pecho con un suave ronroneo. 

Apreté el ceño hacia la escena. 

—Maldito desgraciado. 

—Dean...—intentó regañarme. 

—¿Qué?—me quejé, tomando con desagrado mi maleta una vez más.— Ese maldito gato me quita tu amor y además me quiere matar. Aquí hay solo una víctima y lo sabes, Rome. 

—Tal vez si lo alimentaras de vez en cuando no te odiaría. 

—Lo alimenté.—bufé.— Incluso le di atún. 

—Sí. Hace como dos meses, Dean. 

De acuerdo. Tal vez no era el MEJOR cuida gatos del mundo. 

—De todas maneras.—volví a apuntarlo acusadoramente.— Ese gato tiene algo contra mí. 

Y otra vez, Mitch levantó la cabeza solo para soltar un amenazador bufido hacia mí. 

—¿¡Lo ves!?

Roman suspiró. 

—Como digas, cariño.—terminó diciendo con dejo de diversión.— Iré a darle de comer, deja tus cosas en el cuarto. 

—Nada me hará más feliz que alejarme de esa bola de pelos odiosa. 

Agarré mi maleta de mala gana y caminé a pisotones hacia nuestro dormitorio, dejando atrás al moreno que le murmuraba cosas al gato entre sus brazos. 

Aunque había sido yo quien lo había rescatado de las calles hace menos de un año, desde siempre habíamos tenido esa relación de odio y solo se fortalecía. 

—Maldito gato.—gruñí para mí mientras caminaba arrastrando mi maleta. 

No tardé en llegar a nuestro dormitorio, encontrándolo en perfecto orden en cuanto abrí la puerta y una sonrisa se dibujó en mis labios. 

El aroma era acogedor y familiar, recordándome que al fin estaba en casa y sería una de las mejores semanas para Roman y para mí. Me esforzaría porque fuera así. 

Dejé la maleta a un lado de la gran cama doble, soltando un largo suspiro mientras me dejaba caer sobre las colchas suavecitas. 

Dejé que la sonrisa siguiera en mis labios en tanto le daba una mirada al cuarto, recorriendo este hasta que mis ojos cayeron en la mesita de noche. En esta había una lámpara de noche que Roman siempre solía apagar porque yo lo olvidaba, junto a un libro aburrido que probablemente había estado leyendo mientras no estaba. 

No tardé en rodar los ojos a ello. 

Sin embargo, me concentré en la foto enmarcada en ese lugar. En ella aparecían las versiones de secundaria de Rusev, Naomi, Paige, Randy, Seth, Roman y yo, era una foto de la fiesta de Halloween en la casa de Seth. 

Esa fue la noche de nuestro primer beso. 

Reí un poco al recordar cómo ese día tuve que usar una máscara toda la noche porque Roman me coló a la fiesta de los Lista A. 

Las listas... Wow, llevaba años sin pensar en eso. 

Muchas cosas habían cambiado ahora que lo pensaba bien. 

Rusev y Naomi tenían su propia vida, ambos seguían juntos y me alegraba bastante. Después de todo, una pareja como ellos merecían estar el uno con el otro.

Randy trabajaba como tatuador, tenía su propio estudio en el centro de la ciudad y era uno de los mejores. De hecho, él había sido el que había tatuado a Roman el día en que dejó de ser una gallina y decidió llevar un tributo a su padre, haciéndose el mismo tatuaje que él solía tener en el pecho y su brazo derecho. También nos había hecho el tatuaje que ambos compartíamos en el dedo anular izquierdo donde casi siempre llevábamos nuestras alianzas de matrimonio. 

Lo admito, dolió como la mierda y le di a Randall una patada en el trasero luego de que terminara. 

Roman me dijo que Seth desapareció de la vida de todos. No llamó jamás, no aceptó llamadas tampoco y solo llegaban al buzón. Nadie sabía nada de él. Y lo último que yo supe fue ese día en que me llamó y me dijo donde estaba Roman, diciendo que no la jodiera o iría a cortarme la cabeza él mismo. 

Tal vez habría sido buena idea, ya que Roman sabría algo de él y no se pondría triste cada que alguien lo menciona. 

Y Paige...

Suspiré, a la par en que alejaba mi mirada del cuadro y me concentraba en mis manos ligeramente vendadas y mis dedos entrelazados entre sí. 

Desde nuestra pelea en la secundaria, no volví a hablar con Paige. 

Tal vez porque me sentí como un cobarde, porque solo huí a Los Ángeles y decidí ignorar cualquier cosa que me recordara mis errores. Pero perdí a mi mejor amiga. 

—Hey.—levanté la vista, encontrándome con mi esposo apoyado en el marco de la puerta de la habitación con una sonrisa de lado.— ¿Estás bien? 

—S-Sí...—apreté mis labios, volviendo de mi ensueño y aclarando rápidamente mi garganta.— Sí, perfectamente. 

—Te veías pensativo.—dijo, caminando hacia la cama.— Eso es raro en ti. 

—¿Verme así?

—No. Pensar. 

Lo intenté fulminar con la mirada, pero no pude esconder por mucho la sonrisa en mis labios en tanto Roman se sentaba junto a mí. 

—Auch. 

El moreno rió suavemente, acercándose a mí y poniendo su cabeza suavemente sobre mi hombro. No dudé en mover mi brazo y abrazarle hasta rodear su espalda con este, agarrando una de sus manos con mi mano libre. 

—Hablo en serio.—murmuró, mirándome por el rabillo de sus ojos castaños libres de gafas.— ¿Te sientes bien?

Logré fruncir una sonrisa, para a continuación inclinarme un poco y dejar un suave beso en su frente antes de volver a mirarle con ternura. 

No podía mentir, pensar en todo lo del pasado aún dolía algunas veces. En especial recordar las tonterías que hice y cómo perdí a Roman. 

—Estoy bien, cariño.—le aseguré con una pequeña sonrisa.— Me alegra estar de vuelta. 

Una sonrisa apareció en los labios del moreno, al mismo tiempo en que se inclinaba y nuestras narices se tocaron suavemente, sonreí lentamente, pero no tardé en sentir el contacto de sus suaves labios sobre los míos. 

Roman parecía disfrutar del momento a un ritmo tranquilo, moviendo sus labios sobre los míos lentamente y dándole un pequeño apretón a mi mano sobre su regazo. 

No tardó en separarse de nuestro beso y brindarme otra sonrisa que hacía mi pecho sentirse cálido. 

—¿Tienes hambre?—preguntó, dispuesto a levantarse de la cama.— Podría cocinar algo si qu...

Pero se interrumpió al instante que jalé de su mano, haciendo que se sentara nuevamente y evitando cualquier otra palabra que pudiera salir de sus labios al atacar estos sin piedad. 

Mi esposo no tardó en seguirme el juego, dejando que mis labios se movieran sobre los suyos en tanto mis manos acariciaban sus hombros cubiertos por la tela de su camisa azul de mezclilla. Las manos de Roman se movieron hasta mi nuca, abrazando esta con sus brazos y apegándose más a mi cuerpo, incluso si no creí eso posible. 

No tardé en moverme un poco, pasando mis piernas fácilmente por sobre las de Rome y sentándome en su regazo sin dejar de mover mis labios apasionada y vorazmente sobre los suyos. 

Sus labios sabían dulces y me tentaban a morderlos, el calor de su pecho hacía mi corazón latir y el sentir sus jadeos y respiraciones profundas con cada una de mis caricias hacía que algo en mí despertara. 

Mis dedos se movieron sin titubeo hasta el cuello a medio cerrar de su camisa, comenzando a pelear con los botones en tanto daba una pequeña mordida a su labio inferior, recibiendo un pequeño gemido por parte del pelinegro. Logré deshacer los botones uno por uno, bajando desde su pecho hasta su marcado abdomen, hasta finalmente dejar la camisa abierta y que mis manos fueran libres para explorar esa piel morena y caliente. 

Sin embargo, mis ideas se vieron interrumpidas al sentir las manos de Roman abandonar mi nuca y moverse hasta mis muslos, avanzando extendidas por ellos hasta llegar a mi cinturón y hacer un pequeño sonido al intentar desabrocharlo. 

Una pequeña sonrisa se formó por debajo de sus labios, alejándome un par de milímetros de ellos para murmurar:—Creo que ambos tuvimos la misma idea...

Roman respiraba agitado, pero alzó la mirada y pude ver el café de sus ojos mezclado con esa pasión que solo él podía expresar con esa mirada que me hacía perder el control al instante. 

—Dijiste que me mostrarías cuánto me extrañaste.—habló con voz rasposa.— Quiero que lo hagas. 

Okay. Admito que eso me causó una erección automática.

Joder, este hombre era demasiado para mí.

Sonreí de lado desafiante y respondí a su petición:—A la orden, mi emperador Romano. 

Bastó eso para que volviera a atacar sus labios, teniendo acceso a su boca y recorriendo esta con mi lengua mientras nuestros jadeos se atrapaban en los labios del otro.

Terminé retirando por completo la camisa de mezclilla, dejando el torso desnudo de mi esposo a mi completa disposición. No perdí el tiempo, comenzando a recorrer sus hombros y pecho con mis manos vendadas, logrando sentir su calidez e incluso el rápido latir de su corazón contra la palma de mi mano.

Mis dedos tallaron la tinta negra sobre sus brazos, pasando por estos antes de que los labios de mi esposo se movieran con más fuerza y mi juego previo se viera interrumpido.

Roman había empezado a alzar las orillas de mi camiseta, enviando ciertos escalofríos por el toque de sus dedos en la piel de mi abdomen pero siendo reemplazados por esa sensación en el abdomen bajo al momento en que una de sus manos se alejó de mi pecho y cayó en una de las mejillas de mi trasero, dándole un apretón que me robó un largo jadeo silenciado por su boca sobre la mía.

—¿Tienes una idea de lo mucho que me haces falta cada vez que me dejas solo?—murmuró con esa voz ronca una vez más.

Amaba esa voz.

—Me hago una idea desde que te encontré con mi chaqueta esa vez.—dije con una sonrisa juguetona.

—No te olvidarás de eso ¿verdad?

—No.—sonreí hacia él, acariciando mis labios contra los de él tentativamente.— Aunque me habría gustado saber en qué pensabas en ese momento.

—¿De qué hablas?

—Cuando te masturbabas.—insistí sin titubeos, saboreando cada palabra y la forma en que sus labios trataban de capturar los míos pero no lo conseguía.— ¿Pensabas en mí?

—Por supuesto que lo hacía.

—No puedo evitar sentirme celoso ¿sabes?

Roman me miró confundido, en tanto me alejaba de su rostro y tomaba el espacio suficiente para quitarme la camiseta por sobre la cabeza.

Una vez que mi pecho desnudo estuvo libre, volví a mirarle con una sonrisa de lado en mi boca.

—De esa versión mía en tu cabeza mientras te tocabas.—continué, con mi voz incluso más grave.—Se supone que solo yo puedo hacerte sentir de esa manera.

—¿Me estás diciendo que estás celoso de ti mismo?—intentó reír, pero se interrumpió cuando cubrí su labio inferior con la punta de mis dedos.

—Así es. Porque solo yo puedo hacer que te sientas a punto de estallar y rogar que te vengas, no una versión imaginaria mía ¿entendido?

Roman pareció tragar con fuerza, al mismo tiempo que sentía cierta presión pegándose contra mi trasero todavía en su regazo.

Sonreí victorioso, quitando lentamente mi mano de sus labios.

—Te recordaré un poco de eso por si no te quedó claro, Rome.

Antes de que mi esposo pudiera decir palabra, ya me había deslizado entre sus piernas, colocándome sobre mis rodillas y dirigiendo mis manos hacia sus jeans, desabrochando estos en menos de un segundo.

Los ojos del moreno se abrieron de par en par cuando bajé la tela por sus caderas, dejando ver sus boxers y la notoria erección levantando estos por encima del cierre abierto de la prenda.

—D-Dean, no tienes que hacer esto...

—Considéralo mi disculpa por hacerte extrañarme tanto.—le sonreí de lado.—Relájate, Rome.

Entonces, toqué aquel bulto por sobre la tela delgada de sus boxers, escuchando a mi esposo gemir de inmediato y cerrar sus ojos con fuerza.

El que su erección latiera contra mi mano solo me confirmó que lo estaba disfrutando aunque hubiese intentado detenerme.

No es como si no hiciéramos cosas como esas, de hecho, era bastante constante y disfrutaba cada segundo de ello.

Pero habían momentos en los que Roman creía que tenía que llevarse la mayor parte del trabajo y se preocupaba de que solo yo lo disfrutara.

Cosa que no pensaba aceptar.

Me acerqué hacia aquella delicada zona, llegando hasta la delicada y suave piel de su abdomen y dejando un beso en su marcada bajada. Sentí la respiración de Roman tornándose agitada, al igual que el pequeño jadeo que escapó de su garganta cuando por fin liberé su fuerte erección de sus boxers.

Mi mano agarró suavemente su longitud, moviendo esta de arriba a abajo en un ritmo lento para empezar y ver cómo Roman cerraba sus ojos e intentaba mantener sus gemidos al margen.

No lo logró por mucho cuando di la primera lamida a la punta de su miembro, escuchando un claro gemido desde el fondo de su garganta y que sus manos apretaran las colchas bajo su cuerpo.

—Joder, Dean...—murmuró casi en un jadeo.

Sin embargo, este se volvió a interrumpir cuando avancé por su longitud, llevándome esta a la boca y pasando mi lengua de arriba a abajo a un ritmo que me hizo cautivar con sus constantes maldiciones y gemidos.

Podía sentir su miembro palpitar dentro de mi boca, al igual que ese sabor salado y caliente que solo me hacía continuar con mi tortuoso trabajo.

Roman era un desastre de gemidos y jadeos, los cuales no conseguía ocultar incluso si mordía su labio inferior o trataba de cubrirse la boca con alguna de sus manos.

No dudé en darle una pequeña mirada mientras recorría su pene con mi lengua, encontrando sus mejillas completamente rojas, sus labios entre separados y su pecho subiendo y bajando por sus rápidas respiraciones.

Mierda. Mi erección comenzaba a doler también.

Seguí así por un rato, hasta que una de las manos de mi esposo se movió temblorosa hasta mi cabeza, quedándose entre mi corto cabello.

—D-Dean, basta... No quiero terminar así...

Su voz sonaba de ruego, mientras que sus ojos castaños se encontraron con los míos y supe que ya había tenido suficiente tortura por el momento.

Obedeciendo, le di una última caricia a su miembro y me coloqué de pie.

Roman, aún con su respiración acelerada, me atrajo hasta sus labios, besándome con fuerza e incluso tallando mi labio inferior con su cálida lengua antes de que me alejase de él.

Caminé hasta la mesita de noche, agarrando una botellita que rápidamente encontré en el cajón antes de cerrarlo con fuerza.

A continuación voltee a ver a mi esposo, dándole una breve mirada antes de lanzarle la botella y que él la atrapara perfectamente.

—¿Q-Qué?—murmuró un poco desentendido, tomándose medio segundo para fruncir sus labios y volver a alzar su mirada de la botella de lubricante.— ¿Estás seguro, Dean?

—Tú cállate y fóllame.

Fue lo único que le respondí, quitándome mis botas de una patada al igual que mis jeans, quedándome con mis boxers y la abultada erección que dolía al interior de estos.

Volví hacia él, Roman puso sus manos en mis caderas y acercó su rostro a mi abdomen, imitando mi acción. Besando mi piel y causando un escalofrío que me hizo respirar con lentitud mientras sentía sus dedos deslizar los boxers por mis muslos.

En cuanto los patee fuera de mi tobillo, dejé que el moreno me guiara y colocara mis piernas a cada lado de su cuerpo una vez más.

Entrelace mis dedos en su nuca, enredándolos levemente entre su largo cabello negro, deleitándome con el rico aroma que este desprendía.

Escuché al moreno encargándose de poner algo de lubricante en su propio miembro mientras dejaba un suave beso en su mandíbula. Su barba me daba un poco de cosquillas, pero ya era algo que adoraba en él.

Con un suspiro, dejé que el moreno me guiara con sus manos en mis caderas, enviando una sensación de escalofríos por todo mi cuerpo en cuanto su pene tocó mi entrada. 

Se sintió incómodo por un instante, pero lentamente Roman se introdujo por completo soltando un respiro mientras apretaba levemente sus agarres sobre la piel de mis caderas. 

Mi mandíbula antes tensa lentamente empezó a soltarse mientras un gemido escapaba del fondo de mi garganta. Mantuve mis ojos cerrados hasta que la longitud del moreno me llenó por completo y esa sensación momentánea no muy agradable se desvanecía lentamente. 

Nuestros ojos se encontraron, ayudando a que mis músculos se relajaran y la sensación placentera me recorriera de los pies a la cabeza. 

El rostro de Roman aún estaba enrojecido, su  frente brillaba un poco por el sudor al igual que su morena piel cubierta de tatuajes. 

Era la imagen que quería grabar en mi cabeza para futuras ocasiones. No me cansaba de mirarle. 

—¿Estás bien?—murmuró entre sus ahogadas respiraciones. 

Moví mis manos hasta sus hombros, dejando que mis dedos se movieran sobre su piel y me deleitara con la calidez de su piel contra la mía. 

Una pequeña sonrisa se extendió por mis labios, para a continuación levantar ligeramente mis caderas y dar un pequeño salto sobre su erección. Un gemido escapó de los labios de ambos, siendo suficiente respuesta para que Roman continuara con sus embestidas y mi cuerpo se estremeciera por completo. 

Intentaba llevarle el ritmo, pero sus labios en los míos me distraían demasiado y la forma en que su miembro golpeaba esa parte en mi interior hacía que los gemidos fueran tan fuertes que tuviera que esconder mi cabeza en su cuello, de paso dejando besos en este en un intento por no perder mi cordura demasiado rápido. 

Pero con Roman siempre perdía el control, y amaba eso. 

—¿Estás seguro de querer hacer esto, Romie?

La dulce pero quebradiza voz de mi madre hizo eco en mi cabeza, siendo suficiente señal para que volviera en mí. 

Pero no podía hacerlo. 

Mi cuerpo estaba inmóvil, mis ojos en la cadena de plata en mi mano que dejaba guindar las placas que mi padre me había dado cuando era niño. 

Mi corazón estaba roto en mil pedazos. 

—¿Romie?

Su mano se posó suave y temblorosa en mi brazo, logrando que una parte de mí reaccionara y recordara las razones por las que me sentía de esa manera. 

Estábamos a los pies de la entrada al cementerio, lugar en el que vería a mi papá por última vez. 

Parpadeé, con las placas de plata todavía en mi mano y girando lentamente hacia la fémina a mi lado. 

Su cabello estaba suelto, cosa que era muy extraña, cayendo por su rostro delgado y demacrado luego de horas llorando en mis brazos. Sus ojos seguían hinchados, incluso con el maquillaje con el que intentó ocultarlo. 

La observé en silencio, tallando cada facción de su rostro con mi mirada mientras ella parecía buscar algo que decir. 

—Roman, escucha...—habló, casi en un susurro que se confundía con el soplar del viento aquella tarde.—No tienes que hacerlo. 

Mantuve mi mirada en la suya, incluso si mis labios seguían inmóviles al igual que el resto de mi cuerpo. 

—Entenderé si no te sientes lo suficientemente fuerte, no te obligaré a nada, cielo. 

—Es mi padre.—logré murmurar por fin, en una voz rasposa que ni yo pude reconocer en un principio.—No voy a... abandonarlo de nuevo. 

—Romie, tú no...

—Mamá.—la interrumpí, mirándola con seriedad y un nudo en mi garganta que procuré ignorar.— Necesito decirle adiós al menos. Es lo último que puedo hacer luego de lo estúpido que fui con él. 

La pelinegra se me quedó viendo, por lo que no tardé en notar su labio inferior temblando y sus ojos aguarse una vez más antes de que se enredara sus brazos a mi alrededor. 

Lentamente, correspondí a su abrazo, cerrando mis ojos ante la sensación agobiante en mi pecho y la respiración temblorosa de mi madre. 

Nos tardamos, pero conseguimos tener la fuerza y caminar por el lugar hasta donde se llevaría a cabo el funeral de mi padre. Muchos de sus amigos cercanos y miembros de nuestra familia estaban ahí. Incluso los tontos de mis primos se comportaron bien conmigo y me abrazaron sin decir nada.

Tal vez me tenían miedo. 

Desde que supe lo de mi padre, no había sonreído ni una vez. 

Dejé que mi mamá charlara con sus hermanos, dándome tiempo de acercarme al Búlgaro de pie junto a la morena a uno de los costados del lugar. 

Rusev fue el primero en voltear, mirándome con un indicio de sonrisa que más me resultó como un trago amargo. 

—Hey, amigo.—dijo amable.— ¿Cómo te sientes?

—Igual que ayer, supongo.

—¿Fuiste a la psicóloga como te dijeron en la escuela?—preguntó Naomi. 

Además de no sentir nada más que dolor y el constante deseo de romper en llanto, mi carácter no era de los mejores. Por lo que no fue extraño que frunciera el ceño hacia la morena de cabello largo. 

—No quiero ir a un maldito psicólogo, Naomi.—respondí más brusco de lo que planeaba.— No necesito gente analizándome, necesito dejar de sentirme como un idiota. 

—Cariño, cálmate...

—¡No puedo calmarme!—grité, con mi voz rompiéndose al instante y el nudo en mi pecho torturándome.— ¡No quiero calmarme ni quiero que intenten ayudarme! ¡Todo esto es mi culpa!

—Roman, él falleció en un accidente.—intentó hablar el búlgaro. 

—¡Me importa un demonio!—chillé, probablemente llamando la atención de varios a nuestro alrededor sin que me pudiera interesar.— ¡Fui un idiota! ¡Lo ignoré y traté mal sin pensar en las consecuencias! ¡Le hice pensar que lo odiaba!

—Sabes que no es así...

—¡Pero lo jodí todo, Naomi!—grité, siendo ya un desastre de lágrimas con voz rota como mi propio corazón.— ¡Lo último que le dije fue que se alejara de mí, que no me importaba si él no regresaba...!—sollocé con fuerza contra mis manos.— ¡Quiero a mi papá de vuelta! ¡Lo quiero de vuelta...!

Ese día sentí que estaba roto, un desastre de mil piezas imposible de reparar que mis amigos intentaron acoger entre sus brazos para que dejase de llorar, diciéndome que no tenía la culpa. 

Pero sentía que la tenía. 

Incluso mientras su ataúd bajaba y varios intentaban esconder sus lágrimas, yo no lo hice. Dejando que estas se deslizaran silenciosamente por mi rostro y dejando sobre el cajón de madera aquella cadena con placas de plata que tanto tiempo me había acompañado. 

La culpa me comía vivo y lo seguiría haciendo. Ya que sentía que nada me podría reparar. 

Nada me devolvería a Wade Reigns, y eso era suficiente castigo. 



Abrí mis ojos con brusquedad, sintiendo el sudor caer por mi frente y cómo el tacto del dedo del ojiazul sobre las líneas en tinta negra sobre mi piel se detenía. Sentía que el corazón me explotaría y un nudo en mi garganta me recordó exactamente la razón. 

Mi esposo, todavía entre mis brazos cubierto por las colchas, me miró preocupado. 

—¿Rome?—susurró, sus ojos buscaban preocupados a lo largo de mi rostro.— ¿Tuviste una pesadilla?

Tragué con fuerza, mirándole en silencio por segundos que me parecieron eternos. Pero decidí moverme suavemente y rodearle con mis brazos, apegando su cuerpo hacia mí y apoyando mi mentón sobre su cabeza. 

—Fue... solo un sueño.—dije, en un intento por olvidarme del tema. 

—¿Sobre... tu padre?

El nudo en mi garganta era fuerte, pero fui capaz de tragarlo y cerrar mis ojos, dejándome llevar por la profunda respiración abandonando mi pecho. 

Las manos del ojiazul acariciaban mi espalda acogedoramente, para luego levantar su cabeza y encontrar sus ojos con los míos. 

—No hablaremos de eso si no te sientes bien.—me aseguró.— Pero, lo que sea que hayas soñado, Rome... Tienes que entender que no fue culpa tuya. 

—...Lo sé. 

—Sé que es difícil.—continuó hablando con suavidad, casi como un murmuro en la oscura habitación a nuestro alrededor.— Pero no estás solo en esto. Tienes a tu madre, a nuestros amigos, me tienes a mí.—con suavidad dejó un beso en mi mejilla.— Siempre me tendrás a mí. 

No pude evitar sonreír, acariciando su mejilla con una de mis manos antes de inclinarme y besar suavemente sus cálidos labios. 

La culpa por lo ocurrido con mi padre era algo que seguía persiguiéndome, aunque no fuera tan fuerte como en ese entonces, seguía ahí sin que pudiera olvidarme de ello. 

Creí que necesitaba tiempo para aceptarlo. Por mucho que doliera. 

Cuando nos separamos de los labios del otro, me dispuse a intentar dormir una vez más. Sin embargo, me vi interrumpido cuando Dean pinchó mi mejilla con su dedo, haciéndome entre abrir los ojos y mirarle de nuevo. 

—Tengo hambre ¿tú no?—preguntó, cambiando el ambiente drásticamente. 

Enarqué una ceja, apartándome un par de milímetros sobre la almohada para mirarle extrañado. 

—¿Quién tiene hambre a estas horas?

Dean se encogió de hombros:—Yo. 

—Dean, son casi las dos de la madrugada.—agregué tras mirar rápidamente el reloj digital por sobre su hombro. 

—Eso no me quitará el hambre si es lo que piensas, Rome.

Entonces, mi esposo se alejó suavemente de mis agarres, rodando sobre sí en el colchón hasta que logró quitarse las colchas de encima y levantarse de la cama. 

—¿A dónde carajo vas?

—Se me antoja pizza.—respondió como si nada, luego de colocarse sus boxers y encaminarse por la habitación en busca de su ropa.— Vístete, vamos.

—¿Es en serio?

—Sabes que me pongo gruñón si no he comido.—giró sobre sí, mirándome con ruego.— Vamos, cariño...

Bastó que hiciera ese puchero para que terminara suspirando resignado, quitándome la colcha de encima y caminando en dirección al baño para tomar una ducha.

Pero me detuve en medio de mi camino, quedándome frente a mi esposo y mirándole en silencio.

A continuación, moví mi mano hasta su oreja perforada y le di un ligero tirón al que el castaño se quejó de inmediato.

—Eres un maldito niño ¿sabías?—le dije antes de retomar mi camino hacia el baño.

—¡De todas formas me amas!

—¡Claro que no!

—¡Claro que sí!

Sonreí una última vez, decidiendo que lo mejor era apresurarme por tomar esa ducha o el vocalista seguiría molestando.


—¿Pizza de barbacoa?

—¿Por qué siempre te gusta pedir esa cosa grasosa?—me quejé, entrando junto a él a aquella pizzería que abría las veinticuatro horas.

—Porque a mi esposo le gusta la pizza con piña, cosa por la cual debí haberme divorciado de él hace años.—bromeó.— Peeeeero, eres muy sexy como para que lo haga. 

Rodé los ojos, negando con mi cabeza en desaprobación pero con una sonrisa en mis labios imposible de ocultar. 

Nos encaminábamos hacia el mesón, sin embargo, me detuve de pronto. 

—¿Qué ocurre?—preguntó el ojiazul desentendido. 

—Creo que dejé mi celular en el auto.—murmuré, luego de tantear mis bolsillos y no encontrarlo.— Iré a buscarlo rápido. 

—Okay. Ordenaré la pizza mientras tanto. 

Solté su mano suavemente y me dispuse a ir de vuelta al estacionamiento, no sin antes advertirle:—Nada de grasa.

—En tus sueños, Ambrose. 

Tan solo aguanté una risa luego de que me enseñara la lengua de forma burlona, abriendo la puerta y caminando bajo el cielo nocturno. 

Incluso si era tan tarde, algunas familias compartían en la pizzería, cosa que me impresionó bastante al estar cumpliendo con los caprichos de mi infantil esposo. 

Me dirigí hasta mi camioneta estacionada en uno de los costados del aparcamiento, abriendo la puerta de esta fácilmente y comenzando a buscar mi teléfono a lo largo del asiento del conductor. 

—Vamos... Tiene que estar aquí...—murmuré para mí, moviendo mi mano en la oscuridad del vehículo. 

De pronto, algo chocó contra mi zapatilla, haciéndome bajar la vista. Se trataba de un auto de juguete, parecía ser a control remoto y probablemente estaba siendo manejado desde alguna parte. 

Con cautela lo tomé, dándole una mirada curiosa. 

—P-Perdón...—escuché un murmuro tímido, a lo que volví a bajar la vista y me encontré con un pequeño niño de cabellos castaños.— Perdí el control de mi auto, perdón si lo golpeé. 

Sonreí amablemente de lado, devolviéndole suavemente el juguete. 

—No pasa nada, pequeño.—dije.— Es un auto muy genial. 

—Gracias.—sonrió el pequeño.— Mi papá lo arregló para mí. 

—¡Danny!

Un hombre lo llamó a la distancia, moviendo su mano para que el pequeño niño lo viera. 

—¡Es hora de irnos, hijo!

—V-Voy, papá.—le respondió alzando un poco la voz, para a continuación volver su rostro hacia mí.—Gracias de nuevo. 

—De nada.—le sonreí una vez más.—Ten cuidado. 

Él asintió, sin embargo, no se fue sin antes dejar su auto de juguete bajo uno de sus brazos y ofrecerme su mano. 

Con una sonrisa de lado naciendo en mi rostro, la estreché con suavidad, para luego dejarle volver con su padre. Sin embargo, no pude evitar quedarme viendo la forma en la que el pequeño llegó con su padre y este comenzó a abrazarlo y dar vueltas con él, tomando su mano antes de que ambos comenzaran a alejarse. 

Mi pecho dolió por una razón que no fui capaz de comprender, como si algo dentro de mí me hiciera sentir cierta inseguridad. 

Pero... ¿por qué me sentía así?

Mis pensamientos se interrumpieron al momento en que la melodía de mi teléfono comenzó a resonar desde el interior del auto, siendo fácil de encontrar y finalmente teniendo el aparato entre mis manos. 

Fruncí el ceño ante la llamada entrante, aceptándola de todas maneras. 

—¿Qué demonios?

—¡Ya encontraste tu teléfono! ¡Ahora entra, muero de hambre!

Miré de inmediato hacia la pizzería, encontrándome a Dean apegando completamente contra la ventana con una mueca en su rostro que me hizo volver a reír antes de que finalizara su estúpida llamada. 

Finalmente cerré la puerta de la camioneta, regresando al interior del lugar y olvidándome de esa inseguridad pinchando mi corazón. 

Algo debe estar mal conmigo, pero no le daría importancia. 

Caminé por el lugar, deteniéndome en la mesa en la que Ambrose ya se encontraba con sus piernas a lo largo de esos pequeños sofás mientras jugaba con su teléfono. 

No dudé en golpearle con mi cadera en la espalda, recibiendo un golpe en el trasero pero logrando empujarlo fuera de mi lugar y dejarme caer en mi asiento. 

—Perdona por tardar.—dije mientras dejaba mi celular sobre la mesa. 

—No te preocupes.—suspiró el castaño, moviéndose hasta estar frente a mí y así poder estirar sus piernas una vez más.

Se veía molesto. 

—¿Está todo bien?

—¿Por qué lo dices?—dijo Dean, sin siquiera mirarme en tanto sacaba un trozo de la pizza mitad barbacoa mitad Hawaiana. 

Tan solo lo miré en silencio, a lo que el ojiazul no tardó en alzar la vista y que arqueara una ceja con obviedad. 

Dejó salir un suspiro. 

—Lo siento, amor.—murmuró con cierta pena.— Creí que sería una semana tranquila después de todo, pero mis estúpidos amigos me siguieron desde Denver y quieren que ensayemos un par de horas esta semana. 

Apreté mis labios, Dean se veía realmente frustrado por no haber escapado de su banda y tener la semana soñada conmigo, por lo que no tardé en extender mi mano por sobre la mesa y agarrar la suya. 

El ojiazul alzó levemente la mirada, a lo que no dudé en regalarle una sonrisa acogedora. 

—Encontraremos tiempo para nosotros, tranquilo.

Una sonrisa no tardó en aparecer en los labios de mi esposo, a la par en que tomaba mi mano y se la llevaba a los labios, dejando un suave y tierno beso en mis nudillos. 

—¿Por qué eres tan perfecto, Rome?

Sentí mis mejillas ruborizarse un poco, sin poder contener las esquinas de mi boca alzarse por la felicidad que latía en mi pecho. 

De repente nuestros celulares desprendieron un sonido casi al unísono, rompiendo nuestra burbuja. 

—¿Qué mierda pasa ahora?—murmuró entre dientes el castaño, buscando su propio celular y pulsando la pantalla un par de veces. Vi sus ojos abrirse con sorpresa antes de caer en mí. 

—¿Qué?

—E-Es un email de la escuela. 

Fruncí el ceño brevemente, apresurándome por agarrar el celular de la mesa y buscar el famoso mail. Efectivamente, había llegado un email de nuestra escuela, volviéndose algo incluso más confuso. 

Tras leer las primeras líneas, sentí que un cubo de agua fría me caía sobre la cabeza. Al mismo tiempo en que Dean levantaba su atónita mirada de la pantalla de su teléfono. 

—¿¡Una reunión!?

Les dejo ese smut y cosa fea por adelantado :) Esto básicamente les da contexto para lo que sigue en la segunda parte, donde los miembros de la Lista A y F comenzarán a aparecer e incluso los integrantes de la banda de Dean tendrán mucho protagonismo. 

Puede que la segunda parte sea sumamente larga, así que espero que se preparen. 

Espero les gustara este trocito de especial y que estén pendientes a lo que sigue. 

¿Qué creen que sea esa inseguridad que Roman está sintiendo? 

¿Qué piensan que pasa con el resto de los chicos? ¿Seth y Paige aparecerán? ¿Qué creen que pasaría si Seth y Randy se vuelven a encontrar? ;) Como siempre, los estoy leyendo.

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