6. Lista DA
—Entonces me dijo que todo se había terminado.
—¿En serio? ¿Solo así?
—Sí...—hice una pausa.—Bueno, no. Dio un discurso más largo pero ya se me olvidó todo con la resaca.
Paige suspiró, terminando de acomodarse esa pequeña falda color negro y estirándola un poco con sus pálidos dedos. A continuación, volteó hacia mí.
—¿Qué?—murmuré con curiosidad. Ella apegaba su blusa a medio abrir contra su pecho al mirarme con sarcasmo.— ¿Qué? ¿No me dirás que te da vergüenza que te vea ahora?
—Eres un chico.—exclamó.
—Sí, con el corazón roto frente a una lesbiana que todavía no sale del clóset.
—¡Cállate!
—Brock sigue creyendo que tiene una oportunidad contigo.
Siguió mirándome con esa mueca de desagrado, por lo que no tuve más opción que girar sobre la banca y darle la espalda. Me quedé mirando hacia las taquillas pintadas de rojo cerradas.
—Gracias.—canturreó, a lo que simplemente rodé los ojos.—Volviendo al tema, Renee se va...
—Hoy.
Casi la escuché tragarse una respiración, probablemente girando hacia mí con alarma en su mirada.
—¿¡Hoy!?—chilló, a lo que solo asentí.— ¿Qué haces aquí entonces?—alcé una ceja, aunque realmente no era posible que me viera.— ¿No deberías estar rogando que no se vaya? ¿O que no te deje al menos?
—¿Tú no deberías estar gritándole a Baron que se aleje de la vagina de Nikki? ¿O de Nikki al menos?
La pelinegra probablemente volteó, pero como seguía de espaldas, no estaba realmente seguro.
—Auch...—soltó una risa casi como un bufido, a lo que solo seguí golpeando la punta de mi zapatilla a un ritmo aleatorio.—Eres cruel cuando estás herido, Ambrose.
Diablos, tal vez sí me estaba pasando de la raya.
—Lo siento, Paige. Ignora lo que dije.—solté un suspiro.—Es solo que...me cuesta creer que rompiera lo nuestro tan fácilmente.
—Oye...
Sus delgados y pálidos dedos tocaron mi hombro, a lo cual no volteé hasta que agregó:—Mírame, Dean.
Giré sobre mí, con mis piernas todavía como indio hasta volver a encontrar su mirada castaña. La fémina ya estaba vestida con el uniforme negro con detalles escarlata, una coleta adornaba su cabello y una pequeña pero reconfortante sonrisa me era entregada por sus labios brillantes de gloss.
—Estarás bien.—dijo, acariciando mi hombro mientras simplemente dejaba caer lentamente mi mirada al piso.— Esto solo demuestra una cosa, y eso nadie lo entenderá más que tú a su momento.
—¿Qué cosa?
La miembro de la Lista F sonrió nuevamente, esperando a que mis ojos volvieran a encontrarse con los de ella antes de retomar la palabra.
—Que Dean Ambrose, el reconocido hijo de puta rey de la Lista F...Tiene corazón.
Solté una carcajada entre dientes, por fin desperezando mis piernas y dejando que la planta de mis zapatillas tocara el suelo del camerino.
—Eso parece.—sonreí de lado.— Y a veces detesto tenerlo.
-Es una mierda, lo sé.-rodó brevemente los ojos con una sonrisa.- Pero tal vez, solo tal vez, puedas convencer a Renee de que no se vaya. Que te de la oportunidad de demostrar que ese alocado corazón tuyo le pertenece.
Ambos compartimos una mirada, hasta que unos pasos y el tarareo de una canción se fue acercando poco a poco.
—¿Qué demon...?—la morena de labios rosas se detuvo abruptamente, mirándome alarmada.— ¿¡Qué hace este cerebro de burro aquí!?
—Cálmate, chica de la Lista A.—murmuré, poniéndome de pie de la banca y comenzando a caminar.— Yo ya me iba.
—¡Me llamo Naomi, siempre te lo digo! ¡Y este es el vestidor de mujeres, desgraciado!—chilló, aunque ya le había dado la espalda.
—Suerte en la práctica, señoritas.—canturreé, para finalmente disponerme a salir de la habitación y ahorrarme los gritos de la chica A.
—¿A dónde vas ahora?—preguntó la pelinegra a mis espaldas.
—¡Al aeropuerto! ¡Nos vemos mañana!
Paige, aquella chica parte del equipo de porristas, tal vez tenía razón. Ella sabía lo que era que te rompieran el corazón.
Incluso me atrevía a decir que ella lo sabía mejor que yo.
Apenas me alejé del vestidor de damas eché a correr lo más rápido que pude por los pasillos de la escuela. Si me apresuraba, probablemente la alcanzaba y podría pedirle una segunda oportunidad.
Esta vez estaba dispuesto a todo con tal de que no me dejara, a que no se rindiera conmigo.
Recorrí el corredor con mi mochila a espaldas, pasando a todo aquel que intentaba interponerse en mi camino. Hasta que fui jalado del gorro de mi chaqueta y obligado a detenerme con casi un tropezón.
—¿A dónde se supone que vas, Ambrose?—gruñó el hombre canoso.
Rápidamente me quité sus agarres de encima y le di la cara tras tragar con fuerza.
—A-Anderson, yo...Yo solo iba...—balbuceé, buscando en mi mente por algo que sonara válido.— Iba a la biblioteca.
—Primero, es señor Anderson para ti.—con el ceño fruncido me observó de los pies a la cabeza.— Segundo, vas a la biblioteca...—asentí frenético, atreviéndome a mostrar una sonrisa.—¿Corriendo?
—Uhm, sí.—exclamé al instante.— Estoy emocionado por saber algo de matemáticas, geografía, antropología...y todas esas cosas que olvidé porque estoy apresurado por llegar.
Me dispuse a seguir con mi camino, retrocediendo lentamente sin dejar de sonreírle al incrédulo hombre de edad más o menos avanzada que me seguía aniquilando con la mirada.
—Supongo que vas a reunirte con Reigns en la biblioteca ¿no es así? Supe que te está esperando.
—¡Claro!—solté un bufido divertido.— Con Reigns, claro que no lo olvidé.—giré sobre mis talones, diciéndome a mí mismo que ya había perdido demasiado tiempo con este tipo.
—Ambrose.—cerré los ojos, frunciendo una mueca pero borrándola al verlo por sobre mi hombro.—La biblioteca queda para el otro lado.
Mierda.
—Uhm...—miré a ambos lados, tratando de no perder la calma por muy atrapado que estuviera.—E-Es que dejé uno de mis libros en mi casillero y lo necesito para estudiar con Reigns. Lo tomaré y correré a la biblioteca.
—Oh, bueno.—finalmente asintió.—Bien entonces. Ten una buena tarde de estudios.
Me despedí con la mano y una sonrisa tan falsa como el resto de mis palabras. Finalmente retomé mis pasos y me maldije por haber pasado minutos que no tenía respondiéndole a ese anciano decrépito.
Tenía que alcanzar a Renee, y si no lo lograba patearía el viejo culo de Anderson hasta el cansancio.
Tras unas rápidas evasiones al tráfico, conseguí llegar al aeropuerto de la ciudad. En cuanto estacioné salté de mi camioneta y corrí lo más rápido que podía hacia el interior, ya habían bastantes personas y me di el trabajo de no chocar con casi ninguna mientras buscaba a la rubia.
Había intentado llamarla, pero tal y como esos días en los que pasamos separados ella no contestó a ninguno de mis intentos.
Entonces la encontré, no muy lejos de mí, dejando su maleta en una de las bandas transportadoras que llevaban el equipaje hacia el avión.
Sonreí ampliamente, esperanzado al saber que había llegado a tiempo.
Pero mis pasos se paralizaron y la sonrisa en mi boca se desvaneció lentamente al ver que no estaba sola. A su lado estaba un tipo de cabello castaño, el cual sostenía su mano y sonreía al escucharla decir lo que sea que le dijera mientras se acercaban juntos a la plataforma de embarque.
Sin embargo, mi corazón terminó de romperse cuando el chico de pálida piel se acercó a los labios de mi ex novia y los besó con fuerza. Ella parecía sorprendida, pero acabó por colocar su mano sobre su mejilla y sonreírle antes de encaminarse por el pasillo que la llevaba a su vuelo.
Me sentía traicionado, roto e inservible, como si de un juguete se tratara.
Quería gritar, hacer algo. En cambio, solo tragué con suavidad y giré sobre mis zapatillas, volviendo por donde mismo vine aunque mis ojos quemaran y luchara por tallar estos para que las lágrimas no salieran.
Vaya mierda.
Mis pasos eran automáticos y mi mirada permanecía en el suelo sin señal de tener fuerzas para levantarla, al punto que sin darme cuenta llegué al estacionamiento en que había dejado mi camioneta. Con cansancio, tomé las llaves de mi bolsillo y me acerqué a la puerta, pero mis manos ya temblaban sin siquiera darme cuenta de eso antes.
Solté una respiración, apegando mi cabeza suavemente contra el cristal del lugar del piloto y simplemente rindiéndome a todas las emociones que me recorrían en esos momentos.
Había visto a la mujer que amo irse quizás para siempre y para más con otro tipo...¿Cómo debía sentirme exactamente?
—Mi vida es una mierda...
Una parte de mí, la más estúpida y la que más odiaba, quería llorar y gritar hasta quedarse sin aliento. Quería volver al aeropuerto y preguntar a Renee qué fue lo que hice mal.
Pero la otra, la cual parecía llevar siempre la delantera, solo quería regresar y golpear a ese tipo en la cara hasta que su sangre manchara mis nudillos, quería dejar de sentir todo lo que sentía en esos instantes.
Y tomando una profunda respiración, decidí que le haría caso a la segunda opción. Como siempre.
Golpeé suavemente el techo del vehículo, para a continuación disponerme a volver al aeropuerto. O eso iba a hacer hasta que mi celular vibró en el bolsillo de mi chaqueta.
Gruñí entre dientes, pero terminé contestando casi al golpear mi pulgar contra la pantalla.
—¿¡Qué!?
—Más bien ¿dónde?—dijo calmadamente Paige.—Calma ese culo y respóndeme ¿Dónde diablos estás?
Solté una exasperada respiración, echando marcha atrás luego de un par de segundos en los que me tallaba los ojos. Terminé por apoyar mi espalda contra el costado de mi camioneta.
—¿A quién le importa?—solté sin más, casi gruñendo entre dientes.— Hice lo que dijiste, Paige. Y te juro que me arrepiento por completo...
—Me cuentas eso luego ¿de acuerdo? Hay un problema más grande aquí.
Fruncí el ceño aunque no me viera, pero mi silencio pareció bastarle para seguir hablando.
—Reigns llegó a buscarte al campo durante la práctica.—mis ojos se abrieron con alarma.—Y estaba con Anderson.
—Joder...
—Dijo que si no estás en la biblioteca antes de las 6, te olvidas de pasar de curso.
Tenía que ser chiste.
Quise decir que ya me daba igual, pero analizándolo vagamente era posible que terminara mucho peor si me dejaba llevar por esa opción.
Miré rápidamente la hora en la pantalla de mi teléfono, apretando la mandíbula brevemente antes de volver a hablar contra el aparato:—Faltan diez minutos.
—¿Le digo a los demás que repites?
Por primera vez en horas, logré sonreír de lado con aquella victoria que me caracterizaba.
—Nah.—me alejé de mi auto lo suficiente como para abrir la puerta del piloto.— Estaré ahí antes de que Reigns se las siga dando de chismoso.
Me dirigí rápidamente hacia aquel pelinegro que se encontraba con la cabeza baja, probablemente estaba leyendo o algo así, porque ni levantó la cabeza cuando me desparramé en la silla frente a él y subí mis pies para apoyarlos en la mesa.
—Llegas tarde.—murmuró, todavía mirando un libro y anotando algunas cosas en una especie de libreta.
—Aquí me querías, aquí me tienes. No te quejes tanto, Reigns.
—Se supone que estuvieras aquí después de clases...
—Tuve asuntos que resolver.—lo corté, alargando mis palabras con pereza.—Deja el sermón de cerebrito, no he tenido un buen día.
Su mano dejó de mover el lapicero sobre la hoja de papel, para a continuación dejarlo a un lado y levantar levemente su mirada hacia mí. Su mirada cristalina se quedó en mi rostro un rato, pero el moreno terminó por simplemente soltar un suspiro y cerrar el libro.
—Solo agradece que Anderson no se enteró que llegaste un minuto después de las 6.
—Oh, sí, Anderson.—dije con un asentimiento hacia el techo.—Gracias por ir a regañarme con él como chica chismosa, por cierto. De verdad te ganaste una estrellita dorada, Lista A.
—Para tu información, Anderson se apareció por aquí y dijo que fuéramos a buscarte.—me miraba con seriedad en su semblante, como si mis palabras no pudieran afectarlo.—No fue precisamente mi idea.
—Sí, claro.—empujé un poco su cuaderno con mi zapatilla.—Y yo soy el rey de los imbéciles.
—De hecho, lo eres.
Bufé, pareciendo inútil sacarlo de sus casillas por cualquier método que usara.
Reigns observó su cuaderno, el cual parecía haber quedado manchado a causa del empujón que le había dado con mi zapatilla. Pensé que tal vez con eso me gritaría, pero simplemente sacudió la hoja y cerró suavemente la tapa.
—Agradece que era solo un borrador. De lo contrario, te parto la cara.—solté una risa.—Y está prohibido subir los pies a la mesa en la biblioteca.
—¿Y quién lo dice?—lo desafié con un pequeño rodar de ojos.
A pesar de ello, el moreno acercó sus manos y con suma facilidad empujó mis pies fuera de la superficie de madera hasta que chocaron con el cerámico.
—Yo lo digo, tu tutor y la persona que está a cargo de tu futuro. Así te guste o no.—me miraba a los ojos, por mucho que los míos reflejaran ira.— Espero que empieces a tomarle el peso a la situación...
Solté una pequeña carcajada llena de ironía antes de decir:—Suenas como todo un profesor, ¿no, Reigns?
Él solo me miró, para luego tomar una respiración y rodar brevemente sus ojos en dirección al techo.
—Como sea.—se apoyó de las orillas de la mesa.—¿Trajiste lo que te pedí?
Me encogí de hombros, comenzando a buscar en el bolsillo trasero de mi pantalón y sacando una hoja sumamente arrugada. Se la alcé a mi "tutor" y este comenzó a estirarla sin comentario alguno.
—Ese es de hace como dos meses, pero mis calificaciones siguen exactamente igual así que supongo que sirve.
Reigns no dijo nada, solo se concentró en terminar de quitar las arrugas en el deteriorado reporte de calificaciones que le había traído. Comencé a silbar una melodía en mi cabeza en espera de que dijera algo, pero pasó un rato para que alzara su vista del papel.
—¿Esto...?—una sonrisa comenzó a amenazar con formarse en sus labios, lo cual no me hizo nada de gracia.—¿Esto es en serio?
Fruncí el ceño mientras se carcajeaba, colocándome erguido en la silla por primera vez en mucho tiempo:—¿Qué te es tan divertido, Reigns?
—No haz aprobado ni una sola asignatura, Ambrose.—se cubrió brevemente la boca, pero escuchaba su risa de todas formas y como esta me calentaba la sangre.— Ni una sola...
—Gracias, capitán obvio. Supongo que por eso estoy aquí.—me dejé caer contra el respaldo.—Y mira bien, que sí he aprobado algo.
—Deportes y arte.—enarcó una ceja, todavía sonriente para mi molestia.—Siempre supe que los de la Lista F no servían para usar más el cerebro.
—¡Oye!—me quejé, ya perdiendo un poco la paciencia.—Vas a ayudarme ¿o qué?
El pelinegro soltó una respiración, con un divertido semblante todavía en su rostro. A continuación dejó la hoja arrugada sobre la mesa, volviendo a mirarme con un negar de cabeza.
—Creo en los milagros, Ambrose. Así que lo intentaré.—me sonrió de lado.—Pero tendrás que hacer lo que yo diga.
—Sí, claro.—susurré con sarcasmo, pero él me escuchó de todas formas a causa del silencio en el lugar.
—Sé que no te importa lo que diga, lo único que quieres es largarte de aquí y volver a tus brillantes días como el rey de la Lista F ¿me equivoco?
—¡Exacto! ¡Al fin concordamos en algo!—exclamé.
Pero una chica de gafas y gorra con diseño de animales me hizo callar. Solo le guiñé un ojo antes de volver a concentrarme en el moreno. Este suspiró una vez más antes de agarrar su cuaderno, lo abrió y tomó el lapicero que había estado utilizando minutos atrás.
—Te explicaré una cosa, Ambrose.
—Yay, otra lección.—ironicé, rodando un poco los ojos.
Eso no pareció afectarlo, al contrario, había trazado una línea en medio de la hoja y comenzaba a escribir en cada esquina superior de esta.
Pude leer a un lado "Lista A" y al otro "Lista F". Qué conveniente.
—Yo estoy aquí, en la Lista A...
—¿En serio? No lo sabía, rey de los nerds.—comenté irritado.
—Estoy en el lado de la gente respetuosa, trabajadora y con cerebro.—continuó hablando, haciéndome enarcar una ceja con sus palabras.
—Nosotros sí tenemos cerebro.—repliqué.
—Claro que lo tienen, pero les serviría usarlo de vez en cuando. Como al rey de esa lista, por ejemplo.—bufé, sabiendo a qué iba todo esto.—Tú estás a la cabeza de la gente abusadora, perezosa y que no tiene más que sentirse orgullosa con esta maldita separación.
—¿Cuál es tu punto?
—Mi punto, Ambrose, es que no opino como Anderson.—apretó la mandíbula.—Para mí, no vale la pena ayudarte, porque no te esfuerzas por salir de ese lugar en esta lista.—apuntó aquel lado de su improvisada tabla.—No parece importarte nada de tu futuro y eso es una de las cosas que más odio de ti.
Simplemente lo miré, reacio a perder los estribos con esas palabras que, además de ser tan familiares para mí, eran por parte de ese cabeza dura cerebrito como lo era Roman Reigns. Mordí el interior de mi mejilla, para a continuación bajar la mirada al papel debajo de su brazo.
Sin comentario alguno, tomé su cuaderno y le arrebaté el lápiz. Rápidamente dibujé algo en el lado de la Lista A, para después entregárselo con una sonrisa satisfecha.
—Nadie me dice lo que tengo que hacer, Reigns.—me levanté de mi lugar, estirando mi cuello hacia un lado sin quitarle la mirada de encima.— Soy el rey de la Lista F, y te guste o no, eso nadie va a cambiarlo. Mucho menos...tú.
Él miró su cuaderno con desdén, antes de levantar la mirada con irritación en su mirada cristalina.
—Y si llegara a pasar, probablemente tu querida Lista A pasaría a ser la Lista DA.
—Muy original, Ambrose.
—Lo sé, Reigns.—sonreí de lado.—Ahora, si me disculpas tengo otros asuntos que atender.
Me dispuse a largarme de una vez tras dejar la letra D junta a la A escrita por él, llevándome victorioso esa mueca en su rostro antes de que le diera la espalda.
No había forma de que palabras como las de Roman Reigns fueran a cambiar lo que pensaba, mucho menos en quién me había convertido con estos años.
—Te quiero aquí mañana a las cuatro. Si no llegas, me encargaré personalmente de encontrarte.
—¡Qué miedo, Reigns!
La chica volvió a hacerme callar, pero ya me había ido de la biblioteca como para que me lanzara un libro.
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